13:Decepcion


Miércoles 16:22 p.m

El día del torneo había llegado, y la tensión era palpable en el aire. El dojo de Cobra Kai bullía de actividad mientras los estudiantes se preparaban para el enfrentamiento. El sonido de las patadas contra los sacos, los gritos de concentración y las órdenes de los senseis llenaban el lugar, creando una atmósfera de competencia inminente.

Tory estaba en una esquina del tatami, estirando junto a Eli y Piper. Aunque su cuerpo seguía la rutina de siempre, su mente estaba en otra parte. Los últimos días habían sido un caos emocional, y por más que intentara ignorarlo, las palabras de Robby en la fiesta seguían resonando en su cabeza.

"Te quiero."

Nunca se había permitido flaquear con este tipo de cosas. Tory Nichols no era una persona que se dejara llevar por sentimentalismos, y mucho menos cuando se trataba de Robby. Pero ahí estaba, con su mente dando vueltas y sintiéndose como una idiota por no poder dejarlo ir.

—¿Estás viva ahí, o te perdiste en el limbo? —preguntó Eli, interrumpiendo sus pensamientos. Estaba sentado frente a ella, con las piernas cruzadas, mientras giraba los hombros para calentar.

Tory parpadeó y se obligó a volver al presente.

—Estoy bien, Halcón, solo... pensando.

Piper, que estaba estirando al lado de Eli, soltó un suspiro exagerado y se dejó caer de espaldas sobre la colchoneta.

—¿Pensando en qué? Porque si estás planeando cómo ganar tu pelea, no parece que estés muy concentrada.

—Déjenme en paz, ¿quieren? —dijo Tory, frunciendo el ceño.

Pero Eli no era de los que se rendían fácilmente. Se inclinó hacia adelante con una sonrisa burlona.

—¿Es Robby? Porque, si es por Robby, ya podrías admitirlo y ahorrarnos tiempo.

Tory lo fulminó con la mirada.

—¿De qué hablás?

—Vamos, Tory, no soy estúpido, —respondió Eli con un tono divertido—. Desde esa fiesta, estás rara. Y Robby también, dicho sea de paso. Como si los dos estuvieran actuando en una telenovela mexicana y todavía no llegáramos al episodio de la gran confesión.

—¡Halcón! —exclamó Piper, dándole un leve golpe en el brazo para que dejara de molestar—. No seas pesado.

—¿Pesado? Solo estoy diciendo lo que todos pensamos, —replicó Eli con una sonrisa traviesa, antes de volver a mirar a Tory—. Aunque, siendo honestos, el drama le queda bien a Robby. Es como si hubiera nacido para sufrir por amor.

Tory soltó un bufido, pero no pudo evitar que un ligero sonrojo le subiera a las mejillas.

—No es asunto de ustedes, ¿entendido? —dijo, mirando a ambos con una expresión seria.

Piper levantó las manos en señal de rendición, pero Eli simplemente se encogió de hombros, como si no le importara.

—Lo que digas, reina cobra. Solo espero que esa cabecita tuya esté en el torneo y no en el chico del peinado perfecto.

Antes de que Tory pudiera responder, el sensei Terry Silver entró al gimnasio, captando de inmediato la atención de todos. Su presencia era imponente, y el silencio cayó como un manto sobre el lugar mientras se dirigía a ellos.

—Escuchen bien, —dijo Silver con su tono autoritario—. Hoy es el día que hemos estado esperando. Este torneo no es solo una competencia; es nuestra oportunidad de demostrarle al mundo lo que Cobra Kai representa. Fuerza, disciplina, victoria.

Los estudiantes corearon con fuerza el lema del dojo, pero Tory apenas pudo participar. Su corazón latía con fuerza, y no tenía nada que ver con las palabras de Silver. Todo su ser estaba dividido entre el torneo y el recuerdo de Robby, y sabía que si no lograba concentrarse, todo se iría al carajo.

—¿Lista para patear traseros? —preguntó Piper, tratando de animarla.

—Claro, —respondió Tory, aunque su tono carecía de entusiasmo.

Eli le dio un golpecito en el hombro.

