16:Tres meses
Desperté con un sobresalto, sintiendo la presión en mi pecho, la opresión de las vendas. Mi cabeza estaba pesada, mi cuerpo entumecido. Estaba en un lugar frío, gris, y cuando abrí los ojos, la luz me hizo parpadear. El dolor me recorrió como un torrente, y fue lo primero que sentí al regresar, la realidad que me golpeó con la fuerza de un tren.
Miré alrededor. Estaba en un hospital. Todo estaba borroso por el dolor, pero podía distinguir las paredes frías, los monitores que pitaban a mi alrededor, los tubos que se conectaban a mi brazo. No podía moverme con facilidad. El dolor era insoportable. Sentía las vendas apretadas sobre mis heridas, la piel tirante y húmeda.
Y entonces, algo en mi pecho se apretó como si alguien hubiera encendido una alarma. El pánico me invadió. Mi corazón comenzó a latir como si estuviera intentando escapar de mi pecho. El sonido del monitor que registraba mis pulsaciones se volvió frenético, un pitido constante que inundaba la habitación.
—¿Dónde estoy? —traté de preguntar, pero mi voz salió como un susurro roto, ahogado por el miedo. Miré mis brazos, cubiertos de moretones y marcas de agujas. Mi garganta comenzó a cerrarse.
¿Qué me hicieron? ¿Qué pasó?.
—¡Ayuda! —logré gritar, aunque la palabra apenas salió de mi boca. Sentía como si algo me estuviera sofocando desde dentro. Mi respiración era rápida, descontrolada. El sudor empezó a correr por mi frente.
Una enfermera apareció rápidamente en la habitación, con su rostro tenso pero tratando de mantenerse calmada.
—Señorita, tranquila —me dijo, su voz suave pero firme mientras revisaba el monitor. Otra enfermera entró detrás de ella, cargando un carrito lleno de suministros médicos. Ambas intercambiaron miradas nerviosas.
—Está hiperventilando —dijo una de ellas mientras ajustaba algo en el monitor.
No entendía nada. Todo me parecía un caos. Mi cabeza zumbaba. ¿Por qué me dolía todo? ¿Por qué no podía respirar bien?
—¡No... no puedo...! —balbuceé, mi garganta luchando contra las palabras.
La enfermera puso su mano en mi hombro, tratando de mantenerme quieta.
—Por favor, intenta calmarte. Si sigues así, podrías sufrir un infarto —dijo con seriedad, pero sus palabras no ayudaron. Si algo, hicieron que mi corazón latiera más rápido.
¿Infarto? ¿En serio? ¿Así iba a terminar todo esto?
Y entonces, como si la puerta se abriera para traer un salvavidas, apareció él.
—¡Tory! —gritó Eli desde el marco de la puerta antes de acercarse apresurado.
Su voz me atravesó como un ancla, algo tangible a lo que aferrarme en medio del caos. Él llegó a mi lado en segundos, ignorando a las enfermeras que intentaban detenerlo.
—Tranquila.Estoy aquí —me dijo, inclinándose hacia mí. Su voz era diferente. No era la de siempre, cargada de sarcasmo o arrogancia. Era suave, como si estuviera hablando con una niña pequeña que había tenido una pesadilla.
Me miró directo a los ojos, su expresión llena de preocupación.
—Escúchame. Respira conmigo, ¿sí? —dijo, tomando mi mano con cuidado. Comenzó a inhalar profundamente, exagerando el movimiento para que pudiera seguirlo.
Traté de copiarlo, pero mis pulmones no cooperaban.
—Eso es, despacio. No tienes que hacerlo perfecto, solo inténtalo —me animó, su voz tan dulce que por un momento olvidé el dolor.
¿Cuándo Eli se volvió tan... así?
—Shh, no pienses en nada ahora —dijo como si hubiera leído mi mente. Luego sonrió, esa sonrisa suya que siempre parecía llena de confianza, pero esta vez estaba mezclada con algo más. Algo genuino.
—Te prometo que todo va a estar bien, pero necesito que sigas conmigo. No puedes dejarme solo con estos inútiles, ¿si? —bromeó, señalando con la cabeza a las enfermeras, quienes lo miraron con incredulidad pero no dijeron nada.
Algo en mí quería reír, pero solo logré exhalar de manera más estable. Poco a poco, sentí cómo mi corazón empezaba a desacelerarse. El sonido frenético del monitor comenzó a calmarse.
Eli lo notó y apretó suavemente mi mano.
—Eso es, chica ruda. Sabía que podrías hacerlo. Nadie puede contigo, ¿verdad? —me dijo con un tono casi cariñoso, aunque todavía tenía ese toque de humor sarcástico que lo caracterizaba.
Las enfermeras también parecían más tranquilas. Una de ellas revisó el monitor y asintió antes de salir de la habitación, dejando solo a una para observar desde el fondo.
Eli me miró nuevamente, todavía sujetando mi mano como si temiera que fuera a desmoronarme si me soltaba.
—Eli... —intenté hablar, pero mi voz seguía débil.
—Shh. No hables todavía. Tienes que ahorrar fuerzas. Pero déjame adivinar... ibas a decir que soy increíble, ¿no? —dijo con una sonrisa, y esta vez sí logré soltar una risa suave, aunque me dolió.
Él se rió conmigo, sacudiendo la cabeza.
—Sabía que lo dirías. Siempre supe que eras una gran admiradora mía.
Lo miré, agotada pero agradecida. Había algo en sus palabras, en su presencia, que hacía que todo el caos dentro de mí se apaciguara un poco.
—Gracias... —logré susurrar, y esta vez su sonrisa se suavizó aún más.
—Siempre, preciosa. Siempre —me dijo.
El silencio se instaló entre nosotros, pero no era incómodo. Era como si ambos supiéramos que, al menos por ahora, estábamos a salvo. Pero dentro de mí, algo seguía inquieto. Algo me decía que esto no había terminado, que la verdadera batalla estaba aún por venir.
Y mientras Eli seguía sujetando mi mano, no podía evitar preguntarme: ¿Qué tan rota estaba? ¿Y cuánto más podía soportar antes de quebrarme por completo?
El alivio momentáneo de poder respirar se desvaneció tan rápido como había llegado. Cerré los ojos y dejé que las lágrimas cayeran, calientes y pesadas. No podía detenerlas, aunque doliera cada vez que las gotas resbalaban sobre los cortes en mi rostro. El ardor me recordaba lo que probablemente era evidente: mi cara estaba arruinada. Fea. Horrible.
Una mezcla de verguenza y tristeza me atravesó, desgarrando cualquier fortaleza que pudiera haber sentido por un instante. No quería que Eli me viera así. Ni a él, ni a nadie. La chica fuerte, arrogante y dura que todos conocían había desaparecido, dejando a una versión rota de mí misma que apenas podía sostenerse.
Eli no dijo nada al principio. Sentí cómo su mano seguía sosteniendo la mía, pero ahora de una forma diferente, más firme, como si intentara asegurarse de que no me desmoronara por completo. Abrí los ojos un poco, solo para encontrármelo ahí, mirándome con esos ojos azules que no mostraban ni una pizca de burla, solo preocupación genuina.
