15:Oscuridad
Tory
Todo era oscuridad. No sabía si estaba despierta o atrapada en algún sueño que nunca terminaría. Sentía mi cuerpo pesado, como si me hubieran encadenado a algo invisible, incapaz de moverme con libertad. Había un dolor punzante en mi cabeza, persistente, como si un martillo golpeara constantemente mi cráneo. La sangre corría lentamente por mi nariz, tibia al principio, pero al secarse se volvía pegajosa y fría, un recordatorio de que algo estaba terriblemente mal.
Mis pies estaban hundidos en algo viscoso, negro como la noche, y cada vez que intentaba dar un paso, era como si esa sustancia tratara de arrastrarme hacia abajo. El aire era denso, sofocante. Respirar dolía, como si cada bocanada arrancara un pedazo de mí. No sabía dónde estaba, pero no podía evitar la sensación de que merecía estar ahí.
Empecé a caminar. No porque quisiera, sino porque no había otra opción. El vacío alrededor me consumía, y la idea de quedarme quieta me aterraba más que avanzar hacia lo desconocido. Cada paso era un esfuerzo monumental. No había un final a la vista, ni un propósito claro, pero seguí moviéndome, como si algo o alguien me estuviera empujando desde las sombras.
De repente, una figura apareció frente a mí. Al principio era solo una sombra borrosa, pero a medida que se acercaba, sus rasgos se hicieron claros. Addison.
Mi corazón se detuvo.
Su mirada era helada, más que el aire que me rodeaba, más que la viscosidad que atrapaba mis pies. No había rastro de la chica amable que alguna vez conocí. Su rostro estaba endurecido por la rabia, sus labios apretados en una línea severa. Su mera presencia me hizo retroceder instintivamente, aunque no podía escapar.
—Finalmente. —Su voz cortó el silencio como un cuchillo. Era baja, pero cada palabra estaba cargada de veneno.
—Addison... —Mi voz era apenas un susurro, débil, rota. No estaba segura de si me había oído, pero ella dio un paso más hacia mí.
—No hables. No mereces decir nada.
Me quedé paralizada, el peso de sus palabras cayendo sobre mí como un muro.
—¿Sabes lo que hiciste? —continuó, cada palabra como un golpe directo a mi pecho—. ¿Sabes lo que destruiste?
Quise responder, quise defenderme, pero ¿cómo podía? No tenía excusas.
—Sos patética, Tory. Siempre lo has sido. Siempre jugando con las vidas de los demás, como si todo el mundo estuviera aquí para entretenerte. Pero esta vez fuiste demasiado lejos.
Tragué saliva con dificultad, pero no dije nada.
—Te metiste con lo único que me importaba —dijo, acercándose aún más. Su rostro estaba a pocos centímetros del mío, y podía sentir la furia irradiando de ella—. Robby era mío, ¿entiendes? Mío.
Sentí mis piernas temblar, pero no me moví.
—No tienes idea de lo que se siente que alguien como tú arruine todo. Te crees fuerte, ¿verdad? Intocable. Pero mírate ahora.
Sus ojos se clavaron en los míos, duros, fríos.
—¿Quieres saber por qué estás aquí? —preguntó, su voz apenas un murmullo—. Porque te lo ganaste.
No entendí de inmediato lo que quería decir, pero entonces lo vi. En un parpadeo, estábamos en el torneo. La multitud gritaba, las luces brillaban, y yo estaba en el suelo, apenas consciente. Addison estaba de pie frente a mi.
—¿Recuerdas esto? —preguntó, señalando la escena como si fuera una obra de teatro que ella había dirigido.
Todo volvió a mí de golpe. Había intentado ganarle, me faltaba un punto para hacerlo. Había luchado con cada fibra de mi ser, no porque realmente quisiera ganar, sino porque quería demostrarle a todos que podía. Que yo también era fuerte.
Pero Addison no jugaba. Su patada había sido precisa, brutal. Había sentido el impacto en mi cara, el crujido de algo rompiéndose. Después, todo había sido oscuridad.
—Te pateé la cara porque lo merecías. —Su voz me sacó de mis pensamientos—. Porque alguien tenía que detenerte.
—Addison, yo no quería... —intenté de nuevo, pero ella se acercó aún más, tan cerca que podía sentir su aliento.
—¿No querías? —se burló, su tono lleno de sarcasmo—. ¿Entonces qué era? ¿Un juego? ¿Te metiste con Robby sólo porque podías? ¿Sólo porque querías demostrar que podías quitármelo?
—No fue así... —murmuré, pero mi voz era tan débil que dudaba que pudiera oírme.
—¡Claro que fue así! —espetó, sus ojos ardiendo de ira—. Siempre fuiste una niña caprichosa, Tory. Siempre queriendo lo que no podías tener. Pero esto... esto fue demasiado.
Bajé la mirada, incapaz de sostener su feroz mirada. Y entonces dijo algo que me dejó helada.
—¿Sabes por qué estás aquí? ¿Por qué estás en esa cama del hospital, apenas aferrándote a la vida? Porque yo me aseguré de que pagaras por lo que hiciste.
