10:Casilleros

Robby

Esperé.

Sabía que no debía hacerlo, pero no pude evitarlo. Me quedé en el vestuario hasta que el lugar quedó vacío, fingiendo que buscaba algo en mi casillero. Escuché risas y pasos alejándose, las voces de Miguel y Demetri desapareciendo en el pasillo. El aire se volvió más tranquilo, casi pesado.

Y entonces la vi.

Tory salió, sola esta vez, con el cabello húmedo pegado a sus hombros y gotas de agua resbalando por su cuello. Llevaba una camiseta grande que apenas ocultaba su bikini, y el contraste entre su piel húmeda y el mármol blanco de la pared la hacía parecer irreal. Pero no había nada irreal en la forma en que mis emociones me estaban consumiendo.

No lo pensé demasiado. Quizás no lo pensé en absoluto. Mis pies se movieron antes de que mi cerebro pudiera detenerlos, y en cuestión de segundos estaba frente a ella.

—¿Keene? —preguntó, alzando una ceja, con esa mezcla de curiosidad y diversión que siempre parecía tener. Pero antes de que pudiera decir algo más, la tomé del cuello con una mano y la empujé contra la pared con firmeza.

—¿Qué estás haciendo? —le pregunté, mi voz baja pero cargada de enojo.

Ella no se resistió. Ni siquiera intentó apartarse. En cambio, su mirada se oscureció ligeramente, y una sonrisa—pequeña, apenas visible—curvó sus labios.

—¿Qué pasa? —murmuró, con un tono que era todo menos inocente—. ¿No te gustó verme con Eli?

—¿Eso es lo que estás haciendo? —espeté, apretando un poco más mi agarre, aunque no lo suficiente como para lastimarla—. ¿Jugando conmigo?

—¿Y qué si lo estoy haciendo? —respondió, inclinando la cabeza con descaro, como si todo esto fuera un juego para ella.

—No es gracioso, Victoria.

—¿Quién dijo que lo era? —replicó, levantando la barbilla para mirarme directamente a los ojos. Su piel estaba húmeda bajo mi mano, y el calor de su cuerpo parecía irradiar hacia el mío, mezclándose con el mío de manera casi peligrosa.

—¿Sabés lo que me molesta? —le dije, inclinándome un poco más hacia ella, tan cerca que podía sentir su respiración contra mi rostro—. Que hace un rato estabas coqueteando conmigo como si yo fuera el único en la sala. Y después te veo con él.

—¿Y? —preguntó, sin apartar la mirada.

—¿Y? —repetí, casi riendo por la incredulidad—. ¿Así de fácil te pasás de uno al otro?

—Oh, por favor, Robby. —dijo, rodando los ojos—. No seas tan dramático. No te debo explicaciones, ¿o sí?

—No, no me las debés, —admití, mi tono volviéndose más frío—. Pero tampoco tenés derecho a jugar conmigo.

Ella me observó por un momento, como si estuviera evaluando mis palabras, decidiendo qué respuesta me daría esta vez.

—¿Te molesta tanto, Robby? —murmuró finalmente, su tono bajando a un susurro que me puso los pelos de punta—. ¿Te molesta tanto que no puedas tener toda mi atención?

—Sí, me molesta. —confesé, sorprendiéndome a mí mismo con la brutal honestidad de mis palabras.

Tory parpadeó, y por un instante, su fachada de confianza pareció tambalearse. Pero luego sonrió, una sonrisa lenta y peligrosa.

—Que conveniente, —susurró, acercándose un poco más, aunque mi mano todavía estaba en su cuello—. Porque, para ser sincera, me gusta que te moleste.

No podía creerlo. Esta chica estaba completamente loca. Pero, lo peor de todo, es que yo no me alejé. En lugar de eso, me quedé ahí, atrapado en la intensidad de su mirada, el calor de su piel bajo mis dedos, y la forma en que su proximidad parecía borrar todo lo demás.

