11:Carretera
Martes 12:33 p.m
El calor del sol pegaba con fuerza esa tarde, y aunque intentaba concentrarme en lo que pasaba alrededor, mi mente estaba en otro lado. Bueno, no en otro lado exactamente, sino en otra persona.
Tory.
Había pasado apenas un día desde ese momento en el vestuario, pero era como si todo hubiera cambiado. No había caso en negarlo: me estaba volviendo loco. Cada vez que la veía, era como si el resto del mundo desapareciera. Era patético, lo sabía. Quería hacer las cosas bien con Addison, quería ser el novio perfecto, pero ahí estaba Tory, paseándose como si supiera exactamente el efecto que tenía en mí.
Estaba sentado en una reposera junto a la pileta, con un vaso de fernet en la mano, tratando de mantener una conversación con mi suegro. Bueno, "tratando" era la palabra clave porque, en realidad, estaba más ocupado siguiéndola con la mirada.
Primero, cuando estaba tomando sol al lado de la pileta. Sus brazos detrás de la cabeza, su sonrisa tranquila. Después, cuando ayudaba a su prima a poner la mesa, moviéndose con esa gracia casual que hacía que cualquier cosa que hiciera pareciera interesante. Y ni hablar cuando jugaba al vóley con Addison. Cada vez que se ponía para recibir, era como si el tiempo se ralentizara.
Era hipnótica. No había otra palabra para describirla.
—Robby, ¿me estás escuchando?
La voz de mi suegro me sacó de mi trance, y agradecí estar usando lentes de sol porque lo último que quería era que me pescara mirándole el culo a la prima de su hija.
—¿Perdón? ¿Qué? —respondí, intentando sonar lo más natural posible mientras le daba un sorbo a mi vaso para disimular.
Él me miró con una ceja alzada, claramente desconfiando.
—Que cómo van los entrenamientos. Te lo pregunté dos veces.
—Ah, sí. Bien, bien. Re contento, la verdad. Estoy trabajando un montón en... eh... —Me forcé a mirarlo mientras intentaba recordar de que demonios estábamos hablando—. Bueno, en mejorar mis tiempos y eso.
—¿Y cómo te está yendo con el grupo? ¿Seguís siendo el capitán?
—Sí, claro. La verdad que los chicos son geniales, y... —No terminé la frase porque mis ojos volvieron a desviarse hacia Tory.
Ella estaba ahora de pie, sacudiéndose un poco de arena de las piernas antes de volver a acomodarse en la reposera. Parecía no tener idea de lo que estaba provocando, o peor, lo sabía y le encantaba.
—Robby, ¿estás bien? —preguntó mi suegro, frunciendo el ceño mientras me miraba.
—Sí, sí, todo bien, —dije rápidamente, apretando un poco más fuerte el vaso en mi mano—. Debe ser el calor.
—Si estás cansado, podés ir a descansar un rato, —sugirió, pero lo último que quería era parecer débil frente a él.
—No, está todo bien. En serio, —aseguré con una sonrisa.
Para mi suerte, el universo decidió darme un respiro. Bueno, más o menos.
—Robby, ¿me ayudás a poner la mesa? —preguntó la madre de Addison, apareciendo de repente y ofreciéndome una excusa perfecta para escapar.
—¡Claro! —respondí, casi demasiado entusiasmado, dejando el vaso en la mesa y poniéndome de pie de inmediato.
Mientras caminaba hacia la cocina con mi suegra, sentí una mezcla de alivio y culpa. Alivio porque al menos ya no tenía que preocuparme por ser atrapado mirando a Tory, y culpa porque... bueno, porque sabía que no debería estar mirándola en primer lugar.
—¿Estás disfrutando el fin de semana? —preguntó ella mientras sacaba platos del armario.
—Sí, sí. Está bueno desconectar un poco, —respondí mientras comenzaba a llevar los platos a la mesa.
Ella asintió, aunque su mirada parecía decirme que no me creía del todo.
—Me alegra escuchar eso. Sé que Addison estaba emocionada por este viaje.—dijo, con ese tono que las madres siempre usan cuando quieren recordarte que deberías estar más atento a sus hijas.
—Yo también lo estaba.—mentí, intentando sonar convincente mientras colocaba los cubiertos.
Pero incluso mientras hablaba con ella, no podía evitar pensar en Tory. ¿Cómo iba a manejar esto? Cada vez que la veía, sentía que mi autocontrol se tambaleaba.
Cuando terminé de poner la mesa, regresé a mi lugar cerca de la pileta, pero esta vez me obligué a no mirar en su dirección. En lugar de eso, me concentré en Addison, que estaba sentada junto a Tory ahora, ambas riéndose de algo que no podía escuchar desde donde estaba.
Tomé otro sorbo de mi fernet y suspiré. Era un desastre. Y lo peor era que, en el fondo, una parte de mí no quería que las cosas cambiaran.
Eli llegó con su entrada habitual, esa mezcla de confianza desbordante y una sonrisa que parecía decir: "Estoy aquí, admírenme." Sus pasos resonaron en el camino de madera hacia la casa de la playa, y los padres de Tory no tardaron ni un segundo en recibirlo con los brazos abiertos.
—¡Eli! Que bueno que llegaste, —exclamó la madre de Tory, con una sonrisa tan amplia que parecía demasiado ensayada para ser sincera.
—Ah, el novio prodigio, —murmuré en voz baja, más para mí que para nadie.
Addison, que estaba sentada al lado mío, me miró con curiosidad.
—¿Dijiste algo, amor?
—Nada, nada, —respondí rápidamente, mientras volvía a mirar hacia Eli.
Y ahí estaba Tory, como si lo hubiera estado esperando todo el día. Se levantó de su reposera con esa elegancia casual que le salía tan natural y caminó hacia él con una sonrisa amplia.
—Eli, ¡te tardaste! —le dijo, y antes de que pudiera darme cuenta, lo estaba abrazando.
