Octubre, 1963

«Dejar ir tu recuerdo parece una hazaña imposible; no quiero, no deseo, aceptar que tengo que vivir la vida sin ti...»

El aire desprendía un olor a pan tostado y mantequilla, podían escucharse al fondo los cubiertos chocando con la porcelana fina de la vajilla. La mantelería con tonos rojizos y sillas de caoba le daban un panorama elegante al lugar, elegante y costoso. Ese no era, en lo absoluto, su ambiente.

—Adora, ¿te encuentras bien? —preguntó su prometido, con una mirada insistente.

La rubia quiso negar, sentía el estómago revuelto, entre más le daba vueltas al asunto, más real se volvía. Prefería ignorar que estaba en ese lugar para celebrar el inicio de su compromiso con él. «No, estoy a punto de vomitar», quiso decir, pero la oración permaneció atascada en su garganta.

—Sí —mintió—, este sitio es increíble.

—Bastante elegante —reafirmó su madre, tomando con fuerza su muñeca para que dejara de forzar su sonrisa—, te agradecemos la invitación.

—Es lo menos que podía hacer por mi futura esposa —respondió él, a la par que empujaba la silla en la que se había sentado la muchacha.

A los pocos segundos un joven mesero se acercó a tomar su orden, mientras él se retiraba con la comanda hecha, las luces del establecimiento se oscurecían gradualmente, dejando únicamente el escenario frente a ellos encendido.

Un silencio expectante y luego el comienzo de una melodía dulce y ligera, seguida por la voz femenina más hermosa que hubiese escuchado jamás. Adora levantó la vista para toparse con los ojos heterocromáticos detrás del micrófono. Cruzaron miradas y, por un segundo, todo alrededor de la rubia desapareció en la melodía de su voz y el brillo de sus ojos delineados por la genética.

La chica sobre el escenario contorneaba su cuerpo al compás de la canción, sus ojos brillaban ante los reflectores, pero Adora estaba segura que su sonrisa era lo que realmente iluminaba todo el lugar.

Para cuando lo notó, la presentación había terminado y aquella joven volvía tras bambalinas, Adora aplaudió por mera inercia, pero la curiosidad le movía la cabeza de un lugar a otro para intentar encontrarla entre la multitud, sin éxito. ¿Por qué estaba buscándola con tanta desesperación? ¿Qué era lo que había en esos ojos bicolores que la hicieron prendarse de ella?

Su acompañante sujetó su mano, tomándola por sorpresa, y le dio un beso. Adora sintió un escalofrío desagradable, como cuando escuchas el chillido de un tenedor rasguñando cristal. Con reserva, para evitar ser grosera, retiró su mano de entre sus dedos.

—Iré por un trago —anunció, evitando la mirada inquisitiva de su madre—, vuelvo enseguida.

Caminó a través de las mesas y los comensales con ropas elegantes y vestidos finos. Se sentía tan desubicada, sabía que no pertenecía a ese mundo y no tenía deseo alguno de hacerlo, pero las circunstancias la habían superado. Se acercó a la barra, tomando asiento frente a esta. Eligió un trago de entre los varios que se leían en la carta y le dio un sorbo en cuanto lo tuvo frente a ella, frunciendo el ceño al sentir el sabor acibarado rozando su lengua.

Escuchó una carcajada a su costado.

—¿No es un poco fuerte para comenzar?

La joven cantante de hace rato se encontraba sentada a la barra, junto a ella. Un vestido negro delineaba su figura, mientras parecía disfrutar con mofa de los gestos que Adora hacía.

—¿Cómo dices? —preguntó la rubia.

—El whisky. —Señaló el trago de la muchacha con la mano con la que sostenía el suyo—. ¿No es un poco fuerte para alguien de tu... clase?

La manera en que había enfatizado la última palabra la hizo sentir increíblemente incomoda. Adora no era de clase alta, trataba de aparentarlo porque eso se esperaba de ella, pero ni siquiera la misma rubia se hubiera tragado ese cuento.

—Te sorprendería lo acostumbrada que estoy a los tragos fuertes —respondió, aclarando la garganta.

La morena soltó una carcajada, nuevamente.

—Apuesto a que sí —sostuvo la mirada con una sonrisa—. Me llamo Catra.

Los ojos de Adora pronto quedaron perdidos en la manera en que jugueteaba con sus cabellos castaños entre sus dedos. Estuvo a punto de abrir la boca, pero la voz de su prometido se interpuso ante su deseo:

—Adora —llamó él. Se acercó hasta ella, colocando su abrigo sobre sus hombros desnudos—. Es hora de irnos, cariño.

