La exclamación de Charalampos
Capítulo 10: La exclamación de Charalampos
―¡Padre, padre! ¡Por favor, respóndeme! ―era el clamor de Dorotheos, sin embargo, el anciano, haciendo gala de su excelente condición atlética, desapareció en las sombras del laberinto.
―Espera, no sigas avanzando o también nosotros te vamos a perder el rastro ―le suplicaba Mónica quien iba acompañada de su familia y el resto de la expedición.
―Pero tengo que encontrar a mi padre.
―Te entiendo, pero no lograrás nada perdiéndote tú también. Debemos permanecer todos juntos, separarnos sería mortal en este lugar con todas esas cosas sueltas por allí, libres y sin bozal.
―No se llaman cosas, hermanita, se llaman zombis... ¡robots zombis!
―Pues según el doctor, se llaman empusas, hermanito.
―¡No! ¡robots zombis, allí!
En efecto, Juanes tenía razón, señalando con su dedo, advertía del peligro que se acercaba al grupo. Las luces que llevaban, se reflejaban de manera macabra en las partes de bronce de los horrores antiguos.
―¡Gregorio!
―Tranquila, Carmen, somos más rápidos.
―Todos, por aquí ―dijo Edward con lo que el grupo puso distancia entre ellos y sus pavorosos perseguidores.
Siguieron caminando por corredores, unos iluminados, otros asemejándose a los interiores de profundos socavones, cuando de repente y sin habérselo propuesto, llegaron a las entrañas más profundas de ese laberinto maldito.
―Por Dios, qué demonios es esto en nombre de todos los cielos ―dijo Ray, tan impresionado, que bajó la cámara filmadora y dejó solo a sus ojos, el atestiguar el horror en todo su horrendo esplendor.
Frente a ellos y muy cerca del techo se hallaba no otro que el mismísimo dios Hefesto.
Suspendido por amarres extraños que de seguro eran artificios de propósito desconocido, se hallaba una figura colosal, enorme, pero en nada humanoide.
Una gigantesca serpiente cuyo grosor no tenía nada que envidiar a un camión, se hallaba en un estado de animación suspendida. El único rastro que lo diferenciaba de un ofidio era la cabeza, no era la de una serpiente u otro reptil, se vislumbraba un rostro humano aunque este era contrahecho.
―¡Qué horror! ―gimió Carmen y volvió el rostro ante la cara de Hefesto.
Apenas parecía un rostro humano, tan deforme era, que un ojo lucía diminuto y muy cubierto por excrecencias carnosas, mientras que el otro se hallaba muy cerca de la frente y tenía un diámetro muy enorme para todo ese conjunto que parecía haber sido imaginado por Picasso.
―Parece el rostro de un cíclope ―dijo Nicole, quien abrazaba con fuerza el brazo de Tom.
―Según la mitología griega, eran los cíclopes quienes servían a Hefesto ―decía Dorotheos―, pero esto, ¿esa cosa es en verdad el dios Hefesto?
―Ya lo creo que lo es, de hecho, todo tiene sentido ―dijo Charalampos quien lucía una pinta lamentable con su esponjoso cabello blanco por completo desordenado.
―¡Padre!
―¡Señor Gato!
―¿Así se llama? Tómalo de vuelta, es un animalito muy lindo y listo, cuando me vi perdido, él me encontró y luego me tranquilizó cuando casi caigo en la locura al ver la verdadera imagen del dios. Es cierto lo que dicen, acariciar un gato en bueno para la ansiedad.
―¿Dónde estabas, padre?
―Recorriendo varios pasos y recodos, en uno de ellos encontré a los ciclopes, bueno, sus restos. Por lo que parece, eran entes humanoides cuyos rostros se asemejaban al del dios, supongo que de allí viene sus nombres, tal vez clones o homúnculos del dios.
―Pero... ¿En verdad es el dios Hefesto lo que vemos aquí? ―preguntó Gregorio.
―Sí lo es. Se dice que el primer rey de Atenas fue Erictonio, el hijo de Hefesto. Se lo representaba como un ser con torso de hombre y extremidades inferiores remplazadas por un cuerpo de serpiente, pero claro, Erictonio puede traducirse como: serpiente con cabeza humana. ¿No lo ven? Si así era su hijo, entonces debemos concluir que su padre sería similar.
»En muchas culturas hay representaciones de serpientes con cabezas humanas, pero se dice que esos rostros humanos eran hermosísimos, toda una diferencia con Hefesto, ¿verdad? Supongo que al ser deforme, la raza de extraterrestres decidió expulsarlo. No importa, pronto sabremos la verdad.
―¿A qué se refiere doctor? ―preguntó Mónica.
―A despertar al dios, por supuesto. Es una lástima que no tengamos a las doncellas doradas con nosotros, pero creo poder comunicarme con el dios gracias a mis conocimientos de griego antiguo. Sí, estoy seguro que podré hacerlo.
―No lo haga, Charalampos ―decía Carmen―, esa cosa es tan grande como la anaconda de la película con Jennifer Lopez.
―Es cierto ―intervenía Gregorio―, me recuerda a la reina xenomorfo de Alien vs Depredador.
―Ay, papá, mamá, ustedes me avergüenzan ―dijo Juanes con una sonrisa en los labios y negando con la cabeza―. Yo si quiero ver como el doctor habla con el dios... Esperen, si esa cosa es un dios, entonces, ¿qué pasa con Jesús?
―Bueno, Erictonio fue depositado en una cesta, lo mismo que Moisés, una curiosa coincidencia y más si tomamos en cuenta...
―Doctor Charlampos ―le interrumpia Mónica―, yo también creo que no es una buena idea despertar a esa cosa... A Hefesto, mejor salgamos de aquí antes de que los zombis, digo, empusas, vengan.
―Hazle caso, padre.
―Por favor ―decía esta vez Edward―. Sé que esto es muy importante, pero tú mismo me lo dijiste: en caso de peligro inmediato, yo estaría a cargo. Voto por salir.
―Tengo todo grabado, esta vez nadie le va a quitar el crédito ―dijo Nelson.
El anciano miró a todos con detenimiento y luego de dar un suspiro se pronunció.
―De acuerdo, después de todo, sería muy cliché insistir con lo mío y así llamar a la desgracia... ¡Astroarqueólogos, los he superado! ¡He logrado el éxito donde todos ustedes han fallado! ¡Yo, Charlampos Kokinos, he visto a los dioses extraterrestres con mis propios ojos y regresaré para contarlo al mundo entero!
Así, todos se dieron la vuelta y salieron del recinto del dios.
―Adelántense, voy a bloquear la otra entrada para que las empusas no nos sigan.
―¿Necesitas ayuda? ―le preguntó Tom.
―Descuida, ya vi algo que puedo utilizar.
El espeleólogo fue a la otra entrada y cerró esta gracias a una de las ruedas pétreas. Charalampos tenía razón, era muy fácil hacer rodar las moles que pesaban toneladas desde el interior.
Al darse la vuelta, contempló que varias de las maquinarias presentes, tenían elementos variados que estaban conformados en su integridad por oro sólido, igual al que tomase de la cámara de las empusas.
CONTINUARÁ...
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