Diciembre, 1967
El último verano una noticia había azotado la ciudad: una joven no mayor que Adora, había sido asesinada; además, no conformes con ello, sus agresores habían decidido burlarse de ella y de sus seres queridos colgando su cadáver del puente que atravesaba el río a las afueras de la ciudad.
«Golpeada hasta morir», se leía en cada titular de todos los periódicos que habían salido a la luz esa semana. Adora no la conocía, ni siquiera su nombre le parecía mínimamente familiar; sin embargo, la historia circulaba como pan caliente, de calle en calle, de local en local, y de hogar en hogar.
La joven vivía en una granja, a pocos kilómetros del rio donde habían encontrado su cuerpo, era estudiante de universidad y no llevaba una mala vida, no era una mala persona, pero alguien había decidido que eso no era razón suficiente para dejarla tranquila.
El mayor error que había cometido fue el de no correr las cortinas aquella tarde... cuando la hija menor de la casa vecina arribaba hasta su hogar para venderle dulces que su madre había hecho. La niña, al tocar la puerta no obtuvo respuesta alguna, así que decidió llamar a la puerta trasera, la que se alzaba justo al lado de la ventana de la cocina, nunca imaginó que se encontraría con dicha joven y a su "amiga" con la que se había mudado al lugar, besándose dulcemente después de un arduo día de trabajo.
Por supuesto que la niña, en su inocencia, jamás pensó que al contarle a sus padres lo que vio ocasionaría... tan terrible suceso. Y, al día siguiente de que el rumor se esparció cual virus, encontraron a ambas jóvenes muertas. El cuerpo de la otra muchacha no había sido hallado, así como tampoco a los autores de tan terrible crimen. Pero Adora sabía que, muy en el fondo, el gobierno no planeaba buscar a los responsables, esas cosas pasaban... más común de lo que se esperaría, y todos lo veían tan normal que era escalofriante.
Adora cerró el periódico de golpe, colocándolo sobre la mesa, sintió un escalofrío que le erizó la piel en cuanto Catra vino a su mente, ¿qué hubiera pasado si...?
—El correo —interrumpió el ahora esposo de la rubia, lanzando las cartas y panfletos sobre la mesa, y sacando a la joven de sus pensamientos con un sobresalto—. Creo que hay algo para ti ahí —mencionó, volviendo a abrir aquel escalofriante titular frente a ella.
Adora desvió la mirada, fastidiada por la actitud tan fría del hombre, una actitud que tomó en cuanto colocó el anillo en su dedo frente al altar. No vivía una pesadilla, como muchas mujeres que conocía, pero tampoco era el sueño que Glimmer tanto anhelaba que tuviera.
Rebuscó entre los panfletos, un montón de propaganda, cartas del banco y de los padres del hombre; y ahí, justo hasta abajo de la pila de papeles, se encontraba una postal vieja y arrugada, la fotografía detrás de ella se apreciaba apenas; pero fue suficiente para que Adora sintiera un vuelco en el corazón, un palpitar peculiar que hacía años no sentía.
Su interior recordaba a la perfección esa postal, aquella que Catra guardaba con tanto recelo y llevaba siempre a todas partes. La postal con la fotografía de la Colina Elberon, que del otro lado tenía una única y solitaria frase:
"Te estaré esperando..."
Adora sintió como la sangre le subía hasta el rostro, el temblor en el pecho y la respiración entrecortada. ¿Cómo? ¿Después de tantos años? Una parte de ella quería saltar de la emoción, otra estaba molesta... eran menos palabras que los años que habían pasado separadas, ¿cómo se atrevía Catra a volver así? A solo volver y, otra vez, dejar todo al revés.
Adora podía sentir como con cada segundo que sostenía esa postal entre sus manos, su vida "perfecta" iba desmoronándose poco a poco, y lo que más le aterraba era que no estaba haciendo nada para impedirlo.
Miró de reojo el titular frente al rostro de su marido, «golpeada hasta morir», repitió en su cabeza una y otra vez. Tomó la postal con fuerza, llevando los dedos al medio de ésta y tratando de romperla por la mitad, pero no pudo.