—Más te vale, porque si perdés por estar pensando en Robby, te lo voy a recordar el resto de tu vida.

—¡Halcón, cállate de una vez! —gruñó Tory, lanzándole una mirada que podría haber derretido el acero.

Pero mientras Eli se reía y Piper intentaba tranquilizarla, Tory miraba por la ventana, preguntándose si Robby estaría pensando en ella tanto como ella pensaba en él.

Del otro lado del tatami, el ambiente en Miyagi-Do estaba mucho más controlado, aunque no exento de tensión. Daniel LaRusso, siempre perfeccionista, repasaba los últimos detalles con Samantha y Demetri mientras los observaba calentar. Johnny Lawrence, en su estilo relajado y directo, se encargaba de motivar al resto del equipo con frases como "¡Pateemos traseros, pero con estilo Miyagi-Do!" que arrancaban risas nerviosas a algunos de los alumnos.

Addison, por su parte, no podía ocultar su entusiasmo. Estaba más emocionada de lo habitual; competir junto a Robby, su novio, era un sueño hecho realidad. Él era su pilar en el equipo, su apoyo tanto dentro como fuera del tatami, y la idea de compartir esa experiencia con él hacía que su pecho se llenara de orgullo. Por eso, tras una breve charla con Johnny, decidió buscarlo para transmitirle lo feliz que estaba.

Sin embargo, lo que encontró la dejó completamente helada.

Robby caminaba de un lado a otro cerca de las gradas, su rostro era una mezcla de frustración y duda. Estaba tan inmerso en sus pensamientos que apenas notó cuando Miguel Díaz, su compañero y amigo, se acercó. Miguel llevaba rato observándolo, reconociendo en su andar inquieto que algo no estaba bien.

—¿Qué onda, amigo? —preguntó Miguel, colocando una mano sobre el hombro de Robby para llamarlo a la realidad.

Robby se detuvo en seco, pero no lo miró. Se quedó en silencio unos segundos antes de soltar un suspiro profundo.

—Nada, estoy bien.

Miguel levantó una ceja, cruzándose de brazos.

—Esa mentira no te la creés ni vos, Robby. Dale, decime qué pasa.

Robby lo miró de reojo, dudando, pero finalmente dejó caer los hombros como si cargara un peso insoportable.

—Es complicado.

—Siempre es complicado, pero eso no significa que no puedas hablarlo.

Robby se mordió el labio, claramente incómodo. Miguel notó su lucha interna y decidió empujar un poco más.

—¿Es por Tory? —preguntó Miguel directamente, provocando que Robby levantara la cabeza de golpe.

—¿Cómo sabés que es por ella? —respondió Robby con cierta sorpresa.

Miguel sonrió con ironía y se encogió de hombros.

—Porque tenés cara de estúpido enamorado desde hace días. Vamos, largalo.

Robby suspiró nuevamente, pasándose una mano por el cabello.

—Le dije que la quería. En la fiesta.

Miguel lo miró por un segundo antes de soltar una carcajada.

—¿Eso es lo que te tiene así? ¡Por favor! Si es más que obvio que Tory siente lo mismo por vos.

Robby frunció el ceño, sin creerlo del todo.

—No lo sé, Miguel. No estoy tan seguro.

Miguel rodó los ojos, claramente exasperado.

—Amigo, ¡es evidente! ¿Sabés cuántas veces Tory me ha hablado de vos? —Miguel hizo un gesto dramático, extendiendo los brazos—. Se pasa el día diciendo que sos un imbécil, que la volvés loca, que no sabe qué hacer contigo... ¿Te suena de algo?

Robby soltó una risa nerviosa, pero aún no parecía convencido.

—¿Y si no es suficiente? ¿Y si me equivoco y todo esto termina en desastre?

Miguel lo miró con una expresión incrédula antes de darle un golpe ligero en el brazo.

—Robby, sos un estúpido. Pero de los buenos, ¿sabés? El único desastre que estás armando es en tu cabeza. Hablá con ella.

Robby finalmente dejó escapar una risa genuina, relajándose un poco.

—¿Siempre tenés que tener razón?

