Capítulo 9: La voz

El astro rey ya había subido por encima del horizonte y de las montañas. La dorada luz de la mañana iluminaba el bello bosque y el magnífico lago otra vez. El tiempo estaba un poco más cálido que el día anterior, por lo que era posible ver algunos árboles con sus ramas desnudas y otros con sus hojas rojizas remanentes del otoño.

Aliosha por fin había caído rendido ante el sueño, luego de aquella larga noche que había dejado su cabeza dando vueltas, batallando contra un mar de sensaciones y pensamientos revueltos.

―¡Buen día, guerreros! ― dijo Malaika con una sonrisa en su juvenil y pecoso rostro, sosteniendo su espada en mano mientras merodeaba por las camas y tiendas improvisadas de sus compañeros de viaje.

Dylara logró abrir los ojos luego de desperezarse un poco. Escuchar a Malaika le dio un empujón de entusiasmo, que la hizo levantarse rápido para empezar el día. La niña se quitó las mantas, acomodó sus cabellos para ponerse el sombrero y estiró el velo de este. En un santiamén ya estaba con su espada en la cintura, observando a su instructora con emoción. Junto a ella, estaban en fila los forajidos, también emocionados.

Aliosha, en cambio, tuvo que ser despertado a la fuerza, pero aún seguía con sueño. Parecía que aquel niño conocido por su sensatez, su puntualidad y por levantarse temprano; ya no era capaz de tener todo bajo su control.

―Ya han aprendido movimientos básicos, los cuales seguiremos practicando, pero hay algo que les tiene que quedar en claro ― afirmó la joven pelirroja observando de arriba a abajo a sus "alumnos" y jugando con su arma― .Muchos de sus enemigos serán criaturas mágicas y deben tener cuidado con ellas. En especial con los demonios. Estos se alimentan del miedo. No tengan miedo.

―¡Lo dice como si fuera tan fácil!― acotó Evgen entre risas, mirando de reojo a sus compañeros antes de ponerse a practicar con ellos y Dylara. Sergei, mientras tanto, lavantaba sus ojos hacia arriba.

― No sé si me siento tan bien como para entrenar hoy ―le dijo Aliosha a Vladimir, sentado en el tronco que había al lado de la fogata apagada y pasando sus verdes ojos por una página del libro que le había dado la bruja al grupo días antes. Dicha página contaba con una ilustración de lo que parecía ser un búho con rostro humano pintado con bellos colores y varias anotaciones escritas con tinta dorada y caligrafía intrincada similar a la que se usaba en textos religiosos o de gran importancia.

―No te preocupes, si quieres puedes acompañarme a buscar provisiones en la comunidad más cercana― contestó Vladimir revolviendo el cabello del niño con la mano. Él observó al menor, y notó algo de tensión en su mirar. Al parecer, la emocionalmente ajetreada noche anterior había dado vuelta su cabeza-. Será como un paseo.

Aliosha siguió leyendo la página en la que estaba, levantó su mirada hacia Vladimir, y asintió. Quizá pasar un poco de tiempo con él podría distraerlo.

― ¿Hay gente viviendo aquí? ―preguntó el niño de doce años al pálido joven.

― Sí, Megrez me habló sobre una aldea Evsk que vive cerca del lago. Ellos de seguro nos ayudarán.―respondió Vladimir.

Aliosha cerró el libro, se levantó del tronco y decidió seguir a Vladimir.

― Síganme, les enseño el camino ―se escuchó una hermosa y calma voz que venía de unos pocos metros por detrás de los jóvenes― , y no se alejen de mi vista.

El niño se dió la vuelta y vio a Megrez, quién al parecer no necesitaba dormir para que su cuerpo funcione decentemente, porque al fin y al cabo, era una criatura mágica. El corazón de Aliosha se aceleró al ver al tigre y las náuseas comenzaron a aparecer, pero tragó saliva y decidió caminar a su lado.

― Iremos a buscar provisiones. Compórtense durante nuestra ausencia― exclamó el tigre y los tres partieron hacia el bosque.

El sonido metálico de las espadas chocando se fundía con el de las pequeñas olas que surcaban la superficie del lago de una forma armoniosa. Los brillantes rayos del sol se reflejaban en las hojas de dichas armas, pintando una luminosa obra en el limpio aire del bosque.

― ¡Já! ¿Crees qué podrás vencerme?― le dijo el castaño Evgen al moreno Taras mientras ambos chocaban sus filos e Ivan soltaba una risa nasal por detrás, esperando su turno para enfrentarse a Taras, En cuanto a Sergei, se encontraba recogiendo agua fría con su vaso en la orilla del lago

―¡Muy bien!― exclamó Malaika en un tono alegre y firme, esquivando la hoja del sable de Dylara, para luego arremeter con el suyo contra la muchacha, quién logró bloquear el golpe en un reflejo -¡Así se hace, niña! ¡Woohoo!