Mis ojos se abrieron de golpe, y la miré con incredulidad.
—¿Qué estás diciendo?
Ella dio un paso atrás, su expresión cambiando de furia a algo más... frío, calculador.
—¿Creíste que lo que hiciste no tendría consecuencias? —dijo, cruzando los brazos—. Me aseguré de que aprendieras la lección.
—Addison, yo... —Comencé a hablar, pero me interrumpió una vez más.
—No te atrevas a disculparte —espetó, su voz volviendo a llenarse de ira—. No mereces mi perdón. No mereces nada.
Me quedé en silencio, sintiendo cómo las lágrimas comenzaban a correr por mis mejillas. Porque, aunque no quería admitirlo, sabía que tenía razón. Me había metido en su relación por capricho, porque quería demostrar que podía tener a Robby, porque disfrutaba del poder. Pero lo que nunca había planeado, lo que nunca había esperado, era que realmente me enamoraría de él.
—Lo siento —susurré finalmente, mi voz quebrándose.
Addison me miró con desprecio, como si mis palabras no significaran nada.
—No es suficiente, Tory. Nunca será suficiente.
Intenté hablar, pero no pude. Las lágrimas comenzaron a brotar de mis ojos, silenciosas, ardientes.
—¿Qué pasa? ¿No tienes nada que decir? —se burló, inclinándose hacia mí—. Qué raro. Siempre tienes algo que decir, ¿no? Siempre fingiendo que no te importa nada, que eres más lista que todos.
Mi garganta estaba cerrada. No podía respirar, no podía pensar.
—Sos un desperdicio, Tory. —Addison se irguió, mirándome con desprecio—. Y ahora, estás exactamente donde perteneces.
Las palabras me golpearon más fuerte que cualquier patada. Sabía que tenía razón. Sabía que había jugado con fuego, y ahora estaba pagando el precio.
—¿Sabes qué es lo peor? —continuó, su tono casi indiferente ahora—. Nadie te va a extrañar. Nadie.
Mi cuerpo temblaba. Quise gritar, decirle que estaba equivocada, pero no pude. Porque en el fondo, una parte de mí creía que tenía razón.
Addison dio un paso atrás, mirándome como si fuera algo sucio, algo irreparable.
—Adiós, Tory. Espero que te pudras aquí.
Se dio la vuelta y comenzó a alejarse, su figura desvaneciéndose en la oscuridad.
Me quedé sola, de pie en esa viscosidad negra, sintiendo cómo empezaba a envolverme. Cerré los ojos, dejando que las lágrimas fluyeran.
Tal vez era cierto. Tal vez no merecía salir de esto.
Sentí cómo aquel líquido viscoso subía un poco más, rodeándome las rodillas. Pesaba más ahora. Cada paso era un esfuerzo titánico, como si algo invisible tirara de mí hacia abajo. Mis pies chapoteaban con dificultad, y mi respiración se hacía cada vez más corta. El frío calaba hasta los huesos, y el dolor constante en mi cuerpo parecía intensificarse con cada movimiento.
Entonces los vi.
Allí estaban, parados en medio de la nada, como estatuas en un paisaje desolado: mis padres. Por un instante, la esperanza floreció en mi pecho. Quise correr hacia ellos, necesitaba abrazarlos, pedirles ayuda, pero aquel líquido pegajoso me lo impedía. No tenía fuerzas. Mis piernas temblaban bajo el peso de la sustancia, y mi corazón comenzó a acelerarse al notar que ellos no se movían.
La mirada de mi madre me golpeó primero. No era cálida, no era comprensiva. Era dura, fría, llena de decepción. Mi padre, a su lado, no dijo nada. No necesitaba hacerlo. La furia contenida en su semblante y la forma en que sus ojos me taladraban era suficiente para aplastarme.
—Mamá... papá... —intenté hablar, pero mi voz apenas salió como un murmullo ahogado.
Mi madre dio un paso al frente, su rostro tenso y sus labios apretados. Cuando habló, su tono era tan frío que sentí que el aire a mi alrededor se congelaba.
—¿Sabes qué es lo más doloroso de todo esto, Tory? —dijo, sin levantar la voz pero con una fuerza que atravesó mis entrañas—. Que alguna vez pensé que tenías algo de decencia. Pero no... resultaste ser una decepción. La peor decepción de mi vida.
Sentí cómo las lágrimas comenzaban a acumularse en mis ojos. Intenté moverme hacia ella, alzar las manos para alcanzarla, pero no pude. El líquido subía lentamente, ahora envolviendo mis muslos, inmovilizándome aún más.
—Mamá... por favor, escúchame... —supliqué, pero mi voz era apenas un susurro ahogado.
Ella me ignoró por completo. Dio otro paso hacia mí, su mirada más fría que nunca.
—¿Cómo pudiste hacer algo así? —dijo, y ahora su tono tenía un filo que me cortó por dentro—. ¿Meterte con Robby? ¿Con el novio de Addison? ¡Tu prima! ¿Tienes idea de lo bajo que caíste, Tory? ¿Tienes idea de lo patética que te ves ahora?
