12:Ying y Yang

Los días avanzaron, arrastrando consigo un cambio irremediable entre Tory y Robby. Lo que alguna vez había sido una conexión cargada de tensión, miradas sostenidas y sonrisas cómplices, se había transformado en un muro impenetrable que Tory no parecía tener intención de derribar. Ella había tomado una decisión tajante: distanciarse por completo.

No respondió ninguno de los mensajes que Robby le envió después de aquella fatídica noche en la casa de la playa. Cada uno quedó sin abrir, una prueba tangible de su rechazo. También lo dejó de seguir en Instagram, como si ese simple gesto fuera la última pieza de un rompecabezas que terminaba de romper algo dentro de él. Y en los pasillos de West Valley, Tory no solo lo evitaba, sino que parecía haberse convertido en una experta en fingir que él no existía.

Para Robby, el cambio fue devastadoramente evidente desde el primer día de clases. Antes, cuando se cruzaban, siempre había algo: un comentario, una sonrisa que lo descolocaba o esa manera casi descarada de sostenerle la mirada que lo hacía sentirse como el único en el mundo. Pero ahora, la rubia lo trataba como si fuera invisible.

La primera vez que la vio después de las minis vacaciones, ella caminaba por el pasillo con la barbilla en alto, irradiando esa confianza que siempre había admirado. Por un momento, Robby pensó que se cruzarían las miradas, como tantas veces antes. Pero Tory lo miró apenas un segundo antes de girar el rostro hacia otro lado, como si él fuera poco más que una sombra en su periferia.

Fue un golpe directo, aunque sabía que lo merecía.

Lo que más lo desconcertó fue verla del brazo de Eli. Nunca había asociado a Tory con alguien que buscara apoyo o refugio en nadie, y mucho menos en alguien como Halcón. Pero ahí estaban, riéndose juntos, con una familiaridad que lo hizo sentir fuera de lugar. La sonrisa de Tory, esa sonrisa que alguna vez lo había dejado sin aliento, ahora estaba dirigida a otro.

Robby sintió una punzada aguda de celos que le recorrió el pecho, una sensación de pérdida que no esperaba experimentar con tanta intensidad. Pero ¿qué derecho tenía a sentirse así? Él había arruinado todo. Había elegido mal, había actuado como un cobarde, y ahora estaba pagando el precio.

En los pasillos de West Valley, Tory y Eli comenzaron a convertirse en una imagen recurrente. Ella siempre llevaba su brazo enganchado al de él, como si quisiera asegurarse de que todos lo notaran, especialmente Robby. La mezcla de arrogancia y despreocupación en su rostro parecía calculada, como si estuviera empeñada en demostrar que no lo necesitaba. Que nunca lo había necesitado.

Tory sabía que lo que hacía era en parte una actuación. Cada vez que enganchaba su brazo con el de Eli o reía de manera exagerada a sus comentarios sarcásticos, era como si se estuviera diciendo a sí misma que estaba bien. Que no le importaba. Pero en el fondo, no podía negar que le dolía. Esa noche en la casa de la playa no solo había sido un golpe a su orgullo, sino también a algo más profundo. Había confiado en Robby, y él la había dejado plantada emocionalmente de la peor manera.

El desprecio que le mostraba no era solo para lastimarlo, aunque no negaría que había algo de satisfacción en ver su incomodidad. Era también su manera de protegerse, de asegurarse de que él supiera que no volvería a lastimarla.

Eli, por su parte, parecía disfrutar de la situación. Aunque no entendía del todo las razones detrás del comportamiento de Tory, no se quejaba de ser el centro de su atención. Siempre había sabido cómo aprovechar un momento, y este no era la excepción.

—¿Te das cuenta de cómo te mira? —le dijo un día mientras caminaban hacia sus casilleros, con una sonrisa burlona en los labios.

Tory alzó una ceja, fingiendo desinterés.

—¿Cómo me mira quién?

Eli señaló con la cabeza hacia el otro lado del pasillo, donde Robby estaba apoyado contra la pared, claramente mirando hacia ellos.

—Tu "amigo" Keene.—respondió con sorna.

La rubia no se molestó en girarse.

—No tengo idea de qué hablás, Halcón.

Eli se rió por lo bajo mientras se detenía frente a su casillero.

—Claro, claro. Vos nunca sabés nada, ¿no?

Ella se encogió de hombros, manteniendo su expresión indiferente. Pero en el fondo, sabía perfectamente de que hablaba Eli. Había sentido la mirada de Robby más veces de las que podía contar en los últimos días. Esa sensación de ser observada, de ser buscada, la acompañaba constantemente. Pero se negaba a darle la satisfacción de reconocerlo.

Para Robby, la culpa y el arrepentimiento eran una combinación insoportable. No podía dejar de revivir esa noche, la forma en que había dejado que su miedo y su confusión lo dominaran. Sabía que había sido un cobarde, pero también sabía que no podía retroceder el tiempo.

Ver a Tory tan indiferente hacia él era peor de lo que había imaginado. No se trataba solo de la frialdad, sino de la certeza de que la había perdido. Cada vez que intentaba acercarse, era como si chocara contra un muro de hielo. Ella no le daba espacio para explicar, para disculparse. Y aunque entendía por qué, eso no hacía que doliera menos.

Intentó acercarse varias veces, pero cada intento fue recibido con una indiferencia implacable. Ella no alzaba la vista, no respondía a sus intentos de iniciar una conversación. Robby se daba cuenta de que la herida que había causado no iba a sanar con unas palabras apresuradas, y eso lo hacía sentir aún más impotente.

Desde el otro lado del pasillo, Robby observó cómo Tory caminaba del brazo de Eli, riéndose como si no tuviera una sola preocupación en el mundo. Y aunque sabía que la había arruinado, no podía evitar desear que todo fuera diferente. Que ella todavía lo mirara como solía hacerlo. Que no hubiera cometido el error que los había separado.

Miércoles 18:22 p.m

El miércoles por la tarde, el ambiente en el evento privado era tranquilo, aunque cargado de cierta expectativa. Los dojos de Miyagi-Do y Cobra Kai estaban presentes, sus senseis listos para discutir los detalles del próximo torneo. Sin embargo, para los jóvenes allí reunidos, la atención estaba muy lejos de los temas oficiales.

Tory, como siempre, destacaba entre la multitud, aunque de manera sutil. Se encontraba sentada junto a Piper y Eli, sosteniendo un pequeño labial entre los dedos mientras Eli le sostenía un espejo portátil con una expresión de evidente diversión en su rostro.

—¿Vas a tardar mucho? —preguntó Eli, inclinándose un poco hacia ella—. Porque siento que soy tu asistente personal últimamente.

La rubia giró los ojos, pero no dejó de aplicar el labial.

—Nadie te obligó, Hawk. Si te molesta, podés dejar el espejo.

Eli sonrió, manteniendo el espejo en su lugar.

—Nah, estoy bien. Aunque te aviso, si alguien nos ve, capaz piensan que soy tu maquillador profesional.

Piper soltó una risa discreta mientras revisaba su celular.

—¿Y cuál es el problema? Podrías reinventarte como estilista. Además, a Tory le encanta tenerte a disposición, ¿o no?