La joven frente a ella parecía decepcionada, Adora se moría de vergüenza mientras tomaba la mano de su pretendiente para ponerse de pie. Volvió su atención hasta ella, fija en su rostro desilusionado.

—Un placer, Catra —le dijo—. Tienes una voz fascinante.

Un tenue sonrojo entintó las mejillas de la chica y le devolvió la sonrisa.

—Te lo agradezco —respondió—. Espero verte en la próxima presentación, Adora.

La rubia asintió mientras se alejaba, había quedado muda ante la pronunciación de su nombre salido de sus hechizantes labios rojos. Llevaba en su rostro una sonrisa imborrable, que trataba desesperadamente de ocultar a los ojos de sus acompañantes; pero era imposible, sentía la emoción floreciendo desde el interior de su pecho, una emoción que nunca antes había experimentado por absolutamente ninguno de sus antiguos compañeros.

Aquella noche volvió a casa con el corazón acelerado y unas ganas incontenibles de volverla a ver.

Adora pasó una semana entera, que se sintió eterna, sin lograr salir de casa. La boda estaba cada vez más cerca y los preparativos debía llevarlos ella junto a su madre: las flores, los invitados, la cena... todo eso solamente lograba revolverle el estómago. Ni siquiera había sido capaz de mirarse al espejo el día que tuvo que probarse el vestido de novia, aquel que se sentía como una pesada prisión de telas y encajes costosos.

Glimmer, su hermana menor, estaba incluso más emocionada que ella.

Adora, en realidad, solo quería salir corriendo.

—¡Debes estar maravillada! —exclamó Glimmer, sobreponiéndose el vestido de novia frente al espejo—. Casarte con un ex marine que te tratará como a una princesa toda tu vida, ¡es como un sueño!

Adora soltó un suspiro pesado, mientras fijaba la vista en el ventanal a su lado.

—O una pesadilla... —susurró.

Paseaba la mirada de un punto de la calle a otro, cada persona que transitaba por la acera era inspeccionada a detalle por ella. De alguna forma, buscaba en cada joven a aquella chica de la otra noche. Catra... su nombre que se sentía como una embriagante vibración entre sus labios cada vez que lo pronunciaba.

Glimmer aclaró la garganta para librarle de sus equívocos pensamientos y la miró confundida, Adora le devolvió una sonrisa para eximirla de sus preocupaciones, sabía que deseaba lo mejor para ella, pero ni siquiera imaginaba que, desde que se comprometió, la rubia se sentía cada vez más sola y aislada del mundo.

Cuando su padre murió en aquel accidente, ellas quedaron desprotegidas ante los problemas financieros que pronto comenzaron a consumirlas, era cierto que la primera intención de su madre al comprometerla fue la de tener una mejor estabilidad económica para las tres. Sin embargo, y a sabiendas de que ayudaba a su familia con su matrimonio, no podía evitar sentir que todo eso era superior a ella; anhelaba desde lo más profundo de su ser una compañía que se sintiera real... alguien que, con el simple hecho de pronunciar su nombre, la hiciera explotar de emoción.

La voz de Catra volvió a aparecer dentro de sus recuerdos, como un susurro que apenas alcanzó a oír entre los ruidos del exterior. Debía averiguar qué era lo que estaba sucediendo dentro de sí desde que la escuchó cantar, pero para hacerlo... tenía que verla de nuevo.

—Glimmer —la llamó—, necesito tu ayuda... ¿podrías cubrirme esta noche con mamá? Prometo compensártelo.

Glimmer examinó su gesto con la mirada, tratando de encontrar la razón a tanto misterio, pero también sabía que solo se lo diría hasta que ella misma estuviera segura de lo que pasaba... y, honestamente, no parecía estarlo.

Terminó accediendo, un tanto dudosa. Adora le agradeció con un abrazo y corrió hasta el armario, debía alistarse antes de que su madre volviera del trabajo, si no lograba salir de casa antes de toparse con ella, sería una lluvia de cuestionamientos que, genuinamente, quería evitar.

El sol apenas comenzaba a ocultarse para cuando volvió a aquel restaurante. Sin detenerse, se dirigió hasta la barra donde había visto a Catra la última vez; ella ya estaba sobre el escenario, lucía mucho más brillante que la otra noche; en cuanto se percató de su presencia pareció sonreír mientras sus labios seguían entonando su canción.

