08:Entrenamiento

Sabado 15:10 p.m

El sol me quemaba la piel, pero apenas lo sentía. Estaba más ocupada mirando el movimiento suave del vino blanco en mi copa, viendo cómo el líquido cristalino atrapaba los rayos del sol, reflejando destellos que no hacían más que irritarme. Un ruido de risas me distrajo por un momento. Sus risas. Mis ojos, casi por instinto, se desviaron hacia la piscina.

Allí estaba Robby, el centro de mi tormento personal desde hacía meses. Y claro, no estaba solo. Addison estaba con él, aferrada a su cuello como si fuera su tabla de salvación, pero yo sabía que él era el que realmente controlaba todo. La forma en que la levantaba en el aire, como si no pesara nada, y el modo en que la hacía reír mientras el agua salpicaba a su alrededor... Era repugnante.

No, espera. No repugnante. Eso era una mentira. Era todo lo contrario, y eso era lo que más me enojaba.

Dejé escapar un refunfuño bajo mientras llevaba la copa a mis labios y tomaba un sorbo más grande de lo necesario. Sentí el sabor ácido y refrescante del vino deslizarse por mi garganta, pero no logró calmar la tormenta que tenía en la cabeza. ¿Desde cuándo me había vuelto una puberta hormonal que se dedicaba a observar y refunfuñar como si tuviera quince años?

No podía evitarlo. Mis ojos seguían regresando a él, a su cuerpo perfecto, mojado y brillante bajo el sol. Robby tenía esa maldita sonrisa en el rostro, esa mezcla de confianza y diversión que siempre lograba desarmarme, aunque yo jamás lo admitiría. Su cabello mojado caía en mechones desordenados sobre su frente, y sus movimientos eran tan seguros, tan... Ugh, odiaba pensar en esto.

Addison, por otro lado, estaba tan radiante como siempre. Su cabello oscuro recogido en un moño deshecho, sus carcajadas que parecían más ensayadas que naturales, y ese aire de chica perfecta que siempre me sacaba de quicio. No es que tuviera algo contra ella... Bueno, tal vez sí. Pero no por ser quien era. Lo que me molestaba era que estaba allí, con él, en ese momento.

—Patético, Tory, —murmuré para mí misma, pasando una mano por mi cabello rubio y dejándolo caer sobre mi hombro. Estaba enredado por el calor y la humedad, pero no me importó. No iba a moverme para arreglarlo. Simplemente tomé otro sorbo de vino y me hundí más en la reposera, hastiada del espectáculo frente a mí.

Era un maldito cliché, ¿no? La chica rubia y malhumorada con una copa de vino, mirando con resentimiento cómo el chico que no podía sacarse de la cabeza jugaba con otra. ¿Desde cuándo me había convertido en esto? Desde que mi vida empezó a parecerse más a una telenovela barata, claramente.

Me puse los lentes de sol para intentar bloquear algo de la luz, pero, en realidad, solo quería esconderme. No quería que nadie, especialmente Robby, notara cómo lo miraba. Porque aunque él estuviera ocupado besando a Addison y levantándola como si fuera una pluma, sabía que tenía esa maldita habilidad para darse cuenta de todo.

Y eso era lo peor de todo.

No podía decidir si estaba más molesta con él, con Addison, o conmigo misma.

El vino seguía fresco y amargo en mi boca mientras volvía a deslizar la mirada hacia la piscina, como si no pudiera evitarlo. Robby había cargado a Addison una vez más, levantándola por la cintura como si no pesara nada. Ella chillaba como una niña, aunque más de la mitad del chillido seguramente era actuación. Luego, con un movimiento exagerado, Robby la soltó y la dejó caer al agua, y Addison salió a la superficie sacudiéndose el cabello como si estuviera en un comercial de Shampoo.

—¡Robby! —chilló ella, dándole un empujón en el hombro cuando llegó nadando hacia él. Pero luego sonrió, y todo terminó con un beso lento, de esos que se daban las parejas que no tenían ni una pizca de vergüenza en público.

Refunfuñé por lo bajo y me terminé lo que quedaba de vino, dejando la copa a un lado de la reposera con un golpe seco. No tenía sentido quedarme mirando, pero mis ojos parecían no entenderlo.

"¿Qué demonios tiene Addison?", pensé, mientras me recostaba y pasaba una mano por mi cabello, apartándolo de mi rostro. Claro, ella era bonita, no lo iba a negar. Tenía esos rasgos dulces, el cabello largo y castaño que siempre parecía perfectamente peinado, y un cuerpo delgado que parecía haber salido de un catálogo de ropa de verano. Pero, ¿era tan espectacular como para tener a Robby detrás de ella? No lo creía.

Porque, siendo honesta, yo era mejor.

Lo sabía, no era cuestión de arrogancia, era un hecho. Yo era atlética, entrenaba todos los días, tenía una fuerza y disciplina que la mayoría de las chicas como Addison nunca soñarían en tener. Sabía defenderme, sabía competir. Tenía ese tipo de confianza que no se compraba en una boutique ni se ganaba con cumplidos baratos. Y físicamente... bueno, tampoco me faltaba nada. Mi cabello rubio, mi piel perfecta, mis ojos expresivos. Lo sabía. Era hermosa, y podía ser mucho más si me lo proponía.

Entonces, ¿por qué Robby no lo veía? ¿Era ciego o simplemente estúpido? Probablemente las dos cosas.

