Capítulo 2x18: Sobrevivir en el mundo, no es lo mismo que vivir en él.

Capítulo 2x18: Sobrevivir en el mundo, no es lo mismo que vivir en él.

Si sientes que todo perdió su sentido, siempre habrá un ¨te quiero¨, siempre habrá un amigo. - Emerson

Una semana viendo casas y combinando este trabajo con jugar a los arquitectos, hacía que me agotara antes de tiempo. Pero aún así, no conseguía dormir las noches de un tirón. En mis sueños siempre salía ella, alejándose cada vez más y más, como si el tiempo que pasaba, afectara a ese acto. Así que cuando despertaba, tan solo tenía una obsesión en mi cabeza, la casa de nuestros sueños.

Sabía que todo esto no era más que una gilipollez, quizás la gilipollez más grande que había hecho nunca, más incluso que la de irme de Nueva York sin ella. Esto podía hacer que la perdiera para siempre, si no la había perdido ya.

Todo lo que encontraba estaba entre dos grupos, por un lado estaban las casas que ni siquiera se acercaban a mis requisitos, y por otro lado las que se alejaban demasiado. Pero ninguna era la perfecta. Sabía que iba a ser muy difícil encontrar la exacta de mi mente, a no ser que la hiciera yo mismo.

¡¡Eso era!! Estaba encabezonado en encontrar una casa ya hecha y que se asemejara a lo que quería y lo que realmente debía hacer, era diseñarla y hacerla. Tenía los recursos necesarios en mi empresa, estaba seguro que me dejarían realizar el proyecto, y los planos estaban ya dibujados en mi cabeza, tan solo debía pasarlos a papel.

Trabaje toda la noche en los planos, en los materiales que iba a necesitar y en un presupuesto aproximado de lo que iba a costar, tendría que pedir un préstamo a algún banco, pero tampoco creía que fuese a ser una tarea imposible, no con mi reciente puesto y salario.

- Buenos días Marcos, ¿cómo va todo? – me saludó mi jefe con el primer café de la mañana.

Vale, estaba obsesionado con el tema, más que con lo que se suponía que debía estar obsesionado, que era mi proyecto por el que me pagaban tanto dinero. Pero la necesitaba, tenía la sensación de que llevaba semanas sin respirar, exactamente desde el momento en el que ella salió de la habitación del hotel.

Se lo conté todo a mi jefe, él ya sabía que había renunciado a algo para venir, pero no sabía a que y ahora estaba confesando mi obsesión.

- Todos los arquitectos nos obsesionamos con una casa a lo largo de nuestra carrera, no es tan raro. – dijo para darme ánimos. – Te propongo una cosa, ya que no quiero que desvíes tu atención del beneficio de la empresa. Entregarás los planos a un arquitecto de nuestro equipo y aunque supervisarás la construcción, dejarás que el equipo que asignemos a ese proyecto se encargue de todo.

- Aún necesito mirar el tema de la financiación. – dije sin poderme creer que me hubiese propuesto construir mi casa de la playa.

Pero había mas temas que debía mirar. ¿Y si Anne había sido admitida en aquella escuela? Nunca la dejaría para venirse conmigo ni yo se lo permitiría. Pero, ¿por qué no una relación a distancia? ¿por qué no propuse tal cosa hace semanas?

- Hablaré con algunos directores de bancos y les pediré que te hagan su mejor oferta. Luego tú podrás coger la que más te convenga, sin ninguna clase de compromiso. – dijo de repente.

Esto era demasiada generosidad de una empresa en la que apenas llevaba unos meses trabajando. Y con tanta generosidad, no podía evitar desconfiar.

- ¿Por qué? – pregunté como un desagradecido.

- Esperaba un gracias, pero supongo que debes saber el porqué de mi oferta desinteresada. – dijo con algo de indignación. – Y supongo que la respuesta no es tan desinteresada como crees. Te quiero en mi equipo, Marcos. Sé lo mucho que prometes y cuando seas un gran arquitecto, quiero que te sientas tan cómodo que no te veas tentado a irte a la competencia. En realidad, se le llama hacer una inversión de futuro y tú eres esa inversión.