Cuando el show terminó, Catra corrió hasta la barra, sin siquiera detenerse a cambiar su vestuario o recobrar el aliento.

—Creí que ya no vendrías —esbozó con una sonrisa.

—Otra vez vuelves a subestimarme —respondió Adora, engreída.

La morena tomó su vaso, removiéndolo incansablemente para esconder su mirada en él. Volvió su atención hasta la otra, observando a su alrededor con curiosidad.

—¿No viene tu esposo contigo?

—Mi prometido —aclaró Adora—. No.

Catra volvió a dibujar una sonrisa con un ligero tinte de picardía en ella. Algo en Adora también había captado su atención desde el instante cero; pero, a diferencia de la rubia, Catra sabía perfectamente de lo que se trataba, de lo que en ella había despertado.

—Para ser una futura novia no luces muy emocionada —dijo, sin mirarla.

El trago de vino se atascó en la garganta de Adora, ¿era tan obvia de que todo en ese dichoso matrimonio no era más que un fraude? Para ser sinceras, Adora estaba segura de saberlo disimular adecuadamente. Tal vez estaba siendo más evidente de lo que creía, o tal vez... simplemente se mostraba más sincera cuando Catra estaba cerca.

Lo cual parecía extrañarla, no llevaban prácticamente nada de conocerse y, sin embargo, junto a Catra parecía sentirse más libre que con las demás personas de su círculo social, un círculo social que su propia madre había diseñado para ella.

—¿Sabes mucho de eso? —preguntó. Carcomida por la duda del estado civil de su nueva compañera de copas.

Catra soltó a reír y dio un trago a su bebida, negando con la cabeza.

—Yo estoy soltera —dijo.

El corazón de Adora palpitó con fuerza, tuvo que sonreír para disimular su nerviosismo y el pánico que sentía de que Catra pudiera escuchar el ruido que nacía desde su pecho. Se suponía que la rubia había vuelto a averiguar qué era lo que la conectaba a ella que le ponía el mundo de cabeza, pero cada vez que sus ojos se fijaban en Adora, con esa sonrisa tan deslumbrante, era como si su cuerpo decidiera, simplemente, dejar de funcionar.

—Entonces... —carraspeó—, ¿qué es lo que sueles hacer durante tu tiempo libre?

—Me gusta observar la ciudad —respondió Catra—, desde la Colina Elberon. —Sacó una postal vieja y doblada de la cartera que llevaba consigo, detrás se observaba la foto de la Colina con el atardecer de fondo—. Solía ir mucho allí con mi madre, antes de que muriera...

—Lo lamento... —masculló Adora, con la voz apagada—. Mi padre también falleció hace unos años.

Catra la miró con una sonrisa ladina, no era su intención llevar la conversación hasta un punto tan deprimente. Chocó su vaso con el suyo.

—Entonces brindemos por los que se fueron —enunció—. Y por los que nos quedamos... —tomó un pequeño trago—, me pregunto quién estará peor.

—Nosotros —sonrió Adora, sin pensarlo mucho.

Catra se echó a reír. La facilidad con la que Adora, ya un poco borracha, hablaba tan genuinamente le resultaba adorable.

—¿Lo crees? —preguntó, con ironía.

—Al menos ellos están en un tipo de Paraíso, ¿cierto?

La morena permaneció pensativa un segundo.

—Mi madre no —afirmó, un tanto amarga—. Y puede que yo tampoco vaya a uno.

Adora se mantuvo enmudecida ante tal proclamación, ¿qué podría ser aquello tan malo como para ponerla directo en el infierno?

—¡No puedes saberlo! —aseguró—. Yo creo que tú, más que nadie, mereces ir al Paraíso. Si es que existe uno, claro.

—¿Por qué lo dices con tanta seguridad?

«Porque, en cuestión de ángeles, tú eres lo más parecido a uno...», pensó Adora, casi por instinto, pero cerró la boca antes de arrepentirse por hablar de más. Tomó una bocanada de aire y siguió.

—Porque... —balbuceó—, pareces una buena persona.

Justo en ese momento se sentía el ser más estúpido sobre la Tierra, pudo haber mencionado tantas diversas razones y decidió tomar la más simple de todas.

—No me conoces lo suficiente para decir eso —siguió Catra.

—Creo que al menos lo intentas, eso ya es un punto a tu favor.

—Sí... —sonrió la morena—, lo he intentado; pero aún hay una cuestión que no me permitirá jamás llegar al cielo.

—¿Cuál cuestión?