Solté una carcajada amarga al imaginarlo cumpliendo cada capricho de Addison. Seguro que ella le pedía cosas ridículas: "Robby, consígueme esa bebida que vi en TikTok", "Robby, quiero que me tomes una foto aquí, pero desde este ángulo", "Robby, cómprame esta cartera". Él, con esa paciencia que a veces era irritante, seguro que lo hacía.

Por un momento, me dio un poco de pena. ¿En qué momento se había convertido en eso? Porque la versión de Robby que yo conocía —o creía conocer— era fuerte, decidido, alguien que nunca dejaba que lo pisotearan.

Moví la cabeza, intentando sacarlo de mi mente, pero no funcionó. Porque ahí estaba la gran verdad: no entendía por qué de entre todos los chicos del mundo, de entre todos los que podía elegir, había terminado obsesionándome con él. El único que no podía tener.

—Que idiota que soy, —murmuré para mí misma, agarrando la copa y balanceándola entre los dedos.

—¿Qué dijiste? —Una voz me sacó de mis pensamientos, y levanté la mirada para encontrarme con Eli. Estaba parado a un lado de mi reposera, con una botella de cerveza en la mano y una ceja levantada.

—Nada que te importe. —respondí, usando su apodo con una pizca de sarcasmo.

Él sonrió con esa sonrisa burlona que siempre me ponía los nervios de punta, pero que, en el fondo, sabía que no era del todo molesta.

—Estás mirando a la piscina como si quisieras lanzarle un ladrillo a alguien.—comentó, sentándose en la reposera de al lado sin que lo invitara. Se inclinó hacia mí, bajando la voz como si estuviéramos conspirando—. Déjame adivinar... ¿Addison o Robby?

Rodé los ojos, pero no pude evitar que una pequeña sonrisa tironeara mis labios. Eli tenía una forma extraña de leerte como un libro abierto, y aunque me molestaba, a veces también era reconfortante.

—Ambos, probablemente, —admití después de un momento.

Eli soltó una carcajada.

—Me lo imaginé. Aunque, siendo honesto, creo que Addison gana. Tiene ese talento especial para hacer que cualquiera quiera perder la paciencia con ella.

No pude evitar reír.

—Por fin algo en lo que estamos de acuerdo.

Eli tomó un sorbo de su cerveza y se recostó, mirándome de reojo.

—¿Y cuál es el problema con aquel? —preguntó casualmente, como si no estuviera adentrándose en terreno peligroso.

Suspiré, sabiendo que no iba a dejarme en paz hasta que dijera algo.

—Nada, solo... me parece absurdo. Addison es linda, pero no es gran cosa.

Eli arqueó una ceja, claramente interesado en el tema.

—Nunca pensé que usarías esas palabras para describir a tu prima amada. —Su tono era burlón, pero había un dejo de curiosidad que me hizo sentir incómoda.

—No puedo evitarlo —respondí, cruzándome de brazos—. Mira cómo se ríe de todo lo que ella dice, cómo le sigue el juego, cómo la carga y la suelta en la piscina como si estuvieran en un maldito comercial de vacaciones perfectas.

Eli dejó escapar un silbido bajo, inclinándose un poco más hacia mí.

—Tory Nichols está celosa. Esto es oro puro.

Lo fulminé con la mirada.

—¡No estoy celosa!

—Claro que no, —respondió él con una sonrisa irónica, tomando otro sorbo de su cerveza—. Solo estás sentada aquí, tomando vino como una viuda rica y quejándote de Robby y Addison mientras los miras fijamente. Nada de celos.

—Cállate, Halcón —murmuré, pero sabía que estaba perdiendo terreno. Mi tono carecía de la fuerza que solía tener cuando le hablaba.

Él se encogió de hombros, claramente divirtiéndose a mi costa.

—No tiene nada de malo estar celosa, ¿sabes? Es natural. Aunque, siendo honesto, Addison no es competencia para ti.

Eso me tomó por sorpresa, y giré mi cabeza para mirarlo directamente.

—¿Qué?

Eli puso los ojos en blanco, como si fuera obvio.

—Vamos, Tory. Tienes que saberlo. Addison podrá ser linda, pero tú... eres un nivel completamente diferente.

No sabía si era el vino, el sol o simplemente el hecho de que Eli acabara de decir algo amable sin hacerlo sonar como una burla, pero por un momento me quedé en silencio.

—¿Estás intentando levantarme el ánimo o simplemente te gusta oírte hablar? —pregunté finalmente, tratando de recuperar algo de control en la conversación.

—Un poco de ambas...—respondió con una sonrisa torcida.

Negué con la cabeza, aunque una pequeña parte de mí estaba agradecida.

—De todos modos, no importa. Robby parece estar perfectamente feliz con Addison, por más que yo no lo entienda.

Eli soltó una carcajada, larga y ruidosa, que me hizo fruncir el ceño.

—¿Qué es tan gracioso?

—Tú, —respondió, señalándome con la botella—. Es obvio que no estás acostumbrada a esto.

—¿A qué?

—A no ser la chica por la que el chico pierde la cabeza.

Lo miré fijamente, sintiendo que había tocado un nervio, pero no podía negarlo del todo.

—No es eso—dije finalmente, aunque mi voz sonó menos convincente de lo que quería—. Es solo que... no entiendo que ve en ella.

—Es simple, —dijo Eli, recostándose más cómodamente en la reposera—. Addison es la opción fácil. No lo reta, no lo complica, no lo obliga a ser mejor.

