07:Fiebre
14:33 p.m
El bullicio de la cafetería era constante: risas, conversaciones cruzadas, el ruido metálico de las bandejas chocando unas con otras. Tory estaba sentada junto a Eli y Piper en una de las mesas centrales, su postura relajada, aunque con la mirada fija en la pantalla de su celular. Eli mordisqueaba una manzana con entusiasmo mientras chismeaba con su celular, mientras Piper escribía algo frenéticamente en su cuaderno rosado, decorado con brillantes y pegatinas cursis de unicornios y corazones.
Tory levantó la vista por un momento, lo suficiente como para notar el nivel de concentración de su amiga. —¿Qué estás escribiendo ahí? —preguntó, su tono borde pero curioso.
Piper reaccionó rápido, colocando su brazo sobre la página como si estuviera protegiendo un secreto nuclear. —Nada que te importe.
—Oh, dale. Seguro es una carta de amor para algún idioat que ni sabe que existís. —Eli sonrió, lanzando la provocación como quien tira una piedra al agua solo para disfrutar de las ondas que genera.
Piper levantó la mirada y le clavó una mirada asesina. —Close the ass, Eli. No tenés idea.
—¿No tengo idea? Por favor. —Eli masticó la manzana con un ruido exagerado y se giró hacia Tory—. ¿Y vos qué, reina del drama? ¿Qué encontraste de interesante en ese celular?
Tory apenas le dedicó una mirada fugaz antes de contestar. —Algo mejor que tu cara, seguro.
—Uf, fuerte. —Eli se rió, mientras seguía mordisqueando la fruta.
El ambiente entre ellos era el de siempre: comentarios sarcásticos, pequeños insultos que mantenían la dinámica en marcha. Sin embargo, todo cambió en un instante cuando Eli soltó un chillido agudo, tan inesperado y teatral que desató el caos.
—¡Ahhhhhhhh! —gritó, levantándose ligeramente de su asiento como si alguien hubiera prendido fuego debajo de él.
Tory, sobresaltada, dejó caer su celular al suelo, donde aterrizó con un golpe seco. Piper, por su parte, rayó de forma desastrosa las páginas de su cuaderno, dejando líneas torcidas y manchones de tinta por todos lados.
—¡¿Qué mierda te pasa loco?! —exclamó Tory, recogiendo su celular del suelo, mientras Piper miraba su cuaderno arruinado con incredulidad.
—¡Sos un tarado! ¡Mirá lo que hiciste! —gritó Piper, señalando los destrozos en su obra maestra de cursilería.
Eli apenas reaccionó a las acusaciones. Seguía con los ojos fijos en la pantalla de su celular, su boca abierta en una mezcla de asombro y diversión. —Chicas, miren esto. Esto es oro. —Estiró la mano con el celular hacia Tory, agitando la pantalla frente a su cara.
Tory le quitó el celular de un tirón. —¿Qué es esta vez? ¿Otro meme de mierda? —gruñó, pero en cuanto sus ojos enfocaron la pantalla, su expresión cambió por completo.
Era una publicación de Instagram de la cuenta oficial de Miyagi-Do. En la imagen, el logo del dojo aparecía en una esquina, pero lo que captaba toda la atención era Addison, su prima, posando con una sonrisa amplia y perfecta. La descripción decía: "¡Nueva integrante! Bienvenida, Addison, a Miyagi-Do. El equipo sigue creciendo."
Tory sintió un nudo formarse en su estómago. Su mandíbula se tensó mientras apretaba el celular con fuerza.
—No puede ser. —Su voz salió en un murmullo, cargada de incredulidad y rabia contenida.
Piper, que ya se había acercado a mirar por encima del hombro de Tory, soltó una risa suave. —¿Y esto? ¿Por qué tanto drama? Es solo Addison.
—No es solo Addison. —Tory siseó, como si la sola mención del nombre le causara dolor físico.
Piper arqueó una ceja, divertida. —Ay, pará. ¿Es porque está en el equipo rival? ¿O porque está cerca de su novio?
Tory giró hacia Piper, fulminándola con la mirada. —¿Qué tiene que ver el insulso con esto? —preguntó, su tono gélido, aunque una chispa de inseguridad brillaba en sus ojos.
Piper sonrió con malicia. —Ay, Tory. Por favor. Siempre que Addison aparece, te ponés toda loca. Yo creo que no te gusta que esté tan... cerca de él.
—¡No es eso! —Tory respondió demasiado rápido, lo que solo hizo que Piper y Eli intercambiaran miradas cómplices.
—¿Entonces qué? —insistió Eli, con una sonrisa burlona mientras apoyaba la barbilla en su mano, claramente disfrutando del espectáculo.
Tory no respondió de inmediato. No podía. Las palabras de Piper resonaban en su cabeza, haciéndola sentir aún más incómoda. ¿Era realmente por Robby? Al principio, él había sido solo un capricho, una manera de demostrarle a Addison que ella era mejor en todo, incluso quitándole el novio. Pero últimamente, las cosas no se sentían tan simples. Cada vez que pensaba en él, algo diferente se encendía dentro de ella, algo que no podía identificar del todo.
Y eso la hacía enojar.
—No importa. —Finalmente respondió, devolviendo el celular a Eli de manera brusca—. Addison puede hacer lo que quiera. Si quiere jugar a ser la heroína perfecta, que lo haga.
Piper rió por lo bajo. —Seguro, seguro. Y vos no te calentás por Robby, ¿no?
—Cerrá la boca, enferma. —Tory se levantó de golpe, agarrando su mochila.
—Dale, Tory, decilo. —Eli la miró con una sonrisa socarrona mientras jugaba con el celular en sus manos—. Admití que estás celosa.
—¡No estoy celosa! —Tory prácticamente gritó, atrayendo algunas miradas curiosas de las mesas cercanas. Luego, bajó la voz, claramente irritada—. Addison no me importa, y Robby tampoco.
Piper se encogió de hombros con una sonrisa de suficiencia. —Como digas, reina del drama.
Tory apretó los puños, pero no respondió. En lugar de eso, dio media vuelta y salió de la cafetería con pasos firmes.