La adolescente se estaba divirtiendo mucho con las clases de lucha con espadas. Todo era nuevo, pero al mismo tiempo lo sentía fluyendo con naturalidad. El gran trabajo de Malaika estaba logrando que ella rescatara de lo más profundo de su cabeza lo que su pueblo le había enseñado de pequeña y lo perfeccionara. Sentía que ese era el lugar que le correspondía y en el que quería estar. Además, era una buena forma de ocupar su mente luego de la fatídica y amarga pesadilla que había tenido la noche anterior. Un sueño que sorpresivamente sintió muy real y temía con todas sus fuerzas que lo fuera. Había algo en ella que le decía que aquel mal sueño sobre la Guardia Oscura capturando a su familia era un evento verídico, pero la disfrutable actividad que estaba realizando impedía que se partiera a llorar en medio del bosque.

El entrenamiento siguió con normalidad, y el grupo ni se había percatado de la ausencia de Vladimir, Aliosha y Megrez hasta que un melódico y precioso canto irrumpió entre el viento y el tintineo de los metales. Era una voz femenina muy bella, suave e hipnótica, similar a la de aquellas pastoras de las tribus del norte, que arrean a sus renos cantando. La voz misteriosa se multiplicó y parecía ser un pequeño coro.

―¿Qué es eso?― preguntó Dylara deteniéndose al igual que todos los integrantes del grupo. La respuesta a su pregunta no se haría esperar; pero no llegaría en forma de palabras, sino, en forma gráfica.

El dúo formado por Taras y Evgen había frenado repentinamente su lucha, y los ojos de ambos hombres se habían vuelto blancos cuando el bello canto ingresó por sus oídos. Dicho efecto sería replicado un par de segundos después en Iván y Sergei. Luego, ellos comenzaron a comportarse de manera extraña; tambaleándose, balbuceando cosas sin sentido e intentando subirse a los árboles ¡Parecía que todos los hombres se habían vuelto locos!

El coro de cantos se acercaba más y más. Un ahogado 《Oh no》 salió de la garganta de Malaika, quien corrió a buscar el libro que Aliosha había dejado a un lado del tronco que usaba de asiento y lo abrió en la última página que él leyó antes de irse, mostrando la ilustración.

Ambas jóvenes giraron sobre su eje al notar que los cánticos se escuchaban más cerca, y vieron a tres criaturas con cuerpo de ave y cabeza de mujer, posadas entre las ramas de los árboles. Todas tenían cabello largo y rubio, facciones finas y colorido plumaje; mientras que sus cabezas estaban adornadas por bellos kokoshnik(*).

―¡Oh, bella doncella de labios carmesí!― dijeron Evgen e Iván al unísono, trepados a una rama con una mala modulación y un tono similar al de una borrachera, mientras se acercaban cada vez más al borde de la misma, la cual seguro no iba a aguantar tanto peso por más tiempo ― ¡Te amo y anhelo tu hermosa voz!

― Ugh, sirins― murmuró la pequeña pelirroja al ver el dibujo y luego poniendo una cara de disgusto ante la ridícula melosidad de lo que acababa de escuchar, con una mano sobre su frente. Recordó haber leído sobre aquellos peligrosos seres días atrás en Nodvragoda― .Definitivamente están bajo un hechizo.

― Gracias a los astros en el cielo, nosotras somos inmunes a su magia, o por lo menos, no nos afecta tan rápido. Tendremos que controlarlos nosotras― respondió Malaika-.Si no, morirán de las maneras más estúpidas.

Dylara tomó algunas de las cacerolas que se habían usado la noche anterior para hacer la cena y comenzó a golpearlas para espantar a las sirin con el ruido.

《Espero que esto no atraiga a más animales salvajes》 pensó la niña preocupada mientras golpeaba uno de los recipientes metálicos con su espada.

―¿Qué demonios haces ahí?¡Baja ahora mismo!¡Te romperás el cuello en medio de la nada! -Malaika comenzó a trepar el árbol y le gritó a Evgen.

La criatura soltó una risa pícara mientras se movía de un lado a otro sobre la rama, como si estuviese disfrutando de la escena. Dylara, mientras tanto, se acercó al árbol golpeando con todas sus fuerzas las ollas para poder hacer huir al ave. El pájaro salió volando de la rama y los hipnotizados jóvenes cayeron aturdidos entre unos arbustos de bayas que seguían manteniendo sus hojas en el invierno.