Esa respuesta me dejó helada.

—¿Y yo sí?

Eli me miró fijamente, y por primera vez, su sonrisa burlona se desvaneció.

—Claro que sí. No te conformas con menos, y Robby lo sabe. Con Addison, él puede relajarse y seguir el juego. Contigo... sería diferente.

Quise decir algo, cualquier cosa, pero las palabras parecían haberse atorado en mi garganta. Miré hacia la piscina nuevamente, viendo cómo Robby le pasaba un mechón de cabello mojado a Addison detrás de la oreja mientras ella reía. Parecían tan felices, tan fáciles.

—Quizás eso es lo que necesita —murmuré.

—¿Y vos? —preguntó Eli, su tono serio por primera vez en toda la conversación—. ¿Qué necesitas, Tory?

La pregunta me tomó desprevenida, y por un momento, no supe qué responder.

—No lo sé, —admití finalmente, mirando mi copa vacía—. Pero estoy segura de que no es esto.

Eli asintió lentamente, como si entendiera algo que yo no.

—Bueno, si necesitas que le dé un empujón para que deje de actuar como un idiota, avísame. Siempre estoy dispuesto a ayudar.

Solté una risa seca, sacudiendo la cabeza.

—No, gracias. Lo último que necesito es que tú te metas en esto.

—Como quieras, —dijo Eli con una sonrisa traviesa mientras se ponía de pie—. Pero si cambias de opinión, ya sabes dónde encontrarme.

Lo vi alejarse, y por un momento, me quedé en silencio, dejando que sus palabras se quedaran conmigo. ¿Qué necesitaba realmente? Y más importante aún, ¿por qué seguía mirando a alguien que claramente no podía tener?.

16:32 p.m

Me levanté de la reposera, harta de la escena frente a mí. No necesitaba más del teatro romántico de Robby y Addison, y menos cuando cada gesto suyo hacía que mi humor empeorara. Caminé hacia los sillones cerca de la barbacoa, donde mi familia charlaba animadamente con Eli. Parecía encajar perfectamente en cualquier conversación con ellos, como si siempre hubiera sido parte del panorama.

No era raro verlo en mi casa. A veces me despertaba y allí estaba, desayunando con Mathias, mi hermano. O mi madre lo invitaba a quedarse a cenar, o simplemente aparecía porque sí. A mis padres les encantaba Eli. Siempre había existido esa esperanza velada de que, en algún momento, él y yo termináramos juntos. Era como si todos, menos yo, estuvieran decididos a escribir esa historia.

Pero nunca pasó. Siempre fuimos mejores amigos. Bueno, amigos que se pasaban la vida discutiendo, burlándose uno del otro y viendo quién podía sacar de quicio al otro más rápido. Pero, aún así, amigos.

Me dejé caer en uno de los sillones, suspirando profundamente mientras agarraba la remera de Eli, que estaba tirada ahí. Sin pensar demasiado, me la puse encima y cerré los ojos, sintiendo el calor del sol todavía en mi piel. Quizás si ignoraba a todos lo suficiente, el mal humor se iría.

De fondo, escuchaba la conversación animada de mi madre y Eli.

—Eli, siempre tienes las mejores historias —dijo mi madre, riendo como si él fuera un comediante profesional—. No sé cómo no te hemos adoptado todavía.

Eli, como siempre, tenía una respuesta lista.

—Bueno, señora Nichols, la adopción suena bien, pero creo que Mathias y yo necesitaríamos más espacio. Este verano estoy aquí más que en mi propia casa.

—¡Eso es porque eres como de la familia! —dijo mi padre, con su habitual tono cálido—. Además, Tory no puede negar que te adora, aunque le cueste admitirlo.

Abrí un ojo y miré a mi padre, que me sonreía de forma cómplice. Eli también me miró, levantando una ceja con esa sonrisa de suficiencia que siempre me ponía los pelos de punta.

—¿Tory? ¿Adorarme? —Eli fingió sorpresa, llevándose una mano al pecho—. Nunca lo hubiera imaginado.

Resoplé, volviendo a cerrar los ojos.

—Soñar es gratis.

Mi respuesta solo provocó más risas, pero no tenía la energía para seguirles el juego. Mi mente estaba ocupada en otro lugar, o más específicamente, en otra persona.

Robby.

No quería pensar en él, pero la imagen de él con Addison seguía reapareciendo en mi mente, como una película que no podía detener. ¿Qué me pasaba? Siempre había tenido claro lo que quería, lo que sentía, pero últimamente parecía estar perdiendo el control.

¿Era mala persona? Esa pregunta me había estado rondando últimamente. Mis acciones, mis pensamientos... ¿eran realmente tan egoístas como parecían? Querer lo que no podía tener, desear lo que le pertenecía a otra persona, y peor aún, a mi propia prima.

Abrí los ojos, mirando hacia el cielo azul mientras la risa de mi madre llenaba el ambiente. Todo parecía tan perfecto, tan normal para todos los demás, y yo estaba aquí, cuestionándome cosas que no quería ni admitir en voz alta.

—¿En qué piensas, rubia? —La voz de Eli me sacó de mis pensamientos. Abrí los ojos y lo vi inclinado hacia mí, con esa sonrisa torcida que parecía leer mis pensamientos.

—Nada que te importe, —respondí, ajustándome la remera que ahora me cubría completamente.

Él se sentó a mi lado, ignorando mi respuesta como siempre hacía.

