38. I'm tired

ESTOY CANSADA

───⊱✿⊰───

—No tengas miedo, querida, no pasa nada —le aseguró la profesora Umbridge
con ternura, dándole unas palmaditas en la espalda a Marietta—. Tranquila, tranquila. Has hecho lo que tenías que hacer. El ministro está muy contento contigo. Le dirá a tu madre lo bien que te has portado. La madre de Marietta, señor ministro —añadió dirigiéndose
a Fudge—, es Madame Edgecombe, del Departamento de Transportes Mágicos,
Oficina de la Red Flu. Ha sido ella quien nos ha ayudado a vigilar las chimeneas de Hogwarts.

—¡Estupendo, estupendo! —exclamó Fudge, entusiasmado—. De tal palo, tal
astilla, ¿eh? Bueno, querida, mírame, no seas tímida. Cuéntanos qué es lo que...
¡Gárgolas galopantes!

Cuando Marietta levantó la cabeza, Fudge pegó un salto hacia atrás, horrorizado, y estuvo a punto de caer al fuego de la chimenea. Maldijo en voz alta y le tuvo que dar un pisotón al dobladillo de su capa, que había empezado a humear. Marietta soltó un gemido y se levantó el cuello de la túnica hasta la altura de los ojos, pero todos habían visto ya que tenía la cara completamente desfigurada por una apretada franja de pústulas moradas que le cubrían la nariz y las mejillas formando la palabra «SOPLONA»

—Ahora no te preocupes por los granos, querida —dijo la profesora Umbridge
con impaciencia—. Quítate la túnica de la boca y cuéntale al ministro... —Pero
Marietta emitió otro amortiguado gemido y movió con energía la cabeza haciendo un gesto negativo—. Está bien, boba, ya se lo contaré yo —le espetó la profesora, quien volvió a dibujar su repugnante sonrisa y dijo—: Verá, señor ministro, la señorita Edgecombe ha venido a mi despacho esta noche, poco después de la cena, y me ha comunicado que tenía que contarme una cosa. Me ha dicho que si iba a una sala secreta que hay en el séptimo piso, conocida como la Sala de los Menesteres, descubriría algo que me convenía saber. Le he formulado unas cuantas preguntas y ella ha reconocido que allí iba a celebrarse una especie de reunión. Desgraciadamente, en ese preciso instante ha entrado en funcionamiento este maleficio —señaló con desdén la cara tapada de Marietta—, y al verse la cara en mi espejo, la niña se ha alterado tanto que no ha podido explicarme nada más.

—Muy bien —dijo Fudge, y dirigió a Marietta una mirada que pretendía ser
amable y paternal— has sido muy valiente, querida, yendo a contárselo a la
profesora Umbridge. Has hecho precisamente lo que tenías que hacer. Y ahora, ¿quieres explicarme qué ha pasado en esa reunión? ¿Cuál era su propósito? ¿Quién participaba en ella?

Pero Marietta, que tenía los ojos muy abiertos y cara de susto, se negó a hablar y se limitó a negar de nuevo con la cabeza.

—¿No tenemos ningún contraembrujo para esto? —le preguntó Fudge a la profesora Umbridge, impaciente, señalando el rostro de Marietta—.¿Para que podamos hablar con libertad?

—Todavía no lo he encontrado —admitió de mala gana la profesora Umbridge—. Pero no importa que la niña no quiera hablar. Yo puedo relatar el resto de la historia. Como recordará, señor ministro, en octubre le envié un informe en el que explicaba que Potter se había reunido con unos cuantos compañeros suyos en el pub Cabeza de Puerco de Hogsmeade.

—¿Y qué pruebas tiene de eso? —la interrumpió la profesora McGonagall.

—Tengo el testimonio de Willy Widdershins, Minerva, que casualmente se encontraba en el pub en ese momento. Iba vendado de pies a cabeza, no lo niego, pero eso no le impedía oír —respondió la profesora Umbridge con petulancia—. Oyó todo lo que dijo Potter y se apresuró a venir al colegio para contarme...

—¡Ah, de modo que por eso no lo procesaron por poner los inodoros
regurgitantes! —se indignó la profesora McGonagall arqueando las cejas—. ¡Qué
gran ejemplo del funcionamiento de nuestro sistema judicial!

—¡Escándalo! ¡Corrupción! —bramó el retrato del mago corpulento de nariz roja que estaba colgado en la pared detrás de la mesa de Dumbledore—. ¡En mis tiempos el Ministerio no hacía tratos con pequeños delincuentes, no, señor!