—Siempre.—respondió Miguel con una sonrisa amplia, poniendo su mano en el hombro de Robby.

Lo que ninguno de ellos sabía era que Addison estaba cerca, detrás de una columna, buscando el momento adecuado para acercarse. Sin embargo, lo que escuchó la dejó paralizada.

"Le dije que la quería."

La voz de Robby resonó en su mente como un eco. Al principio, no lo entendió. Quizás había escuchado mal. Pero entonces, las palabras de Miguel confirmaron lo que temía.

"Tory siente lo mismo por vos."

El aire pareció escaparse de sus pulmones. Sintió como si el suelo bajo sus pies se desmoronara. Llevó una mano temblorosa a su boca, ahogando un sollozo mientras las lágrimas comenzaban a correr por su rostro.

Addison había venido con la ilusión de compartir su felicidad con Robby, de decirle lo mucho que significaba para ella competir juntos, pero en ese momento, todas esas emociones se transformaron en una mezcla de dolor y traición.

"¿Por qué nunca me lo dijo?" pensó, su mente inundada de preguntas sin respuesta. ¿Había estado ciega todo este tiempo? ¿Tan poco le importaba a Robby como para ocultarle algo así?

A medida que las risas de Robby y Miguel llegaban a sus oídos, Addison sintió que su pecho se apretaba aún más. Quería salir corriendo, confrontarlo, exigirle una explicación. Pero no podía moverse. Sus piernas parecían hechas de plomo, y su corazón latía tan rápido que temía que ambos pudieran escucharlo.

Mientras permanecía escondida detrás de la columna, Addison intentó calmarse, pero las lágrimas no cesaban. Sentía que había estado viviendo una mentira, y el dolor era casi insoportable. Su entusiasmo por el torneo, su felicidad por estar al lado de Robby... todo se había desmoronado en un instante.

Cuando Miguel finalmente se fue, dejando a Robby solo, Addison aprovechó para escabullirse en silencio, evitando ser vista. Su mundo había cambiado para siempre, y ahora no sabía cómo enfrentarlo.

La rubia se alejó de la columna, sus pasos torpes mientras intentaba contener el aluvión de emociones que la invadían. El bullicio del torneo seguía a su alrededor: risas, gritos y el sonido de los kiais de otros competidores llenaban el aire, pero para ella, todo se sentía distante, como si el mundo se hubiera reducido a un zumbido insoportable.

Infiel.

La palabra la golpeaba una y otra vez, haciendo que su pecho se apretara como si alguien le hubiera clavado una daga. "Robby me fue infiel... con mi prima", pensó, y el peso de esa realidad era casi insoportable. Las imágenes comenzaron a llenar su mente: momentos en los que Robby llegaba tarde a sus citas, las veces que Robby hablaba con ella a solas , la forma en que la miraba cuando pensaba que nadie más estaba viendo.

Addison se llevó una mano al estómago, sintiendo náuseas. Todo tenía sentido ahora, y eso solo hacía que el dolor fuera aún más agudo. Había confiado en él, lo había amado con todo su corazón, y él no solo había traicionado esa confianza, sino que lo había hecho con una de las personas que más le importaban en el mundo.

"¿Cómo pudiste?" pensó mientras las lágrimas continuaban corriendo por sus mejillas.

Su mente comenzó a rebobinar momentos pasados, como si buscara desesperadamente señales que había ignorado.

Recordó la vez en la que Tory había insistido en acompañarla a elegir un regalo de cumpleaños para Robby. Addison había pensado que era un gesto dulce, que su prima solo quería ser parte de algo importante para ella, pero ahora todo le parecía una burla cruel. ¿Había estado ayudándola a elegir un regalo para su propio amante?.

También recordó la tarde la que había ido a buscar a Robby a la secundaria y él estaba nervioso ,su pelo desordenado y sus labios hinchados ,su querido novia había evitado sus preguntas. Esa misma tarde, Tory había llegado tarde a la merienda que habían organizado, despeinada y con un brillo extraño en los ojos. Addison no había cuestionado nada; nunca había imaginado que algo así podría estar ocurriendo a sus espaldas.

