43. The prophecy or her

LA PROFECIA O ELLA

───⊱✿⊰───

—¡Por aquí!

Después de muchísimo intentos fallidos, abriendo puertas, encontrando las cosas más raras como cerebros flotantes o un velo, parecía ser que encontraron la puerta correcta.

Harry guió a sus compañeros por el reducido espacio que había entre las filas de mesas y se dirigió hacia la fuente de la luz: la campana de cristal, tan alta como él, que estaba sobre una mesa y en cuyo interior se arremolinaba una fulgurante corriente de aire.

—¡Oh, miren! —exclamó Ginny conforme se acercaban a la campana de cristal, y
señaló su interior.

Flotando en la luminosa corriente del interior había un diminuto huevo que
brillaba como una joya. Al ascender, el huevo se resquebrajó y se abrió, y de dentro salió un colibrí que fue transportado hasta lo alto de la campana, pero al ser atrapado de nuevo por el aire, sus plumas se empaparon y se enmarañaron; luego, cuando
descendió hasta la base de la campana, volvió a quedar encerrado en su huevo.

—¡No se detengan! —dijo Harry con aspereza, porque Ginny parecía dispuesta a quedarse allí mirando cómo el colibrí volvía a salir del huevo.

—¡Pues tú te has entretenido un buen rato contemplando ese arco viejo! —protestó Ginny, pero siguió a Harry hasta la única puerta que había detrás de la
campana de cristal.

—Es ésta —repitió Harry—. Es por aquí...

Echó un vistazo a sus compañeros; todos llevaban la varita en la mano y de pronto habían adoptado una expresión muy seria y vigilante. Harry se colocó frente a
la puerta, que se abrió en cuanto la empujó.

Habían encontrado lo que buscaban: una sala de techo elevadísimo, como el de
una iglesia, donde no había más que hileras de altísimas estanterías llenas de
pequeñas y polvorientas esferas de cristal. Éstas brillaban débilmente, bañadas por la luz de unos candelabros dispuestos a intervalos a lo largo de las estanterías. Las llamas de las velas, como las de la habitación circular que habían dejado atrás, eran azules. En aquella sala hacía mucho frío.

Emma avanzó con sigilo detrás de Harry, y escudriñó uno de los oscuros pasillos que había entre dos hileras de estanterías. No oyó nada ni vio señal alguna de movimiento.

—Dijiste que era el pasillo número noventa y siete —susurró.

—Sí —confirmó Harry, y miró hacia el extremo de la estantería que tenía más
cerca. Debajo del candelabro con velas de llama azulada vio una cifra plateada:
cincuenta y tres.

—Creo que tenemos que ir hacia la derecha —apuntó Hermione mientras miraba con los ojos entornados hacia la siguiente hilera—. Sí, ésa es la cincuenta y cuatro...

—Tengan las varitas preparadas —les advirtió Harry.

El grupo avanzó con lentitud girando la cabeza hacia atrás a medida que recorría
los largos pasillos de estanterías, cuyos extremos quedaban casi completamente a oscuras. Había unas diminutas y amarillentas etiquetas pegadas bajo cada una de las esferas de cristal que reposaban en los estantes. Algunas despedían un extraño resplandor acuoso; otras estaban tan apagadas como una bombilla fundida.

Pasaron por la estantería número ochenta y cuatro..., por la ochenta y cinco..

Emma se mantenía alerta, con la varita en la mano izquierda bien aferrada, atenta al más leve sonido que indicara movimiento.

—¡Noventay siete! —susurró entonces Emma.

Se apiñaron alrededor del final de la estantería y miraron hacia el fondo del
pasillo correspondiente. Allí no había nadie.

—Está al final de todo —dijo Harry, y notó que tenía la boca un poco seca—.
Desde aquí no se ve bien.

Y los guió entre las dos altísimas estanterías llenas de esferas de cristal, algunas de las cuales relucían débilmente cuando ellos pasaban por delante.

—Tendría que estar por aquí cerca —afirmó Harry en voz baja, convencido—. Podríamos tropezar con él en cualquier momento...

—Oye, Harry… —vaciló Emma, pero él no se molestó en contestar.

—Por aquí... Estoy seguro... —repitió. Habían llegado al final de la estantería,
donde había otro candelabro. Allí no había nadie. Sólo se percibía un silencio
resonante y misterioso, cargado del polvo que había en aquel lugar—. Podría estar… —susurró Harry con voz ronca escudriñando el siguiente pasillo—. O quizá...

Corrió a mirar en el siguiente.

—Harry, aquí…

—¿Qué? —gruñó él.

