42. Department of mysteries
DEPARTAMENTO DE MISTERIOS
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Umbridge junto a su Brigada Inquisitorial habían atrapado a todos (incluyendo a Neville, que Emma no sabía que hacía ahí). Sin embargo, Hermione tuvo una brillante idea, y junto a Harry, se llevaron a Umbridge al bosque prohibido, mientras que el otro grupo lograba escapar de las manos de los Slytherin de una manera muy ingeniosa.
—Sin nuestras varitas no podemos hacer nada —oyeron decir a Hermione—. De todos modos, Harry, ¿cómo pensabas llegar hasta Londres?
—Sí, eso mismo nos preguntábamos nosotros —preguntó Ron.
Todos ofrecían un aspecto lamentable: Ginny tenía unos largos arañazos en una
mejilla, Neville llevaba el ojo derecho amoratado, a Ron le sangraba el labio más que nunca y la mano de Emma se encontraba lastimada una vez más, pero parecían muy satisfechos de sí mismos.
—Bueno —dijo Emma apartando una rama baja. Llevaba la varita mágica de Harry en su mano sana—, ¿qué tienen en mente?
—¿Cómo han logrado escapar? —preguntó Harry, atónito, al tiempo que tomaba su varita.
—Con un par de rayos aturdidores, un encantamiento de desarme y un bonito
embrujo paralizante, obra de Neville —contestó Ron sin darle importancia mientras le devolvía también a Hermione su varita mágica—. Desde la ventana hemos visto que iban hacia el bosque y los hemos seguido. ¿Qué le han hecho a la profesora Umbridge?
—Se la han llevado —respondió Harry—. Una manada de centauros.
—¿Y a ustedes los han dejado aquí? —preguntó Ginny estupefacta.
—No, los ha ahuyentado Grawp —contestó Harry.
—¿Quién es Grawp? —preguntó Luna con mucho interés.
—El hermano pequeño de Hagrid —explicó Emma—. Da igual. ¿Voldemort tiene a Sirius?
—Sí —afirmó Harry, y notó otra fuerte punzada en la cicatriz—, y estoy seguro
de que Sirius todavía está vivo, pero no sé cómo vamos a ir hasta allí para ayudarlo.
Todos se quedaron en silencio con aspecto de estar bastante asustados; el
problema al que se enfrentaban parecía insuperable.
—Tendremos que ir volando, ¿no? —soltó Luna con un tono realista que Emma nunca le había oído emplear.
—Vale —contestó Harry con fastidio, y se volvió hacia ella—. En primer lugar,
olvídate del «tendremos», porque tú no vas a ninguna parte, y en segundo lugar, Ron es el único que tiene una escoba que no esté custodiada por un trol de seguridad, de modo que...
—¡Yo también tengo una escoba! —saltó Ginny.
—Sí, pero tú no vienes —la atajó Ron.
—¡Perdona, pero a mí me importa tanto como a ti lo que le pase a Sirius! —protestó Ginny, y apretó las mandíbulas, con lo que de pronto resaltó su parecido con Fred y George.
—Eres demasiado... —empezó a decir Harry, pero Emma lo interrumpió con
fiereza.
—No te atrevas a seguir gritando o decir lo que debemos hacer —le dijo—. Gracias a Ginny es que Malfoy está atrapado en el despacho de Umbridge, y sin Luna no hubieras podido si quiera entrar para intentar hablar con Sirius.
—Sí, pero...
—Todos pertenecíamos al ED —intervino Neville con serenidad—. ¿No se trataba de prepararnos para pelear contra Quien-tú-sabes? Pues ésta es la primera
ocasión que tenemos de actuar. ¿Es que todo aquello no era más que un juego?
—No, claro que no... —contestó Harry impaciente.
—Entonces nosotros también deberíamos ir —razonó Neville—. Podemos ayudar.
—Es verdad —coincidió Luna, y sonrió.
—Bueno, no importa —dijo Harry con frustración—, porque de todos modos
todavía no sabemos cómo vamos a ir...
—Creía que eso ya lo habíamos decidido —terció Luna consiguiendo que Harry
se desesperara aún más—. ¡Volando!
