40. OWLS

TIMOS

───⊱✿⊰───

—¡Sí! —Emma se encontraba colgada del cuello de Ron, abrazándolo con una gran felicidad—. ¡Lo conseguiste! ¿Los oyes? ¡Todos te apoyan!

A Weasley vamos a coronar.
A Weasley vamos a coronar.
La quaffle consiguió parar.
A Weasley vamos a coronar.

—Cambiaron la letra… —sonrió Ron—. ¿Fuiste tú?

—De hecho, fue Lee —respondió la castaña—. ¿No es increíble?

Weasley las para todas
y por el aro no entra ni una pelota.
Por eso los de Gryffindor tenemos que cantar:
a Weasley vamos a coronar.

El equipo de Gryffindor subió a Ron en sus hombros y comenzaron a correr cada vez más y más alto la nueva y modificada canción.

A Weasley vamos a coronar.
A Weasley vamos a coronar.
La quaffle consiguió parar.
A Weasley vamos a coronar...

—¡HARRY! ¡HERMIONE! —gritó Ron, que enarbolaba la copa de plata de quidditch y estaba loco de alegría. Emma buscó a los nombrados con la mirada—. ¡LO HEMOS CONSEGUIDO! ¡HEMOS GANADO!

Cuando Ron pasó por delante de ellos, Harry y Hermione sonrieron muy
contentos a su amigo. Los estudiantes se agolparon junto a la puerta del castillo y
Ron se golpeó la cabeza contra el dintel, pero los que lo llevaban a hombros se
resistían a bajarlo. Sin dejar de cantar, la muchedumbre entró apretujadamente en el vestíbulo y se perdió de vista.

La euforia que embargaba a Ron por haber contribuido a que Gryffindor ganara la Copa de quidditch era tal que al día siguiente no conseguía concentrarse en nada.

Lo único que le apetecía era hablar sobre el partido, y Emma estaba más que contenta de escucharle hablar sobre eso: le gustaba ver feliz a Ron entre todo lo que sucedía. Como de nuevo hacía un día
templado y despejado, Harry y Hermione insistieron en salir a repasar con ellos bajo el haya que había junto a la orilla del lago. Emma veía una actitud sospechosa en ambos, y suponía que querían hablar de algo. Al principio a Ron no le hizo mucha gracia la idea (se
lo estaba pasando en grande en la sala común de Gryffindor, donde cada vez que alguien pasaba a su lado le daba unas palmadas en la espalda, por no mencionar los espontáneos cantos de («A Weasley vamos a coronar» ), pero al cabo de un rato admitió que le sentaría bien un poco de aire fresco.

Esparcieron sus libros bajo la sombra del haya y se sentaron en la hierba mientras
Ron les describía su primera parada del partido por enésima vez.

—Bueno, verán, Davies ya me había marcado un tanto, así que no estaba muy
seguro de mí mismo, pero no sé, cuando Bradley vino hacia mí, como salido de la
nada, pensé: «¡Tú puedes hacerlo!» Y tuve un segundo para decidir hacia qué lado
me lanzaba, porque parecía que Bradley apuntaba hacia el aro de gol de la derecha, mi derecha, es decir, su izquierda, pero de pronto tuve la corazonada de que sólo estaba haciendo una finta, así que me arriesgué y me lancé hacia la izquierda, es decir, hacia su derecha, y... Bueno, ya vieron lo que pasó —concluyó con modestia, y aunque no hacía ninguna falta se echó el pelo hacia atrás para que pareciera que se lo había alborotado el viento.

Miró alrededor para ver si la gente que tenían más cerca (un grupito de cuchicheantes alumnos de tercero de Hufflepuff) lo habían oído—. Y cinco minutos más tarde, cuando Chambers se me acercó... ¿Qué pasa? —preguntó
Ron, que se había interrumpido a media frase al ver la expresión del rostro de Harry—. ¿De qué te ríes?

—No me río —se apresuró a contestar Harry, y bajó la vista hacia sus apuntes
de Transformaciones al tiempo que intentaba borrar la sonrisa de sus labios. La verdad era que Harry acababa de recordar a otro jugador de quidditch de Gryffindor que un día también se alborotó el cabello, sentado bajo aquella misma haya—. Es que estoy contento de que hayamos ganado.

—Si —afirmó Ron lentamente saboreando sus palabras—, hemos ganado. ¿Te fijaste en la cara de Chang cuando Ginny atrapó la snitch justo debajo de sus narices? Es decir… se veía…

—Está bien, Ron —le tranquilizó Emma, apoyándose en el árbol, ocultando su rostro en el libro de Transformaciones.

—¿Viste cómo tiraba la escoba cuando llegó al suelo?

—Pues... —balbuceó Harry.

