Capítulo 💎5💎
—¡Bomba! —advertí, como un acto reflejo —. ¡Hay una bomba en el carro!
5 minutos antes.
Todo en Alessia di Rossi era oscuro; su sentido del humor, su semblante y forma de expresarse. Como si fuese la reencarnación de Perséfone, la reina del inframundo.
Me dirigí al estacionamiento observando cada detalle. Decenas de trabajadores, lujos recargados y mucho poder que levitaba en el aire. Selena me facilitó las llaves de su auto. Ambos, viviríamos en el mismo apartamento; eso facilitaría la investigación.
Presioné la alarma y el sonido titubeó ante mis oídos. Caminé hasta posicionarme cerca de la puerta del vehículo, dispuesto a abordarlo. En el lugar, una neblina repentina de olor caro se adentró en mis fosas nasales.
Alessia di Rossi hizo acto de presencia, acompañada por sus guardaespaldas. Nuestras miradas colisionaron, como una fuerte hipnosis. Ella colocó sus lentes oscuros con la distinción que la identificaba.
En un descuido, las llaves cayeron al suelo. Me incliné a recogerlas, pero una lucecita roja debajo de su camioneta llamó mi atención. Reaccioné en segundos, sabiendo lo que era.
Un explosivo.
Posteriormente a mi advertencia, corrí acortando en segundos los metros de distancia.
—¿Qué pasa? —Titubeó.
—Señora —la detuve—, no se mueva del asiento o la bomba explotará.
Sus ojos expresivos me aniquilaron.
—¿Cómo? —Envolvió con su mano parte de mi chaqueta—. ¿Hay una bomba?
Me mantuve cerca del asiento trasero, junto a ella.
—Albanés, bloquea las entradas al estacionamiento —ordenó Bastian—. ¡Ahora!
El rubio acató la orden, mientras Bastian se acostó en el suelo e introdujo su cabeza bajo el auto para observar la situación. Alessia soltó el agarre a mi ropa, sin apartar su mirada de mí. A pesar de su ligera inseguridad, se mantuvo tranquila.
Esta mujer tenía nervios de acero.
—Es un explosivo de presión —informó Bastian—. Utiliza la presión de una persona como disparador. Está justo debajo del asiento de la señora, su peso la activó.
—¿Tiene temporizador? —Le interrogué.
Si tenía temporizador, el peligro se amplificaba reduciendo las posibilidades de salvación.
—No tiene. La activación es por la presión del cuerpo.
Algo terriblemente malo estaba pasando en contra de esta mujer. Dos atentados en menos de veinticuatro horas.
—Bastian, ¿crees que puedas desactivarla? —indagó Alessia sin zarandear ni una parte de su fisionomía.
Bastian colocó su figura de forma vertical, levantándose del suelo. Me apartó con su hombro y observó fijamente a Alessia.
—Señora, sabe que no la dejaré morir. Necesito que esté tranquila, lo resolveré.
Bastian era un hombre maduro, veterano de guerra, de talante rudo, y poseedor de una misteriosa devoción hacia Alessia, como Sir Jorah hacia la Khaleesi.
Aproveché la oportunidad para detallar el explosivo. Enclavé mi campo visual hasta quedar a centímetros del artefacto; era raro, como una especie de fabricación rudimentaria condimentado con una eminente dosis que haría estallar el estacionamiento. Lo pormenoricé tratando de hallar una alternativa de desactivación.
Ascendí nuevamente hasta la superficie, dirigiendo mi atención a Bastian.
—Debemos actuar rápido —anuncié—. Aunque el explosivo no usa temporizador de cuenta regresiva, posee sistematización de presión. Imita al funcionamiento de una mina. El disparador se activó por el peso del cuerpo, lo que significa que si intenta levantarse del asiento, explotará.
Alessia comenzó a descontrolar su respiración. Contraía su entrecejo como si analizase mis palabras.
—Intentaré desactivarla —advirtió Bastian despojándose de su chaqueta.
Si algo salía mal, Alessia di Rossi moriría. Para el caso, eso sería una perdida terrible. Actué siguiendo mi instinto; ese, que me hacía interponer el trabajo, antes que mi propia seguridad, como un verdadero policía. Corrí hasta abordar el asiento de su lado, utilizando la puerta paralela del vehículo.