Pero no era un abrazo cualquiera. Era uno de esos abrazos largos y cercanos, donde su cuerpo, cubierto solo por ese bikini negro que la hacía ver... bueno, demasiado bien, quedaba completamente pegado al de él.
Resoplé, no pudiendo contener la molestia que me subió al pecho como un fuego incontrolable. Traté de disimular, mirando hacia otro lado, pero mis ojos seguían regresando a ellos, como si fueran un imán al que no podía resistirme.
Eli, por supuesto, tenía esa expresión de suficiencia que lo hacía más insoportable de lo habitual. La manera en que la miraba, como si ella le perteneciera, me revolvió el estómago.
—Robby, ¿estás bien? —preguntó Addison, inclinándose hacia mí con una ceja alzada.
—Sí, sí. Perfecto, —dije, fingiendo una sonrisa mientras apretaba el vaso de fernet en mi mano.
Desde donde estaba, podía escuchar a los padres de Tory hablando maravillas de Eli.
—Es tan buen chico, siempre tan amable.—dijo su madre.
—Y tan respetuoso.—agregó su padre, dándole una palmada en el hombro.
—Sí, un verdadero caballero. —dije con sarcasmo, bajando la voz para que nadie me escuchara.
Tory y Eli seguían hablando cerca de la entrada, ella riendo por algo que él había dicho mientras jugueteaba con una cadena que colgaba de su cuello. No podía evitar preguntarme si lo hacía a propósito, si sabía cómo me ponía verla con él.
Eli finalmente se acercó a saludar al resto del grupo, aunque sus ojos apenas pasaron por mí como si no fuera digno de su atención.
—¡Que bueno verte, Addison! —dijo con esa sonrisa brillante suya.
—Igualmente, Eli. —respondió mi novia con cortesía.
Yo apenas levanté una mano en un gesto vago, no confiando en mi capacidad para no decir algo que podría arruinar el día.
—Robby. —dijo Eli, finalmente dirigiéndose a mí.
—Eli.—respondí, mi tono seco y sin emoción.
Él se limitó a sonreír, como si no pudiera importarle menos mi actitud.
—Bueno, Tory, ¿me mostrás dónde puedo dejar mis cosas? —preguntó, volviendo toda su atención hacia ella.
—Claro, vení.—respondió ella, agarrándolo del brazo y llevándolo hacia la casa.
La vi desaparecer con él, y no pude evitar apretar los dientes. Todo en mí gritaba que no me importaba, que no debía importarme. Pero, maldita sea, sí me importaba.
—¿Te pasa algo? —preguntó Addison, volviendo a mirar hacia mí con el ceño fruncido.
—No, todo bien.—respondí, intentando sonar convincente.
Pero mientras veía a Tory y a Eli riéndose juntos al entrar en la casa, sabía que mentía. Todo estaba lejos de estar bien. Y lo peor era que no tenía idea de cómo manejarlo.
14:33 p.m
Tory
La puerta de mi habitación se cerró detrás de nosotros, y antes de que pudiera decir una palabra, Eli corrió hacia mi cama como si fuera un chico de diez años que había visto un trampolín por primera vez.
—¡Bomba! —gritó mientras saltaba con ambas piernas y aterrizaba de espaldas, desarmando toda la cama en el proceso.
—Eli, ¡sos un idiota! —grité, cruzándome de brazos mientras lo miraba con una mezcla de incredulidad y fastidio.
Él se recostó con los brazos extendidos, como si acabara de ganar una batalla épica, y comenzó a mover los pies en el aire, casi como una nena emocionada después de un día de compras.
—Ahhh, tu cama es tan cómoda, Tory. Es perfecta para quedarme acá y pensar en la vida.
—Claro, podés pensar mientras me ordenás todo de nuevo. —le dije, señalando las sábanas arrugadas y las almohadas que ahora estaban en el piso.
Eli giró su cabeza para mirarme, con una sonrisa descarada.
—Ay, no te enojes. Sabés que me querés. —dijo mientras agarraba una almohada y la usaba como si fuera un peluche.
—Te quiero... pero fuera de mi cama.—dije mientras me acercaba para intentar empujarlo.
—¡Ni loca me sacás de acá! Estoy cómodo, y además, tenemos que hablar. —Su tono cambió ligeramente, aunque su sonrisa no desapareció.
—¿Hablar? ¿De qué? —pregunté, dándole una mirada sospechosa.
—De vos y tu noviecito, Robby. —Eli levantó una ceja mientras se incorporaba un poco, cruzando las piernas en la cama como si estuviéramos en una pijamada.
—¿Robby? —intenté sonar indiferente, pero la manera en que arqueó una ceja me hizo saber que no había funcionado.
—Sí, Tory. Robby. ¿Qué está pasando ahí? —preguntó, apoyando su barbilla en una mano mientras me miraba con curiosidad.
—No está pasando nada.—respondí rápidamente, cruzándome de brazos para reforzar mi punto.
—Mmmhmmm, claro. —Eli comenzó a balancearse sobre la cama, como si tuviera todo el tiempo del mundo para esperar mi respuesta real—. Mirá, vos y yo sabemos que soy el mejor amigo que podés tener en este momento, así que más te vale contarme.
—¿Por qué te importa tanto? —pregunté, apoyándome en el marco de la puerta y fingiendo que no estaba interesada en tener esta conversación.
—Porque, Tory, algo cambió entre ustedes. Lo veo. Lo siente hasta Robby, y ese tipo no tiene ni idea de cómo esconder sus emociones. —Eli sonrió, divertido—. Además, ¿quién más va a escuchar tu lado de la historia sin juzgarte?
Suspiré, dándome cuenta de que no iba a dejarlo pasar. Me acerqué a la cama y me senté al borde, mientras él me miraba con ojos llenos de anticipación.
—Está bien. Pero si abrís la boca y decís algo, te juro que te mato, Eli.
—¡Prometido! Mi boca es un cofre de secretos. Ahora contame.
—Bueno... no sé. —Me pasé una mano por el cabello, dudando de cómo empezar—. Es raro. Él es el novio de Addison, ya sabés, y siempre nos llevamos normal. Pero...
