37. The secret revealed

EL SECRETO REVELADO

───⊱✿⊰───

El aula once estaba en la planta baja, en el pasillo que salía del vestíbulo, al otro
lado del Gran Comedor. Emma tenía en claro que era una de las aulas que no se utilizaban con regularidad, y que por eso en ella reinaba cierto aspecto de descuido, como en un trastero o en un almacén. Por ese motivo, cuando entró detrás de Lavender y se encontró en medio del claro de un bosque, se quedó momentáneamente atónita.

El suelo del aula estaba cubierto de musgo y en él crecían árboles; las frondosas ramas se abrían en abanico hacia el techo y las ventanas, y la habitación estaba llena de sesgados haces de una débil luz verde salpicada de sombras. Los alumnos que ya habían llegado al aula estaban sentados en el suelo, apoyaban la espalda en los troncos de los árboles o en piedras, y se abrazaban las rodillas o tenían los brazos cruzados firmemente sobre el pecho. Todos parecían muy nerviosos. En medio del claro, donde no había árboles, estaba Firenze.

—Emma Walk y Harry Potter —los saludó el centauro y extendió una mano al verlos entrar.

—Buenos días —saludó la castaña.

—Ho-hola —contestó Harry, y le estrechó la mano al centauro—. Me alegro de verte.

—Y yo a ustedes —repuso Firenze inclinando su rubia cabeza—. Estaba escrito que volveríamos a encontrarnos, aunque las cosas parecían volver a su punto de inicio.

Emma frunció levemente el ceño, confundida, pero decidió dejarlo a un lado y sentarse con el resto de los alumnos en el suelo del aula. Todos parecían atónitos al ver la manera en que ambos habían saludado al centauro.

Tan pronto como se cerró la puerta y el último estudiante se hubo sentado en un
tocón junto a la papelera, Firenze hizo un amplio movimiento con un brazo
abarcando la sala.  Fue la clase más inusual a la que Emma había asistido jamás. Quemaron salvia y malva dulce en el suelo, y Firenze los invitó a buscar ciertas formas y algunos símbolos en el acre humo que se desprendía de las hierbas, pero no pareció que le preocupara ni lo más mínimo que ninguno de los alumnos viera los signos que él describía. Contó que los humanos no eran muy buenos en aquel arte y que los centauros habían tardado muchos años en dominarlo; concluyó diciendo que de todos modos era una tontería poner demasiada fe en aquellas cosas, porque hasta los centauros se equivocaban a veces al interpretarlas.

—No se define mucho, ¿verdad? —comentó Ron en voz baja mientras apagaban el fuego de la malva dulce—. A mí no me importaría saber algo más sobre esa guerra que está a punto de estallar.

Sonó la campana que había en el pasillo, junto a la puerta del aula, y todos se
sobresaltaron; por un momento Emma había olvidado por completo que todavía estaban dentro del castillo y habría jurado que estaba en el Bosque Prohibido. Los alumnos salieron en
fila con cara de perplejidad.

Emma, Harry y Ron se disponían a seguir a sus compañeros cuando Firenze dijo:

—Emma Walk, Harry Potter, un momento, por favor.

La castaña se dió la vuelta, confundida. El centauro avanzó un poco hacia ellos y Ron vaciló.

—Puedes quedarte —le dijo Firenze, aliviando a Emma—. Pero cierra la puerta, por favor.

Ron se apresuró a obedecer.

—Harry Potter, Emma Walk, son amigos de Hagrid, ¿verdad? —les preguntó el centauro.

—Sí —afirmaron ellos a la vez. Harry le dirigió una rápida mirada mirada a su exnovia, la cual ella ignoró.

—Entonces díganle este aviso de mi parte: sus intentos no están dando resultado. Más le valdría abandonar.

—¿Sus intentos no están dando resultado? —repitió Harry sin comprender.

—Y más le valdría abandonar —puntualizó Firenze asintiendo con la cabeza—. Si pudiera avisaría yo mismo a Hagrid, pero me han desterrado; no sería prudente por mi parte acercarme demasiado al bosque precisamente ahora. Hagrid ya tiene bastantes problemas, y sólo le faltaría una batalla de centauros.

—¿Podríamos saber a qué se debe la advertencia? —cuestionó Emma con inquietud.

Firenze miró a Emma sin inmutarse.

