03:Novio perfecto

Domingo 13:22 p.m

La tarde era cálida, perfecta para estar junto a la piscina. El sol caía justo en el ángulo correcto para broncearme, y por una vez, el caos del mundo parecía lejano. Me recosté en la reposera con los ojos cerrados, disfrutando del sonido del agua moviéndose suavemente con el viento.

Addison, estaba dentro de la casa, ocupada con algo que no me importaba demasiado. Había algo tranquilizador en la soledad, en la paz que rara vez encontraba en mi día a día. Pero no pasó mucho tiempo antes de que esa tranquilidad se rompiera.

—Robby, cielo, te traje algo frío —la voz de Addison me sacó de mis pensamientos. Abrí los ojos justo cuando ella se inclinaba para darme un beso rápido en los labios. Su cabello rubio brillaba bajo el sol, y llevaba un vestido de verano blanco que se movía con el viento.

—Gracias amor —murmuré, aceptando el vaso de limonada que me extendió. Lo levanté en un gesto de agradecimiento y le di un sorbo, dejando que el frío alivianara un poco el calor del día.

Ella sonrió mientras se sentaba en la reposera junto a mí, acomodándose las gafas de sol en el puente de la nariz. —Por cierto, mamá acaba de avisarme que mis tíos están en camino.

Mi cuerpo se tensó al instante. No debería haber tenido esa reacción, pero fue inevitable.

—¿Tory? —pregunté, fingiendo que la información no me importaba tanto como en realidad lo hacía.

Addison asintió, sin darse cuenta del leve cambio en mi tono. —Sí. También vienen sus padres, ya sabes cómo son, siempre tan... extravagantes. —Rió entre dientes y luego continuó—. Pero bueno, supongo que al menos Eli también viene.

Solté un suspiro corto. Por supuesto que Eli estaría allí. Era como el condenado perro guardián de Tory. Donde fuera ella, él siempre parecía seguirla. A veces me preguntaba si era una amistad o una misión personal de molestar a todos los demás.

—Genial —murmuré, tomando otro sorbo de limonada.

Addison me miró, ladeando la cabeza. —¿No te molesta, verdad? Sé que Tory puede ser un poco... intensa a veces.

Negué con la cabeza, tratando de actuar como si no fuera gran cosa. —No, todo bien.

Pero la verdad era otra. En mi mente, las imágenes del último encuentro con Tory en el baño volvían con fuerza. Podía sentir todavía el roce de su mano en mi pecho, el leve calor que me dejó su cercanía. No había manera de que Addison se enterara de eso. Ella no lo entendería, y yo no estaba dispuesto a provocar un drama innecesario.

Pasaron unos treinta minutos. Addison seguía hablando de algo, pero yo apenas estaba prestando atención, distraído con mis propios pensamientos. Fue entonces cuando escuché voces.

—Ya llegaron —anunció Addison, levantándose de su asiento y acomodándose el vestido.

Yo giré la cabeza casi por instinto, como si algo más fuerte que yo me obligara a mirar. Y ahí estaba ella.

Victoria caminaba junto a su familia, su cabello rubio ondeando ligeramente con la brisa. Llevaba un bikini naranja que... bueno, no podía evitar admitirlo, le quedaba perfecto. La tela acentuaba cada curva de su figura de una manera que era imposible ignorar.

—¿Todo bien? —preguntó Addison, mirándome de reojo.

Volteé la vista rápidamente, sintiendo que había mirado a Tory mucho más de lo necesario. No quería que Addison notara nada.

—Sí, sí. Todo bien —respondí, intentando sonar casual. Pero mi mente estaba en otra parte.

Desde la esquina de mi ojo, vi que Tory reía de algo mientras hablaba con Eli. Como siempre, él estaba pegado a su lado, con esa actitud arrogante que tanto me irritaba. ¿Era un amigo, un protector o algo más? Casi parecía un perro guardián.

Me forcé a mirar a otro lado y a enfocarme en Addison, quien había comenzado a caminar hacia su familia para saludarlos.