—Parece que te importa bastante, considerando la cara que tienes.

—¿Qué cara?

Eli me señaló con un dedo, moviéndolo en círculos frente a mi rostro.

—Esa. La cara de alguien que está planeando cómo destruir el mundo, pero que no sabe si tiene la energía para hacerlo.

Solté una risa seca.

—Eres tan dramático.

—Y tú eres tan mala mintiendo, —replicó, apoyando su codo en el respaldo del sillón mientras me miraba fijamente—. Vamos, Tory. ¿Qué pasa?

—Nada.

—Claro, nada, —dijo con sarcasmo, mirando hacia la piscina—. ¿Tiene algo que ver con el dúo dinámico allá?

No respondí, pero mi silencio fue suficiente para darle la respuesta que buscaba.

—Pensé que no te importaba lo que hiciera Robby.

—No me importa, —dije rápidamente, aunque ambos sabíamos que era mentira.

Eli dejó escapar una risa baja, inclinándose un poco más hacia mí.

—Entonces, ¿por qué tienes esa cara cada vez que lo miras?

Lo miré, queriendo lanzar alguna respuesta sarcástica, pero nada salió. ¿Qué podía decirle? ¿Que me molestaba verlo con Addison? ¿Que, por alguna razón que no entendía, Robby se había metido en mi cabeza y no podía sacarlo?

—No lo sé, Eli, —admití finalmente, dejando escapar un suspiro—. Solo... no sé.

—Bueno, ese es un gran avance. Tory Nichols, la chica que siempre tiene una respuesta para todo, finalmente no sabe algo.

Le di un golpe ligero en el brazo, pero no pude evitar sonreír un poco.

—Sos insoportable.

—Y tú eres un desastre, —respondió, apoyándose cómodamente en el sillón—. Pero hey, para eso estoy aquí, ¿no?

Lo miré de reojo, preguntándome si realmente entendía cuánto significaba tenerlo ahí, incluso cuando me volvía loca. Pero no dije nada. Simplemente cerré los ojos nuevamente, dejando que la conversación de fondo y la presencia de Eli calmaran un poco el caos en mi mente.

El aroma de la carne asada llenaba el aire mientras Zoe, la madre de Addison, terminaba de organizar los platos sobre la mesa. Era una mujer impecable, siempre perfectamente peinada y con esa sonrisa permanente que parecía más un accesorio que un gesto genuino. Todo en ella me ponía de mal humor, pero no tanto como su hija y su novio de utilería, que finalmente salieron de la piscina.

Robby, aún con el cabello húmedo y desordenado, se sentó frente a mí, al lado de Addison, que se acomodó con ese aire de superioridad que me sacaba de quicio. Yo estaba al lado de Eli, quien se limitaba a observar la escena como si se tratara de un espectáculo privado.

Zoe se sentó al lado de mi madre, con esa postura perfecta que gritaba clase alta.

—¿No es genial? —dijo Zoe, con su voz dulce y algo nasal—. Addison entró a Miyagi-Do hace unas semanas. Daniel está impresionado con lo rápido que aprende.

Mi mandíbula se tensó. Claro que ya lo sabía. Addison no había dejado de mencionarlo en cada conversación que tuvimos desde entonces. Pero escuchar a mi tía repetirlo con tanta devoción y orgullo me revolvía el estómago.

—Es cierto, —añadió Robby con una sonrisa amplia—. Addison es increíble. Aprende rápido, tiene talento, y siempre se esfuerza al máximo.

—Oh, por favor, Robby, —dijo Addison, fingiendo modestia mientras jugaba con un mechón de su cabello—. No es para tanto.

—Sí lo es, —insistió Robby, mirándola con esa intensidad que yo había visto antes, pero que ahora me hacía sentir como si alguien estuviera raspando mis nervios con papel de lija—. Estás haciendo un trabajo excelente.

Apoyé las uñas contra la madera de la mesa, presionando lo suficiente como para sentir la molestia en mis dedos. ¿Qué tenía de especial Addison? Claro, era linda y aparentemente perfecta, pero yo también era buena en karate. Mejor, incluso.

Mi madre, que siempre trataba de ser diplomática, sonrió amablemente.

—Eso suena maravilloso, Zoe. Parece que Addison ha encontrado algo en lo que brilla.

—¡Definitivamente! —exclamó Zoe, inclinándose ligeramente hacia mi madre como si estuvieran compartiendo un secreto—. Y no es solo Daniel. Samantha también está impresionada. Dicen que tiene un potencial inmenso.

Eli, sentado a mi lado, se acomodó en su silla, claramente disfrutando de mi creciente incomodidad. Lo miré de reojo, y él me devolvió la mirada, arqueando una ceja con una pequeña sonrisa burlona.

—Tory, —dijo Robby de repente, y su voz me sacó de mis pensamientos—, deberías venir a una de nuestras sesiones en Miyagi-Do. Podrías aprender mucho.

Lo miré, intentando controlar mi expresión.

—¿De verdad crees que tengo algo que aprender ahí? —respondí con un tono que intentaba sonar neutral, pero que claramente estaba cargado de sarcasmo.

Addison, siempre dispuesta a interrumpir, inclinó la cabeza hacia un lado con esa sonrisa que me resultaba insoportable.

—Bueno, Tory, tal vez podrías mejorar tu defensa. He escuchado que Miyagi-Do es muy bueno para eso.

Eli dejó escapar una risa baja, apenas audible, pero suficiente para que yo supiera que estaba disfrutando de todo esto.