—No tienes que llorar por esto... —Su voz era baja, tranquila, pero tenía un matiz que no pude descifrar.
—No entiendes... —logré murmurar entre sollozos. Mi garganta estaba cerrada, y cada palabra parecía rasgarla aún más.
Él frunció el ceño, inclinándose un poco más cerca. Su mano libre se movió hacia mi rostro, pero se detuvo en el aire, dudando, como si temiera hacerme daño.
—¿No entiendo qué? —preguntó, manteniendo su tono suave.
Me forcé a responder, aunque las palabras salían entrecortadas, mezcladas con lágrimas y dolor.
—Mírame, Eli. Estoy... —Mi voz se rompió antes de que pudiera terminar. Me odiaba a mí misma por sonar tan débil, pero no podía evitarlo.
Eli ladeó la cabeza, como si estuviera tratando de leerme, de descifrar todo lo que no podía decir en voz alta.
—¿Estás qué? —preguntó. Cuando no respondí, soltó un suspiro y continuó, su tono adquiriendo un toque de firmeza. —Si estás a punto de decir algo estúpido como que estás fea, mejor ahórrate las palabras, porque no voy a dejar que creas esa mierda.
Lo miré, sorprendida. La fuerza en su voz me tomó por sorpresa, pero no lo suficiente como para apagar el torrente de emociones que seguían desbordándose dentro de mí.
—Es la verdad... —susurré, bajando la mirada. Las lágrimas seguían cayendo, y el dolor en mi rostro era una confirmación constante de lo que temía. —Estoy destrozada, Eli. Mi cara... mi... todo. No hay forma de que no esté arruinada.
Eli se quedó en silencio por un momento, pero cuando habló de nuevo, su tono era más decidido, más intenso.
—Tory, escúchame. —Apretó un poco más mi mano, obligándome a mirarlo. —Tú no eres tu cara. No eres tus heridas. Y definitivamente no eres "fea". Ni siquiera un poco.
Intenté apartar la mirada, pero él no lo permitió.
—No me mires así —dije, con la voz temblorosa. —No quiero que me veas.
—¿Por qué no? —preguntó, y su tono cambió de nuevo, mezclando suavidad con incredulidad. —¿Porque crees que me importa si tienes un par de cortes? Por favor.He visto a tipos intentar noquearte y salir corriendo porque eres diez veces más fuerte que ellos. Esto... —señaló suavemente hacia mi rostro—, esto no cambia nada.
Sus palabras deberían haberme consolado, pero solo hicieron que las lágrimas volvieran con más fuerza.
—¡Claro que cambia! —grité, aunque mi voz salió débil y rota. —No soy... No soy quien era antes, Eli. Y ahora nunca lo seré.
Él soltó un suspiro, y su expresión se endureció ligeramente, pero no de una forma que me asustara. Era como si estuviera frustrado porque no entendía lo que yo sentía.
—Déjame decirte algo, Tory. —Se inclinó más cerca, hasta que nuestras caras estuvieron a solo unos centímetros de distancia. Sus ojos eran intensos, y su voz adquirió un matiz más grave. —No me importa lo que pienses que has perdido. No me importa lo que veas cuando te mires al espejo. Porque, ¿sabes qué? Lo único que yo veo es a la chica que me asustó la primera vez que la conocí porque tenía más agallas que cualquier otra persona en esta maldita ciudad.
Abrí la boca para responder, pero él levantó una mano, deteniéndome.
—No he terminado. —Una pequeña sonrisa se asomó en sus labios, pero no alcanzó sus ojos, que seguían llenos de seriedad. —Eres Victoria Nichols. La chica que se niega a rendirse, sin importar cuántos golpes reciba. La que no deja que nadie la controle. Y, sí, la que puede ser un dolor en el culo, pero siempre es auténtica.
Me quedé mirándolo, incapaz de responder. Sus palabras me golpearon de una manera que no esperaba, y aunque quería discutir, no podía encontrar la energía para hacerlo.
—Además... —continuó, su tono suavizándose de nuevo—, si alguien tiene un problema con cómo te ves, pueden pasar por mí primero. Y te prometo que no saldrán caminando.
Eli sonrió, esta vez con esa confianza típica suya, y aunque aún me sentía rota, no pude evitar que una pequeña risa escapara de mis labios.
—Sos un idiota, ¿sabes? —murmuré, todavía llorando, pero ahora con menos desesperación.
—Lo sé —dijo con un encogimiento de hombros—, pero soy tu amigo idiota.
Su mano seguía sujetando la mía, y por primera vez en lo que parecían horas, sentí que el dolor no era tan abrumador. Él estaba ahí, y aunque todavía me sentía destrozada, su presencia hacía que todo se sintiera un poco menos imposible.
El silencio entre nosotros se sintió pesado, pero no incómodo. Eli seguía ahí, sentado a mi lado, con la silla de hospital chirriando ligeramente cada vez que se movía. Parecía relajado, pero yo sabía que no lo estaba. Eli nunca sabía quedarse quieto por mucho tiempo, y verlo intentarlo ahora solo confirmaba que estaba más preocupado por mí de lo que quería admitir.
—El doctor va a venir pronto —dijo finalmente, rompiendo el silencio. Miré su perfil, notando cómo evitaba mirarme directamente. —Tienen que revisar tus puntos y hacerte algunas preguntas, ya sabes, cosas médicas.
Asentí levemente, pero la incomodidad en su tono me hizo sospechar que había algo más.
—¿Cuánto tiempo estuve...? —mi voz se cortó antes de poder terminar la pregunta. Tragué saliva, tratando de encontrar las palabras correctas—, ¿así?
Él giró lentamente la cabeza para mirarme, y su expresión cambió de inmediato. Su confianza habitual desapareció, reemplazada por algo que parecía casi... culpa.
—Eli. —Lo miré directamente, intentando mantener mi voz firme. —Dímelo.
Él desvió la mirada hacia sus manos, que ahora jugaban con los bordes de su chaqueta, un tic nervioso que no le había visto en mucho tiempo.
—No importa. —Intentó restarle importancia con una sonrisa torcida, pero no llegó a sus ojos. —Lo importante es que ya despertaste.
Eso no era suficiente para mí. Sentí mi pecho apretarse, una mezcla de miedo y frustración que me estaba carcomiendo.
—Eli. —Esta vez mi tono fue más duro, más insistente. —No hagas eso. No me mientas o intentes suavizarlo. Quiero saber la verdad.
Él suspiró, pasándose una mano por el cabello, como si estuviera buscando tiempo para evitar responder. Finalmente, levantó la vista, y lo que vi en sus ojos me hizo arrepentirme de haber preguntado.
—Tres meses, Tory.
Tres. Meses.
La palabra resonó en mi cabeza, como un eco interminable. Al principio, no entendí. Mi cerebro simplemente se negó a procesarlo. Tres meses. Había estado fuera por tres meses. Como si mi vida hubiera sido pausada y ahora intentara ponerse al día de golpe.