—¡Tory! —exclamó Addison con entusiasmo, abriendo los brazos para abrazarla.

Tory sonrió, devolviéndole el abrazo, aunque su expresión tenía ese toque de indiferencia característico.

—Addy, es un placer verte. Gracias por invitarnos.

Me acomodé en la reposera, tratando de parecer relajado mientras observaba de reojo la interacción. Tory saludó al resto de la familia y luego dirigió su mirada hacia mí, aunque solo por un breve segundo. Un segundo que bastó para que me sintiera atrapado.

—¿Robby? ¿No vas a saludar? —preguntó Addison, mirándome desde donde estaba parada.

—Claro —respondí, levantándome lentamente. Caminé hacia ellos, sintiendo cada paso como si estuviera bajo un reflector.

Me acerqué al grupo con pasos medidos, intentando no parecer ni demasiado ansioso ni demasiado distante. Addison me miró con una sonrisa cálida, mientras su madre y los padres de Tory conversaban animadamente sobre algún tema que no me interesaba en lo más mínimo.

—Hola, Tory, ¿todo bien? —pregunté, haciendo un esfuerzo por sonar casual cuando finalmente llegué junto a ella.

Tory levantó la vista, su expresión neutral, casi aburrida, como si mi presencia no significara nada. Por un segundo, una chispa de algo indescifrable pasó por sus ojos, pero rápidamente se desvaneció.

—Todo tranqui. —Su tono era ligero, despreocupado. Como si el momento en el baño nunca hubiera ocurrido. Como si el roce de sus uñas en mi torso no siguiera grabado en mi memoria.

Ella tomó la camiseta de Eli, que estaba sobre una silla cercana, y se la puso por encima de su bikini naranja. El gesto parecía deliberado, casi calculado, como si supiera que mi mirada se había quedado en ella más de lo necesario.

Eli, siempre tan despreocupado, estaba ocupado charlando con Addison y su madre. Lo miré por un instante, preguntándome si él sabía algo que yo no. Parecían bastante cómodos juntos, Tory y él. Un poco demasiado cómodos.

Tory, sin prestarme más atención, se acercó a una pequeña mesa donde estaban los ingredientes de lo que claramente iba a ser un aperol. Comenzó a prepararlo con una precisión casi profesional, añadiendo hielo, licor y rodajas de naranja con movimientos fluidos. Me apoyé contra una columna cercana, observando cómo trabajaba, tratando de entender qué me desconcertaba tanto de ella.

Cuando terminó, levantó su vaso, dio un sorbo largo y se giró hacia Eli, quien ya se había separado de Addison y su madre.

—¿Vamos? —le dijo Tory, inclinando la cabeza hacia la piscina.

—Obvio —respondió Eli, sonriendo ampliamente.

Ambos caminaron hacia el borde de la piscina, hablando de algo que no alcancé a escuchar. Tory dejó el vaso sobre una mesita cercana, se quitó la camiseta de Eli y se zambulló al agua con un salto limpio y elegante, emergiendo un segundo después mientras se acomodaba el cabello hacia atrás.

Eli, en cambio, simplemente se dejó caer al agua de un salto ruidoso, salpicando a cualquiera que estuviera cerca. Tory soltó una carcajada, nadando hacia él para empujarlo juguetonamente.

Yo, desde mi lugar en la sombra, me puse los lentes de sol y me recosté en la reposera nuevamente, aunque no tenía ninguna intención de relajarme. Los miraba desde la distancia, observando cada detalle. Cómo Tory se movía con una naturalidad casi desarmante, cómo sus gestos parecían perfectamente calculados para llamar la atención sin que pareciera intencional.

No podía evitar que mi mirada vagara hacia ella, siguiendo cada curva de su figura bajo el agua, cada movimiento despreocupado que hacía. Me sentía estúpido. ¿Qué estás haciendo, Robby? me pregunté. Era ridículo que dejara que una sola tarde en el baño con ella me afectara de esta manera.