—Yo... yo no quise... —Intenté hablar, pero me interrumpió con un gesto brusco de su mano.
—¿No quisiste? —repitió con un sarcasmo tan hiriente que sentí como si me abofeteara—. ¿De verdad crees que voy a creer eso? Esto no fue un accidente, Tory. No fue un malentendido. Fue tu decisión. Tú elegiste traicionar a tu propia familia. Tú elegiste comportarte como una... —se detuvo, pero solo por un segundo. Luego las palabras salieron, frías y despiadadas—. Como una zorra.
La palabra me golpeó como una piedra en el pecho. Intenté respirar, pero el aire parecía haberse vuelto más denso, más pesado. Las lágrimas comenzaron a correr por mi rostro, pero mi madre no se inmutó.
—No puedes entenderlo... —murmuré con desesperación—. Lo que siento por Robby es real... demasiado real.
Mi padre, hasta ese momento en silencio, soltó un bufido de desprecio. No necesitaba palabras; su expresión lo decía todo. La decepción y el enojo en su rostro eran como un espejo que reflejaba lo peor de mí misma. Era insoportable.
—¿Real? —mi madre rió, pero no había alegría en su risa. Era amarga, cruel—. ¿Crees que eso lo justifica? ¿Crees que el 'amor' te da derecho a destruir la vida de otra persona? ¡A destruir nuestra familia!
—Yo no quería... —intenté de nuevo, pero su mirada me cortó en seco.
—¡Cállate! —gritó, su voz resonando en la oscuridad como un trueno. Me quedé helada, incapaz de moverme o siquiera respirar.
Mi padre finalmente habló, su voz grave y contenida, pero no menos devastadora.
—No hay excusa para lo que hiciste, Victoria—dijo, cada palabra como un clavo en mi pecho—. No me importa cuánto lo justifiques en tu cabeza. Lo que hiciste estuvo mal. Y no puedo creer que seas mi hija.
—Papá, por favor... —las palabras salieron entre sollozos—. Yo... yo no soy mala. Yo...
—No te atrevas a decir eso —me interrumpió mi madre, su voz más baja pero igual de afilada—. ¿No eres mala? ¿Entonces qué eres? Una chica que no tiene respeto por nadie, ni siquiera por sí misma. Te revolcaste con Robby como si fuera un trofeo, como si no importara a quién lastimabas en el proceso. ¿Crees que eso no dice algo sobre ti?
Mis piernas cedieron, y me dejé caer de rodillas en el líquido que ahora llegaba a mi cintura. Todo en mí temblaba. Las palabras de mi madre eran dagas, una tras otra, clavándose sin piedad.
—Yo... yo lo amo... —susurré, pero ni siquiera estaba segura de creerlo en ese momento.
—¿Amor? —repitió mi madre, y esta vez su tono era casi burlón—. No tienes idea de lo que significa el amor, Tory. El amor no es egoísta. El amor no destruye. Pero eso es todo lo que tú haces. Destruir.
Mi padre volvió a hablar, su voz grave y carente de cualquier emoción.
—Eres una verguenza para esta familia. Una completa vergüenza. No puedo ni mirarte sin sentir asco.
Sentí cómo mi corazón se rompía en mil pedazos. La culpa, la vergüenza, el dolor... todo se acumulaba dentro de mí, aplastándome. Intenté levantarme, intenté decir algo, cualquier cosa que pudiera reparar el daño, pero no pude.
Mis padres se miraron entre ellos, como si estuvieran decidiendo qué hacer conmigo. Luego, sin decir una palabra más, se dieron la vuelta y comenzaron a alejarse, desapareciendo en la oscuridad.
—¡No me dejen! ¡Por favor! —grité con todas mis fuerzas, pero ellos no se detuvieron. Mi voz resonó en el vacío, pero no hubo respuesta.
El líquido subió aún más, envolviendo mi pecho, mis hombros, hasta que apenas podía mantener la cabeza fuera de él. Me hundía lentamente, sin fuerzas para luchar. Y mientras la oscuridad me envolvía, solo quedaban las palabras de mi madre, resonando una y otra vez en mi mente:
"Eres una verguenza. Una zorra. Una decepción."
El agotamiento la consumía. Tory apenas podía levantar la cabeza. Cada movimiento era un esfuerzo sobrehumano, y sus brazos temblaban al intentar avanzar. Miró sus manos, cubiertas por el líquido negro y pegajoso que ahora parecía haberse incrustado en su piel.
Entonces las vio.
Marcas.
Pequeñas manchas negras comenzaron a extenderse por sus brazos, primero como diminutas líneas que apenas eran visibles, pero que rápidamente se transformaron en patrones irregulares, como raíces que buscaban adueñarse de todo su cuerpo. Trató de frotarlas, desesperada, pero aquello no se movía. Era como si el líquido hubiera traspasado su piel, como si formara parte de ella ahora.