Realmente me quedé sin habla. ¿Cómo había pasado de ser un camarero sin futuro a ser la inversión de una gran empresa de arquitectura? Tan solo me faltaba ella para estar completo al cien por cien y con todo lo que se había hablado aquí, sentía que estaba más cerca de tenerla.

~ ~ ~ ~

Una semana había pasado desde la visita de Sam, una semana de búsqueda de empleo e inspiración, pues aunque no hacía más que ver las páginas de vacantes, aún no sabía qué era lo que quería hacer con mi vida.

- Anne no te agobies. – me empezó a decir Jake cuando vio mi estado de frustración y desesperación. – Te considero muy valiente por haber sido capaz de dejar tu trabajo para ir en busca de algo que te inspire.

Ya habíamos hecho las paces, después de que le echara de mi casa por agobiarme con la prueba de acceso, y aunque no le había gustado la decisión que había tomado de no querer entrar en esa escuela, no le quedó más remedio que aguantarse.

Pero eso no hacía que me sintiera menos aprovechada.

- Necesito volver a pagarte el alquiler, Jake. Me siento una gorrona por vivir en tu casa sin darte nada a cambio. – cada día que pasaba, me arrepentía de haber dejado el trabajo y a la vez, me enorgullecía de mi misma por haber sido capaz de hacerlo. Era todo un lío. - ¿Y si nunca encuentro nada? Acabaré siendo una viejecita rodeada de gatos y viviendo en tu piso hasta que tus hijos quieran quedarse con tu herencia. Entonces me quedaré sin nada, tendré que vivir en la calle con ochenta años,…

- ¡Joder Anne! Si acabas de matarme. – dijo para que callara. – Además, ¿quién te dice que no morirás antes que yo? – preguntó en broma.

- Eres más mayor que yo y por estadística, los hombres viven menos que las mujeres.

- Uno, no soy mucho más mayor que tú. Y dos, con la cantidad de cosas por las que te preocupas, morirás de un infarto a los cincuenta. – Volvió a decir en broma, o quizás no… - ¿Pero sabes algo por lo que no debes preocuparte? (y ya no sé cuantas más veces tendré que decírtelo) Por el piso. Vivirás aquí hasta que encuentres un piso mejor que este, ¿lo has entendido? Y si sigues comiéndote la cabeza por eso, me obligarás a ponértelo a tu nombre.

- Pero… - intenté protestar.

- Pero nada. Y se acabó el tema. Ahora céntrate en lo que quieres hacer con tu futuro. – su voz era serio y pude ver en su mirada, como todo lo que había dicho, tenía intención de cumplirlo.

- Jake. – dije al final.

- ¿Qué?

- Gracias. – su mirada se endulzó un poco y hasta me dedicó una de sus mejores sonrisas. – Siempre has estado ahí y sin conocerme de nada, me abriste tu casa y tu amistad. Es lo más valioso que tengo ahora mismo, ¿lo sabes, verdad?

- Ya bueno… tengo una especial debilidad por las pianistas españolas. – dijo acercándose a mí.

Estábamos en el sofá de su casa, lo que conllevaba un sofá grande y amplio. Pero de repente estuvo tan cerca de mí, que podía sentir su respiración en mi cara. Mi corazón empezó a bombear sangre hacia mi rostro, haciendo que de repente hiciese demasiado calor en la casa. Tuve que cerrar las manos en un puño para evitar que viese el temblor y concentrarme en sus ojos, para intentar descifrar lo que había en ellos.

Podría haberme besado ahí mismo y lo hubiese permitido. Lo hubiese permitido porque en el fondo sabía que había sido bueno conmigo y porque no era uno de esos chicos a los que podías decirles que no con facilidad. Pero en lugar de eso y a pesar de que el deseo de sus ojos le pedían hacerlo, tan solo me abrazó ocultando su rostro en mi cuello.

