13. La espada de Gryffindor

El otoño envolvió al distrito rural mientras lo recorrían.

Ahora armaban la tienda sobre mantos de hojas caídas. La niebla natural se unía a la conjurada por los dementores; el viento y la lluvia se añadían a sus problemas. El hecho de que Hermione y Emma estuvieran mejorando su habilidad para identificar hongos comestibles no compensaba totalmente el continuo aislamiento, la falta de compañia de otras personas, o la total ignorancia acerca de lo que estaba pasando en la guerra contra Voldemort.

—Mi madre —dijo Ron una noche, mientras se sentaban en la tienda junto al  lecho de un río en Gales—, puede hacer aparecer una provechosa comida del aire.

Malhumorado, pinchó los trozos de lucio carbonizado que había en su plato.

Automáticamente, Emma miro el cuello de Ron y vio, como habia esperado, la cadena dorada del Horcrux brillando alli.

—Tu madre no puede producir comida del aire —dijo Hermione—. Nadie puede.
La comida es la primera de las cinco Excepciones Principales a la Ley de
Gamp de Transfiguración Element.

—Oh, habla en español, ¿o no puedes? —dijo Ron, sacándose una espina de pescado de entre los dientes.

—No es posible que comida aparezca del aire —explicó Emma intentado sonar calmada—. ¿Lo entendiste?

Ron rodó los ojos.

—Puedes convocarla si sabes donde está, puedes transformarla, puedes incrementar la cantidad si ya
tienes un poco... —decía Hermione.

—Bien, no te esfuerces en incrementar esta, es asquerosa —dijo Ron.

—¡Harry cogió el pescado y nosotras hicimos lo mejor que pudimos con él! ¡He notado que siempre somos Emma y yo las que terminan cocinando, supongo que porque somos chicas!

—¡No, es porque se supone que son las mejores haciendo magia! —replicó Ron.

Hermione saltó, y unos trozos de lucio asado se deslizaron del plato de lata
hasta caer al piso.

—Puedes cocinar tú mañana, Ron, puedes buscar los ingredientes y probar un encantamiento que los transforme en algo digno de comerse, y yo me sentaré
ahí, junto a Emma, y te pondré caras y gemiré, para que puedas ver como..

—¡Cállense! —dijo Harry, parándose de un salto y levantando ambas manos—.
¡Cállense, ahora!

Emma soltó su tenedor de golpe y se puso de pie también, con la varita en mano.

—Conjuraste el encantamiento Muffliato sobre nosotros, ¿no? —le susurró a Emma.

—Todo lo que consideramos necesario —susurró de vuelta—. No deberían saber que estamos aquí, o oirnos.

Fuertes ruidos de forcejeosy arañazos, más el sonido de piedras y ramitas desalojadas, les indicaron que varias personas estaban trepando por la empinada y arbolada ladera que descendia hacia la angosta orilla donde habían armado la tienda. Sacaron las varitas y esperaron.

Los encantamientos que habían conjurado a su alrededor deberían ser suficientes, en la casi total oscuridad, para escudarlos de la vista de los muggles y de los brujos y brujas normales. Si eran Mortifagos, entonces tal vez sus defensas estuvieran a punto de ser probadas contra la Magia Oscura por primera vez.

Cuando el grupo de hombres llegó a la orilla las voces se hicieron más altas
pero no más inteligibles.

Hermione tomó su bolso bordado y empezó a registrarlo; después de un momento sacó cuatro Oidos Extensibles y les tiró uno a Harry, a Emma y otro a Ron, que velozmente insertaron un extremo del cordón color piel en sus oidos y sacaron el otro extremo fuera de la entrada de la tienda.

Segundos después Emma escuchó una cansada voz masculina.

—Deberia haber algunos salmones por aqui, ¿o te parece que todavía no ha llegado la temporada? ¡Accio Salmon!

Hubo varios ruidos de salpicaduras y luego ruidos distintivos del pescado batiéndose contra la carne. Alguien gruñó apreciativamente. Sobre el murmullo del río podía distinguir otras voces, pero no estaban hablando en español ni en ningún otro lenguaje humano del que Emma tuviera conocimiento. Era una lengua ruda y poco melodiosa, una sarta de repiqueteantes ruidos guturales, y parecía haber dos interlocutores, uno con un tono apenas un poco más bajo y pausado que el otro.

