7. Words of apology

PALABRAS DE DISCULPA

───⊱✿⊰───

Para Emma fue bastante difícil poder dormir unos minutos sin pensar en nada. No diría que su noche fue tranquila, en absoluto. Su mente divagó por tantas cosas en la oscura y silenciosa oscuridad de la noche.

Aquella mañana, cuando Emma hubo estado completamente lista y arreglada dentro de lo que cabía, decidió salir de la habitación de una vez por todas; sí, no quería hacerlo, pero no podía quedarse encerrada ahí todo el tiempo por sobre pensar tanto la situación con su novio.

Era más tarde de lo habitual y ya todos estaban en la mesa cuando ella penetró el salón que segundos antes parecía un circo por todo el ruido que había dentro.

—Buenos días —saludó cortésmente y tomó su lugar. Sabía que la actitud de todos probablemente se debía a lo que habían escuchado la noche pasada.

Al lado derecho de la castaña tomaba lugar Nymphadora Tonks, que al contrario de todo, parecía tan serena como siempre y no le echaba miraditas "discretas" a ella y a Harry.

—¿Sabes por qué nos miran como si hubiéramos regresado de entre los muertos? —le preguntó Emma en un susurro cuando la señora Weasley le pasó su desayuno.

—Pues… fue intenso —se limitó a contestar Nymphadora—. No te sorprenda que todos lo hayamos escuchado. ¿Si comprendes, no, Emma? Quiero decir, no los conozco mucho pero por lo que me han dicho… es la primera vez que se hablan así.

—Bueno, tienes razón en cierta parte —asintió Emma apenas moviendo los labios—. Pero me gustaría que se detengan.

—Se los puedo pedir —sonrió Tonks.

—¡No! —opuso Emma, logrando que Dora riera y llamara la atención de más de uno en la mesa. Y en uno de ellos estaba Harry, por supuesto.

En lo que llevaban de mañana no había cruzado ni una sola mirada con su novia. Era bastante inexplicable la sensación que tenía atascada en su pecho al verla distante de él. Tenía que pedirle disculpas lo más antes posible, y aprovecharía hasta la más mínima oportunidad para hacerlo.

Así que, media hora más tarde, cuando el incómodo desayuno dió por terminado y todos salieron del comedor, Harry se cruzó en el camino de Emma antes de que ella subiera a un salón extraño y muy sucio.

—Dai…

—Hola, Harry —le dijo Emma seriamente. De hecho, sin expresión alguna.

—Necesito hablar contigo —Harry miró a su alrededor— a solas —añadió.

Harry la guío hasta el lugar en el que todo ese pequeño conflicto había iniciado: la habitación que ella usaba.

Ambos guardaron silencio un par de segundos hasta que Harry tomó la palabra y comenzó a hablar.

—Lo siento.

Emma no respondió, sólo lo miraba. Estaba cruzada de brazos y se apoyaba en el armario de la habitación con cuidado.

—No sé lo que me sucedió —continuó—. Estaban tan cegado por el enojo que sentía, que te traté de la peor manera posible, cuando nunca tuviste la culpa de nada. No puedo creer que te haya tratado así y pase toda la noche pensando en… eso. Esto es mi culp…

—No lo es —lo interrumpió Emma, mirándolo fijamente a las orbes verdes de sus ojos—. Supongo que mis nervios también estaban fuera de si. No la he estado pasando… bien… sin ellos, ¿lo entiendes? Y cuando entraste y dijiste todas esas cosas no pude evitar dejar salir la pequeña parte que me estaba atormentando…

Harry dió un paso más hacia delante, acercándose lo suficiente a Emma sin molestarla.

—De verdad, lamento haber dicho eso —susurró—. Sé que siempre te preocupas por mi sin importar las circunstancias. En verdad lo siento, no sé lo que me sucedió.

—Estabas enojado, James.

—No sabía lo que había sucedido con… tu familia —dijo, mirándola con tristeza—. Perdóname también por eso, Ron y Hermione me dijeron que fue mi culpa… Al estar relacionada conmigo…

—Harry, eso no fue tu culpa, en absoluto —lo cortó Emma nuevamente—. Es algo personal que no te relaciona.

Harry avanzó un poco más. Ahora estaba lo suficientemente cerca como para apreciar los ojos de su novia con detalle e inhalador su delicioso aroma.

—Te lastimaron.

—Debo admitir que tampoco se los impedi.