—No... no... no... —susurró con voz entrecortada, tratando de negar lo inevitable. Pero cada vez que movía un brazo o intentaba alzar la vista, las marcas parecían crecer más rápido, extendiéndose hacia su cuello, sus piernas, su rostro.
Sus piernas ya no respondían. Intentó ponerse de pie, pero fue inútil. El líquido había ganado. Ahora solo podía arrastrarse, como si fuera una muñeca rota, como si la vida misma estuviera escapando de ella. Sentía el peso del líquido, pesado y frío, presionándola desde dentro y desde fuera.
La desesperación comenzó a apoderarse de ella. Quiso gritar, pero su garganta estaba seca. La mirada de sus padres seguía grabada en su mente, tan real como si aún estuvieran frente a ella. Las palabras de su madre, crueles y frías, resonaban una y otra vez, como un eco interminable.
"Eres una verguenza."
"Una decepción."
"Una zorra."
Tory apretó los ojos, tratando de ahogar esos pensamientos, pero era inútil. Las palabras eran más fuertes que cualquier esfuerzo que pudiera hacer. Las marcas negras continuaban extendiéndose, y su piel comenzaba a arder, como si algo dentro de ella estuviera consumiéndose.
—No puedo... —murmuró, su voz rota, mientras el líquido llegaba ahora a su cuello. El frío era insoportable, pero lo que más dolía era el peso de la culpa, la verguenza, el abandono.
A lo lejos, una figura apareció en la penumbra. Tory alzó la vista con dificultad, intentando enfocar. Su corazón dio un vuelco cuando reconoció a Addison, su prima. Su rostro estaba iluminado por una tenue luz que hacía que pareciera aún más perfecta, intocable.
Addison la miró desde lo alto, con una mezcla de desprecio y lástima.
—¿Creías que podías quitarme lo que es mío? —preguntó Addison, su voz suave pero llena de veneno—. ¿De verdad pensaste que podías quedarte con Robby y que todo estaría bien?
—Addison... yo... no fue así... —intentó responder Tory, pero las palabras se le ahogaron en la garganta.
—¡Cállate! —gritó Addison, su voz transformándose en un rugido que hizo temblar todo a su alrededor. El líquido negro pareció reaccionar, subiendo aún más rápido, envolviendo a Tory hasta el mentón.
—¡Por favor, escúchame! —rogó Tory, lágrimas rodando por su rostro. Intentó alzar una mano hacia su prima, pero no pudo. Sus brazos estaban inmóviles, atrapados por completo.
Addison dio un paso más cerca, inclinándose ligeramente hacia Tory.
—No hay nada que explicar, Tory. Eres exactamente lo que tu mamá y papá dicen. Eres una verguenza para la familia. Una traidora. Una... —se detuvo, pero solo para pronunciar la siguiente palabra con más crueldad— zorra.
Tory sollozó, cerrando los ojos con fuerza. Quiso gritar, quiso defenderse, pero estaba agotada. El líquido ahora envolvía su cuello, y las marcas negras habían alcanzado su rostro. Podía sentirlas, como si estuvieran tatuadas en su piel, como si fueran cicatrices que nunca desaparecerían.
Addison se quedó mirándola por un momento, con una mueca de desprecio, antes de darse la vuelta y comenzar a caminar hacia la oscuridad.
—¡No me dejes! ¡Addison, por favor! —gritó Tory, pero su prima no se detuvo.
El líquido finalmente cubrió su boca. Tory luchó por respirar, por mantenerse a flote, pero todo era inútil. Podía sentir cómo la oscuridad la tragaba por completo, cómo el peso del líquido, de las palabras de su madre, de la furia de su padre, la aplastaban sin piedad.
En su último instante de conciencia, una sola pregunta se formó en su mente:
"¿Y si tienen razón?"
Y luego, el silencio.
Me dolía todo. El líquido me oprimía, aplastándome, como si quisiera arrancarme la vida misma. Cada movimiento era un suplicio, cada respiración, una tortura. Sentí cómo algo me tiraba con fuerza, arrastrándome fuera de esa oscuridad que parecía infinita.
El líquido me apretaba aún más al intentar resistirme, como si no quisiera soltarme. Era un dolor desgarrador, como si mi piel estuviera siendo arrancada, como si cada fibra de mi ser estuviera siendo comprimida hasta desaparecer. Luché con todas mis fuerzas, pero era inútil. Solo podía rendirme.
Y entonces lo vi.
Primero fueron sus ojos. Aquellos ojos verdes, tan profundos que parecían contener toda la luz que este lugar carecía. No sabía cómo había llegado ahí, ni cómo era posible, pero ahí estaba él: Robby.
Su mirada era serena, atenta, como si estuviera asegurándose de que estuviera bien, de que no iba a desaparecer. Era la primera vez, desde que llegué a este lugar, que alguien no me miraba con odio o desprecio. Me sentí confundida al principio, pero luego... algo dentro de mí se rompió.