El recuerdo que más le dolió fue uno que, hasta ese momento, había considerado hermoso. Unas semanas atrás, Robby había pasado la noche con ella viendo películas y hablando de sus sueños. Había tomado su mano y le había dicho que ella era lo mejor que le había pasado en la vida. Ahora, esas palabras se sentían huecas, vacías, una mentira que le había dicho mientras compartía su corazón con otra persona.

La rabia comenzó a mezclarse con la tristeza. Addison se detuvo en el pasillo del dojo, apoyándose contra la pared mientras intentaba recuperar el aliento. Sus puños se cerraron con fuerza, y su mandíbula se tensó.

"¿Cómo se atrevió?"

Ella había sido leal, paciente, amorosa. Había defendido a Robby frente a sus propios amigos cuando criticaban su actitud a veces distante. Había creído en él, incluso cuando otros le advertían que tal vez no estaba tan comprometido como ella. Y Tory... ¿qué clase de persona hacía algo así?

"Es mi prima. Mi familia."

Eso era lo que más le dolía. Tory no era cualquier persona; era alguien en quien Addison había confiado desde que eran niñas. Habían compartido secretos, risas, hasta lágrimas. Pero ahora todo eso estaba manchado, destrozado por una traición que nunca podría perdonar.

Addison sabía que no podía quedarse callada. Robby y Tory habían jugado con ella, la habían engañado, y no podía permitir que siguieran adelante como si nada hubiera pasado. Pero al mismo tiempo, el miedo de enfrentarlos la paralizaba.

—¿Nichols? —La voz de Johnny Lawrence la sacó de sus pensamientos. Él estaba caminando por el pasillo, claramente buscándola. Su tono despreocupado cambió al instante cuando vio el estado de Addison—.Hey, ¿qué pasó?

Addison levantó la mirada, intentando ocultar las lágrimas, pero era inútil. Johnny frunció el ceño, acercándose con cautela.

—¿Estás bien? —preguntó, su voz ahora más suave.

—Sí... no. —Addison negó con la cabeza, soltando un suspiro tembloroso—. Necesito un momento, sensei.

Johnny, aunque no era precisamente el más empático, sabía que algo estaba muy mal. Le dio un golpecito en el hombro con su mano enorme, como si intentara ofrecerle apoyo sin incomodarla.

—Está bien, pero si alguien te está molestando, decime quién es, y me encargo. —Le guiñó un ojo antes de regresar al tatami, dándole el espacio que claramente necesitaba.

Addison se quedó sola nuevamente, pero esta vez, comenzó a tomar una decisión. No podía quedarse en silencio, fingiendo que todo estaba bien. Robby tenía que saber que lo sabía. Tory tenía que enfrentarse a las consecuencias de lo que había hecho.

Se limpió las lágrimas con el dorso de la mano y tomó aire profundamente. No iba a permitir que su dolor la consumiera. Era fuerte, y aunque esta traición la había destrozado, no iba a dejar que la definiera.

Con un último vistazo al tatami, donde Robby aún estaba solo, caminó hacia él con pasos decididos. Esta vez, no había miedo en sus ojos, solo determinación. La tormenta estaba a punto de desatarse, y Robby y Tory iban a sentir cada gota de su furia.

El gimnasio estaba colmado, y la atmósfera se sentía eléctrica. Las voces se alzaban por encima del ruido de los pasos y los golpes que resonaban en el tatami, mientras estudiantes, familiares y compañeros de equipo llenaban cada rincón disponible. Las luces del lugar parecían más brillantes de lo usual, como si quisieran resaltar la importancia de lo que estaba a punto de suceder. En medio de esa marea de sonidos y movimientos, Addison se abrió paso hacia su grupo, intentando mantener la cabeza alta a pesar del torbellino que sentía en su interior.

Cuando llegó, fue recibida con una oleada de apoyo.

—¡Ahí está nuestra futura ganadora! —exclamó Demetri, quien le dio un empujón amistoso en el hombro. Su sonrisa era amplia, genuina.

—Tenés que partirla, Addy. Mostrá quién manda acá.—añadió Sam, con una sonrisa cálida y alentadora.