La rubia nadaba tranquilamente en la piscina, flotando con una expresión relajada que contrastaba por completo con el remolino de pensamientos en mi cabeza. Cada vez que se reía o hacía algún comentario burlón hacia Eli, sentía una punzada de irritación. No entendía cómo alguien podía tener tanta influencia sobre mí, sobre todo alguien como ella. Pero ahí estaba, nadando, sonriendo, y yo no podía apartar la vista.

De repente, la rubia se acercó al borde de la piscina, se inclinó hacia Eli y le susurró algo al oído. Él alzó las cejas, claramente sorprendido por lo que ella acababa de decirle.

—¡Addison! —gritó Eli con su tono habitual despreocupado, girándose hacia mi novia. —¿Me acompañás a buscar unas cervezas adentro?

Addison, sonrió y asintió.

—Obvio, ya voy.

Ella caminó hacia Eli, dejando su vaso sobre una mesita, y ambos desaparecieron dentro de la casa. Eso nos dejó a Tory y a mí completamente solos, algo que hacía que la tensión en el ambiente se volviera casi palpable.

Tory salió del agua lentamente, pasando una mano por su cabello mojado, que brillaba bajo el sol. Su piel húmeda parecía resplandecer, y el bikini naranja que llevaba puesto solo hacía que todo en ella fuera aún más imposible de ignorar.

Sin decir nada, agarró la camiseta de Eli del respaldo de una silla cercana y se la puso. Era la número 9 del Barcelona, un poco grande para su figura, pero el corte caía de forma que era imposible no notar cómo le quedaba.

Me bajé los lentes de sol, frunciendo el ceño.

—¿Y esa remerita? —pregunté, mi tono más ácido de lo que pretendía.

Ella me lanzó una mirada por encima del hombro, claramente divertida por mi incomodidad.

—¿Esta? Me la regaló Eli. —Sonrió, casi con malicia, al ver mi expresión. —Me queda hermosa, ¿o no?

Le recorrió el cuerpo con la mirada, sin siquiera molestarse en disimular. Era como si supiera exactamente lo que estaba haciendo.

Me ajusté en la reposera, subiendo los lentes de nuevo para esconder mi mirada. La verdad era que sí, le quedaba hermosa. Pero la mía le quedaría mejor. Sobre todo si no llevara nada más debajo.

No dije nada, pero la forma en que ella sonreía me dejaba claro que sabía lo que estaba pensando.

Tory agarró su vaso de aperol y se sentó en una de las sillas junto a la piscina, cruzando las piernas de manera casi teatral.

—¿Qué pasa, Robby? —preguntó, fingiendo inocencia mientras tomaba un sorbo de su bebida. —¿Por qué tan callado?

La miré fijamente, intentando mantener la compostura.

—No estoy callado. Solo estoy... observando. —Mi voz salió más seca de lo que esperaba.

Ella arqueó una ceja, claramente entretenida.

—¿Observando qué? —preguntó, inclinándose un poco hacia adelante como si realmente estuviera interesada en mi respuesta.

—A vos. —Las palabras salieron antes de que pudiera detenerlas.

Tory parpadeó, sorprendida por un momento, pero luego recuperó su sonrisa confiada.

—¿Y qué estás viendo? —replicó, sus ojos fijos en los míos, desafiándome.

Antes de que pudiera responder, escuché pasos detrás de mí. Giré la cabeza rápidamente y vi a Addison saliendo de la casa, con una botella de cerveza en la mano. Caminó hacia mí y se sentó en la reposera a mi lado, ajena a la tensión que había llenado el aire unos segundos antes.

—¿Y gordo? ¿Te gusta? —preguntó, señalando con un gesto amplio la casa y el jardín.

Pero mi mirada volvió automáticamente hacia Tory, que estaba sentada a unos metros, con la camiseta húmeda pegándose a su cuerpo de una manera que hacía imposible no mirarla. Ella me sostuvo la mirada por un instante y sonrió apenas, como si supiera exactamente lo que pasaba por mi cabeza.