Harry tomó delicadamente la mano lastimada de Emma y la observó—. A veces pienso que mereces algo mucho mejor…

—Harry —Emma acunó el rostro de su novio entre sus manos con cuidado— no puedo imaginar alguien mejor que tú.

—¿Sabes que te amo? —sonrió Harry, colocando su mano en la mejilla de Emma.

—Algo así.

Y entonces Harry lo hizo.

La besó.

Cómo si nunca lo hubiera hecho. Estuvieron algunos días separados, pero para ese punto, para ellos era una eternidad. Empezar de la manera en que lo hicieron en su reencuentro no fue lo mejor, por supuesto, pero había sido algo… pasajero.

Se sentía tan bien sentir al otro tan cerca. Tan tranquilizador. Era como estar en una burbuja donde solo pertenecían ellos dos, donde nadie más existía y las cosas eran perfectas.

Sus movimientos eran sincronizadas, era un beso tan cálido, cariñoso y amoroso que era complicado de explicar.

—¿Me perdonas? —preguntó Harry, cuando por fin se separaron.

—Creo que quedó claro.

—Tal vez necesite comprobarlo —sonrió divertidamente el azabache.

—Que desesperado, señor Potter —rió la castaña, acariciando su hombro.

—La he extrañado, señorita Potter —le dijo Harry, colocando esta vez sus manos en la cintura de la chica.

Esta vez fue Emma la que tomó la iniciativa y unió sus labios con los de Harry nuevamente. Colocó sus manos detrás de su cuello para sentirse mucho más cómoda y disfrutarlo.

La falta de oxígeno terminó por separarlos aunque ellos se resistieron al principio. Un leve sonrojo se hacia presente en sus mejillas, demasiado invisible como para apreciarlo, pero ellos sabían a la perfección que estaban sonrojados.

—No volveré a hacerte llorar nunca más, lo prometo —le dijo Harry, juntando su frente con la de Emma.

Emma sonrió levemente antes de dejar un beso más en la mejilla de Harry y sentarse al borde de la cama que tenía. Se sentía tranquilizante ya no tener el sentimiento de no querer salir por estar peleada con Harry. Al menos… eso había vuelto a la normalidad.

Al menos con Harry las cosas parecían ir bien, y eso le alegraba.












( . . . )












No tomó mucho tiempo hasta que la señora Weasley hubo llamado a los más jóvenes a un salón viejo y sucio. Los chicos estaban en un salón apiñados alrededor de la señora Weasley, y todos llevaban un pañuelo anudado en la parte de atrás de la cabeza, que les cubría la nariz y la boca y les daba un aire extraño. Cada uno llevaba en la mano una botella muy grande, que tenía un pitorro en el extremo, lleno de un líquido negro.

—Tapense la cara y tomen un pulverizador  —ordenó la señora Weasley señalando otras las botellas de liquido negro que había sobre una mesa de patas muy finas—. Es doxycida. Nunca había visto una plaga como ésta. No sé qué ha estado haciendo ese elfo doméstico en los diez últimos años…

Aunque Hermione llevaba la cara tapada, Emma pudo ver con claridad que le lanzaba una mirada llena de reproche a la señora Weasley.

—Kreacher es muy viejo, seguramente no podía…

—Te sorprendería ver de lo que es capaz Kreacher cuando le interesa, Hermione —afirmó Sirius, que acababa de entrar en el salón con una bolsa manchada de sangre llena de algo que parecían ratas muertas—. Vengo de dar de comer a Buckbeak —añadió—. Lo tengo arriba, en la habitación de mi madre. Bueno, a ver… este escritorio… —Dejó la bolsa de las ratas encima de una butaca y se agachó para examinar el mueble, entonces Emma notó que el escritorio temblaba ligeramente—. Mira, Molly, estoy convencido de que es un boggart —comentó Sirius mirando por la cerradura—, pero quizá convendría que Ojoloco le echara un vistazo antes de soltarlo. Conociendo a mi madre, podría ser algo mucho peor.

—Quizá su espíritu está ahí dentro, ¿no crees? —bromeó Emma. Sirius rió ante el comentario de la castaña.

Supuso que el regreso de su buen humor y la cara de felicidad que apreciaba de Harry era por un solo motivo: habían arreglado las cosas. Y por supuesto estaba en lo cierto.

En el piso de abajo sonó un fuerte campanazo, seguido de inmediato por el mismo estruendo de gritos y lamentos que Tonks había provocado muchas veces antes.

—¡Estoy harto de decirles que no toquen el timbre! —exclamó Sirius, exasperado, y salió a toda prisa del salón. Lo oyeron bajar precipitadamente la escalera, mientras los chillidos de la señora Black volvían a resonar por toda la casa.