—¿Tres...? —Mi voz era apenas un susurro, quebrada y temblorosa. —¿Tres meses?
Él asintió, observándome de cerca, como si estuviera esperando el momento en que me derrumbara por completo. Y lo hizo bien, porque eso fue exactamente lo que pasó.
Las lágrimas subieron a mis ojos antes de que pudiera detenerlas. Intenté respirar hondo, contenerlas, pero era inútil. Las fechas empezaron a acumularse en mi mente como una lista interminable de pérdidas.
El cumpleaños de Mathias. La cara de mi hermano menor, siempre iluminada por la emoción de abrir sus regalos, se formó en mi mente. Me había prometido que estaría ahí para celebrar con él, que le regalaría ese coche a control remoto que tanto quería. Y no había estado.
Navidad. Una imagen de nuestro árbol de siempre, con las luces que titilaban de forma desigual, y mi madre fingiendo no emocionarse mientras Mathias y yo abríamos los regalos. Esa tradición que significaba tanto para mí, perdida.
Año Nuevo. Brindar con mis padres, haciendo promesas tontas para el próximo año mientras Mathias se quedaba dormido antes de la medianoche. No había estado allí.
Había perdido todo eso. Tres meses. Tres malditos meses de mi vida que no podía recuperar.
—No... —susurré, sintiendo cómo las lágrimas comenzaban a correr por mis mejillas. —No puede ser.
Eli se dio cuenta de inmediato de lo que estaba pasando, porque en cuanto mis hombros empezaron a temblar, él se levantó de su silla y se inclinó hacia mí.
—Tory, no. —Su voz era firme, pero no dura. —No te permito que llores otra vez.
Levanté la mirada hacia él, furiosa y dolida.
—¿Y qué quieres que haga, Eli? ¿Que me ría? ¿Que me sienta bien porque todo siguió sin mí?
—No. —Él negó con la cabeza, acercándose más. —Quiero que recuerdes que estás aquí ahora. Que estás viva.
—¡Pero me perdí todo! —grité, mi voz quebrándose al final. —El cumpleaños de Mathias. La Navidad. Año Nuevo. Las únicas cosas que realmente me importan, Eli. No estuve ahí.
Él me miró fijamente, su mandíbula apretada, como si estuviera tratando de contener algo.
—Y lo sé. —Finalmente, su voz salió más baja, más suave. —Sé que duele. Pero, ¿sabes qué más importa? Que Mathias te va a ver otra vez. Que tu madre va a pelear contigo por no comer suficiente o por no cuidarte. Que todavía tienes un año más para arruinarme la paciencia.
No respondí. No podía. Las lágrimas seguían cayendo, pero sus palabras empezaron a calar en mí, aunque no quería admitirlo.
—Mathias te extrañó como un loco, ¿sabes? —continuó, inclinándose para sentarse de nuevo. —Tu mamá decía que no dejaba de preguntar por ti. ¿Crees que le importa que te hayas perdido su cumpleaños? Claro que no. Lo único que quiere es verte de nuevo.
Intenté calmarme, pero mis sollozos eran cada vez más fuertes. Eli no dijo nada más. Simplemente tomó mi mano otra vez, con esa firmeza que decía más que cualquier palabra.
—No sé cómo seguir después de esto, Eli... —murmuré finalmente, mi voz rota.
—Paso a paso. —dijo él, apretando mi mano suavemente. —Y yo estaré aquí para patearte el trasero si intentas rendirte.
El ruido de la puerta al abrirse hizo que tanto Eli como yo giráramos la cabeza al mismo tiempo. Era el doctor. Un hombre alto, de cabello entrecano, con una expresión tan profesional que no dejaba espacio para ninguna emoción. Traía una carpeta en la mano y un estetoscopio colgando del cuello. Me sentí pequeña bajo su mirada, como si cada dato en su informe fuera un recordatorio de mi fragilidad.
—Buenos días, señorita Nichols —dijo mientras se acercaba a la cama con pasos medidos. Su voz era tranquila, casi relajante. —¿Cómo se siente hoy?
—Dolorida —respondí con un intento de humor, aunque mi voz salió más débil de lo que esperaba.
—Es normal —asintió, revisando su carpeta antes de levantar la vista hacia mí. —Vamos a hacer algunas preguntas, ¿de acuerdo? Es importante para evaluar tu estado mental y emocional después del coma.
Asentí lentamente, pero mi corazón comenzó a latir con fuerza. Algo sobre la palabra "coma" hacía que un escalofrío me recorriera la espalda.
—Bien —dijo, tomando asiento a mi lado. Eli se quedó de pie, casi inmóvil, aunque noté que sus manos jugaban nerviosas con el borde de su chaqueta. —Primero lo básico. ¿Sabes qué día es hoy?
Me quedé en blanco. Sabía que habían pasado tres meses, pero no tenía idea de en qué fecha exacta estábamos. Miré a Eli, buscando ayuda, pero él simplemente levantó las cejas como diciendo "no soy yo quien está en evaluación".
—No... no estoy segura —admití, sintiendo una oleada de verguenza.
El doctor asintió, anotando algo en su carpeta.
—No te preocupes, es completamente normal. Ahora, ¿recuerdas qué fue lo último que estabas haciendo antes del accidente?
Mi mente volvió al momento en que Addison me atacó, al golpe, al dolor, al sonido hueco que hizo mi cuerpo al caer. Sentí un nudo en la garganta, pero no iba a contarle eso.
—Estaba... en una pelea —dije, eligiendo mis palabras con cuidado. —Creo que alguien me golpeó.
El doctor levantó la mirada por un momento, observándome con atención antes de volver a escribir.
—¿Y durante el coma? ¿Recuerdas algo? ¿Alguna sensación, sueño o imagen?
Me quedé helada. Claro que recordaba. La viscosidad negra que me envolvía, como si estuviera atrapada en una especie de líquido espeso que no me dejaba respirar. El peso de esa oscuridad, el frío que se sentía como si mi alma estuviera siendo devorada lentamente. Recordaba cómo había sentido que me moría ahí dentro, sola, sin esperanza de salir.
Pero no podía decir eso. No podía hablar de la sensación de ahogo, de cómo había gritado sin que nadie pudiera escucharme. No quería que pensaran que estaba loca.
—No... no recuerdo nada —mentí, bajando la mirada hacia mis manos.
El doctor pareció satisfecho con mi respuesta, asintiendo mientras hacía más anotaciones.
—Muy bien, eso también es normal. Ahora vamos a quitarte las vendas para ver cómo está sanando todo, ¿de acuerdo?
Sentí que el aire se me iba del pecho. Había evitado pensar en cómo me veía. No quería saberlo. Pero ahora no tenía opción. Asentí con un movimiento apenas perceptible, sintiendo que Eli se tensaba junto a mí.
El doctor se puso unos guantes y comenzó a trabajar con cuidado, retirando las vendas alrededor de mi cara. Cada movimiento me enviaba punzadas de dolor, pero intenté mantenerme inmóvil. Cuando terminó, sentí el aire frío contra mi piel, y algo dentro de mí quiso desaparecer.