Addison sonrió débilmente en respuesta, pero su mente estaba en otra parte. Su mirada buscó instintivamente a Robby, y cuando lo encontró, su corazón dio un vuelco. Él se giró hacia ella con una expresión despreocupada y encantadora, esa sonrisa que antes había sido suficiente para calmar todos sus miedos.

—¿Nerviosa, amor? —preguntó mientras colocaba una mano sobre su hombro. Su tono era cálido, incluso confiado, pero a Addison le sonó hueco.

Ella sostuvo su mirada, intentando no desmoronarse ahí mismo. La avalancha de emociones que la golpeaba casi la paralizó: amor, dolor, rabia. Todo se mezclaba en un cóctel explosivo. ¿Cómo podía mirarla de esa manera tan tranquila cuando acababa de verlo perderse en los ojos de otra? Forzó una pequeña sonrisa.

—Sí, un poco... —mintió.

Robby le dio un apretón en el hombro, como si quisiera transmitirle seguridad.

—No tenés de qué preocuparte. Sos la mejor. —dijo con naturalidad.

"¿Soy la mejor? ¿Para qué? ¿Para seguir ignorándome mientras mirás a Tory como si fuera todo lo que querés?", pensó Addison, pero no lo dijo. En cambio, murmuró un breve "gracias" y desvió la mirada, sin poder evitar que sus ojos se posaran en Tory.

Del otro lado del dojo, Tory estaba rodeada por sus propios aliados. Kreese y Silver le daban instrucciones desde la esquina, sus voces firmes y autoritarias. Eli y Piper estaban a su lado, animándola con entusiasmo.

—Vamos, Nichols. —dijo Eli con su típica arrogancia, golpeándole el puño—. Este combate es tuyo. No dejés que nadie te pase por arriba.

—Estás lista, amiga. Sos una máquina. —añadió Piper, sonriendo.

Kreese asintió, su rostro serio como siempre.

—Recordá lo que te enseñamos. No te distraigas. Atacá con fuerza, pero medí los tiempos.

Silver, por su parte, tenía una sonrisa calculadora mientras se inclinaba hacia ella.

—Que no te tiemble la mano, Nichols. Esto no es un simple combate. Es una oportunidad para demostrar que sos la mejor, no solo en este tatami, sino en todo lo que hacés.

Tory asintió con firmeza, absorbiendo cada palabra de su sensei. Sin embargo, por un instante, su concentración flaqueó. Levantó la vista, como si sintiera una fuerza invisible, y allí estaba Robby. Él la estaba mirando. Su expresión era difícil de descifrar para cualquiera que no los conociera, pero Addison lo vio todo desde su lugar.

Los ojos de Robby brillaban, cargados de algo que nunca había mostrado con su novia. Era como si el tiempo se detuviera para él, como si en ese momento Tory fuera la única persona en la sala. Y Tory... Tory le devolvió la mirada con la misma intensidad. Sus labios apenas se curvaron en una pequeña sonrisa, y sus ojos, oscuros y fieros, parecían tener una conversación silenciosa con él.

Para Addison, fue como recibir un golpe directo al pecho. Su estómago se retorció, y un frío insoportable se extendió desde su garganta hasta sus manos, que temblaron ligeramente. "¿Así que esto es lo que había estado ignorando? ¿Esto es lo que me ocultaron?"

La sangre le hervía de rabia y humillación. Quiso gritar, romper algo, cualquier cosa que la liberara de esa mezcla de sufrimiento y furia que la estaba desgarrando por dentro. Pero en lugar de eso, Addison apretó los dientes y forzó una respiración profunda.

"¿No tienen ni la decencia de ocultarlo? Están frente a mí, y ni siquiera les importa."

Demetri interrumpió sus pensamientos.

—Hey, ¡concéntrate! Te necesitamos concentrada para el combate.

Ella asintió mecánicamente, pero su mente seguía atrapada en el intercambio entre Robby y Tory. Se obligó a desviar la mirada, sintiendo cómo la rabia comenzaba a endurecer su resolución.