Él se acercó despacio, como si temiera asustarme, pero yo no podía apartar la vista de él. Mis labios temblaban, y las lágrimas volvieron a rodar por mis mejillas. El líquido negro seguía presente, pero algo cambió. Al verlo a él, al ver su rostro, ya no dolía tanto. El apretón del líquido comenzó a aflojarse, como si su sola presencia lo mantuviera a raya.
—Tory... —su voz era suave, casi un susurro, pero llegó a mí con una claridad que me sorprendió. Era cálida, como un refugio en medio de una tormenta.
Intenté hablar, pero mi garganta estaba seca, mi voz apenas un murmullo. Él no me dejó esforzarme. Se agachó frente a mí y con una ternura que nunca había sentido antes, sostuvo mi rostro entre sus manos. Sus dedos eran cálidos, un contraste absoluto con el frío opresivo del líquido.
—Estoy aquí —dijo con firmeza, pero sin perder esa suavidad en su tono—. No voy a dejarte sola.
Sus palabras me desarmaron por completo. Cerré los ojos por un momento, dejando que las lágrimas salieran sin control. Me sentía pequeña, insignificante, rota. Pero ahí estaba él, sosteniéndome como si no fuera un desastre, como si aún hubiera algo en mí que valiera la pena salvar.
Con cuidado, apartó mi cabello de mi rostro, acomodándolo detrás de mi oreja. Su toque era tan delicado, tan lleno de cuidado, que por un instante olvidé el dolor, el frío, la oscuridad. Olvidé las palabras de mi madre, las miradas de desprecio, todo. Solo existíamos nosotros dos.
—No entiendo... —logré susurrar finalmente, aunque mi voz seguía quebrada. Lo miré a los ojos, buscando respuestas—. ¿Por qué estás aquí? ¿Cómo... cómo puedes estar aquí?
Robby no respondió de inmediato. Sus pulgares acariciaron mis mejillas, limpiando las lágrimas que seguían cayendo. Había algo en su mirada que no podía describir, algo que me hacía sentir segura, incluso cuando todo a mi alrededor era un caos.
—No importa cómo llegué aquí —respondió finalmente, su tono lleno de calma—. Lo que importa es que no voy a dejarte hundirte.
Sentí un nudo en la garganta, uno tan fuerte que me costaba respirar. Quería decirle tantas cosas, pero no sabía por dónde empezar. Había hecho todo mal. Lo había lastimado, lo había utilizado, lo había confundido, y sin embargo... aquí estaba, tratando de salvarme.
—No deberías estar aquí —murmuré, mi voz temblando—. No después de lo que hice. No después de... de todo.
Robby negó con la cabeza, su expresión más seria ahora, pero aún llena de ternura.
—Tory, todos cometemos errores —dijo, su tono tan genuino que me dolió escucharlo—. Pero eso no significa que merezcas esto. Nadie merece estar atrapado en algo así.
Sus palabras parecían perforar algo dentro de mí, algo que había estado tan cerrado durante tanto tiempo que ya no recordaba cómo era sentirme... vista. Por primera vez, sentí que alguien me miraba como si valiera algo, como si no fuera un desastre completo.
El líquido negro que me había estado oprimiendo comenzó a ceder. No desapareció del todo, pero el dolor disminuyó. Sentí cómo la presión en mi pecho aflojaba, cómo mis piernas ya no estaban completamente inmóviles. Era como si el miedo que me había consumido se disolviera un poco al ver a Robby, al sentirlo tan cerca.
—Robby... —mi voz se quebró, y de nuevo no pude evitar que las lágrimas fluyeran—. Lo siento tanto... todo. Lo que hice, lo que arruiné. Yo... yo solo...
—Shh —me interrumpió, colocando un dedo sobre mis labios—. No tienes que explicarte ahora. No tienes que decir nada. Solo quiero que sigas adelante, que no te rindas.
El líquido volvió a moverse, pero esta vez no era agresivo. Ya no intentaba hundirme, ni aplastarme. Era como si estuviera retrocediendo, como si la seguridad que sentía junto a Robby lo ahuyentara.
Me quedé mirándolo, sin saber qué hacer. No merecía su bondad, no merecía su apoyo, pero en ese momento, era todo lo que tenía.
—Gracias... —susurré finalmente, mi voz apenas audible.
Robby sonrió, una sonrisa pequeña pero llena de calidez.
—No tienes que agradecerme —respondió—. Solo prométeme algo.
Lo miré, esperando.
—Prométeme que no vas a dejar que esto te gane. Que vas a seguir luchando, por ti, por todo lo que aún puedes hacer.
Asentí con dificultad, aunque aún no sabía si podía cumplir esa promesa. Pero en ese momento, con él frente a mí, sosteniéndome como si fuera lo más frágil del mundo, quise creer que era posible.
Por primera vez en mucho tiempo, me sentí... viva.
Me aferré a sus manos como si fueran mi única conexión con algo real, algo sólido. El líquido negro seguía presente a mi alrededor, pero era como si él lo mantuviera a raya, como si su sola presencia pudiera calmarlo. Estaba arrodillada, agotada, y aún sentía las marcas en mi piel, esas pequeñas líneas negras que parecían recordarme lo rota que estaba. Pero con él ahí, frente a mí, todo dolía un poco menos.