—¿Cómo se ve? —pregunté en voz baja, aunque una parte de mí no quería saber la respuesta.
El doctor no respondió de inmediato. Estaba examinando mi rostro con detenimiento, tocando suavemente algunas áreas, como si estuviera buscando algo.
—Tienes algunos hematomas en proceso de curación —dijo finalmente, con un tono clínico que no dejaba lugar para la empatía. —Hay tonalidades rosadas y violetas, lo cual es normal en esta etapa. También hay inflamación, pero está disminuyendo.
Giré la cabeza lentamente hacia Eli, buscando algún tipo de consuelo, pero lo que vi en su rostro me destrozó. Tenía los ojos abiertos de par en par, y una de sus manos cubría su boca, como si intentara contener algún comentario o reacción.
—Eli... —susurré, con la voz quebrada.
Él bajó la mano lentamente, sus ojos encontrándose con los míos.
—Tory... —Comenzó, pero su voz se quebró. Tomó aire y continuó. —No sabía que...
No terminó la frase. No tenía que hacerlo. Sabía exactamente lo que quería decir. Nunca pensó que me vería así, tan rota, tan vulnerable.
El doctor interrumpió el momento.
—La nariz tuvo que ser operada por el daño causado en el tabique —explicó mientras seguía examinándome. —Por eso aún tienes algo de inflamación. El dolor que sientes es normal, pero si aumenta, debemos saberlo de inmediato.
El dolor. Dios, el dolor era insoportable. Cada movimiento, cada palabra que decía me hacía sentir como si mi rostro estuviera en llamas. Pero asentí, porque no quería parecer débil. Ya había perdido suficiente.
Cuando el doctor terminó, volvió a colocarme las vendas con cuidado, y me prometió que volvería en unas horas para revisar nuevamente.
—Estás progresando, Victoria. —dijo antes de salir. —Aún hay camino por recorrer, pero estás en el camino correcto.
En cuanto la puerta se cerró, dejé escapar un sollozo que había estado conteniendo. Eli se acercó a la cama, inclinándose hacia mí.
—No te veas así.—dijo, su voz más suave de lo que jamás la había escuchado. —No importa cómo te veas ahora. Eres tú. Y eso es suficiente.
—No lo es para mí. —Mi voz era apenas un susurro, llena de rabia y tristeza. —No lo es.
—¿Querés que llame a Miguel y a Piper? Seguro que están desesperados por verte.
Lo miré de reojo, dudando. Miguel y Piper eran prácticamente mi familia, pero no sabía si quería que me vieran así. Al final, mi deseo de verlos superó mi inseguridad, y asentí.
—Sí, por favor. Pero advertiles que no se asusten... o que no traigan globos ni cosas ridículas, ¿si?
Eli sacó su celular y comenzó a marcar el número de Piper. Cuando contestó, el altavoz dejó escapar un grito que hizo que me dolieran los oídos.
—¡¿QUÉ?! ¡¿ES EN SERIO?! ¡¿TORY DESPERTÓ?!
Eli alejó el teléfono de su oreja, haciendo una mueca mientras yo me reía con dificultad. A pesar del dolor que sentía, no podía evitarlo. Piper siempre tenía esa energía caótica que iluminaba cualquier lugar.
—Sí, tranquila, terremoto. Despertó y quiere verte. ¿Podés venir al hospital o estás ocupada gritando en algún lugar? —Eli rodó los ojos, pero su tono era claramente bromista.
—¡Voy para allá ya mismo! Decile que no se atreva a quedarse dormida otra vez. ¡Ni siquiera me despedí como corresponde la última vez!
—Es un hospital, no una estación de tren, Piper. No hace falta despedirse —bromeó Eli, pero Piper ya había cortado.
—Bueno, una menos. Ahora vamos por Miguel. —Eli marcó de nuevo mientras yo seguía riéndome, a pesar del dolor que me causaba mover la mandíbula.
Mientras él hablaba con Miguel, me acomodé un poco en la cama, sintiendo cómo la risa me había relajado ligeramente. Cuando Eli terminó la llamada, se volvió hacia mí con una sonrisa.
—Listo. Están en camino. Ahora tenés que aguantar a esos dos juntos, que ya sabemos cómo son.
Solté un suspiro teatral, como si fuera un esfuerzo enorme, pero en realidad no podía esperar a verlos.
—Me las arreglaré. Ya sobreviví a un coma, ¿no? —bromeé, y Eli me lanzó una mirada divertida antes de sentarse de nuevo en la silla junto a mi cama.
El silencio volvió a caer, pero esta vez fue cómodo. Después de un rato, sentí la necesidad de hablar, de saber qué había pasado mientras yo estaba... fuera.
—Eli... —comencé, dudando un poco. Él levantó la vista, esperando. —¿Cómo están todos? Quiero decir, mis padres, Addison...
Eli suspiró, acomodándose en la silla.
—Tus padres estuvieron acá todos los días. Especialmente tu hermano Mathias. Estaba bastante golpeado, pero se las arregló para no perder la escuela. Y tus padres... bueno, discutieron mucho, pero creo que eso es normal en ellos, ¿no?
Asentí lentamente, sintiendo una mezcla de alivio y tristeza. Mis padres nunca habían sido un modelo de estabilidad, pero al menos sabía que se habían preocupado.
—¿Y Addison?
La expresión de Eli cambió al instante. Se enderezó en la silla y me miró con algo de seriedad.
—Daniel la echo del dojo. La policía vino varias veces al hospital a hablar con tus padres. No sé todos los detalles, pero parece que la cosa se puso fea para ella. Aunque, sinceramente, no sé si será suficiente.
Mi estómago se revolvió al pensar en Addison. A pesar de todo, no quería que nadie más sufriera, pero tampoco podía ignorar lo que me había hecho.
—Bien... —murmuré, sin saber realmente cómo sentirme al respecto.
Eli me observó en silencio por un momento, como si supiera que estaba intentando procesar todo, pero luego cambió de tema.
—¿Y Robby? —pregunté de repente, intentando sonar casual, aunque mi voz tembló un poco.
Eli arqueó una ceja y una sonrisa pícara se dibujó en su rostro al instante.
—Ah, mirá quién pregunta por Robby.
Sentí cómo el calor subía a mis mejillas, y agradecí tener vendas que cubrieran parte de mi rostro.
—No es lo que pensás... —dije rápidamente, pero Eli levantó una mano para detenerme.
—Tory, podés ahorrarte las excusas. Está clarísimo. Estás hasta las manos por Robby Keene.
—No digas pavadas —protesté, aunque mi tono carecía de convicción.
Eli se inclinó hacia mí, con esa sonrisa burlona que tanto lo caracterizaba.
—Claro, claro. Por eso te ponés tensa cuando lo menciono. Por eso me mirás como si fuera a vender tu secreto al mejor postor. ¿Querés saber cómo está?