Mientras caminaba por los pasillos, sus pensamientos la atormentaban. Addison siempre había sido la espina en su costado, esa chica perfecta que todos admiraban, la que parecía tenerlo todo. Robby había sido su manera de probar que ella también podía ganar. Pero ahora, no estaba tan segura de que eso fuera todo.
¿Era un simple capricho? ¿O Robby significaba algo más para ella?
No tenía la respuesta. Pero una cosa era segura: no iba a permitir que Addison tuviera la última palabra. Si quería guerra, la iba a tener.
15:11 p.m
El zumbido del timbre de cambio de clase resonó por los pasillos de West Valley, y Tory arrastró los pies hasta su próximo destino: química. Era una materia que no le emocionaba especialmente, pero al menos no era matemática. Entró al salón con expresión neutral, tomando asiento en una de las mesas al fondo. No pasó mucho tiempo antes de que la profesora entrara, haciendo un ruido desagradable al arrastrar una silla contra el piso, y empezara a hablar sobre el experimento del día.
—Hoy trabajarán en equipos. He decidido organizarlos yo misma porque, bueno, confío más en mi criterio que en el de ustedes. —La mujer sonrió con satisfacción, ignorando los gemidos de desaprobación que se alzaban por el aula.
Eli, que estaba sentado al lado de Miguel, murmuró lo suficientemente alto como para que Tory lo oyera:
—La "into" decidió sabotearnos. ¿Quién en su sano juicio confía en su criterio?
Miguel trató de no reír, pero una pequeña sonrisa apareció en su rostro. Tory simplemente rodó los ojos, aunque estaba de acuerdo con Eli por una vez. Sin embargo, no tuvo tiempo para añadir su comentario porque la profesora empezó a leer los equipos.
—Primer grupo: Robby Keene, Samantha LaRusso, Miguel Díaz, Tory Nichols... y Eli Moskowitz.
—No sé qué hice para merecer esto, pero estoy casi seguro de que en una vida pasada fui un dictador malvado.
—Cálmate —dijo Miguel con una sonrisa divertida.
—Me calmo cuando me den un equipo funcional, Díaz. Esto parece un chiste de mal gusto. —Eli miró a Tory con una ceja arqueada y luego a Robby, quien estaba entrando al salón con Sam justo detrás.
—Esto va a ser un desastre —dijo Sam, suspirando mientras dejaba caer su mochila sobre la mesa asignada al grupo.
Eli dio un chasquido de lengua. —Por supuesto. La señora Intocable tenía que ponernos a todos los que no nos soportamos juntos. —Miró a Tory con una sonrisa burlona—. Bueno, al menos vos y yo vamos a hacer un espectáculo.
—Cállate, Eli —respondió Tory, cruzándose de brazos mientras Robby y Sam se acercaban al grupo con una mezcla de resignación y fastidio.
—Fantástico —murmuró Robby al sentarse. Su mirada se cruzó brevemente con la de Tory antes de que ambos desviaran la vista al mismo tiempo, tensos como siempre.
Miguel trató de romper el hielo. —Bueno, chicos, esto no tiene que ser tan malo. Solo tenemos que seguir las instrucciones y no volar nada, ¿no?
—A ver cuánto duramos antes de que Eli y Robby se maten —añadió la rubia con una sonrisa irónica.
—¡Hey! Yo soy una influencia positiva. —Eli se llevó una mano al pecho, fingiendo indignación.
—Si vos sos "positivo", entonces yo soy astronauta —replicó Robby con un bufido.
La profesora, que ya estaba harta del ruido, levantó la voz. —¡Basta de charlas, chicos! Necesito silencio y concentración. Empecemos.
No pasó mucho tiempo antes de que los problemas comenzaran. Miguel y Tory, al tener la letra más clara del grupo, se encargaron de escribir las instrucciones en sus cuadernos.
—Eli, no. Eso no va ahí —reclamó Miguel sin mirarlo ,lo conocía lo suficiente.
—¿Cómo que no? Esto es sentido común, Díaz. Vos solo escribí —respondió Eli, extendiendo la mano hacia el tubo, pero Robby lo apartó rápidamente.
—Dejá eso, Halcon. Yo me encargo. No confío en vos ni un segundo con esto.
—Ah, ¿y vos sí sos el rey de los químicos ahora? —Eli alzó una ceja, acercándose con un aire desafiante.
—Dejá de pelear con él, Robby. —Sam, visiblemente fastidiada, apoyó los codos en la mesa y se llevó una mano a la sien—. Esto es un desastre.
Tory suspiró, cerrando su cuaderno de golpe. —Listo, basta. Denme eso. —Se acercó a donde estaban los dos chicos y, sin molestarse en pedir permiso, le quitó el tubo de ensayo a Robby.
—¿Perdón? —protestó Robby, pero Tory lo ignoró mientras empezaba a mezclar los químicos con precisión.
Lo que no esperaba era que Robby se quedara parado justo detrás de ella, tan cerca que podía sentir su aliento en la nuca. Su presencia era imposible de ignorar, y aunque trató de concentrarse en lo que hacía, un leve rubor se extendió por su rostro.
—¿Todo bien? —murmuró Robby, su tono despreocupado pero con un toque burlón.
Tory se tensó, vertiendo con más rapidez la mezcla. —¿Qué te importa?
Desde su asiento, Eli observaba la escena con una sonrisa maliciosa. Sabía leer los ambientes, y este estaba cargado de algo más que simple tensión de laboratorio.
—Cuidado, Tory. El químico no es lo único que se está calentando ahí —soltó, conteniendo la risa.
Miguel miró a Tory con preocupación. —¿Estás bien? Estás toda roja. ¿Es por el humo?
—Estoy bien —respondió Tory rápidamente, dejando el tubo en la mesa y alejándose hacia su asiento lo más rápido que pudo.
Eli no pudo contenerse más y soltó una carcajada. —Esto se pone mejor y mejor.
Tory le fulminó con la mirada, pero no dijo nada mientras regresaba a su lugar. Agarró un lápiz (un lápiz de Cars que claramente era de Eli) y comenzó a jugar con él en un intento de distraerse.
