25. An old friend
UN VIEJO AMIGO
───⊱✿⊰───
Septiembre, 1993, Hogwarts
Una pequeña niña de cabellos castaños se encontraba tirando cosas de un lado a otro sin parar, exasperada.
—Dai, ¿qué haces?
—Estoy buscando… ¡Oh! Aquí está —sonrió, mostrando un papel entre sus dedos.
—¿Qué es? —quiso saber Harry.
—Hace unos años conocí a un niño en la escuela y… recordaba que guarde esto —explicó la chica, abriendo la carta con una gran sonrisa en su rostro. Harry frunció el ceño—. Oye… relaja tu rostro, ¿sí? Era mi amigo.
—¿Puedo leer? —pidió Harry, intentando suavizar su voz. Emma asintió y le tendió la carta de quién alguna vez resultó ser su único amigo.
Emms
¿Te he dicho lo bonita que te ves leyendo? Creo que no, por eso te lo digo ahora.
¿Sabes? Papá me ha dicho que eres brillante, y en estos meses lo comprobé: eres simplemente espectacular. Nunca había conocido a alguien más perfecta que tú.
¿Recuerdas lo que dijiste? «Todavía somos muy pequeños», pero la verdad no sé si en años podré seguir disfrutando de tu compañía. Debo viajar constantemente, pero ahora que te conocí me quiero quedar aquí por siempre.
No importa si me llego a ir, o si decides que existe niño más bonito que yo. Podremos ser niños, pero sé perfectamente lo que siento por ti, porque a una amiga jamás la quise o la vi como a tí.
Te esperaré toda la vida si es necesario, y si para entonces decidiste que alguien más llegó a iluminar tu corazoncito, está bien.
Te quiero, Emma.
Carl Walter.
—¿Por qué esa cara? —rio Emma con burla.
—¿Sigues teniendo contacto con él? —preguntó Harry, ignorando la anterior pregunta.
—Para nada —la sonrisa desapareció del rostro de la castaña—, Carl se fue hace mucho del país, ni siquiera sé dónde se encuentra, pero lo recuerdo como un buen amigo.
—Esto dice lo contrario —repuso Harry, manteniendo la carta en lo alto.
—Fue hace mucho —le recordó Emma—. Las cosas son diferentes ahora… demasiado, si debo ser sincera. No te molestes.
Harry relajó su expresión ante esas palabras—. Está bien —dijo, devolviéndole la carta a su mejor amiga, un poco más relajado.
( . . . )
Actualidad
Emma tenía entre sus temblorosas manos una carta muy desgastada: arrugada, sucia y apenas legible. Pero su memoria sabía muy bien de a quién le pertenecía.
—¿Qué haces? —preguntó Hermione, agachándose junto a su amiga—. ¿Todo bien?
Emma asintió repetidas veces—. Solo viajaba en el pasado.
—No es bueno que…
—No es sobre ellos —la interrumpió Emma—. Es…, era un viejo amigo.
Hermione tomó la carta que había caído al suelo y decidió leer, luego de obtener el permiso de Emma, claro.
—Él… oh… bueno… ¿cuándo…? —Hermione apenas podía balbucear unas pocas palabras debido al asombro.
—Seis años —respondió Emma vagamente—. Fue hace muchísimo.
—¿Puedo saber qué pasó?
Emma se puso en pie y se sentó al borde de su cama antes de comenzar una breve explicación sobre su corta historia.
—Lo conocí en la escuela, nos volvimos amigos muy cercanos, mejor amigos, me atrevería a decir. Un día declaró sus sentimientos por mi en una fiesta de trabajo de mi padre… pero éramos un simples niños, y no pude aceptarlo. Sin embargo él no se rindió hasta el día que se tuvo que ir de el país.
—¿Crees volver a verlo algún día?
—Suena imposible —sonrió Emma con tristeza—, pero sería lindo. Da igual, mejor bajemos con los chicos —tomó la carta en su cama y la guardó en el bolsillo de su capa.
Pero el abrir la puerta de la habitación se encontraron con una gran sorpresa: las escaleras se habían convertido en un tobogán, lo que solo significaba una cosa: algún chico había intentado subir a la habitación, y era bastante obvio quien había sido.
—Buenos días, Harry —lo saludó Emma con un beso en la mejilla.
—Hola, Emma —sonrió Harry.
En ese momento dos chicas de cuarto bajaron riendo por el tobogán de piedra.
—¿Quién era el que intentaba subir? —preguntaron alegremente, poniéndose en
pie y comiéndose con los ojos a Harry y a Ron. Sin embargo, giraron los ojos al fijarse en la presencia de la castaña, la cual se encontraba abrazada por Harry.
—No tenía ni idea de que pudiera pasar esto. ¡No hay derecho! —se quejó Ron—. Emma siempre está en nuestro dormitorio, ¿por qué nosotros no...?
—Es una norma bastante vieja —dijo Emma.
—En Historia de Hogwarts se dice que los fundadores del colegio creían que los chicos eran menos dignos de confianza que las chicas —explicó Hermione—. En fin, ¿para qué querían subir?
—Para verlas. ¡Miren eso! —dijo Ron, y las arrastró hasta el tablón de anuncios.
Emma leyó rápidamente el letrero y frunció el ceño.
—¿Creen que se haya enterado? —preguntó en voz baja.
—¡Alguien se ha chivado! —exclamó Ron, indignado.
—Es imposible —murmuró Hermione.
—¡Qué ingenua eres! —explotó Ron—. ¿Crees que porque ustedes son honradas y dignas de confianza...?