Me mordí el labio, odiando lo bien que me conocía. Asentí lentamente, sin mirarlo a los ojos.
—Está... complicado. Creo que no le pegó bien lo que pasó. Vino al hospital un par de veces, pero siempre a escondidas. Parecía... roto.
Las palabras de Eli me golpearon como un puñetazo. No podía imaginarme a Robby así, tan vulnerable.
—¿Roto? —repetí, mi voz un susurro.
Eli asintió, perdiendo un poco su tono burlón.
—Sí. Pero bueno, eso es lo que pasa cuando alguien realmente te importa, ¿no?
No respondí. No podía. La idea de que Robby se hubiera preocupado tanto por mí me llenaba de un calor extraño, pero también de miedo. ¿Qué significaba eso? ¿Qué significaba para mí?
Antes de que pudiera pensar en una respuesta, la puerta se abrió de golpe y una figura entró corriendo. Era Piper, con una bolsa gigante de regalos y lágrimas en los ojos.
—¡TORY! —gritó, y antes de que pudiera decirle algo, me abrazó con fuerza, ignorando completamente mis vendas.
A pesar del dolor, no pude evitar sonreír.
El abrazo de Piper era tan fuerte que sentí como si me estuviera exprimiendo las costillas, y no podía evitar soltar una risita, aunque doliera un poco.
—Piper... me vas a romper lo poco que queda de mí —bromeé con voz ahogada.
Ella se apartó de golpe, llevándose las manos a la boca con una expresión de horror.
—¡Ay, perdón, perdón! ¡Es que estoy tan feliz de verte despierta! —Sus ojos brillaban con lágrimas, pero su sonrisa iluminaba toda la habitación.
—Tranquila, estoy bien. Bueno, todo lo bien que puedo estar después de un coma y varios huesos rotos —dije con una sonrisa débil, intentando aliviar la tensión.
Piper se dejó caer en la silla junto a Eli, dejando la enorme bolsa de regalos a un lado.
—No puedo creerlo. Tres meses sin tu sarcasmo, sin tus miradas fulminantes, ¡sin tus quejas! —exclamó dramáticamente, llevándose una mano al pecho como si hubiera sobrevivido a una tragedia.
Eli rió entre dientes.
—Fue un infierno para todos, créeme. Nunca pensé que diría esto, pero hasta extraño tus insultos.
—¡Hey! —protesté, aunque no pude evitar sonreír. —Si me extrañaron tanto, podrían haber hecho un club de fans en mi honor.
Piper alzó las cejas, como si estuviera considerando la idea.
—¿Sabés qué? No es mala idea. "Los Sobrevivientes de Tory". Podríamos hacer camisetas y todo.
Eli negó con la cabeza, riendo.
—Yo quiero una.
—Y yo quiero una con "No me toques, gracias" —añadió Piper, imitando mi tono.
—Ustedes son un par de idiotas, ¿saben? —dije, rodando los ojos, pero no pude evitar reír con ellos.
El sonido de la puerta abriéndose nuevamente interrumpió nuestro momento. Esta vez era Miguel, con una expresión de alivio tan grande que parecía que le habían quitado un peso de encima.
—¡Tory! —exclamó, caminando rápidamente hacia mí.
—Miguel —respondí, sonriendo.
Él se inclinó para darme un abrazo, pero se detuvo a medio camino, mirándome con preocupación.
—¿Puedo? ¿O te rompo algo más?
—Ya estoy bastante rota, así que no te preocupes. Dale, vení acá —dije, extendiendo un brazo hacia él.
Miguel me abrazó con cuidado, como si fuera de cristal. Sentí su calidez y el alivio en su respiración, y por un momento me sentí completamente protegida.
—No vuelvas a asustarnos así, ¿ok? —susurró, separándose para mirarme a los ojos.
—No estaba en mis planes, pero lo intentaré —bromeé.
—¡No puedo creer que estés acá, despierta! —Miguel se dejó caer en otra silla, mirándome como si estuviera viendo un milagro.
—Yo tampoco. Parece que soy más dura de lo que pensaba.
Piper se inclinó hacia Miguel, con una sonrisa traviesa.
—¿Ya viste los regalitos que traje?
—¿Regalos? —preguntó Miguel, curioso.
Piper empezó a sacar cosas de la bolsa: una manta suave de colores brillantes, un peluche de un unicornio que parecía sacado de un arcoíris, y una taza que decía "Sobreviví a un coma y todo lo que obtuve fue esta taza".
—¿En serio? —pregunté, sosteniendo la taza y mirándola con incredulidad.
—Es genial, ¿no? —dijo Piper, sonriendo de oreja a oreja.
Eli tomó el peluche y lo sostuvo en alto, mirándolo con una ceja levantada.
—Esto grita "Tory Nichols" —bromeó.
—Lo voy a usar como arma si seguís molestándome —respondí, intentando parecer seria, pero fallando porque todos empezaron a reír.
Pasamos los siguientes minutos charlando y riendo, recordando anécdotas y momentos que me había perdido durante esos tres meses. Aunque todavía sentía un nudo en el pecho por todo lo que había pasado, estar rodeada de ellos hacía que, por un rato, todo se sintiera más ligero.
En un momento, Piper sacó su celular y empezó a buscar algo.
—Ok, esto es importante. Durante tu coma, aprendí a hacer un TikTok viral. Te voy a enseñar, porque obvio que vamos a hacerlo juntas.
—¿Qué? ¿Ahora mismo? —pregunté, riendo.
—Obvio. Sos mi mejor amiga y necesito que este TikTok tenga nivel profesional.
Eli y Miguel se echaron a reír, mientras Piper insistía en que incluso podía hacerlo sentada en la cama.
—No sé qué haría sin ustedes —dije de repente, interrumpiendo la risa con un tono más suave.
Los tres se quedaron en silencio por un momento, mirándome. Piper fue la primera en hablar.
—Y nosotros no sabemos qué haríamos sin vos.
Sus palabras me llenaron de una calidez que no había sentido en mucho tiempo. Por primera vez desde que desperté, me sentí un poco más entera.
La conversación había fluido entre bromas y anécdotas, pero como suele suceder, el tema inevitablemente regresó a lo que todos evitaban mencionar directamente: Addison.
Eli, sentado al borde de mi cama, fue el primero en lanzarlo al aire.
—Bueno, supongo que ahora todos estarán caminando sobre cáscaras de huevo alrededor de la dulce Addison, ¿no? —dijo con sarcasmo, cruzándose de brazos.
Piper bufó, apoyando los codos en la cama.
—"Dulce" no es precisamente la palabra que usaría. Después de lo que te hizo, Tory, no entiendo cómo puede seguir andando por ahí como si nada.
Miguel, que había estado más callado de lo habitual, finalmente intervino.
—No podemos olvidar que tiene a su papá respaldándola. Seguro que por eso nadie le dice nada.
Yo apreté los labios, sintiendo un nudo formarse en mi pecho. Cada palabra que decían avivaba una llama dentro de mí, una llama que no sabía si quería apagar o dejar crecer.
—Ella siempre se sale con la suya —murmuré, mi voz apenas un susurro.