Le devolví el abrazo en cuanto pude centrarme de nuevo en la realidad, en lo que es y no en lo que pudo haber sido, y agradecí el hecho de que Jake tan solo fuese mi amigo, pues de haber sido algo más, aunque solo fuese por esta tarde, era algo a lo que ambos nos arrepentiríamos mañana y eso podría hacer daño a nuestra amistad.

- Todo te irá bien, ya lo verás. – dijo de repente sin apartarse de mi cuello. – Y me tendrás a tu lado para verlo.

Pero para mí esa frase tuvo mucho más sentido de la que sé que me quiso dar, o quizás no, quién sabe. Pero tras oír ese “todo te irá bien”, mi mente se alejaba mucho del ámbito profesional, en ese “todo” incluía todo, incluso aquello en lo que me había prohibido pensar, pues cada vez que el recuerdo de su rostro, el de sus caricias o incluso el de sus labios, llegaban a mi mente, hacía que sintiese que no podía respirar, que la vida sin él, tan solo era una forma de sobrevivir en este mundo y no en vivir.

Mi mente no ideaba un futuro feliz sin él a mi lado y eso era horrorosamente doloroso, pues ese era el futuro que me esperaba, me gustara o no.

El timbre de la puerta sonó y recordé el motivo por el que estábamos en su casa, hacía una semana desde que había visto a Sam, pero también hacía una semana desde que hice las pruebas para la Julliards y hoy era cuando salían los resultados. Sabía que podía verlos por la web, pero también hoy era el último día de Joey en la ciudad y habíamos quedado para ir juntos a ver los resultados en el tablón de anuncios. Y por supuesto, Jake se había apuntado.

No era la primera vez que se veían Jake y Joey, ni la segunda tampoco, es más, se habían hecho bastante amigos también en esta semana que hacía que le conocía. Yo le llamé al día siguiente de la prueba y desde entonces y dado que ya no tenía nada que hacer, habíamos estado quedando todas las tardes. Unas veces hacía de guía turística para él y para su familia, que habían venido con él para apoyarle, y otras veces nos quedábamos en mi casa tocando juntos, yo al piano y él al chelo, y la verdad era que hacíamos buena pareja juntos.

- ¿Qué me tenéis preparado para hoy? Es mi última noche. – dijo entre eufórico y triste. Yo tampoco quería que se fuera.

- Bueno, dado que tienes dieciocho años y que no puedes entrar en los bares, hemos pensado montar una fiesta aquí. ¿Qué te parece? – contestó Jake emocionado.

- No sé si mis padres… - empezó a decir él.

- No será un desmadre, Joey, en el fondo somos responsables. – dije yo antes de que Jake le reprimiera por ser un crío. – Será algo tranquilo y divertido, hasta había pensado que podíamos tocar un poco. Por supuesto, tus padres pueden venir.

De reojo vi la mirada de Jake y su frustración ante mi propuesta, pero ¿qué esperaba? Tenía dieciocho años recién cumplidos, había venido a una ciudad desconocida para él, con su familia, y estaba segura que esta no le dejaría estar hasta tarde. Al fin y al cabo, eran padres.

- Les encantará la idea. – dijo emocionado. – Y ahora qué, ¿vamos a ver nuestra negativa de la Julliards? – dijo eso último más emocionado aún.

- Por supuesto.

No tardamos mucho en llegar y durante el camino, Jake había ido protestándome por lo bajini para que Joey no se enterara, pero tenía que comprenderlo, los padres normales se preocupan por sus hijos.

- Qué tus padres te dejaran con la Babysitter para que ellos pudieran salir a divertirse, no significa que el resto de padres lo hagan. No todos hemos tenido una niñera. – le reproché en una ocasión para que me dejara tranquila.

- ¿Tú no has tenido niñera? – preguntó con una sincera sorpresa.

A lo que yo solo pude contestar con una risa sarcástica, no iba a ser yo la que le explicase el significado de familias de clase obrera-trabajadora.

Llegamos a la Julliards y el hall de entrada estaba repleto de adolescentes, la mayoría llorando a lágrima suelta y unos cuantos, los que más ruido hacían, saltaban por haber sido admitidos. Hoy no solo habían puesto la lista de los músicos admitidos, sino de los bailarines e intérpretes también, de ahí que hubiese tanta gente.