Los combates comenzaron, y el dojo se llenó de gritos y aplausos. Eli y Miguel fueron los primeros en enfrentarse. Sus movimientos eran rápidos y precisos, pero llenos de bromas y sonrisas que aligeraban la tensión.

Luego, Sam se enfrentó a Piper. Ambas chicas demostraron su agilidad y técnica, pero Sam terminó superándola con un giro hábil que dejó a Piper sin equilibrio. Los senseis de Miyagi-Do aplaudieron desde la esquina, y Sam volvió con su equipo con una sonrisa satisfecha.

El enfrentamiento entre Demetri y Kyler fue menos espectacular. Demetri esquivó más por instinto que por estrategia, pero eventualmente Kyler logró dominarlo. A pesar de la derrota, Demetri se levantó con una broma.

—Bueno, creo que mi leyenda sigue intacta.—dijo, ganándose las risas de Sam y Eli.

Sin embargo, para Addison, todo esto fue un ruido de fondo. Su mente estaba en el próximo combate, en lo inevitable.

Finalmente, llegó el momento que todos estaban esperando: Tory contra Addison. Las dos primas, enfrentadas como representantes de bandos opuestos.

Addison se colocó en el centro del tatami, ajustándose el cinturón mientras respiraba profundamente. Tory ya estaba allí, con la cabeza alta y los ojos fijos en ella. La intensidad entre ellas era palpable.

—Buena suerte, querida. —dijo Tory con una sonrisa que más parecía un desafío.

Addison no respondió. Solo apretó los puños, sintiendo cómo su rabia hervía bajo la superficie.

La tormenta estaba a punto de desatarse.

El combate había comenzado con una intensidad que electrificaba el gimnasio, y cada golpe resonaba como un trueno en medio de una tormenta. Addison había salido con todo, dejando de lado los principios defensivos y metódicos que Daniel siempre le inculcó en el Miyagi-Do. Cada patada, cada golpe, estaba cargado de una furia acumulada que llevaba tiempo hirviendo bajo la superficie.

Tory, por su parte, parecía más tranquila, casi como si estuviera disfrutando del enfrentamiento. Sus movimientos eran precisos, eficaces, como si cada paso estuviera calculado para humillar a Addison, para demostrarle que nunca estaría a su nivel.

Addison había intentado bloquear sus emociones al comienzo del combate, enfocarse solo en ganar. Pero todo cambió cuando Tory sumó su segundo punto. Le faltaba solo uno para vencer.

Addison intentó un ataque desesperado, lanzando una patada directa que Tory esquivó con facilidad. Fue entonces cuando Tory respondió con un golpe rápido y directo al estómago. La fuerza del impacto fue tan brutal que Addison perdió el equilibrio y cayó al piso, su respiración entrecortada mientras el dolor la consumía.

Desde el suelo, Addison alzó la vista hacia su esquina, buscando algún tipo de consuelo o apoyo.

Demetri se inclinó hacia adelante, con una expresión preocupada.

—¡Vamos, levantate! ¡Vos podés con ella! —gritó, su voz llena de urgencia.

Sam estaba junto a él, con los labios apretados y los ojos cargados de preocupación.

—¡No te rindas! ¡No podés dejar que ella gane! —su tono tenía un tinte de desesperación que Addison nunca había escuchado antes.

Pero no fueron las palabras de sus amigos lo que realmente capturó su atención. Fue Robby.

Robby estaba de pie, pero su mirada no estaba dirigida a ella. Addison sintió cómo el aire que aún le quedaba en los pulmones se escapaba cuando lo vio. Robby miraba hacia Tory, y sus ojos estaban llenos de algo que Addison no podía soportar: orgullo.

Había una calidez en su mirada, una luz que nunca había visto cuando él la miraba a ella. Era como si Robby estuviera viendo a Tory bajo una nueva luz, como si el mundo entero desapareciera y solo quedaran ellos dos.

Y entonces sucedió. Tory, de pie al otro lado del tatami, se giró hacia él. Sus ojos se encontraron, y en ese instante, todo el dojo desapareció. Tory le sonrió. No era una sonrisa cualquiera; era una sonrisa tranquila, íntima, como si estuvieran compartiendo un secreto que nadie más entendía.