—Mira, Ron, la verdad es que no, no lo vimos —confesó Hermione tras suspirar
profundamente. Dejó el libro que tenía en las manos y miró a Ron como si se
disculpara—. De hecho, lo único que Harry y yo vimos del partido fue el primer gol de Davies.

En ese momento, el pelo de Ron, cuidadosamente desordenado, pareció ponerse mustio de la desilusión.

—¿No vieron el partido? —preguntó débilmente mirándolos con evidente decepción—. ¿No vieron ninguno de mis paradones? ¿Ninguno de ustedes?

—Yo lo ví todo —dijo Emma—. Cada una de tus increíbles atajadas.

Hermione extendió una mano hacia él en un gesto apaciguador—. Nosotros no nos habríamos ido por nada del mundo, Ron, pero no tuvimos más remedio.

—¿Ah, sí? —dijo Ron, que se estaba poniendo muy colorado—. ¿Y cómo es eso?

—Fue Hagrid —intervino Harry—. Decidió contarnos por qué va cubierto de
heridas desde que regresó de su misión con los gigantes. Quería que lo acompañáramos al bosque; no teníamos elección, ya sabes cómo se pone de pesado, más Emma se quedó en las gradas. Y nosotros…

Les contaron la historia en cinco minutos, y pasado ese tiempo la indignación de Ron había sido reemplazada por una expresión de absoluta incredulidad, mientras que Emma seguía procesando la información recibida.

—¿Que se trajo uno y lo escondió en el bosque?

—Sí —confirmó Harry con gravedad.

—No —dijo Ron, como si con aquella palabra pudiera invalidar la afirmación de Harry—. No, no puede ser.

—Pues es —aseguró Hermione con firmeza—. Grawp mide unos cinco metros, se divierte arrancando pinos de seis metros y me conoce —dio un resoplido— como «Hermy».

Emma y Ron soltaron una risita nerviosa.

—¿Y Hagrid quiere que nosotros le enseñemos el idioma? —preguntó Emma.

—Sí —sentenció Harry.

—Se ha vuelto loco —concluyó Ron, sobrecogido.

—Sí —coincidió Hermione con cara de fastidio; pasó una página de Transformación, nivel intermedio y se quedó mirando, rabiosa, una serie de diagramas que representaban a una lechuza que se convertía en unos anteojos de teatro—. Sí, empiezo a pensar que eso es lo que le sucede. Pero, desgraciadamente, hizo que Harry y yo lo prometiéramos.

—Pero… ¿cómo suponen que lograremos enseñarle eso?

—No solo eso —contribuyó Ron—. Tenemos exámenes, y nos faltó esto —levantó una mano y juntó casi el pulgar y el índice— para que nos expulsaran del
colegio. Además.., ¿se acuerdan de Norberto? ¿Se acuerdan de Aragog? ¿Alguna vez hemos salido bien parados después de liarnos con alguno de los monstruos amigos de Hagrid?

—Ya lo sé, pero es que... se lo prometimos —repuso Hermione con voz queda.

Emma se cruzó de brazos, con una expresión de afligida.

—Bueno —comentó Ron con un suspiro—, a Hagrid todavía no lo han despedido,
¿no? Si ha aguantado hasta ahora, quizá aguante hasta final de curso y no tengamos que acercarnos a Grawp.

—Quiero a Hagrid, pero posiblemente sea mejor no envolvernos en eso por ahora —opinó la castaña.




















( . . . )






























Los jardines del castillo relucían bajo la luz del sol como si acabaran de pintarlos; el cielo, sin una nube, se sonreía a sí mismo en la lisa y brillante superficie del lago; y una suave brisa rizaba de vez en cuando las satinadas y verdes extensiones de césped.

Había llegado el mes de junio, pero para los alumnos de quinto curso eso sólo
significaba una cosa: que se les habían echado encima los TIMOS.

Los profesores ya no les ponían deberes y las clases estaban íntegramente dedicadas a repasar los temas que ellos creían que con mayor probabilidad aparecerían en los exámenes. Aquella atmósfera de febril laboriosidad casi había conseguido apartar de la mente de Emma cualquier otra preocupación.

Hermione pasaba mucho rato murmurando para sí, y llevaba
varios días sin tejer ninguna prenda para elfos.

Sin embargo, Hermione no era la única persona que se comportaba de forma
extraña a medida que los TIMOS se iban acercando. Ernie Macmillan había adoptado la molesta costumbre de interrogar a sus compañeros sobre las técnicas de estudio que empleaban.

Entre tanto, un próspero mercado negro de artículos para facilitar agilidad mental y la concentración y para combatir el sueño había nacido entre los alumnos de quinto y séptimo. Harry y Ron estuvieron tentados de comprar una botella de elixir cerebral Baruffio que les ofreció un alumno de sexto de Ravenclaw, Eddie Carmichael, quien aseguró que ese remedio era el único responsable de los nueve «Extraordinarios» que había sacado en los TIMOS del curso anterior y les ofrecía
medio litro por sólo doce galeones. Sin embargo, las chicas los detuvieron justo a tiempo antes de que derocharan su dinero en tonterías.