El silencio cayó sobre la habitación como una manta pesada. Sentí las miradas de mis amigos sobre mí, pero no me atreví a levantar la vista. Sabía lo que estaban pensando. Sabía lo que querían decir, pero no lo hacían.
Eli fue quien rompió el silencio, como siempre.
—¿Y qué vas a hacer al respecto? ¿Dejarlo pasar? Porque, seamos honestos, eso no suena muy "Tory Nichols".
—No creo que meterse en problemas sea la solución —intervino Miguel rápidamente, mirando a Eli con un destello de advertencia en sus ojos.
Lo miré, y en ese momento él sostuvo mi mano. Sentí el calor y la firmeza de su agarre, como si estuviera tratando de anclarme, de evitar que me hundiera más en la tormenta que estaba creciendo en mi interior.
—Tory —dijo Miguel con suavidad—, sé en lo que estás pensando. Pero no vale la pena.
Cerré los ojos por un momento, y las palabras de aquella "otra Tory" en el coma regresaron como un eco en mi mente:
"Mándale mis saludos a Robby. Y espero que hagas pagar a la estúpida de tu prima por lo que te hizo."
Abrí los ojos de golpe y me encontré con los de Miguel, llenos de preocupación. Sabía que tenía razón, pero también sabía que había una parte de mí que no podía simplemente dejarlo pasar.
—No es tan fácil, Miguel —dije finalmente, con un suspiro. Mi voz estaba cargada de emociones. —¿Sabés lo que se siente despertar después de tres meses y darte cuenta de que la persona que te dejó así sigue viviendo su vida como si nada?
—Sí, pero también sé lo que pasa cuando tomás el camino de la venganza —respondió con firmeza. —Te consume, Tory. Y vos valés más que eso.
Eli chasqueó la lengua, claramente en desacuerdo.
—Sí, claro, porque siempre es tan fácil ser el "mejor" —dijo, haciendo comillas con los dedos. —A veces la gente necesita aprender que no puede pasarse de la raya sin consecuencias.
—¿Y eso quién lo decide, Eli? ¿Vos? —replicó Miguel, mirando a su amigo con seriedad.
—Tal vez no yo, pero si Addison puede hacer lo que hizo sin ningún castigo, ¿entonces qué? ¿Solo aceptamos que el mundo es injusto?
—¡Basta! —interrumpí, mi voz más alta de lo que pretendía.
Los tres se quedaron en silencio, mirándome. Sentí un nudo en la garganta, pero me forcé a hablar.
—No quiero ser esa persona que vive para vengarse. No quiero ser consumida por lo que me hizo Addison. Pero tampoco puedo quedarme sentada, pretendiendo que no pasó nada.
—Entonces, ¿qué vas a hacer? —preguntó Piper, su tono suave pero curioso.
Miré mis manos, todavía magulladas y débiles, y luego levanté la vista hacia ellos.
—Voy a pensar. Pero antes de hacer cualquier cosa... quiero asegurarme de que sea por mí, no por ella.
Miguel asintió, su expresión relajándose un poco.
—Eso es todo lo que pido.
Eli suspiró, claramente frustrado pero sin querer presionarme más.
—Bueno, sea lo que sea que decidas, sabés que estoy de tu lado.
—Y yo también —agregó Piper, con una sonrisa tranquilizadora.
No dije nada, pero sus palabras me reconfortaron más de lo que quise admitir. Aunque la llama dentro de mí seguía ardiendo, decidí dejarla en pausa, al menos por ahora.
El ambiente cambió completamente cuando escuché la puerta abrirse de nuevo. Mi madre fue la primera en entrar, con el rostro lleno de ansiedad, seguida de mi padre, que llevaba en brazos a Mathias, mi hermano menor. En cuanto me vio, Mathias empezó a llorar como si no hubiera un mañana, enterrando su rostro en el cuello de mi papá mientras señalaba tímidamente hacia mí.
—¡Tory! —exclamó mi mamá, dejando caer su bolso al suelo antes de correr hacia mí.
El nudo en mi garganta se hizo más grande cuando vi sus ojos hinchados y llenos de lágrimas. No pude evitar devolverle una pequeña sonrisa, aunque el dolor seguía punzante en mi rostro y en mi cuerpo. Su abrazo fue inmediato, cálido, envolvente, y no podía recordar la última vez que había sentido algo así.
—¡Mi bebé! Pensé que te iba a perder —dijo entre sollozos, aferrándose a mí con tanta fuerza que por un momento olvidé todo el dolor físico.
—Mamá... tranquila, estoy bien —murmuré, aunque las palabras sonaban vacías incluso para mí.
Ella se apartó ligeramente, sujetándome el rostro con ambas manos como si quisiera asegurarse de que realmente estaba despierta y frente a ella. Sus dedos temblaban mientras acariciaba mi cabello con una delicadeza que casi me hizo llorar a mí también.
—¿Cómo podés decir que estás bien? —sollozó. Sus ojos recorrieron cada centímetro de mi rostro magullado, las vendas y los moretones. —¡Mirá cómo te dejaron!.
—Es solo un poco de maquillaje avanzado —intenté bromear, pero mi voz se quebró al final, porque sabía que ni siquiera yo me creía esa mentira.
Mi padre se acercó entonces, dejando a Mathias en el suelo. Sus ojos estaban llenos de preocupación, pero también había algo más: alivio, puro y genuino. Se inclinó hacia mí, y antes de que pudiera decir algo, me envolvió en un abrazo que casi me corta la respiración.
—Pensé que no ibas a volver, mi chiquita —susurró con la voz temblorosa. —Te veías tan frágil, Tory. No puedo ni imaginar lo que habrás pasado.
Mi papá nunca había sido de muchas palabras, pero cuando se trataba de demostrar cariño, lo hacía sin reservas. Sentí cómo su abrazo me sostenía en todos los sentidos posibles, y por un momento, olvidé todo lo demás.
Cuando se apartó, noté que Mathias seguía llorando en silencio, con sus pequeños puños apretados a los costados. Su rostro estaba rojo, y sus ojos, hinchados. Me dolió más verlo así que cualquier otra cosa.
—Enano, vení acá —dije, extendiendo los brazos hacia él.
Mathias dudó un segundo antes de correr hacia mí. Se subió a la cama con cuidado, evitando las áreas donde estaba vendada, pero una vez que estuvo cerca, me abrazó como si su vida dependiera de ello.
—No quería que te fueras —dijo entre lágrimas, con su rostro enterrado en mi hombro. —Te extrañé mucho, Tory.
El nudo en mi garganta explotó, y las lágrimas comenzaron a rodar por mis mejillas.
—Yo también te extrañé, Mathias. Perdón por perderme tu cumpleaños, en serio.
—No importa —dijo, soltándose ligeramente para mirarme a los ojos. —Solo quiero que estés bien.
Mi mamá, que seguía a mi lado, se limpió las lágrimas con un pañuelo.
—Estamos tan felices de verte despierta, Tory. No tenés idea de lo que fue todo esto. Fueron los tres meses más largos de nuestras vidas.