Addison lo vio todo. Vio cómo Robby inclinaba la cabeza ligeramente, devolviéndole la sonrisa con una suavidad que le rompió el corazón.

Addison sintió que algo dentro de ella se rompía. Era un dolor punzante, profundo, que se extendía como una llama, quemándole el pecho.

—¿En serio? —murmuró para sí misma, apenas audible, mientras sus ojos se llenaban de lágrimas que no iba a dejar caer. No. No frente a Tory. No frente a él.

Apretó los dientes, luchando por controlar las emociones que la estaban desbordando. Sentía una mezcla de tristeza, furia e impotencia. ¿Cómo podía él mirarla así? ¿Cómo podía Tory sonreírle con tanta tranquilidad después de todo lo que le había hecho?

—¡Addison! —la voz de Sam rompió su trance—. ¡Levantate ahora! ¡Demostrale que no sos débil!

Addison tragó saliva, cerrando los ojos por un momento. No soy débil. No lo soy. Pero por dentro, estaba rota.

Addison se levantó del suelo como si una tormenta la hubiese poseído. Su cuerpo temblaba, pero no era de cansancio. Era pura furia, mezclada con una tristeza tan profunda que amenazaba con devorarla desde adentro. Cada mirada, cada sonrisa de Tory hacia Robby, cada segundo en que él ignoraba su existencia, alimentaba esa tormenta.

El ruido a su alrededor se desvaneció. No escuchaba los gritos de Daniel, ni las palabras de ánimo de Sam, ni siquiera los pasos del árbitro. Solo podía ver a Tory, allí, frente a ella, calmada, confiada, como si ya hubiera ganado. Como si la derrota de su prima fuera inevitable.

Con un grito desgarrador que salió desde lo más profundo de su ser, Addison se impulsó hacia adelante, utilizando cada fibra de su cuerpo para saltar. Su pierna se alzó con una precisión que no sabía que tenía, y el impacto fue brutal.

Su pie conectó directamente con la cara de Tory. Fue como si el tiempo se detuviera por un instante. El sonido del golpe resonó en el gimnasio, ahogando cualquier otro ruido. Tory fue derribada al suelo con una fuerza que parecía imposible.

La sala quedó en un silencio sepulcral mientras el cuerpo de Tory quedaba inmóvil sobre el tatami. Su boca y nariz comenzaron a sangrar de inmediato, el rojo intenso manchando el suelo bajo su rostro.

—¡Nichols! —gritó una voz desde la multitud.

Un hombre, vestido con uniforme médico, corrió hacia ella, seguido por dos policías que apartaron al árbitro con rapidez. Uno de ellos se agachó junto al cuerpo de Tory, revisando sus signos vitales con un rostro grave.

—¡Necesitamos espacio! —exclamó uno de los policías, alzando las manos para detener a cualquiera que intentara acercarse.

Eli, que había estado observando desde un costado con una sonrisa confiada al principio del combate, ahora tenía los ojos desorbitados. Intentó dar un paso hacia Tory, pero un guardia lo detuvo, colocando una mano firme en su pecho.

—¡Es mi amiga! ¡Déjenme pasar! —gritó, con una mezcla de rabia y desesperación.

—¡No me toquen! —añadió Piper, que se abrió paso entre los presentes, tratando de llegar hasta Tory. Su rostro estaba pálido, y sus manos temblaban al intentar empujar a los guardias.

—Nadie se acerca.—ordenó uno de los oficiales con firmeza, bloqueando el paso de ambos.

Addison seguía de pie junto al cuerpo inmóvil de Tory, incapaz de moverse. Su pecho subía y bajaba con rapidez, pero el ruido de su respiración parecía ajeno al silencio pesado que la envolvía. Miró sus manos temblorosas, como si de repente fueran ajenas a ella. ¿Qué había hecho?

Los oficiales trabajaban apresuradamente, revisando los signos vitales de Tory mientras el médico trataba de detener el sangrado de su nariz y boca. El uniforme blanco del médico ya tenía manchas de sangre, y cada segundo que pasaba sin que Tory reaccionara hacía que la tensión en la sala aumentara como una soga apretándose alrededor del cuello de todos los presentes.