—Últimamente Hagrid me ha prestado gran ayuda —contestó Firenze— y hace
mucho tiempo que se ganó mi respeto por el cuidado que dedica a todas las criaturas vivientes. No voy a revelar su secreto. Pero hay que hacerle entrar en razón. Sus intentos no están dando resultado. Díganselo. Que pasen un buen día. Emma Walk —la volvió a llamar cuando estaba por irse— todavía necesito hablar contigo.

La castaña observó al centauro confundida, pero asintió y se quedó en su lugar. Cuando por fin se quedaron a solas, Firenze le pidió que tomara asiento.

—¿Pasa algo?

—Mucho y nada a la vez —respondió Firenze con tranquilidad—. Hace dos años las estrellas nos mostraron el final de algo que parecía tener mucho por delante —Emma escuchaba atenta—. Muchas veces lo he dicho, y lo repito: nada es fiable, más me gustaría advertirte también.

—¿Qué?

—Ten cuidado con las decisiones que tomas —le dijo Firenze—. Cuida cada paso que das. Tu nombre se escribió hace poco en nuestro cielo y no mostró nada bueno.













( . . . )















Si en Emma quedaba una gota de felicidad, luego de la advertencia de Firenze, se había esfumado. El grisáceo mes de marzo dejó paso a un borrascoso abril, y la vida de Emma parecía oscurecerse cada vez un poco más.

Entre tanto, los TIMOS cada vez estaban más cerca, algo que los profesores y Hermione seguían recordando a los alumnos, Emma, por su lado, ya no le tomaba mucha importancia como años atrás. Todos los de quinto estaban más o
menos estresados, pero Hannah Abbott fue la primera en recibir una pócima calmante de la señora Pomfrey, después de echarse a llorar durante la clase de Herbología y afirmar, entre sollozos, que era demasiado tonta para aprobar los exámenes y que quería marcharse cuanto antes del colegio, opinión que Emma compartía.

En las reuniones del ED por fin habían empezado a trabajar en los encantamientos patronus, que todos
estaban deseando practicar pese a que, como Harry insistía en recordarles, no era lo mismo lograr que un patronus apareciera en medio de un aula intensamente iluminada y sin estar bajo ninguna amenaza, que conseguir que apareciera si se tenían que enfrentar a algo similar a un dementor.

—Recuerda en algo feliz —le recomendó Harry a su lado—. Sé que puedes lograrlo.

—Cuando existían recuerdos felices, claro —susurró Emma, cerrando los ojos para evitar ver a Harry a los ojos.

¿En qué se suponía que debía pensar? Harry era su recuerdo feliz en los momentos de oscuridad.

Intentó nuevamente, pensando en su pequeña primita, la cual le sacaba una sonrisa en cuestión de unos segundos. Por fin, aunque algo débil, un lobo salió de su varita el cual dió una vuelta por la sala y se esfumó.

—Bien, ya lo has logrado —comentó Harry algo decaído, alejándose para chequear a los demás.

—¡Qué bonito! —exclamó Lavender desde su lugar—. Pero, ¿no sé suponía que era una cierva?

—Estás en lo correcto —asintió la castaña—. Era una cierva, ya no lo es.

—¿No te parece raro? —cuestionó Adhara—. ¿Crees que Granger sepa el por qué del cambio?

La castaña se encogió de hombros—. No importa.

En ese momento la puerta de la Sala de los Menesteres se abrió y volvió a cerrarse. Emma y Adhara se dieron la vuelta para ver quién había entrado, pero no vieron a nadie.

La castaña tardó un instante en darse cuenta de que los alumnos que estaban cerca de la puerta se habían quedado callados. Dirigió su mirada al pequeño elfo que tiraba de la túnica de Harry.

—¡Hola, Dobby! —exclamó Harry—. ¿Qué haces? ¿Qué pasa?

El elfo lo miraba con ojos desorbitados; estaba temblando de miedo. Los miembros del ED que estaban más cerca de Harry se habían quedado mudos y todos contemplaban a Dobby. Los pocos patronus que los alumnos habían conseguido se disolvieron en una neblina plateada, y la habitación quedó mucho más oscura que antes.

—Harry Potter, señor... —chilló el elfo, que temblaba de pies a cabeza—. Harry
Potter, señor.. Dobby ha venido a avisarlo..., pero a los elfos domésticos les han advertido que no diga...

Se lanzó de cabeza contra la pared. Emma, quién conocía gracias a Harry que Dobby siempre se autocastigaba cuando decía algo que no debía, intentó ayudarlo, pero el elfo rebotó en la piedra, protegido por sus ocho gorros. Hermione y algunas chicas soltaron gritos de miedo y pena.

