26. Dobby's Help
LA AYUDA DE DOBBY
───⊱✿⊰───
Emma estaba encogida en el sofá de la sala común, pensando un poco en la carta que había decidido buscar sin razón alguna aquella mañana. Recordaba a Carl como un viejo amigo y nada más, y estaba muy agradecida por tener a Harry en su vida porque la realidad es que no sabía que haría sin él, pero si… esa carta nunca hubiera llegado a las puertas de su casa, ¿qué habría pasado?
Esa pregunta rondaba en su cabeza cada maldito segundo y, a la castaña le molestaba en muchos sentidos, porque su vida mejoró gracias a esa carta.
«¿En verdad lo hizo?» La voz detrás de su cabeza, la que decidía ignorar, la estaba atormentando una vez más.
Pero esta vez no fue suficiente querer ignorarla, pues cuando menos lo notó, ya estaba pensando en esa idea: no, en muchos aspectos, no lo había hecho. Descubrió la verdad sobre una familia que ni siquiera sabía que existía, peleó con sus padres por eso, murieron por eso…
—¡Sirius! —La voz de Harry la hizo salir de su burbujo.
La castaña se volvió para ver en la chimenea. Efectivamente, la oscura y despeinada cabeza de Sirius había vuelto a aparecer entre las llamas.
—¡Hola! —saludó sonriente.
—¡Hola! —corearon los cuatro, y se arrodillaron en la alfombra que
había delante de la chimenea.
Félix y Crookshanks se acercaron al fuego, ronroneando ruidosamente, e intentaron, pese al calor, acercar su cara a la de Sirius.
—¿Cómo va todo?
—No muy bien —contestó Harry mientras Hermione apartaba a Crookshanks para que no se chamuscara los bigotes, al mismo tiempo que Harry le entregaba a Félix a su novia—. El Ministerio ha aprobado otro decreto por
el que quedan prohibidos los equipos de quidditch...
—…¿y los grupos secretos de Defensa Contra las Artes Oscuras? —preguntó
Sirius.
Hubo una breve pausa.
—¿Cómo lo sabes? —inquirió Emma, dejando a su gato en el sofá donde se encontraba ella segundos atrás.
—Deberían elegir con más cuidado sus lugares de reunión —repuso Sirius
sonriendo abiertamente—. Mira que escoger Cabeza de Puerco, ¡menuda ocurrencia!
—¡Bueno, no me negarás que era mejor que Las Tres Escobas! —replicó
Hermione a la defensiva—, porque ese local siempre está abarrotado de gente...
—Lo cual significa que no habría sido tan fácil que los oyeran —comentó Sirius—.
Todavía tienes mucho que aprender, Hermione.
—¿Quién nos oyó? —preguntó Harry.
—Mundungus, por supuesto —respondió Sirius, y como todos parecían muy
desconcertados, rió y añadió—: Era la bruja del velo negro.
—¿La bruja era Mundungus? —se extrañó Harry, atónito—. ¿Y qué hacía en
Cabeza de Puerco?
—¿Ati qué te parece que hacía allí? —dijo Sirius, impaciente—. Vigilarlos, claro.
—¿Todavía me siguen? —preguntó Harry con enojo.
—Sí —confirmó Sirius—, y a Emma. La verdad me alegro de que así sea, si lo único que se les ocurre hacer en la primera excursión es organizar un grupo ilegal de defensa.
Pero Sirius no parecía ni enfadado ni preocupado, sino que, al contrario, miraba a Harry con evidente orgullo.
—¿Por qué se escondió Dung de nosotros? —inquirió Ron un tanto decepcionado—. A todos nos habría encantado verlo.
—Le prohibieron la entrada en Cabeza de Puerco hace veinte años —explicó
Sirius—, y ese camarero tiene una memoria de elefante. Perdimos la capa invisible de recambio de Moody cuando detuvieron a Sturgis, de modo que últimamente Dung se disfraza a menudo de bruja.. En fin, antes que nada, Ron, me he comprometido a hacerte llegar un mensaje de tu madre.
—¿Ah, sí? —dijo Ron con aprensión.