La última vez la había dejado ir, así como así, ¿cómo podría solo ignorar que ella había vuelto y que, a pesar de todo, ahora la estaba buscando? Apretó su agarre, tratando de ocultar sus manos temblorosas. Además, Adora sabía que, en realidad, anhelaba verla más que cualquier otra cosa en el mundo, que cada día de cada semana, de cada mes, de cada maldito año que había pasado lejos de ella, no dejó de imaginarla, de escucharla, de soñarla. Extrañaba su aroma, su cuerpo, su piel, su voz...
—¿Qué te pasa? —volvió a interrumpir su esposo, mirándola ariscamente. Adora negó, llevando la postal al bolsillo en su vestido—. ¿Quién la envió? —preguntó él, ni siquiera se molestó en disimular que se había sentido obligado a mostrar interés.
—Es... —trastabilló Adora—, una vieja amiga.
—¿Y dónde va a esperarte? Porque no lo menciona.
Adora alzó una ceja, no le sorprendía que su marido se hubiera tomado la libertad de inmiscuirse de más en sus asuntos.
—Estoy segura que donde nos conocimos —mintió—. Regresó de un largo viaje, realmente quiero ir a verla.
«Más de lo que podrías imaginarte», pensó. El hombre se encogió de hombros, no era muy apegado a ella, la veía más como un trofeo al que podía llevar aquí y allá para presumir, porque, ¿qué pensarían sus antiguos compañeros de la marina si nunca se hubiese casado con una hermosa joven?
Adora, mejor que nadie, conocía aquellas intenciones, pero no le importaban en lo más mínimo; podría decirse que incluso agradecía que así fuera, porque jamás se hubiera perdonado por casarse con alguien a quien no amaba mientras esa persona sí lo hiciera.
Subió hasta su habitación y se preparó, estaba segura que la cita sería al atardecer, no lo decía por ningún lado pero era evidente, al menos eso se mostraba en la fotografía, Catra siempre había sido misteriosa, tal vez por eso había caído a sus pies en primer lugar.
☘
El atardecer apenas iba a dar comienzo, pero para cuando Adora llegó a la cima de la Colina Elberon, donde toda la ciudad se veía tintada de rojo y anaranjado, Catra ya se encontraba ahí, su cabello había crecido, desde los hombros hasta la cintura, y miraba con nostalgia hacia el horizonte.
—Creí que no volverías... —articuló la rubia, con el temblor en la garganta.
Catra se giró hasta ella, mirándola atónita. Adora también había cambiado, llevaba un vestido más recatado y su cabello parecía haber crecido unos pocos centímetros, era evidente que aquellos años no habían pasado en vano para ninguna de las dos.
—Creí que no vendrías —aceptó ella, con una sonrisa ladina.
Adora sintió un impulso que reprimió de inmediato, la despedida de aquella mañana en la estación de trenes había estado atormentando su alma durante los últimos cuatro años, su cabeza la había hecho imaginar cientos de escenarios en los que Catra volvía, pero a diferencia de lo que ella deseaba, solo lo hacía para decirle lo mucho que odiaba el haberla conocido, lo mucho que hubiese preferido jamás estar con ella aquella noche en su camerino.
Una y otra vez, Adora repetía la misma escena de Catra despreciándola por la decisión que hubiese tomado en el pasado, y una y otra vez, Adora aceptaba merecer su desprecio.
Catra dio un paso al frente, temerosa, alcanzó a tomar su mano con suavidad y la miró dibujando una tenue sonrisa en su rostro, apenas percibida por Adora.
—Pero viniste... —dijo, temblando en cada palabra—. De verdad eres tú, de verdad estás aquí, Adora.
La morena se abrazó a su pecho, con tanta fuerza que la rubia sentía que pronto tendría que separarla para poder respirar sin dificultad; pero no quería hacerlo, prefería morir por la falta de aire, antes de obligar a que ese abrazo terminara.
La había extrañado tanto...
Catra se separó unos centímetros, elevando su mirada hasta el rostro de Adora, la rubia no lo pensó dos veces y la tomó por las mejillas, besándola, con la suficiente dulzura como para tratar de borrar la amarga despedida por la que habían pasado.
Se escucharon pasos detrás de ella y luego a una persona aclarando su garganta, evidentemente incómodo. Adora detuvo el beso, alejándose de Catra, aterrada.