—¿No te parece que esto está mal? —le pregunté, mi voz más suave ahora, pero aún tensa.

—¿Qué cosa? —respondió, con esa maldita sonrisa de nuevo—. ¿Que soy la prima de tu novia? ¿O que te gusta más de lo que deberías?

Mis labios se apretaron en una línea tensa. Sabía que tenía razón. Sabía que esto estaba mal en tantos niveles, pero no podía negarlo. No podía negar lo que ella despertaba en mí.

—Esto no significa nada.—dije finalmente, más para convencerme a mí mismo que a ella.

—Claro que no.—repitió, burlándose mientras su mano subía lentamente por mi brazo—. Solo es un poco de diversión, ¿no?

No respondí. No podía. Porque, en el fondo, sabía que había algo más. Algo que ninguno de los dos estaba dispuesto a admitir. Y mientras la miraba a los ojos, me di cuenta de que estaba en el camino de la perdición.

El aire entre nosotros era espeso, cargado con una tensión tan palpable que parecía a punto de romperse. Mi mano seguía firme en su cuello, mi pulgar rozando de vez en cuando su piel húmeda, mientras ella no hacía nada por apartarse. Si acaso, sus ojos claros brillaban con algo que no podía identificar del todo. Había desafío en su mirada, pero también algo más profundo, más peligroso, algo que parecía llamarme, empujándome al borde de un precipicio del que no estaba seguro de poder volver.

Y entonces, lo hizo.

Tory se inclinó hacia adelante, moviéndose lentamente, como si quisiera prolongar ese momento. Su rostro estaba tan cerca del mío que podía sentir el calor de su aliento mezclado con el aroma del cloro que impregnaba su piel. Cuando finalmente sus labios rozaron mi pera, fue apenas un roce, pero suficiente para encender una chispa que llevaba demasiado tiempo conteniendo.

Cerré los ojos por un segundo, atrapado entre el deseo de detener todo esto y las ganas de ceder por completo. Estaba seguro de que esperaba que me apartara, que recordara lo que estaba en juego: Addison, su prima, mi novia. Pero en lugar de eso, cualquier rastro de culpa, cualquier recuerdo de Addison, se desvaneció.

Mis dedos se tensaron en su cuello, atrayéndola más cerca. Mi otra mano se movió como por instinto, encontrando su cintura. Su piel húmeda bajo mis dedos era como gasolina para el fuego que ardía en mi interior. Y entonces la besé.

Fue un beso demandante, cargado de todo lo que no había dicho, de todo lo que había reprimido. No había espacio para dudas o arrepentimientos. Y lo más sorprendente fue que Tory no se apartó. Al contrario, respondió con la misma intensidad. Sus manos subieron por mi pecho, deteniéndose en mi nuca, enredándose en mi cabello mientras yo la sujetaba como si temiera que fuera a desaparecer.

El mundo dejó de existir. No había Addison, ni Eli, ni siquiera el maldito vestuario de la escuela. Solo estábamos Tory y yo, perdiéndonos en algo que ninguno de los dos parecía capaz de controlar.

Cuando finalmente nos separamos, ambos respirábamos con dificultad. Mis manos seguían aferradas a su cuerpo, como si soltarla significara perder algo más grande que no podía entender.

—Bueno... eso fue... —murmuró Tory, rompiendo el silencio, su voz ronca y cargada de ironía— inesperado.

La miré, todavía tratando de recomponerme. Su cabello goteaba agua, sus labios estaban ligeramente hinchados, y esa maldita sonrisa estaba ahí, jugueteando con mi paciencia.

Tory se mostró provocativa conmigo desde el momento en que el beso terminó. Y yo, a pesar de saber que todo esto estaba mal, no pude dar un paso atrás. Todo en ella me llamaba como una droga que no podía dejar.