—¿Qué ha pasado, Dobby? —le preguntó Harry, mientras Emma lo agarraba por el
delgado brazo y lo apartaba de cualquier cosa con la que pudiera intentar hacerse
daño.

—Harry Potter, ella.., ella...

Dobby se golpeó fuertemente la nariz con el puño que tenía libre y la castaña se lo sujetó también.

—¿Quién es «ella», Dobby?

El elfo levantó la cabeza, lo miró poniéndose un poco bizco y movió los labios, pero sin articular ningún sonido.

—¿La profesora Umbridge? —preguntó Harry, horrorizado. Dobby asintió, y a
continuación intentó golpearse la cabeza contra las rodillas de Harry, pero Emma estiró los brazos y lo mantuvo alejado de Harry—. ¿Qué pasa con ella, Dobby? ¿Estás insinuando que ha descubierto esta..., que nosotros..., el ED? ¿Viene hacia aquí? —inquirió Harry rápidamente.

Dobby soltó un alarido y exclamó:

—¡Sí, Harry Potter, sí!

Harry se enderezó y echó un vistazo a los inmóviles y aterrados alumnos que
miraban al elfo, que no paraba de retorcerse.

—¿A QUÉ ESPERAN? —gritó—. ¡CORRAN!

Entonces todos salieron disparados hacia la puerta, formando una marabunta, y
empezaron a marcharse precipitadamente de la sala. Emma, la cual seguía aferrada al elfo quien no parecía querer soltarse, no logró correr.

—¡Vamos, chicos! —gritó Hermione desde el centro del grupo de alumnos que peleaban por salir.

Harry separó a Dobby de Emma, lo levantó en brazos, tomó con su mano libre a la castaña y corrieron para unirse a sus compañeros.

—Dobby, esto es una orden: baja a la cocina con los otros elfos, y si ella te
pregunta si me has avisado, miente y di que no —dijo Harry—. ¡Y te prohíbo que te hagas daño! —añadió, y cuando por fin cruzó el umbral, soltó al elfo y cerró la puerta tras él.

—¡Gracias, Harry Potter! ¡Y una disculpa, señorita Emma! —chilló Dobby, y echó a correr a toda pastilla.

Emma miró a todos lados, y en ese momento le importaba muy poco la fuerza con la que Harry tomaba su mano, simplemente estaba preocupada por todos los demás.

Harry la dirigió velozmente hacia la derecha; un poco más allá de los lavabos de chicos. Si conseguían llegar a la sala común podrían aparentar que siempre estuvieron allí.

—¡Mierda!

Algo se había enroscado en sus tobillos, y Emma cayó estrepitosamente al suelo, soltando la mano de su exnovio en menos de un segundo. Oyó que alguien reía detrás de ellos. Se colocó boca arriba y vio a Malfoy escondido en una hornacina, bajo un espantoso jarrón con forma de dragón.

—¡Embrujo zancadilla! —dijo—. ¡Eh, profesora! ¡PROFESORA! ¡Tengo a dos!

La profesora Umbridge apareció jadeando por un extremo del pasillo, pero con una sonrisa de placer en los labios.

—¡Es él! —exclamó con júbilo al ver a Harry en el suelo—. ¡Excelente, Draco,
excelente! ¡Muy bien! ¡Cincuenta puntos para Slytherin! Voy a sacarlos de aquí...
¡Levántense, Potter y Walk! —Emma se puso en pie con cautela y los miró con odio a los dos. Jamás había visto tan feliz a la profesora Umbridge, que los agarró fuertemente por un brazo y se volvió, sonriendo de oreja a oreja, hacia Malfoy—. Corre a ver si atrapas a unos cuantos más, Draco —le ordenó—. Di a los otros que busquen en la biblioteca, a ver
si encuentran a alguien que se haya quedado sin aliento. Miren en los lavabos, la señorita Parkinson puede encargarse del de las chicas. ¡Deprisa! Y ustedes dos —añadió adoptando un tono aún más amenazador de lo habitual, mientras Malfoy se alejaba—, ustedes dos vas a venir conmigo al despacho del director, Potter y Walk.

Al cabo de unos minutos estaban frente a la gárgola de piedra. Emma solo rezaba para que no hubieran atrapado a nadie más que ellos.