-  ¡Mira! - dijo Joey consiguiéndose meter entre un grupo de niñas que lloraban. – Esa es nuestra lista.

Me acerqué y busqué primero a Joey, por alguna razón sentía algo de miedo por lo que me pudiesen decir.

Joey Calaham, no admitido.

No se podía decir que me sorprendiese, pero tenía la esperanza, que al haberle visto tocar y descubrir que era realmente bueno, le admitiesen y él aceptase como su gran oportunidad. Pero supongo que para entrar en la Julliards no solo hacía falta ser bueno, sino tener el compromiso y la dedicación que requería tanta exigencia.

- Anne, ¿te has visto? Eso es muy raro… - dijo de repente Joey, haciendo ver lo poco que le importaba no haber sido admitido.

Pero su frase había despertado la curiosidad que había en mí y me había quitado el miedo a saber que opinarían de mí.

Anne García, ****

- ¿Qué significan los asteriscos? – pregunté confusa.

Era la única que tenía cuatro asteriscos donde debía estar el “no admitido” o el “admitido”. Ninguno de los demás nombres, ni siquiera el de las otras listas, lo tenían. Entonces lo vi, estaba al pie de nuestra hoja, tan solo en nuestra hoja, y parecía una leyenda de una gráfica.

“****: Las personas que tengan este símbolo en su casillero de resultados, diríjanse al despacho del director Lanstraud en horario de tarde.”

Volví a mirar todas las tablas, solo que esta vez con impaciencia. De los más de setenta nombres que podía haber entre todas las listas, yo era la única que tenía esos asteriscos, por lo que ese mensaje iba solo dirigido a mí, tan solo a mí. Pero ¿por qué?

- ¿Quién es el director Lanstraud? – preguntó Jake a mi espalda igual de sorprendido que yo. - ¿Y por qué solo quiere verte a ti?

Él también había llegado a la misma conclusión que yo, ese mensaje iba para mí y solo para mí.

- ¿No sabes quién es el director Lanstraud? Es uno de los jefazos de esta escuela, por no mencionar que fue uno de los mejores bailarines de ballet que hemos tenido en nuestro país. – dijo Joey medio efusivo, medio indignado porque Jake no supiese quien era. – Se retiró hace unos cinco años para dedicarse a la enseñanza.  

De repente tanto la mirada de Jake como la de Joey, se centraron en mí. Me miraban como esperando algo de mí, solo que yo había entrado en una especie de parálisis producida por el terror. Gerard Lanstraud había sido el más simpático de todo el jurado, él único que no me había mirado con prepotencia y por encima del hombro, pero aún así, acabó confesando que no le gustaba que le hicieran perder el tiempo y mi audición había sido eso, una pérdida de tiempo.

- ¡Anne! ¿Se puede saber a qué estás esperando? – me preguntó Jake zarandeándome ligeramente para que espabilara.

- ¿Qué creéis que querrá? – pregunté con un extraño tono agudo en mi voz.

- Lo sabremos cuando salgas. – dijo Joey empujándome hacia la puerta de entrada del edificio.

Empecé dando pequeños pasitos hacia la puerta y acabé casi corriendo para llegar cuanto antes, como si llegase tarde a una cita programada, solo que no era ninguna cita, pues nadie me había citado a ninguna hora, tan solo me habían pedido que me pasara por su despacho. Todo era muy raro.

- Disculpe, - dije llamando la atención de lo que parecía ser una alumna veterana. - ¿dónde puedo encontrar el despacho de Gerard Lanstraud?

La chica se sorprendió de mi pregunta y pareció dudar si contestar o no, supuse que no solían entrar preguntando por el despacho del director, pues si habías quedado con él, ya sabrías donde ir y si no lo sabes, quizás fuera porque no habías quedado con él o eras una alumna despechada.

Pero al final hizo un movimiento con los hombros y dijo:

- Segunda planta y al final del pasillo. Ahí están todos los despachos.