—Tranquila —mencionó la muchacha—, es solo mi hermano.
Un joven de piel morena salió de entre los árboles, abriéndose paso hasta ellas con una sonrisa llena de inocencia y vergüenza.
—Es la razón por la que tuve que irme la última vez —siguió Catra—, se había metido en problemas, así que decidí traerlo conmigo ahora.
El muchacho se acercó hasta Adora y extendió su mano frente a ella, inclinando la cabeza, aún sin borrar el gesto alegre con el que la miraba y que a la rubia parecía incomodarle un poco.
—Soy Bow —se presentó—, un placer.
—Adora...
—Lo sé —sonrió él, tomando su mano con fuerza—. Estuve cuatro años enteros escuchando a Catra hablar sobre ti —la palidez del rostro de Adora se coloreó de rojo—. Me alegra por fin conocerte.
Adora miró a Catra.
—¿T-Tú... le hablaste sobre...? —preguntó, sacando humo de las orejas.
—Bueno —respondió la morena—, evidentemente omití algunas partes.
Bow soltó una carcajada, llevando su brazo afectuosamente hasta los hombros de Adora.
—No tienes nada de qué preocuparte —dijo—, Catra mencionó que eras algo reservada y, créeme, entiendo por qué. Si tú supieras los cientos de veces que le he dicho a ella que debería serlo un poco más... por su propia seguridad. —Catra rodó los ojos y Bow solo pudo encogerse de hombros—. Pero, en fin, ella siempre ha sido así.
Adora parecía bastante confundida, de hecho. No alcanzaba a comprender el nivel de confianza que Catra podía tenerle a su hermano, y por un momento se preguntó si tal vez ella también podría tenerlo con Glimmer; pero si no.... y ni ella ni su madre la aceptaban tal cual era, definitivamente perdería absolutamente todo. Además, ¿qué ganaba con decirles ahora?
A lo lejos se logró escuchar el reloj principal de la ciudad dando campanadas, anunciando que pronto serían las ocho de la noche.
—Debo irme —balbuceó Adora, decepcionada.
—¿En serio, Cenicienta? —cuestionó Catra, enarcando una ceja—. Al menos ella tenía hasta las doce.
Adora frunció el ceño.
—Prometí que volvería antes de las nueve —dijo.
—¿A quién? ¿A tu esposo?
—A mi hermana. Saldré con ella mañana y le dije que llegaría esta noche.
Catra permaneció dubitativa unos segundos y luego tomó a Bow por los hombros, lanzándolo al frente.
—Iremos contigo —anunció—, te acompañaremos hasta la casa de tu hermana.
—No sé si...
—Vamos, Adora —interrumpió la morena—, solo quiero compartir más tiempo contigo...
La rubia soltó un suspiro prolongado y terminó accediendo ante la petición.
La casa de Angella, la madre de Adora, no quedaba lejos de la Colina, Glimmer aún vivía con su madre pues ambas lo preferían así, al menos hasta que la joven encontrase a un buen partido que deseara prometerla.
Cuando llegaron, los tres se detuvieron del otro lado de la calle, Adora miró a Catra una ultima vez con una sonrisa. La morena la tomó por la muñeca.
—Hay que vernos mañana —le dijo.
—Catra... ¿no crees que es un poco arriesgado?
—Adora, ¿te parece que eso me ha importado alguna vez?
El brillo en sus ojos bicolores denotaba tanta seguridad que Adora sintió un espasmo en el corazón y un cosquilleo que le recorrió desde los pies hasta la cabeza.
—De acuerdo... —dijo—, estaré libre a las seis.
—Vendré por ti.
—Sí, me lo imaginé —sonrió la rubia.
Se despidió y cruzó del otro lado, donde se encontraba el portal de la casa que la familia había conseguido comprar después del matrimonio de Adora. Glimmer salió a recibir a su hermana, pintando de entusiasmo y alegría el aire que las rodeaba y, sin siquiera mirar al par en la acera del frente, cerró la puerta después de entrar de vuelta a su hogar.
Bow se colgó del hombro de Catra con un gesto condescendiente.
—Es una casa bonita —dijo, pero Catra no respondió—. Ella es bonita.