Un fuego cobró vida del otro lado de la lona, largas sombras pasaron entre la
tienda y las llamas. El delicioso aroma del salmón asado flotó tentadoramente en su dirección. Luego llegó el tintinear de cubiertos sobre platos, y el primer
hombre habló otra vez.

—Aquí, Griphook, Gornuk.

—¡Goblins! —Hermione articulo.

—Gracias —dijeron ambos Goblins en español.

—Asi que ¿cuánto tiempo han estado huyendo, ustedes tres? —preguntó nueva voz, melodiosa y agradable.

—Seis semanas... siete... lo olvidé —dijo el hombre cansado—. Me encontré con
Griphook los primeros días y unimos fuerzas con Gornuk no mucho después.
Es agradable tener algo de compañía. —Hubo una pausa, mientras los cuchillos rasgaban los platos y pequeñas copas eran alzadas y vueltas a dejar en la
tierra —. ¿Que te hizo partir, Ted? —continuó el hombre.

—Sabia que vendrían a buscarme —contestó el de voz melodiosa, Ted, y de
repente Emma cayó en cuenta de que se trataba de el padre de Tonks—. La semana pasada escuché que los Mortifagos estaban en el área y decidí que era mejor huir. Desde el principio, rehusé a registrarme como un nacido de muggles, sabes, así que sabia que era cuestión de tiempo, sabía que al final tendría partir. Mi esposa deberia estar bien, es de sangre pura. Y luego conocí a Dean aquí presente, ¿que hará, unos dias, hijo?

—Si —dijo otra voz, y los cuatro se miraron uno al otro, en silencio pero, a pesar de si mismos, emocionados, seguros de haber reconocido la
voz de Dean Thomas, su compañero de Gryffindor.

—Dean… —murmuró Emma con felicidad.

—Nacido de muggles, ¿eh? —preguntó el primer hombre.

—No estoy seguro —dijo Dean—. Mi padre dejó a mi madre cuando yo era un
niño. Aunque no tengo pruebas de que haya sido un brujo.

Por un momento se hizo el silencio, salvo por los sonidos de masticación: luego Ted volvió a hablar.

—¿Y como encajan ustedes dos? Yo, eh, tenia la impresión de que los goblins estaban con Ya-sabes-quien, todos ellos.

—Tenías una falsa impresión —dijo el goblin de voz más aguda—. No nos ponemos del lado de nadie. Esta es una guerra de brujos.

—¿Entonces, como es que están escondiéndose?

—Estimé que era lo más prudente —dijo el goblin de voz más profunda—. Habieng rehusado a aceptar lo que yo consideré que era una demanda impertinente, me di cuenta que mi seguridad personal estaba en riesgo.

—¿Qué te pidieron que hicieras? —preguntó Ted.

—Tareas impropias de la dignidad de mi raza —respondió el goblin, empleando
un tono de voz más rudo y menos humano al decirlo—. No soy un elfo doméstico.

—¿Y tu, Griphook?

—Razones similares —dijo el goblin de voz más aguda—. Gringotts ya no está
bajo el exclusivo control de los de mi raza. Yo no reconozco a ningún brujo
como Director.

Añadió algo en voz baja en Gobbledegouk, y Gornuk se echó a reir.

—¿Cuál es el chiste? —preguntó Dean.

—Dijo —contestó Dirk—, que hay cosas que tampoco los brujos reconocen.

Hubo una pequeña pausa.

—No lo entiendo —dijo Dean.

—Me tomé mi pequeña venganza antes de partir —dijo Griphook en español.

Gornuk se rió otra vez y hasta Dirk soltó una risa seca.

—Todavía creo que aquí hay algo que Dean y yo nos hemos perdido —dijo
Ted.

—También Severus Snape, solo que todavía no lo sabe —dijo Griphook, y los
dos goblins estallaron en risas malignas.

Dentro de la tienda, Emma se encontraba a penas estable y respiraba pesadamente. Todos se miraron fijamente el uno al otro, escuchando lo más atentamente posible.