Malaika bajó del árbol refunfuñando de frustración, y se encontró con que Sergei estaba caminando sobre los peñascos que había en la orilla, muy cerca del borde siguiendo a otra de las sirenas, mientras que Taras se había trepado a otro árbol y colgaba de cabeza, intentando atrapar al ave. La niña se acercó de vuelta golpeando las cacerolas, aturdiendo a los muchachos.

Malaika tomó la alfombra que había junto a la otrora brillante fogata y junto a la adolescente la sostuvieron bajo el árbol, para suavizar la caída del robusto estaba de cabeza en la rama y con trabajo, arrastraron la alfombra hacia donde estaban las otras dos víctimas de las criaturas. Ambas estaban cansadas de correr de un lado para otro, pero siguieron sus esfuerzos para que nadie en el grupo resultara herido. La Kozzakhi corrió hacia el campamento para buscar algún elemento que fuera de ayuda.

《¡Esto podría funcionar!》pensó Dylara luego de encontrar una larga soga entre las cosas que estaban dentro de la carreta ubicada en el improvisado campamento.

Malaika corrió hacia las rocas para luego tirar del brazo del muchacho rubio que estaba por caer sobre unas puntiagudas piedras que había en el lago, para luego llevarlo a rastras hacia el campamento, localizándolo cerca del arbusto en donde habían caído sus compañeros. Ambas agarraron un extremo de la soga y ataron a los cuatro hechizados como si fueran un fardo de bolsas en el lomo de un camello, para evitar que escaparan y volvieran a hacer alguna otra estupidez. Las sirenas mientras tanto, seguían revoloteando alrededor de la escena, riendo y cantando.

― Ahora debemos revertir el embrujo antes de que pierdan la memoria...y ellas se los coman― afirmó la mujer de unos veintitantos, aguantando la risa que la hilarante situación provocaba y destilando un sentimiento de vergüenza ajena en su mirada, observando a los hombres que estaban atados con la soga.

Ambas féminas espantaban a las aves con las cacerolas e intentaban deshacer de alguna forma la magia. Ni un baldazo de agua del lago, cachetadas o todo el ruido que hacían parecía ser suficientes para que el grupo dejara de decir tonterías románticas a los seres mágicos. Finalmente, ambas se rindieron al cansancio y se sentaron al lado de los atados, observando con desprecio a las sirenas.

―Te odio― dijo Malaika a la sirin de plumaje rojo que intentaba quitarle una bota con sus garras mientras Dylara se reía pícaramente, y forcejeaba con las fuerzas que le quedaban contra otra que de las sirenas, que estaba queriendo llevarse su Sable Estelar.

― ¡Dame eso! ¡Es mío!― gruñía la niña enojada, tirando el sable hacia ella.

De pronto, un estruendoso rugido se oyó entre los árboles, asustando a las molestas criaturas. Las chicas levantaron la vista y vieron a Megrez que se acercaba junto a Aliosha y Vladimir, cargando una bolsa con provisiones. El trío lucía cansado y sus ropas y cabellos se veían desaliñados y sucios, como si hubiesen intentado escapar de algún tipo de catástrofe.

― Me voy por una hora y casi terminamos con media tripulación en la otra vida .Tienen suerte de que no hayan sido Rusalki, sino tendríamos que buscarlos por el fondo del lago― afirmó molesto Megrez, observando todo el alboroto-.Gracias por hacer un gran trabajo, señoritas. Ahora, descansen por favor, yo me encargo.

El felino se posicionó frente al conjunto de viajeros atados y rugió otra vez. Sus ojos volvieron poco a poco a la normalidad, perdiendo el tinte blanco que los caracterizó durante la última hora. Además, sus antes parlanchinas bocas se callaron. El hechizo desapareció.

― ¿Qué es esto? ¿Qué pasó?― preguntó Aliosha confundido.

― Será mejor que no hablemos de eso― dijo entre risas Dylara, echada en el frío suelo. Esta situación resultaba de lo más curiosa para la niña, ya que estaba acostumbrada a ser quién se metía en problemas. Pero esta vez, le tocó a ella estar en el lugar de una persona responsable.

― Coincido― respondió Malaika exhausta.

― ¿Y qué les pasó a ustedes? ― preguntó Taras.

―Eeh...Creo que tampoco queremos hablar de eso― contestó Vladimir dando un bostezo.

Aunque el ataque de las sirenas por suerte había llegado a su fin, Dylara aún era capaz de oír un canto celestial en su cabeza. Un canto que provenía del Norte y que al parecer la llamaba. Su curiosidad aumentaba al ver que las otras personas que estaban con ella parecían no percibirlo, pero Aliosha la observaba en silencio como si él también estuviera siendo intrigado por el mismo sonido.