—¿Inesperado? —repetí, aún tratando de recuperar la respiración. Mis manos seguían en su cuello y cintura, incapaces de soltarse.

—Sí, inesperado, —repitió, ladeando la cabeza con esa sonrisa arrogante que parecía diseñada para volarme la cabeza—. Aunque, ahora que lo pienso, no sé por qué me sorprende. Siempre supe que debajo de esa fachada de chico bueno, tenías algo más... intenso.

—¿Fachada? —solté, arqueando una ceja mientras mi agarre en su cintura se apretaba un poco. Mi voz salió baja, casi un gruñido.

—Ajá...—dijo ella, con un tono burlón mientras deslizaba las yemas de sus dedos por mi pecho mojado—.Fingís que sos todo noble y recto, pero mirate, Robby. Tenés a tu novia en casa, mi prima, y acá estás, besándome en un vestuario vacío.

—Y vos no te alejaste. —le solté, sintiendo cómo la rabia mezclada con deseo se acumulaba en mi pecho.

—¿Por qué lo haría? —replicó, inclinando un poco la cabeza hacia atrás, desafiándome. Sus labios todavía brillaban, húmedos, y cada palabra suya parecía una invitación que no podía ignorar—. Admitilo, Keene, te gusta que te provoque.

—¿Provocarme? —mis labios se curvaron en una sonrisa amarga mientras la sujetaba más fuerte, acercándola tanto que no había espacio entre nosotros—. ¿Así le llamás a esto?A jugar con la cabeza de los demás.

—¿Te molesta? —preguntó, sus dedos ahora dibujando pequeños círculos en mi pecho, su tono burlón pero cargado de algo más profundo.

—No lo suficiente como para detenerme...—Confesé antes de poder pensarlo.

Su sonrisa se amplió, y en lugar de retroceder o mostrar algún rastro de culpa, se inclinó hacia mí, sus labios peligrosamente cerca de mi oído.

—Eso pensé...—susurró.

El calor de su voz hizo que mi mandíbula se tensara. ¿Cómo lograba meterse en mi cabeza tan rápido? Sentía que perdía el control, y eso era algo que odiaba. Pero al mismo tiempo, no quería recuperar el control, no mientras ella estuviera asi, tan cerca.

—¿Qué querés de mí, Tory? —pregunté finali te, mi voz más grave de lo que pensaba—.

—¿Yo? —respondió, fingiendo inocencia mientras sus manos bajaban lentamente por mis costados—. Nada, Robby. Solo estoy disfrutando el momento. Vos sos el que parece no poder decidir lo que quiere.

—No jugués conmigo, Tory...—le advertí, aunque mi tono no sonaba tan convincente como hubiera querido.

—¿Y si sos vos el que está jugando conmigo? —replicó, sus ojos fijos en los míos, llenos de un fuego que hacía difícil pensar con claridad.—
Tal vez te gusta la idea de romper las reglas. De cruzar esa línea.

Me quedé en silencio, porque sabía que tenía razón. Cada palabra que decía golpeaba directamente en algo que había intentado reprimir desde el momento que la vi por primera vez en aquel torneo.

—Entonces, ¿qué hacemos ahora?.—Murmuré, sin soltarla.

Tory sonrió de nuevo, esta vez con un aire más suave, aunque igual de desafiante. Se inclinó hacia mí, sus labios rozando los míos apenas, provocándome.

—Eso depende de vos, Keene.—susurró—. Pero tené cuidado. No siempre hay vuelta atrás.

Y ahí estaba otra vez. Esa sensación de que estaba cayendo en picada, de que no había forma de salir de esto sin perder algo.
Mis manos la aferraron con más fuerza, incapaces de soltarla, mientras mi mente luchaba por decidir si seguir adelante o retroceder. Pero lo único que sabía con certeza era que, por más mal que estuviera todo esto, Victoria Nichols era imposible de ignorar.