Tory guardó el labial en su bolso y tomó el espejo de las manos de Eli, dedicándole una sonrisa sarcástica.

—Gracias. Tu contribución al mundo de la moda no será olvidada.

Eli fingió hacer una reverencia exagerada, lo que arrancó otra risa de Piper.

Mientras tanto, al otro lado del salón, Robby estaba apoyado contra una de las paredes, sus ojos inevitablemente fijos en Tory. Ella parecía completamente ajena a su presencia, pero Robby sabía que no era así. Cada movimiento, cada risa, parecía diseñado para recordarle lo lejos que estaba de ella ahora.

Piper notó la mirada insistente de Robby y, aunque no dijo nada, no pudo evitar sentir algo de lástima. Sabía que Robby estaba arrepentido, lo veía en su rostro, en su postura. Pero también sabía que Tory no era alguien que perdonara fácilmente, y mucho menos cuando se sentía traicionada.

—Creo que te está mirando otra vez. —dijo Eli en un susurro, inclinándose hacia Tory con una sonrisa burlona.

Tory alzó una ceja, sin molestarse en voltear.

—¿Quién?

—El karateca prodigio.—respondió Eli, haciendo un gesto sutil con la cabeza hacia donde estaba Robby.

Tory bufó, cruzando los brazos.

—No me interesa.

Eli la miró con una expresión que mezclaba diversión y escepticismo.

—No sé, Tory. Parece bastante interesado en vos.

—¿Y qué querés que haga? ¿Le devuelvo la mirada y le mando un beso? —respondió Tory con sarcasmo.

Piper apartó la vista de su teléfono, mirando de reojo hacia Robby.

—Se ve... no sé, raro. Como si quisiera decirte algo, pero no se anima.

Tory rodó los ojos.

—Que lo intente. Lo único que va a recibir de mí es indiferencia.

Antes de que alguien pudiera responder, una figura familiar entró al salón. Addison, con su cabello perfectamente arreglado y una sonrisa impecable, caminó directamente hacia Robby. Sin dudarlo, lo tomó del rostro y le dio un beso en los labios, un gesto que parecía natural para ella pero que causó un impacto inmediato en la sala.

Tory lo notó de inmediato. Aunque había estado evitando mirar en esa dirección, la llegada de Addison fue imposible de ignorar. Por un momento, sus manos se tensaron sobre sus brazos cruzados, pero rápidamente compuso su expresión en algo neutral.

Eli, por supuesto, no perdió la oportunidad de comentar.

—Bueno, esto se puso interesante.

Piper le dio un codazo suave.

—Dejá de meter leña al fuego, Eli.

—¿Qué? Yo no hice nada, —respondió él con las manos levantadas en señal de inocencia. Luego miró a Tory—. ¿Estás bien?

Tory lo ignoró, su mirada fija en Addison y Robby. No era que le importara, o al menos eso se decía a sí misma. Pero había algo en esa imagen que le resultaba insoportable. Tal vez era el hecho de que Addison no tenía idea de lo que había pasado. No sabía que mientras ella esperaba en la casa de Robby, su prima estaba con él en el auto, en un momento que ahora parecía una mala broma.

Addison, ajena a la tensión en el ambiente, le sonrió a Robby después del beso.

—¿Todo bien? Llegué tarde porque el tráfico estaba terrible.

Robby asintió, aunque no podía evitar sentirse incómodo. Había visto a Tory mirarlos, aunque solo por un segundo. Sabía lo que debía estar pensando, y esa culpa que nunca lo abandonaba se intensificó.

—Sí, todo bien.—respondió Robby, su voz algo apagada.

Addison no notó el tono, o si lo hizo, decidió ignorarlo.

Mientras tanto, Tory se levantó de su asiento con una expresión de aparente calma.

—Voy por agua.—dijo, más para sí misma que para los demás.

Eli la miró con curiosidad, pero no la detuvo. Piper, sin embargo, le lanzó una mirada significativa.

—¿Estás segura?

—Totalmente, —respondió Tory antes de caminar hacia la mesa de bebidas, sus pasos decididos.

Robby la siguió con la mirada, su mente luchando por encontrar las palabras que debería decirle, pero sabiendo que, incluso si las encontraba, probablemente no serían suficientes.

Tory salió al patio trasero del salón con pasos apresurados, buscando alejarse de todo y de todos. El aire fresco de la noche golpeó su rostro, pero no logró calmar el tumulto de emociones que tenía dentro. Se apoyó en la baranda del balcón, cerrando los ojos y respirando profundamente, aunque el nudo en su pecho no hacía más que apretarse.

No pasó mucho tiempo antes de que escuchara pasos detrás de ella. No necesitó voltear para saber quiénes eran. Piper y Eli siempre parecían saber cuándo ella necesitaba compañía, aunque rara vez lo admitiera.

—¿Vas a decirme que estás "bien"? Porque esa excusa ya no sirve. —dijo Piper, poniéndose a su lado con los brazos cruzados.

Eli se apoyó en la baranda del otro lado, con las manos en los bolsillos y una mirada que mezclaba curiosidad y preocupación.

—"Bien" no suele incluir escaparse como si el salón estuviera en llamas, —agregó él, su tono medio burlón, pero con un trasfondo genuino.

Tory suspiró, sin mirarlos.

—Dejen de analizarme como si fuera un proyecto de psicología. Estoy... —Se detuvo antes de completar la frase, sabiendo que no tenía sentido seguir mintiendo.

—¿Estás qué? —insistió Piper, esta vez con más suavidad.

Tory se mordió el labio, mirando hacia el jardín iluminado por las luces tenues del lugar.

—Estoy hecha mierda, ¿si? —soltó finalmente, su voz quebrándose un poco.

Piper y Eli intercambiaron miradas rápidas. Eli fue el primero en hablar.

—¿Es por Robby?

Tory soltó una risa amarga, pasando una mano por su cabello.

—¿Cómo lo adivinaste? —respondió con sarcasmo.

—No es tan difícil de notar.—dijo Piper con cautela—. Hace días que no le hablás y que lo mirás como si quisieras tirarle algo por la cabeza. Y esta noche, con Addison... bueno, no sos exactamente la reina de la discreción.

Tory cerró los ojos, sintiendo cómo el dolor volvía a subir a la superficie.

—No quiero hablar de eso.

—Justamente por eso tenés que hablar de eso, —dijo Eli, dándole un suave empujón en el hombro—. Vamos, somos tus amigos. Si no podés contarnos a nosotros, ¿a quién le vas a contar?

Piper asintió, colocando una mano en el brazo de Tory.

—Halcón tiene razón. Estamos acá para vos, y claramente necesitás sacar todo eso.

Tory apretó los labios, su resistencia habitual tambaleándose. Finalmente, suspiró y asintió.

—Está bien, pero no quiero que nadie más se entere.

—Obvio.—respondieron Piper y Eli al unísono, casi como un coro ensayado.

Tory tomó aire, buscando las palabras.

—Fue en la casa de la playa.—comenzó, mirando al suelo—. Esa noche, Robby y yo salimos un rato en su auto.Teniamos que comprar algo, ni siquiera recuerdo que. Pero mientras estábamos en el auto... las cosas se salieron de control.