—Sirius no está aquí.

Nadie dijo nada. Harry se resistía a mirar a sus compañeros.

Harry recorrió el espacio que había al final de las filas de estanterías y miró entre ellas.

Tal vez Sirius no estuviera ahí, pero Emma sentía una rara sensación en el corazón y sabía que nada bueno pasaría.

—¡Harry! —exclamó entonces Ron.

—¿Qué?

—¿Has visto esto? —le preguntó Ron.

—¿Qué? —repitió Harry, pero esta vez con interés. Se acercó a donde estaban los demás, un poco más allá de la hilera número noventa y siete, pero sólo vio a Ron, que examinaba atentamente las esferas de cristal que había en la estantería.

—¿Qué ocurre? —inquirió Harry con desánimo.

—Lleva..., lleva tu nombre —contestó Ron.

Emma escudriñó en la oscuridad cuando escuchó un ruido inusual en la sala. Amagó con acercarse, pero Hermione la tomó del brazo y la llevó con los demás.

—Creo que no deberías tocarla, Harry —opinó Hermione al ver que Harry
estiraba un brazo.

—¿Por qué no? —repuso él—. Tiene algo que ver conmigo, ¿no?

—No lo hagas, Harry —dijo de pronto Neville. Harry lo miró. El redondo rostro
de su compañero estaba cubierto de sudor. Daba la impresión de que ya no podía aguantar más misterio.

—Lleva mi nombre —insistió Harry.

—Puede resultar ser algo malo —replico Emma.

—Necesito saberlo —Harry puso las
manos alrededor de la polvorienta bola de cristal. Harry levantó la bola de cristal y la miró fijamente.

Pero no pasó nada. Los demás se colocaron alrededor de Harry y contemplaron la esfera mientras él le quitaba el polvo.

Y entonces, a sus espaldas, una voz que arrastraba las palabras dijo:

—Muy bien, Potter. Ahora date la vuelta, muy despacio, y dame eso, o ella lo pagará.

Los rodearon unas siluetas negras salidas de la nada, que les cerraron el paso derecha e izquierda; varios pares de ojos brillaban detrás de las rendijas de máscaras, y una docena de varitas encendidas les apuntaban directamente. Pero lo que más alarmó a todos fue la retención de Emma, la cual forcejeaba.

—Dame eso, Potter —repitió la voz de Lucius Malfoy, que había estirado su
brazo con la palma de la mano hacia arriba—. Dame eso —dijo Malfoy una vez más—, o ella las pagará.

—Suéltala —exigió Harry, apuntando con su varita a Malfoy sin dudarlo.

Emma, desde su lugar, intentaba negar y pedirle que no hiciera eso, más Bellatrix Leastrange se lo impidió.

—Shh, guarda silencio pequeña Walk —le advirtió—. Está vez no seré compasiva, ¿bien? Cuidado.

Varios mortífagos rieron; una áspera voz de mujer surgió de entre las otras figuras, hacia la izquierda de Harry, y sentenció con tono triunfante:

—¡El Señor Tenebroso nunca se equivoca!

—No, nunca —apostilló Malfoy con voz queda—. Y ahora, entrégame la profecía, Potter.

—¡Quiero que la sueltes y quiero saber dónde está Sirius!

—«Quiero que la sueltes» —se burló la mujer que estaba reteniendo a Emma—. Me parece que no, Potter.

Ella y el resto de los mortífagos se habían acercado más a Harry y sus amigos, de los que ahora sólo los separaban unos palmos, y la luz de sus varitas deslumbraba a Harry.

—Sé que lo han capturado —afirmó él tratando de no hacer caso de la creciente
sensación de pánico que notaba en el pecho y el terror que sentía por Emma y su bienestar. Y en un destello de segundo, Harry se percató de como la castaña negaba levemente con la cabeza—. Está aquí. Sé que está aquí.

—El bebé se ha despertado asustado y ha confundido el sueño con la realidad —dijo la mujer imitando la voz de un niño pequeño—. Y ahora a su novia perderá.

—No es mi novia —repuso Harry ante la mirada que Emma le entregaba.

—¿No? —Bellatrix rió muy alto—. Tu preocupación me indica que sí. ¿Creías que con eso la soltaría?

Emma respiraba con dificultad: la combinación de nervios y la mano de la bruja cubriéndola toda la boca y nariz le estaban afectando.

—¡Ah, tú no conoces a Potter tan bien como yo, Bellatrix! —exclamó Malfoy
quedamente—. Tiene complejo de héroe; el Señor Tenebroso ya lo sabe. Y ahora
dame la profecía, Potter.