La morena lo miró de reojo con una sonrisa.
—Es preciosa... —susurró en un suspiro.
Bow frunció el entrecejo, exhalando con pesadez.
—¿Estás segura de todo esto? —cuestionó con mucha más seriedad—. Pareces gustarle mucho, pero... ¿esposo?
—Olvidé mencionar ese pequeño detalle.
—¿En serio, Catra? —su voz se tornó más áspera y paternal—. ¡Está casada! Hay tantas mujeres ahí afuera que seguro podrían gustarte, la mitad de la población es rubia, ¿sabes?
—No me gusta por su color de cabello, idiota.
—Entonces averigua porqué te gusta —resopló—, y búscalo en otra persona, alguien más disponible.
—¡No quiero otra persona! —exclamó y bajó la mirada—. Yo... la quiero a ella.
Bow la miró anonadado, jamás había visto a su hermana actuar o hablar de esa manera sobre alguien, la mayoría parecían ser solo etapas, pero Adora lucía como algo mucho más importante para ella, Catra estaba realmente enamorada de Adora y ni siquiera los años que habían estado separadas fueron suficientes para diseminar aquel sentir.
—De acuerdo —suspiró, resignado—, veré cómo podría beneficiarme todo esto.
—¿Beneficiarte?
Bow sonrió con cinismo.
—Podrías decirle que me presente a su hermana.
☘
Adora se despertó con un terrible malestar subiendo por su garganta, se puso de pie de golpe y corrió hasta el baño, azotando la puerta detrás de sí. Glimmer, quien había dormido en la misma habitación que ella, se aproximó hasta el cuarto de baño, golpeando la puerta, pero sin obtener ninguna respuesta del otro lado.
—Adora —llamó—, ¿estás bien? —La rubia soltó un gemido para asentir y salió con la palidez en el rostro—. ¿Qué sucede?
—Nada, nada —negó Adora, moviendo la cabeza—. Estoy bien, tranquila. ¿Estás lista?
Glimmer asintió con una sonrisa brillante que incluso parecía iluminar su propia mirada. Adora tenía una cita con ella, la cual llevaban planeando desde hacía más de un mes, la menor buscaba desesperadamente convivir con su hermana, pues desde que se había mudado a su nueva vida, Adora no frecuentaba mucho a su familia, a pesar de extrañarlas más de lo que podía aceptar.
La rubia permaneció pensativa, con el gesto angustiado y las manos temblorosas, a pesar de que amaba compartir el tiempo con Glimmer, su malestar de aquella mañana y uno que otro síntoma peculiar que había experimentado durante la semana le ocasionaron un pesar enorme en el pecho, ¿sería acaso lo que se estaba imaginando?
—¡Vamos! —Glimmer llevó a su hermana de vuelta a su habitación para arreglarla perfectamente para su compromiso de ese día.
Pasaron horas y horas andando por toda la ciudad de arriba para abajo, Adora tenía la facilidad de comprar lo que a su hermana se le antojase, gracias a su esposo no tenía por qué limitarse en ese aspecto, no se sentía del todo cómoda con ello, pero podía darse ese pequeño gusto por Glimmer, quien parecía demasiado emocionada como para dejar pasar la oportunidad.
Cuando la hora que había acordado con Catra comenzó a acercarse, ambas jóvenes volvían a casa con el sol poniéndose a sus pies, al llegar al portón, Adora pudo distinguir la figura de la morena sentada en la escalinata del mismo umbral. Quedó atónita ante su presencia y tuvo que detener su andar de golpe.
—Volviste —sonrió Catra, poniéndose de pie—. Llamé a la puerta varias veces, pero nadie respondió. —Glimmer la miró confundida, pero Adora quería desaparecer o ahorcarla por lo menos. Catra levantó una ceja con una sonrisa triunfal—. Es broma.
—¿Qué haces aquí? —se apresuró a decir Adora.
—Dije que vendría por ti.
Catra le lanzó una sonrisa a Glimmer que la miraba inquisitivamente y en un silencio mordaz.
—Ah, Glimmer —la llamó Adora, rodeando sus hombros con su brazo—. Ella es Catra, es una vieja amiga de la universidad... —mintió, Catra pareció mofarse de su inseguridad—. Regresó hace poco a la ciudad y le prometí que podíamos ir a cenar hoy.