Catra se recargó sobre su asiento y le sonrió apenas.

—Tal vez algún día lo sepas. —Volvió a erguirse, dispuesta a cambiar el punto de la conversación—. ¿Y tú? ¿Cuál es tu historia?

Adora suspiró con pesadez, ¿por dónde comenzar su historia? ¿Por dónde iniciar algo que ella misma anhelaba desesperadamente por terminar?

—Problemas financieros, un padre muerto y una propuesta de matrimonio bastante conveniente —respondió con sorna, burlándose de su propia vida y de las circunstancias que la habían llevado hasta ahí.

—¿Conveniente para quién?

—Para mí no, al menos.

Catra se encogió de hombros.

—Tal vez debería hacer lo mismo que tú: buscar un tipo rico que solucione mi vida, en lugar de cantar cada noche en este sitio —dijo. Adora levantó una ceja, ligeramente indignada—. Es broma.

La morena le soltó un codazo en la costilla, leve, pero con la suficiente estática para hacer saltar a Adora al sentir la corriente eléctrica atravesando su cuerpo.

La rubia tomó su vaso de la barra, pero las manos la traicionaron y derramó el vino sobre su vestido. Se levantó ante el tacto frío del líquido. Catra reaccionó de inmediato, sacando un pañuelo limpio que llevaba escondido en su escote, Adora se sonrojó, embobada, en cuanto vio que limpiaba la mancha con él.

Sin embargo, por más que la joven frotara el húmedo sitio de la falda de la rubia, la mancha no parecía desaparecer, cada intento era inútil.

—No saldrá fácil... —mencionó.

Adora apenas pudo escuchar lo que dijo, en ese preciso instante no sentía absolutamente nada, su corazón se encontraba frenético y ella demasiado nerviosa. Catra levantó la vista hacia ella, sus ojos azul y miel se escondían entre sus cabellos castaños humedecidos por el sudor. La rubia desvió la mirada al techo, ocultando el calor de su rostro.

—En mi camerino tengo uno muy parecido —recordó la castaña—, puedo prestártelo para que lleves este a la tintorería, sin levantar sospechas.

—¿S-Sospechas?

Catra se puso de pie, peligrosamente cerca de ella, achicando el trecho entre sus rostros. Adora pudo percibir su perfume floral entrando por sus fosas nasales, sintió el deseo de apresar ese aroma en lo más profundo de sus recuerdos.

—Sí, ya sabes —sonrió Catra, dando un último trago a su bebida—. De que estuviste conmigo.

«De que estuviste conmigo», esa última frase hizo que la cabeza de Adora le explotara, ¿cómo es que alguien que llevaba dos días de conocer acababa de nublar su cordura y estabilidad con solo cuatro simples palabras?

Catra tomó su mano para guiarla hasta el fondo del restaurante, atravesando el escenario y unos cuantos corredores oscurecidos. Los camerinos se encontraban al fondo, el de Catra era el último; la última puerta, del último corredor.

Dentro, solo había un tocador iluminado por unas pocas luces cálidas, un sofá de tres plazas y un perchero de acero a través del cual se extendían al menos una docena de vestidos distintos. El lugar olía a ella, Adora había estado percibiendo su olor sin percatarse de lo dulce que era y como lograba llenar una habitación entera con su simple presencia.

—¡Este! —anunció Catra, sacando un vestido de entre el montón—. Te quedará perfecto, creo que es de tu talla. Ahora solo tienes que...

Se detuvo de inmediato, al caer en cuenta de lo que seguía en su pequeño y mal elaborado plan. Adora pudo advertir un ligero sonrojo que fue haciéndose gradualmente más intenso. Palideció después de notarlo: ¡¿cómo iba a desvestirse justo ahí, frente a ella?!

—Si te hace sentir más cómoda... puedo no mirar —dijo Catra, al notar el temblor en sus manos.

Estiró el vestido mientras miraba hacia el techo, ruborizada aún. Adora tomó la prenda, rozando sus dedos con los suyos, su calidez la hizo erizar. Comenzó a desabotonar el vestido para sacarlo por su cabeza. En cuanto lo intentó, algo lo retuvo en su cuerpo, tiró tan fuerte como pudo, pero un ruidito extraño anunció que, si seguía ese camino, terminaría rompiéndolo.

—No, no, no... —maldijo en voz baja. Volvió a descender el vestido a su posición natural, tentó a ciegas su cuello, notando que el colguije de oro que su prometido le había regalado, se enredaba entre sus cabellos y unos pocos hilos sueltos del cuello de la prenda—. No puede ser...