—Sé que Sirius está aquí —insistió Harry pese a que el pánico le oprimía el
pecho—. ¡Sé que lo han atrapado!

Unos cuantos mortífagos volvieron a reír, aunque la mujer fue la que rió más
fuerte.

—Ya va siendo hora de que aprendas a distinguir la vida de los sueños, Potter
—dijo Malfoy— Dame la profecía inmediatamente, o empezaremos a usar las varitas, además, nos la llevaremos, y no la volverás a ver nunca más.

—Adelante —lo retó Harry, y levantó su varita mágica hasta la altura del pecho.

En cuanto lo hizo, las cinco varitas de Ron, Hermione, Neville, Ginny y Luna se
alzaron a su alrededor. El nudo que Harry notaba en el estómago se apretó aún más.

Pero los mortífagos no atacaron.

—Entrégame la profecía y nadie sufrirá ningún daño —aseguró Malfoy fríamente.

Ahora le tocaba reír a Harry.

—¡Sí, claro! —exclamó—. Yo le doy esta... profecía, ¿no? Y ustedes sueltan a mi novia y nos dejan irnos a casa, ¿verdad?

Tan pronto como Harry terminó la frase, la mortífaga chilló:

—¡Accio prof...! —Pero Harry estaba preparado, y gritó: «¡Protego antes de
que ella hubiera terminado de pronunciar su hechizo; la esfera de cristal le resbaló hasta las yemas de los dedos, aunque consiguió sujetarla—. ¡Vaya, el pequeño Potter sabe jugar! —dijo la mortífaga fulminando a Harry con la mirada tras las rendijas de su máscara— Muy bien, pues entonces... —con su varita apunto directamente al corazón de la castaña, la cual intentaba mantenerse firme.

—¡TE HE DICHO QUE NO! —le gritó Lucius Malfoy a la mujer— ¡Si la rompes...!

Toda Emma temblaba de pies a cabeza, y sentía que en cualquier momento se desvanecería en ese preciso lugar en los brazos de la mortifaga.

La mujer dio un paso hacia delante, llevando a Emma consigo, separándose de sus compañeros, y se quitó la máscara. Azkaban había dejado su huella en el rostro de Bellatrix Lestrange, demacrado y marchito como una calavera, aunque lo avivaba un resplandor fanáico y febril.

—¿Vamos a tener que aplicar nuestros métodos de persuasión? —preguntó
mientras su tórax ascendía y descendía rápidamente—. Como quieras —tiró a Emma al suelo y le apuntó con la varita una vez más—. Que vea cómobtorturamos a su noviecita. Ya me encargo yo.

Emma, desde el suelo, se percató de como sus amigos intentaban acercarse a ella.

—Si la atacas, tendre que romper esto —le advirtió—. No creo que su amo se ponga muy contento si la ve regresar sin ella, ¿no? —La mujer levantó de un golpe a la castaña y le cubrió nuevamente la boca—. Por cierto —continuó Harry—,¿qué profecía es ésa?

No se le ocurría otra cosa que hacer que seguir hablando para mantener a Emma a salvo.

—¿Que qué profecía es ésa? —repitió Bellatrix, y la sonrisa burlona se borró de sus labios—. ¿Bromeas, Potter?

—No, no bromeo —respondió Harry, que pasó la mirada de un mortífago a otro
buscando un punto débil, un hueco que les permitiera escapar y llevarse a Emma con él—. ¿Para qué la quiere Voldemort?

Varios mortífagos soltaron débiles bufidos.

—¿Te atreves a pronunciar su nombre?—susurró Bellatrix.

—Sí —contestó Harry—. Sí, no tengo ningún problema en decir Vol...

—¡Cierra el pico! —le ordenó Bellatrix, clavando la varita en el cuello de Emma—. Cómo te atreves a pronunciar su nombre con tus indignos labios, cómo te atreves a mancillarlo con tu lengua de sangre mestiza, cómo te atreves...

—¿Sabía usted que él también es un sangre mestiza? —preguntó Harry con
temeridad. Hermione soltó un débil gemido—. Me refiero a Voldemort. Sí, su madre era bruja, pero su padre era muggle. ¿Acaso les ha contado que es un sangre limpia?

—¡CRUC..!

—¡NO!

Un haz de luz verde había salido del extremo de la varita mágica de Bellatrix
Lestrange, pero Malfoy lo había desviado; el hechizo de Malfoy hizo que el de Bellatrix diera contra un estante, a un palmo hacia la izquierda de donde estaba Harry, y varias esferas de cristal se rompieron.