Eli levantó una ceja, pero no dijo nada, dejando que Tory continuara.

—Tuvimos sexo ahí mismo, en su auto.—admitió, su voz bajando al final de la frase.

Piper abrió los ojos con sorpresa, mientras Eli soltaba un leve silbido.

—No puedo decir que me lo esperaba, pero tampoco me sorprende.—comentó Eli, ganándose un codazo de Piper.

—Halcón, por favor, —lo reprendió ella antes de volverse hacia Tory—. ¿Y después qué pasó?

Tory tragó saliva, sus manos temblando ligeramente.

—Después fue... horrible. Cuando todo terminó, Robby cambió completamente. Fue como si yo no existiera. Me habló mal, como si lo que pasó no significara nada. Ni siquiera me miró a los ojos.

Piper frunció el ceño, mientras Eli dejaba su postura relajada para mirarla con más atención.

—¿Qué te dijo? —preguntó Piper, con una mezcla de incredulidad y rabia.

Tory tragó saliva, tratando de contener las lágrimas.

—Me dijo que no hablemos de eso. Como si fuera algo que tenía que quedar enterrado.

—Ese pibe es un imbécil, —espetó Eli, apretando los puños—. ¿Cómo puede ser tan... tan...?

—No lo sé. —dijo Tory, su voz temblando mientras finalmente las lágrimas comenzaban a caer por sus mejillas—. Yo pensé que... pensé que las cosas iban a cambiar entre nosotros. Que significaba algo.

Piper no dijo nada. En lugar de eso, la abrazó con fuerza, dejando que Tory se apoyara en su hombro mientras sollozaba suavemente.

—Sos increíblemente valiente, ¿sabías? —le dijo Piper en voz baja, acariciándole el cabello—. Robby no merece ni un segundo más de tu dolor.

—No me siento valiente, —susurró Tory, apartándose un poco y limpiándose las lágrimas con el dorso de la mano—. Me siento como una idiota.

—No lo sos.—dijo Eli, ahora con una seriedad inusual—. Él es el idiota. Vos te merecés mucho más que eso.

Tory asintió lentamente, aunque no parecía convencida.

—Lo peor es que todavía siento algo por él. —confesó en un susurro—. Y eso me mata.

Eli suspiró, acercándose para poner una mano en su hombro.

—Mirá, si necesitás tiempo para procesarlo, hacelo. Pero mientras tanto, nosotros estamos acá. Y si necesitás que le rompa algo, avisame.

Tory soltó una risa entre lágrimas, agradeciendo que sus amigos intentaran aliviar el peso que llevaba encima.

—Gracias, chicos, de verdad.

Piper le apretó la mano con una sonrisa suave.

—Siempre, amiga. Siempre.

Eli, como era costumbre, decidió romper el momento con un comentario.

—¿Entonces no querés que le pinchemos las ruedas del auto?

—Halcón, no es momento, —dijo Piper, aunque no pudo evitar reírse.

—Tal vez más adelante, —respondió Tory con una sonrisa leve.

Y aunque el dolor seguía ahí, un poco menos pesado, agradeció tenerlos a su lado.

El ambiente en la sala principal estaba lleno de risas, música y el bullicio de conversaciones cruzadas, pero Robby apenas podía escuchar algo. Se encontraba sentado en el sofá, con un vaso de refresco entre las manos, mirando fijamente un punto perdido en la pared. Miguel, que estaba de pie junto a él, intercambió una mirada significativa con Sam. No era normal que Robby estuviera tan callado, y mucho menos con esa expresión de conflicto en el rostro.

—¿Estás bien? —preguntó Miguel finalmente, inclinándose un poco para captar su atención.

Robby pestañeó, como si recién se diera cuenta de que no estaba solo.

—Sí, sí... estoy bien, —respondió rápidamente, aunque su tono apenas sonaba convincente.

Sam, que estaba apoyada en el respaldo del sofá con los brazos cruzados, frunció el ceño.

—No parece que estés bien, Robby. Tenés la mirada perdida desde que llegamos.

—Estoy cansado, eso es todo.—insistió él, encogiéndose de hombros como si intentara restarle importancia.

Miguel arqueó una ceja, claramente escéptico.

—Vamos, hermano. Te conozco. No es solo cansancio. ¿Qué pasa?

Robby se removió en su lugar, incómodo bajo la atención de ambos. Bebió un sorbo de su refresco, intentando ganar algo de tiempo.

—No es nada.

Sam soltó un bufido, rodando los ojos.

—Eso decís siempre, y al final nunca es nada. ¿Qué te pasa en serio?

—Nada, Sam, dejalo.—murmuró Robby, mirando hacia otro lado.

Miguel intercambió una mirada con Sam antes de sentarse en el borde de la mesa frente a Robby, bloqueando su vista de la pared.

—Si no querés hablar con Sam, está bien, pero soy tu amigo, ¿no? Podés confiar en mí.

—Y en mí también.—agregó Sam, aunque su tono era un poco más impaciente.

Robby suspiró, apretando los puños sobre el vaso antes de soltarlo con un ruido seco sobre la mesa.

—No es fácil de explicar.

—Entonces explicalo despacio.—dijo Miguel con calma, apoyando un codo en su rodilla y mirándolo directamente.

Robby pasó una mano por su cabello, claramente frustrado consigo mismo, antes de dejarse caer hacia atrás en el sofá.

—Es complicado.—murmuró finalmente, su voz apenas audible.

—Todo es complicado con vos.—replicó Sam, inclinándose un poco hacia él—. Pero siempre te terminás sintiendo mejor cuando hablás. Así que hablá, Robby.

Hubo un momento de silencio en el que Robby pareció debatirse internamente. Finalmente, dejó escapar un largo suspiro y cerró los ojos por un instante.

—Está bien... pero no quiero sermones, ¿ok?

—¿Cuándo te he dado sermones? —preguntó Miguel, levantando las manos en señal de inocencia.

Sam levantó una ceja.

—¿Querés que haga una lista?

Robby soltó una risa seca, aunque sin verdadero humor.

—Bueno.—comenzó, enderezándose un poco—. Esto empezó hace un tiempo. No sé exactamente cuándo, pero me empecé a dar cuenta de que... de que veía a Tory diferente.

Miguel frunció el ceño.

—¿Diferente cómo?

Robby lo miró, y luego bajó la vista, como si fuera difícil admitirlo.

—Diferente... como que no la veía solo como la prima de Addison. Empecé a notar cosas de ella que antes no notaba, ¿entendés? Cómo se ríe, cómo habla, cómo... no sé, cómo es.

Sam abrió la boca para decir algo, pero se contuvo al notar la seriedad en la expresión de Robby.

—¿Y qué pasó después? —preguntó Miguel, manteniendo su tono neutral.

—Después... bueno, hubo un momento en la piscina de la secundaria, un día antes de las vacaciones en la casa de la playa. Ella estaba ahí, y no sé cómo pasó, pero... nos besamos.

Sam dejó escapar un jadeo incrédulo, mientras Miguel simplemente parpadeaba, tratando de procesar.

—¿Se besaron? —repitió Miguel, su voz apenas por encima de un susurro.

Robby asintió, frotándose la nuca con incomodidad.