—Gracias por el consejo, —dije, manteniendo mi mirada fija en Addison—. Pero creo que estoy bastante bien con lo que tengo.

—¿Seguro? —intervino Robby, con esa sonrisa arrogante que últimamente me sacaba de quicio—. Nunca está de más aprender algo nuevo.

Eli decidió unirse a la conversación, apoyándose en la mesa con esa confianza despreocupada que siempre tenía.

—Claro, Robby, porque todos quieren aprender de Miyagi-Do. ¿Qué sigue? ¿Lecciones de cómo lavar autos?

La risa de Eli hizo que Addison frunciera el ceño, pero Robby lo miró directamente, desafiándolo.

—Al menos sabemos cómo usar la técnica para algo más que solo presumir, Halcón.

—Eso lo dices porque no tienes nada que presumir. —replicó Eli con una sonrisa burlona.

Yo tuve que mirar hacia otro lado para contener una risa. Por mucho que Eli me sacara de quicio a veces, sabía exactamente cómo manejar a Robby.

Addison, por supuesto, no podía quedarse callada.

—Al menos no necesitamos intimidar a otros para sentirnos fuertes.

Eli levantó las manos, fingiendo rendirse.

—Touché, —dijo con una sonrisa, pero era evidente que no había terminado.

Zoe, claramente incómoda con la tensión, intentó cambiar de tema.

—Bueno, lo importante es que Addison está feliz. Creo que el karate realmente le ha dado confianza. ¿Verdad, cariño?

Addison asintió, mirando a Robby como si estuvieran en una película romántica.

—Sí, mamá. Me siento más fuerte, más centrada.

Yo rodé los ojos, asegurándome de que nadie lo notara. Más centrada, claro. Si por centrada se refería a ser el centro de atención de todos.

Robby, como siempre, no se dio cuenta de nada.

—Lo haces increíble, Addy. —dijo, tocando ligeramente su mano sobre la mesa.

Apreté los puños nuevamente, esta vez escondiéndolos debajo de la mesa. Eli me miró de reojo, notando mi reacción.

—¿Todo bien, Nichols? —murmuró lo suficientemente bajo como para que solo yo lo escuchara.

—Perfecto.—respondí entre dientes, aunque ambos sabíamos que no era cierto.

Eli sonrió de nuevo, inclinándose un poco más hacia mí.

—Es divertido verte tan tranquila mientras Addison y Robby tienen su momento, —dijo con un tono burlón—. ¿Sabes? Podrías hacer algo al respecto.

—¿Qué sugieres? ¿Que tire un plato?

—Sería entretenido, —admitió, riendo—. Pero no, todavía puedes superarla. Ella tiene Miyagi-Do, pero tú tienes Cobra Kai. ¿Quién crees que ganaría?

No respondí, pero sus palabras se quedaron en mi mente. Addison podía tener a Robby y sus elogios, pero yo tenía algo que ella nunca entendería. Y, tarde o temprano, iba a demostrarlo.

17:12 p.m

El sótano olía a cuero y sudor , una mezcla que siempre me había resultado reconfortante de una manera extraña. Era mi refugio, un espacio donde podía vaciar todo lo que me llenaba la cabeza. Los golpes que lanzaba al saco resonaban en el aire, un eco constante que marcaba el ritmo de mi frustración. Cada impacto era una descarga, una manera de liberar todo lo que no podía gritar frente a la mesa de almuerzo.

Addison. Robby. Zoe. Miyagi-Do. Todo giraba en mi cabeza, como un tornado que no podía detener. Mis nudillos, envueltos en vendas, empezaban a resentir los golpes, pero no me importaba. Si Addison creía que podía ganarme, estaba viviendo en un mundo de fantasía. Yo no solo entrenaba; vivía para esto. Y en este sótano, con la música resonando en mis oídos y el saco como único testigo, sentía que podía controlar al menos una parte de mi vida.

El sudor corría por mi frente, resbalando hasta mis mejillas. Mi respiración era pesada, pero no frené. Cada golpe era más fuerte que el anterior, como si con cada uno pudiera borrar la imagen de Robby sonriendo mientras hablaba de Addison. ¿Qué había visto en ella? Sí, era linda, pero tan básica. Apreté los dientes y golpeé más fuerte, como si el saco tuviera la culpa de todo.

De repente, escuché unos pasos detrás de mí. Mi cuerpo reaccionó automáticamente, tensándose. Me giré de inmediato, lista para enfrentar a quien fuera que se atreviera a interrumpirme. Pero no era mi madre ni mi padre, ni siquiera Mathias. Era Robby, con una botella de agua en la mano.

Mi primera reacción fue alzar una ceja, cruzándome de brazos. La incredulidad se reflejaba en mi rostro, aunque no dije nada de inmediato. Él, en cambio, sonrió con esa expresión que tanto me irritaba, esa que parecía decir que sabía algo que yo no.

—¿Qué haces aquí? —pregunté al fin, dejando que mi voz sonara tan fría y distante como me sentía en ese momento.

—Addison se fue a dormir la siesta, —respondió, como si fuera lo más natural del mundo. Se apoyó contra la pared, tomando un sorbo de su botella antes de continuar—. Me aburrí y pensé en ver cómo entrenabas.

Por un segundo, lo único que sentí fue confusión. ¿Robby aburrido? ¿Robby buscándome a mí para entretenerse? Era raro, considerando lo mucho que me evitaba cuando Addison estaba cerca. Pero ahí estaba, mirándome como si tuviera todo el tiempo del mundo.

