8. La carta de papá
Cuando Harry cerró la puerta tras ellos, las lámparas de gas, pasadas de moda, volvieron a la vida, lanzando una luz parpadeante a lo largo de todo el pasillo.
Era como Emma lo recordaba: extraña, tenebrosa, las filas de cabezas de elfos
caseros en la pared lanzando sombras extrañas escaleras arriba. Unas largas
cortinas oscuras ocultaban el retrato de la madre de Sirius. Lo único que estaba fuera de lugar era el paraguero con forma de pierna de troll, que estaba
estando tendido de lado como si Tonks acabara de chocar con él.
—Creo que alguien ha estado aquí —cuchicheó Hermione, señalándolo con el
dedo.
—Eso podia haber ocurrido cuando la orden partió —murmuró Ron en respuesta.
—¿Pero dónde están los sortilegios que pusieron contra Snape? —preguntó Harry.
—A lo mejor solamente se activan si aparece —sugirió Ron
Todavía seguían los cuatro sobre el felpudo, con la espalda contra la puerta, temiendo internarse más en la casa.
—Bueno, no podemos quedarnos aquí para siempre —dijo Harry, y dio un paso
adelante.
—¿Severus Snape? —susurró la voz de Ojoloco Moody en la oscuridad, haciendo que los cuatro saltaran hacia atrás aterrados.
—¡No somos Snape! —gruñó Harry.
Entonces Emma sintió una especie de aire frio que se abalanzó sobre ella y su lengua se enrolló sobre sí misma, haciéndole imposible hablar. Emma se apoyó en la pared ante la sensación de mareo y antes de cualquier otra cosa, todo se desvaneció.
Cautelosamente, Harry dio otro paso adelante. Algo se desplazó entre las sombras al fondo del vestibulo, y antes de que ninguno de ellos pudiera decir una palabra, una figura se alzó de la alfombra, alta, de color polvo, y terrible;
Hermione gritó y lo mismo hizo la Señora Black, sus cortinas que se abrieron; la figura gris planeó hacia ellos, más y más rápido, el pelo, que le llegaba hasta la cintura, flotando tras ella, la cara hundida, sin carne, con las cuencas de los ojos vacías: horriblemente familiar, terriblemente alterada, levantó un brazo descarnado, señalando a Harry.
Emma se sostuvo de un perchero en la entrada y cerró los ojos para evitar ver esa horrible figura.
—¡No! —gritó Harry, y aunque había levantado su varita no se le ocurrió ningun hechizo, pero se aseguró de acercarse un poco hasta Emma—. ¡No! ¡No fuimos nosotros! No te matamos.
Tras la palabra matamos, la figura explotó en una gran nube de polvo.
Emma suspiró por fin con total tranquilidad y se apoyó en el pecho de Harry, tosiendo ligeramente.
El polvo se arremolinó alrededor de Harry y Emma como si fuera niebla, a la luz azul de las lámparas de gas, mientras la Señora Black seguía gritando.
—¡Sangresucia, mugre, manchas de deshonor, manchas de vergüenza sobre la casa de mis padres!
—¡Ya cállate! —gritó Emma, apuntándola con su varita, y con un golpe y una ráfaga de chispas rojas, las cortinas se cerraron otra vez, silenciándola.
—Eso… Eso ha sido... —tartamudeó Hermione, mientras Ron la ayudaba a ponerse en pie.
—Si —dijo Harry—, pero no era realmente él, ¿no? Sólo algo para asustar a Snape.
Con los nervios todavía hormigueando, guío a los otros tres hasta el final del pasillo, medio esperando a que un nuevo terror se revelara, pero nada se movió, salvo un ratón que pasó rozando el rodapié.
—Antes de que vayamos más lejos, creo es mejor que comprobemos —cuchicheó Hermione, y levantó su varita, diciendo—. Homenum revelio.
Nada ocurrió.
—Bueno, acabas de sufrir un gran shock —dijo Ron generosamente—. ¿Qué se
supone que debería haber hecho eso?
—¡Ha hecho lo que le he dicho que hiciera! —dijo Hermione algo enojada—. ¡Era un hechizo para revelar la presencia humana, y no hay nadie aquí excepto
nosotros!
—Y el viejo Polvoriento —dijo Ron, echando una mirada a la mancha en la alfombra de la que el espectro se había levantado.
—Vamos arriba ya —dijo Emma, caminando cautelosamente, subiendo las chirriantes escaleras hasta el salón del primer piso.