—Dice que ni se te ocurra, bajo ningún concepto, formar parte de un grupo
secreto e ilegal de Defensa Contra las Artes Oscuras porque te expulsarán del colegio y arruinarás tu futuro. Dice que ya tendrás tiempo de aprender adefenderte por tus propios medios más adelante y que aún eres demasiado joven para preocuparte por esas cosas. Del mismo modo aconseja a Harry, a Emma y a Hermione —Sirius dirigió la
mirada hacia ellos— que no sigan adelante con el grupo, aunque admite que no tiene ninguna autoridad para ordenarles nada, pero simplemente les ruega que recuerden que sólo quiere lo mejor para ellos. Le habría gustado explicarte todo esto por escrito, Ron, pero si hubieran interceptado la lechuza, habrías tenido graves problemas, y no
te lo puede decir en persona porque esta noche está de guardia.
—¿De guardia? ¿Dónde? —preguntó rápidamente Ron.
—Eso no es asunto tuyo, son cosas de la Orden —respondió Sirius—. Así que me
ha tocado a mí hacer de mensajero y asegurarme de que le comunicas que te he transmitido el mensaje, porque me parece que no se fía de mí.
Hubo otra pausa, durante la cual Crookshanks, que maullaba, intentó tocar con la pata la cabeza de Sirius, y Ron se puso a hurgar en un agujero que había en la alfombrilla.
—¿Qué quieres, que te diga que no voy a participar en el grupo de defensa? —murmuró finalmente.
—¿Yo? ¡Claro que no! —exclamó Sirius con sorpresa—. ¡Creo que es una idea
excelente!
—¿Ah, sí? —dijo Hary, y se le levantaron los ánimos.
—¡Por supuesto! ¿Acaso creen que sus padres y yo nos habríamos quedado de
brazos cruzados y habríamos aceptado las órdenes de una arpía como la profesora Umbridge?
—¿Mi padre…?
—¡Oh, Emma! El amaba meterse en problemas —sonrió Sirius—. Tu madre es quien lo lograba mantenerlo al margen.
La castaña esbozó una pequeña sonrisa.
—¿Y si nos expulsan? —preguntó Hermione, desafiante.
—¡Todo esto fue idea tuya, Hermione! —gritó Harry mirándola fijamente.
—Ya lo sé. Sólo quería saber qué opinaba Sirius —replicó ella encogiéndose de
hombros.
—Bueno, estarán mejor si los expulsan pero son capaces de defenderse, que si se quedan sentaditos a salvo en el colegio sin hacer nada —consideró Sirius.
—¡Eso, eso! —saltaron Harry y Ron con entusiasmo.
—Y bien —continuó Sirius—, ¿cómo piensan organizar ese grupo? ¿Dónde van a reunirse?
—Bueno, ése es un problema que todavía no hemos solucionado —admitió Harry—. No sabemos adónde podemos ir.
—¿Y la Casa de los Gritos? —propuso Sirius.
—¡Eh, no es mala idea! —exclamó Ron, pero Hermione puso cara de escepticismo y los tres la miraron.
—Antes eran solo cinco en esa casa —les dijo Emma.
—Así es —asintió Hermione—, y los cuatro podían transformarse en animales; supongo que también habrían podido apretujarse bajo una única capa
invisible si hubieran querido. Pero nosotros somos veintiocho y ninguno es animago, así que no necesitaríamos una capa invisible, sino un toldo invisible...
—Tienen razón —coincidió Sirius, que parecía un poco alicaído—. Bueno, estoy
seguro de que ya se les ocurrirá algo. Había un pasadizo secreto muy espacioso detrás de ese gran espejo del cuarto piso; allí quizá tendrían suficiente espacio para practicar embrujos.
—Fred y George dijeron que está bloqueado —dijo Harry haciendo un gesto negativo con la cabeza—. Creo que se derrumbó o algo así.
—Ah... —dijo Sirius frunciendo el entrecejo—. Bueno, ya lo pensaré y se...
Se interrumpió antes de terminar la frase. De pronto, su expresión se tornó tensa y alarmada. Se volvió hacia un lado y tuvieron la sensación de que intentaba encontrar algo en la sólida pared de ladrillo de la chimenea.
—¡Sirius! —dijo Harry, preocupado.
—Sirius, ¿pasa algo? —preguntó Emma, asustada.
Pero Sirius había desaparecido.
—¿Por qué ha...?
Entonces Hermione soltó un grito ahogado y se puso en pie de un brinco sin apartar la vista del fuego.
Entre las Ilamas había aparecido una mano que buscaba a tientas como si quisiera coger algo; era una mano de dedos cortos y regordetes llenos de feos y anticuados anillos.