—¿Ah, sí? —dije, dejando que la incredulidad se filtrara en mi tono.

Él no respondió, pero tampoco apartó la mirada. Esa actitud despreocupada suya siempre me sacaba de quicio. Si quería mirar, le iba a dar algo que valiera la pena. Sonriendo con suficiencia, giré sobre mis talones lentamente, asegurándome de que notara mi conjunto de entrenamiento: shorts ajustados y un top negro que dejaba al descubierto mi abdomen.

—Pues mira bien, —le dije, con un tono que rozaba lo provocador—. Quizás así aprendas algo.

Noté cómo sus ojos se deslizaron, aunque intentó disimularlo. Su mirada recorrió mi cuerpo rápidamente antes de volver a mi rostro, pero ya era demasiado tarde. Lo había visto.

—No tengo nada que aprender de Cobra Kai, —respondió, recuperando su compostura con una sonrisa arrogante—. Y mucho menos de ti.

Rodé los ojos, pero no pude evitar que un atisbo de diversión se filtrara en mi expresión. Era típico de él, siempre creyéndose superior. Pero en lugar de irritarme, me divertía. Robby siempre había tenido esa capacidad de sacarme de mis casillas y, al mismo tiempo, mantenerme intrigada.

—¿De verdad crees eso? —pregunté, inclinando ligeramente la cabeza mientras daba un paso hacia él.

—No lo creo, —corrigió, cruzando los brazos con una confianza que me irritaba y fascinaba a partes iguales—. Lo sé.

La tensión entre nosotros comenzó a llenar el aire, palpable y casi tangible. Por un momento, todo lo demás desapareció: Addison, Zoe, incluso el saco que colgaba detrás de mí. Solo estábamos Robby y yo, atrapados en un enfrentamiento silencioso que ninguno de los dos parecía dispuesto a romper.

Di un paso más cerca, quedando frente a él.

—Si eres tan bueno, —dije, bajando un poco la voz para añadir un toque de desafío—, demuéstramelo.

Robby arqueó una ceja, claramente intrigado por mis palabras.

—¿Quieres que te demuestre qué? —preguntó, su tono burlón pero curioso.

—Que eres mejor, —respondí, sosteniendo su mirada con firmeza—. Porque, sinceramente, no lo creo.

Él dejó escapar una risa baja, un sonido que, para mi sorpresa, hizo que mi corazón se acelerara un poco.

—¿Quieres pelear? —dijo finalmente, como si no pudiera creer lo que estaba escuchando.

—¿Por qué no? —respondí, dando un paso atrás mientras levantaba las manos en posición de combate—. A menos que tengas miedo.

Sus ojos brillaron con una mezcla de diversión y desafío mientras se quitaba la camiseta y la dejaba a un lado.

—¿Miedo? —repitió, con una sonrisa confiada que me hizo querer golpearlo de inmediato—. Por favor, Tory. Deberías preocuparte por ti misma.

Intenté mantener mi expresión neutral, pero era imposible ignorar lo bien que se veía sin camisa. Era algo que sabía, claro, pero nunca me había permitido detenerme a pensarlo demasiado.

Robby y yo comenzamos a movernos en círculos, midiéndonos como dos felinos a punto de atacar. Mi respiración seguía algo agitada por el entrenamiento, pero eso no iba a detenerme. Él, en cambio, parecía tan relajado que me daban ganas de darle un golpe solo para borrar esa sonrisa de suficiencia que tenía en la cara.

—Espero que no estés buscando excusas cuando pierdas.—le dije, lanzando el primer ataque, un golpe directo a su pecho que esquivó con facilidad.

—¿Excusas? —repitió, con una risita que no se molestó en disimular mientras daba un paso hacia atrás—. Deberías preocuparte más por mantenerte en pie, Tory.

Sus palabras me hicieron apretar los dientes, aunque no iba a darle el gusto de mostrármelo. Lo observé con atención, esperando a que hiciera su primer movimiento. Cuando finalmente se decidió, intentó un barrido bajo, pero lo vi venir y lo salté con facilidad, girando en el aire y lanzando una patada que apenas logró esquivar.

—¿Eso es todo lo que tienes? —preguntó, todavía con esa sonrisa maldita en la cara.

—Ni de cerca, —respondí, devolviéndole la sonrisa antes de lanzarme con un combo rápido de golpes que lo hicieron retroceder.

Él bloqueó la mayoría, pero me las arreglé para colarle un puñetazo en el costado. Fue un golpe limpio, y el ruido que hizo al recibirlo fue suficiente para hacerme soltar una pequeña risita.

—¿Te estás divirtiendo? —preguntó, enderezándose con una mano sobre su costado. Su tono era burlón, pero había una chispa de desafío en sus ojos que me decía que no iba a dejarlo así.

—Un poco, —admití, sin perder la sonrisa.

No me dio tiempo de decir más. En un abrir y cerrar de ojos, avanzó hacia mí, lanzando un golpe que apenas logré bloquear. Su fuerza me hizo retroceder un paso, pero usé el impulso para girar y tratar de derribarlo con una patada baja. Él saltó justo a tiempo y, antes de que pudiera recuperarme, cerró la distancia entre nosotros, inmovilizando uno de mis brazos con una llave rápida.

—¿Sigues divirtiéndote? —preguntó, ahora él el que reía suavemente mientras intentaba mantenerme bajo control.