Mientras el grupo recogía los materiales, Eli, que nunca sabía cuándo parar, decidió cambiar de tema.
—Migue , ¿como es eso que Addi se unió a los buenos? —preguntó, lanzando una mirada furtiva a Tory.
Miguel asintió con una sonrisa. —Sí, parece que le está yendo bien.
—"Le está yendo bien" es quedarse corto. —Sam se unió a la conversación, su tono algo arrogante—. Addison es increíble. Aprende rápido y tiene mucho potencial. Podría superar a cualquiera en este equipo si se lo propone.
Tory, que estaba apretando el lápiz entre sus dedos, hizo tanta presión que el objeto se rompió con un crujido seco.
—¡Mi lápiz! —protestó Eli, mirándola con una expresión herida.
—Era un lápiz estúpido, Moskowitz. Comprate otro. —Tory lo tiró sobre la mesa, evitando la mirada de todos mientras fingía que revisaba su celular.
Miguel la miró con curiosidad. Sabía que algo no estaba bien, pero decidió no presionarla. En cambio, le dio un codazo a Eli para que dejara de reírse.
Tory sentía el ambiente tenso alrededor suyo. No ayudaba que tuviera la sensación constante de que alguien la estaba observando. Finalmente, levantó la vista y encontró los ojos de Robby fijos en ella.
Por un segundo, ninguno de los dos se movió. Pero apenas Robby se dio cuenta de que lo había atrapado, desvió la mirada hacia Sam y comenzó a hablar con ella como si nada.
Tory apretó los dientes, odiando cómo Robby podía desconcertarla tan fácilmente. ¿Por qué se sentía así? ¿Por qué Robby lograba sacarla de sus casillas de una manera que nadie más podía?
El bullicio en el aula de química comenzaba a decaer mientras los estudiantes limpiaban sus mesas y organizaban los materiales del experimento. La profesora, con su acostumbrada voz autoritaria, hizo un último anuncio antes de que terminara la clase:
—Antes de que se vayan, asegúrense de entregarme la hoja con los apuntes del experimento y los nombres de su grupo claramente escritos. Ni un borrón, ni tachaduras. Quiero algo legible y bien presentado.
Tory suspiró, apoyando la barbilla en su mano. Entre la tensión con Robby, los comentarios sarcásticos de Eli y la irritante perfección de Sam, lo último que quería era encargarse de más cosas. Pero sabía que, si no lo hacía ella, nadie más lo haría bien.
—Genial, siempre yo, ¿no? —murmuró mientras agarraba la hoja y una lapicera de su estuche.
—¿Qué decís, amiga? —Eli, que estaba absorto en su celular, apenas levantó la vista. Su tono era más distraído que molesto.
—Que siempre tengo que ser yo la que haga todo el trabajo. Vos seguí con tus jueguitos y dejame a mí salvar tu nota. —le espetó, sacudiendo la hoja para enfatizar su punto.
Eli se encogió de hombros, y Miguel, que estaba mirando por encima de su hombro, añadió:
—Tory si le das importancia a todo lo que dice Halcon te van a salir canas antes de los veinte.
—Ojalá tuvieras que soportarlo todos los días—respondió Tory, aunque su tono tenía más cansancio que veneno.
Robby, que estaba organizando los tubos de ensayo, soltó un leve bufido. No podía evitar picar un poco.
—Tranquila, nadie te pidió que fueras la mártir del grupo.
Tory levantó la vista, fulminándolo con la mirada.
—¿Querés escribirlo vos, Keene? No, claro que no. Porque vos sos un inútil.
Sam rodó los ojos, colocando un mechón de cabello detrás de su oreja.
—¿Podemos apurarnos? Algunos de nosotros no queremos quedarnos atrapados acá toda la tarde.
—Son insoportables—exclamó Tory, volviendo su atención a la hoja.
Mientras escribía los nombres de los integrantes del grupo, Tory dejó el suyo para el inicio. Una V bien marcada y un apellido que se deslizaba con firmeza en el papel. Siguió con Sam, luego Miguel y, al llegar a Robby, algo peculiar sucedió. Sin darse cuenta, su mente comenzó a divagar.
El rencor que siempre sentía hacia Robby se mezclaba con una confusa sensación de... ¿atracción? No era la primera vez que lo notaba, pero siempre lo ignoraba. Sin embargo, esta vez, mientras escribía su nombre en la hoja, su mano, como si tuviera vida propia, trazó un pequeño corazón al lado de su nombre.
En cuanto lo vio, su estómago dio un vuelco.
—No puede ser—susurró en voz baja, horrorizada.
Sam, que estaba cerca, giró la cabeza.
—¿Qué pasa ahora?
—Nada, ¡nada! —exclamó Tory, girando rápidamente la hoja para que nadie pudiera verla.
Con el corazón latiéndole a mil por hora, Tory se quedó paralizada, observando la hoja como si fuera una bomba a punto de explotar. Intentó borrar el corazón, pero la tinta de la lapicera no cedía. Cada intento por ocultarlo parecía empeorar el desastre.
—Perfecto. Esto es perfecto —murmuró entre dientes.
Eli, que finalmente levantó la vista de su celular, se percató de su comportamiento extraño.
—¿Qué estás escondiendo ahí, Nichols? —preguntó, con una sonrisa burlona.
—Nada que te importe —respondió Tory, alejándose un poco.
Miguel, más curioso, trató de acercarse para echar un vistazo.
—¿Te pasó algo? Te ves nerviosa.
—¡No es nada! —Tory subió el tono de voz, lo suficiente como para que Robby también girara la cabeza hacia ella.
—¿Qué hiciste ahora? —preguntó Robby, cruzándose de brazos.
—¡Nada! —respondió Tory, sosteniendo la hoja como si fuera un secreto de estado.
Pensando rápido, la rubia decidió que la mejor forma de salvarse era deshacerse de la hoja antes de que alguien pudiera notar el error. Su mirada cayó sobre Eli, quien parecía lo suficientemente distraído como para no hacer demasiadas preguntas.