Mi voz tembló cuando hablé:
—No te vayas, Robby... por favor.
Él no respondió de inmediato. Sus manos cálidas envolvieron las mías, y luego una de ellas se deslizó suavemente hasta mi mejilla. Su tacto era reconfortante, casi adormecedor, pero mi pecho seguía apretado por el miedo. Cerré los ojos por un instante al sentir su caricia, dejando que esa pequeña tregua me envolviera.
—Tory, mírame.
Su voz era baja, casi un susurro, pero no había forma de ignorarla. Abrí los ojos y encontré los suyos otra vez, esos ojos verdes que parecían contener algo que no entendía del todo, pero que me daba paz.
—Estoy aquí contigo. No voy a dejarte sola... —dijo, su tono firme pero suave—. Pero tienes que relajarte. Este lugar... —miró alrededor, como si intentara descifrarlo— este lugar no tiene poder sobre ti.
—¿Cómo lo sabes? —pregunté, mi voz temblorosa.
Él sonrió levemente, con esa expresión que siempre me hacía sentir pequeña, pero de la mejor manera posible.
—Porque te conozco, Tory. Sé que eres fuerte, aunque no siempre lo creas. Esto... —sus dedos acariciaron una de las marcas negras en mi brazo— ...esto no te define.
Quise creerle, pero algo en mí seguía dudando. Bajé la mirada, sintiendo que mis ojos se llenaban de lágrimas otra vez.
—Robby... —comencé, mi voz quebrándose—. Tengo miedo. Tengo tanto miedo de que... de que te vayas. De que me dejes sola otra vez. No sé cómo seguir si te vas.
Él soltó una de mis manos solo para volver a tomar mi rostro entre las suyas. Sus dedos eran cálidos, un contraste absoluto con el frío que parecía emanar del líquido.
—No estás sola —afirmó con una seguridad que me hizo temblar—. Aunque no esté físicamente aquí, no estás sola. Tienes que confiar en eso.
Negué con la cabeza, sintiendo cómo las lágrimas rodaban por mis mejillas.
—No entiendo cómo puedes decir eso. Después de todo lo que he hecho, después de cómo te lastimé... ¿por qué sigues aquí?
Robby me miró con una mezcla de ternura y algo que no supe identificar. Se quedó en silencio por un momento, como si estuviera eligiendo cuidadosamente sus palabras.
—Porque me importas, Tory. Porque sé que, en el fondo, eres mucho más que todo esto. Sé que a veces te pierdes en el dolor, en el miedo, pero eso no significa que no puedas encontrar el camino de vuelta.
Su voz era tan sincera que me dolió escucharlo. Quería creerle, pero ese líquido negro, esas marcas en mi piel, seguían recordándome lo contraria que era esa idea.
—No puedo hacerlo sola. No sé cómo...
Él se inclinó un poco más, sus ojos fijos en los míos.
—No tienes que hacerlo sola. Pero para poder ayudarte, tienes que confiar en ti misma. Por favor, solo cierra los ojos un momento. Relájate. Respira.
—No quiero cerrar los ojos —confesé, mi voz apenas un susurro—. Tengo miedo de que si lo hago... tú te vayas.
Robby negó suavemente, sus dedos acariciando mi mejilla, y luego deslizó su mano hasta mi cabello, acomodándolo detrás de mi oreja como había hecho antes.
—Confía en mí, ¿sí? Solo un momento. Estoy aquí. No voy a ninguna parte.
Quise resistirme, pero estaba tan cansada. Tan agotada de luchar contra todo, incluso contra mí misma. Finalmente, cedí. Cerré los ojos, dejando que su tacto calmara el caos que aún sentía dentro.
Por un instante, todo pareció detenerse. No sentí el líquido negro oprimiéndome, no escuché las palabras hirientes de mi madre resonando en mi cabeza. Solo estaban las caricias de Robby en mi mejilla, en mi cabello. Era como un sueño, una pausa en medio de toda la pesadilla.
Pero entonces... se detuvo.
Abrí los ojos de golpe, el miedo regresando como una avalancha.
—Robby... —llamé su nombre, mi voz quebrándose al instante.
Miré alrededor frenéticamente, pero él ya no estaba. No había rastro de él, ni de sus ojos verdes, ni de su voz tranquilizadora. El miedo volvió a apoderarse de mí, y el líquido negro pareció darse cuenta. Comenzó a moverse otra vez, lento pero amenazante, como si estuviera esperando a que mi fuerza se rompiera por completo.
—¡Robby! —grité, mi voz resonando en el vacío.
Pero no hubo respuesta. Solo el eco de mi propia voz, y el frío que se arrastraba de nuevo hacia mí.