—Señor Donovan, ¿qué cree que está haciendo? —proclamó Alessia perpetuándome con su mirada.
—Señora di Rossi, necesito que haga todo lo que le diga. Bastian intentará desactivar el explosivo, pero es mejor que usted se mantenga alejada, por si algo sale mal. Yo tomaré su lugar.
Nuevamente, apresé sus facciones enigmáticas. Cada gesto involuntario de su rostro la hacía ver más atractiva de lo que era.
—¿Cómo? ¡No! ¿Por qué haría eso, señor Donovan?
—Soy guardaespaldas, señora. Mi trabajo es proteger a los que están en peligro.
—Pero... —tartamudeó— tú no trabajas para mí. ¿Aun así lo harías?
—Lo haría.
Alessia observó a Bastian dubitativamente.
El plan era ganarme su confianza, pese a cualquier contratiempo. Pasado unos segundos en silencio, Bastian reaccionó.
—Señora, es lo mejor; por su seguridad. El señor Donovan tomará su lugar y yo desactivaré el explosivo.
—No, no permitiré eso. Es una auténtica locura.
Hacer el intercambio con Alessia era riesgoso, pero había que intentarlo. Esa mujer no podía morir, por nada del mundo.
—Señora di Rossi, no es momento para terquedades —insistí.
—¡No! Es peligroso, la bomba puede estallar en el intercambio. No puedo moverme de aquí.
Cualquiera en su posición habría aceptado de inmediato, pero Alessia di Rossi no era cualquiera. La obstinación era parte de su carácter.
—Señora, escúcheme. Sé que no nos conocemos, pero debe confiar en mí. Es lo mejor. Estoy preparado para este tipo de situaciones.
Su cabeza se estaba debatiendo entre miles de interrogantes. Abrió ligeramente sus labios para acceder al pedido.
—¿Qué tengo que hacer?
Asentí, con premura.
—Bien —puntualicé—, la bomba solo explotará si se retira el peso corporal. Yo me iré moviendo lentamente hacia su posición. Usted, con la ayuda de Bastian, saldrá del vehículo. Todo debe ser lento y sin movimiento bruscos, ¿de acuerdo?
Confirmó decididamente, sin vacilaciones.
Sustraje mi chaqueta de cuero para facilitar mis movimientos, quedando solo con una camiseta de franela blanca. La observé asintiendo a la operación. Bastian la tomó ligeramente por su cintura, y yo la sostuve por la parte derecha, por encima de la tela negra de su top.
Ella emitió un largo suspiró que parecía que fue formulado desde lo más profundo su alma. Fui acorralando su cuerpo paulatinamente. Alessia giró su cuello hasta quedar a centímetros de mi rostro. No pude evitar inhalar su aroma, caro, sensual y poderoso.
Apoyó su mano derecha sobre mi antebrazo, para emplearlo como apoyo extra. Me moví nuevamente, esta vez un centímetro más cerca, sin dejar espacio entre nuestros organismos. Ella comenzó a desplazarse metódicamente, sin retirar sus pupilas de las mías.
—Despacio, señora —murmuré.
Alessia obedeció mi pedido, estudiando cada inclinación. Un movimiento más, y Bastian la logró extraer del auto, justo cuando yo tomaba su lugar. Inhalé profundamente. Ahora mi cuerpo era el que evitaba que el explosivo detonara.
—Bastian, desactiva el explosivo, por favor —apuntó Alessia al salir del auto.
—Eso haré —sentenció su protector—. ¡Albanés, llévatela de aquí!
El rubio corrió observando a Alessia, como esperando una señal de aprobación.
—No. —Levantó su mano en contra del albanés—. No me iré de aquí.
Bastian la juzgó severamente.
—Albanés ¡Sácala de aquí, ahora! —proclamó Bastian, duramente.
Alessia negó con la cabeza, sabiendo lo que venía a continuación. El rubio dudó unos segundos antes de entender, que en este momento, el control lo poseía Bastian. Con determinación, la sostuvo como un costal de papas, ante los gritos y reclamos de su jefa.
—¡Albanés, bájame! —Pataleó—. No olvides quien da las órdenes aquí. ¡Bájame o te juro que te vas arrepentir!
El rubio se fue alejando, haciendo caso omiso a los mandatos. Jerárquicamente, Alessia estaba por encima de Bastian, pero esto era una situación peligrosa y su deber era protegerla.