—¡Meigas fritas! —entonó la profesora Umbridge; la gárgola de piedra se apartó
de un brinco, la pared que había detrás se abrió y Emma, Harry y la bruja subieron por la escalera móvil de piedra.

Enseguida llegaron a la brillante puerta con la aldaba en forma de grifo, pero la
profesora Umbridge no se tomó la molestia de llamar, sino que entró directamente en el despacho dando grandes zancadas y sin soltar a los chicos.

El despacho estaba lleno de gente. Dumbledore estaba sentado detrás de su mesa, con expresión serena y con las yemas de los largos dedos juntas. La profesora McGonagall estaba de pie, inmóvil, a su lado, con un aspecto muy tenso. Cornelius Fudge, ministro de Magia, se balanceaba hacia delante y hacia atrás sobre las puntas de los pies, junto al fuego, inmensamente complacido, al parecer, con la situación;
Kingsley Shacklebolt y un mago de aspecto severo con pelo canoso, áspero y muy corto estaban situados a ambos lados de la puerta, como dos guardianes, y Percy Weasley, pecoso y con gafas, como siempre, andaba nervioso de un lado para otro junto a la pared con una pluma y un grueso rollo de pergamino
en las manos, preparado para tomar notas.

Esa noche los retratos de antiguos directores y directoras no se hacían los
dormidos. Todos estaban alerta y muy serios observando lo que ocurría en el
despacho. Cuando entraron Emma y Harry, unos cuantos saltaron a los cuadros vecinos e hicieron comentarios al oído de sus ocupantes.

Emma se soltó bruscamente de la profesora Umbridge en cuanto la puerta se cerró tras ellos.

Cornelius Fudge la fulminó con la mirada; la expresión de su rostro denotaba una especie de cruel satisfacción.

—Vaya, vaya —dijo.

Emma dejó su mirada sobre él, y no pensaba apartarla si Fudge no lo hacía. Se sentía muy asustada, pero no lo demostraría.

—Potter y Walk volvían a la torre Gryffindor —explicó la profesora Umbridge. Había un deje de indecente emoción en su voz, el mismo placer cruel que Emma había detectado en la voz de la bruja mientras veía llorar a lágrima viva a la profesora Trelawney en el vestíbulo—. Malfoy los ha acorralado.

—¿Ah, sí? —dijo Fudge, agradecido—. Que no me olvide de decírselo a Lucius.
Bueno, Potter y Walk... Supongo que ya saben por qué estás aquí.

—No —respondió fríamente Emma en cuanto se percató del movimiento del director.

—¿Cómo dices? —preguntó Fudge.

—No —repitió Emma con firmeza.

—¿No sabes por qué estás aquí? ¿Acaso tú lo sabes, Potter?

—No, no lo sé —declaró Harry.

Fudge miró con incredulidad a la profesora Umbridge.

—De modo que no tienen ni idea de por qué la profesora Umbridge los ha traído a este despacho —prosiguió Fudge con una voz cargada de sarcasmo—. ¿No son
conscientes de haber violado ninguna norma del colegio?

—Hemos respetado todas las normas del colegio —respondió Emma inocentemente.

—¿Ni ningún decreto ministerial? —puntualizó Fudge con enojo.

—Que nosotros sepamos, no —contestó Harry con suavidad.

El corazón le latía a Emma de manera furiosa, las manos le sudaban y la cabeza le daba vueltas, pero debía de mantenerse firme.

—Entonces, ¿no saben que hemos descubierto una organización estudiantil ilegal en este colegio? —continuó Fudge con una voz cargada de profunda ira.

—¿Organización estudiantil? —repitió Emma—. No sabíamos nada sobre eso.

—Creo, señor ministro —intervino la profesora Umbridge con voz melosa—, que ahorraríamos tiempo si fuera a buscar a nuestra informadora.

—Sí, sí, claro —afirmó Fudge, y miró maliciosamente a Dumbledore mientras la bruja salía del despacho—. No hay nada como un buen testigo, ¿verdad,
Dumbledore?

—Nada, Cornelius —dijo el director con gravedad, e inclinó la cabeza.

Esperaron unos minutos, y durante ese tiempo nadie miró a nadie; entonces Emma oyó que la puerta se abría detrás de ella. La profesora Umbridge entró en el despacho y pasó por su lado, sujetando por el hombro a Marietta, la amiga de pelo rizado de Cho, que se tapaba la cara con las manos.

.・。.・゜✭・.・✫・゜・。.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top