El líquido negro subió por mi cuerpo con una violencia insoportable, como si decenas de agujas afiladas me atravesaran la piel. El dolor era agudo, abrasador, y me obligaba a quedarme quieta, incapaz de moverme. A cada segundo que pasaba, el líquido parecía consumir más y más de mí, arrastrándome hacia una oscuridad de la que no sabía si podría salir. Mi cuerpo ya no respondía, mis fuerzas se agotaban, y el miedo se apoderaba de mí, haciendo que mi mente se nublara. No había forma de escapar de aquello. No había forma de luchar contra lo que me estaba destruyendo por dentro.
Cayó silencio. Un silencio espeso que me rodeaba, como si el mundo se hubiera detenido por completo. Entonces escuché pasos. Pesados, resonando en el vacío que me rodeaba. Los sentí acercarse, pero no tenía la energía para reaccionar. No quería. No me importaba. Cerré los ojos, rendida, esperando que el dolor y el miedo se apoderaran de mí por completo, pero algo me obligó a abrirlos, como si fuera un impulso que ya no podía controlar.
Frente a mí, vi unas piernas. Fueron las primeras que logré distinguir, aunque mi visión estaba distorsionada por el dolor. Mis ojos, lentos, subieron poco a poco y lo vi. Ella. Era yo, pero no lo era.
La versión de mí misma que estaba frente a mí tenía unos años más, unos veintitantos, y una expresión que nunca había visto en mi rostro: dureza, desdén, y una calma que me heló la sangre. Su cabello, corto y desordenado, caía sobre su rostro con una naturalidad que yo jamás había logrado. Sus ojos eran fríos, crueles. No había ni rastro de la vulnerabilidad que yo sentía en mí misma.
Se cruzó de brazos y me observó con una sonrisa casi imperceptible, pero cargada de suficiencia. No había piedad en su mirada. Era como si todo lo que había sido, todo lo que sentía, no significara nada para ella. Era como si la versión de mí misma que se encontraba frente a mí se hubiera despojado de cualquier humanidad para volverse una extraña, una figura que me juzgaba con la misma dureza con la que yo me había juzgado tantas veces.
Se inclinó hacia mí, y en un movimiento rápido y brutal, me sujetó del cuello, levantándome ligeramente del suelo. La presión de su agarre no me asfixiaba, pero era suficiente para recordarme lo frágil que era en ese momento, lo poco que valía en sus ojos.
—¿Así que esta eres tú? —su voz fue fría, hiriente, como un cuchillo cortando el aire—. ¿Esto es lo que soy? ¿Una niña débil que se deja vencer al primer obstáculo?
Intenté reaccionar, pero el líquido negro que me rodeaba me impedía moverme con libertad. Mis piernas no respondían, y la presión del líquido parecía irremediable, cada vez más fuerte, cada vez más dolorosa. Mi pecho se tensó, y el miedo volvió a ahogarme. Pero esta vez, el miedo no venía de la oscuridad. Venía de ella. De esa versión de mí que me miraba como si fuera nada, como si mi sufrimiento no tuviera valor.
—Siempre creí que eras mejor que esto —continuó ella, apretando un poco más su agarre, como si disfrutara de mi impotencia—. ¿Qué pasó con esa Tory que nunca dejaba que nadie la pisoteara? ¿La que no se rendía, que luchaba por lo que quería? ¿La que nunca perdía?
Mis ojos se llenaron de lágrimas, pero no pude hacer nada para evitarlo. El dolor del líquido, la angustia de ver a esa otra Tory tan fría y cruel frente a mí, me hacía sentir más pequeña, más indefensa. Mi garganta estaba cerrada, incapaz de emitir una sola palabra, pero ella no dejó de hablar, continuó burlándose de mí, del dolor que sentía.
—¿Quién eres? —logré susurrar, apenas pudiendo respirar.
Ella se rió con desprecio, soltándome del cuello para que cayera al suelo con un golpe sordo. Se puso de pie, mirándome desde arriba, como si todo lo que era, todo lo que había hecho, no tuviera valor.
—Soy tú, idiota. —dijo, inclinándose hacia mí una vez más—. Soy la versión que no se deja vencer. Soy la que no perdió el tiempo llorando por Robby, la que no se quedó tirada en el suelo. Soy la Tory que hizo lo que sea para conseguir lo que quería. No dejé que nada ni nadie se interpusiera en mi camino.
Sus palabras golpeaban mi mente con la misma intensidad que el líquido negro me desgarraba el cuerpo. El dolor de sus palabras era más punzante que el veneno que me estaba matando. No podía creer lo que escuchaba. Ella estaba hablando de Robby como si él fuera solo una pieza más de un juego, algo que no valía la pena.
—¿Te crees tan fuerte? —continuó ella, su voz llena de ironía—. Yo estoy con Robby. No me detuve por nada. No me dejé vencer. Pero tú... tú eres tan débil que no puedes ni levantarte después de una simple patada. ¿Qué pasó con esa chica fuerte que pensé que eras? ¿Qué pasó con esa chica que nunca se dejaba caer?
El dolor de sus palabras me atravesó como una daga, y me sentí impotente. La rabia se fue acumulando en mi pecho, mezclada con una frustración tan profunda que me hizo apretar los puños con más fuerza.