Los cuatro echaron a correr. Ni siquiera les dió tiempo de despedirse. Al llegar a la puerta del dormitorio de las chicas, Emma se volvió para mirar la chimenea, con una mano apretando su pecho: la mano de la profesora Umbridge seguía agitándose entre las llamas con la intención de agarrar algo, como si supiera exactamente dónde había
estado el cabello de Sirius hasta momentos antes y estuviera decidida a aferrarse a él.
( . . . )
Aquel Jueves se encontró gris todo el día, la lluvia golpeaba las ventanas con violencia y los rayos caían a cada segundo.
Hermione había hablado con sus amigos sobre si continuar con el grupo era buena idea, y aunque les costó, terminaron regresándole la valentía que había tenido la noche en que se le ocurrió la idea.
Ya era noche, y se suponía que todos debían de estar dormidos, pero cierta pareja de jóvenes no estaba cumpliendo con eso. La verdad es que Emma se había encontrado muy agobiada todo el día, y cuando cayó la noche, no logró cerrar los ojos ni por un segundo.
Harry estaba descansando entre un montón de pergaminos y libros abiertos. Emma sonrió levemente y se acercó para besarle en la mejilla y ayudarle un poco con sus trabajos en lo que él descansaba: tal vez eso la ayudaría a despejar la mente. La castaña tomó la pluma entre sus dedos, pero la mano de Harry la obligó a soltarla.
—No te agobies con eso —le susurró con la voz ronca, acercándola más a él.
—Quiero ayudarte.
—Duerme conmigo… —le pidió Harry entre sueños—. Las tareas pueden dejarse para después.
—Estamos en la sala común, James —aclaró Emma, riendo en voz baja cuando Harry la abrazó como si de un osito de peluche se tratara. El azabache simplemente se encogió de hombros y dejó un beso en el cuello de su novia.
Emma decidió acurrucarse con Harry sin importarle mucho que se quedasen dormidos justo en ese lugar, pues estar entre sus brazos la relajaba de una manera inexplicable: se sentía segura. La castaña cerró los ojos, entrelazando su mano con la de Harry, inhalando su aroma tan acogedor.
El silencio gobernaba en el lugar, y a Emma le resultó tan relajante que no tardó mucho en caer dormida en el pecho de Harry, sujetando su mano con mucha fuerza. Al fin, después de mucho tiempo, su cabeza se encontraba en calma y nada le atormentaba, todo parecía desvanecerse en su cabeza y las angustias y el dolor parecían desaparecer tan solo con tener a Harry cerca de ella.
—¡Harry Potter!
La pareja despertó algo alarmada. Todas las velas de la sala común se habían apagado, pero Emma apreció como algo se movía cerca de ellos.
—¿Quién eres? —preguntó la castaña, intentando ver a través de la espesa oscuridad.
—¡Dobby tiene la lechuza de Harry Potter, señorita! —dijo una vocecilla chillona.
—¿Dobby? —se extrañaron Harry y Emma. Escudriñó la oscuridad hacia el sitio de donde procedía el sonido.
Dobby, el elfo doméstico, estaba de pie junto a la mesa donde Hermione había
dejado media docena de gorros de punto. Sus grandes y puntiagudas orejas sobresalían por debajo de lo que a Emma le parecío eran todos los gorros de lana
que Hermione había tejido hasta entonces; los llevaba uno encima de otro, y su cabeza parecía dos o tres palmos más larga. En lo alto de la borla del último gorro estaba posada Hedwig, que ululaba tranquilamente y, según todos los indicios, curada.
—Dobby se ofreció voluntario para devolverle la lechuza a Harry Potter
—explicó el elfo con voz de pito mientras miraba con manifiesta adoración a Harry—: La profesora Grubbly-Plank opina que ya está bien, señor —añadió, e hizo una exagerada reverencia hasta que su puntiaguda nariz rozó la raída alfombra de la chimenea. Hedwig soltó un ululato de indignación y voló hasta el brazo de la butaca.
—¡Gracias, Dobby! —exclamó el chico al mismo tiempo que acariciaba la cabeza
de su lechuza, sin soltar la mano de su novia.
Emma, mientras tanto, observaba con sorpresa como Dobby llevaba tantas prendas encima, pues aparte del millón de gorros en su cabeza, también llevaba
varias bufandas e innumerables calcetines, de modo que sus pies parecían desmesurados para su cuerpo.
—¿Tomaste todas las prendas que habían aquí? —le preguntó al elfo.