—Vos llevá esto a la profesora —dijo, lanzándole la hoja a Eli antes de que pudiera reaccionar.
Eli frunció el ceño, atrapándola por reflejo.
—¿Yo? ¿Por qué tengo que hacer tu trabajo?
—Porque si no vas, te juro que te arruino el juego ese de porquería que tenés en el celular. —Tory le pellizcó el brazo con fuerza.
—¡Ay! ¡Pará, loca! —se quejó Eli, frotándose el brazo—. Está bien, está bien, lo llevo. Pero solo porque me duele.
—Gracias, Eli. —Tory trató de mantener la compostura mientras él se levantaba de mala gana y caminaba hacia el escritorio de la profesora.
Desde su asiento, Robby observaba la escena con una sonrisa burlona.
—¿Qué escondías en esa hoja? Parecías más nerviosa que cuando te pasás un semáforo en rojo.
—No es asunto tuyo —respondió Tory, cruzándose de brazos para ocultar su incomodidad.
Mientras Eli entregaba la hoja, la profesora apenas la miró antes de ponerla en un montón con las demás. Tory dejó escapar un suspiro de alivio. El peligro había pasado, al menos por ahora.
Cuando Eli regresó, se dejó caer en su silla con dramatismo, volviendo a su celular.
—Por si no te diste cuenta, acabo de salvarte la vida, Nichols. Algo me dice que me debés una.
Tory le lanzó una mirada fulminante.
—No te debo nada, Moskowitz. Solo cumpliste con tu parte del equipo.
—Ah, claro. —Eli sonrió, pero no insistió más. Por ahora.
Miguel miró a Tory con una ceja levantada, claramente aún curioso por su reacción. Pero, sabiendo cómo era ella, decidió no presionar. Robby, en cambio, no podía dejar pasar la oportunidad de molestarla.
—Estás actuando raro hoy, Tory. ¿Seguro que no ocultás algo? —preguntó, con un tono casual que no ocultaba su interés.
—¿Querés que te lo diga en español, Keene? —espetó Tory, intentando sonar firme aunque su voz tembló ligeramente—. No.
Robby sonrió, satisfecho de haberla puesto aún más incómoda. Y Tory, mientras trataba de ignorarlo, juró que nunca más dejaría que su mente divagara de esa manera.
Tory salió del aula de química como si acabara de escapar de una trampa mortal. Sus pasos resonaban en el pasillo vacío mientras su mente seguía dando vueltas. Llevaba su mochila colgada de un hombro y las manos metidas en los bolsillos de su chaqueta, pero incluso su andar relajado no lograba enmascarar el caos interno que estaba experimentando.
La imagen del corazón que había dibujado junto al nombre de Robby estaba grabada a fuego en su cabeza. ¿Cómo había llegado a esto? No era del tipo que se enredaba en estupideces románticas, y menos por un chico como él.
"Es un chico más." Esa fue la primera idea que trató de instalarse en su mente. Pero no tardó en ser aplastada por otra mucho más persistente.
¿Es realmente un chico más?
Tory apretó los labios, frustrada consigo misma. Había estado con varios chicos a lo largo de su vida, cada uno con su estilo, su encanto particular, y siempre fue ella quien tuvo el control. Nunca se sintió atrapada o confundida. Hasta ahora.
¿Qué tenía Robby que lo hacía diferente? ¿Era la forma en que la miraba, como si pudiera verla realmente, más allá de la fachada arrogante que mostraba al mundo? ¿O era la forma en que su sonrisa ,esa maldita sonrisa medio burlona, medio cálida que parecía meterse debajo de su piel?
Tory se detuvo frente a una ventana que daba al patio. Afuera, el viento movía suavemente las hojas de los árboles, y el sol brillaba como si el universo estuviera en perfecto equilibrio. Pero ella no podía sentir esa calma.
Es el novio de tu prima, Tory. Es territorio prohibido.
Ese pensamiento debería haber sido suficiente para que dejara de pensar en él. Pero no lo era. Si algo sabía de sí misma, era que nunca le gustaron las reglas, y mucho menos las restricciones que parecían hechas solo para hacerle la vida más complicada.
Además, no lo hago a propósito.
Pero ¿era eso cierto? Desde que Addison y Robby habían empezado a salir, Tory había notado que buscaba excusas para hablar con él, aunque fuera para discutir. Se encontraba a sí misma lanzándole comentarios sarcásticos o coquetos solo para captar su atención, solo para ver cómo él reaccionaba.
¿Y qué era esa sensación extraña en su pecho cada vez que él le devolvía la mirada? Esa mezcla de nervios y algo que se parecía demasiado a... ¿ilusión?
Es su sonrisa.
Sí, tal vez era eso. Esa sonrisa que parecía genuina y despreocupada, que de alguna manera la desarmaba cada vez que la veía. No lo soportaba.
Pero también era la forma en que él lograba frustrarla como nadie más. Él nunca retrocedía cuando discutían; siempre tenía algo que decir, siempre tenía una respuesta rápida, y de alguna manera, eso la hacía querer volver a enfrentarlo.
Tory continuó caminando por el pasillo, sus botas resonando en el suelo de baldosas. Quería alejarse de él, quería borrar cualquier sentimiento que pudiera estar empezando a formarse. Pero cada vez que intentaba mantener distancia, algo la llevaba de vuelta.
Tal vez era porque, a pesar de todo, Robby la hacía sentir algo que no había sentido antes. Como si pudiera ser más que la chica dura, más que la rebelde que todos esperaban que fuera. Con él, había momentos –por pequeños que fueran– en los que sentía que podía bajar la guardia.
Y eso la aterraba.
Al llegar a su casillero, Tory lo abrió con un golpe seco y lanzó sus libros dentro. Apoyó la frente contra el frío metal y cerró los ojos, tratando de calmar su mente.
—Tenés que dejarlo ir, Tory. Es el novio de tu prima, y además, esto no es más que una tontería —murmuró en voz baja, como si decirlo en voz alta pudiera hacerlo realidad.
Pero no era tan fácil. Si fuera cualquier otro chico, ya habría encontrado la manera de olvidarlo. Pero Robby no era cualquier otro chico. Él era...
