18:Emociones Fuertes

Sus palabras resonaron en mi mente, mezclándose con el sonido de nuestros jadeos cortos y el silencio de la noche que nos rodeaba. Todo en Robby me atraía como un imán: su sonrisa traviesa, sus manos firmes sosteniéndome, la forma en que me miraba como si fuera lo único que importaba en ese momento.

Sus labios regresaron a los míos, reclamándolos con una intensidad que me dejó sin aliento. No había espacio entre nosotros, ni físico ni emocional. Su pecho firme rozaba el mío con cada movimiento, y la calidez de su piel me envolvía, haciendo que el frío de la noche quedara en el olvido.

—¿Sabés qué más me encanta? —susurró contra mis labios, sus manos deslizándose lentamente por mi cintura, jugando con el borde de mi pijama como si estuviera evaluando hasta dónde podía llegar.

—Iluminame. —respondí, mi voz cargada de desafío, mientras mis dedos recorrían los músculos de su espalda, memorizando cada curva y cada tensión.

—Que te guste tomar el control... pero también que no tengas problema en perderlo conmigo. —Su tono era bajo, ronco, y la manera en que lo dijo hizo que mi piel se erizara de inmediato.

Mis palabras quedaron atrapadas en mi garganta cuando sus manos finalmente se movieron, tirando suavemente de la tela de mi pijama hacia arriba, dejando mi piel expuesta.

Sus manos se movieron con lentitud, casi como si quisiera torturarme, levantando mi pijama apenas lo suficiente para dejar que el aire cálido de la habitación rozara mi piel. Cada roce de sus dedos contra mi cintura enviaba una descarga eléctrica por mi cuerpo, como si estuviera marcándome de una forma que iba más allá de lo físico.

—¿Sabés cuánto estuve esperando esto? —murmuró contra mi cuello, dejando pequeños besos que se volvían más hambrientos con cada segundo.

—¿Estuviste contando los días? —respondí, intentando mantener mi tono provocador, pero mi voz salió más entrecortada de lo que esperaba.

—Contando las horas —corrigió, dejando que sus labios bajaran hasta mi clavícula, mientras sus manos seguían explorando, subiendo por mis costados, sus dedos rozando mi piel con una mezcla de firmeza y suavidad.

Sus palabras, su voz, la forma en que me miraba... Todo me hacía perder cualquier rastro de control. Mis manos no se quedaron atrás; deslicé mis dedos por su pecho desnudo, sintiendo el calor de su piel y la fuerza de sus músculos bajo mis caricias.

—Robby... —mi voz salió como un susurro, apenas audible, pero cargada de deseo.

—¿Qué pasa, hermosa? —preguntó, alzando la cabeza para mirarme, sus ojos oscuros brillando con una intensidad que me hizo estremecer.

—Te estás tardando demasiado... —dije con una sonrisa desafiante, deslizando mis piernas para enredarlas alrededor de su cintura, acercándolo aún más a mí.

—¿Ah, sí? —Su tono se volvió más bajo, casi un gruñido, mientras sus manos se apoyaban a ambos lados de mi cabeza, encerrándome entre sus brazos. —Entonces no digas que no te avisé...

Ella le tironeo del elástico de su pantalón despacito y no pudo seguir mucho porque él la levantó por la cola y ella tuvo que levantar los brazos para agarrarse de su cuello.

Robby dió un par de pasos hasta apoyarla contra la pared al lado de la puerta, que servía de lateral del armario, presionando sus entrepiernas. Ambos ahogaron un gemido en un beso bastante más intenso que antes, y ella le rodeo las piernas alrededor de la cintura pata sostenerse mientras movía las caderas de arriba abajo para frotarse contra él.
Movió las manos y las metió debajo del pantalón de él y el bóxer para indicarle que se los saque, pero Robby no le hizo caso. La aprisionó y sostuvo contra la pared con su peso desde la cadera haciendo y le agarró las dos manos con una de él por encima de su cabeza, contra la pared.

La rubia sintió que las mejillas se le ponían más coloradas si era posible, dado lo caliente que estaba.

—Robby...—atinó a decirle pero él aprovecho para llevarse la lamerle y chuparle un pezón, y gimió y se olvidó lo que iba a decirle. Se le había derretido el cerebro.

Arqueó la espalda queriendo que siga y no puedo evitar un quejido cuando él se separó para volver a gemir cuando reemplazó su mano libre reemplazó a su boca, y sus labios repitieron la acción anterior con el otro pezón, haciendo que mueva su cadera involuntariamente, aunque ahora no estaba alineada con la de él.Se estaba muriendo de placer, pero quería más, se retorció y le dijo:

"Por favor... quiero..."

Robby se detuvo y se incorporó un poco, volviendo a presionar su erección contra ella y le preguntó:

—¿Qué querés?

Ella lo besó, y moviendo su feminidad arriba y abajo contra su cadera ,no hacían falta las palabras.

Él gimió o hizo algún ruido con la garganta y la agarró y volvió a caminar con ella arriba hasta dejarla en la cama ,se sacó la remera y Tory aprovechó para sacarse las bragas, impaciente.

Robby se bajó el pantalón y el bóxer, y se giró para buscar algo en la mesa de luz.
Ella se quedó apoyada sobre sus codos mirándolo. No podía creer que fuera hermoso. Él se puso un preservativo, y extendió sobre ella apoyándose en sus codos.

Ella levantó un poco la cabeza y el cuello para besarlo de nuevo, y él le devolvió el beso y bajo una mano para tocarla.
Tory gimió de nuevo, estaba más que lista, de hecho hasta por ahí le daba un mínimo de vergueza que él note lo empapada que estaba.El castaño la empezó a acariciar explorando primero y con sus propia humedad le acarició los labios y el clítoris suavemente.

Se le puso la piel de gallina y abrió un poco los ojos. El empezó a acariciarla en círculos con más presión y ella apoyó la cabeza contra el colchón cerrando los ojos de placer. Uno de sus dedos la recorría desde el clítoris hasta su entrada, y ella bajo la mano para indicarle que los quería adentro.
Robby entendió y empezó primero con uno, agregando un segundo rápidamente a meterse los y sacarlos buscando un punto para que ella acabe mientras seguía acariciándole el clitoris con el pulgar.
A Tory la sorprendió lo rápido que llegó su propio orgasmo, y lo besó de nuevo, mientras con la mano le agarraba la erección tratando de dirigirla dentro de ella.