—Lo sé, mamá. Perdón por preocuparte tanto.
Ella negó con la cabeza, acariciando mi cabello de nuevo.
—No es tu culpa, mi amor. Nada de esto lo es.
Mi papá asintió, sentándose en la silla junto a la cama y tomando mi mano.
—Estamos acá para lo que necesites, Tory. Siempre. Nunca más vas a estar sola.
Mi pecho se llenó de una mezcla de emociones que no podía describir. Asentí, incapaz de decir nada más.
Mathias, que seguía a mi lado, frunció el ceño mientras inspeccionaba mi rostro.
—¿Te duele mucho? —preguntó, señalando mis moretones.
—Un poquito, pero no es nada que no pueda manejar —respondí, tratando de sonar valiente.
—Te ves como una superheroína que acaba de salir de una batalla épica —dijo, y su comentario me arrancó una risa genuina.
—¿Sí? ¿Una superheroína? —pregunté, levantando una ceja.
—Sí, pero más ruda —insistió, con una sonrisa que me hizo olvidar el dolor por un instante.
Mi mamá lo miró con ternura antes de volver a centrar su atención en mí.
—Tory, vamos a estar acá todos los días. Ya hablamos con el doctor, y nos aseguraremos de que tengas todo lo que necesites para recuperarte.
—No se preocupen tanto, en serio. Estoy bien, de verdad.
—Vos dejá que nos preocupemos, para eso estamos —dijo mi papá con una firmeza que me hizo sentir más segura de lo que había estado en meses.
Por un momento, el cuarto se llenó de una calidez que no había sentido en mucho tiempo. A pesar de todo lo que había pasado, tenerlos ahí conmigo, tan presentes y llenos de amor, me hizo creer que tal vez las cosas podían mejorar. Quizás esta vez, no tendría que enfrentar todo sola.
Jueves 22:33 p.m
El cuarto quedó en un silencio que parecía amplificar mis pensamientos. Mis padres se habían ido hace rato, después de asegurarse de que estuviera cómoda. Eli se quedó conmigo, insistiendo en que ellos merecían descansar. Fue reconfortante verlos marcharse sabiendo que, al menos por una noche, alguien confiable estaría conmigo.
Eli era así: constante, confiable, siempre buscando cómo hacerme sentir mejor. Pero incluso él necesitaba un descanso. Con una sonrisa ligera y su habitual despreocupación, anunció que iba por un café.
—¿Querés algo? —preguntó mientras se abrochaba la campera.
—Ensalada de frutas —respondí sin pensar mucho, más como un chiste que otra cosa.
Eli me miró con una mezcla de incredulidad y diversión, negó con la cabeza y salió.
La puerta se cerró con un leve clic, dejándome sola. Respiré profundo y saqué mi celular. La pantalla iluminó el cuarto mientras mis dedos dudaban sobre el teclado. Quería escribirle a Robby. Lo había querido desde que desperté en el hospital, pero no sabía cómo. Ni siquiera sabía si se había enterado de que estaba de vuelta, si se preocupaba por mí o si me odiaba.
Las palabras se atoraban en mi cabeza, y el miedo me paralizaba. Justo cuando estaba a punto de dejarlo, sentí algo.
Una presencia.
—¿Me trajiste la ensalada de frutas? —pregunté sin levantar la vista.
El silencio que siguió no era de Eli.
El aire se volvió pesado, opresivo. Levanté la cabeza lentamente y ahí estaba ella.
Addison.
El mundo pareció detenerse.
El terror se apoderó de mi pecho al recordar la última vez que la vi: su pie impactando en mi cara, el dolor, la sangre, el vacío. Mi respiración se aceleró. Addison estaba parada a los pies de mi cama, mirándome con una expresión que no lograba descifrar. Estaba más delgada, su cabello rubio había perdido su brillo, y sus ojos... Sus ojos parecían cargados de algo que nunca había visto en ella: vulnerabilidad.
Pero no me importaba. La sola idea de que estuviera ahí me enfureció y aterrorizó al mismo tiempo.
—¿Qué carajo hacés acá? —solté, mi voz fría y cargada de desconfianza.
Addison levantó las manos, como si intentara calmarme. Dio un paso hacia mí, y mi cuerpo automáticamente se tensó.
—Tory, tranquila. No vine a hacerte daño. Sólo... por favor, escúchame.
Solté una risa amarga, cargada de sarcasmo.
—¿Escucharte? ¿Después de lo que hiciste? ¡Casi me matás, loca de mierda! ¿Qué parte de eso pensás que merece que te escuche?
Ella bajó la mirada, pero no retrocedió.
—Sé que no tengo derecho a pedirte nada. Sé que lo que hice fue... monstruoso. Pero tenía que venir. Tenía que decirte algo, porque no puedo seguir con esto dentro mío.
—¿Ah, sí? —Mi voz salió más cortante de lo que esperaba. —¿Y qué querés que haga? ¿Que te aplauda por venir a disculparte después de casi destrozarme la vida?
Addison apretó los labios y me miró directamente, su mirada se encendió con un enojo que parecía estar luchando por contener.
—¡No esperes que me arrodille frente a vos! —espetó, su voz quebrándose ligeramente al final. —Pero tampoco puedo quedarme callada cuando vos también tuviste tu parte en esto, Tory.
—¿Mi parte? —repetí, incrédula, mientras una oleada de rabia subía por mi pecho. —¿Estás diciendo que me merecía lo que me hiciste?
—¡No! —gritó, con frustración evidente. —¡Claro que no te lo merecías! Pero no podés negar que jugaste conmigo, que te metiste con Robby cuando sabías perfectamente que era mi novio. ¿Qué esperabas que pasara, Tory?
Sus palabras fueron como un golpe directo. Sabía que tenía razón. Había jugado con fuego, pero ella había sido la que lo llevó demasiado lejos.
—No te voy a justificar lo que hice y perdón por eso. —dije finalmente, mi voz más baja pero cargada de emociones. —Sí, me metí con Robby. Sí, sabía que era tu novio. Al principio, todo era un juego. Pero no terminó siendo eso para mí, Addison.
Ella se cruzó de brazos, claramente no convencida.
—¿Y qué fue entonces? ¿Una aventura emocionante? ¿Un capricho?
—No —dije, y esta vez mi voz se quebró. —Me enamoré de él, Addison. De verdad. No lo planeé, no lo busqué, pero pasó.
Addison me miró, incrédula, como si estuviera evaluando cada palabra que decía.
—¿Y eso se supone que justifica lo que hiciste? —preguntó, su tono amargo.
—No. Nada lo justifica —admití. —Pero lo que hiciste tampoco. Me podés odiar todo lo que quieras, Addison, pero lo que me hiciste fue inhumano. Me dejaste tirada, sangrando, como si mi vida no valiera nada.
Ella cerró los ojos, y cuando los abrió, su mirada estaba llena de tristeza.