—¿Está todo bien? —preguntó Catra, aún sin mirar.

Adora permaneció inmóvil, avergonzada de no saber cómo salir del hoyo que ella misma había cavado. Trató desesperadamente de romper los hilos para librar la cadena, pero solo estaba provocando que cortaran la circulación de sus dedos. Exhaló, derrotada.

—¿C-Crees que podrías... ayudarme? —preguntó, con la voz escondida en su propio sonrojo.

Catra volvió su mirada hasta ella, aguantando la risa y segundos después comenzó a desenredar la maraña de oro, cabello e hilos con delicadeza para no lastimar a su compañera. Adora se giró hasta ella con una mirada avergonzada, mientras la castaña le sonreía burlona.

—¿Puedo? —Catra señaló el vestido con un gesto mucho más serio, pero el sonrojo en sus mejillas era cada vez más evidente.

Adora asintió, en silencio, atenta a cada uno de sus movimientos. Catra tomó el borde del vestido y con sumo cuidado lo levantó para sacarlo por su cabeza. Ambas se dispusieron a tomar la prenda limpia del sofá, la rubia sintió una corriente eléctrica en cuanto sus dedos estuvieron en contacto al hacerlo. Cada vez que estaba cerca de Catra, algo en ella la hacía erupcionar emociones nuevas. Emociones que anhelaba experimentar con desesperación.

Adora dejó su mano inmóvil, debajo de la de ella. Catra comenzó a acariciar su dorso con la punta de las uñas, cruzaron miradas, los ojos bicolores de la castaña mostraban la dilatación de sus pupilas. Temblaba ante la desnudez de la otra y el escalofrío que ahora sentía recorrer su espalda. Subió con lentitud sus dedos a través del brazo de Adora, hasta llegar a su cuello, dibujó curvas sobre su piel con la punta de ellos. Curvas que se acercaban peligrosamente a sus pechos.

Adora tragó en seco, mirando sus ojos aguzados en su cuerpo, en cada parte de él. Podía sentir el deseo brotando hacia el exterior, un deseo con el que nunca antes nadie la había mirado. Adora anhelaba que Catra siguiera deleitando sus sentidos con todo lo que ella era, con lo que podía llegar a entregarle. Desabrochó su sostén y dejó que cayera a sus pies ante la mirada febril de la morena.

Catra deslizó el índice a través de sus pechos, en esa minúscula separación entre ellos. Elevó la mirada hasta el rostro enrojecido de Adora, fijando sus ojos en sus labios carnosos y levemente agrietados por la sed que el calor les había provocado. Enredó sus brazos alrededor de su cintura y se pegó a ella.

Sintió los pezones desnudos de la rubia contra su ropa, movió su cuerpo de arriba abajo con lentitud, estimulando con las costuras de su vestido el tacto de los pechos de Adora. La rubia soltó un suspiro avergonzado.

Catra elevó sus brazos hasta el cuello de su compañera, colgándose de él y plantando un beso en sus labios. Primero acariciando labio con labio, y luego utilizando su lengua para hidratar los labios de Adora. Por instantes introducía dicho órgano en su boca, jugueteando con ella en el interior y sacándola solo para observar el deseoso gesto de la rubia suplicando por volver a tenerla dentro de ella.

Adora llevó sus manos a la espalda de la joven, deslizando el cierre de su vestido para dejarlo caer a sus pies. Catra la miró con altivez en cuanto Adora notó que no llevaba sostén. La rubia palideció de vergüenza al recordar el momento en que la castaña sacó su pañuelo para limpiar su vestido, ese pequeño pedazo de tela había estado guardado entre sus pechos todo ese tiempo...

—Vaya suerte... —pensó en voz alta. Sintiendo las mejillas más sonrojadas de lo habitual.

Catra inclinó la cabeza, confundida, pero viéndose forzada a ignorar inmediatamente la distracción de su compañera, ya que Adora había dado un paso al frente, tomándola por el rostro y pegando otra vez su boca con la de ella. La llevó despacio hasta el sofá, obligándola a sentarse, colocó su rodilla entre sus piernas sin soltar su agarre y sin separar sus labios.

Desde el momento en que la había visto, estuvo buscando estar así de cerca a su piel, a su cabello, a su perfume. Deseaba desesperadamente volver a escuchar su voz, la melodía angelical que emanaba de su garganta.

Se separó ligeramente de ella, llevando su dedo pulgar hacia sus labios. Disfrutando el tacto de su piel con el labial rojo de la castaña.