—Mira —dijo Ron, que ya no podía contenerse—, tú quizá puedas volar sin
escoba, pero a los demás no nos crecen alas cada vez que...
—Hay otras formas de volar —puntualizó Luna.
—Sí, claro, ahora nos dirás que podemos volar en un scorky de cuernos escarolados o como se llame, ¿no? —dijo Ron.
—Los snorkacks de cuernos arrugados no pueden volar —aclaró Luna muy
circunspecta— pero ésos sí, y Hagrid dice que siempre encuentran el lugar al que
quiere ir la persona que los monta. —Y Luna señaló hacia el bosque.
Emma se dio la vuelta. Entre dos árboles había dos thestrals que observaban a los
chicos como si entendieran cada palabra de la conversación que estaban manteniendo. Los blancos ojos de los animales relucían fantasmagóricamente.
—Es… tienes razón —susurró ella.
Los thestrals movieron la cabeza con forma de dragón y agitaron las largas y
negras crines.
—¿Qué son, esa especie de caballos? —preguntó Ron con aire vacilante,
dirigiendo la mirada hacia un punto situado más o menos a la izquierda del thestral que Harry estaba acariciando—. ¿Esos que no puedes ver a menos que hayas presenciado cómo alguien estira la pata?
—Sí —contestó Harry.
—¿Cuántos hay?
—Sólo dos —respondió Emma.
—Pues necesitamos tres —sentenció Hermione, que todavía estaba un poco
agitada pero decidida a pesar de todo.
—Cuatro, Hermione —la corrigió Ginny con el entrecejo fruncido.
—Creo que en realidad somos seis —aclaró Luna con calma, y contó a sus
compañeros.
—No digan tonterías, ¡no podemos ir todos! —gritó Harry—. Miren, ustedes
tres —señaló a Neville, Ginny y Luna— no tienen nada que ver con esto, ustedes no... —Los aludidos volvieron a protestar. Emma vió una notoria expresión de dolor en la cara de Harry—. Vale, de acuerdo. Ustedes lo han querido —dijo con aspereza—. Pero si no encontramos más thestrals no podremos...
—Tranquilo, vendrán más —sentenció con aplomo Ginny, que, como su
hermano, miraba con los ojos entrecerrados en la dirección equivocada, creyendo que era allí donde estaban los animales.
—¿Por qué piensas eso?
—Porque, por si no te habías dado cuenta, Hermione y tú van cubiertos de sangre —explicó Ginny fríamente— y Hagrid utiliza carne cruda para atraer a los thestrals. Supongo que por ese motivo han venido esos dos.
Entonces Emma notó que un thestral tiraba débilmente la túnica de Harry, que estaba empapada de la sangre.
—De acuerdo —dijo Harry; se le acababa de ocurrir una idea genial—. Ron y yo tomaremos estos dos e iremos por delante; Hermione irá con Emma, claro, hasta que lleguen unos dos más…
—No hará falta —afirmó Luna, sonriente—. Mira, ya llegan más... Deben de
apestar...
Emma se volvió y vió que seis o siete thestrals avanzaban entre los árboles, con las enormes alas coriáceas plegadas y pegadas al cuerpo, y los ojos brillando en la oscuridad. Ahora Harry no tenía excusa.
—Vale —aceptó a regañadientes—. Eligan uno cada uno y montenlos.
Emma enredó fuertemente la mano en la crin del thestral que tenía más cerca, puso un pie sobre un tocón y se subió con torpeza al sedoso lomo del animal. EI
thestral no se resistió, pero torció la cabeza hacia un lado, mostrando los colmillos.
Ésta encontró la manera de apoyar las rodillas detrás de las articulaciones de las alas, con lo que se sentía más segura; luego se volvió y miró a sus compañeros.
Neville se había subido al lomo de otro thestral e intentaba pasarle una pierna por encima. Luna ya se había montado de lado en el suyo, y se estaba arreglando la túnica como si hiciera aquello a diario. Ron, Hermione y Ginny, en cambio, seguían de pie y sin moverse, boquiabiertos y mirando a los demás.
—¿Qué pasa? —preguntó Harry.
—¿Cómo quieres que los montemos? —dijo Ron con voz queda—. Si nosotros
no podemos ver a esos bichos...