—¡Manchas de deshonra, sucios mestizos, la hija del enemigo, traidores a la sangre!…

—Harry, cierra la puerta, por favor —le pidió la señora Weasley—. Y Emma, cielo, colócate el pañuelo, por favor.

Emma suspiró con aire divertido y se colocó el pañuelo como todos los demás en el salón.

La señora Weasley estaba encorvada sobre la página correspondiente a los doxys de Gilderoy Lockhart: guía de las plagas en el hogar, que estaba abierto encima del sofá.

—Bueno, muchachos, tienen que ir con cuidado porque las doxys muerden y sus dientes son venenosos. Aquí tengo una botella de antídoto, pero preferiría no tener que utilizarlo. —Se enderezó, se plantó delante de las cortinas e hizo señas a los demás para que se acercaran—. Cuando dé la orden, empiecen a rociar las cortinas —dijo—. Ellas saldrán volando hacia nosotros, o eso espero, pero en los pulverizadores dice que con una sola rociada quedan paralizadas. Cuando estén inmovilizadas, pongan todo en este cubo. —Se apartó con cuidado de la línea de fuego de los demás y levantó su pulverizador—. ¿Preparados? ¡Disparen!

Emma sólo llevaba unos segundos pulverizando las cortinas cuando una doxy de tamaño considerable salió volando de un pliegue de la tela, agitando sus relucientes alas de escarabajo y enseñando los diminutos y afilados dientes. Tenía el cuerpo de hada cubierto de un tupido pelo negro y los cuatro pequeños puños apretados con furia. Emma le lanzó un chorro de doxycida en la cara. Cuando cayó al suelo, Emma la tomó y la tiró al cubo.

—¿Se puede saber qué haces, Fred? —preguntó la señora Weasley con brusquedad—. ¡Rocía a ésa enseguida y métela en el cubo!

Emma se dio la vuelta. Fred tenía una doxy entre el índice y el pulgar.

—Allá va —dijo Fred con entusiasmo, y roció a la doxy en la cara hasta que la criatura se desmayó; pero en cuanto la señora Weasley se volvió, Fred le lanzó la doxy a Emma y ésta se la guardó la doxy en el bolsillo y les guiñó un ojo a los gemelos.

—Quieren hacer experimentos con veneno de doxy para elaborar algunos dulces bastante interesantes —explicó Emma a Harry por lo bajo al notar su expresión de confusión.

Harry roció con habilidad a otras dos doxys que iban volando directamente hacia él y Emma; luego se acercó a ella y los gemelos y, sin despegar los labios, murmuró:

—¿Qué son esos dulces de los que habla Emma?

—Surtidos Saltaclases: una variedad de caramelos para ponerte enfermo —susurró George sin apartar la vista de la espalda de la señora Weasley—. No gravemente enfermo, claro, sino sólo lo suficiente para saltarte una clase cuando te interese. Fred y yo los hemos creado este verano. Son unos caramelos masticables de dos colores. Si te comes la mitad de color naranja de las pastillas vomitivas, vomitas. En cuanto te dejan salir de la clase para ir a la enfermería, te tragas la mitad morada…

—… «que te devuelve a tu estado de salud normal, permitiéndote realizar la actividad de ocio de tu elección durante una hora que, de otro modo, habrías dedicado a un infructuoso aburrimiento.» Bueno, eso es lo que hemos puesto en los anuncios —continuó Fred en voz baja; se había ido apartando poco a poco del campo visual de la señora Weasley y recogía unas cuantas doxys, que habían quedado esparcidas por el suelo, y se las guardaba en el bolsillo—. Pero todavía tenemos que perfeccionar el invento. De momento, nuestros controladores de calidad tiene problemas para parar de vomitar y comerse la parte morada.

—¿Controladores de calidad?

—Nosotros —aclaró Fred. Emma le dirigió una significativa mirada a su amigo para que no dijera nada de más—. Vamos turnándonos. Emma probó los bombones desmayo; y el turrón sangranarices lo probamos George y yo…

Emma sentía muchas ganas de darle un golpe a el pelirrojo.

—¿Dijiste Emma? —lo interrumpió Harry—. ¿La hicieron probar eso?

Fred parecía acabar de darse cuenta de lo que había dicho, y al parecer estaba buscando una manera de solucionarlo:

—Nuestra hermanita estaba mal… ya sabes… y le ofrecimos…

—Yo me ofrecí —aclaró Emma inmediatamente—. Los quería ayudar.