Un desastre que no puedo evitar querer mirar.
La idea la golpeó como un balde de agua fría. No podía seguir así. Necesitaba encontrar una manera de lidiar con esto antes de que todo se complicara más.
Pero mientras cerraba su casillero con fuerza y se alejaba, no podía evitar pensar que, por mucho que intentara huir, siempre había algo que la hacía volver a él. Como si estuvieran atrapados en un juego del que ninguno de los dos sabía cómo salir.
17:15 p.m
Cuando Tory llegó a su casa, dejó caer la mochila al suelo sin siquiera preocuparse por desatar los cordones de sus botas. Subió las escaleras rápidamente, sin detenerse a responder el saludo de la empleada que limpiaba la sala. Cerró la puerta de su habitación de un portazo, como si eso pudiera mantener fuera todo lo que le estaba molestando.
Se dejó caer de espaldas sobre la cama con un suspiro pesado, las manos cubriendo su rostro. El techo blanco parecía demasiado vacío, demasiado silencioso, como si la invitara a enfrentarse a sus propios pensamientos.
"Qué te pasa, Tory? ¿Qué estás haciendo?
Ella no era así. Jamás se había permitido enredarse en los sentimientos, no de esta forma. Ni siquiera cuando estuvo con Miguel durante esos cuatro meses, en los que todos parecían creer que eran la pareja perfecta. Incluso en ese entonces, siempre supo mantener las cosas bajo control. Ella marcaba las reglas, establecía los límites. Si algo no le convenía, lo descartaba y seguía adelante.
¿Por qué Robby es diferente?
La pregunta seguía rondando su mente, haciéndola sentir vulnerable de una forma que no soportaba. No le gustaba sentirse así, como una adolescente con un crush ridículo.
Buscó su celular en el bolsillo de su chaqueta y lo desbloqueó, con la intención de distraerse. Tal vez podría perderse un rato en Instagram, viendo publicaciones sin sentido de personas que realmente no le importaban. Pero la suerte no estaba de su lado.
Lo primero que apareció en su feed fue una foto reciente publicada por Addison.
Tory se tensó al instante. Addison había subido una imagen en la que posaba junto a Robby. Addison hacía una cara rara, y Robby tenía una mano casualmente posada en su cintura, como si fuera lo más natural del mundo.
Tory se quedó mirando la foto más tiempo del que quería admitir. Había algo en la forma en que Robby estaba con Addison que la hacía sentir... ¿celosa? No, eso era ridículo. Ella no era una de esas chicas que se torturaban con sentimientos absurdos.
Pero no podía evitarlo.
Imaginándose el "qué pasaría si..."
Por un instante, mientras observaba la foto, se imaginó a sí misma en el lugar de Addison. ¿Qué se sentiría ser la novia de Robby? ¿Cómo sería tener esa sonrisa dirigida exclusivamente a ella, sentir sus manos alrededor de su cintura y saber que, pase lo que pase, él estaría de su lado?
Tory se permitió cerrar los ojos y visualizarlo.
En su mente, veía escenas borrosas pero intensas:El esperándola fuera de su casa, apoyado contra el auto, con esa mirada de suficiencia que tanto la exasperaba y, al mismo tiempo, la hacía sonreír. Se imaginó cómo discutirían por cosas tontas, como siempre lo hacían, pero esta vez esas discusiones terminarían en risas, tal vez incluso en un beso o teniendo sexo.
También se imaginó a sí misma entrando a una fiesta del brazo de Robby, sintiéndose invencible, como si nada pudiera derribarlos mientras estuvieran juntos.
Por un momento, sintió una calidez desconocida, una mezcla de emoción y tranquilidad.
"¿Y si...?"
Sacudió la cabeza bruscamente, como si eso pudiera borrar las imágenes.
—¡Que estupidez! —exclamó en voz alta, su propia voz resonando en la habitación vacía.
Te estás comportando como una puberta.
Era verdad. Esto era algo que esperaría de una chica que aún pegaba pósters de ídolos pop en las paredes de su cuarto, no de alguien como ella. Era como si hubiera retrocedido a los 14 años, cuando tenía esa obsesión inexplicable con Justin Bieber y pasaba noches enteras fantaseando con conocerlo.
Frunció el ceño, frustrada consigo misma. Esto no podía seguir así. No iba a permitir que sus pensamientos la dominaran.
Tory apagó el celular de golpe y lo dejó sobre la mesa de noche. Se giró hacia el lado opuesto de la cama, enterrando el rostro en la almohada. Su corazón todavía latía más rápido de lo normal, y no sabía si era por la frustración o por algo más.
Cerró los ojos, intentando calmar su mente.
Mientras el cansancio comenzaba a ganarle, sus pensamientos seguían divagando. Por más que tratara de ignorarlo, una parte de ella seguía preguntándose cómo sería si las cosas fueran diferentes. Si pudiera olvidar que Robby era el novio de Sam. Si pudiera dejar de lado todo lo que sabía que estaba mal.
Pero esos pensamientos se desvanecieron lentamente, reemplazados por un sueño profundo y oscuro, donde, al menos por un rato, podía escapar del caos que Robby había desatado en su vida.
Tory estaba sentada en el sillón del living de su casa. El ambiente era cálido y tranquilo, con la luz del atardecer entrando suavemente por las ventanas. Tenía una manta ligera sobre las piernas y un libro abierto en sus manos, aunque no estaba prestando atención a las palabras. Su mente divagaba entre pensamientos confusos, emociones que no podía entender del todo, pero que no dejaban de atormentarla.
De repente, el sonido del agua corriendo desde el baño cercano la sacó de su trance. Frunció el ceño, ligeramente confundida. "¿Quién está usando el baño?" pensó, pero no le dio demasiada importancia. Volvió su atención al libro, o al menos trató de hacerlo.
La puerta del baño se abrió momentos después, y lo que vio hizo que el aire se atascara en su garganta.
Allí estaba Robby, envuelto únicamente en una toalla blanca que colgaba peligrosamente de su cintura. Su torso aún estaba húmedo, con pequeñas gotas de agua resbalando por su pecho y abdomen perfectamente definidos. Su cabello mojado caía desordenadamente, y un aroma fresco y limpio llenó el aire, mezclado con algo que era puramente él.