—¡Ah, es muy fácil! —comentó Luna; se bajó solícitamente de su thestral y fue
hacia donde estaban Ron, Hermione y Ginny—. Vengan aquí...
Los guió hacia donde se hallaban los otros thestrals y, uno a uno, los fue
ayudando a montar. Los tres parecían muy nerviosos mientras Luna les enredaba una mano en la crin del animal y les decía que se sujetaran con fuerza; luego Luna volvió a montar en su corcel.
—Esto es una locura —murmuró Ron palpando con la mano que tenía libre el
cuello de su caballo—. Es una locura.. Si al menos pudiera verlo..
—No me quejaría mucho si fuera tu —dijo Emma.
—¿Estáis preparados? —preguntò Harry. Todos asintieron—. A ver... —Miró la parte de atrás de la reluciente y negra cabeza de su thestral y tragó saliva—. Bueno, pues... Ministerio de Magia, entrada para visitas, Londres —indicó, vacilante—. No sé si... sabrás...
Al principio el thestral de Harry no se movió, pero poco después desplegó las alas con un contundente movimiento que casi derribó al chico; el caballo se agachó un poco e inmediatamente salió disparado hacia arriba; los demás thestrals le siguieron al segundo de manera muy veloz.
Emma subía tan deprisa y de forma tan
vertical que tuvo que sujetarse con brazos y piernas a su cuerpo para no
resbalar hacia atrás por la huesuda grupa. Cerró los ojos y pegó la cara a la sedosa crin del thestral, y ambos subieron volando entre las ramas más altas de los árboles y se elevaron hacia una puesta de sol de color rojo sangre. Ahora recordaba por qué razón no jugaba quidditch.
Todos iban pegados cuanto podían al cuello de sus monturas para protegerse de la estela que dejaba el thestral de Harry.
Dejaron atrás los terrenos de Hogwarts y sobrevolaron Hogsmeade; Emma apenas veía montañas y valles a sus pies. Como estaba oscureciendo, distinguió pequeños grupos de luces de otros pueblos, y luego una sinuosa carretera que discurría entre colinas y por la que circulaba un solo coche...
—¡Qué cosa tan rara! —oyó que Ron decía tras ella, y trató de imaginar lo que
debía de sentirse al volar a semejante altura y a tal velocidad en un medio de
transporte invisible.
Se puso el sol, y el cielo, salpicado de diminutas estrellas plateadas, se tiñó de
color morado; al poco rato las luces de las ciudades de muggles eran lo único que les daba una idea de lo lejos que estaban del suelo y de lo rápido que se desplazaban.
Siguieron volando por un cielo cada vez más oscuro; Emma notaba la cara fría y
rígida y tenía las piernas entumecidas de tanto apretarlas contra las ijadas del thestral, pero no se atrevía a cambiar de postura por si resbalaba... El ruido del viento en los oídos lo ensordecía, y el frío aire nocturno le secaba y le helaba la boca. Ya no sabía qué distancia habían recorrido, pero tenía toda su fe puesta en el animal que lo llevaba, que seguía surcando el cielo con decisión, sin apenas mover las alas.
Si Sirius en verdad se encontraba ahí, esperaba que no fuera demasiado tarde.
La castaña notó una sacudida en el estómago; de pronto la cabeza del thestral apuntó hacia abajo y Emma resbaló unos centímetros hacia delante por el cuello del animal, así que lo único que hizo fue aferrase aún con más fuerza.
Al fin habían empezado a descender. Entonces le pareció oír un chillido a sus
espaldas y se arriesgó a girar la cabeza, pero no vio caer a nadie... Supuso que el
cambio de dirección había cogido desprevenidos a los demás, igual que a ella.
En esos momentos, unas brillantes luces de color naranja se hacían cada vez más
grandes y más redondas por todas partes; veían los tejados de los edificios, las hileras de faros que parecían ojos de insectos luminosos, y los rectángulos de luz amarilla que proyectaban las ventanas. Emma tuvo la impresión de que se precipitaban hacia el suelo; se agarró al thestral con todas sus fuerzas y se preparó para recibir un fuerte impacto, pero el caballo se posó en el suelo suavemente, como una sombra.
