Capítulo 💎2💎

Tesalia, Grecia.

Lessi, necesito que corras lo más rápido que puedas. ¡Ya están aquí!

—Pero no puedo dejarte. —Sollocé—. Somos un equipo, ¿lo recuerdas?

Se inclinó y sostuvo mi rostro entre sus manos.

Siempre seremos un equipo, mi pequeño diamante. —Besó mi frente por última vez—. Nunca lo olvides. ¡Ahora, corre!

Obedecí.

Corrí alejándome de la casa. El bosque tragó mi minúscula figura. Las ramas de los árboles lastimaron mis pies descalzos. La luna brilló como un faro de guía. El miedo me invadió. Espinas y piedras se clavaron en mi piel, pero corrí, nada me detuvo.

Los pájaros nocturnos se alteraron, y ahí fue cuando lo escuché.

El disparo.

Desperté, ahogándome.

El sudor humedeció mi camisón de satín negro. Mi respiración entrecortada hizo resonancia por toda la inmensa habitación. La puerta se abrió rebeldemente, haciendo rechinar la madera por la brusca acción.

—Mi niña, ¿qué pasó? Escuché un grito. —La voz femenina se sobresaltó cuando sus ojos captaron la escena—. ¡¿Qué haces?! Baja el arma, por favor.

Mi campo visual detectó un arma adherida a mi mano derecha, apuntando a un sitio vacío. Aunque no había disparado..., mi dedo persistía en el gatillo.

La superficie cómoda de un colchón lujoso, me otorgó la señal. Estaba segura, estaba en mi casa.

—¿Nina?

La eufonía que emanó de mi garganta brotó de forma irregular.

—Sí, mi niña. Soy tu Nina. —Sus manos se auto señalaron el pecho—. Baja el arma, solo fue una pesadilla.

A metros de distancia, el rostro asustado de Nina fue el conflicto de realidad necesario para descender el arma rápidamente, depositándola en mi mesita de noche. Seguidamente, apresuró sus pasos para tomar asiento a la derecha del colchón.

—Estás bien, ¿verdad? —Me examinó con sus manos de mediana edad—. ¿No te hiciste daño? Te he dicho que no me gusta que duermas cerca del arma.

—Es por seguridad.

—¡Pero puedes hacerte daño!

La observé fijamente, su rostro poseía atisbos de angustia y desesperación.

—Déjame sola, Nina —expresé cansadamente despojándome de mis sábanas.

Mis pies palparon hondamente la alfombra aterciopelada del suelo, avivándome para optar una posición erguida.

—Pero...

—Nina, déjame sola, por favor.

Un largo suspiro proveniente de sus pulmones la impulsó a dirigirse camino a la puerta.

—Nina —capté su atención—, mi nombre es Alessia.

Una amplia sonrisa brilló de su veterano semblante, mientras ladeó su cabeza para negar mi argumento.

—Para mí siempre serás "mi niña". Bajaré a preparar el desayuno.

Nina, más que un ama de llaves, era el motor de correcto funcionamiento de mi casa. Bajo su mando, los mínimos detalles permanecían en orden. Naturalmente perfeccionista y sentimentalmente compasiva. Sus canas blancas conocían todas las versiones de Alessia di Rossi, la extremadamente fuerte y la humanamente débil.

Instintivamente, direccioné mi vista hacia una de las grandes ventanas de cristal de mi habitación. El sol intentando salir de su escondite, fue el signo indiscutible de la aproximación del alba.

Acto seguido de que Nina abandonara el lugar, abrí torpemente el primer cajón del armario, hurtando de él, un pequeño recorte de periódico amarillento notablemente antiguo, siendo su titular el principal responsable de mis pesadillas nocturnas.

"Hallan muertos al científico italiano Fabio Ricci junto a su esposa Helena Vitale, en su casa de campo"

Inesperadamente, las lágrimas invadieron mis mejillas. Odiaba llorar y a todos los sentimientos que esa acción implicaba. Sequé bruscamente mi rostro evitando que el rastro de humedad fluyera hasta mi cuello.

—Todo hubiese sido tan diferente, Fabio. —Toqué su fotografía delicadamente—. No solo hiciste que mataran a Helena esa noche, también me mataste a mí.

Mi corazón latía, pero no sentía la sangre recorrer mis venas. Estaba vacía por dentro, mi alma había muerto.

Devolví el trozo de prensa a su posición original. Rudamente cerré el lujoso cajón y limpié mis pulmones, despojando mi mente de los recuerdos.