Me aclaré la garganta y respondí, sin apartar la vista de Tory.

—Sí. Me encanta.

La castaña sonrió, aparentemente satisfecha con mi respuesta, mientras yo intentaba ignorar la sensación de que, en ese momento, estaba perdiendo el control de algo mucho más grande que yo.

14:55 p.m

Victoria dejó su vaso de aperol en la mesita y bostezó ligeramente, cubriéndose la boca con la mano mientras estiraba los brazos. Miró de reojo la reposera de su amigo y, sin decir una palabra, se recostó junto a él.

—Que bueno que trajiste esta remera, ¿eh? —comentó Tory mientras se acomodaba, pegando su cuerpo al de Eli como si fuera lo más natural del mundo. Cerró los ojos y dejó escapar un suspiro relajado, mientras el sol brillaba sobre su piel aún húmeda por el agua de la piscina.

Yo observé la escena desde mi lugar, con la cerveza fría en la mano y el corazón latiéndome más rápido de lo que me gustaba admitir. ¿Por qué tenía que recostarse justo ahí? Y encima tan... cerca. Era como si buscara provocarme, aunque sabía que no podía decir nada.

Addison, ajena a todo lo que pasaba en mi cabeza, se giró hacia Eli con una sonrisa animada.

—¿Y cómo va eso del torneo de karate? Me dijiste que estabas entrenando, ¿no? —preguntó, claramente buscando conversación.

Halcon se inclinó un poco hacia adelante, con esa confianza descarada que lo caracterizaba.

—¿El torneo? Ah, ya sabés cómo es. Lo vamos a ganar fácil. —Se encogió de hombros, como si fuera un hecho inamovible.

Addison frunció el ceño, interesada pero confundida.

—¿Tan seguros están? ¿Y los otros equipos?

—¿Los otros? —Eli soltó una carcajada. —Los Miyagi-Do no tienen ninguna chance. Son un chiste. Siempre lo han sido.

Las palabras me picaron como si fueran pequeñas agujas. Me ajusté en la reposera, fingiendo que no había escuchado nada, mientras me llevaba la botella a los labios. Sabía que si decía algo, no iba a poder parar. Terminaría con un puñetazo en la cara de Eli y, conociéndolo, no se quedaría atrás.

—¿Y qué tan importante es este torneo? —preguntó Addison, claramente intentando entender de qué iba todo esto.

Eli giró la cabeza para mirarla, pero no sin antes lanzar una mirada rápida en mi dirección, como si estuviera disfrutando de mi incomodidad.

—Es una pavada para nosotros pero igualmente queremos ganar.Ganarlo no solo nos da reputación, sino que también demuestra que somos los mejores. —Se inclinó un poco más hacia Addison, bajando la voz en un tono confidencial. —Y te lo digo: no hay manera de que Miyagi-Do nos supere.

El descaro con el que hablaba hizo que mis manos se apretaran sobre la botella de cerveza. Mi mente iba repasando todas las formas posibles de responderle, pero sabía que cualquier cosa que dijera terminaría en desastre. Así que, en vez de eso, decidí concentrarme en mirar hacia el jardín, fingiendo que no me importaba la conversación.

Addison rió ligeramente, sin captar la tensión en el aire.

—¿Y vos qué pensás, gordo? —preguntó, girándose hacia mí con una sonrisa.

No pude evitar tensarme. Tory, quien había estado aparentemente medio dormida, abrió los ojos y me miró de reojo, esperando mi respuesta. Su expresión era indescifrable, pero había algo en su mirada que me ponía aún más nervioso.

—Yo... —me aclaré la garganta, intentando sonar casual— no sé. Supongo que ya veremos en el torneo, ¿no?

Eli soltó una risita burlona, y sabía perfectamente que estaba disfrutando de mi postura neutral.

—"Ya veremos", dice. —El tono de su voz era provocador, como si quisiera empujarme al límite. —Vos siempre tan diplomático, señorito Keene.