《¿Alguien más podrá escucharlo?¿Será el Pájaro de Fuego?》 Se preguntaba la niña mirando hacia la inmensidad del bosque y luego hacia la hoja de su sable, que relucía bajo el sol, mientras un frío viento soplaba entre sus rojos cabellos.

El frío viento soplaba suavemente, y las piedras del suelo crujían ante las pisadas de Megrez, Aliosha y Vladimir. Luego de caminar por casi media hora por entre abetos, pinos y alerces, su destino se veía a la distancia.

El asentamiento estaba conformado de numerosas tiendas cónicas de cuero y madera, decoradas con bellos diseños geométricos tejidos con hilos de colores, que despedían un blanco humo de las rendijas que había en sus techos. Éstas estaban dispuestas en círculo, alrededor de una fogata que estaba apagada. Junto a las tiendas era posible encontrar parcelas cultivadas con vegetales. También, era posible ver personas yendo y viniendo con sus peludos caballos y cerca de la gran fogata había una especie de mercado al aire libre.

Cuando se acercaron más, algunos habitantes de la aldea estaban en estado de alerta, dispuestos a defenderse en caso de que los visitantes intentaran atacar. Pero cuando vieron y oyeron al tigre, bajaron sus armas y dejaron que el trío ingrese a la aldea. Ellos, mostraban mucho respeto hacia las criaturas mágicas, así que la compañía de un daimonio significaba que los visitantes no representaban un peligro importante.

Aliosha observaba con fascinación todo lo que había a su alrededor, que era muy distinto a lo que solía ver en su ciudad. Una de las cosas que descubrió sobre sí mismo a lo largo del viaje, era la curiosidad que le generaba encontrarse ante culturas y lugares diferentes a los suyos. Todo era nuevo para él, y al mismo tiempo, interesante. Sentía que debía aprender más y más sobre el mundo que lo rodeaba y además, había notado que zambullirse en libros no solo alimentaba su curiosidad, sino que también ahogaba su ansiedad.

―Buscaremos comida, medicina y...lo que haga falta ―dijo Vladimir sacando algunas monedas de la bolsa que llevaba colgada, que le había sido entregada por su hermano días en la ciudad. Los demás asintieron en silencio.

Los tres extranjeros fueron amablemente recibidos por un hombre que los guió hacia el pequeño mercado y les señaló dónde hallar lo que buscaban, al mismo tiempo que otras personas observaban al grupo mientras cargaban instrumentos musicales y murmuraban entre ellos.

―¿Cómo es que te conocen?―preguntó confundido Aliosha a Megrez sin mirarlo, mientras el grupo caminaba entre las mesas que estaban dispuestas con varios tipos de productos sobre ellas, entre los que había elementos bastante peculiares como muñecas que en su interior contenían infinitas copias de sí mismas o jarros llenos de ojos que se movían para observar a los transeúntes -¿Y cómo es que tienen tanto contacto con la magia? Desde que conocimos a Shirkania Yanga que tengo estas dudas.

― Vivir cerca de la Naturaleza abre la mente a la magia ― respondió Megrez dirigiendo su mirada hacia el adolescente.

―No lo había pensado antes, pero es muy cierto ―Vladimir levantó la mirada al cielo y luego la dirigió hacia los árboles que lo rodeaban, para luego posarla sobre la bella flauta ritual que cargaba el guía en su mano, que parecía hecha de hueso de venado.

El niño se quedó en silencio mientras caminaba, pero un sonido extraño comenzó a molestar en su oído, un sonido tenue que parecía una lejana canción angelical. Presionó sus orejas como cuando intentó quitarse el agua del lago la noche anterior, con la intención de que éste cesara, pero no dió resultado. No obstante, decidió que no le daría importancia, porque al parecer, nadie más parecía oírlo.

Luego de un rato, Vladimir había logrado conseguir diversos artículos de utilidad para el resto del viaje, como algunos vegetales, alimento para caballo y un frasco de la preciada jalea de lyubitel, una baya azul proveniente de una enredadera que solo crecía sobre los alerces del Bosque Occidental de Moskova y tenía propiedades curativas, que muchas veces la hacían objeto del comercio ilegal.

―Creo que ya tenemos todo ―afirmó Vladimir intentando cargar con varios objetos entre sus brazos, mientras Aliosha se acercaba a él para ayudarlo a colocarlos dentro de un saco.