—Pero ahora te mira como si quisiera comerte viva. —completó Eli con una sonrisa burlona.
—¡No digas eso! —le di un empujón en el brazo, pero no pude evitar reírme.
—¿Y qué pasó para que las cosas se pusieran así? —preguntó, ahora más interesado que nunca.
—Ayer... tuvimos un momento.—admití, sintiendo cómo mi cara se calentaba.
—¿Un momento? —Eli se inclinó hacia adelante, como si cada palabra que saliera de mi boca fuera un tesoro.
—Sí, en el vestuario. Estábamos discutiendo, y después... bueno, pasó.
—¿Qué pasó? ¡Detalles, Nichols, detalles! —Eli estaba casi saltando en la cama de la emoción.
—Nos besamos, —dije finalmente, bajando la voz como si alguien pudiera escucharnos.
—¡Lo sabía! —Eli aplaudió, sonriendo de oreja a oreja—. Siempre supe que había algo entre ustedes.
—No había nada. Bueno, no hasta ahora. —Suspiré, escondiendo mi cara en mis manos por un segundo—. Y ahora no sé qué hacer. Él es el novio de mi prima, Eli.
—Sí, pero eso no evitó que él te besara. O que vos lo besaras, —dijo con una sonrisa pícara—. Y admitilo, te encanta.
—Eso no importa. —dije, aunque sabía que no podía mentirme ni a mí misma.
Eli se recostó de nuevo, cruzando los brazos detrás de su cabeza.
—Bueno, Tory, te diré algo: esto va a ser entretenido de ver.
—Sos un desastre, Eli.
—Y vos estás en un lío, —respondió él con una risa ligera—. Pero no te preocupes, yo estoy de tu lado. Siempre.
No pude evitar sonreír. Por más molesto que fuera a veces, Eli siempre sabía cómo hacerme sentir un poco más ligera. Aunque, claro, eso no hacía que la situación con Robby fuera menos complicada.
Eli se acomodó en la cama, cruzando las piernas como si estuviera a punto de escuchar una telenovela exclusiva. Me miraba con esos ojos llenos de curiosidad, claramente disfrutando el drama más de lo que debería.
—Bueno, dale. Soltaste la bomba, ahora quiero todos los detalles. —Eli movió las manos como si estuviera animándome a hablar más rápido.
Suspiré y me dejé caer hacia atrás, quedando recostada en el borde de la cama. Sabía que no iba a parar hasta que le contara todo.
—No hay tanto que decir.
—¡Tory! Me dijiste que te besaste con Robby. Eso no es "no hay tanto que decir". Quiero saberlo todo: cómo empezó, quién lo inició, cuánto duró...
—Sos insoportable, ¿sabías? —Le lancé una mirada de fastidio, pero en el fondo sabía que tenía razón. Ya estaba en esto, así que, ¿por qué no soltarlo todo?
Eli se limitó a sonreír y hacer un gesto como si estuviera zipeando sus labios. Era su manera de decir: "Acá estoy, sin interrumpir".
—Bueno... fue en el vestuario. —Me pasé una mano por el pelo, sintiéndome un poco avergonzada al revivirlo—. Estábamos peleando, como siempre.
—Obvio, porque ustedes dos no saben interactuar de otra forma, —comentó Eli, pero levantó una mano cuando lo fulminé con la mirada—. ¡Perdón, perdón! Seguí.
—En un momento, las cosas se pusieron... no sé cómo explicarlo. Estábamos demasiado cerca. Él estaba diciendo algo, yo le respondí, y de repente... —Hice un gesto con las manos, como si eso pudiera explicar la situación.
—¿De repente qué? ¿Te agarró la cara? ¿Te empujó contra la pared? ¡Quiero visuales, Tory! —Eli se inclinó hacia adelante, completamente atrapado en la historia.
—Fue algo así ,me agarro del cuello y me pegó contra la pared ,hasta ahora me sigue doliendo. —Mis palabras salieron más lentas, como si las estuviera procesando en tiempo real—. Después él me miró, como si estuviera buscando permiso o algo, y bueno, nos besamos.
Eli soltó un silbido bajo, impresionado.
—¿Y? ¿Cómo estuvo?
—¿Cómo que "cómo estuvo"? —le pregunté, un poco avergonzada.
—¡Claro que quiero saber eso! ¿Fue un beso decente? ¿De esos que te dejan pensando por días? ¿O más bien uno torpe que querés olvidar?
Me quedé callada por un momento, porque, aunque no quería admitirlo, sabía perfectamente la respuesta.
—Fue... intenso. —Sentí cómo mis mejillas se calentaban al recordar la sensación—. No sé, Eli, fue uno de esos besos que te dejan mareada.
—¡Sabía que ese tipo tenía algo escondido! —exclamó Eli, riéndose—. Siempre se hace el serio, pero claramente sabe cómo besar.
—Cállate. —le dije, pero no pude evitar sonreír.
Eli se inclinó hacia atrás, apoyándose en las almohadas mientras me miraba con una expresión completamente divertida.
—Bueno, pero necesito más datos. ¿Qué pasó después?
—Después... —Me mordí el labio, recordando cómo había terminado todo—. Nos metimos adentro de un casillero y nos besamos ahí.
—¿Nada más? —preguntó Eli, visiblemente decepcionado—.¿No tuvieron sexo?
—No, nada. —Negué con la cabeza—. Y ahora todo se siente raro.
Eli se quedó en silencio por un momento, pero luego su expresión cambió.
—Bueno, Tory, esto confirma algo muy importante.
—¿Qué cosa?
—Que estás metida hasta el fondo con Robby. Y él claramente también está metido con vos.
—No estoy "metida" con él, Eli. Es el novio de Addison, ¿te acordás? —intenté sonar firme, pero incluso yo podía notar la duda en mi voz.
—Sí, claro, Addison. Pero, ¿sabés qué? Él no estaba pensando en tu prima cuando te besó. Y vos tampoco estabas pensando en ella cuando se lo devolviste.