—¿Ahora?.—Preguntó el ,cuando vio que la rubia comenzó a asentir empezó a adentrarse despacio, mirándola para ver que estuviera cómoda y dejando que ella se acomode.
Pero Tory ya había tenido suficiente y lo rodeó con las piernas presionando para que se meta hasta el fondo.Robby cerró la boca rapando un gemido, y empezó a cogérsela con más impetu, retirándose despacio hasta casi sacarla y después metiéndosela con intensidad cuando ella se retorcía o lo apretaba.

03:12 a.m

La habitación estaba sumida en una cálida penumbra, apenas iluminada por la luz tenue que entraba por la ventana. Tory estaba de pie frente al espejo, examinando su reflejo con una mezcla de curiosidad y orgullo. Llevaba puesta la camiseta de Robby, que le quedaba grande, y el aroma de él mezclado con el suyo era embriagador. Su cabello estaba alborotado, su piel cálida, y las marcas en su cuello y clavícula eran un testimonio evidente de la pasión que había surgido en esa habitación.

Movió ligeramente las caderas y soltó un suave quejido, llevándose una mano al costado.

—Ay, mi cadera... —murmuró, frunciendo los labios.

Desde la cama, Robby, con el torso desnudo y la sábana cubriéndole apenas hasta la cintura, la miraba con una sonrisa de satisfacción que no podía ocultar. Apoyó los brazos detrás de la cabeza y dejó escapar una pequeña risa.

—¿Te duele, eh? Bueno, eso pasa cuando te metés con alguien como yo. —Le guiñó un ojo, claramente disfrutando del momento.

Tory se giró lentamente, apoyando una mano en su cadera como si intentara hacer un punto.

—¿Alguien como vos? —alzó una ceja, su tono estaba lleno de sarcasmo. —Por favor, Robby. Apenas y podías respirar después de todo lo que pasó. Si alguien hizo el esfuerzo acá, fui yo.

Él se incorporó en la cama, dejando que la sábana resbalara un poco más abajo de su cintura.

Robby se levantó de la cama con esa sonrisa traviesa que siempre lo acompañaba, caminando hacia ella con una calma estudiada, como si saboreara cada paso que lo acercaba.

—¿Un desafío? —repitió, su tono burlón mientras se cruzaba de brazos, deteniéndose frente a Tory. La diferencia de altura lo hacía parecer aún más seguro de sí mismo. —No sabés con quién estás hablando, ¿o sí?

Tory lo miró de arriba a abajo, sin molestarse en ocultar su mirada evaluadora. Apoyó una mano en la cadera y ladeó la cabeza con una sonrisa juguetona.

—Sé perfectamente con quién estoy hablando, Keene. Y por eso no estoy impresionada. —Dio un paso hacia él, sus ojos fijos en los suyos mientras deslizaba un dedo por su pecho, disfrutando de cómo su piel reaccionaba bajo su toque.

Robby dejó escapar una risa suave, atrapando su mano antes de que pudiera seguir bajando.

—Ah, mirá vos... ¿No estás impresionada? ¿Y eso qué era hace unas horas? —Se inclinó lo suficiente como para que su aliento cálido rozara su oído. —Porque juraría que te escuché decir mi nombre al menos un par de veces. Bueno, más que un par.

Tory se sonrojó un poco, pero no estaba dispuesta a darle el gusto.

—¿Sabés qué? Quizás deberías preocuparte menos por lo que dije y más por lo que voy a decir ahora. —Levantó la barbilla, desafiándolo. —La próxima vez, voy a necesitar más que tus marcas en mi cuello para quedar impresionada.

Robby arqueó una ceja, visiblemente divertido.

—¿Más? —Se pasó una mano por el cabello, todavía alborotado por el sueño. —Bueno, hermosa, si querés más, tenés que pedírmelo. Porque, hasta ahora, parecía que estabas muy contenta.

Tory soltó una carcajada mientras negaba con la cabeza, llevándose las manos al rostro por un momento.

—Ay, Robby, sos imposible. —Lo miró, todavía sonriendo, con esos ojos brillantes que él no podía resistir. —Era todo mentira, ¿sabés? No puedo creer que te lo hayas tomado tan en serio.

Robby cruzó los brazos, fingiendo estar ofendido, aunque una sonrisa asomaba en las comisuras de sus labios.

—¿Mentira? ¿Eso decís? ¿Me estás diciendo que todo ese jueguito de que no estabas impresionada era pura actuación?

—Obvio. —Tory dio un paso más cerca de él, poniendo sus manos en su pecho desnudo. —La verdad es que... —bajó la mirada por un instante, como si estuviera reuniendo el coraje para decirlo. Después volvió a mirarlo con una sonrisa sincera. —La verdad es que te quiero mucho, Robby Keene. Y sí, disfruté cada segundo con vos.

Él dejó caer su fachada de chico seguro e inalcanzable, dejando ver una dulzura que Tory adoraba pero que sabía que él no mostraba con cualquiera.

—¿Sí? —susurró, acercándose un poco más a ella.

—Sí. —Tory asintió, poniéndose de puntillas para besar suavemente sus labios.

Robby no esperó más; la envolvió en un abrazo cálido y firme, apoyando su barbilla en el hombro de ella.

—Yo también te quiero, Tory. Más de lo que podés imaginar. —Su voz sonaba sincera, incluso vulnerable.

Después de un momento, la levantó del suelo con facilidad, provocando que ella soltara una risa suave.

—Bueno, ya que disfrutaste tanto, creo que lo mejor es volver a la cama y seguir disfrutando de mi compañía, ¿no te parece?

Tory fingió pensarlo mientras él la llevaba en brazos hacia la cama.

—Mmm... tal vez. Pero sólo si me abrazás hasta que me duerma.

Robby sonrió ampliamente.

—Trato hecho.

Se acostaron juntos, ella apoyando la cabeza en su pecho mientras él la rodeaba con sus brazos. Tory se sentía segura, amada, como si nada malo pudiera alcanzarla mientras estuviera con él.

—¿Sabés algo? —dijo en voz baja, ya sintiendo cómo el sueño comenzaba a apoderarse de ella.

—¿Qué cosa, hermosa?