El eco de pasos en el vestuario vacío rompió el aire pesado que nos envolvía. Mi instinto inicial fue ignorarlo, pero entonces escuché una voz que me hizo tensarme de inmediato.

—¿Tory? ¿Estás acá? —Eli.

Fruncí el ceño. ¿Qué demonios hacía ese tipo buscándola? Algo dentro de mí, un impulso primitivo y casi irracional, me hizo apretar la mandíbula. Era ridículo, pero la idea de que Eli estuviera rondando detrás de Tory después de lo que acababa de pasar entre nosotros me encendía.

—¿Qué hace ese idiota llamándote? —susurré, bajando la voz mientras la miraba a los ojos.

Tory no pareció inmutarse. De hecho, parecía divertirse con mi reacción. Su sonrisa volvió, esa maldita sonrisa que me volvía loco.

—¿Qué importa? —respondió, encogiéndose de hombros, pero sus ojos brillaban con una chispa de provocación.

—¿Qué importa? —repetí en voz baja, sin creer lo tranquila que estaba mientras Eli seguía llamándola—. ¿Vas a contestarle o vamos a seguir acá?

—Eso depende, —dijo ella, inclinándose un poco hacia mí, como si no estuviera preocupada en lo más mínimo por los pasos que se acercaban—. ¿Te molesta que me esté buscando?

No respondí. No quería darle la satisfacción de saber que, sí, me molestaba. Y mucho. Sin embargo, mis acciones hablaron por mí. Sin pensarlo demasiado, agarré su mano con firmeza.

—Venite, —le dije.

—¿Qué estás haciendo, Keene? —preguntó, aunque no parecía tener intención de resistirse.

La llevé conmigo hacia los casilleros, moviéndonos en silencio mientras los pasos de Eli seguían resonando por el vestuario. Mi mente estaba funcionando a toda velocidad. No sabía exactamente qué estaba haciendo, pero lo único que tenía claro era que no iba a dejar que Eli nos encontrara juntos.

Cuando llegamos a uno de los casilleros abiertos, lo empujé con suavidad para que entrara y me metí detrás de ella, cerrando la puerta detrás de nosotros.

—¿Estás loco? —susurró Tory, aunque no sonaba molesta. Había más sorpresa que otra cosa en su tono, y sus ojos brillaban con algo que reconocí de inmediato: emoción.

El espacio era estrecho, apenas había lugar para movernos, y el aire se volvió aún más denso. Pude sentir su respiración contra mi cuello, su cuerpo pegado al mío debido a la falta de espacio.

—Callate, o nos va a encontrar, —le dije, mi voz apenas un murmullo.

—¿Y qué si nos encuentra? —preguntó ella, con esa sonrisa juguetona que parecía no desaparecer nunca—. ¿Acaso te molesta que piense cosas?

—Me molesta que estés tan tranquila mientras ese idiota te busca, —repliqué, sin poder evitarlo.

—Ah, ¿entonces te importa? —respondió, levantando una ceja mientras su mirada se clavaba en la mía.

No contesté. No había necesidad. El espacio reducido, la cercanía, el calor de su cuerpo contra el mío... todo eso me estaba afectando de una manera que no podía ignorar.

—Keene, si querías estar solo conmigo, solo tenías que pedirlo, —susurró, sus labios tan cerca de los míos que sentía su aliento.

—¿Ah, sí? ¿Y qué hubieras dicho? —repliqué, mis manos instintivamente agarrándola por la cintura para estabilizarme en el espacio reducido.

Ella no respondió con palabras. En cambio, inclinó su cabeza y dejó un beso suave en mi mandíbula, igual que había hecho antes. Solo que esta vez, no pude contenerme.

Con un movimiento rápido, la sostuve con más firmeza y la besé. Fue intenso, casi desesperado. Mis manos la agarraron por la cintura, pegándola aún más a mí, mientras su espalda chocaba contra el metal del casillero. Tory respondió de inmediato, sus manos subiendo hasta enredarse en mi cabello, tirando con suavidad mientras sus labios se movían contra los míos con una intensidad que igualaba la mía.