Me mordí el interior de la mejilla, porque, otra vez, Eli tenía razón.
—¿Y ahora qué hago? —pregunté finalmente, sintiéndome más vulnerable de lo que me gustaba admitir.
Eli se encogió de hombros, pero su sonrisa volvió.
—Hacés lo que mejor hacés: seguir adelante y dejar que todo se descontrole. Después venís a contarme cómo fue el segundo beso.
—Eli, sos el peor consejero del mundo. —dije, riéndome a pesar de todo.
—Y aún así, siempre terminás contándome todo.—respondió, guiñándome un ojo.
21:05 p.m
Robby
El living estaba lleno de vida. Las risas de las madres mezclándose con la música de fondo, las conversaciones cruzadas entre los adultos, y el sonido de Mathias golpeando la pantalla de su celular mientras jugaba al Free Fire con Eli llenaban el ambiente. El ruido de las teclas se intensificaba a medida que el juego se volvía más competitivo, y las burlas entre los dos chicos no paraban.
—¿En serio pensaste que podías ganarme con esa estrategia de principiante? —se burló Eli, riendo mientras Mathias resoplaba frustrado.
—Ya vas a ver en la próxima, te voy a destrozar.—respondió Mathias, sin quitar los ojos de la pantalla.
Yo, mientras tanto, tenía a Addison cómodamente instalada sobre mis piernas. Sus manos jugaban con los botones de mi camisa mientras hablaba con una de las madres, completamente ajena a mi distracción. Me esforzaba por parecer atento, deslizando mis dedos lentamente por su espalda como si nada más en el mundo existiera. Pero mi atención estaba en otra parte. O mejor dicho, en otra persona.
Al otro lado del living, Tory estaba sentada en uno de los sillones individuales, cruzando y descruzando las piernas con una naturalidad que parecía calculada. En su mano sostenía una copa de vino blanco, y cada vez que la llevaba a sus labios, sus ojos recorrían la habitación hasta detenerse en mí. Había algo en su mirada, algo juguetón, algo que sabía exactamente lo que estaba haciendo.
Intenté concentrarme en Addison. Intenté, de verdad. Pero cada vez que Tory movía un mechón de su pelo o se reacomodaba en el sillón, mi atención volvía a desviarse hacia ella. Era como si una parte de mi cerebro estuviera constantemente alerta a cualquier cosa que hiciera.
Y entonces sucedió. Sentí su mirada fija en mí, y cuando levanté la vista, nuestros ojos se encontraron. Ella no apartó la mirada, ni siquiera intentó disimular. Al contrario, levantó su copa de vino en un gesto pequeño y, con una sonrisa enigmática, murmuró:
—Salud.
La sangre me subió al rostro, pero hice todo lo posible por mantenerme neutral. Desvié la mirada rápidamente, como si eso pudiera borrar el momento, pero el calor en mi cuello era inconfundible. Intenté volver a concentrarme en Addison, que seguía hablando animadamente, pero no escuché ni una palabra de lo que decía.
—¿Todo bien, campeón? —preguntó Eli de repente, su tono lleno de esa maldita curiosidad burlona que siempre tenía.
—Sí, sí, todo bien, —respondí demasiado rápido, lo que solo hizo que su sonrisa se ensanchara.
—Ah, mirá vos. —Eli dejó el celular sobre la mesa y me dedicó una mirada inquisitiva, pero no dijo nada más. Por suerte.
En ese momento, la mamá de Addison entró al living con un delantal puesto y una expresión preocupada.
—Chicos, me olvidé de comprar tuco. ¡No puedo creerlo! ¿Cómo se me pasó?
—Yo puedo ir a comprar, —dijo Tory inmediatamente, levantándose de su asiento. Su tono era casual, pero había algo en la forma en que lo dijo que me hizo pensar que lo había estado planeando.
—No, querida, es muy tarde. —respondió la mujer, mirando el reloj con gesto preocupado.
—No pasa nada. Estoy acostumbrada a salir tarde. —Tory se encogió de hombros y tomó su chaqueta ligera, pero la mamá de Addison negó con la cabeza.
—No quiero que vayas sola, cariño. No es seguro.
Eli, que claramente estaba disfrutando del espectáculo, se enderezó en su asiento y me miró con una sonrisa que ya anticipaba problemas.
—Que la lleve Robby, —dijo como si fuera lo más obvio del mundo.
Abrí la boca para protestar, pero Addison, que hasta ese momento no había dicho nada, giró hacia mí con una sonrisa dulce.
—¡Qué buena idea! Vos sos responsable, amor. Así no va sola.
No había forma de negarme sin parecer un imbécil. Solté un suspiro y asentí, resignado.
—Está bien. Vamos.
Tory me lanzó una mirada que no supe interpretar del todo. Había algo en sus ojos que me hacía sentir que estaba entrando en un juego cuyas reglas desconocía. Se puso la chaqueta y me esperó en la puerta, mientras Addison me despedía con un beso rápido en la mejilla.
El trayecto hacia la tienda comenzó en silencio. Tory miraba por la ventana con una media sonrisa, jugando con un mechón de su pelo como si no tuviera una preocupación en el mundo. Yo, por mi parte, estaba concentrado en el volante, aunque en realidad mi mente estaba en cualquier lado menos en la carretera.
Finalmente, fue ella quien rompió el silencio.
—¿Te obligaron o viniste porque querías? —preguntó, su tono ligero, casi divertido.
—¿Qué?
—Que si te obligaron a venir. Parecías tan emocionado, —respondió con una sonrisa burlona.
—No me molesta, —respondí, tratando de sonar indiferente.
—Claro, porque sos el novio perfecto, ¿no? —El sarcasmo en su voz era evidente.
—No sé qué querés decir con eso.
—Nada, nada. Seguro Addison está orgullosa de vos. —Su tono era casual, pero había algo en la forma en que lo dijo que me hizo apretar el volante con más fuerza.