—Sí. Y después de eso, las cosas se volvieron... complicadas. En la casa de la playa, fue como si todo se descontrolara.

—¿Qué querés decir con "descontrolara"? —presionó Sam, entrecerrando los ojos.

Robby tragó saliva, su incomodidad evidente.

—Nos besamos de nuevo. Varias veces. Y... bueno, cuando salimos en el auto... —Hizo una pausa, mirando a ambos, como si buscara las palabras adecuadas—. Tuvimos sexo.

Miguel abrió los ojos con sorpresa, mientras Sam llevaba una mano a su boca, incapaz de ocultar su shock.

—¿Qué? —murmuró Miguel, aunque no parecía enojado, sino más bien sorprendido—. ¿Y qué pasó después?

Robby apretó los labios, como si le costara continuar.

—Después de que pasó... me sentí... raro. Como que me acordé de Addison, de lo que estaba haciendo, y me sentí mal. No sabía cómo manejarlo, así que me... me desquité con Tory.

—¿Te desquitaste? —preguntó Sam, claramente molesta—. ¿Qué significa eso, Robby?

—Le hablé mal, —admitió él, con la voz llena de culpa—. Como si lo que pasó no significara nada. La ignoré después, como si todo hubiera sido un error.

Miguel se pasó una mano por la cara, claramente tratando de procesar todo.

—¿Y Tory?

—No me habla. Ni siquiera me mira. Y no puedo culparla. Yo... yo fui un idiota.

Sam sacudió la cabeza, incrédula.

—¿Sabés lo que significa eso para una chica, Robby? ¿Lo importante qué es?

—Lo sé, Sam, —replicó él, su voz subiendo un poco—. Por eso me siento como una mierda.

Hubo un silencio tenso antes de que Miguel hablara.

—¿Te gusto estar con ella?

Robby bajó la mirada, su respuesta apenas un susurro.

—Sí.

Miguel asintió lentamente, su expresión pensativa.

—Entonces tenés que arreglarlo, Robby. Sea como sea. Porque, hermano... estás hecho un desastre.

Sam cruzó los brazos, todavía molesta, pero asintió de acuerdo.

—Y más te vale hacerlo bien. Porque si no... bueno, Tory no es la única que va a estar enojada con vos.

Robby suspiró, hundiéndose nuevamente en el sofá.

—Sí... lo sé.

El silencio que se formó entre ellos era denso, apenas interrumpido por el murmullo lejano de la música y las risas de fondo. Robby se frotaba las sienes, como si intentara borrar los pensamientos que lo atormentaban. Miguel lo observaba con una mezcla de empatía y preocupación, mientras Sam parecía debatirse entre su indignación inicial y algo más cercano a la compasión.

Finalmente, Miguel tomó aire y se inclinó hacia adelante, apoyando los codos en las rodillas.

—Mirá... no voy a mentirte. La embarraste. Pero eso ya lo sabés, ¿no?

Robby asintió sin levantar la vista, todavía hundido en el sofá.

—Lo sé. Y no puedo dejar de pensarlo.

—¿Y qué ganás con eso? —preguntó Miguel suavemente—. Estás clavado en la culpa, pero no podés retroceder el tiempo. Ya pasó. Lo único que podés hacer es... no sé, intentar arreglar las cosas de ahora en adelante.

Robby soltó un resoplido sarcástico, mirando hacia el suelo.

—¿Y cómo hago eso, eh? No puedo mirar a Addison sin sentir que la traicioné, y Tory ni siquiera quiere hablarme.

—Y tenés que aceptar eso. —intervino Sam, todavía con un tono firme pero menos acusador—. Addison no tiene idea de lo que pasó, pero si algún día se entera, va a doler. Y Tory... bueno, no podés esperar que te perdone de un día para otro. Pero tenés que ser sincero, Robby. Con las dos, pero sobre todo con vos mismo.

Robby finalmente levantó la vista, mirando primero a Sam y luego a Miguel, como si buscara algo, una respuesta que no encontraba.

—¿Y si la sinceridad solo lo empeora?

Miguel dejó escapar un suspiro, apoyándose en la mesa.

—Mirá. El corazón no elige a quién quiere. A veces te sentís atraído por alguien que no tiene sentido, que está en las antípodas de lo que pensás que deberías querer.

Robby frunció el ceño, como si estuviera procesando esas palabras.

—Pero no es solo eso. Addison es... perfecta, ¿sabés? Es dulce, buena, comprensiva. Es la novia ideal. Pero...

—Pero no es Tory.—completó Miguel con suavidad.

El silencio que siguió fue la confirmación que ninguno de los tres necesitaba escuchar en palabras. Robby apartó la mirada, claramente incómodo con lo que estaba admitiendo, no solo ante ellos, sino también ante sí mismo.

—Tory me hace sentir... diferente. —dijo finalmente, su voz apenas un susurro—. Es como si no pudiera controlar lo que pienso cuando estoy cerca de ella. Es impulsiva, complicada... y eso me atrae. Me gusta cómo me desafía, cómo no tiene miedo de decirme lo que piensa.

—¿Y con Addison no sentís eso? —preguntó Sam, cruzándose de brazos.

Robby negó con la cabeza lentamente.

—Con Addison siento... paz. Pero con Tory, siento todo lo contrario. Es como si... no sé, como si con ella todo fuera más real.

Miguel lo miró con seriedad, asimilando lo que decía.

—Entonces ya sabés lo que tenés que hacer, ¿no?

—¿Qué? ¿Romperle el corazón a Addison y rogarle a Tory que me perdone? —dijo Robby con una amarga risa—. Eso no suena como una solución.

Sam lo miró fijamente, sin perder la compostura.

—No se trata de soluciones fáciles, Robby. Se trata de ser honesto. Y la verdad es que no podés seguir con Addison si lo que realmente sentís es por Tory. Es injusto para las dos.

—Y para vos, —agregó Miguel—. No podés vivir con esta culpa para siempre.

Robby se pasó una mano por el cabello, claramente frustrado.

—Pero Addison no merece esto. Ella confió en mí, y yo... le fallé. Y Tory... yo...

—¿Le fallaste también? —preguntó Miguel, arqueando una ceja.

—Sí, —admitió Robby, dejando caer los hombros—. Me besé con ella, pasé la noche con ella, y después la traté como si nada hubiera pasado. Me desquité con ella por sentirme mal conmigo mismo, y ahora no puedo ni mirarla a los ojos.

Sam suspiró, suavizando un poco su tono.

—¿Y qué vas a hacer al respecto?

Robby la miró, desesperado.

—No lo sé. ¿Cómo arreglo algo que está tan roto?

—Empezá por decir la verdad, —respondió Miguel sin dudar—. Addison merece saberlo, y Tory... bueno, tenés que disculparte con ella, aunque no te perdone.

Robby miró a ambos, con los ojos brillando de emoción contenida.

—¿Y qué pasa si lo pierdo todo?

—Entonces lo perdés todo.—dijo Miguel con firmeza—. Pero al menos lo hacés siendo honesto. Y créeme, loco... eso vale mucho más que seguir viviendo en esta mentira.

Sam asintió, dándole una palmadita en el hombro.

—Miguel tiene razón. La sinceridad duele, pero no tanto como seguir engañándote a vos mismo y a los demás.