- Gracias. – solo que ese gracias se lo dije a su espalda, pues en cuanto me dio las indicaciones, se fue sin decir nada más.

Subí a la primera planta y crucé todo el pasillo, dejando a mi lado impresionantes salas de baile, con las paredes recubiertas de espejos, o salas repletas de instrumentos musicales, habitaciones de sonido que estaban insonorizadas,… Y tras tardar más de lo normal en cruzar ese pasillo, llegué a una zona algo más oscura y llena de puertas de despachos.

Estaba el despacho de secretaría, de contabilidad, de varios directivos y ya el último, el de Gerard Lanstraud. Llamé un par de veces con los nudillos y abrí la puerta una vez escuché la orden de que entrara.

- Buenas tardes. – dije con esa voz aguda que ya me había salido abajo. – Soy Anne

- Ya ya, sé quién eres Anne. – dijo interrumpiéndome. – Dame un minuto y ahora salgo.

No me había dado cuenta que estaba al teléfono, por lo que acepté con la cabeza y volví a cerrar la puerta. Esperé durante un minuto y durante alguno más y al seguir escuchando voces en su despacho, señal de que seguía hablando con alguien, decidí esperarle en la zona de las salas de baile y música.

En una de las salas estaban dando ballet, lo que hizo que me quedase embobada viendo sus giros, su sincronización, su armonía,… pero sobre todo, dejé que la música que sonaba de fondo se integrara con el baile y me llenaran como solo la música sabía hacer. Era increíble verlo y me arrepentía de no haber querido formar parte de esto.

- ¿Qué te parece? – preguntó Gerard Lanstraud a mi espalda provocando que el corazón se me subiera a la garganta. – Perdón, no quería asustarte.

- Es… precioso.

- ¿Qué es lo que más te gusta de lo que ves? – dijo apoyándose en la pared y mirando la clase con un brillo especial en su mirada.

- Es como si sus cuerpos fuesen una nueva nota musical. Hasta ahora, esa pieza de música había estado completa para mí, pero al verles moverse al ritmo de esa canción, siento que esa pieza nunca ha estado completa del todo y ellos son la partitura que faltaba.

El silencio pareció reinar entre los dos, él me miraba con mucha curiosidad y yo me moría de vergüenza por haberle hablado con tanta claridad y en cierto modo, con tanto romanticismo. Me sentía estúpida.

Pero entonces él recitó mis propias palabras y el hecho que las recordara al dedillo, me hizo sentirme más segura y cómoda a su lado.

- “Hay una clase de locura que te hace sentirte alegre y triste a la vez, esa que te hace ver que has vivido algo increíble, pero que has tenido que perderlo. Una locura de amor.” – Esa fue la definición que le di a la pieza que toqué el día de la prueba. – Realmente me sorprendiste con esa descripción de tu música, pero no fue hasta que dijiste: “Lo que vende es la fama y yo no la quiero.”, cuando supe que estábamos en el mismo barco.

- Bueno, espero que me disculpe pero, usted alcanzó la fama mundial. Yo tan solo he conseguido cambiar de país.

- Espero que a partir de hoy puedas llamarme Gerard y no tratarme de usted, no soy mucho más mayor que tú. – dijo criticando mis buenos modales. Pero era cierto, con su pelo alborotado y el brillo que desprendían sus ojos al ver aquellos alumnos bailar, le hacía parecer lo joven que realmente era, algo más de treinta. – La diferencia que hay entre yo y el resto de los alumnos de esta escuela, - continuó diciendo. – es esa frase. Yo nunca quise la fama y quizás por eso la alcancé. Me centré en mi baile, en lo que realmente me gustaba, disfrutaba haciéndolo tanto como disfruta un niño con un balón nuevo. El baile es mi pasión y no mi trabajo.

- ¿Quieres decir que los alumnos de esta escuela buscan más la gloria que el amor a la música? – pregunté no del todo confusa, pues aún recordaba a aquella chica que estaba con nosotros en la audición y que creía que sería su eterna rival.