El sonido de los pasos de Eli se detuvo justo afuera. Podía oír su respiración, su voz llamándola de nuevo.

—¡Tory! ¿Qué carajo estás haciendo? —dijo, frustrado.

Sentí una oleada de adrenalina recorrerme. Mi mente sabía que esto estaba mal, pero mi cuerpo no podía resistirse. El espacio reducido del casillero, su cuerpo pegado al mío, sus labios buscando los míos con tanta necesidad... Todo me volvía loco.

—¿Escuchaste eso? —susurró Tory, su voz cargada de provocación.

—Sí, y no me importa —respondí, sin poder evitar que una sonrisa cargada de desafío se formara en mis labios.

Ella soltó una pequeña risa, sus dedos deslizándose por mi cuello hasta enredarse en mi cabello.

—¿Te gusta esto? —susurró, su aliento chocando contra mis labios—. ¿La adrenalina? ¿El saber qué Eli podría abrir este casillero en cualquier momento?

—¿Eso es lo que te divierte? —repliqué, mi voz baja y grave—. ¿Hacerme perder la cabeza?

Tory no respondió con palabras. En cambio, sus labios buscaron los míos otra vez, esta vez con más intensidad. Sus manos se aferraron a mis hombros mientras yo la sostenía firmemente por la cintura, pegándola completamente contra mí. Su espalda chocó contra el metal del casillero, y el sonido apenas amortiguado me recordó lo cerca que estábamos de ser descubiertos.

—Keene, si seguís así, Eli va a oírnos. —murmuró Tory contra mis labios, aunque no hizo ningún intento de detenerme.

—Que escuche. —gruñí, llevando una de mis manos a su cuello, acariciándolo suavemente antes de inclinarme hacia su oído—. Capaz así entiende que no tiene nada que hacer buscándote.

Ella jadeó suavemente, y sentí cómo sus uñas se clavaban ligeramente en mis hombros.

—¿Estás celoso? —preguntó, su voz cargada de diversión.

—No estoy celoso. —mentí, mi tono desafiante mientras presionaba un beso en la curva de su cuello.

—Claro que lo estás, —susurró, inclinando la cabeza para darme más acceso mientras sus labios rozaban mi oreja—. Te molesta que Eli me busque, que diga mi nombre, que me quiera.

—Tory, no me importa lo que Eli quiera, —respondí, mi voz baja y controlada mientras deslizaba mis labios por su cuello hasta volver a sus labios—. Lo que me importa es que vos estás acá conmigo.

Ella dejó escapar una risa suave, cargada de esa maldita confianza que siempre parecía tener.

—Entonces demostralo.

No necesitó decirlo dos veces. La besé con más fuerza, mi cuerpo presionándola aún más contra el metal del casillero. El espacio era tan reducido que apenas podía moverme, pero eso solo intensificaba cada roce, cada contacto. Mis manos bajaron por su espalda, acariciando cada curva mientras ella se aferraba a mí como si no quisiera soltarse nunca.

Afuera, escuché a Eli suspirar.

—¡Tory, si no querés hablar, decilo de una vez! —gritó, claramente frustrado.

El eco de los pasos de Eli comenzó a desvanecerse, pero la tensión en el casillero seguía siendo insoportable, en el mejor de los sentidos. Cada respiración que compartíamos era como un desafío silencioso, y Tory no parecía dispuesta a ceder.

Mis manos todavía estaban en su cintura, mis dedos apretando con firmeza como si temiera que pudiera escapar. Sus ojos seguían fijos en los míos, esa chispa burlona mezclada con algo más, algo que no podía definir.

—¿Lo escuchaste? —preguntó en un susurro, aunque su tono tenía un tinte provocador—. Creo que se rindió.