Giré la cabeza hacia ella por un segundo, y nuestras miradas se cruzaron.
—¿Cuál es tu problema?
—¿Mi problema? —Se giró completamente hacia mí, ahora con una sonrisa divertida—. No tengo ninguno. Pero vos parecés bastante incómodo.
—No estoy incómodo.
—Ah, claro que no, —dijo, pero su sonrisa solo se amplió.
Llegamos a la tienda, y Tory bajó antes de que pudiera decir algo más. Cuando volvió, traía una bolsa con el tuco y una botella de vino.
—¿Eso es para vos? —pregunté, señalando la botella.
—Obvio. Siempre hay que estar preparada, —respondió, dejando las cosas en el asiento trasero.
Arranqué el auto y comencé a manejar de regreso. Pero entonces, sin previo aviso, Tory dijo:
—Lo del living fue gracioso, ¿no?
—¿Qué cosa?
—El brindis. ¿O no lo notaste? —Tenía esa mirada traviesa que hacía que mi cerebro se apagara por completo.
—No fue gracioso, fue raro.
—¿Raro? ¿Por qué?
—Porque estás jugando con fuego, Tory.
Ella soltó una risa suave.
—¿Fuego? No seas exagerado, Robby. Es solo un poco de diversión.
La miré de reojo. Esa sonrisa suya me hacía sentir que, en este juego, yo estaba perdiendo sin siquiera haber empezado.
El silencio en el auto se alargaba, apenas roto por el zumbido del motor y el murmullo del aire acondicionado. Yo tenía las manos aferradas al volante con más fuerza de la necesaria, tratando de mantener la mirada fija en la carretera, pero la presencia de Tory al lado mío hacía que el aire se sintiera más denso de lo normal. Siempre tenía esa habilidad de llenar cualquier espacio con su energía, incluso cuando no decía nada.
Después de unas cuantas cuadras, Tory estiró el brazo para encender el estéreo sin siquiera preguntarme, como si estuviera en su propio auto. La voz melosa de Justin Bieber llenó el interior del vehículo, y para mi desgracia, ella sonrió.
—Que varón, ¿no? —comentó con un susurro, como si lo estuviera diciendo para sí misma, pero claramente sabía que yo la estaba escuchando.
Solté un bufido, porque obviamente eso era justo lo que quería.
—¿Qué pasa? —preguntó, ladeando la cabeza hacia mí, esa sonrisa traviesa asomando en sus labios.
—Nada.—respondí, pero al ver que no se rendía, añadí con tono seco—. Alto gato ese Bieber.
Ella dejó escapar una carcajada suave, una de esas que te pone los pelos de punta porque sabes que no va a terminar ahí.
—¿Gato? —repitió, alzando las cejas como si no pudiera creer lo que acababa de escuchar. —¿Qué tenés contra él?
—Es todo falso, —dije, apretando el volante un poco más—. La voz, las letras, la pinta... puro humo.
Tory se acomodó en su asiento, cruzando las piernas de forma casual, pero me di cuenta de que lo hacía con la intención de provocar. Siempre lo hacía. Siempre jugaba.
—¿Y vos no sos puro humo? —soltó con una sonrisa ladeada, esa que usaba cuando estaba a punto de decir algo que sabía que me iba a joder.
—¿Qué querés decir con eso? —pregunté, aunque en realidad sabía perfectamente por dónde iba la cosa.
—Digo que... —empezó, alzando las cejas con fingida inocencia—. Hablas mucho de los demás, pero vos no sos ningún santo.
—Ah, sí, porque vos sos la Virgen María, ¿no? —espeté, girando la cabeza hacia ella por un segundo antes de volver la vista a la carretera.
Tory rió, y la forma en que lo hizo, como si acabara de decirle el mejor chiste del mundo, me sacó de quicio.
—No dije eso, amor. Pero admití que te encanta vender el cuentito de que ahora sos un buen chico, todo correcto, todo responsable...
—Lo soy. —le corté, apretando la mandíbula.
—Por favor. —Se inclinó un poco hacia mí, como si estuviera a punto de compartir un secreto—. El que gato nace, gato muere.
—¿Ah, sí? —dije, acelerando un poco como si eso pudiera calmarme. La miré de reojo, y ahí estaba, con esa sonrisa arrogante y los ojos brillando de diversión. —Bueno, vos tampoco sos muy diferente, querida.
—¿Qué decís? —preguntó, fingiendo sorpresa, aunque estaba claro que sabía exactamente a qué me refería.
—Digo que un día estás con Eli, al otro con Kwon, al otro conmigo... —Dejé la frase en el aire, porque sabía que no necesitaba terminarla para que entendiera el punto.
Ella soltó una risita suave, como si lo que acabara de decir no la tocara en lo más mínimo.
—La diferencia, mi amor.—respondió, enfatizando cada palabra como si estuviera dándome una lección—, es que yo estoy soltera.
Eso me hizo fruncir el ceño, pero antes de que pudiera responder, ella añadió:
—Y que si fuera por mí, estaría todos los días contigo.
Me quedé en silencio por un momento, procesando lo que acababa de decir. No era una confesión, ni mucho menos, pero la forma en que lo dijo, tan casual, tan segura de sí misma, hizo que algo se revolviera en mi interior.
—¿Eso qué significa? —pregunté finalmente, mi voz más baja de lo que esperaba.
—Significa lo que quieras que signifique, —dijo con un tono juguetón, apoyando la cabeza en el respaldo mientras me miraba de reojo.
Negué con la cabeza, porque ese era el problema con Tory. Nunca sabías si estaba hablando en serio o si solo estaba jugando.
—Siempre hacés lo mismo. —dije, mi frustración empezando a salir a la superficie—. Siempre estás jugando.
—¿Y eso te molesta? —preguntó, levantando una ceja.
—Sí, porque no sé cuándo vas en serio.—admití, antes de poder detenerme.
Ella se quedó callada por un momento, y el aire en el auto se sintió más pesado. Pero entonces, como siempre, rompió el silencio con una sonrisa.