—Gracias, Fortescue, ya basta —dijo Dumbledore con voz queda.

—El propósito de la reunión de Potter con esos estudiantes —continuó la profesora Umbridge— era convencerlos de que entraran a formar parte de una
asociación ilegal, cuyo objetivo era estudiar hechizos y maldiciones que el Ministerio ha catalogado de inapropiados para su edad.

—Creo que comprobará que en eso se equivoca, Dolores —terció Dumbledore
con serenidad mientras la miraba por encima de las gafas de media luna, que se le apoyaban hacia la mitad de la torcida nariz.

Emma observó al director. Veía bastante imposible que lograra salvarlos de lo inevitable.

—¡Ajá! —explotó Fudge, que volvía a balancearse sobre la punta de los pies—.
¡Sí, oigamos el último cuento chino pensado para sacarle las castañas del fuego a Potter! Adelante, Dumbledore, adelante... Willy Widdershins mintió, ¿no? ¿O era el gemelo de Potter el que estaba en Cabeza de Puerco aquel día? ¿O esta vez hay también una sencilla explicación en la que intervienen una inversión en el tiempo, un muerto que resucita y un par de dementores invisibles?

Percy Weasley soltó una sonora carcajada.

—¡Muy bueno, señor ministro, muy bueno! —exclamó.

Emma murmuró algo que nadie escuchó. Entonces percibió, para su gran
asombro, que Dumbledore sonreía discretamente.

—Cornelius, no voy a negar, y estoy seguro de que Harry y Emma tampoco, que estuvieron en Cabeza de Puerco aquel día, ni que intentaba reclutar a estudiantes para formar un grupo para aprender hechizos y maldiciones. Me limitaba a señalar que Dolores se equivoca al afirmar que el grupo era ilegal en ese momento. Si haces memoria
recordarás que el decreto ministerial que prohibía toda asociación estudiantil no entró en vigor hasta dos días después de que Harry celebrara esa reunión en Hogsmeade, y por lo tanto en Cabeza de Puerco no se violó ninguna norma.

Percy se quedó como si le hubieran tirado un cubo de agua helada por la cabeza.

Fudge, por su parte, se quedó inmóvil a medio balanceo con la boca abierta.
La profesora Umbridge fue la primera en recuperarse.

—Todo eso está muy bien, señor director —dijo con una dulce sonrisa—, pero ya
han pasado casi seis meses desde la entrada en vigor del Decreto de Enseñanza número veinticuatro. Aunque la primera reunión no fuera ilegal, sí lo han sido las que se han celebrado posteriormente.

—Bueno —admitió Dumbledore mirándola con educación e interés por encima de los entrelazados dedos—, lo serían, en efecto, si hubieran continuado después de la entrada en vigor del decreto. ¿Tiene usted alguna prueba de que esas reuniones hayan seguido celebrándose?

Mientras Dumbledore hablaba, Emma oyó un murmullo detrás de ella y Harry, como si Kingsley susurrara. Habría jurado que también notaba algo que le rozaba el costado, algo muy suave, como una corriente de aire o un ala, pero miró hacia abajo y no vio nada.

—¿Alguna prueba? —repitió la profesora Umbridge con aquella espantosa y ancha sonrisa de sapo—. ¿Acaso no nos ha estado escuchando, Dumbledore? ¿Por
qué cree que hemos llamado a la señorita Edgecombe?

—Ah, ¿es que puede hablarnos ella de seis meses de reuniones? —preguntó
Dumbledore arqueando las cejas—. Tenía la impresión de que sólo nos estaba informando sobre una reunión que se celebraba esta noche.

—Señorita Edgecombe —se apresuró a decir la profesora Umbridge—, dinos
desde cuándo se celebran esas reuniones, querida. Si quieres puedes limitarte a negar o a afirmar con la cabeza, estoy segura de que eso no hará que te salgan más granos. ¿Se han celebrado regularmente durante los seis últimos meses? —Emma aguanta respiración, manteniéndose a la expectativa—. Di sí o no con la cabeza, querida —le indicó persuasivamente la profesora Umbridge a Marietta—. Ánimo, eso no reactivará el embrujo.