Harry miraba preocupado a su novia y algo molesto a los gemelos.

—Si te alivia saberlo, mamá nos dió la regañada de nuestras vidas —dijo George—. Creía que le habíamos hecho daño accidentalmente mientras nos peleábamos.

—Pero, mira, para que estés más tranquilo Harry; Emma no prueba nada que la ponga en un mayor riesgo aunque ella lo quiera. Aly también nos preocupa.

La desdoxyzación de las cortinas les llevó casi toda la mañana. Ya era más de mediodía cuando la señora Weasley se quitó por fin el pañuelo protector y se dejó caer en una mullida butaca, pero dio un salto al tiempo que soltaba un grito de asco, pues se había sentado encima de la bolsa de ratas muertas. Las cortinas habían dejado de zumbar y colgaban mustias y húmedas después de la intensa pulverización. A los pies de las cortinas, las doxys inconscientes estaban amontonados en el cubo, junto a un cuenco de huevos negros de doxy que Felix y Crookshanks olfateaban.

—Creo que de eso nos encargaremos después de comer —dijo la señora Weasley señalando las polvorientas vitrinas que había a ambos lados de la repisa de la chimenea.

Volvió a sonar el timbre de la puerta, y todos miraron a la señora Weasley.

—Quédense aquí —dijo ella con firmeza, y agarró la bolsa de ratas en el momento en que abajo empezaban a oírse de nuevo los bramidos de la señora Black—. Voy a traerles unos sándwiches.

Salió de la habitación y cerró con cuidado tras ella. A continuación, todos corrieron hacia la ventana para ver quién estaba en la puerta principal. Alcanzaron a ver la coronilla de una despeinada y rojiza cabeza y un montón de calderos en precario equilibrio.

—¡Dung! —exclamó Emma—. Quiero decir… es Mundungus.

Harry sonrió mirando por el rabillo del ojo a su novia.

—¿Para qué habrá traído esos calderos? —se extraño Hermione.

—Debe de buscar un lugar seguro donde guardarlos —dijo Harry—. ¿No era eso, recoger calderos robados, lo que estaba haciendo la noche que debía vigilarme?

—¡Sí, tienes razón! —respondió Fred. La puerta de la calle se abrió y Mundungus entró por ella con sus calderos y se perdió de vista—. ¡Vaya, a mamá no le va a hacer ninguna gracia!

Fred y George corrieron hacia la puerta y se quedaron junto a ella, escuchando con atención. La señora Black había dejado de gritar.

—Mundungus está hablando con Sirius y Kingsley —dijo Fred en voz baja, concentrado y con el entrecejo fruncido—. No los oigo bien… ¿Qué les parece si probamos con las orejas extensibles?

—Quizá valga la pena intentarlo —admitió George—. Podría subir un momento y tomar unas…

Pero en ese preciso instante estalló una sonora exclamación en el piso de abajo que hizo que las orejas extensibles resultaran superfluas. Se podía oír a la perfección lo que la señora Weasley estaba diciendo a grito pelado.

—¡Esto no es un escondrijo de artículos robados!

—Me encanta oír a mamá gritándole a otra persona —comentó Fred con una sonrisa de satisfacción en la cara, mientras abría un poco la puerta para dejar que la voz de la señora Weasley entrara mejor en el salón—. Para variar.

—… completamente irresponsable, como si no tuviéramos bastantes preocupaciones sin que tú traigas tus calderos robados a la casa…

—Los muy idiotas la están dejando tomar carrerilla —dijo George haciendo un gesto negativo con la cabeza—. Hay que atajarla enseguida porque si no se calienta y ya no hay quien la pare. Se moría de ganas de soltarle una buena reprimenda a Mundungus desde que despareció, cuando se suponía que estaba siguiéndote, Harry.

—Y allá va la señora Black de nuevo —Emma rodó los ojos.

La voz de la señora Weasley quedó apagada bajo una nueva sarta de chillidos e improperios de los retratos del vestíbulo.

George hizo ademán de cerrar la puerta para ahogar el ruido, pero, antes de que pudiera hacerlo, Kreacher se coló en la habitación.

El elfo no prestó la más mínima atención ni a Harry ni a los demás. Como si no los hubiera visto, entró arrastrando los pies, encorvado, caminando despacio y con obstinación, y fue hacia el fondo de la estancia sin dejar de murmurar por lo bajo con voz grave y áspera.