—¡Oh, no, señorita! —repuso Dobby alegremente—. Dobby también ha cogido
unas cuantas para Winky, señor.
—¿Cómo se encuentra?
Dobby agachó ligeramente las orejas.
—Winky todavía bebe mucho, señorita —afirmó con pesar, mirando al suelo con
sus enormes, redondos y verdes ojos, del tamaño de pelotas de tenis—. Siguen sin
interesarle las prendas de ropa, Emma Williams. Y a los otros elfos domésticos tampoco. Ya nadie quiere limpiar la torre de Gryffindor porque hay gorros y calcetines escondidos por todas partes; los encuentran insultantes, señorita. Dobby lo hace todo él solo, señorita, pero a Dobby no le importa, señorita, porque él siempre confía en encontrarse a Harry Potter y su amable novia, y esta noche, señorita, ¡se ha cumplido su deseo! —El elfo volvió a hacer una reverencia—. Pero Harry Potter y Emma Williams no parecen contentos —prosiguió Dobby, enderezándose de nuevo y mirando tímidamente a Harry y Emma—: . Dobby lo ha oído hablar en sueños, señor. ¿Tenía Harry Potter pesadillas?
—Sí, aunque no eran muy desagradables —explicó Harry bostezando y frotándose los ojos—. Las he tenido peores.
—¿Y Emma Williams? —cuestionó el elfo—. ¿Por qué se la ve tan triste?
—No es nada, Dobby. No te preocupes.
El elfo contempló a Harry y Emma con sus enormes ojos como esferas. Entonces se puso muy serio y, agachando las orejas, dijo:
—A Dobby le encantaría poder ayudar a Harry Potter y su novia, porque Harry Potter le dio la libertad a Dobby, y Emma Williams ha sido muy bondadosa con Dobby, y Dobby es mucho, mucho más feliz ahora.
Harry y Emma sonrieron.
—No puedes ayudarme, Dobby, pero gracias de todos modos —le dijo Harry.
Se agachó y recogió su libro de Pociones.
—Espera, Dobby —lo llamó Emma—. Quizá si puedas ayudarnos.
El elfo miró a Emma sonriente.
—¡Emma Williams sólo tiene que pedírmelo, señorita!
—Necesitamos encontrar un sitio donde veintiocho personas puedan practicar hechizos sin ser descubiertas —explicó—. Un lugar donde nadie se entere de nada.
Creía que Dobby diría que no había lugar, pero para su sorpresa y la de Harry, Dobby pegó un saltito, agitando alegremente las orejas, y dió una palmada.
—¡Dobby conoce el sitio perfecto, señorita! —exclamó—. Dobby oyó hablar de él a los otros elfos domésticos cuando llegó a Hogwarts, señorita. ¡Lo llamamos la Sala que Viene y Va, señorita, o la Sala de los Menesteres!
—¿Por qué la llaman así? —preguntó Harry, intrigado.
—Porque es una sala en la que uno sólo puede entrar —explicó Dobby poniéndose muy serio— cuando tiene verdadera necesidad. A veces está allí y a veces no, pero cuando aparece siempre está equipada para satisfacer las necesidades de la persona que la busca. Dobby la ha utilizado en algunas ocasiones, señor —añadió el elfo bajando la voz, como si tuviera remordimientos—, cuando Winky estaba muy borracha; Dobby la ha escondido en la Sala de los Menesteres y ha encontrado allí antídotos contra la cerveza de mantequilla, y una bonita cama de tamaño adecuado para los elfos donde ponerla a dormir, señor... Y Dobby sabe que el señor Filch ha encontrado allí productos de limpieza extra cuando se le han terminado, señor, y...
—Y si necesitas urgentemente un lavabo —terció Harry, que de pronto había
recordado algo que había dicho Dumbledore en el baile de Navidad el curso anterior— ¿se llena de orinales?
Emma dejó escapar una leve risa ante el comentario.
—Dobby se imagina que sí, señor —afirmó el elfo asintiendo enérgicamente con la cabeza—. Es una sala muy especial, señor.
Cuando Dobby desapareció tiempo más tarde, luego de haberles explicado dónde se encontraba, Emma y Harry se encontraban muy felices de poder compartir la noticia con los demás.
—Todo se ve bien, ¿no crees? —opinó Emma.
—Mejor de lo que imaginé —sonrió Harry, poniéndose en pie—. Será mejor ir a descansar. Duerme bien, bonita.
Emma sonrió—. Descansa, Harry. Te amo.
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