Glimmer permaneció en silencio, Catra no parecía ser de su agrado, pero la morena estaba disfrutando el agridulce momento de Adora, así que se limitó a saludar a la menor con una sonrisa.
Glimmer le devolvió una sonrisa desdeñosa y miró a Adora.
—No vuelvas tarde.
Adora asintió, avergonzada.
—Tranquila, niña, prometo que la cuidaré bien —esbozó Catra.
Glimmer entró a la casa y ambas jóvenes siguieron su camino de vuelta a la Colina Elberon, donde parecía que se sentían mucho más cómodas, la gente no solía ir mucho por allí, no era habitual caminarla y mucho menos al anochecer, sentían que tal vez ese era el lugar más seguro sobre toda la Tierra para ellas.
La tarde comenzaba a enfriar, Adora tembló ante el gélido viento que soplaba entre los árboles, Catra se apresuró a colocar su abrigo sobre sus hombros, provocando el rubor en las mejillas de su compañera, que agradeció con la mirada en el suelo.
—Te extrañé —dijo en un hilo de voz.
Catra pareció palidecer, pero el rubor en las mejillas lo ocultó.
—También yo, rubia tonta —sonrió—. En cuanto subí el primer escalón de ese tren... ya quería volver.
—Lamento que te hayas ido de esa manera, Catra. Nunca quise...
—Lo sé —interrumpió—, sé lo difícil que puede ser para ti todo esto.
Hubo un silencio inquebrantable durante varios minutos, mientras observaban el sol caer.
—Luces distinta —mencionó Catra, cortando la melancolía del ambiente—. ¿La vida hogareña es tal y como la imaginabas?
Adora tomó aire, sentándose en el césped y arrancando unas pocas hierbas para disipar su ansiedad creciente.
—Es sencilla —respondió—, no hay mucho por lo que deba preocuparme.
—¿Y eso te gusta? —Catra tomó asiento a su lado.
—¿Importa?
—Supuse que tal vez eras de las que preferían una vida con más... aventura, ¿sabes?
Adora la miró con una ceja levantada, ¿aventura era poner en riesgo sus vidas por lo que llamaban amor? Sintió un nudo en la garganta, cada vez parecía estar más sensible y el hecho de tener a Catra ahí, justo a su lado, no parecía ayudarla en lo absoluto. Carraspeó, desviando la mirada al suelo.
—Mi vida tal y como es... me parece agradable.
Catra soltó una sonrisa socarrona.
—"Agradable" —escupió—. Pero agradable no es suficiente.
—Es todo lo que tengo —respondió Adora, las lagrimas comenzaban a formarse en sus ojos azules.
—Oye, oye —llamó Catra, limpiándolas con delicadeza—, mi intención no es que llores, sé de lo que hablas...
—Catra...
Adora levantó sus ojos esperanzados hasta el rostro de la morena, Catra sintió un escalofrío que levantó todos los vellos de su piel. Se acercó con lentitud y besó sus labios humedecidos por las lágrimas. Se habían extrañado tanto que separarse no parecía una opción, no en ese momento.
Catra se aferró más a su rostro, mordiendo ligeramente su labio inferior cada que se separaba de ella para tomar aire. Adora se alejó avergonzada, mirando hacia el suelo. Catra tomó su mentón, para obligarla a mirarle.
—¿No quieres...?
—No es eso, es solo que...
—Nadie viene aquí, si eso es lo que te preocupa —aseguró Catra, pegando su rostro en el hueco de su cuello—. No sabes cuanto deseé, durante todos estos años, poder escucharte...
Adora se estremeció ante el contacto hirviente de su aliento y guardó silencio, dando pie a que Catra se acercara mucho más. Despacio y con el mayor de los cuidados, fue recostándola sobre el césped, y se colocó sobre ella.
—Catra, no entiendes...
—Lo que entiendo ahora es que quiero hacerte mía, Adora —mencionó con la voz entrecortada—. Así que permíteme hacerlo, déjame hacerte mía, ¿puedo?
