33. First christmas apart

PRIMERA NAVIDAD SEPARADOS

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Era bastante difícil afrontar que las cosas habían terminado luego de dos años. Todavía parecía un mal sueño lo que sucedía.

Tener el corazón roto… Emma había leído y escuchado tantas veces sobre esa sensación, pero jamás creyó llegar al punto de experimentarlo. Se sentia tan vacía, fuera de sí, sin expectativas para poder seguir. Antes, Harry había sido la razón por la cual regresó al colegio, pero ahora que yo no lo tenía… ¿cuál era el motivo para regresar?

Realmente no lo había, ¿por qué lo haría? Sin embargo, no tuvo la capacidad de decir «abandonaré el colegio» o «ya no pienso regresar»

El día de Navidad le costó mucho levantarse de la cama en la que había estado hundida la mayor parte del tiempo. Pero cuando por fin se desprendió de las sábanas que la cubrían y se puso en pie, se miró al espejo y no le gustó nada de lo que veía: sus ojos tenían una inmensas bolsas por debajo, estaban hinchados y su rostro se encontraba muy pálido.

Ni siquiera era capaz de reconocerse.

—Linda —llamaron desde el otro lado de la puerta—, ¿puedo pasar?

—Adelante —permitió Emma, admirando todavía su demacrado aspecto.

—No te preocupes por eso —le sonrió Kiara con tristeza, tomando el rostro de su sobrina entre sus manos— mejorará. ¿Te sientes bien cómo para cenar hoy, con los demás?

Emma se volvió para ver su reflejo una vez más—. Por supuesto, pero—contestó—, ¿quiénes son los demás? —preguntó.

—Tu abu y un amigo que seguro recuerdas —se explicó la mujer—. Iremos a comprar algunas cosas, ¿prefieres quedarte aquí?

—Los esperaré —aseguró la castaña—. Pueden ir tranquilos, estaré bien.

—Resulta que esa palabra es algún tipo de maldición —intentó bromear la rubia—. Emma, estaremos aquí en unas horas, no salgas, por favor.

—Tranquila.

La familia Williams salió una hora después, dejando sola a la castaña en el inmenso lugar. La castaña aprovechó el tiempo para pensar sobre que haría en el momento cuando sus pies pisaran Hogwarts una vez más.

Sabía que tendría que hablar con Harry, pero no se sentía lista, pero tampoco podría ignorarlo por el resto de su vida. Llorar cada vez que lo viera no era algo que podía hacer, por lo que luego de probablemente horas en las que su cabeza le dió un millón de vueltas, tomó una decisión por fin.

No quería seguir llorando, no quería verlo, pero lo tendría que hacer, así que la mejor opción que pensó fue: luego de aclarar toda la situación Emma comenzaría de cero. Donde no habían recuerdos, donde no se conocían y donde nada había sucedido. La castaña consideraba que era lo mejor que podría hacer, tratarlo con respeto, pero no como antes.

De esa forma ella no sentiría la sensación que le atormentaba desde ese día, de esa manera podría ocultar que lo extrañaba, que lo necesitaba y que lo amaba con todo su corazón. Aprendería a ocultar ese sentimiento si era necesario, y cuando ya no estuviera, podría estar en paz.

Dolería, pero era la mejor opción que tenía. Al menos, eso creía ella.

—¿Sirvió pensar con tranquilidad?  —preguntó Kiara una vez de que casi todos estuvieran listos para la cena.

—Sí… ya lo creo —sonrió ligeramente la castaña—. ¿Puedo saber quién es ese amigo?

—No —bromeó su tia—. Mejor ayúdame con está bebé, ¿puedes?

—Para eso tiene a su papá —replicó Alexander, que se encontraba apoyado en el marco de la puerta—. Emma no arruinará su bonito maquillaje por esta traviesa.

—Por Leila cualquier cosa, no importa qué —le dijo Emma a sus tíos—. Además, esto es de todo menos un lindo maquillaje.

—Tan solo mírate —Kiara tomó a su sobrina por los hombros y la guió hasta el espejo de la habitación—. ¿Segura de que no está lindo?

Emma suspiró rendida al contemplarse frente al espejo. La verdad es que se veía muchísimo mejor comparada a la mañana (el maquillaje si resultaba hacer magia) y el vestido que llevaba puesto la hacía resaltar más que nunca. Era negro, y tenía una cola en la parte de atrás, bastante elegante para ser sincera.

De pronto se escuchó la puerta del salón abrirse, y Emma dirigió rápidamente su mirada al lugar.

—Tranquila —La rubia posó una mano en el hombro de su sobrina— solo son ellos. Ya están aquí.

Emma asintió, sin convencerse del todo.

—Ve detrás de nosotras si no estás segura —le propuso Alexander, entregándole a su hija a Emma, a petición de ella.