—¿No te enteraste de eso, Ted? —preguntó Dirk—. ¿De los chicos que trataron de robar la espada de Gryffindor de la oficina de Snape en Hogwarts?

Emma estaba más que segura de saber de quién se trataba. Al menos de una de esas personas.

—No escuché ni una palabra —dijo Ted—. No salió en el Profeta, ¿verdad?

—Dificilmente —se rió Dirk entre dientes—. Griphook aquí presente me lo contó,
se enteró del asunto por Bill Weasly que trabaja en el banco. Uno de los jóvenes que trató de llevarse la espada era la hermana más pequeña de Bill…

Cuando volvierona hablar fue para discutir si deberian dormir en la orilla o
refugiarse en la ladera arbolada. Decidiendo que los árboles les darían una mejor cobertura, extinguieron el fuego, y luego treparon nuevamente la pendiente, las voces perdiéndose en la distancia.

Harry, Emma, Ron y Hermione enrollaron los Oidos Extensibles. Emma se sentó nuevamente en la cama que usaba Ron y se frotó el rostro con sus manos.

—Ginny.. la espada... —dijo Harry.

—Lo sé —dijo Hermione.

Se abalanzó sobre el pequeño bolso bordado, esta vez hundiendo el brazo
dentro de él justo hasta la axila.

—Aquí… lo... tengo... —dijo con los dientes apretados, y tiró de algo que evidentemente estaba en el fondo del bolso.

Paulatinamente, pudo verse el borde de un recargado marco de cuadro. Harry se apresuró a ayudarla. Mientras levantaban el vacío retrato de Phineas
Nigellus para sacarlo del bolso, Emma lo mantuvo apuntado con la varita, lista para conjurar un hechizo en cualquier momento.

—Si alguien cambió la verdadera espada por la falsa mientras estaba en la oficina de Dumbledore —jadeó, mientras apoyaban la pintura contra un lado de
la tienda—, ¡Phineas Nigellus debería haber sido testigo, esta colgado justo al
lado de la vitrina!

—A menos que estuviera durmiendo —dijo Harry, pero aún así contuvo el aliento mientras Emma se arrodillaba frente al vacio lienzo, con la varita apuntada hacia el centro. Se aclaró la garganta y luego dijo—. Em... ¿Phineas? ¿Phineas Nigellus?

Nada ocurrió.

—¿Phineas Nigellus? —dijo Hermione otra vez—. ¿Profesor Black? Por favor.
¿Podemos hablar con usted? ¿Por favor?

—Decir por favor siempre ayuda —dijo una fría y sarcástica voz, y Phineas Nigellus se deslizó dentro de su retrato. Al instante, Emma conjuró un hechizo: ¡Obscuro!

Una venda negra apareció sobre los inteligentes ojos oscuros de Phineas Nigellus, provocando que se golpeara contra el marco y gritara de dolor.

—¿Qué... cómo te atreves, quién eres?

—Eso no importa —dijo Emma firmemente—. Por cierto, lo siento, profesor.

—¡Remueve este tonto aditamento enseguida! ¡Quítalo, te he dicho! ¡Estás
arruinando una gran obra de arte! ¿Dónde estoy? ¿Qué está ocurriendo?

—No importa dónde estamos —dijo Harry, y Phineas Nigellus se congeló, abandonando los intentos de quitarse la venda pintada que le cubria el rostro.

—¿Será posible que esa sea la voz del huidizo Mr. Potter?

—Tal vez —dijo Harry, sabiendo que esto mantendría a Phineas Nigellus interesado—. Tenemos un par de preguntas que hacerle... acerca de la espada de Gryffindor.

—Ah —dijo Phineas Nigellus, ahora volviendo la cabeza de un lado a otro en un esfuerzo por tratar de obtener un vistazo de Harry—. Si. Esa tonta chica actuó muy imprudentemente.

—No hable así de mi hermana. —dijo Ron bruscamente. Phineas Nigellus enarcó las cejas de forma arrogante.

—¿Quién más está ahí? —preguntó, girando la cabeza de lado a lado—. ¡Tu tono me desagrada! La muchacha y sus amigos fueron extremadamente temerarios. ¡Robarle al Director!

—No estaban robando —dijo Hary—. La espada no es de Snape.