Tory sintió como si su cuerpo entero se paralizara. "Esto no está pasando", pensó, pero la imagen frente a ella era demasiado vívida, demasiado intensa para ser ignorada. No podía evitar robarle un vistazo más, aunque sabía que estaba mal, que no debía.
Finalmente, apartó los ojos bruscamente, enfocándose en el libro que tenía en las manos como si de repente fuera lo más interesante del mundo.
—¿Te molesta lo que ves? —preguntó Robby, su voz llena de diversión, con esa sonrisa ladeada que siempre parecía tener un efecto inexplicable en ella.
Tory sintió que el calor le subía al rostro, aunque trató de actuar con indiferencia.
—Claro que no —respondió rápidamente, pero su voz temblaba ligeramente, traicionándola.
Robby dejó escapar una risa suave, baja, casi burlona. Caminó hacia ella con pasos lentos y seguros, como si disfrutara cada segundo de la incomodidad evidente de Tory.
—¿Entonces por qué no puedes mirarme? —preguntó, arqueando una ceja mientras se detenía frente a ella.
—Estoy ocupada... —dijo Tory, sosteniendo el libro como si fuera un escudo, aunque sus ojos se negaban a levantarse de las páginas.
Robby inclinó ligeramente la cabeza, observándola con curiosidad.
—¿Ocupada, eh? —dijo, dejando que la palabra se alargara juguetonamente mientras señalaba el libro—. No sabía que leer al revés era una de tus habilidades.
Tory parpadeó, mirando el libro que sostenía. Lo tenía completamente al revés. Un calor abrasador subió por su cuello hasta sus mejillas, y lo cerró de golpe, tratando de recuperar algo de dignidad.
—¿Qué queres? —preguntó con un tono que pretendía sonar firme, pero que no lograba ocultar su nerviosismo.
—Nada en particular. Solo disfrutar la vista —respondió él, con una sonrisa descarada.
Tory lo miró finalmente, con los ojos entrecerrados.
—Deberías ponerte una camiseta.
Robby levantó las manos en un gesto inocente.
—¿Por qué? ¿Te estoy distrayendo?
—No me distraes. Me incomodas —respondió, pero la firmeza en su voz se desmoronó al final, haciéndolo sonar más como una excusa que como una queja genuina.
Robby sonrió aún más, encantado con su reacción. Se sentó a su lado en el sillón, tan cerca que sus piernas casi se rozaron. Tory se tensó de inmediato, su cuerpo entero en alerta.
—¿Incomodarte es tan malo? —preguntó él, inclinándose ligeramente hacia ella, su tono de voz más bajo y suave ahora, como si compartiera un secreto.
Tory lo miró de reojo, intentando mantener la compostura.
—Robby, deja de jugar.
Él dejó escapar una carcajada, breve y profunda.
—¿Y si no estoy jugando? —dijo, su mirada fija en ella con una intensidad que hizo que Tory olvidara cómo respirar.
Antes de que pudiera responder, Robby levantó una mano y apartó un mechón de cabello que caía sobre su rostro. Su toque fue suave, pero envió un escalofrío por su espalda.
—Tienes algo... aquí —murmuró, rozando su mejilla con el pulgar.
Tory se quedó completamente inmóvil, incapaz de procesar lo que estaba sucediendo. Quería hablar, decir algo, cualquier cosa, pero las palabras no salían. Estaba atrapada en el momento, en el calor de su proximidad, en la manera en que sus ojos parecían verla como si fuera lo único en el mundo.
Cuando Robby se inclinó y sus labios rozaron su cuello, Tory sintió que su corazón se detenía. Su tacto era suave, pero firme, y cada beso parecía encender una chispa dentro de ella. Cerró los ojos instintivamente, permitiéndose sentirlo, aunque sabía que estaba mal. Muy mal.
Robby continuó besando su cuello, sus labios subiendo lentamente hacia su mandíbula. Cada movimiento suyo era calculado, seguro, como si supiera exactamente el efecto que tenía sobre ella.
—¿Vas a detenerme? —susurró contra su piel, su voz apenas audible pero llena de provocación.
Tory abrió la boca para responder, pero las palabras simplemente no salían. Estaba completamente embobada, atrapada en el momento.
Finalmente, llegó a sus labios, y el beso fue lento al principio, casi como si le diera la oportunidad de retroceder. Pero Tory no lo hizo. En lugar de eso, se dejó llevar, respondiendo al beso con una intensidad que no sabía que tenía.
Todo a su alrededor desapareció. El ruido del reloj en la pared, el libro olvidado en su regazo, incluso la manta que cubría sus piernas. Nada importaba excepto la forma en que el chico la tocaba.
El aire cálido del atardecer, todo se desvaneció hasta que solo quedaban sus labios, su aliento, su piel. Era como si el tiempo hubiera detenido su curso y, por un instante, Tory se olvidara de todo lo que la atormentaba, de sus dudas, de las reglas que siempre intentaba seguir. Estaba allí, en ese lugar, con Robby, y no había lugar en el mundo que deseara más que ese.
Sus manos se encontraron sin pensarlo, como si tuvieran vida propia. Las de Tory, temblorosas al principio, se aferraron al borde de la toalla de Robby, como si fuera lo único que podía sostenerla mientras él la acercaba más a su cuerpo. Robby, por su parte, deslizó una mano por su espalda, trazando círculos pequeños en su piel, como si estuviera explorando algo desconocido pero profundamente familiar. El contacto, tan cercano, tan tangible, hacía que su respiración se acelerara aún más.
Robby rompió el beso por un momento, dejándola respirar, pero no se alejó. Sus frentes se rozaban, y los ojos de Tory se encontraron con los de él, ahora mucho más oscuros, llenos de una mezcla de deseo y algo más, algo que no lograba identificar.
—No se si puedo hacer esto..—Dijo Tory en un susurro ,cerca de la cara del castaño.
—No tienes que hacerlo ahora—Respondió suavemente—Pero se que lo harás ,en algún momento.