- En parte es culpa nuestra. – dijo apagando el brillo de sus ojos. – Nosotros somos los que ponemos esos niveles tan altos de exigencia, los presionamos para ser los mejores, solo admitimos a los mejores. No es de extrañar que sus metas se vean desvirtuadas al crecer, que no vean esto con la hermosura que realmente es y sufran por no conseguir ser los mejores, los números uno. ¿De qué sirve ser el número uno en algo que acabarás detestando?

Intentaba ver las cosas como él me las decía, pero me era muy difícil de creer que esos bailarines, que se sincronizaban a la perfección con sus compañeros y con la música, estuviesen compitiendo a muerte entre ellos, que se llegasen a odiar por no ser los mejores de los mejores.

Pero mientras los miraba en silencio, otra pregunta llegó a mi mente, invadiendo todas las dudas que él había generado sobre aquellos chicos.

- ¿Qué tiene todo esto que ver conmigo? ¿y por qué no tengo un “no admitido” en la lista? – era por lo que había venido aquí y aunque resultaba agradable estar con él y hablar sobre la profundidad de la música, necesitaba saberlo.

- No tienes un “no admitido”, porque si que estás admitida. – dijo como si nada.

¿Admitida? ¿yo? ¿pero por qué? Si ni siquiera quería entrar en esta escuela…

- Tienes todo lo que hay que tener  para estar aquí, eso ya se te dijo el otro día. – dijo intentando explicarse. – Solo que me gustaría que no aceptaras.

- ¿Por qué no? – no es que tuviese intención de hacerlo, pero quería saber porque él no quería.

- Porque me gustaría realizar un proyecto contigo. Aunque si aceptaras, reconocería que te estoy pidiendo más de lo que se le suele pedir a un desconocido.

¿Un proyecto? ¿conmigo? Si apenas me conocía…

- Y… ¿vas a decirme de que va? – dije medio riéndome, medio asustada.

- Quiero formar la Gerard School Musical. Una escuela donde solo podrán entrar los que realmente muestren pasión por lo que hacen. Porque soy de los que piensan que si tienes pasión, la técnica no tardará en llegar.

La Gerard School Musical. Había que reconocer que tenía gancho como nombre y en cuanto la gente supiese que el mismísimo Gerard Lanstraud era el director, la gente haría cola para entrar.

- ¿Y qué esperas que haga yo?

- Anne, tú tienes esa pasión. La he visto cuando tocas y la veo cuando hablas de música, o incluso cuando ves danza que ni siquiera entiendes. La pasión siempre la tienes ahí. – Hablaba con tanta efusividad, que acabó colocándose delante de mí y agarrándome de las manos. – Además, soy el indicado en el baile, pero de instrumentos ando un poco flojo.

- Pero yo no sé…

- Lo sé. Los primeros años tendrás que prepararte, conozco varias escuelas que te enseñarán a enseñar. – dijo sabiendo cuales eran mis miedos. – Y además, no necesitas saber todos los instrumentos, para eso ya habrá más profesores. Solo necesito que muestres esa pasión a los alumnos y que la contagies.

Las manos me sudaban, el corazón me latía a mil por hora y sentía que iba a hiperventilar en cualquier momento. Y a pesar de todo, sabía que mi respuesta sería sí. ¿Qué tenía que perder? Nada ¿y qué ganar? Todo. Tan solo había algo que pudiese ser malo, y es que acabase resultado no ser mi destino tampoco, pero estaba claro que si no lo probaba, nunca lo sabría.

- ¿Y la Julliard? ¿Qué opina de que montes otra escuela?

- Soy directivo de la empresa, lo que hace que no puedan echarme. Tan solo dejaré de ejercer como profesor aquí, para hacerlo en la Gerard. – entonces hizo una pausa en la que supe que ahí podría llegar el gran pero. – Tan solo me han puesto una condición para no hacerme publicidad negativa antes de empezar.

- ¿Y qué condición es esa? – pregunté impaciente.

Hasta ahora no había visto ningún pero, tan solo el hecho de que pudiese no ser mi camino tampoco, pero eso era algo que aún no sabía. Y estaba convencida de que lo que iba a decirme a continuación, iba a inclinar esa balanza hacia alguno de los dos lados.