—Me encanta cuando bajás la guardia conmigo. Es como si fueras sólo mío.

Robby besó su frente suavemente.

—Soy todo tuyo.

Y, con esas palabras, ambos se quedaron en silencio, disfrutando de la calma de la noche y de la calidez del otro.

10:22 a.m

El sol apenas se colaba por las persianas cuando Tory sintió el suave aroma del café y el sonido ligero de un plato al ser colocado sobre la mesa de noche. Parpadeó lentamente, acostumbrándose a la luz, y lo primero que vio fue a Robby parado al lado de la cama, sosteniendo una bandeja con una sonrisa que podía iluminar cualquier día.

—Buenos días, dormilona. —Su tono era suave, casi canturreante.

Tory esbozó una sonrisa perezosa, estirándose en la cama mientras un bostezo escapaba de sus labios.

—¿Qué estás tramando tan temprano?

—Nada raro. Sólo pensé que te gustaría un desayuno de campeona. —Robby colocó la bandeja frente a ella, que tenía una taza blanca de café, unas tostadas con mermelada y un bol de frutas cortadas.

—¿Qué hice para merecer esto? —preguntó Tory, entre risas, mientras se incorporaba y tomaba la taza de café.

—Ser vos. Es suficiente.

Mientras llevaba la taza a sus labios, el reflejo en la porcelana blanca captó su atención. Se quedó observándolo por un instante más de lo necesario, notando las magulladuras que todavía marcaban su rostro. Aunque habían comenzado a desvanecerse, aún eran visibles. Su nariz, tras la operación, tenía una forma diferente, y aunque sabía que era inevitable, no podía evitar sentir una punzada de tristeza.

Robby, siempre atento, se sentó a su lado y apoyó una mano en su pierna.

—Hey... —dijo, su tono lleno de preocupación—. ¿Qué pasa? ¿Todo bien?

Tory soltó un suspiro, dejando la taza a un lado.

—Es una tontería.

—Si te pone así, no puede ser una tontería. Contame.

Ella se mordió el labio, dudando por un momento. Finalmente, alzó la vista y lo miró a los ojos.

—Es sólo que... no me reconozco. —Pasó una mano por su rostro, como si tratara de borrar las marcas que veía. —Mi nariz cambió, mi cara está llena de golpes. Siento que no soy yo.

Robby se inclinó hacia adelante, tomando su rostro entre sus manos con una delicadeza que contrastaba con su habitual actitud juguetona.

—Victoria... sos hermosa. Siempre lo fuiste y siempre lo vas a ser. —Deslizó sus pulgares suavemente por sus mejillas. —Estas marcas son temporales. No definen quién sos.

Ella intentó desviar la mirada, pero él no se lo permitió.

—Miráme, Tory. —Su voz era firme pero cariñosa. —Lo que veo cuando te miro no son las marcas ni la forma de tu nariz. Veo a la chica más increíble que conozco. La que me hace reír, la que es fuerte como nadie, la que amo.

Tory sintió que sus ojos se llenaban de lágrimas, pero no de tristeza, sino de algo más cálido.

—¿De verdad lo pensás?

—No lo pienso, lo sé. —Robby sonrió y dejó un beso en su frente. —Además, ¿sabés qué? Me encantan tus nuevas "cicatrices de guerra". Te hacen ver aún más badass.

Ella soltó una risa entrecortada, sacudiendo la cabeza.

—¿De verdad dijiste eso?

—Claro. Si vos pudieras verte como yo te veo...

Tory tomó su mano y la sostuvo con fuerza, sintiendo cómo la tristeza comenzaba a disiparse.

—Gracias, Robby. Por siempre saber qué decir.

—Es mi trabajo. —Se encogió de hombros con una sonrisa traviesa. —Además, no puedo dejar que mi futura novia esté triste.

—¿Futura novia, eh? —Tory arqueó una ceja, divertida.

—Sin dudas. Pero no le digas a nadie. No quiero que piensen que soy blando.

Ella rió, sintiendo cómo el peso que llevaba encima se aligeraba.

—Tu secreto está a salvo conmigo.

Robby le dio un último beso en la frente antes de tomar un trozo de tostada de su bandeja.

—Ahora comé algo. Necesitás fuerzas para... bueno, para cualquier plan loco que se te ocurra hoy.

Tory sonrió, tomando la taza de café otra vez, esta vez con una renovada calidez en su pecho.

—Gracias por estar siempre, Robby.

—Siempre voy a estar, Tory. Siempre.

Tres semanas después

Las semanas pasaron como un suspiro. Para Tory, esos días junto a Robby eran un respiro después de los largos y tediosos meses en el hospital. Sentía que estaba volviendo a la normalidad, pero su vida ahora estaba marcada por la emoción de mantener una relación en secreto. Robby era su punto de equilibrio, pero también su chispa de caos, y eso hacía que cada momento juntos fuera emocionante y un tanto peligroso.

Una tarde cualquiera, Tory estaba en las gradas del gimnasio, jugando con su celular mientras esperaba a que Robby apareciera. Fingía que estaba revisando algo importante, pero en realidad, cada segundo que pasaba sentía cómo la impaciencia crecía. Finalmente, lo vio entrar por la puerta lateral, con esa sonrisa de chico despreocupado que siempre lograba ponerla nerviosa y feliz al mismo tiempo.

—Perdón, perdón, me retrasé. —Robby subió las gradas de dos en dos y se dejó caer a su lado, quitándole el celular de las manos. —¿Qué es tan importante que me ignorás?

—Nada que tenga que ver con vos, eso seguro. —Tory fingió molestia, intentando recuperar su teléfono, pero Robby lo sostuvo fuera de su alcance con una sonrisa burlona.

—Ah, ¿así estamos? —Él la miró, arqueando una ceja. —Capaz debería dejarte sola, entonces.

—Ni se te ocurra. —Tory rodó los ojos, pero finalmente dejó de pelear por el teléfono, cruzándose de brazos.

Robby rió, regresándole el celular. Luego, sin previo aviso, le dio un beso rápido en los labios, dejándola completamente descolocada.

—¿Qué fue eso? —preguntó Tory, frunciendo el ceño, aunque en el fondo estaba encantada.

—Un recordatorio de que, aunque te hagas la dura, sé que me extrañaste.