Dos figuras, nacaradas como fantasmas y fluidas como el humo, se desplegaron
entre los trozos de cristal roto que habían caído al suelo, y ambas empezaron a hablar; sus voces se sobreponían una a otra, de modo que entre los gritos de Malfoy y Bellatrix sólo se oían fragmentos de la profecía.

—... el día del solsticio llegará un nuevo... —decía la figura de un anciano con
barba.

—¡NO LA ATAQUES! ¡NECESITAMOS LA PROFECÍA!

—Se ha atrevido..., se atreve —chilló Bellatrix con incoherencia—. Este
repugnante sangre mestiza... Miralo, ahí plantado...

—¡ESPERA HASTA QUE TENGAMOS LA PROFECÍA! —bramó Malfoy.

—... y después no habrá ninguno más.. —dijo la figura de una mujer joven.

Las dos figuras que habían salido de las esferas rotas se disolvieron en el aire. Lo único que quedaba de ellas y de sus antiguos receptáculos eran unos trozos de cristal en el suelo. Sin embargo, aquellas figuras le habían dado una idea a Harry. El problema era cómo transmitírsela a los demás.

—No me han explicado ustedes todavía qué tiene de especial esta profecía que
p

retenden que les entregue —dijo para ganar tiempo mientras desplazaba lentamente un pie hacia un lado, buscando el de alguno de sus compañeros.

—No te hagas el listo con nosotros, Potter —le previno Malfoy.

—No me hago el listo —replicó él mientras concentraba la mente tanto en la conversación como en el tanteo del suelo. Y entonces encontró un pie y lo pisó. Una brusca inhalación a sus espaldas le indicó que se trataba del de Hermione.

Emma, desde su lugar, observó como Harry le susurraba algo a su amiga.

—¿Dumbledore nunca te ha contado que el motivo por el que tienes esa cicatriz
estaba escondido en las entrañas del Departamento de Misterios? —inquirió Malfoy con sorna.

—¿Cómo? —se extrañó Harry—. ¿Qué
dice de mi cicatriz?

—¿Cómo puede ser? —continuó Malfoy regodeándose maliciosamente; los
mortífagos volvieron a reír, y Emma luchó por todos los medios en soltarse y poder tomar un poco de aire.

—¿Dumbledore nunca te lo ha contado?—repitió Malfoy—. Claro, eso explica
por qué no viniste antes, Potter, el Señor Tenebroso se preguntaba por qué no viniste corriendo cuando él te mostró en tus sueños el lugar donde estaba escondida. Creyó que te vencería la curiosidad y que querrías escuchar las palabras exactas...

—¿Ah, sí? —dijo Harry.— Ya, y quería que viniera a buscarla, ¿verdad? ¿Por qué?

—¿Por qué? —repitió Malfoy, incrédulo y admirado—. Porque las únicas personas a las que se les permite retirar una profecía del Departamento de Misterios,
Potter, son aquellas a las que se refiere la profecía, como descubrió el Señor Tenebroso cuando envió a otros a robarla.

—¿Y por qué quería robar una profecía que habla de mí?

—De los dos, Potter, habla de los dos... ¿Nunca te has preguntado por qué el
Señor Tenebroso intentó matarte cuando eras un crío?

Harry miró fijamente las rendijas detrás de las que brillaban los grises ojos de
Malfoy y luego dirigió su mirada a Emma. Con un cerrar y abrir de ojos lento le indicó que todo estaría bien.

—¿Que alguien hizo una profecía sobre Voldemort y sobre mí? —preguntó con
un hilo de voz mirando a Lucius Malfoy— ¿Y me ha hecho venir a buscarla para él? ¿Por qué no venía y la tomaba él mismo?

—¿Tomarla él mismo? —chilló Bellatrix mezclando las palabras con una sonora
carcajada—. ¿Cómo iba a entrar el Señor Tenebroso en el Ministerio de Magia,
precisamente ahora que no quieren admitir que ha regresado? ¿Cómo iba a mostrarse el Señor Tenebroso ante los aurores, ahora que pierden tan generosamente el tiempo buscando a mi querido primo?

—Ya, y les obliga a hacer a ustedes el trabajo sucio, ¿no? —se burló Harry—. Del mismo modo que envió a Sturgis a robarla, y a Bode, ¿verdad?

—Muy bien, Potter, muy bien.. —dijo Malfoy lentamente—. Pero el Señor
Tenebroso sabe que no eres ton...

—¡YA! —gritó entonces Harry.

Emma vió un destello de luces y por un segundo, la realidad se desvaneció.

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