Robby respiró hondo, tratando de reunir el valor que sabía que necesitaría.

—Supongo que tienen razón.

—Claro que la tenemos, —dijo Miguel con una sonrisa torcida, intentando aligerar la atmósfera—. Ahora solo falta que vos también lo creas.

Robby esbozó una leve sonrisa, aunque la carga en sus hombros seguía siendo evidente.

—Gracias, chicos. Aunque todavía no sé si estoy listo para todo esto...

—Nunca vas a estar listo, —intervino Sam con un tono más suave—. Pero eso no significa que no tengas que hacerlo.

Robby asintió, sabiendo que el camino por delante sería difícil. Pero al menos, por primera vez en días, sentía que había una manera de empezar a enfrentarlo.

El dojo estaba cargado de una energía casi tangible, una mezcla de tensión, expectativa y rivalidad que parecía impregnar cada rincón del lugar. Los estudiantes de Miyagi-Do y Cobra Kai permanecían en lados opuestos, separados no solo físicamente, sino por la filosofía y el resentimiento acumulado a lo largo de los años. Entre ellos, los organizadores del torneo se esforzaban por proyectar calma mientras ajustaban el micrófono.

Daniel y Johnny observaban a sus estudiantes con expresiones contrastantes. Daniel, con los brazos cruzados, parecía querer transmitir serenidad, aunque sus ojos reflejaban preocupación. Johnny, por su parte, mantenía su típica postura relajada, pero sus manos en los bolsillos delataban un leve nerviosismo. Frente a ellos estaban Miguel, Robby, Sam, Demetri y Devon, formando una línea dispareja pero unida.

Robby, sin embargo, estaba lejos de sentirse parte de algo. Aunque mantenía una postura firme, su mirada estaba fija en el suelo, y su mente se debatía entre el presente y el torbellino de emociones que había empezado desde que entró al dojo.

—Relajate, Robby.—susurró Miguel a su lado, intentando romper el hielo—. Estás tan tenso que vas a espantar a los nuevos.

Robby levantó la vista, con una expresión más seria de lo que Miguel esperaba.

—Estoy bien.

Miguel lo miró por un segundo, escéptico, y luego lanzó una carcajada breve y seca.

—Claro. Y yo iré a Hardvard

Demetri, parado al otro lado, se rió disimuladamente, pero su sonrisa se desvaneció rápidamente al ver la cara de Robby.

—Déjame en paz, Migue. —murmuró Robby, su tono bajo pero cargado de molestia.

Sam, que había estado observando en silencio, cruzó los brazos y se giró hacia ellos.

—¿Pueden comportarse por cinco minutos? Esto no es el patio de la escuela.

Miguel levantó las manos en un gesto de rendición, pero no pudo evitar añadir con una sonrisa socarrona:

—Claro, princesa Miyagi-Do.

—¿Querés seguir hablando? Porque no me molesta dejarte sin dientes antes del torneo, —respondió Sam, con una mirada que podría haber congelado a cualquiera.

Miguel abrió la boca para replicar, pero el sonido del micrófono siendo probado interrumpió cualquier intento de seguir discutiendo.

Al otro lado del dojo, Kreese permanecía estoico, con los brazos cruzados, observando todo con una mirada calculadora. Sus estudiantes estaban organizados en una formación impecable. Eli parecía despreocupado, aunque su mirada siempre buscaba alguna oportunidad de provocar a los del otro lado. Kenny miraba hacia los organizadores, atento, mientras que Piper parecía más interesada en las nuevas incorporaciones. Tory, sin embargo, tenía la vista fija en Robby.

Había algo en la forma en que él mantenía la cabeza baja que la inquietaba. Desde que llegaron, había sentido una mezcla de emociones que no podía identificar del todo: rabia, tristeza y, sobre todo, una sensación de vacío que crecía cada vez que sus ojos se cruzaban con los de él.

De repente, Tory notó movimiento a su alrededor y vio a Addison avanzar rápidamente hacia Robby.

—Robby...—llamó Addison con entusiasmo, y antes de que él pudiera reaccionar, lo envolvió en un abrazo que era imposible de ignorar.

El mundo pareció detenerse para Tory. Todo el ruido y el bullicio del dojo se desvanecieron, y lo único que pudo percibir fue cómo los brazos de Addison rodeaban a Robby. La sonrisa de Addison, su tono alegre, incluso la forma en que él la miraba, aunque fuera con incomodidad, la hirieron más de lo que estaba dispuesta a admitir.

Robby, por su parte, se quedó rígido al sentir el abrazo de Addison. Aunque intentó corresponderlo, su reacción fue torpe y mecánica. Había sentido los ojos de la rubia sobre él desde que entraron al lugar, y ahora podía imaginar perfectamente la expresión en su rostro: esa mezcla de dolor y decepción que lo hacía sentir como si estuviera fallándole.

Addison, ajena a la incomodidad de ambos, se apartó un poco, aún con una sonrisa radiante.

—¿Viste a los nuevos? ¡Son intimidantes! —exclamó, dándole un ligero golpe en el brazo a Robby.

Robby asintió con la cabeza, sin siquiera mirarla.

—Sí, los vi.

Miguel, que había estado observando la escena desde el principio, no pudo evitar intervenir.

—Amigo, tu cara lo dice todo.

Robby lo miró de reojo y murmuró:

—Ya sé.

Al otro lado del salón, Tory apretó los labios, tratando de no dejar que las emociones la dominaran. Pero no pudo evitar que sus puños se cerraran con fuerza. Su corazón latía desbocado, y aunque odiaba admitirlo, sentía una mezcla de celos y rabia que amenazaban con desbordarse.

—¿Qué pasa, Tory? —preguntó Eli, notando su expresión—. Parecés lista para arrancarle la cabeza a alguien.

Ella lo fulminó con la mirada.

—Cerrá la boca, Eli.

—Solo digo.—respondió Eli con una sonrisa burlona—. Si mirás tanto a Keene, vas a terminar perforándole la espalda con láser.

Tory se cruzó de brazos, desviando la mirada, pero no pudo evitar un último vistazo. Algo en la forma en que Robby estaba con Addison la hacía sentir traicionada, aunque sabía que no tenía derecho a sentirse así.

Robby, por su parte, luchaba con su propia culpa. Había visto la mirada de Tory y sabía que la había lastimado. Pero tampoco sabía cómo arreglar las cosas entre ellos. Todo lo que quería era acercarse, hablar con ella, explicarle... pero sabía que no sería tan fácil.

El sonido del micrófono interrumpió sus pensamientos.

—¡Bienvenidos a todos! —anunció el organizador, y de inmediato la atención de todos se dirigió al frente—. Este año, nuestro torneo regresa a los valores tradicionales. Eso significa que no habrá restricciones de género en los enfrentamientos.

Un murmullo recorrió el lugar.

—Eso va a estar interesante. —murmuró Demetri.

—Claro, sobre todo cuando Sam te destroce en el tatami, —añadió Miguel con una sonrisa.

—¡Además! —continuó el organizador—. Tenemos un nuevo dojo uniéndose a la competencia. Por favor, den la bienvenida a... ¡Iron Dragons!