Ella negó con la cabeza, pero no pudo evitar sonreír.

—Sos un creído, ¿sabias?

—Lo acepto. —Robby se acomodó más cerca, dejando que sus piernas se rozaran. Su tono cambió, más serio, pero aún con un toque juguetón. —Pero hablando en serio, ¿cuánto más vamos a seguir escondiéndonos?

Tory lo miró, sorprendida por la pregunta. Sabía que en algún momento saldría, pero no esperaba que fuera tan pronto.

—Lo suficiente como para que mis padres no te echen de mi casa con un escándalo. —Su respuesta fue rápida, pero el leve temblor en su voz la delató.

—Ah, claro, porque tus padres son tan relajados, ¿no? —Robby arqueó una ceja, mirándola con una mezcla de diversión y escepticismo.

—No son tan dramáticos... —Tory se encogió de hombros, intentando sonar convincente.

Robby soltó una carcajada, sacudiendo la cabeza.

—¿No? Tu madre me miró como si quisiera clavarme un tenedor en el ojo la última vez que fui a buscarte.

Tory no pudo evitar reírse, aunque intentó contenerse.

—Está bien, quizás un poco dramáticos.

—"Un poco", claro. —Robby rodó los ojos, pero su expresión se suavizó al mirarla. —Mirá, sé que no es fácil para vos. Pero, Tory, no me importa dónde tengamos que vernos o cómo. Siempre voy a querer estar con vos.

Las palabras la tomaron por sorpresa. No era que no confiara en Robby, pero escuchar algo tan directo y sincero siempre lograba desarmarla.

—¿De verdad? —preguntó en voz baja, bajando la mirada a sus manos.

—Tory... —Robby tomó su mano entre las suyas, obligándola a mirarlo. —De verdad.

Ella suspiró, recargando la cabeza en su hombro. Por un momento, se permitió disfrutar de la calidez de su cercanía, dejando que sus preocupaciones se desvanecieran.

—A veces pienso que esto es una locura. Pero después te veo y... vale la pena.

Robby sonrió, inclinando su cabeza para dejar un beso en su cabello.

—Vale la pena para mí también.

Se quedaron así, en silencio, mientras el eco de las voces en el gimnasio se desvanecía en el fondo. Para Tory, esos pequeños momentos juntos eran un recordatorio de que, aunque su relación fuera complicada, siempre habría algo que los uniera: esa conexión única que tenían, como si el mundo entero desapareciera cuando estaban juntos.

Las semanas que siguieron estuvieron marcadas por una mezcla de adrenalina, pasión y cuidado extremo para no ser descubiertos. Tory y Robby encontraban maneras ingeniosas de verse a escondidas, desafiando cada límite que les imponían las circunstancias. Sabían que no podían ser vistos juntos, pero eso hacía que cada momento compartido se sintiera más intenso, casi como si estuvieran robándole tiempo al mundo.

Un miércoles después de clases Tory había inventado que tenía que quedarse a estudiar en la biblioteca, mientras Robby dijo que iba a ayudar a su entrenador con unos trámites. En realidad, ambos se encontraron en el viejo cobertizo detrás del gimnasio, un lugar al que casi nadie iba.

—Llegás tarde. —Tory lo recibió con los brazos cruzados, fingiendo molestia, aunque su sonrisa la delataba.

—No es mi culpa que la señora Lopez decida darme la charla de mi vida justo cuando intento escaparme. —Robby cerró la puerta detrás de él, acercándose a ella con una mirada juguetona. —Pero ahora estoy acá. ¿Qué vas a hacer al respecto?

—Depende. ¿Vas a compensarme? —Tory lo miró con una ceja arqueada, dando un paso hacia él.

Robby sonrió de lado y no perdió tiempo. En cuestión de segundos, sus labios estaban sobre los de ella, atrapándola en un beso que comenzó suave pero pronto se volvió más urgente.

—¿Esto cuenta como compensación? —murmuró contra sus labios, sin separarse del todo.

—Hmm... todavía no estoy convencida. —Tory deslizó sus manos por los hombros de Robby, sintiendo cómo él la sujetaba por la cintura, acercándola aún más.

El cobertizo no era exactamente el lugar más romántico, pero ninguno de los dos parecía preocuparse. Robby la acorraló contra una de las paredes, sus cuerpos encajando perfectamente.

—Me gusta cuando te ponés exigente. —Su voz era un susurro lleno de diversión, y Tory sintió cómo el calor le subía por las mejillas.

—Y a mí me gusta cuando cerrás la boca y me besás. —respondió, aunque no pudo evitar sonreír antes de volver a unir sus labios con los de él.

Un viernes por la noche cuando los padres de Tory anunciaron que iban a salir a cenar con unos amigos, ella aprovechó la oportunidad para invitar a Robby.

—No tenés que venir si no querés arriesgarte. —le dijo por teléfono, aunque sabía que él no iba a negarse.

—¿Estás bromeando? ¿Perderme una noche con vos? Imposible. —La seguridad en su voz hizo que Tory riera.

Robby llegó poco después de que sus padres se fueran, entrando por la ventana de su habitación como si fuera algo que hacía todos los días.

—¿Sabés que esto es como un cliché de película, no? —dijo ella, viendo cómo él se quitaba la chaqueta y la dejaba en su silla.

—¿Cliché o no, funciona? —Robby se acercó, inclinándose para besarla antes de que pudiera responder.

Lo que empezó como un beso tierno pronto se intensificó. Tory terminó con su espalda contra la pared, mientras las manos de Robby viajaban con cuidado por su cuerpo, como si intentara memorizar cada detalle.

—¿Seguro que tus padres no vuelven pronto? —murmuró él, aunque su sonrisa indicaba que la idea no lo preocupaba mucho.

—No te preocupes. Tenemos tiempo. —Tory deslizó sus dedos por su cabello, tirando de él ligeramente, lo que provocó un suspiro bajo de Robby.

—Dios, me encanta cuando hacés eso. —Su voz tenía un tono ronco que hizo que Tory sintiera un escalofrío.

Pasaron la noche entre besos, caricias y risas contenidas para no hacer ruido. Cada vez que Tory pensaba en lo arriesgado que era todo, Robby encontraba la manera de hacerla olvidar con un comentario travieso o un gesto tierno.