Emma y Hermione agitaron su varita para encender las viejas lámparas de gas, luego, tiritando ligeramente en la fría habitación, Hermione se sentó sobre el sofá, rodeandose fuertemente con los brazos. Ron cruzó hasta la ventana y abrió las pesadas cortinas de terciopelo unos centímetros.
—No veo a nadie ahí fuera —informó—. Y uno pensaría que si Harry tuviera
todavía un Rastro sobre él, nos habrian seguido hasta aquí. Sé que no pueden
entrar en la casa, pero...
—¡Harry! —exclamó Emma, acercándose hasta él rápidamente—. ¿Qué pasa?
Harry había dado un grito de dolor, tomándose la cicatriz.
—¿Qué has visto? —preguntó Ron, avanzando hacia Harry—. ¿Le viste en mi casa?
—No, sólo sentí su cólera... está realmente enfadado —Se quitó la mano de la cicatriz y tomó las manos de Emma—. No pasa nada.
—Pero eso podía ser en la Madriguera —dijo Ron en un tono fuerte—. ¿Qué más?
¿No viste nada? ¿Estaba maldiciendo a alguien?
—No, sólo sentí la cólera ... No podría decir...
—¿Tu cicatriz, otra vez? —preguntó Hermione, asustada—. ¿Pero qué está ocurriendo? ¡Pensaba que la conexión
estaba cerrada!
—Lo estuvo, durante un tiempo —farfulló Harry; apoyando su frente en las manos de Emma en busca de calma—. Creo que ha empezado a abrirse otra vez
siempre que pierde el control, cómo solia…
—¡Pues entonces tienes que cerrar tu mente! —dijo Hermione estridentemente-. Harry, Dumbledore no quería que usaras esa conexión, quería que la cerraras. ¡Por eso se supone que tenías que usar la Oclumencia! Si
—¡Deja de gritarle! —bufó Emma—. Necesitamos calma… ¿bien?
Harry soltó las manos de Emma, y le dió la espalda a los tres.
Pero entonces algo de un color plateado aterrizó en medio de la sala y Emma y Hermione no pudieron evitar reprimir un grito.
Un Patronus de plata aterrizó sobre el suelo enfrente de ellos, donde se solidificó en una comadreja que hablaba con la voz del padre de Ron.
—La familia está a salvo, no respondan, nos vigilan.
El Patronus se disolvió en la nada. Ron soltó un ruido entre un gemido y un quejido y se dejó caer en el sofá. Hermione se reunió con él, cogiéndole del brazo.
—Están bien, están todos bien —murmuró, y Ron medio se rió y la abrazó.
—Harry —dijo por encima del hombro de Hermione—, Yo..
—No pasa nada —dijo Harry, asqueado por el dolor de cabeza—. Es tu familia,
luego estabas preocupado. Yo me habria sentido igual.
Emma no pudo evitar notar el evidente dolor que Harry estaba sintiendo y decidió interferir.
—Será mejor irnos a dormir por ahora —informó—. Alístaré los sacos de dormir… ¿Harry?
—Iré al baño —farfulló, luchando contra el dolor de cabeza.
Emma asintió preocupada y comenzó a sacar todo lo necesario para esa noche. Cuando considero que ya todo estaba listo, sacó una prenda de ropa cómoda para usar esa noche y por fin poderse sacarse ese vestido de encima.
—James… ¿todo bien? —preguntó al llegar al baño y tocar la puerta.
Harry abrió con difucltad y negó cuando la vió.
—Lo ví —susurró, arrimándose en el lavamanos—. Está realmente furioso.
—¿Quieres ir a dormir?
—Es lo que más necesito ahora —asintió Harry—. ¿Vienes?
—Dentro de un segundo —respondió, indicando la ropa en sus brazos—. ¿Vamos juntos?
Harry asintió y se reclinó para esperarla fuera del baño mientras ella se cambiaba de ropa. En cuanto salió por fin puesta su pijama, Harry sonrió muy apenas y la tomó de la mano, dispuesto a ir a descansar luego de ese agetreado día.
( . . . )
Emma abrió los ojos cuando sintió a Harry removerse a su lado en busca de salir de ahí sin despertarla. La noche anterior habían dormido juntos a petición de Harry y Emma no sé negó a la idea.
—Harry…
—Oh —Harry se volvió para verla—, lo siento, puedes seguir durmiendo.
—No —Emma bostezo—, ya no tengo sueño. De todas formas, ¿a dónde ibas?
—Quería explorar un poco la casa —dijo—. ¿Quieres venir?
Emma asintió con una ligera y se puso en pie. Acomodó su cabello con sus manos y, luego de que Harry la saludara con un beso en la frente, salieron juntos de la habitación.