—Pertenece al colegio del Profesor Snape —dijo Phineas Nigellus—. ¿Qué derecho tiene exactamente la joven Weasley sobre ella? ¡Se merecía el castigo, tanto como el idiota de Longbottom y la rareza de Lovegood!

—El colegio no es de Severus Snape —dijo Emma de mala gana—. No le pertenece a él. Y me gustaría que tenga un poco más de respeto por los alumnos, señor.

—¿Dónde estoy? —repitió Phineas Nigellus, empezando nuevamente a forcejear con la venda—. ¿Dónde me han traído? ¿Por qué me han sacado de
la casa de mis ancestros?

—¡En este momento eso no es importante! ¿Cómo castigó Snape a Ginny, Neville y Luna? —preguntó Harry con apremio.

—El Profesor Snape los mandó al Bosque Prohibido, a hacer algún trabajo para
el idiota de Hagrid.

—¡Hagrid no es un idiota! —dijo Hermione estridentemente.

—Y seguro que Snape pensó que eso era un castigo —dijo Harry—. Pero Ginny,
Neville y Luna probablemente pasaron un rato agradable con Hagrid. El Bosque Prohibido... han pasado por cosas mucho peores que el Bosque Prohibido, ¡vaya cosa!

—Lo que realmente queríamos saber, Profesor Black, es si ¿alguien más, um, por alguna razón, ha sacado la espada? ¿Tal vez se la llevaron para limpiarla... o algo?

Phineas Nigellus hizo una pausa en los forcejeos con que intentaba liberarse
los ojos y se rió disimuladamente.

—Nacidos de muggles —dijo—. Las armas de hechura Goblin no necesitan limpieza, ingenua niña. La plata Goblin repele el polvo mundano, absorbiendo
solamente aquello que la fortalece.

—No se atreva a llamarla ingenua —dijo Emma.

—Me estoy cansando de que me contradigan —dijo Phineas Nigellus—. ¿Tal vez sea hora de que regrese a la oficina del Director?

Aún vendado, comenzó a andar a tientas por el borde del marco, tratando de tantear su camino fuera de esta pintura y de regreso a la que estaba en Hogwarts.

Harry tuvo una súbita inspiración.

—¡Dumbledore!¿Puede traernos a Dumbledore?

—¿Perdón? —preguntó Phineas Nigellus.

—El retrato del Profesor Dumbledore... no podría traerlo con usted, aquí, a su
propio retrato.

Phineas Nigellus volvió el rostro en dirección a la voz de Harry.

—Evidentemente no solamente los nacidos de muggles son ignorantes, Potter. Los retratos de Hogwarts pueden comunicarse entre ellos, pero no pueden viajar fuera del castillo excepto para visitar pinturas de si mismos colgadas en otros lugares. Dumbledore no puede venir conmigo aquí, y después del
tratamiento que he recibido en sus manos. ¡Les aseguro que no regresaré
a visitarlos!

Con el ceño ligeramente fruncido, Emma observó como Phineas redoblaba sus esfuerzos para dejar el marco.

—Profesor Black —dijo Hermione—. ¿No podría decirnos, por favor, cuando fue
la última vez que la espada fue sacada de la vitrina? ¿Me refiero a antes de que Ginny la tomara?

Phineas bufó impacientemente.

—Creo que la última vez que vi la espada de Gryffindor fuera de la vitrina fue cuando el Profesor Dumbledore la usó para abrir un anillo de un golpe.

Emma se giró, sorprendida, ¿acaso tenían una nueva pista en su búsqueda?

—Bien, buenas noches tengan ustedes —dijo algo gruñón, y empezó a apartarse de la vista otra vez. Solo el borde de su sombrero de ala quedaba a la vista cuando Harry dio un inesperado grito.

—¡Espere! ¿Le contó a Snape que había visto eso?

Phineas Nigellus metió la vendada cabeza nuevamente dentro del cuadro.

—El Profesor Snape tiene cosas más importantes en su mente que las muchas
excentricidades de Albus Dumbledore. ¡Adiós, Potter!

Y diciendo esto, se desvaneció por completo, dejando detrás de él nada más
que el sombrio telón de fondo.

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