—No fue suficiente para él, —murmuré, sin soltarla—. Lo quería más cerca, ¿no?

Tory soltó una pequeña risa, su sonrisa tan descarada como siempre.

—No sé de qué hablás, Keene.—dijo, aunque su mirada me desafiaba a seguir.

—Sabés exactamente de qué hablo, Tory, —respondí, inclinándome un poco hacia ella, mi voz baja y controlada—. Esto te divierte, ¿verdad? El juego, el drama, la atención.

Ella alzó una ceja, como si mi acusación no le afectara en absoluto.

—¿Y a vos no? —replicó, su tono ligero pero cargado de significado—. Admitilo, Robby. Te encanta esto.

No pude evitar una sonrisa ladeada. Tory siempre sabía cómo retarme, cómo sacar esa parte de mí que quería dominarla, que quería ganar, incluso en un juego que no entendía del todo.

—¿Sabés qué me encanta? —dije, bajando mi voz mientras mi rostro se acercaba al suyo, nuestras narices casi rozándose—. Que no podés resistirte.

Ella abrió ligeramente la boca, como si estuviera a punto de responder, pero no le di tiempo. Cerré el espacio entre nosotros y la besé de nuevo, esta vez con más intensidad, como si intentara dejar claro quién estaba al mando.

Tory no se quedó atrás. Sus manos volvieron a mi cabello, tirando con fuerza mientras su cuerpo se movía instintivamente contra el mío, respondiendo a cada uno de mis movimientos. El casillero era pequeño, pero eso solo hacía que cada roce, cada toque, se sintiera más eléctrico.

—Robby, —susurró contra mis labios, su voz entrecortada por la falta de aire—. Si seguimos así...

—¿Qué? —la interrumpí, sin dejar de besarla, mi mano subiendo desde su cintura hasta su rostro, sosteniéndola con firmeza—. ¿Te preocupa que nos encuentren?

Ella soltó una risa suave, pero había algo más en su mirada ahora, algo que me hizo apretar mi agarre un poco más.

—No.—murmuró, su tono desafiante—. Me preocupa que vos no puedas manejarlo.

Me detuve por un segundo, mirándola fijamente. Tory siempre tenía una respuesta, siempre sabía cómo mantener el control. Pero no esta vez.

—¿Manejarlo? —repetí, mi voz grave mientras deslizaba mi mano hacia su cuello, sosteniéndola con una suavidad que contrastaba con mi tono—. Tory, no tenés idea de lo que puedo manejar.

Sus ojos se oscurecieron, y por un momento, pensé que iba a responder. Pero en lugar de eso, simplemente me beso.

El beso de Tory cambió, y con él, también lo hizo el ambiente. Ya no era solo la adrenalina del momento o el desafío implícito de que Eli pudiera encontrarnos. Había algo más profundo, algo que ella transmitía con cada roce de sus labios contra los míos. Era como si me estuviera mostrando una parte de ella que no solía dejar ver, pero sin perder esa actitud descarada que me volvía loco.

Mis manos todavía estaban en su cintura, y aunque el espacio del casillero era limitado, mi necesidad de acercarla más parecía no tener fin. Tory inclinó su cabeza ligeramente, lo suficiente para que nuestras respiraciones se entremezclaran mientras me miraba directamente a los ojos.

—¿Y ahora qué? —murmuró, su tono suave pero con un dejo de desafío.

—¿Ahora qué? —repetí, arqueando una ceja mientras una sonrisa se formaba en mis labios—. ¿Sos vos la que siempre tiene el plan, no?

Ella rió, un sonido bajo y cargado de esa confianza que siempre parecía tener.

—Tal vez solo quería ver qué tan lejos llegarías, Keene, —respondió, moviendo sus manos hasta mi pecho, jugando con el borde de mi camiseta—. Y parece que bastante lejos.