Victoria se quedó muda.
—No puedes seguir ignorándolo, ¿verdad? —preguntó Robby en voz baja, su tono suave pero cargado de algo más profundo. Sus palabras parecían penetrar en cada rincón de la mente de Tory, deshaciendo lentamente las murallas que había levantado durante tanto tiempo.
Tory no sabía cómo responder. Quería gritar, quería luchar contra lo que sentía, pero al mismo tiempo no podía dejar de sentir cómo su cuerpo reaccionaba a cada movimiento suyo. Estaba atrapada entre lo que deseaba y lo que sabía que no podía permitir. No era solo el deseo lo que la dominaba; era una mezcla de emociones intensas que no podía controlar.
—No sé qué estoy haciendo —murmuró, con la voz cargada de confusión y vulnerabilidad. La calidez de Robby, la forma en que la mantenía tan cerca, la hacía sentir expuesta, pero al mismo tiempo, deseaba seguir allí, en ese rincón del mundo donde todo parecía desvanecerse.
—Lo sé —respondió él, su voz un susurro suave pero seguro, como si todo lo que estaba sucediendo fuera algo que había estado esperando. Con una mano, le levantó la barbilla, obligándola a mirarlo directamente a los ojos. —Pero lo estás sintiendo, ¿verdad? No puedes ocultarlo.
Tory tragó con dificultad. La verdad era que no podía. Sus ojos se llenaron de una mezcla de temor y deseo. Lo deseaba, lo deseaba con una fuerza que la asustaba, pero también sabía que no era algo simple, que esto no podía ser solo un impulso. Había tantas complicaciones, tantas cosas en juego.
—Robby... —susurró, su voz quebrada por la tensión que sentía en su pecho. Pero antes de que pudiera decir más, él la besó nuevamente, pero esta vez el beso fue más suave, más cálido, como si estuviera esperando a que ella tomara la decisión de entregarse.
Tory cerró los ojos y se dejó llevar. Sus manos, ahora más seguras, se deslizaban por su torso, tocando la piel mojada de Robby con un deseo feroz, casi desesperado. Cada beso de Robby era una invitación a dejar ir las dudas, a sumergirse por completo en lo que estaban creando entre ellos. Los latidos de su corazón se mezclaban con el ritmo de sus respiraciones, creando una melodía frenética que solo existía para ellos.
De repente, Robby se apartó ligeramente, pero solo lo suficiente para susurrarle al oído, como si no quisiera que nadie más escuchara sus palabras, ni siquiera el silencio que los rodeaba.
—No quiero que pienses más, Tory. Solo déjate sentir.
El simple hecho de que Robby estuviera pidiendo eso, de que lo dijera con tal intensidad y necesidad, hizo que todo en su interior se desmoronara. Ya no podía pensar. Solo podía sentir. Sentir cómo su piel reaccionaba a cada roce, cómo sus sentidos se agudizaban a medida que la distancia entre ellos se reducía.
Ella lo miró a los ojos, y en ese instante, supo que ya no había vuelta atrás. No había un camino fácil que seguir. No podía seguir luchando contra lo que sentía.
—Lo quiero —dijo, sus palabras saliendo con un suspiro entrecortado.
Robby sonrió, una sonrisa que no era de victoria, sino de comprensión, como si hubiera sabido todo el tiempo lo que iba a pasar. Sus dedos rozaron su mejilla una vez más, con una suavidad que contrastaba con la tensión que ambos compartían.
—Yo también lo quiero —respondió él, su voz vibrante con una emoción que Tory no había escuchado nunca antes.
El beso que siguió fue más urgente, más desesperado, como si ambos estuvieran tratando de resolver la confusión que los rodeaba a través del contacto físico. El sonido de sus respiraciones se hizo más pesado, más marcado, mientras sus cuerpos se movían en sincronía.
Pero cuando las manos de Robby bajaron por su cintura, el control de Tory se desmoronó por completo. Un temblor recorrió su cuerpo, un temblor que ni ella misma podía entender, pero que no la detuvo.
Tory despertó sobresaltada, el corazón acelerado y la mente embotada por una sensación extraña que le quemaba el pecho. Al principio, no supo si estaba aún atrapada en los vestigios de un sueño vívido o si realmente estaba despierta. Su respiración era agitada, casi como si aún estuviera atrapada en el calor del momento. Había sido tan real, tan... tangible. El contacto de Robby, el roce de sus labios, la calidez de su cuerpo cerca del suyo. Todo parecía haber quedado grabado en su piel. Pero, al abrir los ojos, la realidad la golpeó de golpe, y no estaba segura de si estaba agradecida o asustada por ello.
Una mano la tocó suavemente en el hombro, sacudiéndola con delicadeza. Tory, confundida y aún sumida en el caos de sus pensamientos, intentó enfocar la vista. A su lado, Robby estaba de pie, mirándola con una expresión seria, pero cuando notó que despertaba, sus labios se curvaron en una sonrisa que parecía más una mezcla de comprensión y algo más que no lograba identificar.
—Tory... —la voz de Robby fue suave, pero resonó clara en la habitación. No había duda de que estaba aquí, en este lugar, en este momento. Era real.
Tory no pudo evitar parpadear varias veces, sin saber si lo que veía frente a ella era una alucinación o si de verdad Robby estaba allí. Su corazón seguía latiendo desbocado, y su mente aún estaba atrapada en los recuerdos del sueño. La sensación del abrazo de Robby, la suavidad de sus besos, todo lo que había sentido seguía pesando sobre su pecho. No podía separar esas emociones de la realidad.
—¿Qué...? —balbuceó, sin poder articular más. Estaba atónita, confundida. No entendía si lo que estaba pasando era real o si aún estaba atrapada en el enredo de su mente.
Robby, sin perder su postura, la observó un momento, pero en sus ojos había algo que parecía comprender la confusión en su rostro. Con un gesto lento y calculado, se inclinó ligeramente hacia ella, como si estuviera evaluando cómo debía manejar la situación. La preocupación en su mirada era sutil, pero lo suficientemente clara como para hacerla sentirse vulnerable.