Las puertas se abrieron, y un hombre alto y musculoso entró con paso firme. A su lado, sus dos estudiantes, una chica de pelo castaño y baja estatura a su lado ,un chico muy alto y expresión seria, se movían con una confianza que no pasó desapercibida.

Tory intentó concentrarse en ellos, pero su mente seguía volviendo a Robby. Mientras tanto, él la miró de reojo, deseando poder borrar ese ceño triste que había visto en su rostro momentos antes.

19:33 p.m

La brisa fría de la terraza era un alivio para el caos que llevaba por dentro. La reunión seguía desarrollándose a mis espaldas: risas, conversaciones y el tintineo de copas llenaban el aire, pero acá afuera solo se escuchaba el viento y mi cabeza dando vueltas. Necesitaba pensar, pero sobre todo, necesitaba dejar de pensar.

Apoyé las manos en la barandilla, mirando la ciudad iluminada. Todo era más fácil antes. Antes de Addison. Antes de Tory. Antes de sentirme atrapado entre lo que debía hacer y lo que realmente quería.

Sabía que no podía seguir fingiendo con Addison, pero tampoco estaba listo para enfrentar la verdad. Porque contarle lo que pasó con Tory no solo iba a complicarlo todo: iba a explotar. Addison se enfurecería, y si Tory terminaba siendo el blanco de su ira, yo nunca podría perdonármelo.

La puerta de la terraza se abrió, sacándome de mis pensamientos. Giré la cabeza y vi a Miguel entrando con paso despreocupado. Llevaba una cerveza en la mano y esa mirada mezcla de compasión y burla que solía usar conmigo cuando sabía que algo no andaba bien.

—¿Escapándote del espectáculo? —preguntó, extendiéndome la botella sin esperar respuesta.

—No me estoy escapando.—mentí, aceptando la cerveza y tomando un sorbo solo para no quedarme ahí parado como un idiota.

Miguel se apoyó en la barandilla a mi lado, estudiándome de reojo.

—Claro, porque estar acá afuera, solo y con cara de videoclip triste, no cuenta como escaparse, ¿no? —sonrió de lado—. Dale, Robby, decime qué te pasa.

Suspiré. ¿Por dónde empezaba?

—Ya sabés lo que pasa, Miguel.

Miguel asintió lentamente, dándome la razón. Claro que lo sabía pero Miguel no era del tipo que te dejaba hundirte en tus problemas. Si algo podía hacer para ayudarte, lo hacía, aunque fuera solo escucharte repetir lo mismo por enésima vez.

—¿Seguís enroscado con eso? —preguntó, su tono suave pero directo.

—¿Cómo no voy a estarlo? —repliqué, apoyando la botella sobre la barandilla con más fuerza de la necesaria.

—Bueno, pará un segundo. —Miguel giró hacia mí, cruzándose de brazos—. Te entiendo, Robby, de verdad. Es un lío. Addison no merece que la engañes, Tory tampoco merece quedar en el medio, y vos no merecés seguir torturándote. Pero si seguís así, no vas a salir nunca del pozo.

Fruncí el ceño, pero no dije nada. Porque sabía que tenía razón.

—Escuchame, —continuó, esta vez con más calma—. Esta noche no podés resolver nada, No vas a arreglar lo de Addison, ni lo de Tory, ni lo que sea que tenés adentro. Pero sí podés salir de tu cabeza por un rato.

—¿Y cómo hago eso? —pregunté, con más sarcasmo del que pretendía.

Miguel sonrió.

—Vas a la fiesta después de esto.

Lo miré como si estuviera loco.

—¿La fiesta? ¿Con toda esta mierda en mi cabeza? ¿Y con Addison ahí, encima?

—Sí, con toda esta mierda en tu cabeza. Justamente por eso tenés que ir, —dijo, serio pero no severo—. Necesitás despejarte, Robby. Y mirá, si Addison empieza a sospechar algo, simplemente decile que querías estar un rato con tus amigos. No es mentira.

Quería discutirle, pero no tenía energías. Además, había algo en su tono que me hizo considerar que quizás tenía razón.

—¿Y vos vas a ir? —pregunté, más para cambiar de tema que por curiosidad real.

Miguel sonrió de nuevo, esta vez con algo de picardía.

—Por supuesto. Alguien tiene que vigilar que no metas la pata más de lo que ya lo hiciste.

No pude evitar soltar una risa corta. Era la primera vez en toda la noche que algo me hacía sentir un poco más liviano.

—Sos un amigo pésimo, ¿sabías? —le dije, aunque no lo pensaba en serio.

—Y vos sos un desastre andante, así que estamos a mano, —replicó, dándome una palmada en el hombro—. Dale, terminá la cerveza y volvé adentro. Te espero en la fiesta.

Se giró hacia la puerta, pero antes de irse, se detuvo.

—Ah, y Robby, —dijo sin mirarme—. No te olvides de que, pase lo que pase, sos vos el que tiene que decidir lo que quiere. No Addison, no Tory. Vos.

Cuando se fue, me quedé solo otra vez, mirando la ciudad. Pero esta vez, algo en mí se sintió un poco menos pesado. No había resuelto nada, pero al menos no estaba solo en el lío. Y quizás, solo quizás, tenía razón. Quizás necesitaba salir de mi cabeza, aunque fuera solo por un rato.

21:02 p.m

Un rato más tarde, llegamos a la fiesta, y tengo que admitirlo: no me esperaba algo así. La casa estaba llena. Literalmente llena. Había luces por todos lados, música a un volumen que hacía temblar el piso y un aroma a alcohol mezclado con algo que probablemente no quería identificar. ¿Quién había dicho que los karatecas eran disciplinados y equilibrados? Parecían más una banda de rockeros tras un concierto.

Miguel me empujó por el hombro al entrar, señalando a una chica que estaba en el centro de toda la acción, riéndose mientras alzaba un vaso.

—Esa es Zara.—dijo, como si yo supiera de quién estaba hablando.

—¿Quién?

—Zara Malik, la chica nueva de Iron Dragons. —Me miró como si fuera obvio.

Ah, sí, Zara... o ¿Zahara? ¿Zarina? No sé. Algo con "Z".

—Claro, Zara. —murmuré, aunque no estaba completamente seguro de si había dicho su nombre bien.

—No, no "claro, Zara". —se burló Miguel—. Es Malik. Zara Malik. No sé cómo podés ser tan malo para los nombres.

—Me esfuerzo.—respondí con sarcasmo, pero él ya se estaba abriendo paso entre la multitud para buscar algo de tomar.

La casa estaba decorada como si esta fiesta fuera el evento del año. Había luces de neón, un DJ improvisado en la esquina, y un montón de gente con vasos en la mano, riéndose, bailando y hablando a los gritos. Pero lo que realmente me llamó la atención fue cómo todos estaban bebiendo como si el fin del mundo estuviera cerca. Era casi gracioso ver a varios de ellos, que en el dojo se jactaban de su autocontrol y disciplina, pasarse de copas en tiempo récord.

Estaba parado junto a una mesa con algo que parecía ser ponche (probablemente adulterado) cuando la vi.

Tory.