Mi rutina mañanera estaba minúsculamente pre instalada en mi cerebro, una necesaria ducha con gel de lavanda y exfoliantes delicados, dosis extra de crema corporal con la textura indicada para mi tipo de piel, secado profundo de mi cabello perfectamente liso, y mi atuendo significante de color negro. Aumentado con un maquillaje destinado a realzar la brillantez de mis ojos.

Mi estampilla..., los diamantes.

En pulseras femeninas o anillos cegadores.

Todo, calculado milimétricamente para generar una figura imponente en un mundo de fieras.

Abandoné mi habitación, mientras mis tacones Louis Vuitton crearon los acordeones musicales idóneos al impactar sobre los escalones de la extensa escalera principal de mi mansión. Los lujos innecesarios eran parte de mi vida.

—Buenos días, señora Alessia —anunció el jefe de seguridad que esperaba rutinariamente al final de la escalera.

Aparte de Nina, él era mi otra mano derecha.

—Buenos días, Bastian, ¿qué tenemos para hoy?

—La nueva línea de zafiros llega hoy en la tarde —expresó observando la agenda en la tableta electrónica—. Traídos especialmente desde Sri Lanka, como usted lo ordenó.

Asentí.

Bastian era como mi escudo protector. Para él, mi vida estaba primero que la suya. Era de ese tipo de lealtad que ya no se fabricaba. Mi seguridad permanecía en sus manos. Cuando aumentaban los millones, ganabas en enemigos.

—Y de Hades, ¿se sabe algo? —interrogué mientras me dirigí a la cocina, atraída por el café de Nina.

—Nada. Aún sigue sin dar señales de vida, es como si la tierra se lo hubiese tragado.

Hades era mi contrincante en los negocios, en su manual no existía el "trabajo limpio". Una rata de alcantarilla que me había declarado la guerra, hacía semanas que no sabía nada de su paradero, el silencio no era buena señal.

Bastian siguió mis pasos saludando a Nina, la cual se desenvolvía con destreza ante la estufa, ellos eran lo más cercano que tenía a una familia.

—Tiene que estar tramando algo —susurré—. ¿Qué hay del sistema de seguridad?

—El equipo estará formado por diez personas —expresó dirigiendo su vista a la tableta—. Cinco, se encargarán de los perímetros de la mansión. Tres, se ubicarán en la garita, a cien metros de distancia de la entrada principal. Los dos restantes, conformarán junto a mí su equipo de seguridad personal.

La seguridad era un aspecto fundamental en mi vida.

Nina me ofreció una poderosa ensalada de frutas, la cocina olía como el paraíso en la tierra.

—Entonces, ¿todo está listo? —cuestioné.

—He reclutado a los mejores. Cinco griegos, tres rusos y un albanés, pero aún falta un integrante para completar el equipo.

Sabía que Bastian era meticuloso con la selección del personal, les sometía a pruebas específicas para que demostrasen sus habilidades.

—Y de ellos, ¿quién es el mejor?

—El albanés —sentenció—. Será uno de los encargados de su seguridad.

—¿Y quién más? Mencionaste que eran dos integrantes, aparte de ti.

—Prefiero completar el equipo antes de seleccionarlo —afirmó observándome fijamente—. Necesito estar seguro de quien coloco a su lado.

Sonreí por primera vez en la mañana.

—Confío en ti.

Asintió, sin reparo.

Terminé mi desayuno y Nina me acercó una lonchera con comida. Era un hábito imborrable de ella. A pesar de negarme, encontraba la manera para que terminase aceptándola, como una abuela despide a una colegiala.

—Nina —suspiré—, ¿cuántas veces pasamos por esto?

—Las que sean necesarias. Tienes que alimentarte, mi niña.

Tenía veintiocho años y aún continuaba tratándome como a una niña.

—Alessia..., me llamo Alessia.

Nina sonrío otorgándome un beso en la frente, acepté la lonchera sabiendo que negarme era misión fallida.

Coloqué mis lentes oscuros y Bastian siguió mi ruta hasta abrir la puerta principal. Al instante, la fila de los nueve integrantes me observaron erguidos como cadetes, complementados con trajes oscuros y un sistema de comunicación característica que descansaba en sus oídos izquierdos.

Eran corpulentos, como bestias destinadas para matar. Fríos e inexpresivos, probablemente siguiendo la orden de Bastian.

—Les presento a la señora Alessia di Rossi, su principal prioridad —anunció Bastian a mi lado—. Ningún extraño se le acerca a menos que ella lo autorice, nadie entra a esta mansión a menos que ella lo autorice, no se abandona su puesto de trabajo a menos que ella lo autorice. A partir de ahora, su vida está primero que la de ustedes. Si dejan que alguien le toque un solo cabello, yo mismo les corto la cabeza y se la envío a sus familias, ¿entendido?

El equipo asintió, sin palabra alguna.