—… apesta a alcantarilla y por si fuera poco es un delicuente, pero ella no es mucho mejor, una repugnante traidora a la sangre con unos críos que enredan la casa de mi ama, oh, mi pobre ama, si ella supiera, si supiera qué escoria han dejado entrar en la casa, qué le diría al viejo Kreacher, oh, qué vergüenza, sangre sucias, hombres lobo, traidores y ladrones, pobre viejo Kreacher, qué puede hacer él…

—¡Hola, Kreacher! —lo saludó Fred, casi gritando, y cerró la puerta haciendo mucho ruido.

El elfo doméstico se paró en seco, dejó de mascullar y dio un respingo muy exagerado y muy poco convincente.

—Kreacher no había visto al joven amo —se excusó, a continuación se giró y se inclinó ante Fred. Con los ojos clavados todavía en la alfombra, añadió en un tono perfectamente audible—: Un sucio mocoso y un traidor a su sangre, eso es lo que es.

—¿Cómo dices? —preguntó George—. No he oído eso último.

—Kreacher no ha dicho nada —respondió el elfo, y se inclinó ante George, añadiendo en voz baja pero muy clara—: Y ahí está su gemelo; un par de bestias anormales.

—¿Un par de qué, disculpa? —cuestionó Emma en un tono amable mirando al elfo.

—Nada, señorita, nada —contestó el elfo, inclinándose también ante Emma. Luego, como con los gemelos, añadió en voz audible—: Pequeña sangre sucia, traidora a su sangre, huerfana. Oh, aparenta que todo está bien pero no, Kreacher la ha escuchado por las noches…

Todos se volvieron a mirarla, y lo único que Emma hizo fue sonreír forzadamente ante el "gran" comentarios de Kreacher. Por supuesto que aún seguía afectada por todo lo sucedido, pero Emma creía que el elfo debería de aprender a callarse alguna vez en su vida.

Kreacher entonces se enderezó y los miró a todos con hostilidad; en apariencia convencido de que nadie podía oírlo, siguió murmurando:

—Y ahí está la sangre sucia, la muy descarada, ay, si mi ama lo supiera, oh, cómo lloraría; y hay un chicos nuevo, Kreacher no sabe su nombre. ¿Qué haces aquí? Kreacher no lo sabe…

—Éste es Harry, Kreacher —dijo Hermione, titubeante—. Harry Potter.

Kreacher abrió mucho los ojos y se puso a farfullar más deprisa y con más rabia que antes:

—La sangre sucia le habla a Kreacher como si fuera su amigo; si el ama viera a Kreacher con esta gente, oh, ¿qué diría?

—¡No la llames sangre sucia! —saltaron Ron y Emma al unísono, muy enfadados.

—No importa —susurró Hermione—, no está en sus cabales, no sabe lo que…

—Desengáñate, Hermione, sabe muy bien lo que hace —aclaró Fred mirando a Kreacher con antipatía.

Kreacher seguía mascullando sin apartar la vista de Harry.

—¿Es verdad? ¿Es Harry Potter? Kreacher puede ver la cicatriz, debe de ser cierto, ése es el chico que venció al Señor Tenebroso, Kreacher se pregunta cómo lo haría…

—Nosotros también nos lo preguntamos, Kreacher —dijo Fred.

—¿Por qué viniste, Kreacher? —preguntó Emma.

Kreacher dirigió sus enormes y claros ojos hacia Emma.

—Kreacher está limpiando —contestó con evasivas.

—¡No me digas! —exclamó una voz detrás de Harry y Emma.

Sirius había vuelto y miraba con desprecio al elfo desde el umbral. El ruido en el vestíbulo había cesado; quizá la señora Weasley y Mundungus siguieran discutiendo en la cocina. Al ver a Sirius, Kreacher hizo una reverencia exageradísima, hasta tocar el suelo con su nariz.

—Levántate —le espetó Sirius impaciente—. A ver, ¿qué estás tramando?

—Kreacher está limpiando —repitió el elfo—. Kreacher vive para servir a la noble casa de los Black…

—Que cada día está más negra —afirmó Sirius.

—Al amo siempre le ha gustado hacer bromas —comentó Kreacher, volvió a inclinarse y siguió murmurando—: El amo era un canalla desagradecido que le partió el corazón a su madre…

—Mi madre no tenía corazón, Kreacher —lo atajó Sirius—. Se mantenía viva por pura maldad.

Kreacher hizo otra reverencia.

En definitiva, Emma creía que Kreacher era un caso bastante especial. Se atrevía a decir que prefería incluso a Winky.


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