Llevaba el pelo suelto, cayéndole en ondas perfectas sobre los hombros, y un vestido negro que era simple, pero que la hacía destacar de alguna forma. Encima llevaba una chaqueta de Cobra Kai, que era tan de su estilo que no me sorprendió en lo más mínimo. Lucía como si nada en el mundo pudiera afectarla, con esa mezcla de dureza y confianza que siempre la había hecho destacar.

Y luego estaba Addison, al otro lado del lugar, con su cabello en una trenza impecable y un vestido blanco que parecía sacado de un catálogo. Sobre eso llevaba una campera de jean, algo casual pero perfectamente calculado.

Mirándolas a las dos, fue imposible no pensar en cómo eran polos opuestos. Addison era toda luz, calma y perfección. Tory, en cambio, era intensidad pura, fuego y peligro. El verdadero ying y yang.

Estaba tan perdido en mis pensamientos que no noté al principio lo que estaba pasando. Tory estaba apoyada contra una mesa, y ese tipo... ¿Axel? ¿Arlen? ¿Alan? No sé, algo con "A", se acercó a ella con una sonrisa confiada. Le ofreció su vaso con una inclinación de cabeza, y Tory lo aceptó, sonriendo de vuelta mientras empezaban a hablar.

No podía escuchar lo que decían, pero la forma en que ella sonrió me hizo sentir un nudo en el estómago.

—Eso no te va a gustar,—dijo Miguel, apareciendo a mi lado con dos vasos en la mano.

—¿De qué hablás?

Miguel me dio uno de los vasos, aunque no esperó a que lo aceptara antes de hablar.

—De Axel. —Hizo un gesto con la cabeza hacia ellos—. No parece tu fan número uno, pero definitivamente parece el fan número uno de Tory.

—¿Axel? —repetí, probando el nombre. ¿Era Axel? ¿O era Alex? Tal vez Asher.

Miguel suspiró.

—Dale, Robby, no es tan difícil. Axel. No Alex, no Aksel, no cualquier otro nombre que se te ocurra. Axel. ¿Querés que te lo deletree?

—Lo que sea. —murmuré, desviando la mirada hacia Tory y el tipo. Axel. Como si eso importara.

—¿No vas a hacer nada? —preguntó Miguel, levantando una ceja.

—¿Por qué haría algo? —respondí, intentando sonar despreocupado.

—Porque, no sé, tal vez no te gusta la idea de que un tipo cualquiera se acerque a ella.

Lo miré con fastidio.

—No tengo ningún derecho a decir nada, Miguel. Ni siquiera estamos hablando.

—No dije que tenías derecho, —respondió, encogiéndose de hombros—. Pero eso no significa que no te importe.

Sabía que tenía razón, pero no iba a darle la satisfacción de admitirlo. En lugar de eso, me quedé en silencio, observando cómo Tory reía con Axel.

La música seguía retumbando dentro de la casa como un martilleo constante. Era imposible concentrarme en nada con todo ese ruido y el montón de gente moviéndose de un lado a otro como si fuera la fiesta del año. Quizá lo era, pero para mí era un desastre, y lo único que quería era estar lejos.

Todo me estaba dando vueltas: la fiesta, las caras conocidas que me miraban como si esperaran algo de mí, las caras desconocidas que no me interesaban en lo más mínimo y, sobre todo... Tory.

Ella estaba ahí adentro. Tory podía ser el centro del universo de cualquier lugar en el que estuviera, sin siquiera intentarlo. Yo sabía lo suficiente para saber que no era solo su estilo lo que hacía que todos giraran la cabeza; era esa actitud suya, ese "me importa un carajo lo que piensen de mí" que, para mi desgracia, siempre había encontrado fascinante.

Salí al jardín trasero. El aire era frío, pero lo necesitaba. Respiré profundo, intentando despejar mi cabeza. Entre todo lo que estaba pasando con Tory y la manera en que Addison no dejaba de mirarme como si esperara que yo hiciera algo... necesitaba espacio.

Con manos temblorosas, saqué un cigarro del bolsillo de mi chaqueta. Había dejado de fumar hacía un tiempo, pero últimamente parecía que todo lo malo volvía de golpe, como un reflejo. No era la solución, pero era algo, y lo necesitaba en ese momento.

Encendí el cigarro y le di una calada larga. El humo llenó mis pulmones, dándome esa falsa sensación de calma que tanto buscaba.

"¿Cuántas veces viste a tu madre hacer esto cuando las cosas se ponían feas?", pensé con un toque de amargura. Ella siempre encontraba alguna excusa para justificarlo. Y ahora, mírame: el hijo de su madre.

Estaba absorto en mis pensamientos cuando escuché pasos detrás de mí. Apenas tuve tiempo de girarme antes de que sintiera cómo me arrancaban el cigarro de los dedos.

—¿Qué mierda hacés? —dijo una voz cortante que reconocería en cualquier parte.

Tory.

Me di vuelta, y ahí estaba, con el cigarro en la mano, mirándome como si acabara de cometer el peor crimen imaginable.

Llevaba la chaqueta de Cobra Kai sobre los hombros, como siempre, pero lo que realmente captó mi atención fue su expresión. No era solo enojo. Había algo más ahí, algo que me hacía sentir como un imbécil antes incluso de que dijera nada más.

—¿De verdad? —espetó, cruzándose de brazos y alzando el cigarro como si fuera un trofeo—. ¿No podés encontrar una manera menos estúpida de manejar tu estrés?

—¿Qué hacés acá? —pregunté, intentando sonar casual, aunque sabía que no tenía ninguna oportunidad de escapar de esta conversación.

—¿Qué hago acá? —repitió ella, su tono goteando sarcasmo—. Estoy evitando que sigas sumando estupideces a tu lista, Robby.

—No es para tanto, Tory. Es solo uno.

—Eso es lo que dicen todos hasta que no pueden parar.

Rodé los ojos y miré hacia otro lado. No quería discutir con ella, pero tampoco tenía energía para lidiar con sus lecciones de moralidad.

—¿Por qué te importa? —pregunté finalmente, mi voz más baja de lo que esperaba.

Ella no respondió enseguida. Me miró en silencio, y por un segundo pensé que no diría nada. Pero entonces habló, y sus palabras me golpearon como una tonelada de ladrillos.

—Porque me preocupo por vos, aunque no te lo merezcas.

No lo dijo de manera dulce ni cariñosa. Lo dijo como si odiara que fuera verdad, como si preferiría no tener que preocuparse por mí en absoluto. Y lo entendía. Después de todo, yo no había sido exactamente el mejor novio.

Tory y yo... bueno, lo nuestro nunca fue sencillo. Éramos fuego y gasolina, y aunque la química estaba ahí desde el principio, siempre terminábamos chocando. Pero había habido momentos, momentos en los que me hacía sentir como si fuera más de lo que realmente era, momentos en los que pensaba que tal vez podía ser suficiente para alguien como ella.

Y luego lo arruiné.

—Tory, yo... —comencé, pero no sabía cómo seguir.

—¿Qué? ¿Qué vas a decir? ¿Qué lo lamentás? ¿Qué no lo quisiste hacer? —Su voz temblaba, pero no de enojo. Había algo más profundo, algo que estaba luchando por contener.

—Sí, —dije finalmente, mi voz apenas un susurro—. Lo lamento. Lamento todo.