El tono autoritario de Bastian intimidaba con solo escucharlo, era un hombre peligroso y líder por naturaleza. El infierno de un régimen de vida militar, era su pan del día a día. Cero distracciones, para un enfoque total.

—Albanés ¡Al frente! —vociferó atrayendo a un rubio con facciones otomanas—. Tú pertenecerás al equipo personal de la señora, ya sabes cuales son las indicaciones.

—Entendido, señor —expresó el rubio con voz segura.

Nos dirigimos a la camioneta blindada Mercedes Benz. El albanés tomó el asiento del conductor y Bastian el del copiloto.

El vehículo inició la marcha.

Mi mansión se hallaba enclavada en un lugar apartado, protegido con un sistema de alarmas, sensores de calor y cámaras de seguridad de última generación.

Tesalia era hermosa observada desde el asiento trasero del auto. La abundante vegetación le otorgaba al sitio un exceso de clorofila. El trayecto duró lo necesario, hasta que las flores de Ciclamen brillaron para dar la señal de la aproximación a mi empresa.

Un logo gigante y estilizado nos dio la bienvenida..., "Emporio di Rossi".

El mayor lugar de joyas exclusivas de Grecia, era de mi propiedad. El Emporio di Rossi se extendía por el mundo, decenas de trabajadores y millones de dólares, todo facturando bajo mi mando.

Para muchos era un misterio.

¿Cómo una huérfana italiana construyó algo tan grande? ¿Cómo pasas de vivir en la calle a ser millonaria? ¿Cuál era el secreto detrás del éxito de Alessia di Rossi?

Eran solo algunas de las interrogantes de los diarios amarillistas, encargados de popularizar mi apellido.

El coche se detuvo frente al edificio. Descendí y caminé hasta una de las flores de Ciclamen. Cada mañana necesitaba inhalar su aroma, era dulce, floral y ligeramente húmeda.

Significaba el amor profundo, ese amor sincero y tierno.

Uno de sus pétalos se desprendió de su posición y los latidos de mi corazón aumentaron considerablemente. Poseía un sexto sentido para detectar la densidad de las energías, giré y observé la calle.

Bastian y el albanés se encontraban cerca del auto, a pocos metros de distancia de mí.

Pero..., algo no estaba bien.

Mis manos comenzaron a sudar, bajé mis lentes oscuros y calculé todo a mí alrededor. Un barrendero saneaba una zona de la acera, con su distintivo carrito verde. La entrada del edifico estaba custodiada por el vigilante de turno, la calle era poco transitada, todo aparentemente estaba normal.

Aunque, mi intuición continuaba en alerta. Algo no me gustaba.

Observé fijamente a Bastian, quien colocó suavemente su mano en el arma. No necesitábamos hablar para entendernos, él lo había leído en mi rostro.

Algo no estaba bien, lo presentía.

Seguidamente, un auto color negro transitó a baja velocidad. Mis ojos se enclavaron en él. Lo próximo que vi, hizo confirmar mi instinto.

Las armas apuntándonos.

Todo transitó en cámara lenta, como apreciando cada detalle en una fracción de tiempo.

—¡Cuidado! —Una voz masculina me advirtió con un profundo grito.

Pero..., ¿esa voz?

No era la de Bastian. Tampoco fue el albanés.

¿Quién era?

Por instinto, mi rostro se dirigió en busca de la voz.

Y lo vi.

Un hombre corpulento complementado con una chaqueta de cuero, corrió abalanzándose sobre mí.

Quería protegerme del peligro.

Sus manos impactaron en mi cintura atrayéndola hacia su cuerpo, caímos al suelo atraídos por la fuerza de gravedad. Mi frente colisionó contra su hombro, dimos varias vueltas en el suelo imitando a la oscilación de un neumático.

En fracciones de segundos, escuché los disparos.

Mi campo visual percibió como Bastian y el albanés se debatían a tiros contra los agresores del auto en movimiento.

Mi fisionomía estaba cubierta totalmente por el cuerpo fornido de un desconocido, el cual se acopló a mí como una pieza de puzzle. Sus manos cerraban mi cabeza, lo abracé por supervivencia.

Los disparos cesaron y nuestras pupilas se encontraron como dos esmeraldas, brillantes y atrayentes. Las respiraciones se mezclaron como una droga sofocando nuestros pechos, fijados como uno solo.

Sus orbes lucían un iris color ámbar, con reflejos verdes. Su cabello castaño oscuro descendía en un atractivo desorden, con rasgos simétricos que otorgaron protagonismo a una nariz recta y labios seductores.

Me protegía, como solo lo hacía una caja de seguridad resguardando a su diamante más preciado.

¿Quién era este hombre?

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