Emma miró alrededor y vio la calle con un contenedor rebosante y la cabina telefónica destrozada, ambos descoloridos, bajo el resplandor anaranjado de las farolas.
Hermione aterrizó cerca de Emma y bajó de su thestral torpemente.
—Ha sido lo más loco que he vivido —dijo, con un temblor en la voz.
—Y lo que falta por vivir —respondió Emma.
—¿Y ahora qué hacemos? —le preguntó Luna a Harry con interés, como si todo
aquello fuera una divertida excursión.
—Por aquí —indicó Harry. Agradecido, acarició un poco a su thestral, y después guió rápidamente a sus compañeros hasta la desvencijada cabina telefónica y abrió la puerta—. ¡Vamos! —los apremió al ver que los demás vacilaban.
Ron y Emma entraron, obedientes; Hermione, Neville, Ginny y Luna se apretujaron y los siguieron; Harry se metió en la cabina detrás de Luna.
—¡El que esté más cerca del teléfono, que marque seis, dos, cuatro, cuatro, dos! —ordenó.
Emma era la que estaba más cerca, así que levantó un brazo y lo inclinó con un
gesto forzado para llegar hasta el disco del teléfono. Cuando el disco recuperó la
posición inicial, una fría voz femenina resonó dentro de la cabina.
—Bienvenidos al Ministerio de Magia. Por favor, diga su nombre y el motivo de
su visita.
—Harry Potter, Emma Walk, Ron Weasley, Hermione Granger —dijo Harry muy deprisa—, Ginny Weasley, Neville Longbottom, Luna Lovegood... Hemos venido a salvar a una persona, a no ser que el Ministerio se nos haya adelantado.
—Gracias —replicó la voz—. Visitantes, recojan las chapas y colóquenselas en
un lugar visible de la ropa.
Media docena de chapas se deslizaron por la rampa metálica en la que normalmente caían las monedas devueltas. Emma las tomó y las comenzó a entregar. Cuando todas estaban en manos de los demás, la castaña leyó lo que ponía: «Emma Walk, Misión de Rescate.»
—Visitantes del Ministerio, tendrán que someterse a un cacheo y entregar sus
varitas mágicas para que queden registradas en el mostrador de seguridad, que está situado al fondo del Atrio.
—¡Muy bien! —respondió Harry en voz alta—. ¿Ya podemos pasar?
El suelo de la cabina telefónica se estremeció y la acera empezó a ascender detrás de las ventanas de cristal; los thestrals, que seguían hurgando en el contenedor, se perdieron de vista; la cabina quedó completamente a oscuras y, con un chirrido sordo, empezó a hundirse en las profundidades del Ministerio de Magia.
Una franja de débil luz dorada les iluminó los pies y, tras ensancharse, fue
subiendo por sus cuerpos. Emma se inclinó un poco, asegurandose que nadie los esperaba, y para su suerte, parecía que todo estaba desolado.
La luz era más tenue que la que había durante día, y no ardía ningún fuego en las chimeneas empotradas en las paredes, aunque, cuando la cabina se detuvo con suavidad, la castaña vio que unos símbolos dorados se retorcían sinuosamente en el techo azul eléctrico.
—El Ministerio de Magia les desea buenas noches —dijo la voz de mujer.
La puerta de la cabina telefónica se abrió y Emma salió a trompicones de ella. Lo único que se oía en el Atrio era el constante susurro del agua de la fuente dorada, donde los chorros que salían de las varitas del mago y de la bruja, del extremo de la flecha del centauro, de la punta del sombrero del duende y de las orejas del elfo doméstico seguían cayendo en el estanque que rodeaba
las estatuas.
—¡Vamos! —indicó Harry en voz baja, y los siete echaron a correr por el vestíbulo guiados por él; pasaron junto a la fuente y se dirigieron hacia la mesa donde se sentaba el mago de seguridad, sin embargo, en aquel momento la mesa se hallaba vacía.
A Emma no le dió buena espina que ese lugar se encontrara vacío, y sintió una punzada en el corazón.
Harry pulsó un botón y un ascensor apareció tintineando ante ellos casi de inmediato.