—Tu mamá me mandó a despertarte, —dijo con tranquilidad, casi como si estuviera hablando de algo trivial. Sin embargo, había una calma en su voz que a Tory le pareció extraña, como si todo lo que acababa de suceder no fuera tan relevante. Pero en su tono había algo más, algo que hacía que su estómago se apretara de una forma que no podía ignorar.
Tory intentó ordenar sus pensamientos, pero algo en su interior no lograba encajar. Aún sentía el ardor del sueño, la cercanía de Robby, la forma en que sus cuerpos se habían unido, cómo él había sido su salvación, su deseo. No podía dejar de pensar en eso. Y ver a Robby allí, tan real y tan cerca, le parecía casi una broma cruel del destino. ¿Cómo podía todo haber sido tan tangible en su mente y ahora estar tan distante?
—Yo... —intentó hablar, pero las palabras se le atoraron en la garganta. ¿Cómo podía decirle que acababa de soñar con él de una manera tan... intensa? No, no podía. El sueño era una fantasía, un momento que nunca debía cruzar la línea hacia la realidad. Y Robby parecía saberlo, porque no estaba presionando. No la miraba con esa expectación incómoda que ella temía, sino con una paciencia que la desconcertaba aún más.
La mirada de Robby se suavizó mientras la observaba, y sin hacer un solo movimiento brusco, dejó que ella se acomodara. Su rostro, normalmente implacable, estaba marcado por una expresión que podría haber sido interpretada como un intento de consuelo, pero que también la hacía sentirse inexplicablemente expuesta. Por un momento, los ojos de Tory se encontraron con los de él, y en ese intercambio silencioso, sintió que Robby veía algo en ella que ni siquiera ella misma comprendía.
—Tienes fiebre, —comentó en voz baja, como si fuera algo trivial, pero al mismo tiempo con una leve preocupación que le arrancó a Tory un suspiro. Robby tocó suavemente su frente, la punta de sus dedos acariciando la piel caliente de su rostro. Era un gesto tan natural, tan cercano, que Tory se sintió aún más vulnerable. Era un toque que sentía como si fuera el más ligero de todos, pero al mismo tiempo, le pesaba enormemente.
—¿Fiebre? —preguntó, sorprendida, tocándose la frente con la mano. Robby asintió, aunque no se apartó de ella. Parecía haber notado cada uno de sus movimientos, cada cambio en su expresión.
—Sí, has estado durmiendo mucho... —dijo, como si la respuesta fuera simple, y sin embargo, la forma en que lo dijo parecía llevar un doble sentido, uno que Tory no lograba captar del todo. La fiebre no era solo un síntoma físico, sino también un reflejo de algo más profundo. Algo que Robby, de alguna manera, parecía saber sin necesidad de decirlo.
Tory no entendía por qué Robby se mantenía tan tranquilo. ¿Por qué no le preguntaba sobre su estado? ¿Por qué no le decía nada acerca de su evidente confusión? Lo observó con más atención, tratando de descifrar su expresión, pero él no parecía tener la misma urgencia que ella. De hecho, parecía estar en control de la situación, y eso la desconcertaba aún más.
—Toma una pastilla para la fiebre, —sugirió Robby, mientras sacaba de su bolsillo una pastilla que parecía haber preparado para ella. Su tono era calmado, pero había algo en su voz que la hacía sentirse... insegura.
—Sí, claro... —respondió ella rápidamente, aunque en su mente todo giraba en torno a lo que había soñado, a lo que había sentido, a esa cercanía irreal que no sabía cómo manejar. Robby se quedó allí un momento, observando con esa mirada penetrante que le daba a todo, y luego se apartó lentamente.
Antes de irse, se giró hacia ella y dijo con una sonrisa pequeña, pero sincera:
—Descansa un poco más, no tienes que apresurarte. Estaré abajo si me necesitas.
Tory asintió en silencio, sin palabras que pudieran expresar lo que realmente sentía. Robby se dirigió hacia la puerta del cuarto, pero antes de salir, algo la impulsó a llamarlo.
—Robby... —dijo, con una voz suave, casi tímida. Él se detuvo y volvió a mirarla. La expresión en su rostro era la misma de siempre, tranquila, pero sus ojos no dejaban de reflejar un interés profundo, como si supiera que algo más estaba pasando.
—¿Sí? —respondió, con un tono que no presionaba, pero que invitaba a que ella hablara.
Tory no sabía cómo formular la pregunta, no sabía si debía preguntar, pero lo hizo de todos modos.
—¿Escuchaste algo cuando estaba..soñando? —su voz salió temblorosa, llena de dudas. ¿Cómo podía haber sido tan obvia? ¿Acaso él sabía todo lo que había pasado en su mente? Robby la miró un momento, su rostro inscrito en una calma profunda. No parecía sorprendido, ni molesto. Al contrario, había una serenidad en su expresión, como si todo estuviera en su lugar.
—Tengo buenos oídos.—dijo con una voz suave, cargada de comprensión—. No necesito que me lo digas para entender lo que está pasando. Y no estoy aquí para hacerte sentir más incómoda de lo que ya te sientes.
Las palabras de Robby la dejaron sin aliento. No entendía cómo podía saberlo, cómo podía haber descifrado sus pensamientos con tan solo una mirada. ¿Era tan obvio? ¿Había algo en ella que lo delataba? Lo único que sabía con certeza era que el sueño había sido un reflejo de algo más profundo, algo que nunca había querido admitir. Y Robby parecía tener una comprensión tranquila de todo eso, sin necesidad de hacer más preguntas.
Sin decir una palabra más, Robby le dedicó una sonrisa pequeña, casi como si quisiera reconfortarla sin hacer ruido, y salió de la habitación. Tory se quedó allí, mirando el vacío que había dejado, intentando asimilar lo que acababa de pasar. El sueño, las emociones, la realidad... Todo parecía fusionarse en un solo momento, y no sabía si debía sentirse aliviada o perdida.
El calor de su piel permaneció, como una marca invisible, y Tory no pudo evitar pensar que tal vez, solo tal vez, lo inevitable estaba más cerca de lo que pensaba.
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