—Hermione ya confiscó todo eso —informó Emma a los chicos—. Es pura basura, ¿lo sabían? Solo quieren conseguir dinero engañándolos.

—-¡El polvo de garra de dragón no es basura! —la contradijo Ron—. Dicen que es increíble: estimula mucho el cerebro, y durante unas horas te vuelves de lo más ingenioso. Vamos, chicas, déjenme probar un pellizquito, no puede ser malo...

—Ya lo creo que puede ser malo —aseguró Hermione con severidad—. Le he echado un vistazo y en realidad son excrementos de doxy secos.

Aquella información calmó un poco las ansias de Harry y Ron por tomar estimulantes cerebrales.

Durante la siguiente clase de Transformaciones, recibieron los horarios de los exámenes y las normas de funcionamiento de los TIMOS.

—Como verán —explicó la profesora McGonagall a la clase mientras los alumnos copiaban de la pizarra las fechas y las horas de sus exámenes—, sus
TIMOS están repartidos en dos semanas consecutivas. Harán los exámenes teóricos por la mañana y los prácticos por la tarde. El examen práctico de Astronomía lo harán por la noche, como es lógico.

»Debo advertirles que hemos aplicado los más estrictos encantamientos antitrampa a las hojas de examen. Las plumas autorrespuesta están prohibidas en la sala de exámenes, igual que las recordadoras, los puños para copiar de quita y pon y la tinta autocorrectora. Lamento tener que decir que cada año hay al menos un alumno que cree que puede burlar las normas impuestas por el Tribunal de Exámenes Mágicos. Espero que este año no sea nadie de Gryffindor. Nuestra nueva... directora... —al pronunciar esa palabra, la profesora McGonagall hizo una mueca muy evidente— ha pedido a los jefes de las casas que adviertan a sus alumnos que si hacen trampas serán severamente castigados porque, como es lógico, los resultados de sus exámenes dirán mucho de eficacia del nuevo régimen que la directora ha impuesto en el colegio... —La profesora McGonagall soltó un pequeño suspiro y Emma vio cómo se
le inflaban las aletas de la afilada nariz—. Aun así, ése no es motivo para que no lo hagan lo mejor que puedan. Tienen que pensar en su futuro.

—Por favor, profesora —dijo Hermione, que había levantado la mano—, ¿cuándo
sabremos los resultados?

—Les enviarán una lechuza en el mes de julio —contestó la profesora McGonagall.

—Estupendo —comentó Dean Thomas en voz baja pero audible—. Así no tendremos que preocuparnos hasta las vacaciones.

Emma ya se veía así misma, jugando junto a Leila en su habitación, esperando los resultados de sus TIMOS. Sí, seguramente se quedaría con sus tíos en vez de ir a la Madriguera con Ron y los demás.

Su primer examen, Teoría de Encantamientos, estaba programado para el lunes por la mañana. Todos estaban más que paranoicos en el desayuno, y aunque Emma intentaba negarlo, al final si resultó más que estresada.

—Relájate, castaña —le dijo Blaise, dándole palmaditas en la espalda a la chica—. Serás la más alta nota, ya verás.

—No, no lo seré —repuso Emma—. Puede que incluso no pase…

—¿Estás bromeando? —cuestionó Adhara—. Emma, tú, ¿no pasar?

—Tranquila —dijo Daphne, tomando las manos de Emma, las cuales se encontraban muy frías—, te irá muy bien, ¿sí? Todo bien.

Cuando terminó el desayuno, los alumnos de quinto y de séptimo se congregaron en el vestíbulo mientras los demás estudiantes subían a sus aulas; entonces, a las nueve y media, los llamaron clase por clase para que entraran de nuevo en el Gran Comedor, que entonces se había convertido en un salón con un montón de mesas individuales, encaradas hacia la de los profesores, desde donde los miraba la profesora McGonagall, que permanecía de pie. Cuando todos se hubieron sentado y se hubieron callado, la profesora McGonagall dijo:

—Ya pueden empezar. —Y dio la vuelta a un enorme reloj de arena que había sobre la mesa que tenía a su lado, en la que también había plumas, tinteros y rollos de pergamino de repuesto.

Emma, a quien el corazón parecía salirse, le dió la vuelta a su hoja y leyó la primera pregunta:

a) Nombre el conjuro para hacer volar un objeto.

b) Describa el movimiento de varita que se requiere.

Emma, con su temblorosa mano, escribió la respuesta que recordó en un fugaz momento, esperando no fallar en eso.

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