-Falta una sola cosa más. Síganme, por favor -les sugirió Megrez a sus acompañantes, mirando al hombre que hacía de guía para el grupo a través de la aldea, quien le hizo algunas indicaciones con la mano. El tigre siguió su marcha, y los dos humanos obedecieron.

El grupo conformado por Megrez, Aliosha y Vladimir, llegó a una tienda de color púrpura oscuro que estaba junto a una mesa llena de frascos y cuya decoración difería de la que tenían otras tiendas, pues los diseños bordados en su tela eran dorados, lo cual indicaba que quien vivía en ella era alguien muy importante.

―Entren, viajeros ―se escuchó una voz profunda y misteriosa, pero calma.

Los tres viajeros entraron a la tienda, y dentro de ella había una pequeña fogata central y numerosas decoraciones de diseños elaborados y diversos instrumentos musicales. Junto a la fogata, se encontraba el chamán de la aldea, quien era un hombre de avanzada edad, con cabello largo, que iba ataviado con una túnica de coloridos diseños geométricos y llevaba un tocado de plata sobre su cabeza.

― Así que vienes con compañía, mensajero...― dijo el chamán observando al tigre.

― Dinos, ¿Qué es lo que ves en el fuego? ¿Qué fortuna nos traerá el viaje? ― le preguntó Megrez al místico.

El chamán avivó el pequeño fuego que estaba enfrente suyo y echó unos polvos de pigmento ceremoniales sobre él, extendió los brazos en su dirección; y observó atentamente la llama, al igual que los tres viajeros.

―Niño, acércate -le dijo a Aliosha en un tono serio y oscuro.

―¿Eh? ¿Yo?― respondió el niño distraído y con algo de temor por el cambio en la voz del sujeto, y se acercó al mago mostrándole sus manos.

―Pequeño, sé que estás en un viaje y estás descubriendo muchas cosas apasionantes, pero debes seguir teniendo en cuenta que el peligro aún acecha. Lamento decirte, que tú y tu amiga no están a salvo aún. Estás rodeado de la gente correcta, pero su camino intentará ser desviado por una poderosa oscuridad de la que ya habrás oído, pero es más fuerte de lo que creen. Sigue a tu mensajero, niño -afirmó el místico, mirando fijamente a los ojos al adolescente y sosteniendo sus manos.

En el Palacio Real, las cosas andaban ajetreadas. Los preparativos de la fiesta y la creciente cantidad de prisioneros capturados eran dos de los asuntos que más ocupaban a los guardias, sirvientes y otro personal del lugar.

Ivar se hallaba en el Cuarto del Espejo, sentado en una silla, con una mano sobre su frente y observando el gran zafiro que colgaba de su collar, que era la fuente de su magia.

Se había propuesto acabar con los niños antes de que llegaran a Alioth. Había probado con su temible jauría, con jugar con su estabilidad emocional, de esperar que los propios peligros del bosque se salieran con la suya, pero esas opciones no habían dado resultado. El zafiro brillaba cuanto más se acercaban a su objetivo, y él trataba de sofocar aquel brillo, de usar su poder. De pronto, se le ocurrió otro sucio truco.

―Ellos no son indestructibles ―dijo él, levantándose de la silla y sosteniendo la joya en su mano, tan hermosa como peligrosa-Aún hay otras formas. Si mis perros no pudieron, entonces que la Tierra misma los aplaste.

《Por favor, basta ¿Qué es lo que haces con mi poder? Ya no puedo ver esto. Necesito escapar, estoy débil》una tenue voz sollozaba -como siempre- dentro de su cabeza. A él, no le importaba.

El monarca sostuvo la brillante piedra entre sus manos junto al espejo, que mostraba la silueta de un niño junto a un tigre y pronunció su hechizo, con sus ojos ámbar brillantes como la Luna llena-Где бы вы ни были, Земля должна содрогнуться! Где бы вы ни были, вы увидите конец!(*).-
― el collar se iluminó otra vez, pero con una luz oscura, como cada vez que él lo usaba.

Y donde estaban el niño y el tigre, y sólo allí, la tierra tembló.

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(*)Где бы вы ни были, Земля должна содрогнуться! Где бы вы ни были, вы увидите конец! (Gde by vy ni byli, Zemlya dolzhna sodrognut'sya! Gde by vy ni byli, vy uvidite konets!): "¡Donde quiera que estés, la Tierra debe temblar! ¡Estés donde estés, verás el final!"

(*)Kokoshnik: Tocado femenino tradicional de Rusia, utilizado mayoritariamente hasta el siglo XIX. Tiene una apariencia crestada o estrellada que puede ser redondeada o punteaguda. Suele estar decorado con perlas o joyas, y hoy en día su uso es más común en grupos folclóricos de baile.

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