—No responde... —murmuró el médico, lo suficientemente alto como para que las primeras filas lo escucharan.

Addison sintió un nudo en el estómago. Su visión comenzó a nublarse mientras intentaba procesar lo que había sucedido. Su prima, su enemiga, estaba allí tirada en el suelo, inmóvil. Y era su culpa.

Desesperada, la rubia alzó la vista hacia su esquina en busca de algo, cualquier cosa que pudiera calmar la tormenta dentro de ella. Pero cuando sus ojos encontraron a Robby, su mundo se quebró aún más.

Robby no la miraba a ella. Sus ojos estaban fijos en Tory. Brillaban con lágrimas contenidas, y sus labios temblaban como si estuviera luchando por mantener la compostura.

Por un segundo que se sintió eterno, Robby dio un paso hacia adelante, como si quisiera correr hacia Tory. Pero se detuvo. Tal vez por miedo. Tal vez porque sabía que no podía hacer nada para ayudarla en ese momento.

Addison sintió como si una daga se hundiera en su pecho. Robby no la miraba con decepción o enojo. No. Lo que veía en sus ojos era algo peor: tristeza. Un dolor profundo que le arrancaba todo el aire de los pulmones. Él estaba sufriendo por Tory.

Addison apretó los puños, tratando de contener las lágrimas que luchaban por salir. Pero era imposible. Las imágenes de lo que acababa de hacer se repetían una y otra vez en su mente. La patada. El sonido del impacto. Tory cayendo como una muñeca de trapo.

Ella era mi enemiga. Esto no debería doler, pensó Addison, pero la culpa crecía como una marea que amenazaba con ahogarla. Miró a su alrededor, buscando apoyo en su equipo.

Sam estaba allí, pero su expresión era indescifrable. Sus labios estaban apretados, y aunque sus ojos mostraban preocupación, había algo más. ¿Desaprobación? ¿Miedo? Addison no podía estar segura.

Demetri también parecía incómodo. Estaba a unos pasos detrás de Sam, sin atreverse a acercarse demasiado. Su usual entusiasmo había desaparecido, reemplazado por una incomodidad evidente.

—¿Qué hice...? —murmuró Addison, apenas audible. Su voz se quebró en la última palabra, y sus piernas comenzaron a temblar.

El gimnasio entero estaba en un silencio aterrador. Nadie se movía. Nadie hablaba. Cada persona en la sala parecía contener la respiración mientras los médicos intentaban reanimar a Tory.

—Addison... —la voz de Daniel la sacó de su trance. Era suave, pero había un tinte de preocupación y desaprobación. Él dio un paso hacia ella, pero se detuvo antes de llegar demasiado cerca.

Addison negó con la cabeza, retrocediendo un paso.

—Yo... yo no quería... —comenzó a decir, pero su voz se quebró por completo. Se llevó las manos al rostro, intentando ocultar las lágrimas que ya caían libremente.

Los policías comenzaron a mover a los espectadores hacia atrás, creando más espacio alrededor de Tory. Uno de ellos se acercó a Addison con el rostro serio, pero compasivo.

—¿Eras tú quien peleaba? —preguntó en voz baja.

Addison asintió, incapaz de decir nada. Sus labios temblaban, y su cuerpo parecía estar a punto de derrumbarse.

El oficial la miró con una mezcla de compasión y seriedad antes de añadir:

—Vamos a necesitar que te quedes cerca. Esto no parece ser solo una lesión menor.

Las palabras del policía fueron como un golpe adicional. Addison sintió que todo el peso de lo que había hecho caía sobre ella al mismo tiempo. Miró nuevamente a Tory, rodeada por médicos y guardias, y luego a Robby, que aún permanecía inmóvil, con los ojos clavados en su novia.

Addison estaba destruida. Su rabia inicial había desaparecido, reemplazada por un vacío doloroso que no sabía cómo llenar. Se quedó allí, de pie, viendo lo que había hecho, preguntándose si alguna vez podría perdonarse.

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