Adora la miró embobada, tomó su rostro entre sus manos y tiró de ella para besarla otra vez. Catra colocó cada una de sus piernas a los costados de la cintura de Adora, deslizando el cierre delantero de su vestido con lentitud y expectación, saboreando cada milímetro de piel que dejaba al descubierto poco a poco.
Abrió la prenda, mostrando sus pechos adornados por el encaje de su sostén. Sonrió en cuanto Adora acarició su mejilla con la punta de los dedos.
Levantó el sostén, dejando al descubierto sus pechos, la miró llena de admiración, su piel pálida y sus mejillas rosadas, sus ojos azules extasiados y apenados. Sus pechos sonrosados y suaves.
Con sus manos comenzó a masajearlos, jugueteando con la punta de sus erguidos pezones y deleitándose con la manera en que Adora parecía contener sus gestos y sonidos.
—Nadie va a escucharte aquí —dijo la morena—, solo yo. —Se agachó hasta su clavícula, mordiéndola con firmeza—. Así que déjame hacerlo...
Adora soltó un gemido ahogado por la sensación ardiente de la mordida y la suavidad del tacto de Catra contra sus senos. Catra deslizó sus dedos desde sus pechos hasta su vientre, atravesando el hueco de la ropa y llegando hasta su pantaleta, sintiendo la humedad que de a poco se formaba al interior de ésta. Adora pareció contraerse, juntando las piernas y aprisionando la mano de la morena, que parecía cada vez mas deseosa de averiguar lo que escondía dentro de ella.
Con el dedo medio dibujó líneas atravesando de arriba hacia abajo, Adora sintió un escalofrió que la hizo retorcerse y aferrar su agarre a los brazos de Catra.
La morena siguió acariciando su zona baja mientras con la mano libre masajeaba su pecho y acariciaba sus pezones. Adora parecía incrementar su temperatura corporal con cada movimiento de Catra.
Se alejó de ella, arrodillándose a un costado de Adora, abriendo sus piernas a placer, mientras deslizaba sus bragas hacia sus tobillos para poder deshacerse de ellas.
La rubia contrajo las rodillas, con los pies sobre el césped. Catra colocó sus manos sobre ambas y las separó, acercando su propio pecho nuevamente al cuerpo de la rubia, acariciando con las uñas el interior de los muslos de la joven y llegando hasta su intimidad. Palpó el jugo que escurría entre sus labios e introdujo con suavidad sus dedos dentro de ella, la rubia dio un salto seguido de un grito agudo que trató de aguantar en la garganta.
Catra introdujo sus dedos en reiteradas ocasiones, con lentitud y sin sacarlos de lleno, simplemente empujándolos una y otra vez dentro de la rubia, primero despacio y después, cada que Adora lo suplicaba jadeante, mucho más rápido. Con cada pequeña embestida, la morena se aseguraba de estimular también su clítoris. Catra dejó caer su cuerpo sobre el de Adora, sin sacar sus dedos del que ahora parecía su lugar favorito.
La rubia se limitó a acariciar su nuca y enredar engorrosamente sus dedos entre sus rulos castaños, para tirar de ellos cada que sentía a Catra en lo más profundo de su ser, y mientras ésta acariciaba la punta de sus pezones con la aspereza de su lengua.
Pronto el cuerpo de la rubia comenzó a sentirse rígido debajo de Catra, enredando sus piernas alrededor de su cintura y llevándola cada vez más cerca de sí. Catra aceleró su ritmo dejando que Adora moviera sus caderas a la par y permitiendo que soltara el gemido más dulce que hubiese escuchado jamás.
☘
—Bow y yo tenemos pensado quedarnos —soltó Catra, acomodándose junto a ella. Adora asintió en silencio mientras volvía a subir el cierre de su vestido—. Pero... también he pensado que hay un lugar allá afuera que podría ser nuestro hogar... solo nosotras dos.
—Catra...
—Piénsalo, Adora —la morena tomó sus manos y las besó con completa devoción—. Si estoy de vuelta aquí, es por ti...
—Es que no lo entiendes...
—¿Entender qué? —Adora permaneció inmóvil y completamente muda durante segundos que parecieron eternos—. ¿Entender qué, Adora? —insistió Catra.
La rubia elevó la mirada hasta su rostro.
—Estoy embarazada.