- Tengo que alejarme lo más posible de la Julliard. – le miré sin comprender, o quizás sin querer comprender. – Los ángeles o San Francisco serían un buen lugar.

- ¿San… San…?

- Sí Anne, la costa oeste, San Francisco, el puente del Golden Gate,… ¿te suena? – ni siquiera esperó a que contestara para seguir hablando. – En realidad creo que es la mejor opción, Los Ángeles está colapsada entre tanto actor y actriz. San Francisco es más puro en ese aspecto.

¡Dios mío! San Francisco, ¿acaso no había más ciudades en el mundo? San Francisco era conocida por muchas cosas, pero entre ellas destacaba la cantidad de arte que había por todos lados, galerías, escuelas de danza, música,… era como el paraíso para alguien amante del arte y eso hacía lógico la elección de esa ciudad. Pero, ¿por qué? ¿por qué todo me tenía que pasar a mí?

- ¿Y bien? ¿qué dices? – insistió.

- Puedo… ¿puedo pensarlo?

Pareció sorprendido y no era para menos, me ofrecía una oportunidad única en la vida, una oportunidad que hacía que mi ingreso en la Julliard quedara en nada. Y aún así, yo tenía que pensarlo.

Él estaba allí. Él, el que había desaparecido de la faz de la tierra, el que había prometido que daría señales de vida y ya habían pasado más de tres semanas y aún no sabía si había llegado bien. ¿Y si aceptaba el puesto y me le encontraba por la calle? ¿qué le diría? No, no te estoy siguiendo, es que enseño música en la Gerard. ¿Y qué por qué no te he llamado? Pues porque ni siquiera me escribiste para decirme que tal estaba.

- Claro Anne. Ten, esta es mi tarjeta. – dijo entregándome el cartoncito clásico con una J grabado en oro. – Esperaré tu llamada. Pero mientras piensas, yo he de seguir con el proyecto. Así lo tendré más avanzado por si dices que sí.

Pero mi mente aún seguía bloqueada en esa ciudad, en la cantidad de personas que debían vivir en ella y en lo imposible que resultaría cruzarse, más sobre todo si no te mueves en los mismos mundos.

- Te llamaré, ¿de acuerdo? – dije al cabo de demasiados segundos.

- Te esperaré.

Entonces me abrazó con ternura y se fue dirección a su despacho, dejándome como un autentico flan de sentimientos, haciendo que toda la hermosura que había a mi alrededor, quedara en nada tras los gritos de mi mente. San Francisco, tenía muy claro que acabaría cogiendo esa ciudad.   

Bajé como pude y en cuanto Jake vio mi cara, corrió a mi encuentro con semblante muy preocupado, ¿qué estaría viendo en mi rostro para preocuparse tanto?

- ¿Qué ha pasado, Anne? – preguntó al final Joey.

Pero yo no le miré a él, sino a Jake, ya que sabía que él sería el único que entendería lo que me estaba pasando.

- Me ha ofrecido trabajo en una nueva escuela de música, La Gerard School Muscial. – dije en apenas un susurro.

- Pero eso es estupendo, Anne. – volvió a hablar Joey y yo seguí sin mirarle a él.

- Y tiene muchas probabilidades de ser en San Francisco.

Y ahí estaba, el rostro de Jake que confirmaba que entendía lo que me pasaba, que sabía que imagen no dejaba de invadir mi mente. Marcos.

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Como decía la canción.... "La vida te da sorpresas, sorpresas te da la vida...." jajajajaja!!

Sé que me quedó muy largo el capi, al menos más de lo normal en esta historia, pero es que necesitaba contarlo todo así... con sus sentimientos y demás.... jajaja!!

Capítulo dedicado aaaaa..... Itsvalentiinaa. ¡¡biieennn!! jajaja!! gracias por tu apoyo y espero que te haya gustado :D

Y ya saben, sin más dilación, pulsen la estrellita si les ha gustado y comenten lo que les plazca.

Abrazos enormessss :D 

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