—¿Puedes... —preguntó con malicia—, gemir para mí?

Subió su rodilla hasta su entrepierna, creando una presión sobre ella que hizo que Catra cerrara los muslos por inercia y que liberó un tenue gemido de su garganta. Adora la miró embobada, delineando sus labios con su dedo e introduciéndolo en su boca, sintió el calor de su interior y la saliva cubriéndolo, así como la manera en que Catra movía el cuello de adelante hacía atrás.

De vez en cuando, la morena abría los labios para acariciar con la punta de la lengua el dedo de la rubia, al momento que lo hacía, la miraba fijamente a los ojos. Adora enloqueció ante el febril deseo de tenerla entre sus brazos y el arrogante hecho de saberse dueña de ella, al menos por ese efímero y fugaz instante.

Podía sentir la humedad de su ropa interior conectando con las células de su piel, deslizó su mano hasta ese lugar que con tanto recelo guardaba de ella, acarició con suavidad por encima de la tela.

La rubia sonrió al notar lo mojada que la muchacha se encontraba. El deseo, la curiosidad o simplemente el morbo, la movieron a apartar hacia un lado las bragas de Catra, introduciendo con lentitud su dedo medio, para palpar el interior de sus labios y sentir el borde de la cavidad que la separaba de ese terrible deseo que la consumía como el fuego.

Catra se abrazó a su cuello, escondiendo su rostro en el hueco de este.

—Hazlo... —suplicó—, por favor...

Adora sintió un escalofrío en cuanto el aliento cálido de la joven se posó en su piel. Llevó su dedo medio dentro de Catra, seguido por el anular. La morena se retorció y silenció un proveniente gemido mordiendo el cuello de la rubia.

Adora hizo movimientos de vaivén en su interior, disfrutando la suavidad de su intimidad, saboreando hasta el último rincón de ella. Con cada ondeada de sus dedos, Catra lanzaba sus caderas hacia ella. Adora llevó su pulgar hasta el clítoris de la muchacha, lo masajeó con el mayor cuidado posible, Catra se encorvó, sacando el pecho y tirando la cabeza hacia atrás, Adora tapó su boca con su mano libre, mientras ella se retorcía debajo de la rubia, sosteniéndose únicamente de sus hombros desnudos.

—Tienes una voz fascinante... —susurró la rubia, cerca de su oído—. Sigue haciéndolo...

Catra sintió un escalofrío que la hizo aferrarse más a su cuerpo.

—¿Q-Qué cosa...? —articuló con dificultad, completamente extasiada.

—Gime mi nombre —ordenó.

Catra se estremeció, encajando sus uñas en la espalda de la rubia, y rodeó su cintura con sus piernas desnudas, introduciendo los dedos de Adora mucho más profundo, soltó un alarido que silenció entre sus dientes. Se abrazó con fuerza a ella mientras embestía sus caderas contra su cuerpo para satisfacer su propio deseo por correrse entre sus dedos.

Después de unos segundos de sostenerse con fuerza y de soltar un gemido prolongado, casi como un grito placentero que deleitó los oídos de la rubia, cayó entre sus brazos, todavía sintiendo los espasmos moviendo sus caderas en su dirección.

Adora la miró embobada mientras su pecho se contraía tratando de recobrar el aliento. Ante los ojos de la rubia, aquella morena era hermosa, simplemente hermosa.

Por primera vez, desde que se habían conocido, Adora sintió dentro de sí una abrumadora sensación de libertad, de pertenencia... ¿de pertenencia a ella?

Acarició su mejilla con el dorso de la mano, mientras ella la tomaba para darle un beso dulce. ¿Qué había en Catra que provocaba todo eso en su interior? ¿Por qué su cuerpo suplicaba por su calor?

Hubiera podido estar así todas las noches de su vida, pero... en su cabeza, la consciencia le gritaba que todo eso... estaba... mal.

La rubia palideció, como si hubiera despertado de un hermoso sueño para volver a caer de lleno en la realidad, en la cruda realidad. Se alejó de ella, retrayendo su mano contra su pecho e incorporándose de nuevo para buscar su ropa entre el piso y la oscuridad.

—¿Qué sucede? —preguntó Catra, confundida.

—L-Lo lamento, Catra... —dijo, recogiendo las prendas del suelo—. Lo siento tanto... no sé que fue lo que me pasó.

—¿De que hablas? —Catra volvió a incorporarse con una sonrisa incrédula—. No me digas que... ¿fue tu primera vez?