Lunes 16:21 p.m

Tory

Sentada frente a mi madre en la mesa del comedor, me encontraba haciendo un esfuerzo monumental por concentrarme en mi tostada con mermelada. El día había sido tranquilo, pero no podía evitar sentirme inquieta bajo la mirada persistente de mi madre, quien parecía estar analizándome con la misma intensidad con la que inspecciona una etiqueta de precio en una tienda de lujo.

—Querida, ¿tú estás con alguien? —soltó de repente, sin anestesia.

El pedazo de tostada que estaba a punto de morder se quedó suspendido en el aire mientras mi mente entraba en pánico. ¿Cómo demonios lo había descubierto?

—¿Emm... a qué viene eso? —intenté sonar casual, pero mi voz me traicionó.

Mi madre dejó su taza de té en la mesa, entrelazando los dedos sobre su regazo con la serenidad de alguien que sabe que tiene toda la ventaja.

—No sé, solo por saber... porque veo que tienes un brillo diferente últimamente. —Su tono era deliberadamente inocente, pero la sonrisa astuta que acompañaba sus palabras decía todo lo contrario.

—¿Diferente cómo? —pregunté, entrecerrando los ojos y poniéndome a la defensiva.

—¿Viste cuando las fans comenzaron a notar que Hailey Bieber estaba embarazada porque tenía un brillo especial en sus fotos?

Casi me atraganto con mi propio aire.

—¿Qué estás tratando de decir? —respondí, mirándola con incredulidad.

—Nada, hermosa. Solo que tienes el mismo brillo que Hailey. Más radiante, con un toque diferente. A veces andas con un humor de mierda, pero en general estás más... ¿cómo decirlo? Ah, sí: feliz. —Se inclinó un poco hacia adelante, bajando la voz como si estuviera compartiendo un secreto. —Y, bueno, la cara más gordita, pero eso puede ser otra cosa.

Solté una carcajada incrédula. ¿Cara más gordita? Mi madre era la reina del drama.

—¿Me estás diciendo que crees que estoy embarazada? —le espeté, llevando las manos a las caderas.

—Yo no he dicho eso. —Se encogió de hombros con una falsa inocencia. —Solo digo que hay algo diferente en ti.

Respiré hondo y traté de recomponerme.

—Mamá, no estoy embarazada. Y tampoco estoy con nadie. —Mentí descaradamente, aunque mi voz sonó mucho más convincente de lo que esperaba.

—Ajá... —respondió ella, claramente no convencida, mientras me examinaba como si tuviera un detector de mentiras en la mirada.

—En serio, mamá. —Volví a sentarme y mordí mi tostada con un intento de naturalidad.

—Si tú lo dices... —dijo finalmente, aunque su tono indicaba que no creía ni una palabra. —Pero déjame decirte algo, Tory. Si estuvieras con alguien, no tendrías que esconderlo de mí.

La miré de reojo, intentando descifrar si lo decía en serio. Claro que tendría que esconderlo, pensé, considerando cómo podría reaccionar si descubría que Robby, el exnovio de mi prima Addison, era quien me hacía "brillar".

—Lo tendré en cuenta. —respondí, tratando de mantener la conversación lo más vaga posible.

Ella asintió con una sonrisa satisfecha antes de volver a tomar su té.

El resto de la merienda transcurrió en un silencio incómodo para mí, pero perfectamente normal para mi madre. Cuando terminé mi tostada, me levanté de la mesa y anuncié que subiría a mi habitación.

—Tory... —llamó mi madre justo antes de que saliera del comedor.

—¿Sí? —me giré, intentando parecer despreocupada.

—Si ese brillo viene de un chico, asegúrate de que sea alguien que te trate como la reina que eres.

Asentí rápidamente, intentando no sonrojarme, y subí las escaleras antes de que pudiera decir algo más. "Como una reina", claro, mamá. Si supieras..."

22:18 p.m

La brisa fría de la noche se colaba por mi ventana, pero no me importaba. Sabía que él iba a llegar. Y como siempre, no me falló. Sentí el ruido suave de la ventana deslizándose, seguido del salto ágil que Robby hacía para colarse en mi habitación. Era como si ya lo tuviera cronometrado.

Me giré desde mi cama y lo vi entrar con esa sonrisa de niño travieso que me derretía.

—¿Qué hacés tan tarde, loca? —murmuró, cerrando la ventana con cuidado.

Sin decir nada, me acerqué rápido y lo envolví en un abrazo, presionando mi cara contra su pecho. Él era mi refugio. Mi calma. Mi todo.

—Te extrañé —le dije sin rodeos, apretándolo más fuerte.

Robby soltó una carcajada suave y rodeó mi cintura con sus brazos.

—¿No nos vimos hace unas horas? —preguntó divertido, dejando un beso en mi cabello.

—No importa. Igual te extrañé —repliqué, levantando la vista para encontrarme con esos ojos que siempre parecían entenderme sin que tuviera que decir mucho.

—Últimamente estás como más... —hizo una pausa, pensando— cariñosa, mimosa. No me quejo, ¿eh? Me encanta. Pero es gracioso verte así. Vos, la que siempre finge ser dura.

—No finjo nada, Keene —le dije, fingiendo estar ofendida.

—Ajá. —Su sonrisa traviesa creció mientras se inclinaba un poco más hacia mí. —Sos una pequeña dictadora cuando querés, ¿sabías?

No pude evitar reírme y le di un suave golpe en el pecho.

—Dejá de molestar. Si me pongo así, es culpa tuya.

Él me levantó suavemente del suelo y me llevó de regreso a la cama.

—¿Mi culpa? ¿Por qué? —preguntó mientras me recostaba y se tumbaba a mi lado.

—Porque sos muy bueno conmigo. Me malacostumbrás.

Robby rió otra vez y acarició mi mejilla con el dorso de la mano. Sus ojos me miraron con una calidez que me hacía sentir completamente expuesta, pero también segura.

—A propósito, hablando de vos... —empezó, con ese tono ligero que usaba cuando sabía que estaba por decir algo que me iba a molestar. —Noté algo.

—¿Qué cosa? —pregunté, frunciendo el ceño.

—Tenés un brillo raro. Especial. ¿Te pasa algo? Ah, y tus cachetes... están más gorditos.

Me quedé mirándolo con incredulidad.