Tory se movió ligeramente en la reposera, acomodándose más cerca de Eli.

—Dejalo, Eli —dijo ella, sin abrir del todo los ojos. Su voz era tranquila, pero tenía un filo que no pasé por alto. —No todos tienen que estar obsesionados con el karate como vos.

Eli rió y levantó las manos en un gesto de rendición.

—Está bien, está bien. Me callo. Pero, para que quede claro, cuando ganemos, quiero que se acuerden de esta conversación.

Addison asintió, claramente encantada con la charla, mientras yo seguía tomando cerveza en silencio, concentrándome en no mirar a Tory. Pero era imposible no notarla. Estaba ahí, tan cómoda, con esa camiseta que claramente no era suya y esa actitud relajada que hacía que pareciera que el mundo giraba a su ritmo.

Por un momento, me pregunté si Eli siquiera se daba cuenta de lo que tenía al lado. Pero la verdad era que eso no importaba. Porque cada vez que la miraba, sentía que estaba jugando un juego que no podía ganar. Y lo peor de todo era que ella lo sabía.

21:34 p.m

La noche había caído, y el cielo, cubierto de estrellas dispersas, brillaba débilmente bajo la luz anaranjada de las farolas. El aire fresco entraba por la ventana del living, reviviendo un día que había sido agobiante y extraño, como casi todos últimamente. Eli se acomodaba su chaqueta con una actitud despreocupada, estirándose como si el día hubiese sido una victoria personal.

—Bueno gente linda, es mi señal —anunció con las llaves del auto en la mano, agitándolas en el aire como si fueran un trofeo. —Mañana tengo entrenamiento. Vida de estrella, ya saben.

Tory, quien estaba echada en el sofá mirando su celular con fingido desinterés, no dejó pasar la oportunidad.

—¿Estrella? ¿De qué? ¿De un club de fans de segunda mano? —replicó sin levantar la vista.

Eli se detuvo un segundo, girando hacia ella con una sonrisa burlona que casi parecía admirativa.

—De un club mucho más exclusivo que cualquier cosa a la que vos podás entrar, amiga preciosa.

—¿Preciosa? Qué original, Halcon. —Tory rodó los ojos, pero la ligera curva de sus labios delataba que no se lo tomaba a mal del todo.

—Admití que te encanta —dijo él con un guiño antes de dirigirse a la puerta. Antes de salir, me dio una palmada en el hombro, inclinándose un poco para hablarme al oído. —Suerte con las princesas, campeón.

Lo miré sin decir nada, pero sabía que había disfrutado dejar esa pequeña bomba antes de irse. Tory dejó escapar un bufido desde el sofá, fingiendo desinterés mientras yo trataba de no leer demasiado en la sonrisa que aún quedaba en su rostro.

Addison apareció en ese momento, acercándose para abrazarme. Su perfume floral llenó el aire, y su beso en mis labios fue breve pero dulce.

—Me escribís cuando llegues a casa, ¿dale? —me dijo con una calidez que, aunque sincera, no alcanzó a borrar la tensión en la habitación.

—Claro, mi amor. Descansá —respondí, besándola en la frente. La vi desaparecer por las escaleras, pero no antes de notar cómo su mirada se desviaba ligeramente hacia Tory, quien seguía sumida en su mundo digital.

El silencio que siguió duró unos segundos antes de que Tory lo rompiera, lanzándose al ataque con su habitual descaro.

—¡Robby! —exclamó con una mezcla de urgencia y desafío. —¿Me llevás a lo de Miguel? Me invitó a una pijamada, y no pienso gastar en un taxi.

Sentí una presión en el pecho apenas escuché el nombre de Miguel. Por supuesto. Todo en esa frase me molestaba: "Miguel", "pijamada" y la forma casual en que lo dijo, como si no supiera que cada palabra estaba diseñada para sacarme de quicio.