Todos los presentes miraron la parte superior de la cara de Marietta. Sólo se le
veían los ojos, entre la túnica levantada y el rizado flequillo. Quizá fuera un efecto de la luz del fuego de la chimenea, pero sus ojos tenían una expresión ausente. Y
entonces, para gran sorpresa de la castaña, Marietta negó con la cabeza.

La profesora Umbridge miró rápidamente a Fudge y luego volvió a mirar a Marietta.

—Creo que no has entendido bien la pregunta, ¿verdad, querida? Te estoy
preguntando si has asistido a esas reuniones durante los seis últimos meses. Sí, ¿verdad? —Marietta volvió a negar con la cabeza—. ¿Qué quieres decir con ese gesto? —inquirió la profesora Umbridge con mal genio.









( . . . )











Dumbledore se fue del castillo, lo que implicó que Umbridge tomara el puesto de directora en Hogwarts. Y por supuesto, Umbridge aprovechó a toda costa su nuevo cargo, interrogando a cada uno de sus estudiantes con una gota de veritaserum en las bebidas que les ofrecía.

Emma había encontrado la forma de escapar de beber la pócima, y para su suerte Umbridge se lo creyó todo, así dejándola ir tranquila con sus amigos.

El viernes por la noche, no le apetecía mucho meterse a la cama y dar vueltas como una tonta intentando cansarse, por lo que decidió quedarse en la sala común, sentada en uno de los sofás, jugando con una pluma. Y cuando estaba a punto de caer dormida, la puerta de la sala común se abrió repentinamente, sacándole un susto y quitándole el poco sueño que tenía.

—Discúlpame.

—Eres tú —suspiró Emma adormecida.

—Lo soy —asintió Harry, tomando asiento en el sofá cercano a la ventana—. Puedo irme si te molesta, Emma.

La castaña soltó un bostezo e hizo un ademán con la mano, restándole importancia—. Da igual.

Harry dejó caer su cabeza para atrás, suspirando profundamente, sin despegar su mirada de la castaña la cual había recostado su cabeza en el brazo del sofá. Se quedó contemplándola en medio del silencio por un largo rato, cuidando que ella no lo pillara.

—Deja de mirarme —murmuró Emma desde su lugar.

—Lo siento —susurró Harry desde su lugar—. Pero quisiera… hablar contigo…

—Es tarde ya —debatió Emma—. Y no me apetece molestarme ahora.

—No quiero que te molestes…

—Pero lo estoy —Emma dirigió su mirada con fastidio en dirección a la de Harry—. Será mejor que me vaya.

La castaña se puso en pie con pesadez, y tomando su varita comenzó a dirigirse a las escaleras de su habitación.

—No quería hacerlo.

Emma se detuvo y frunció el ceño, más no se volteó.

—¿De verdad? —preguntó con sarcasmo.

—Por favor escúchame —rogó Harry—. No quise hacerlo, fue… —guardó silencio, pensando correctamente sus palabras—. Fue una equivocación. Nosotros podemos hablar; solucionarlo.

—No, Harry, no podemos. —Emma se volvió y por primera vez en un tiempo se atrevió a ver al azabache directamente en los ojos—. Yo no quiero hacerlo, tengo suficiente por ahora. Tengo suficiente conmigo misma. No quiero más…

Suspiró profundamente y negó con la cabeza.

—Te prometí que estaría ahí para ti siempre. Y por más que las cosas se vieran difíciles lo arreglaría por ti, porque te quiero.

—Detente —pidió Emma con un hilo de voz—. Esto no tiene sentido. Deja de intentar solucionarlo… estoy cansada, Harry.

Harry vaciló, abriendo ligeramente la boca y observando con la poca luz que la chimenea emanaba como lágrimas resbalaban por las mejillas de Emma mientras se alejaba. No podía creer lo que había hecho.

La castaña subió rápidamente a su habitación y se cubrió su boca con la mano para ahogar sus sollozos. Al llegar, se derrumbó en un esquina del lugar y se cubrió con su capa. Se sentía tan mal por absolutamente todo, llegaba a creer que se merecía todo lo malo que le pasaba en la vida por algún error pasada. ¿Ella era una mala persona? ¿Merecía ese sufrimiento?

Le dolió decirlo todo eso a Harry cuando dentro de ella sabía perfectamente que todavía lo amaba. Pero, por lo menos, había algo de entre todo lo que dijo que era cierta: estaba cansada. Necesitaba un descanso; un respiro…

Quería estar sola.

.・。.・゜✭・.・✫・゜・。.

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