—¿En serio? ¿Vos también con eso? —dije, soltando un suspiro fastidiado y dejando caer mi cabeza sobre la almohada.

—¿Cómo que yo también? ¿Quién más te lo dijo?

—Mi madre. —Giré los ojos al recordar la conversación de la tarde. —Hoy en la merienda me estuvo diciendo que tengo "el brillo de Hailey Bieber" y que mis cachetes están más gorditos.

Robby no pudo evitar soltar una carcajada sonora.

—¿El brillo de Hailey Bieber? ¿Qué significa eso?

—¡No sé! —respondí, tirándole un almohadón. —Dijo que es algo que las fans notaron en ella cuando estaba embarazada.

—Ah, claro. Entonces, según tu mamá, estás embarazada. —Robby fingió ponerse serio mientras me miraba con diversión.

—¡Exacto! —exclamé, alzando las manos al cielo. —¿Podés creerlo?

Robby seguía riendo, claramente divirtiéndose con mi indignación.

—Bueno, ahora que lo pienso, tiene sentido. —Hizo una pausa teatral, llevándose una mano al mentón como si estuviera analizando algo. —Estás radiante, tenés antojos de mí todo el tiempo...

—¡Callate! —Lo empujé mientras me reía, aunque no podía ocultar el rubor en mis mejillas.

—Pero, hablando en serio —dijo, acercándose y envolviéndome otra vez en sus brazos. —Estás hermosa. Siempre lo estás, pero últimamente hay algo en vos... no sé, te ves feliz.

Me quedé en silencio por un momento, sintiendo cómo su mano recorría mi espalda en un movimiento tranquilizador.

—Es porque vos me hacés feliz —susurré, finalmente.

Robby sonrió, bajando la cabeza para dejar un beso suave en mi frente.

—¿Y eso es malo?

—No. Para nada. —Lo abracé más fuerte, cerrando los ojos y disfrutando de su cercanía.

Nos quedamos así, en silencio, mientras el mundo desaparecía a nuestro alrededor. Con él, no importaban los riesgos, las mentiras o los secretos. Con Robby, todo valía la pena.

22:46 p.m

La situación se había puesto intensa, y no en el mal sentido. Estábamos acostados en mi cama, con Robby a mi lado. Sus manos recorrían mi espalda con una mezcla perfecta entre confianza y nerviosismo, y sus labios, siempre seguros, bajaban por mi cuello mientras yo trataba de contener las risas nerviosas que su cabello me provocaba al rozarme la piel. Todo iba perfecto hasta que, como una película mala, escuchamos el golpe en la puerta.

—Tory, ¿puedo pasar? —La voz de mi madre sonaba clara, firme y, para mi desgracia, demasiado cerca.

Me congelé. Abrí los ojos de golpe y aparté a Robby casi como si me hubiese electrocutado. Él también pareció despertar de su ensueño, mirándome con los ojos tan grandes como platos.

—¡Es mi mamá! —susurré, entrando en pánico mientras mi cerebro intentaba encontrar una solución rápida.

Robby se levantó de un salto. —¿Qué hago? ¿Dónde me escondo? —Estaba tan desesperado que casi tropieza con sus propias zapatillas, esas mismas que luego serían mi perdición.

—¡Al baño, rápido! —Le señalé la puerta sin pensarlo dos veces.

Robby no perdió tiempo. Agarró su camiseta del suelo y corrió al baño como si su vida dependiera de ello. Para ser alguien tan atlético, nunca lo había visto moverse tan lento.

Respiré hondo, me peiné con las manos para intentar parecer decente y abrí la puerta con una sonrisa forzada. Allí estaba mi mamá, sosteniendo un vaso de agua y mirándome con esa sonrisa maternal que siempre significaba problemas.

—Hola, mamá —dije, fingiendo una voz despreocupada.

—¿Estás ocupada? —preguntó mientras entraba sin esperar respuesta.

—Ehh... no, solo estaba... descansando —mentí, rezando para que no notara lo nerviosa que estaba.

—¿Descansando? —Repitió, arqueando una ceja mientras sus ojos inspeccionaban la habitación con detenimiento. Se sentó en el borde de mi cama y me miró fijamente.

Sentí que iba a explotar en cualquier momento, pero mi madre no parecía sospechosa, sino... feliz. Eso era raro.

—Tenés una sonrisa extraña, mamá.
¿Qué pasa?.

—Nada, querida. Solo estaba pensando... últimamente te veo muy contenta. —Su tono era casual, pero había algo detrás de esas palabras.

—¿Eso es malo? —Intenté esquivar el tema mientras me sentaba frente a ella.

—Para nada, al contrario. Me encanta verte así —Hizo una pausa, y luego, con la misma sonrisa extraña, agregó—: Aunque creo que ya sé por qué.

Mi corazón se detuvo un segundo.

¿Acaso lo sabía?

—¿Eso es malo?

—Para nada, al contrario. Me encanta verte así. —Hizo una pausa, y luego, con la misma sonrisa extraña, agregó—: Aunque creo que ya sé por qué.

—¿Por qué decís eso? —pregunté, tratando de sonar relajada.

—Porque tenés a Robby escondido en el baño. —Su voz sonó tan tranquila, como si me hubiera dicho que mañana iba a llover.

Mi mandíbula casi tocó el suelo.

—¡¿Qué?! -exclamé, completamente atónita.

—Robby, podés salir del baño. —Mi madre habló más fuerte esta vez, dirigiéndose directamente a la puerta del baño.

Mi mundo se detuvo. Literalmente. Sentí cómo mi corazón se caía al piso y mi boca se abría tanto que, si hubiera un insecto cerca, habría encontrado un hogar nuevo.

—¿Qué? ¿De qué estás hablando? —Intenté reírme, pero sonó más como un graznido nervioso.

Mi mamá solo cruzó los brazos, mirándome con una sonrisa juguetona.

—Tory, no mientas. Sé que Robby está aquí. Y, honestamente, no me voy a enojar.

La puerta del baño se abrió lentamente, y ahí estaba Robby, saliendo como un niño al que acababan de atrapar robando dulces.

—Buenas noches, señora Nichols... —murmuró, con una expresión de pánico que me habría hecho reír si no estuviera tan ocupada queriendo desaparecer.