—¿Ah, sí? —susurré, inclinándome un poco más hacia ella hasta que mi nariz rozó la suya—. ¿Y qué te hace pensar que ya llegué a mi límite?

Tory no respondió de inmediato. En cambio, sus dedos se deslizaron lentamente hacia la cadena que llevaba colgada, tirando suavemente de ella mientras su mirada permanecía fija en la mía.

—No me hagas preguntas si no querés la respuesta, Robby, —dijo con una sonrisa pícara, su tono un susurro cargado de intención.

Mis manos subieron desde su cintura hasta su rostro, sosteniéndola con firmeza pero sin apretar demasiado. Podía sentir su respiración acelerada, y la forma en que sus labios apenas se movían cuando hablaba me tenía al borde.

—¿Quién dijo que no quiero la respuesta? —repliqué, mi voz baja y controlada mientras mis pulgares acariciaban suavemente su mandíbula.

Ella parecía dispuesta a responder, pero antes de que pudiera decir algo, la interrumpí con otro beso. Este fue más lento, más profundo, como si quisiera asegurarme de que entendiera que no iba a dejar que ganara tan fácilmente. Tory respondió de inmediato, su cuerpo relajándose contra el mío mientras sus manos seguían jugando con el borde de mi camiseta.

Afuera, el silencio era abrumador. Eli ya no estaba, pero la posibilidad de que alguien más pudiera entrar en cualquier momento solo hacía que todo se sintiera más intenso.

—Robby, —murmuró Tory contra mis labios, su tono casi inaudible—. Creo que deberíamos...

—¿Qué? —pregunté, deteniéndome justo antes de besarla de nuevo, aunque mis manos no se apartaron de su rostro—. ¿Irnos?

Ella rió suavemente, negando con la cabeza.

—No, eso no, —respondió, y la chispa en sus ojos volvió a brillar—. Pero tal vez deberíamos salir de este casillero antes de que alguien decida abrirlo.

Miré alrededor del espacio reducido, como si apenas ahora fuera consciente de dónde estábamos. Tenía razón, claro, pero parte de mí no quería moverme. No todavía.

—No creo que nadie se anime a abrirlo, —respondí con una sonrisa ladeada—. Pero si querés salir...

—¿Y dejarte ganar tan fácil? —preguntó, arqueando una ceja.

Cuando finalmente salimos del casillero, no pude evitar sentir cómo una mezcla de emociones se apoderaba de mí. Por un lado, había una especie de alivio. El aire dentro de ese espacio reducido se había vuelto sofocante, aunque no del todo desagradable. Por otro lado, la forma en que Tory salió primero, con esa sonrisa pícara y confiada, me dejó claro que yo estaba mucho más afectado que ella.

—¿Te divertiste, Keene? —preguntó mientras acomodaba su chaqueta, sin siquiera mirarme directamente. Su tono era ligero, casi casual, pero yo sabía que no había nada casual en lo que acababa de pasar.

—¿Vos qué pensás? —respondí, cruzándome de brazos mientras trataba de no dejar que mi voz temblara.

Ella se giró para mirarme, esa chispa en sus ojos todavía ahí, como si todo lo que había pasado en el casillero no fuera más que un juego para ella. Esa actitud suya... me volvía loco.

—Creo que te gusta más de lo que estás dispuesto a admitir, —dijo, inclinando la cabeza con una sonrisa burlona.

No respondí. No porque no tuviera nada que decir, sino porque sabía que cualquier cosa que dijera la haría ganar esta conversación, como siempre. Tory tenía una habilidad única para dar vuelta cualquier situación, para hacerme sentir que siempre iba un paso adelante.

Ella dio un paso hacia mí, y mi cuerpo automáticamente se tensó.

—Tranquilo, Keene, —murmuró, poniéndome una mano en el pecho—. No voy a contárselo a nadie.

—¿Y qué te hace pensar que me importa eso? —repliqué, aunque la forma en que mi voz sonó un poco más grave de lo normal me traicionó.