—Lo sé. Y no espero que me perdonés, porque sé que no hay vuelta atrás para nosotras. Pero necesitaba decirlo. Lo siento, Tory. Lo siento por lo que te hice... y por lo que me hiciste sentir.
Su voz tembló en esa última frase, y pude ver que estaba al borde de las lágrimas. Pero no me moví. No podía.
—Esto no cambia nada —dije, con firmeza. —Vos y yo nunca vamos a estar bien, Addison. Nunca.
Ella asintió lentamente, tragando saliva.
—Lo sé. Pero necesitaba decirlo igual.
Se dio la vuelta, y antes de salir, susurró:
—Espero que Robby valga todo esto y que te haga feliz.
Cuando la puerta se cerró tras Addison, el silencio volvió a llenar la habitación, pero esta vez se sintió diferente, más pesado, cargado de emociones encontradas que parecían envolverme como una niebla espesa. No sabía cómo procesar lo que acababa de suceder. Mis manos temblaban ligeramente mientras las apretaba contra las sábanas, como si necesitara algo sólido para anclarme a la realidad.
Respiré profundamente, intentando calmar el torbellino que giraba en mi pecho. La rabia seguía ahí, ardiendo como brasas, pero también había algo más: un vacío, una sensación de pérdida que no quería admitir. ¿Por qué, después de todo lo que hizo, todavía me importaba? Me odié por eso. Me odié por no poder apagar ese rincón de mí que todavía deseaba un atisbo de la conexión que alguna vez tuvimos cuando éramos niñas.
La relación entre nosotras estaba rota, destrozada más allá de cualquier reparación posible, pero Addison había sido parte de mi vida desde siempre. Habíamos crecido juntas, compartido secretos y risas, y aunque hacía años que esa cercanía se había convertido en una rivalidad tóxica, perderla por completo dolía de una manera que no quería admitir.
"Estúpida," murmuré para mí misma, sacudiendo la cabeza. No era momento de pensar en eso. No después de todo lo que había hecho. Addison había intentado justificar su ataque, pero nada podía borrar el hecho de que casi me mata. Esa tarde aún estaba grabada en mi memoria como una cicatriz imborrable.
Cerré los ojos y dejé que las lágrimas, que había estado conteniendo desde el principio, se deslizaran por mis mejillas. Lloraba por todo. Por lo que me había hecho, por lo que yo le había hecho, y por lo que nunca podríamos recuperar.
Justo cuando estaba a punto de dejarme caer en ese pozo oscuro, la puerta se abrió de golpe, y Eli apareció con una bolsa de papel en una mano y un vaso de café en la otra. Su sonrisa despreocupada se desvaneció en cuanto me vio.
—Tory... ¿qué pasó? —preguntó, dejando las cosas sobre la mesita antes de acercarse a mi lado.
—Addison estuvo aquí —dije, mi voz apenas un susurro.
Eli se quedó en silencio por un momento, procesando mis palabras. Luego su rostro se endureció, y vi la furia cruzar por sus ojos.
—¿Qué carajo hacía acá? ¿Te hizo algo? ¿Te tocó? Porque si lo hizo, te juro que... —comenzó, pero lo interrumpí, sacudiendo la cabeza.
—No. No me tocó. Sólo vino a hablar —dije, aunque mi tono dejó claro lo poco que esa conversación había ayudado.
Eli se dejó caer en la silla junto a mi cama, pasándose una mano por el cabello en un gesto frustrado.
—¿Hablar? Esa chica casi te manda al otro lado, Tory. No puede simplemente aparecer y pretender que todo está bien.
—No lo pretende —respondí, mi voz más fuerte esta vez. —Está enojada, igual que yo. Y no creo que esté buscando arreglar las cosas. Creo que sólo quería... no sé, descargar su mierda.
—¿Y qué te dijo? —preguntó Eli, mirándome con atención.
—Que estaba arrepentida, pero también me echó en cara lo de Robby. Dice que lo lastimé, que la traicioné, y que todo esto fue culpa mía.
—¿Y vos qué le dijiste? —insistió, sus ojos brillando con una mezcla de curiosidad y enojo.
—Le dije que no me arrepentía. —Mis palabras salieron con una firmeza que incluso me sorprendió. —Le dije que me enamoré de Robby, y que eso fue real, aunque ella lo quiera o no. Pero también le dejé claro que nunca voy a perdonarla por lo que hizo.
Eli me miró por un momento, como si estuviera evaluando mis palabras, y luego asintió lentamente.
—Bien dicho. Addison no merece tu perdón.
No respondí. Aunque Eli tenía razón, no podía evitar sentirme atrapada en una maraña de emociones que no sabía cómo desenredar. Por un lado, estaba mi ira, ardiendo como un fuego incontrolable. Pero, por otro lado, estaba la tristeza, un dolor profundo y persistente que no podía ignorar.
Eli rompió el silencio con un suspiro.
—Mirá, no sé cómo podés seguir pensando en esa estúpida después de todo lo que te hizo, pero... si necesitás hablar, estoy acá.
Su tono era más suave ahora, y algo en su expresión me hizo sentir menos sola. Asentí, agradecida por su apoyo, aunque no sabía si estaba lista para hablar más sobre Addison.
El cuarto seguía en un incómodo silencio, pero esta vez era mi culpa. Mis pensamientos eran un torbellino, y la conversación con Addison no dejaba de repetirse en mi cabeza como un mal disco rayado. Había demasiadas emociones mezcladas: rabia, culpa, tristeza. Me sentía como si estuviera caminando sobre vidrios rotos.
¿Me arrepentía de estar con Robby? Jamás. Lo nuestro era lo único que me hacía sentir viva en medio de todo este caos. Pero no podía ignorar lo que había hecho, el daño que causé en el proceso. Y eso dolía.
Estaba tan sumida en mis pensamientos que no me di cuenta de que Eli me estaba mirando desde el otro lado de la habitación, con los brazos cruzados y una sonrisa que, de alguna manera, siempre sabía cómo sacarme del pozo.
—Hey, salí de tu cabeza un rato. —Su tono era ligero, pero había algo en su mirada que me decía que sabía exactamente en qué estaba pensando.
—¿Qué? —respondí, más brusca de lo que pretendía.
—Te traje algo para alegrarte el día —anunció, con ese brillo travieso en los ojos que siempre significaba problemas. Se acercó a la cama y se inclinó un poco hacia mí, bajando la voz como si estuviera compartiendo un secreto. —Pero no le podés decir al médico, ¿si? Y, por favor, tenés terminantemente prohibido tener sexo con la sorpresa.
Arqueé una ceja, dudosa, aunque su tono consiguió arrancarme una pequeña sonrisa.
—¿Me trajiste un prostituto?
Eli se echó a reír, llevándose una mano al pecho como si hubiera dicho la cosa más absurda del mundo.
—Dios, Tory, a veces olvidás lo fino que soy. Esto es mucho mejor que un prostituto. —Guiñó un ojo antes de girarse hacia la puerta, que abrió con un gesto exagerado.
Y ahí estaba él.
Buuuuuenooo ,les hice caso y les voy a dar dos capítulos más <3.
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