—Bien, señor Donovan. Sabe que desactivar una bomba manualmente es lento y peligroso. Ambos, podemos morir si algo sale mal.
No era la primera vez que me hallaba bajo la amenaza de un explosivo, y, probablemente, Bastian tampoco.
—Haz tu trabajo, yo no me moveré de aquí.
Bastian asintió, preparándose para el proceso de desactivación.
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El reloj de mi muñeca tomó velocidades extraordinarias. Un largo rato después, aún seguíamos en esta situación. Bastian argumentaba cada detalle, mientras me consultaba. ¿Rojo o azul? ¿Conector 1 o conector 2?
Eran disimiles las posibilidades. Cada bomba era única, aunque con características similares.
—Señor Donovan, es ahora o nunca. —Tres, dos, uno, y—. Se apagó.
Reí, sabiendo lo que significaba. Para un ex militar como Bastian, la experiencia superaba la lógica. Se levantó de su posición con su rostro maquillado con una ligera capa de sudor.
—¿Lo hizo? —cuestioné.
—Levántese del asiento.
Sin meditarlo, salí del automóvil, observándolo heroicamente. El explosivo no detonó. Bastian extrajo la bomba, para su posterior análisis. En situaciones normales, se habría llamado a la policía y evacuarían al personal del edificio, pero con el apellido di Rossi cerca, nada era normal. Ella confiaba en Stoica para este tipo de situaciones.
El peligro estaba neutralizado.
Revisamos arduamente el vehículo, pero estaba limpio. Salimos del estacionamiento, dirigiéndonos hacia el lugar donde residía Alessia. Después de varias puertas, Bastian me indicó acceder a un cuarto en la zona restringida del emporio.
Inmediatamente, la figura del albanés custodiando la puerta atrajo nuestra atención. Su labio estaba fisurado, con una pequeña magulladura violácea alrededor. Bastian suspiró, como si supiese lo que había pasado. Abrió la puerta mostrándonos a Alessia sentada pacientemente en una silla color negro.
—Sabía que podías desactivarla. —Se acercó rápidamente dirigiendo su atención a Bastian.
Sus ojos se estrellaron contra mi rostro.
—Señor Donovan, parece que mi deuda con usted aumenta.
Y solo era el comienzo, Alessia di Rossi.
—Señora, no me debe nada.
—Ya sé... —interrumpió— lo hubiese hecho por cualquiera, ¿no?
Asentí, aumentando la tensión en el aire.
•••
Una semana había pasado desde que conocí a Alessia di Rossi, mandó a alguien a que me siguiera, lo noté desde el primer momento. Decidí establecer una rutina monótona, sin dejar lugar a sospechas.
Había terminado de correr, al iniciar el día. Ingresé al departamento que compartía con la agente Michaelson, ella ya había emprendido su viaje hacia el emporio, estaba solo.
Coloqué la botella de agua encima de la mesa, cuando el timbre sonó. Regresé abrir la puerta, hallando a una presencia oscura frente a mí.
Alessia di Rossi, con su atuendo lúgubre y lentes negros, escoltada por sus dos sombras. No me sorprendía el hecho de que supiese donde vivía.
—¿Puedo pasar? —pronunció firmemente.
Asentí como autorización.
Ella se detuvo a observar a Bastian y al rubio, como señal de que la esperasen afuera. Alessia caminó hasta el centro del apartamento, observándolo todo, sin retirar sus lentes.
Si no fuese por la tez de porcelana que poseía, juraría que era una figura extradimensional, por el exceso de tela negra en su vestimenta.
—¿Señora di Rossi, qué hace aquí?
Reparó con esmero toda mi anatomía, estaba sudado y con ropa deportiva.
—Señor Donovan, mañana a primera hora pasará un auto a recogerlo.
Observé sus lentes, confundido.
—¿A qué se refiere?
—Trabajará para mí. A partir de ahora, usted me protegerá.
Y como una estrategia implementada con antelación, Alessia di Rossi permanecería a mi lado.
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Nota de autora:
Holaaa, mis diamantes hermosos. ¿Cómo han estado?
Me pasaba por aquí para agradecer todo su apoyo. Pueden preguntarme cualquier duda referente a la novela, ya sea por los comentarios, por el tablero de mi perfil o por mensajes privados. Estaré encantada de interactuar con ustedes.
Linda semana.
Dani.
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