Tory rió, esa risa suave que me hacía cuestionar si estaba burlándose de mí o disfrutando de verdad el momento.

—Mañana nos vamos a la casa de playa, ¿te acordás? —dijo de repente, cambiando de tema como si nada hubiera pasado.

Parpadeé, un poco descolocado por el giro inesperado de la conversación.

—¿Qué casa de playa?

Ella alzó una ceja, como si la respuesta fuera obvia.

—Los padres de Addison organizaron todo. ¿No te dijo tu novia?

Ahí estaba. Esa palabra: novia. No era que no quisiera que Tory me lo recordara, pero la forma en que lo dijo, con esa sonrisa apenas contenida, me hizo sentir como si estuviera probando algo.

—Claro que me dijo, —mentí, aunque sabía que mi tono me delataba—. ¿Vos vas a ir?

—Obvio, —respondió, dando un paso hacia atrás y apoyándose contra el banco más cercano—. ¿Qué sería un viaje sin mí?

Rodé los ojos, pero la verdad era que me preocupaba. La idea de pasar varios días juntos, bajo el mismo techo, después de lo que acababa de pasar, me ponía los nervios de punta.

—Bueno, asegurate de no llevar a Eli, —solté sin pensar, mi voz sonando más firme de lo que esperaba.

Tory arqueó una ceja, claramente sorprendida, pero también divertida.

—¿Por qué no llevaría a Eli? —preguntó, su sonrisa volviendo mientras cruzaba los brazos—. Es mi amigo.

Me mordí la lengua para no decir algo que después pudiera lamentar, pero mi expresión debía decirlo todo porque Tory se acercó de nuevo, mirándome con esa mezcla de burla y curiosidad.

—No me digas que estás celoso, Keene, —murmuró, inclinando la cabeza hacia un lado—. ¿O sí?

—No es eso, —dije rápidamente, aunque mi tono no sonó muy convincente—. Es que ya lo tuvimos molestando todo el día, y no quiero que arruine el viaje.

Ella rió de nuevo, esa risa ligera que parecía tener el poder de desarmarme.

—Ah, claro. No querés que arruine el viaje, —repitió, como si no me creyera en lo más mínimo—. Pues adiviná qué, Robby. Claramente voy a llevarlo.

Abrí la boca para protestar, pero ella levantó una mano para detenerme.

—Y antes de que digas algo, relájate. Eli sabe cómo comportarse, —agregó, aunque la sonrisa que seguía en su rostro me decía que no estaba siendo del todo sincera—. Bueno, más o menos.

Suspiré, llevándome una mano al cabello mientras intentaba mantener la calma.

—Tory, no es solo por eso.

—Ah, ¿no? —interrumpió, alzando una ceja—. Entonces, ¿por qué es, Robby?

La forma en que dijo mi nombre, lenta y deliberada, hizo que mi piel se erizara. Negué con la cabeza, decidiendo que no valía la pena discutir.

—Olvidalo.—dije, dándome la vuelta para empezar a caminar hacia la salida.

Pero antes de que pudiera irme, la escuché llamarme:

—¡Robby!

Me detuve, aunque no me giré de inmediato.

—Nos vemos mañana, —dijo con esa voz ligera que siempre usaba para desarmarme—. Va a ser divertido.

No respondí. Simplemente asentí y seguí caminando, aunque mi mente no dejaba de imaginar cómo iba a manejar la tensión que claramente habría entre nosotros. Porque si algo estaba claro, era que mirar a Tory después de esto sería inevitablemente complicado.

Cuando salí del vestuario, me sentí nervioso y extrañamente emocionado. Sabía que el viaje iba a ser cualquier cosa menos tranquilo, especialmente si Tory seguía empeñada en hacerme perder la cabeza. Y lo peor de todo era que parte de mí lo estaba esperando con ganas.

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