—Más de lo que debería, —respondí, soltando un pequeño gruñido mientras usaba mi otra mano para liberarme. Logré girar sobre mi propio eje y apartarme, pero no sin darle un empujón en el proceso.

Ambos estábamos riendo ligeramente ahora, aunque las risas eran más de puro desafío que de diversión real. La tensión entre nosotros no hacía más que aumentar, y aunque lo intentaba, no podía ignorar cómo mi corazón latía con fuerza en mi pecho.

El siguiente intercambio de golpes fue más intenso. Cada uno de nosotros lanzaba ataques con la intención de probar algo, aunque no estaba del todo segura de qué. Robby se movía con una agilidad y precisión que me recordaban lo bueno que era en esto, pero yo no iba a dejarme intimidar. Cada vez que él bloqueaba uno de mis golpes, yo encontraba la manera de devolverle el favor, y viceversa.

En un momento, me las arreglé para lanzarle una patada giratoria que lo hizo tambalearse hacia atrás.

—¿Eso es lo mejor que tienes? —le pregunté, con una sonrisa burlona mientras me preparaba para seguir.

—No subestimes mis reservas. —respondió, enderezándose de nuevo y lanzándose hacia mí.

El enfrentamiento continuó, cada movimiento más rápido y más agresivo que el anterior. Pero entonces, ocurrió algo inesperado. Cuando intenté retroceder para esquivar uno de sus ataques, mi pie tropezó con uno de las pesas en el suelo. Todo sucedió tan rápido que no tuve tiempo de reaccionar. Perdí el equilibrio y, antes de darme cuenta, caí hacia adelante, chocando contra Robby.

Ambos terminamos en el suelo, con mi cuerpo prácticamente encima del suyo. Sentí cómo su respiración se cortaba un instante por el impacto, pero no hizo ningún movimiento para apartarme. Yo, por mi parte, estaba demasiado sorprendida como para reaccionar de inmediato.

—¿Estás bien? —preguntó finalmente, su voz baja y un poco entrecortada.

—Estoy bien...—respondí, intentando sonar casual, aunque no podía ignorar cómo nuestras respiraciones se mezclaban. Su rostro estaba tan cerca del mío que podía ver cada pequeño detalle de sus ojos, el color exacto de su iris y la manera en que se entrecerraban ligeramente mientras me miraba.

El silencio que se instaló entre nosotros era tan espeso que casi podía tocarse. Mi corazón latía con tanta fuerza que estaba segura de que él podía escucharlo. Por un momento, ninguno de los dos dijo nada, simplemente quedándonos allí, atrapados en una especie de burbuja que no parecía dispuesta a romperse.

—¿Vas a moverte? —preguntó finalmente, con una sonrisa pequeña que no lograba ocultar su incomodidad.

—Podría preguntarte lo mismo —respondí, arqueando una ceja mientras intentaba recuperar algo de control sobre la situación.

—Tú fuiste la que cayó encima de mí.—apuntó, aunque no hizo ningún esfuerzo por apartarme.

—Tú podrías haberme empujado, —respondí, dejando que un poco de provocación se filtrara en mi tono.

Robby dejó escapar una pequeña risa, y por un instante, parecía que todo se detenía de nuevo. Su mirada bajó brevemente a mis labios antes de regresar a mis ojos, y la intensidad en su expresión fue suficiente para hacer que mi respiración se acelerara aún más.

—¿Siempre eres así de terca? —preguntó finalmente, rompiendo el silencio.

—¿Siempre eres así de insoportable? —respondí, levantándome finalmente y ofreciéndole una mano para ayudarlo.

—Solo contigo, —murmuró mientras tomaba mi mano y se ponía de pie.

Sus palabras me tomaron por sorpresa, pero me las arreglé para no mostrarlo. En su lugar, simplemente lo miré mientras sacudía el polvo de mis manos.

—¿Quieres otra ronda? —pregunté, decidida a recuperar el control de la situación.

Robby sonrió de nuevo, esa maldita sonrisa que siempre parecía tener la última palabra.

—Por supuesto, —respondió, adoptando una posición de combate—. No querría que pensaras que tengo miedo.

Y ahí estaba otra vez esa chispa de desafío entre nosotros, lista para encenderse en cualquier momento.

Después de unos minutos más de golpes y esquivas, ambos terminamos en un empate técnico, si es que así se le podía llamar. No había un claro ganador, pero tampoco importaba. Estábamos demasiado cansados para continuar. Me dejé caer sobre uno de los bancos cercanos mientras Robby se apoyaba en la pared, su pecho subiendo y bajando con cada respiración.

El sótano estaba completamente en silencio, salvo por nuestros jadeos y el leve zumbido de la música de fondo. Robby agarró una botella de agua de una de las repisas y, después de beber un largo sorbo, se pasó una mano por el cabello, despeinándolo aún más. No sabía si era el cansancio o qué, pero, por un instante, mis ojos se quedaron fijos en él.

No. Basta.

Me forcé a apartar la mirada, pero era inútil. El Robby sudado y despreocupado que tenía frente a mí no ayudaba a calmar la tormenta que se formaba en mi cabeza. Su piel brillaba bajo las luces del sótano, y el movimiento despreocupado con el que bebía agua me sacó de balance. Otra vez sentí que la Tory de 15 años, la que no sabía disimular, amenazaba con aparecer.

Y, como si pudiera leerme la mente, Robby bajó la botella y me miró de reojo, con una sonrisa pequeña pero claramente provocadora.