—Bueno, Robby, tal vez algún día lo descubras.
Me dejó sin palabras, porque ¿cómo respondés a algo así? No podés. Así que simplemente me concentré en manejar, tratando de ignorar la forma en que su risa suave seguía resonando en mis oídos mucho después de que se callara.
El camino estaba tan silencioso como el interior del auto, salvo por el ronroneo del motor. Mis manos estaban apretadas en el volante, y aunque mantenía la vista fija en la carretera, no podía ignorarla. Tory estaba sentada a mi lado, jugando con un mechón de su cabello, como si no tuviera ni una sola preocupación en el mundo. Esa sonrisa de medio lado que me había lanzado antes seguía jodiéndome la cabeza.
"Tal vez algún día lo descubras."
¿Qué carajo significaba eso?
No sé qué me impulsó a hacerlo, pero de repente apreté el freno con tanta fuerza que las ruedas chirriaron contra el asfalto, dejando un eco en la oscuridad. El auto se detuvo en seco, sacándonos a los dos de cualquier pensamiento que tuviéramos. Tory se sobresaltó, su cuerpo moviéndose hacia adelante mientras se agarraba del tablero para no golpearse.
—¡¿Qué mierda estás haciendo, Robby?! —espetó, su voz cargada de incredulidad y molestia mientras me miraba como si estuviera loco.
Giré hacia ella, todavía con las manos firmes en el volante, pero ahora con los nudillos blancos de tanto apretar. Mi mandíbula estaba tensa, y sé que mi mirada era intensa porque ella parpadeó, confundida.
—Bajate del auto.
—¿Perdón? —respondió, frunciendo el ceño.
—Te dije que te bajes del auto.
—Estás completamente loco si pensás que voy a bajarme acá en medio de la nada. —dijo, cruzando los brazos como si eso fuera suficiente para desafiarme.
Me incliné un poco hacia ella, acercándome lo suficiente como para que nuestras miradas quedaran atrapadas.
—¿Querés estar conmigo?
Esa pregunta la dejó sin palabras por un segundo. Su expresión cambió. Los ojos que antes estaban llenos de ese brillo burlón ahora tenían algo diferente. Algo que no había visto antes.
—¿Qué? —murmuró, como si no estuviera segura de haberme escuchado bien.
—Si de verdad querés estar conmigo, —dije, mi voz más baja, pero igual de firme, —bajate del auto.
El silencio se hizo presente nuevamente, pero esta vez no era incómodo. Era tenso. Cargado. Podía ver cómo su mente procesaba mis palabras, cómo sus labios se separaban ligeramente mientras pensaba. Finalmente, después de lo que pareció una eternidad, suspiró y empujó la puerta para salir.
Yo hice lo mismo, cerrando la puerta detrás de mí mientras el frío de la noche me envolvía. Tory estaba parada al lado del auto, con los brazos cruzados y la mirada fija en mí. Su cabello se movía ligeramente con el viento, y había algo en su postura, algo en la forma en que me miraba, que hizo que todo mi cuerpo se tensara.
—¿Y ahora qué, genio? —preguntó, alzando una ceja con esa actitud que me volvía loco.
No respondí. En cambio, caminé hacia ella, cada paso eliminando la distancia entre nosotros. Cuando estuve lo suficientemente cerca, levanté una mano y la coloqué en su mejilla, obligándola a mirarme directamente.
—Ahora te callás. —dije en un susurro, justo antes de inclinarme y tomar su boca con la mía.
Fue como si algo explotara dentro de mí. No había nada suave o tímido en ese beso. Fue urgente, demandante, lleno de todo lo que había estado reprimiendo durante demasiado tiempo. Tory respondió de inmediato, sus manos subiendo a mi cuello y tirando de mi cabello, arrancándome un gruñido que se perdió entre nuestros labios.
—Hijo de puta.—murmuró contra mi boca, pero su tono estaba cargado de deseo, no de enojo.
—¿Te gusta? —respondí, separándome apenas un segundo para hablar antes de volver a besarla con más fuerza.
Sus uñas se clavaron en mi nuca mientras nuestras respiraciones se mezclaban en el aire frío. Mis manos bajaron por su espalda, presionándola más contra mí, mientras mi lengua exploraba la suya con una intensidad que hacía que todo lo demás desapareciera.
—Sos un jodido problema, Robby. —jadeó cuando finalmente rompimos el beso, aunque sus labios no se alejaron mucho de los míos.
—Y vos sos una pendeja que no sabe cuándo parar de joder. —respondí, mi voz ronca por la falta de aire.
Ella se rió, esa risa baja y provocadora que me hacía perder la cabeza, y volvió a besarme, esta vez mordiendo ligeramente mi labio inferior.
—Me encanta que te calientes tan fácil. —susurró, sus palabras llenas de malicia mientras sus dedos recorrían mi mandíbula.
—Vos me dejas así.—admití, mi mano bajando a su cintura—.
Mis manos seguían explorándola sin pedir permiso, como si cada parte de su cuerpo estuviera ahí para desafiarme. Pero Tory nunca cedía, ni siquiera ahora. Su boca seguía moviéndose contra la mía con una mezcla de rabia y deseo que me volvía loco. Era como si estuviéramos peleando incluso mientras nos devorábamos.
Mi mano subió por su cuello, lenta pero decidida, hasta que mis dedos rodearon esa piel suave y la apreté ligeramente, obligándola a mirarme a los ojos. Sus labios se separaron en un jadeo que intentó disimular, pero vi cómo sus pupilas se dilataban.
—¿Qué? ¿Te vas a hacer la dura ahora? —le gruñí, mi rostro a centímetros del suyo.
Ella sonrió, esa sonrisa arrogante que siempre me daba ganas de romper algo.
—¿Y si me hago la dura qué? —respondió con insolencia, sus manos aferrándose a mi camisa como si intentara recuperar el control.
Apreté un poco más su cuello, inclinándome hacia ella hasta que nuestras respiraciones se mezclaron.