Con Leila en brazos, Emma bajó cuidadosamente detrás de sus tíos, para no tropezar, manteniéndose alerta. Sin embargo, cuando terminó su recorrido por las escaleras y sus tíos le dejaron el camino despejando, se dió cuenta de por qué tanto misterio.

Su respiración se detuvo una vez más, y estaba segura de que casi había soltado a Leila.

—Hola, Emma.

Justo frente a ella se encontraba una persona que creyó fuera de su vida hace muchísimos años. Alguien que creyó no volvería a ver nunca más. Se quedó estática en su lugar, analizando a esa persona de arriba a abajo, comprobando si en verdad era él.

Se veía bastante distinto, fuera de que era mucho más alto, su cabello se encontraba perfectamente peinado —a contrario de cuando era un niño—, vestía un elegante traje negro que lo hacía resaltar. Pero la manera en la que Emma comprobó que se trataba de él fueron sus ojos, esos ojos azules como el cielo que tiempo atrás la hacían sentir mareada y con un montón de sensaciones que no sabía que eran.

Ahora, en cambio, Emma solo supo reconocerlo al verlo a sus ojos. Su corazón simplemente se detuvo por la sorpresa que se llevó, pero ya no saltó como lo hacía antes, y era entendible: ya no le pertenecia a Carl Walter.

—Creo que ha sido muy impactante —susurró Charlotte a su hijo Alexander—. Carl, cariño… ¿podrías?

Emms… —susurró nuevamente el muchacho—. ¿Te encuentras bien?

La castaña por fin fue capaz de reaccionar, y ahora estaba completamente segura de que se trataba de su amigo de la infancia.

—Hola, Carl.















( . . . )














Harry no solo se aisló de los demás por el hecho de creer que él era, de cierta manera, el arma de Voldemort, sino que el haber arruinado todo de una manera tan estúpida como lo hizo le carcomía la cabeza. Quería gritar, correr, llorar, pero no podía, se encontraba en un estado en el que no sentía mucho más que una increíble punzada en el corazón.

Sabía que Emma no lo perdonaría así de fácil, pero Harry estaba dispuesto a bajarle el sol y las estrellas si era posible. Tenía que enmendar su error de alguna manera, pero encontrándose en Grimmund Place no había mucho que pudiera hacer, así que simplemente debía esperar.

—Harry —lo llamó Ron, entregándole a su amigo un paquete y una nota—. Ella… mejor léelo, será más fácil que lo entiendas.

El azabache tomó el paquete y la nota entre sus manos y prosiguió a leer.

Harry Potter

Creo que no puedo hablarte de la misma forma en la que lo hacía antes, lo comprenderás.

No importa en este momento, lo hablaremos luego. Por ahora, simplemente quiero que esto llegue a tus manos, no puedo guardar esto en casa de mi familia. Y tampoco lo quiero.

Feliz Navidad.

Emma Walk.

Harry suspiró, tirando la nota en cualquier parte y abriendo el paquete en sus manos. El contenido dentro era nada más que un anillo de oro con los nombres de ambos grabados dentro.

Harry y Emma Potter

El azabache lo tomó entre sus dedos, sintiendo mucha furia con él mismo cuando las palabras «Y tampoco lo quiero» cruzaron por su cabeza. Había mandado todo a la mierda, de eso estaba seguro, y ahora unas simples palabras de disculpa no funcionarían en absoluto.

¿Pero que sí lo haría?

Era difícil encontrar la respuesta a eso. Pero Harry estaba seguro de algo: le costaría muchísimo poder recuperarla. Más de lo que se imaginaba.

—Harry, Fred y George dicen que… —Ginny Weasley acababa de entrar a la habitación, encontrándose con Harry Potter derramando lágrimas silenciosas en su lugar—, ey, ¿qué pasa?

—Ginny —la llamó desde la puerta—, ya bajará, déjalo.

—Sí, claro… —obedeció la pelirroja un poco aturdida—. Te veremos abajo, Harry.

Al salir de la habitación, y tras asegurarse que la puerta estaba bien cerrada para que nadie lo interrumpiera, Ginny no pudo evitar preguntar.

—¿Se trata de Emma?

—El regalo era de ella —asintió Ron—. Leí la nota por error… —Ginny asintió, alentándolo a qué siguiera—, y le envío eso porque no lo quiere. ¿Lo entiendes?

—Así tiene sentido su comportamiento —Hubo un lapso de silencio—. ¿Crees…? ¿Crees que puedan arreglar las cosas?

—Eso espero —suspiró el pelirrojo—. No soportaré estar en medio de los dos en silencios incómodos, prefería ser mal tercio que pasar por esto.

—Eres un tonto —rió Ginny, empujando a su hermano para que se apresurara.

—¡Es verdad!

—¡Avanza, Ron! —le dijo Ginny, empujándolo cada vez más y más—. Ya déjalo, podrán arreglárselas. Mira, para fin de año seguro están de buenas.

«En verdad me gustaría que fuera así» dijo Ron en su interior, anhelando que eso ocurriera.

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