—¿Te cansaste? —me preguntó, como si no estuviera él mismo al borde del colapso.

—¿Yo? Para nada, —respondí con falsa seguridad mientras intentaba regular mi respiración.

Robby rió suavemente, y el sonido hizo que un cosquilleo subiera por mi pecho.

—Claro que no, —dijo, apoyándose contra la pared mientras me miraba con esa mezcla de burla y curiosidad que tanto me irritaba. Su sonrisa se ensanchó un poco más antes de añadir—: Aunque, si miraras un poco menos, tal vez no te agotarías tan rápido.

—¿Perdón? —dije, sintiendo cómo la sangre subía rápidamente a mis mejillas.

—Tory, no necesitas disimular, —continuó, tomando otro sorbo de agua con una calma que me volvía loca—. Puedo sentir cómo me miras desde aquí.

Le lancé una mirada fulminante, pero el calor en mi rostro traicionaba mi intento de parecer molesta.

—Tienes un ego ridículo, Robby, —le respondí, aunque mi voz sonó menos segura de lo que esperaba.

—No es ego, —respondió, alejándose de la pared y acercándose un par de pasos hacia mí—. Es observación.

Lo odiaba. Lo odiaba por tener razón, y lo odiaba aún más porque no podía dejar de mirarlo. Sus ojos se clavaron en los míos, y por un segundo, todo en mi cabeza se detuvo.

Respiré hondo, tratando de recuperar el control, y sonreí ligeramente, cambiando el tema antes de que se diera cuenta de cuánto poder tenía en ese momento.

—No sé tú, pero mi corazón está a mil, —dije, apoyando mi espalda contra el banco y mirando al techo.

Robby arqueó una ceja, divertido.

—¿Ah, sí? —preguntó, ladeando la cabeza mientras su sonrisa se ensanchaba—. No sé si creerte.

Reí suavemente ante su comentario, dejando que la tensión se disipara un poco.

—¿No me crees? —le dije, mirándolo de reojo—. Entonces compruébalo.

No pensé mucho antes de decirlo. Fue más un desafío impulsivo, algo que salió antes de que pudiera detenerlo. Pero Robby, siendo Robby, no iba a dejar pasar la oportunidad.

Sin decir una palabra, se acercó un poco más y, con una naturalidad que me tomó completamente por sorpresa, levantó una mano y la colocó justo sobre mi pecho, a la altura de mi corazón.

Mi cuerpo se tensó automáticamente, y el calor que sentí en ese momento no tenía nada que ver con el ejercicio. Abrí los ojos de par en par, incapaz de decir nada mientras sentía el peso ligero de su mano a través de la tela de mi top. Mi corazón, como si quisiera delatarme, latía tan rápido que no había forma de ocultarlo.

—Mmm... interesante, —murmuró, inclinando un poco la cabeza mientras mantenía su mano en su lugar.

—¿Qué haces? —logré decir finalmente, aunque mi voz salió más débil de lo que pretendía.

—Comprobar, —respondió simplemente, con una sonrisa que casi parecía inocente si no fuera porque sus ojos brillaban con pura diversión.

—¿Ya terminaste? —pregunté, tratando de recuperar la compostura mientras sentía cómo mi cara se ponía de todos los colores posibles.

—No estoy seguro, —respondió, alejando lentamente su mano pero manteniéndose cerca—. Quizás debería intentarlo otra vez para estar completamente seguro.

—Ni se te ocurra, —dije rápidamente, apartándome un poco y poniéndome de pie para crear algo de espacio entre nosotros.

Él soltó una risa suave, claramente disfrutando de mi reacción.

—Relájate, Tory, —dijo, levantando ambas manos como si se declarara inocente—. Solo estaba bromeando.

—Pues no fue gracioso, —respondí, aunque la verdad era que lo había sido, en cierta forma.

—¿Ah, no? —preguntó, ladeando la cabeza mientras una pequeña sonrisa seguía jugando en sus labios—. Entonces, ¿por qué estás sonriendo?

Lo odiaba. Lo odiaba porque tenía razón, otra vez. No podía evitarlo. Una pequeña sonrisa se había colado en mi rostro, y por más que intentara borrarla, no podía.

—Tal vez porque no tengo tiempo para pelear contigo, —respondí finalmente, cruzándome de brazos mientras intentaba parecer indiferente.

—Claro, —dijo, sin apartar la mirada de mí—. Lo que digas, Tory.

Nos quedamos en silencio por un momento, mirándonos. Había algo en su expresión, en la forma en que sus ojos se suavizaron un poco mientras me observaba, que hizo que mi corazón volviera a acelerarse.

—Bueno, —dije finalmente, rompiendo el silencio mientras me pasaba una mano por el cabello—. Creo que esto cuenta como suficiente entrenamiento por hoy.

Robby asintió, todavía con esa sonrisa persistente en su rostro.

—Sí, diría que sí. Aunque si quieres perder otra vez, ya sabes dónde encontrarme.

Le lancé una mirada de advertencia, pero no pude evitar reír suavemente.

—En tus sueños, Robby.

—Quizás, —respondió, encogiéndose de hombros antes de girarse para recoger su botella de agua—. Pero quién sabe, Tory... tal vez en los tuyos también.

Y con eso, salió del sótano, dejándome ahí, completamente confundida, un poco molesta y, para mi desgracia, deseando que se hubiera quedado un poco más.

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