—Cállate —dije entre dientes, mi voz quebrada, pero llena de rabia. No iba a dejar que me siguiera aplastando con sus palabras. No me iba a dejar vencer tan fácilmente.
Ella sonrió con suficiencia, disfrutando de mi sufrimiento, de mi frustración.
—¿Eso es todo lo que tienes? Que decepción —dijo, con tono burlón—. No eres nada más que una niña que se rinde cuando las cosas se ponen difíciles. Nunca lo fuiste, y nunca lo serás.
Esa sonrisa, esa maldita sonrisa de superioridad, fue la chispa que encendió algo dentro de mí. Mi cuerpo temblaba, no solo por el dolor físico, sino por la rabia que crecía dentro de mí. Estaba cansada de ser tratada como si no valiera nada. Estaba cansada de dejar que el miedo me controlara. Estaba cansada de dejar que esa versión de mí misma, tan egoísta y cruel, tuviera poder sobre mí.
—¡Basta! —grité, levantándome con la fuerza que creí perdida. Las palabras salieron de mis labios con una fuerza renovada, como si el mismo universo me empujara hacia la confrontación, hacia el final de esa batalla que había estado librando conmigo misma. Sentí una oleada de adrenalina recorrer mi cuerpo, un fuego que se encendió en lo más profundo de mi ser, mientras me enfrentaba a esa versión de mí misma que me había mantenido cautiva tanto tiempo.
La otra Tory me observó en silencio, una sonrisa burlona curvándose en sus labios.
—Eso pensé —dijo con calma, su voz como un veneno que se deslizaba por el aire.
No me importaba. No me importaba la sangre que aún manchaba mi piel, las heridas profundas que se extendían por mi cuello, mis piernas, mis brazos. No me importaba nada más que esa rabia que me inundaba y que me hacía sentir más viva que nunca.
—No me vas a ganar.—grité, aunque mi garganta ardía. Cada palabra me costaba, pero cada palabra también me daba la fuerza para seguir de pie.
La otra Tory me miró, su expresión cambiando ligeramente, como si estuviera evaluándome, como si esperara algo más. Y entonces, me habló, su voz profunda, llena de un tono desafiante.
—¿Vas a salir de aquí? —preguntó, como si fuera una pregunta retórica, como si en su mente ya estuviera claro que no lo lograría.
Mi mirada fue seria. No dije una palabra, pero mis ojos hablaban por mí. Asentí con la cabeza, firme. Sabía que lo lograría, aunque no supiera cómo. No iba a rendirme. No después de todo lo que había pasado.
—Que bueno saberlo —comentó, casi como si estuviera complacida con mi respuesta.
Me sentí extraña, como si esta versión de mí misma tuviera poder sobre mí, como si hubiera algo más en juego que la simple confrontación física. Algo más profundo, algo más personal.
De repente, su rostro se tornó más serio, sus palabras más frías. Me habló con una voz que no dejaba lugar a dudas.
—Mándale mis saludos a Robby —me dijo, y no pude evitar sentir una punzada en mi pecho al escuchar su nombre—. Y espero que hagas pagar a la estúpida de tu prima por lo que te hizo.
Esas palabras resonaron en mi cabeza, y antes de que pudiera reaccionar, me empujó con fuerza. No tuve tiempo de prepararme. El impacto fue brutal, como una explosión de fuerzas que me empujaron directamente al líquido negro que ya me estaba esperando. Lo sentí como si fuera una bestia devorándome, tragándome sin piedad, sin mostrarme ninguna compasión. El dolor en mi cuerpo se multiplicó mientras el líquido me arrastraba, rodeándome con una opresión insoportable.
De repente, todo se desvaneció.
El mundo se oscureció. El vacío me rodeó, y aunque intenté respirar, el aire no llegaba a mis pulmones. Era como si mi cuerpo estuviera suspendido entre dos mundos, como si todo lo que había sido y lo que podría ser ya no existiera. No sabía si estaba viva o muerta. No sabía si alguna vez saldría de ese lugar.
Entonces, todo se deshizo en una explosión de luz blanca.
Desperté con un sobresalto, sintiendo la presión en mi pecho, la opresión de las vendas. Mi cabeza estaba pesada, mi cuerpo entumecido. Estaba en un lugar frío, gris, y cuando abrí los ojos, la luz me hizo parpadear. El dolor me recorrió como un torrente, y fue lo primero que sentí de regreso, la realidad que me golpeó con la fuerza de un tren.
Miré alrededor. Estaba en un hospital. Todo estaba borroso por el dolor, pero podía distinguir las paredes frías, los monitores que pitaban a mi alrededor, los tubos que se conectaban a mi brazo. No podía moverme con facilidad. El dolor era insoportable. Sentía las vendas apretadas sobre mis heridas, la piel tirante y húmeda.
El próximo capítulo es el último (si no se me ocurre algo más )jjj.
La Tory que aparece al final es la de "si te dejas llevar"xd ,muy raro lo se pero me pareció divertido juntarlas a las dos.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top