—Buenas noches, Robby. —Mi madre le sonrió como si nada extraño estuviera pasando.

Yo todavía estaba en shock, tratando de entender cómo había llegado a este momento.

—Mamá, esto no es lo que parece...

—Oh, por favor, Victoria. Relajate. —Se giró hacia Robby, con esa misma sonrisa traviesa—. Aunque debo decir, Robby, parece que estás decidido a ser parte de esta familia sí o sí.

Robby la miró, confundido.

—¿Cómo dice?

—Bueno, primero estabas con Addison, y ahora estás acá con Tory. Tenés un historial interesante con los Nichols. —Se rió como si acabara de contar el mejor chiste del mundo.

—Yo... esto no es... —Robby estaba tan rojo que parecía que su cabeza iba a explotar.

—Tranquilo, estoy bromeando. —Le dio una palmadita en el hombro antes de mirar hacia mí—. Pero en serio, Tory. Podés confiar en mí. Solo quiero saber que estás bien.

Me relajé un poco al escucharla.

—Estoy bien, mamá. Robby me cuida mucho.

Ella asintió, satisfecha, y luego miró a Robby con una mirada más seria.

—Espero que así sea. Porque si no, vas a tener que enfrentarte a mí, y créeme, no te conviene.

Robby asintió rápidamente, como si su vida dependiera de ello.

—Lo sé, señora. Haría cualquier cosa por su hija.

Mi mamá sonrió, claramente complacida con su respuesta.

—Eso quería escuchar. Bueno, los dejo. Pero por favor, la próxima vez no se escondan. Es ridículo y, sinceramente, innecesario.

Cuando finalmente se fue, me dejé caer en la cama, agotada.

—Tu mamá es... intimidante. —Robby se dejó caer a mi lado, todavía pálido.

—Y vos sos pésimo escondiéndote. —Le di un pequeño empujón, aunque no pude evitar reírme.

Robby se rió también, pasando un brazo por mis hombros.

—La próxima vez, si te parece, vos escondete en el baño.

—¡Por favor! Seguro me descubre igual. —Suspiré, dejándome llevar por la risa que ambos compartimos, aliviados de que, al final, todo hubiera salido bien.

Narrador omnipresente

La vida de Victoria Nichols había dado un giro inesperado, y para bien. Lo que había comenzado como un susto monumental con su madre y Robby escondido en el baño, terminó siendo un momento que cambió por completo su dinámica familiar. La aceptación de sus padres hacia Robby fue un alivio que nunca pensó que llegaría tan pronto, y Mathias, su hermano menor, estaba encantado con la idea de que Robby fuera su cuñado.

Tory no podía creerlo. Su vida, que antes sentía como una montaña rusa constante de problemas y conflictos, estaba finalmente tranquila. Por primera vez, sentía que todo encajaba.

Una tarde, mientras estaba en su casa terminando unos trabajos para la escuela, Robby llegó a buscarla con Mathias pegado a sus talones. El chico no dejaba de hacerle preguntas sobre deportes, entrenamientos y hasta sobre qué tipo de autos le gustaban.

—¿En serio te gustan los Mustang? —preguntó Mathias emocionado, mientras caminaban hacia la sala.

—Sí, especialmente el GT500. Es un clásico. —Robby le revolvió el cabello con una sonrisa.

—Bueno, ¿y qué pasa con los Ferrari? Mi hermana dice que solo sirven para presumir.

Tory, que escuchaba desde la cocina, interrumpió con una carcajada.

—¡Porque es verdad! —gritó.

Robby se asomó a la cocina con una sonrisa burlona.

—¿Y qué pasa con presumir un poco? ¿No tenés un póster de un McLaren en tu cuarto?

Tory le lanzó un trapo de cocina. —¡Callate! Es decoración, no presumir.

Mathias se rió y se dejó caer en el sofá, claramente feliz de tener a Robby alrededor. Su madre pasó junto a ellos en ese momento, observando la escena con una sonrisa en los labios.

—Robby, ¿te quedás a cenar? —preguntó, mientras sacaba una cacerola del horno.

—Claro, Angela, si no es molestia.

—Molestia sería que no te quedaras. —Le guiñó un ojo antes de volver a la cocina, donde Tory la ayudaba a terminar la ensalada.

—¿Te das cuenta de que le caés mejor a mi mamá que yo? —murmuró Tory en tono divertido mientras cortaba tomates.

—Eso no es posible. —Robby se apoyó en el marco de la puerta, observándola con una sonrisa.

—Es completamente posible. —Tory lo miró de reojo—. Me lo recuerda cada vez que puede.

Robby no dijo nada. Solo se acercó y le dio un beso rápido en la frente.

—Eso es porque soy irresistible.

Tory bufó, pero no pudo evitar sonreír.

Los días pasaron, y la relación entre Tory y Robby no solo creció, sino que también ganó el apoyo de su grupo de amigos. Miguel, Eli, Demetri, Sam y Piper estaban más que felices por ellos, y no perdían oportunidad de molestarla con comentarios sobre lo "tierno" que era verlos juntos.

Una tarde, mientras todos estaban en una plaza, disfrutando de unos helados, Miguel alzó la voz para captar la atención de todos.

—¿Podemos tomarnos un momento para apreciar lo imposible que parecía esto hace unos meses? —dijo, señalando a Tory y Robby.

—¿De qué hablás? —preguntó Tory, confundida.

—De ustedes dos. —Miguel sonrió—. Digo, si alguien me hubiera dicho que Robby Keene y Tory Nichols iban a ser la pareja más estable de nuestro grupo, me habría reído en su cara.

—¡Sí, porque todos pensábamos que iban a matarse en algún momento! —agregó Eli, arrancando risas de todos.

Tory rodó los ojos, pero no pudo evitar reírse.

—Bueno, gracias por su apoyo incondicional, chicos.

—Es en serio. —Sam intervino, sonriendo con sinceridad—. Me alegra mucho que estés feliz, Tory.

La rubia la miró, sorprendida por el comentario. Aunque ella y Sam no siempre se llevaban bien, ese momento fue genuino, y Tory lo apreció más de lo que podría admitir.

Sin embargo, no todo era perfecto. Addison, su prima, seguía siendo un punto incómodo en su vida. Cada vez que se cruzaban, las miradas de Addison eran como dagas que atravesaban a Tory. Aunque nunca decían nada, el aire entre ellas era tan tenso que podía cortarse con un cuchillo.