Aquella no era la manera en que hubiese querido darle aquella agridulce noticia, una noticia que había terminado por confirmar aquella tarde durante el paseo con Glimmer, cuando la joven tuvo que llevarla de emergencia al hospital después de que se desmayara saliendo del restaurante.
Por ello Glimmer lucía tan desconfiada en dejar partir a Adora con una desconocida a mitad de la noche, pero Adora le había asegurado a su hermana que todo estaría bien, a pesar de que sabía que Catra no se sentiría dichosa con la noticia, ¿y cómo hacerlo? No era fácil para ninguna de las dos aceptar que la rubia había tenido que seguir con su vida para no levantar sospechas, para mantener la máscara que le habían obligado a poner sobre su rostro.
Pero no podía ocultárselo, tarde o temprano lo sabría y sería mucho peor. Los ojos de Catra siguieron fijos en ella, inundados en decepción y dolor. El brillo en ellos fue apagándose poco a poco.
—¿Hablas en serio...? —trastabilló, soltando su agarre y dando un paso hacia atrás—. ¿De él...?
Adora ni siquiera pudo mirarla a los ojos.
—E-Es mi esposo...
—¡Es un remplazo! —exclamó Catra, indignada—. ¡Es mi remplazo!
Adora intentó sostenerla por los brazos para lograr tranquilizar su ira, pero era imposible.
—Catra, ambas sabíamos que esto iba a pasar...
—¡No, Adora! —Se separó de su agarre con brusquedad—. Lo que ambas sabíamos era que a él no lo amabas —fijó su mirada suplicante en la de la rubia—. A él no lo amabas... como me amas a mí.
Adora sintió el alma escapando de su cuerpo, un remolino de emociones y la voz atascada en su garganta. ¿Cómo podía negarle algo que ella daba por hecho cada día desde la mañana que se marchó en aquel tren? Cuando Catra no estaba era un secreto que guardaba en lo más profundo de su ser, pero con ella ahí, ese secreto quería salir volando al exterior, sin importar lo que destruyera a su paso.
—Adora —llamó la morena, pero lo único que Adora pudo hacer fue dar un paso hacia atrás, ella frunció el entrecejo—. ¿Esto es lo que quieres? ¡¿Una maldita vida fingida?!
—¡Al menos es una vida! —respondió la rubia, sin poder contener las lágrimas—. ¿Qué nos espera a nosotras allá afuera, Catra? ¿Te parece que somos el tipo de personas que podrían tener una vida feliz, eh? ¡Dímelo, Catra! Dime que podremos ser felices sin ocultarnos, que nuestras vidas no correrán peligro, que estaremos a salvo siendo tal cual somos, dímelo... y te juro que iré contigo.
Catra guardó silencio, con el corazón en las manos.
—¿Entonces piensas dejar todo lo que tenemos... —balbuceó—, piensas dejarme por la vida que todo el mundo cree querer tener? —permaneció en silencio, dudando en decir lo que por su garganta burbujeaba como ácido a punto de estallar—. Todo esto es por lo que le pasó a esa chica de los periódicos el año pasado, ¿no es cierto? ¿Crees que algo así podría pasarnos a nosotras?
Adora permaneció atenta, con la boca entreabierta. Entonces Catra también había leído aquella noticia, era de esperarse que saliera incluso de su pequeña ciudad, era lo que las noticias como esas hacían, volar hasta el rincón más olvidado del mundo solo como una advertencia a aquellos que se atrevieran a ser iguales a las víctimas. Adora tembló ante aquella idea, ¿cómo es que Catra no lucía asustada en lo absoluto?
—No quiero que termines como ella —dijo, conteniendo el temblor en su voz. Pensar en perderla le carcomía el alma, prefería dejarla ir, aun si eso la destruía, a perderla de esa forma.
—¿Y por eso debes elegir una vida que no deseas? —cuestionó Catra, tomando la mano de su compañera con ligereza, como si ni siquiera intentara retenerla—. Al menos sé que si muero de esa forma... moriré amándote. —Apretó con mayor firmeza su agarre—. ¿O es que acaso no me amas de la misma manera...?