—Significa que te voy a demostrar quién manda.—dije con un tono bajo, cargado de desafío.
—¿Vos? —soltó una risa que no tenía ni una pizca de miedo. —Por favor, Robby. Si mandarás tanto no estarías acá, a oscuras, rogándome que me baje la guardia.
—¿Rogarte? —mi mandíbula se tensó mientras mis dedos se apretaban un poco más. —No seas ridícula, Tory. Sos vos la que está deseando que la toque así.
—Ah, claro, porque vos sos un jodido santo, ¿no? —dijo, sus ojos llenos de esa chispa burlona que me sacaba de quicio.
—Más santo que vos seguro.—escupí, bajando mi otra mano hasta su cadera y tirando de ella hacia mí.
—No te agrandés.—murmuró, su voz goteando veneno. —No me olvido de que Addison te está esperando en la casa, calentita y perfecta.
Sus palabras me golpearon como un balde de agua fría, pero no iba a dejar que lo notara. Mis labios se curvaron en una sonrisa peligrosa mientras la miraba.
—¿Y qué? ¿Te molesta que te elija a vos en vez de a ella?
Ella rió, una risa amarga y llena de sarcasmo.
—¿Elegir? No te hagás el romántico, Robby. Esto no tiene nada que ver con elegir. Esto es porque te gusta que te lo hagan difícil.
Mis dedos se tensaron en su cuello mientras la acorralaba contra el auto.
—¿Difícil? —repetí, mi voz apenas un susurro, pero cargada de furia contenida. —Lo único difícil acá es que te hagás la santa cuando sé perfectamente que te encanta que te trate así.
Sus ojos se estrecharon mientras levantaba la barbilla, desafiándome incluso ahora.
—Sos un puto egoísta, ¿sabés? —dijo, su tono gélido. —Y un imbécil.
—¿Y vos? —espeté, mi rostro acercándose al suyo. —¿Qué sos, Tory? Porque yo te veo bien acá, bien entregada, con la boca todavía hinchada de tanto besarme.
Ella soltó un jadeo de indignación, pero antes de que pudiera responder, la besé otra vez, esta vez con más rabia que antes. Su resistencia duró menos de un segundo antes de que sus manos volvieran a tirar de mi cabello, como si también necesitara descargar todo lo que estaba sintiendo.
—Hijo de puta. —jadeó contra mis labios cuando rompimos el beso.
—Sí, pero te gusta.—respondí, sonriendo mientras mis labios bajaban hasta su mandíbula.
—Andate a la mierda, Robby. —Su voz era firme, pero sus manos seguían aferrándose a mí.
—Ya estamos ahí, amor.—murmuré antes de morder suavemente su cuello, arrancándole un suspiro que trató de ocultar.
Era un juego peligroso, lo sabía. Pero con Tory, todo siempre era peligroso. Y, joder, me encantaba.
Robby abrió la puerta trasera del auto con un movimiento seco, como si con ello pudiera cerrar también las dudas que le rondaban la cabeza. Ni siquiera se molestó en mirarla; simplemente hizo un gesto con la cabeza, señalándole que entrara. Tory lo observó desde su lugar, con esa sonrisa cargada de desafío que parecía grabada en su rostro.
—¿Y ahora qué? —preguntó, cruzándose de brazos mientras mantenía su posición firme fuera del auto.
Robby giró la cabeza hacia ella, con la mandíbula apretada y los ojos encendidos por algo que era una mezcla peligrosa de rabia y deseo.
—Subite, Victoria. —dijo, su voz baja pero firme, como si las palabras no fueran una petición sino una orden.
Ella soltó una risita burlona, inclinándose hacia él con deliberada lentitud.
—Siempre tan mandón.—respondió, pero obedeció, deslizando su cuerpo con elegancia al asiento trasero. Al sentarse, cruzó las piernas de forma provocadora, haciendo que la abertura de su vestido dejara entrever más piel de lo que era necesario.
Robby se metió detrás de ella, cerrando la puerta de un golpe que resonó en el silencio de la noche. Por un momento, ninguno de los dos habló, pero el aire entre ellos estaba cargado de tensión. Finalmente, Tory rompió el silencio con ese tono ligero y burlón que parecía disfrutar de los nervios de él.
—¿Qué hacés? —preguntó, arqueando una ceja mientras lo miraba con aparente curiosidad.
Robby no respondió de inmediato. En lugar de eso, se inclinó hacia ella, atrapándola con la intensidad de su mirada.
—Callate.—dijo al fin, su voz grave, casi un gruñido.
Tory parpadeó, sorprendida por su tono, pero en lugar de molestarse, su sonrisa se ensanchó. Había algo en él que la atraía, esa combinación de furia contenida y deseo latente que lo hacía absolutamente irresistible.
Sin previo aviso, Robby tomó su rostro entre las manos y la besó. No hubo suavidad en el gesto, solo una intensidad cruda que le robó el aliento. Fue como si el mundo se hubiera detenido, dejando solo el roce de sus labios y el sonido de sus respiraciones entrecortadas.
Al principio, Tory se dejó llevar, pero no tardó en tomar el control. Sus manos se deslizaron hacia su cuello, enterrándose en su cabello mientras respondía con la misma pasión. Moviéndose con una confianza descarada, se subió a su regazo, rodeándolo con las piernas como si ese fuera su lugar natural.
—¿Así que esta es tu gran idea? —murmuró contra sus labios, su voz cargada de sarcasmo y provocación.
Robby soltó un leve gruñido, sus manos firmes en sus caderas mientras la mantenía en su lugar.
—Vos no te callás ni cuando deberías, ¿no? —respondió, su tono cargado de una mezcla de molestia y deseo.
—¿Y qué? ¿Te molesta? —le desafió Tory, tirando suavemente de su cabello para forzar que la mirara directamente. Su sonrisa era peligrosa, casi triunfante, como si disfrutara de la manera en que lo tenía atrapado.
—Me molesta, —admitió Robby, aunque el fuego en su mirada decía lo contrario. Sus manos se deslizaron por su cintura, apretándola con más fuerza. —Pero también me encanta.