Adora llevó el sonrojo hacia las mejillas, pero la sensación que tenía en su pecho era más bien la de alguien que estaba a punto de desmayarse.

—B-Bueno... con una mujer...

La morena sonrió ante su nerviosismo y el como este le impedía vestirse de manera adecuada.

—Pues no estuvo nada mal para una novata...

Se levantó para seguir los pasos de la rubia, acercándose aventuradamente a ella, delineando el interior de sus muslos con sus dedos, Adora sintió un escalofrío y el deseo por permanecer inerte, a la espera del siguiente movimiento de la castaña, pero nuevamente su cabeza la alejó de ella.

—No me refería a eso... —mencionó—. Discúlpame, Catra... esto nunca debió suceder... —Catra permaneció en silencio. Adora siguió—. Apenas nos conocemos...

—¿Hay problema con eso? —preguntó.

—Catra, ¿no lo ves? —Adora la miró, angustiada—. Nosotras... no debimos...

Catra retrocedió un paso, guardando un suspiro resignado, como si eso ya lo hubiera escuchado cientos de veces.

—Perdóname... —balbuceó Adora—. No quiero que pienses que sólo te hablé para... esto.

—¿Entonces? —la morena tomó uno de los abrigos de su perchero para cubrir su cuerpo desnudo.

—Esto... no es correcto —Adora se puso el vestido, ignorando la mancha de vino en él.

—Creí que tú... —comenzó Catra.

—Podemos ser amigas... —interrumpió Adora.

—¿Me estás jodiendo?

—Estoy comprometida, Catra.

Adora intentó atar sus zapatillas, evitando a toda costa volver a mirarla.

—¿Ahora quieres serle fiel a él?

—No es solo él, ni la fidelidad que se supone le debo... esto no está bien. Nosotras... no estamos bien.

Catra permaneció pétrea ante las palabras de la joven con la que hacía instantes acababa de fundirse en cuerpo y alma.

—¿Tienes miedo...? —preguntó. Adora guardó silencio, ni siquiera era capaz de dejar de temblar—. ¡¿Acabas de cogerme y me vas a decir que tienes miedo de lo que se diga de nosotras allá afuera?!

La culpa invadía a la rubia como una enfermedad incurable y dañina que se extendía por cada fibra de su cuerpo. «Por favor, perdóname, de haber sabido que todo esto terminaría tan mal... jamás habría vuelto a buscarte», esa oración surcó su cabeza, pero no fue capaz de articularla.

—¿Tú no lo tienes? —preguntó con la mirada clavada en el suelo—. No sabía que yo... no sabía que llegaría a esto contigo, nunca fue mi intención.

—¿En serio? —interrogó Catra, con voz arisca—. Porque yo vi tu mirada en mí desde esa noche, Adora. El como me veías cantar, la forma en que devorabas mi cuerpo con la mirada. —Adora se posó frente a ella, incrédula. Catra se limitó a empujarla por los hombros—. Yo sé bien que esto es lo que eres, no intentes negarlo ahora. Eres como yo, lo aceptes o no.

Adora se estremeció. «Aceptar lo que era», nunca se había atrevido a indagar en sí misma lo suficientemente profundo como para conocerse de esa manera, comprender que la compañía que por tantos años había anhelado no era la de un hombre, sino la de una mujer, y esa mujer era Catra.
Había perdido la razón sobre sí misma, sobre lo que sentía o lo que era, porque con ella se había saboreado más libre que nunca en su vida. Tan libre y tan cautiva...

—¿Esta era la "cuestión" a la que te referías hace un rato? —preguntó Adora.

Catra se mantuvo firme, sin mover un solo musculo, solo los labios parecían temblarle de rabia y dolor.

—Mi madre murió cuando intentó abandonarme después de enterarse de lo que era —soltó, con la voz quebrada—. Antes de hacerlo nuestra relación era... perfecta. —Adora sintió el impulso por correr a abrazarla, pero lo detuvo—. En el fondo sé que su muerte fue culpa mía y sé también que todo esto... puede estar mal ante los ojos de los demás; pero... no pienso rendirme ante el miedo de ser diferente —la miró fijamente, con un brillo de esperanza—. Cuando te conocí, por un momento creí que tú tampoco lo harías...

—No soy tan valiente como tú —respondió la rubia, en un hilo de voz.

Tomó su bolso y se dispuso a salir de ahí, Catra agarró su muñeca con fuerza, sus ojos parecían llenarse poco a poco de lágrimas.