En el segundo descansillo se hallaba el dormitorio en el que habían dormido la última vez que habían estado allí. Parecía que alguien había estado allí hace no muy poco pues las habitaciones estaban bastante desordenadas y nada estaba en su lugar.
Continuaron subiendo las escaleras hasta que llegaron al último descansillo donde solo habia dos puertas. La que estaba frente a ellos llevaba una placa con la inscripción Sirius. Emma nunca antes habia entrado en el dormitorio de Sirius.
Harry abrió la puerta. La habitación era espaciosa y en algún momento debia haber sido elegante. Había una gran cama con una cabecera de madera labrada, una alta ventana oscurecida por largas cortinas de terciopelo y un candelabro densamente cubierto de polvo con restos de vela todavía descansando en sus soportes, y cera sólida colgando que habia dejado regueros como escarcha.
Una fina capa de polvo cubría los cuadros de las paredes y la cabecera de la cama; una tela de araña se extendía entre el candelabro y la parte de arriba del gran armario de madera, y al adentrarse Harry y Emma en la habitación, oyeron como se escurrían los ratones al haberlos molestado.
El adolescente Sirius había empapelado las paredes con tantos carteles y fotos que muy poco de las paredes de seda gris acerada era visible. Habia varios grandes estandartes de Gryffindor, de un desvaido color rojo, colgados con el único propósito de subrayar su diferencia frente el resto de la familia Slytherin. Había varias fotos de motos muggle, y también (Emma se sintió bastante disgustada) varios carteles de
chicas muggle en bikini. Podía afirmar que eran muggles porque permanecian
inmóviles en sus fotos, con marchitas sonrisas y satinados ojos congelados en
el papel. Esto contrastaba con la única foto encantada que había sobre la pared
que era una foto de seis estudiantes de Hogwarts de pie unos junto a otros,
sonriendo a la cámara.
Con una punzada en el pecho, Emma se acercó para apreciarla un poco mejor. James Potter fue al primero que vio, con su alborotado cabello negro peinado hacia atrás como el de Harry, y él también llevaba gafas. Junto a él estaba Sirius, despreocupadamente apuesto, su rostro ligeramente arrogante mucho más joven y feliz de lo que Emma le había visto nunca en vida. A la derecha de Sirius, se hallaba Pettigrew, más de una cabeza más bajo, regordete y con los ojos llorosos, sonrojado por el placer de ser incluido en la más estupenda de las pandillas, con los muy admirados rebeldes que James y Sirius habían sido. A la izquierda de James estaba Lupin, aún entonces se veia le algo desarrapado, pero con el mismo aire de deleitada sorpresa de encontrase a sí mismo querido y aceptado. A la derecha de Remus se encontraba un joven muy delgaducho, castaña y con los ojos idénticos a los de Emma, sonriendo de manera arrogante al tener abrazada a Alhena por los hombros.
Harry trató de quitarlo de la pared; después de todo, era suyo ahora, Sirius le habia dejado todo, pero no pudo moverlo. S
Emma colocó una mano sobre el hombro de Harry y se fue a seguir explorando la habitación de Sirius un poco más a fondo.
Se acercó hasta un escritorio que estaba débilmente iluminando por la luz del amanecer. Encima de él había un montón de tarros de perfume vacíos y llenos de polvo, pero lo que más llamó su atención fue un pequeño trozo de papel arrugado y una fotografía debajo de él.
Las tomó y alisó.
Querido pulgoso.
Tengo muchas cosas que contarte y no sabría cómo empezar. Mi pequeña princesita Emma amó tu regalo, estoy seguro, aunque Lena no quería que te dijera porque cree que no lo superaras nunca.
James y Lily han venido de visita ayer, creemos que Harry y Emma se llevarán de maravilla. La idea no termina de agradarme, y James no deja de decir que son almas destinadas a estar juntas. ¿Lo crees así?
Debo admitir que Lena está un poco…
Pero la carta terminaba ahí. Emma supuso que la carta era de su padre. Con la visión un poco nublada a causa de las lágrimas que se acumulaban en sus ojos, alzó la fotografía: ahí estaba su familia, Alhena, Joseph y la misma Emma, muy felices y sonrientes.
Emma se volvió para ver a Harry, y se encontró con que también estaba bastante conmovido por alguna razón, sosteniendo un pergamino en su mano y un trozo de fotografía. Ella se sentó a su lado y le dió pequeñas caricias reconfortantes en la espalda, acariciando su mano al mismo tiempo.
—No sabes lo mucho que los extraño… —susurró Harry.
—Lo sé —dijo Emma en voz baja—. También lo hago.
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