La madre de Tory, desde la cocina, sonrió como si disfrutara el espectáculo. Apreté la mandíbula, pero sabía que no tenía escapatoria.

—Dale. —Logré mantener un tono neutral, aunque por dentro estaba a punto de explotar.

Tory se levantó del sofá con su típico aire despreocupado, agarró su bolso y caminó hacia la puerta con un contoneo que, sin querer, hizo que mis ojos se desviaran hacia sus caderas. Inmediatamente me obligué a mirar hacia otro lado. No caigas en el juego, me dije.

Nos subimos al auto en silencio. Yo al volante, ella en el asiento del copiloto, acomodándose como si fuera su propio trono. Ajusté los espejos, encendí el motor y salí hacia la calle principal. Durante los primeros minutos, el único sonido fue el leve zumbido del motor.

—¿Qué? ¿Se te trabó la lengua? —preguntó finalmente, rompiendo el silencio con ese tono burlón que me hacía apretar los dientes.

—Estoy concentrado en manejar —respondí, tratando de sonar indiferente.

—Ah, claro. Manejar en una calle vacía de noche debe ser todo un desafío. —Apoyó un codo en la ventana y se giró hacia mí, sonriendo con suficiencia. —¿Estás nervioso?

—No tengo motivos para estar nervioso.

Ella dejó escapar una risa suave, esa que usaba cuando sabía que tenía el control.

—¿Seguro? Porque parece que el volante te está pidiendo un respiro. Lo estás apretando como si te fuera a salvar de algo.

Intenté aflojar el agarre de mis manos, pero sus palabras ya me habían sacado de mi zona de calma.

—No estoy tenso —mentí.

La rubia se acomodó en el asiento, cruzando las piernas de forma deliberada, dejando que el borde de su falda se subiera apenas lo suficiente para llamar la atención. Mis ojos, por puro reflejo, se desviaron hacia ellas antes de volver rápidamente a la carretera.

—¿Y qué pensás de esto? —preguntó de repente, señalándose el conjunto mientras se inclinaba un poco hacia adelante.

—Es... ropa. Como cualquier otra. —Intenté sonar neutral, pero sabía que mi voz había sonado más seca de lo que pretendía.

—¿Solo ropa? —preguntó con una sonrisa provocadora. —Porque esta tarde no parecías tan indiferente cuando estabas mirándome en el jardín.

—No estaba mirándote.

—Claro que no —dijo con un tono burlón, girándose hacia mí. —Sos pésimo mintiendo, ¿sabías?

Mi paciencia estaba llegando a su límite.

—¿Siempre tenés qué hacer esto? —pregunté finalmente, apretando los dientes.

—¿Hacer qué? —dijo con fingida inocencia, apoyando la cabeza en el respaldo y sonriendo. —¿Divertirme con vos?

Giré mi cabeza hacia ella por un segundo, lo suficiente para notar cómo me observaba con esos ojos desafiantes que siempre lograban sacarme de quicio.

—Tory, deberías dejar de jugar así.

—¿Por qué? ¿Te pone nervioso? —preguntó, inclinándose un poco más hacia mí. Su voz era suave, pero cargada de intención.

—No me ponés nervioso.

—Claro que no —susurró, su tono burlón más evidente que nunca.

El semáforo cambió a rojo, y detuve el auto. Por un momento, nuestras miradas se encontraron. Ella estaba demasiado cerca, con esa sonrisa traviesa que me hacía odiarla y, al mismo tiempo, sentir cosas que no quería admitir.

—Deberías tener más cuidado, Robby. No querrás que Addison piense que me mirás demasiado, ¿no?

—No la metas en esto.

Ella sonrió, satisfecha.

—Tranquilo. Es nuestro pequeño secreto.

Cuando finalmente llegamos a la casa de Miguel, Tory se giró hacia mí antes de abrir la puerta.

—Gracias por el aventón, novio perfecto. Fuiste todo un caballero.

Y con eso, salió del auto, dejándome con el corazón latiendo a mil y una pregunta rondándome la cabeza.





Los besties

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