Tory soltó una risa suave, inclinándose hacia él para morder su labio inferior, lo suficiente para provocarlo pero sin causar dolor.
—Sabía que eras un mentiroso.—susurró contra su boca, sus palabras cargadas de burla.
Robby la miró fijamente, sus ojos brillando con una intensidad que hizo que Tory sintiera un escalofrío recorrerle la espalda.
—¿Querés que te demuestre lo contrario? —preguntó, su voz baja y peligrosa mientras sus dedos recorrían lentamente su espalda.
—Adelante. Estoy esperando.—respondió Tory, inclinándose hacia él con una sonrisa que lo desafiaba a cumplir con sus palabras.
21:34 p.m
El aire dentro del auto seguía sofocante, impregnado de la tensión que no lograban disipar. Tory se movió con lentitud en el asiento trasero, recuperando su ropa esparcida mientras intentaba normalizar su respiración. Robby, por su parte, se quedó inmóvil en el asiento del conductor, le había gustado pero se sentía mal por lo que le hizo a su novia, mirando al frente con la mandíbula apretada, como si evitar el contacto visual con ella fuera su única prioridad.
Lo que había ocurrido en ese auto era un límite que ambos sabían que no debían cruzar. Pero lo cruzaron, y ahora no había vuelta atrás. El momento había sido visceral, inevitable. Sin embargo, la realidad había regresado con brutalidad.
El silencio se rompió cuando el celular de Robby comenzó a vibrar en la consola. Ambos se miraron, sus expresiones tensas. Él tomó el teléfono rápidamente al ver el nombre en la pantalla. Addison.
—¿No vas a contestar? —preguntó Tory, alzando una ceja, intentando sonar casual aunque su tono llevaba un tinte de ironía.
Robby hizo un gesto para que guardara silencio antes de deslizar el dedo por la pantalla y atender.
—Hola, Addy, —saludó, adoptando un tono despreocupado que no coincidía con la situación.
Tory lo observó mientras cruzaba los brazos y recostaba la espalda contra el asiento, claramente disfrutando el momento.
—¿Dónde están? —preguntó Addison, su voz sonaba ligera pero cargada de curiosidad. —Tory me dijo que iban a buscar el tuco hace como veinte minutos. Mamá está preguntando por ustedes porque ya quiere terminar la comida.
Robby cerró los ojos por un momento, buscando una excusa rápida mientras evitaba la mirada burlona de Tory.
—Sí, sí, estamos en eso. Es que nos cruzamos con un problema en el camino. La tienda estaba cerrada, así que fuimos a otra. Ya estamos volviendo.
Addison suspiró al otro lado de la línea.
—Bueno, no tarden, ¿sí? Mi mamá está diciendo que a vos te dan demasiadas libertades. No quiero que piensen que estamos colgados por tu culpa.
—Tranqui, Addy. En cinco minutos estamos ahí. —respondió Robby, apretando el puente de su nariz con dos dedos.
Cortó antes de que ella pudiera replicar algo más y dejó escapar un largo suspiro. Su mano aún temblaba ligeramente cuando dejó el teléfono sobre el tablero.
—Buen trabajo, campeón. —Tory se inclinó hacia adelante, sus ojos fijos en él mientras una sonrisa burlona curvaba sus labios. —"Nos cruzamos con un problema". Que convincente.
—Ya está, Tory. No la agrandés. —respondió Robby, sin mirarla mientras encendía el auto.
Ella lo observó con atención, buscando algún indicio de lo que él estaba sintiendo realmente. Cuando no encontró nada, decidió inclinarse hacia él, rozando su hombro con intencionalidad.
—Te estás poniendo nervioso, —susurró, acercándose para besarlo.
Robby giró el rostro justo a tiempo para evitarla, clavando los ojos en el retrovisor como si eso pudiera sacarlo de la situación.
—Apurate y acomodate, ¿querés? No quiero que sospechen nada.—dijo con frialdad.
El rechazo fue como un balde de agua helada para Tory, que se quedó congelada por un instante antes de recomponerse. La sonrisa confiada que había mantenido hasta ahora se desvaneció, dejando una expresión de frialdad que no intentó ocultar.
—Claro.—respondió, ajustándose la chaqueta y sentándose derecha. —No vaya a ser que "tu novia" se dé cuenta de lo que hacés cuando no está mirando.
Robby apretó la mandíbula, pero no respondió. Aceleró el auto y mantuvo la vista fija en el camino mientras el silencio volvía a instalarse entre ellos.
Cuando llegaron a la casa de la playa, el ambiente cálido y familiar de adentro contrastaba brutalmente con la tensión que llevaban ambos. A través de la ventana, Tory pudo ver a su madre charlando con la madre de Addison, mientras los padres de ambas trabajaban juntos en la parrilla. Addison salió a recibirlos, sonriente y despreocupada.
—¡Por fin! —dijo mientras abría la puerta del auto. —¿Encontraron todo?
—Sí, costó un poco, pero acá está.—respondió Robby, saliendo del auto y entregándole la bolsa con el tuco antes de dirigirse directamente hacia la parrilla para evitar más preguntas.
Addison miró a Tory, quien bajó del auto con una sonrisa falsa en el rostro.
—¿Qué pasó? Parecés de mal humor.
Tory ladeó la cabeza, fingiendo inocencia.
—¿Yo? Nada. Simplemente hay cosas que cansan, ¿sabés? —respondió mientras pasaba junto a su prima, dejando que sus palabras colgaran en el aire.
Sin mirar atrás, se dirigió hacia la cocina, su mente dando vueltas a lo que había pasado en el auto. Sabía que lo que habían hecho iba a complicar todo, pero no esperaba que Robby fuera tan rápido en marcar distancias.
Si él quería fingir que no significaba nada, ella no iba a ser quien lo corrigiera. Pero algo era seguro: esto no había terminado. Ni siquiera había comenzado.
Feliz navidad bbs
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