—¡Lo hago! —lloriqueó Adora—. ¡Por eso quiero protegerte! —Sintió el corazón haciéndosele añicos y alejó su mano de la suya—. P-Podemos seguir viéndonos... —Catra elevó la mirada hasta ella—. Sin que nadie mas lo sepa, podemos... permanecer juntas, solo por las noches en este lugar, en nuestro lugar...
—¿Hablas de solo amarnos aquí? ¿Lejos de todos? —Catra levantó una ceja, el corazón se le inundaba de decepción y dolor—. ¿Y luego qué?
—Luego... veremos qué sucede —afirmó la rubia—. Al menos por ahora, podemos seguir amándonos aquí, donde estamos seguras del mundo de allá —señaló con la mirada a la pequeña ciudad al pie de la colina.
Catra accedió a regañadientes, detestaba ese plan, detestaba ser una paria para el resto del mundo, pero ver a Adora al menos unas horas al día era mejor que no verla nunca.
☘
Y así lo hicieron, poniendo en marcha su plan, al menos por un tiempo, hasta que solo siete meses después, la vida terminó obligando a Adora a detenerlo todo:
—¡No estás escuchándome! —arremetió Adora.
—¿Qué quieres que escuche? —siguió Catra—. ¿Que ya no nos veremos más?
—Entiende que mi madre y mi esposo están más al pendiente de mí ahora, no puedo solo escabullirme para verte y...
—¿Y qué?
—Arriesgar al bebé así.
Catra rodó los ojos después de observar el crecido vientre de la joven, golpeando el suelo con la punta del pie.
—Esto no estaría pasando si hubieras tomado una buena decisión.
—¿Hablas de huir contigo al fin del mundo? —Adora frunció el ceño.
—¡Por supuesto! —exclamó Catra, colérica—. ¡Pudimos haberlo tenido todo! ¡Una buena vida juntas! ¡Pero tú no lo quisiste así, Adora! —su cuerpo temblaba al igual que su voz—. ¡Y ahora lo único que nos queda es la jodida Colina Elberon!
—Catra...
—¡No! Por favor, ya basta, ya no digas más mi nombre... —berreó, con la voz entrecortada—. Yo solo quería que me amaras... Nada más quería que me amaras...
—Catra... —Adora intentó acercarse a ella, pero la morena retrocedió.
—¡Sólo quería que me eligieras a mí!
—¡Catra! ¡Yo te amo! ¡Maldita sea! —gritó, con toda la fuerza que le quedaba en los pulmones—. ¡Te amo más de lo que podrías imaginarte, más de lo que me quiero a mí misma, y eso es lo que más me aterra! —las lágrimas salían expulsadas violentamente de sus ojos ante el asombro de Catra—. ¡Me aterra que sin ti no soy nada! ¡Ni tampoco puedo ser de nadie! Me aterra que desde el día en que te conocí, todo lo que creí ser, todo lo que alguna vez fui... desapareció. —Se tiró al suelo, escondiendo el rostro entre las manos—. Desde ese momento y hasta hoy... no soy nada sin ti...
Catra se acercó a ella, tratando de acurrucarla entre sus brazos, pero la joven parecía reacia ante su contacto, al menos hasta que la propia Catra comenzó a llorar sobre sus hombros.
—Todo esto... me duele tanto como a ti —siguió Adora, más tranquila—. Me duele tanto que quema...
La vida había jugado con ellas una broma muy pesada, les había demostrado que, de hecho, era más difícil y dura de lo que se hubiesen imaginado.
—No podemos seguir con esto, ¿verdad? —cuestionó Catra.
Adora negó en silencio, con los ojos aún hinchados.
—Lo mejor es que no... —dijo.
—Sí, lo mejor... —sonrió Catra con ironía.
Ambas lo habían entendido, y aunque el corazón les gritaba de agonía desde el interior de su pecho, sabían que no había más que pudiesen hacer para cambiar las circunstancias y el lugar donde ahora estaban paradas.
Adora se puso de pie con dificultad y se dio la vuelta para alejarse, pero con cada paso dado, más entendía que había dejado a Catra con el corazón en las manos... con el suyo, al menos. Quería volver a ella y abrazarla, quedarse pegada a su piel y nunca volver a soltarla, huir del mundo, donde nadie pudiera encontrarlas jamás, en un mundo donde su amor... no hubiese sido incorrecto.
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