La reja dorada se abrió produciendo un fuerte ruido metálico, y los chicos entraron precipitadamente en el ascensor. Harry pulsó el botón con el número nueve; la reja volvió a cerrarse con estrépito y el ascensor empezó a descender, traqueteando y tintineando de nuevo.
No tardó mucho hasta que la voz de la mujer apareció nuevamente anunciando: «Departamento de Misterios», y la reja se
abrió. Los chicos salieron al pasillo, donde sólo vieron moverse las antorchas más cercanas, cuyas llamas vacilaban agitadas por la corriente de aire provocada por el ascensor.
—¡Vamos! —volvió a susurrar Harry, y guió a sus compañeros por el pasillo; cada cinco minutos, se aseguraba que Emma estuviera cerca de él—. Bueno, escuchen —dijo Harry, y se detuvo a dos metros de la puerta—. Quizá... quizá dos de nosotros deberían quedarse aquí para... para vigilar y...
—¿Y cómo vamos a avisarte si viene alguien? —le preguntó Ginny alzando las
cejas—. Podrías estar a kilómetros de aquí.
—Nosotros vamos contigo, Harry —declaró Neville.
—Sí, Harry, vamos —dijo Ron con firmeza.
—Y no aceptamos un no por respuesta —añadió Emma.
Harry no quería llevárselos a todos, pero le pareció que no tenía alternativa. Se
volvió hacia la puerta y echó a andar... La puerta se abrió y Harry siguió adelante, y los demás cruzaron el umbral tras él.
Se encontraron en una gran sala circular. Todo era de color negro, incluidos el
suelo y el techo; alrededor de la negra y curva pared había una serie de puertas negras idénticas, sin picaporte y sin distintivo alguno, situadas a intervalos regulares, e, intercalados entre ellas, unos candelabros con velas de llama azul. La fría y brillante luz de las velas se reflejaba en el reluciente suelo de mármol causando la impresión de que tenían agua negra bajo los pies.
—Que alguien cierre la puerta —pidió Harry en voz baja.
En cuanto Neville obedeció su orden, Harry lamentó haberla dado. Sin el largo
haz de luz que llegaba del pasillo iluminado con antorchas que habían dejado atrás, la sala quedó tan oscura que al principio sólo vieron las temblorosas llamas azules de las velas y sus fantasmagóricos reflejos en el suelo.
A Emma el corazón le latía con rapidez, y su mano ensangrentada no ayudaba mucho en ese momento, y que Harry se tomara el tiempo de decidir entre doce puertas le ponía los nervios de punta.
Se oyó un fuerte estruendo y las velas empezaron a desplazarse hacia un lado. La pared circular estaba rotando.
Emma, llevada por un impulso, se aferró al brazo de Harry como si temiera que el suelo también fuera a moverse, pero no lo hizo. Durante unos segundos, mientras la pared giraba, las llamas azules que los rodeaban se desdibujaron y trazaron una única línea luminosa que parecía de neón; entonces, tan repentinamente como había empezado, el estruendo cesó y todo volvió a quedarse quieto.
Emma soltó a Harry rápidamente, y un tanto apenada, pidió disculpas.
—Lo siento.
—No te disculpes —la tranquilizó Harry, aunque en su interior le hubiera gustado que no lo hubiese soltado.
—¿Qué ha sido eso? —preguntó Ron con temor.
—Creo que ha sido para que no sepamos por qué puerta hemos entrado —dijo
Ginny en voz baja.
Emma admitió enseguida que Ginny tenía razón: identificar la puerta de salida habría sido tan difícil como localizar una hormiga en aquel suelo negro como el azabache; además, la puerta por la que tenían que continuar podía ser cualquiera de las que los rodeaban.
—¿Cómo vamos a salir de aquí? —preguntó Neville con inquietud.
—Eso ahora no importa —contestó Harry, enérgico.
—¡Ahora no se te ocurra llamarlo! —se apresuró a decir Hermione; pero Harry
no necesitaba aquel consejo, pues su instinto le recomendaba hacer el menor ruido posible.
—Entonces, ¿por dónde vamos, Harry? —preguntó Ron.
.・。.・゜✭・.・✫・゜・。.
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