Ella apretó la mandíbula, como si estuviera tratando de mantener las lágrimas a raya, y eso me destrozó. Tory no era de las que lloraban, no delante de nadie.

—Sé que fui un idiota contigo, —admití, mirando al suelo porque no podía enfrentarme a sus ojos—. No fui justo. Lo sé. Te traté como si nada hubiera pasado entre nosotros cuando... cuando claramente sí pasó.

Levanté la mirada justo a tiempo para ver cómo sus ojos brillaban, a punto de romperse.

—Tory, —dije, dando un paso hacia ella—. Te quiero.

Sus ojos se ensancharon, pero no me detuve.

—Te quiero más que nunca. Y no sé cómo arreglar todo lo que hice mal, pero quiero intentarlo.

Ella abrió la boca, como si fuera a responder, pero no salió nada. Y entonces, en lugar de gritarme o empujarme como esperaba, hizo algo que no vi venir.

Se acercó a mí y me abrazó.

Por un segundo, me quedé helado, incapaz de procesar lo que estaba pasando. Pero luego levanté los brazos y la rodeé con cuidado, sintiendo cómo se relajaba contra mí.

—Lo siento, —susurré contra su cabello, aunque no sabía si me estaba escuchando.

El abrazo duró lo que parecieron minutos, pero podrían haber sido horas, y no me habría importado. En ese momento, nada más existía.

Nada, excepto...

Abrí los ojos y la vi. Addison estaba parada a la distancia, mirándonos.

No había escuchado nada de lo que habíamos dicho, pero la expresión en su rostro dejaba claro que había visto el abrazo.

Tory no se dio cuenta. Todavía estaba aferrada a mí, con la cabeza contra mi pecho, mientras yo miraba a Addison, sin saber qué hacer.

Addison se acercó a paso rápido, y aunque no lo hacía de manera agresiva, su postura hablaba por sí sola. La mirada directa, los brazos cruzados, y esa sonrisa que intentaba parecer amable pero no podía ocultar lo que realmente sentía: sospecha.

Antes de que pudiera reaccionar, Tory soltó el abrazo y dio un paso hacia atrás, acomodándose la chaqueta como si nada hubiera pasado.

—¿Está todo bien? —preguntó Addison, con la vista fija en Tory. Hizo un gesto hacia el rostro de Tory, probablemente notando el brillo en sus ojos o las lágrimas que aún no terminaban de desaparecer—. Pareciera que... no sé, ¿algo pasó?

Nos miramos al mismo tiempo, como si hubiéramos ensayado esa reacción. Sabíamos que no podíamos contarle la verdad. No ahora. No así.

Tory fue la primera en hablar, y agradecí que tuviera los reflejos rápidos, porque mi cerebro todavía estaba procesando lo que acababa de pasar.

—No pasó nada, —dijo Tory con una calma que no sentía, lo noté en su voz—. Solo... tuve un día complicado, en mi casa. Y vine a hablar con Robby. Necesitaba contarle algunas cosas.

Addison arqueó una ceja, como si estuviera sopesando si creerle o no. Miró de reojo a Tory y luego a mí, intentando leer entre líneas.

—¿En tu casa? —repitió Addison, aunque esta vez su tono era más neutral.

Tory asintió con firmeza.

—Sí. Discusiones. Ya sabes cómo son esas cosas. Robby estaba escuchándome, nada más.

Me quedé callado porque, sinceramente, no podía mejorar esa respuesta. Lo único que hice fue asentir, aunque sabía que Addison no iba a dejarlo pasar tan fácilmente.

—Ah, claro, claro. Discusiones. —Addison sonrió, pero esa sonrisa falsa suya no me convencía. Dio un paso más cerca, colocándose justo frente a mí como si quisiera bloquear a Tory de mi vista—. Bueno, me alegra que tengas a alguien con quien hablar. Robby siempre ha sido muy... solidario.

Quise decir algo, pero antes de que pudiera siquiera abrir la boca, Addison se acercó más y me rodeó con los brazos. Fue un abrazo repentino, pero no era cariñoso. No, era... territorial. Posesivo.

—Espero que ya estés mejor, prima.—dijo Addison desde mi pecho, sin siquiera mirarla.

Miré a Tory por encima del hombro de Addison. Ella estaba mirando al piso, con los labios apretados, como si estuviera luchando contra las palabras que quería soltar. Algo en su expresión me dejó congelado: ese brillo en sus ojos no era solo enojo, era algo más. Algo que hacía que mi pecho se apretara.

—Sí, estoy mejor, gracias. —La voz de Tory era baja, casi un susurro. Luego levantó la cabeza y nos miró por un instante, pero no era una mirada desafiante como las que me había dado antes. Era... triste.

Se acomodó la chaqueta y dio un paso atrás.

—Mejor los dejo.—dijo rápidamente, sin siquiera esperar una respuesta.

—¿Tan rápido? —preguntó Addison, soltándome y girándose hacia ella con una ceja levantada—. Pensé que querías hablar.

Tory negó con la cabeza y se metió las manos en los bolsillos.

—Ya hablé lo suficiente. Estoy bien. Gracias, Robby.

Y sin esperar más, se dio la vuelta y se alejó hacia la casa, con pasos rápidos pero firmes. Me quedé mirándola mientras desaparecía entre las sombras del jardín, sintiendo como si algo en mi interior se hubiera roto en mil pedazos.

El frío que había sentido antes volvió con más fuerza, y no tenía nada que ver con la temperatura de la noche.

—¿Qué fue eso? —preguntó Addison, girándose hacia mí con una sonrisa que intentaba ser despreocupada pero no lograba ocultar su incomodidad.

—¿Qué cosa? —respondí, mi voz más áspera de lo que pretendía.

—Eso. Todo ese... drama. —Se cruzó de brazos y me miró directamente—. No sabía que vos y Tory eran tan cercanos.

No supe qué responder. La verdad era complicada, y no era el momento adecuado para soltarla. No quería herirla, pero también sabía que estaba al borde de hacerlo si no era honesto pronto.

—Tory y yo... —empecé, pero las palabras se atoraron en mi garganta.

Addison me observó con detenimiento, esperando una explicación. Al ver que no decía nada, suspiró y tomó mi mano.

—Mirá, no estoy celosa ni nada, —dijo, aunque la rigidez en su voz decía lo contrario—. Solo... no me gusta que me oculten cosas. Si hay algo que debería saber, decímelo.

Por un instante, pensé en decirle todo. Todo lo que había pasado con Tory, todo lo que sentía, todo lo que estaba mal entre nosotros. Pero no lo hice. No podía.

—No es nada, Addison, —mentí, apartando la mirada.

Ella me estudió por unos segundos antes de soltarme la mano y sonreír.

—Bien. Supongo que te creeré... por ahora.

No dijo nada más. Simplemente me tomó del brazo y me llevó de vuelta hacia la casa, como si quisiera asegurarse de que no volviera a escaparme. Pero mientras caminábamos, mi mente seguía atascada en Tory, en su mirada, en sus palabras, en todo lo que había pasado en los últimos minutos.

Tenía que decirle a Addison la verdad. Tal vez no ahora, pero pronto. Muy pronto. Porque si no lo hacía, sabía que iba lo único que me importaba.

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