—Mañana me iré —dijo, sin tartamudear—. Debo volver a mi ciudad natal y no sé cuándo regrese... o si vaya a hacerlo algún día —Adora sintió el corazón cayéndosele a pedazos—. Podemos tener algo juntas si vienes conmigo, donde nadie nos reconozca —tomó sus manos—, una vida distinta a esta, Adora, podemos intentarlo si tú quieres...

Ninguna de las dos estaba segura de la vida que podrían intentar comenzar juntas y, mientras Catra estaba dispuesta a atravesar lo que viniera con la frente en alto, Adora anhelaba, con todas sus fuerzas, una pizca de valor para acompañarla.

—Catra...

—Por favor, sé que puede sonarte precipitado, que es más bien una locura, pero no te lo estaría diciendo si no intuyera que es algo que tú también deseas —suplicó la morena—. Escucha, si no vienes mañana... entenderé que tomaste una decisión.

La mañana siguiente fue la más fría del mes, la neblina se alzaba con penumbra sobre el suelo de la estación de trenes; al fondo de ella estaba Catra, con no más que un bolso en sus manos.
Adora arribó al lugar con un aire serio, posándose junto a la morena. Sintiendo la opresión en el pecho y unas ganas terribles de volver el estómago, ¿cómo había terminado así? Ella solo quería volverla a ver... una vez más.

—Viniste... —soltó la castaña, con una sonrisa y acercándose a ella, captando inmediatamente que no llevaba ningún tipo de equipaje. El aroma de su perfume fue disipándose con forme se alejó—. No vendrás... ¿verdad?

Adora negó en silencio.

—No puedo hacerlo, lo siento...

—Pero...

—Catra, mi boda es la semana entrante.

La morena sonrió indignada.

—Entonces, ¿lo eliges a él? —cuestionó—. ¿Lo haces por dinero? ¿Lo que pasó ayer... de verdad no te hizo sentir nada por mí?

Si tan solo Catra supiera que Adora ni siquiera necesitó tocarla para entender que le hacía sentir mucho más de lo que podía imaginarse.

—No, no es por eso —respondió la rubia—. Aquí nunca hubo una elección que hacer...

La sequedad de sus palabras heló su propia sangre, pero si no era así de cruda, ella misma no se creería ese cuento, ella misma no sería capaz de dejarla ir. Adora deseaba averiguar todo lo que realmente significaba ser ella, y sabía que Catra era la única capaz de mostrárselo; la rubia deseaba su compañía más que cualquier otra cosa en el mundo, y huir junto a ella... pero también le aterraba aquel mundo desconocido y lleno de peligro para personas... como ellas.

—Entonces, ¿a qué viniste? —cuestionó Catra, con amargura.

—A despedirme.

La última mirada que le lanzó fue mucho peor de lo que esperaba, creyó que tal vez la odiaría, pero parecía estar más decepcionada, y eso, para Adora, fue mucho más agonizante que su odio.

—Bien... —Tomó su bolso y subió un escalón del tren—. Espero que tengas un feliz matrimonio, aunque sea una farsa... al igual que tú.

Se adentró de lleno al vagón y la puerta se cerró detrás de ella, dejando a Adora con la garganta inundada en palabras que prefirió reprimir.

La muchacha se dirigió hasta el borde de la estación mientras miraba el tren alejándose. Abrazó su cuerpo con fuerza, hundiendo las uñas en su piel, sentía el vacío creciendo en su pecho, las ganas de gritar su nombre, de correr tras ella.

—Perdóname... —sollozó—. Perdóname...

Cayó de rodillas al suelo, sus manos temblaban, ella misma había elegido el lugar donde ahora se encontraba.

Un lugar en el que no deseaba estar sin Catra.

────── ∘°❉°∘ ──────

Reviví para el PRIDE, a petición de mi novio (y como buena mandilona), volví a los FanFics Catradora, que son, de hecho, una parte importante para mí.

Este FF es, de alguna forma, un tributo a las generaciones que nos dieron el orgullo que hoy conocemos 🏳️‍🌈

Les prometo spicy en cada capítulo y angst, mucho angst, porque hace mucho que no los hacía llorar con una historia.

Será un FF bastante cortito, los capítulos ya los tengo escritos e iré subiendolos poco a poco. ¡Esperenlos!

¡Gracias por leer!

❤❤❤Espero la disfruten, no olviden dejar sus estrellitas y comentarios❤❤❤

────── °∘❉∘° ──────

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top