Un día, después de uno de esos encuentros incómodos en el supermercado, Tory decidió hablar con Robby al respecto.

—¿Creés que debería intentar hablar con Addison? —preguntó mientras estaban en su auto, estacionados frente a la playa.

Robby suspiró, mirando las olas romper contra la orilla.

—Depende. ¿Querés arreglar las cosas con ella?

Tory se quedó en silencio por un momento.

—No lo sé. Siento que nunca vamos a volver a ser lo que éramos antes.

Robby tomó su mano, entrelazando sus dedos con los de ella.

—Entonces no lo fuerces. Si algún día ella está lista para hablar, lo sabrás. Hasta entonces, hacé lo que te haga sentir bien.

Tory lo miró y sonrió. Robby siempre sabía qué decir.

El tiempo siguió pasando, y aunque la relación con Addison seguía siendo complicada, Tory decidió concentrarse en lo que realmente importaba: su felicidad.

Una noche, durante una cena familiar, su padre levantó la copa de vino y miró a Tory con una sonrisa que rara vez mostraba.

—Solo quiero decir que me alegra mucho verte feliz, hija. —Miró a Robby, quien estaba sentado junto a ella—. Y creo que mucho de eso tiene que ver con este muchacho aquí.

Tory sintió que se le llenaban los ojos de lágrimas. Nunca había oído a su padre hablar así.

—Gracias, papá.

Robby sonrió, nervioso pero agradecido.

—Significa mucho para mí. Prometo seguir cuidando de ella.

—Más te vale. —El tono de su padre era juguetón, pero había un brillo serio en sus ojos.

Tory miró a su alrededor: su familia, sus amigos, Robby. Por primera vez en mucho tiempo, se sintió completamente en paz.

La vida finalmente le sonreía. Y aunque sabía que todavía habría desafíos en el camino, estaba lista para enfrentarlos, porque sabía que no estaba sola.

Las emocione fuertes habían sido una constante en la vida de Tory. Desde los altibajos con su familia, casi morir de una patada en la cara, las luchas internas, hasta el torbellino de emociones que siempre traía consigo el amor. Pero ahora, mientras miraba cómo las olas del océano rompían suavemente contra la orilla, sabía que había encontrado algo mucho más importante: paz.

Era un fin de semana tranquilo, y todo el grupo había decidido reunirse en la playa para celebrar el fin de las clases. El sol se ocultaba lentamente en el horizonte, pintando el cielo con tonos cálidos de naranja y rosa. Las risas y conversaciones de sus amigos llenaban el aire mientras Tory se alejaba un poco, buscando un momento de tranquilidad.

Robby la alcanzó poco después, llevando una manta sobre su brazo y una sonrisa en los labios.

—Sabía que te encontraría aquí —dijo, extendiendo la manta en la arena para sentarse junto a ella.

—No puedo resistirme a ver un buen atardecer —respondió Tory, apoyando la barbilla en sus rodillas mientras miraba el horizonte.

Robby se sentó a su lado, observándola más a ella que al paisaje.

—¿En qué pensás?

Tory suspiró, dejando que el sonido de las olas la calmara.

—En todo. En cómo solía sentir que mi vida era un caos constante. Y ahora... ahora tengo esto. Vos, mis amigos, mi familia. Por primera vez en mucho tiempo, siento que estoy donde debo estar.

Robby tomó su mano, entrelazando sus dedos con los de ella.

—Te merecés todo eso y más, Tory. Sos más fuerte de lo que te das cuenta.

Ella lo miró, sintiendo una calidez que hacía tiempo no experimentaba.

—¿Sabés qué? Creo que tenías razón.

—¿Sobre qué? —preguntó Robby, arqueando una ceja con curiosidad.

—Sobre que todo esto valdría la pena. Pasar por tantas cosas, luchar por encontrar mi lugar... ahora entiendo que cada momento difícil me llevó hasta aquí.

Robby sonrió y, sin decir una palabra, la abrazó con fuerza, como si quisiera proteger ese momento para siempre.

Mientras tanto, más cerca de la fogata, el resto del grupo estaba inmerso en una acalorada discusión sobre cuál era el mejor helado.

—¡Digo que es el de chocolate! Es un clásico por algo. —Miguel alzó las manos como si fuera un argumento irrefutable.

—¿Clásico? ¿O aburrido? —Eli respondió con una sonrisa burlona, ganándose las risas de todos.

—¿Y vos qué decís, Sam? —preguntó Piper, dándole un codazo.

Sam, que había estado distraída mirando a Miguel, se sonrojó y se encogió de hombros.

—Eh... vainilla con chispas de chocolate.

—¿Vainilla? —Eli fingió horror—. ¡Traición absoluta!

Las risas estallaron nuevamente mientras Demetri intentaba calmar a Eli, pero su tono exagerado hacía que fuera imposible no reír.

Tory y Robby regresaron en ese momento, tomados de la mano. Al verlos, Miguel levantó su helado en señal de brindis.

—Por la pareja más improbable y genial de todas.

Todos levantaron sus conos de helado o refrescos, incluyendo Eli, que añadió:

—Sí, pero si se pelean, avisen. Me encanta el drama.

Tory rodó los ojos, pero sonrió de todos modos.

—Te lo perdés, Eli. Esto es puro amor.

Robby se inclinó para darle un beso rápido, ganándose los abucheos juguetones del grupo.

Más tarde, mientras la noche avanzaba, Tory se quedó mirando el fuego de la fogata. Su madre siempre le había dicho que el fuego tenía una cualidad hipnótica, algo que podía absorberte y dejarte pensando en todo y en nada a la vez.

Robby se sentó a su lado, pasando un brazo por sus hombros.

—¿Estás feliz?

Tory lo miró, dejando que una pequeña sonrisa apareciera en sus labios.

—Más de lo que puedo poner en palabras.

Él besó su frente, y en ese momento, Tory supo que todo estaba bien. Sí, la vida le había puesto obstáculos, la había empujado a situaciones que parecían imposibles de superar. Pero al final, todo valió la pena.

Porque incluso en las emociones más fuertes, encontró su fortaleza. Y con Robby, sus amigos y su familia a su lado, sabía que siempre saldría adelante.

Fin

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