—No, es imposible porque hice un embrujo en el rollo de pergamino en que
firmamos todos —explicó Hermione gravemente—. Créeme, si alguien se ha chivado a Umbridge, sabremos exactamente quién ha sido y te aseguro que lo lamentará.
—¿Qué le pasará? —preguntó Ron, intrigado.
—Bueno, para que te hagas una idea —contestó Hermione—, parecerá que el
acné de Eloise Midgeon se trata solamente de unas cuantas pecas. Vamos a desayunar y veamos qué piensan los demás… ¿Habrán colgado el letrero en todas las casas?
—Es lo más probable.
En cuanto entraron en el Gran Comedor se dieron cuenta que Emma tenía razón. En el comedor se percibía un rumor de una intensidad peculiar y una agitación mayor que la habitual: los alumnos iban y venían por sus mesas, comentando unos con otros lo que habían leído.
Harry, Emma, Ron y Hermione acababan de sentarse cuando Neville, Dean, Fred, George y Ginny formaron un corro a su alrededor.
—¿Lo han visto?
—¿Creen que lo sabe?
—¿Qué piensan hacer?
Todos miraban a Harry, y él echó un vistazo alrededor para asegurarse de que no había ningún profesor cerca.
—Seguiremos adelante de todos modos, desde luego —dijo con serenidad.
—Sabía que dirías eso —repuso George, sonriente, y le dio una palmada en el
brazo.
—¿Los prefectos también? —preguntó Fred observando inquisitivamente a Ron y a Hermione.
—Por supuesto —afirmó ella con frialdad.
—Harry, con respecto a lo de ese día… —le echó una breve mirada a la castaña—, haz lo sea.
Harry asintió.
—Miren, ahí vienen Ernie y Hannah Abbott —observó Emma, que había estado observando las mesas de las demás casas—. Smith también… Ninguno de ellos parece haber hablado.
Hermione parecía alarmada.
—No importa . ¿Se han vuelto locos? No pueden venir aquí ahora, resultará sumamente sospechoso. ¡Siéntense! —les dijo a Ernie y a Hannah sin que se
la oyera, pero moviendo exageradamente los labios y haciéndoles señas para que regresaran a la mesa de Hufflepuff—. ¡Más tarde! ¡Ya... hablaremos... más tarde!
—Se lo diré a Michael —terció Ginny, impaciente, y se levantó del banco—. Qué burros, francamente.
Fue corriendo hacia la mesa de Ravenclaw y Emma volvió a posar su mirada a dónde se encontraba minutos atrás: Edgecombe y Nott estaban juntos en la mesa de Slytherin, cubriéndose la boca mientras hablaban o agachando la cabeza.
La castaña entrecerró los ojos.
—Toma esto —Ron llamó la atención de Emma está vez. Tenía un sus manos un tenedor junto a una fresa cubierta de chocolate—, cómelo.
—Gracias, Ronald —le sonrió Emma, agradecida. Ron le devolvió la sonrisa.
Al salir del comedor, tan solo un poco después, comprendieron el alcance que había tenido el anuncio de Umbridge.
—¡Harry! ¡Ron!
Era Angelina, que corría hacia ellos. Parecía absolutamente desesperada.
—No pasa nada —afirmó Harry en voz baja cuando Angelina se le acercó lo
suficiente—. Seguiremos adelante de todos...
—¿Te das cuenta de que el quidditch está incluido en la prohibición? —le
comentó Angelina—. ¡Tenemos que ir a pedirle permiso para volver a formar el
equipo de Gryffindor!
—¡¿Qué?! —exclamó Harry, incrédulo.
—¡No puede ser! —dijo Ron, atónito.
—El anunció incluía a los equipos —recordó Emma.
—¡Exacto, Emma! Escucha, Harry... Te lo digo por última vez... ¡Por favor, no vuelvas a perder los estribos con la profesora Umbridge o no nos dejará jugar!
—Vale, vale —aseguró Harry, pues Angelina parecía a punto de llorar—. No te preocupes, me comportaré...
—Seguro que Umbridge está en Historia de la Magia —comentó Ron gravemente
cuando emprendieron de nuevo el camino hacia la clase de Binns—. Todavía no ha supervisado a Binns... Me apuesto lo que quieras a que está allí...
Pero Ron se equivocaba: cuando entraron en el aula sólo encontraron al profesor Binns, que estaba flotando un par de centímetros por encima de su silla, como de costumbre, mientras se preparaba para continuar su monótono discurso sobre las guerras de los gigantes.
Aquella parecía ser igual de aburrida que siempre, claro, hasta que Hedwig llamó la atención del cuarteto al golpear la ventana con su pico.
Harry se levantó con sigilo de la silla, se agachó y recorrió el pasillo hasta la ventana. Una vez allí, soltó el cierre y la abrió muy despacio.
Harry cerró la ventana y miró preocupado al profesor Binns; después volvió a agacharse y regresó corriendo a su asiento con Hedwig sobre el hombro. Llegó a su silla, se puso a Hedwig en el regazo y fue a retirar la carta que llevaba atada a la pata.
Entonces Emma se percató de que Hedwig se encontraba en mal estado: tenía las plumas muy alborotadas; unas
cuantas estaban del revés, y tenía un ala en una extraña postura.
—¡Está herida! —susurró Harry agachando la cabeza—. Miren, le pasa algo en el ala..
Hedwig estaba temblando; cuando Harry le tocó el ala, la lechuza dio un respingo
y se le erizaron las plumas, como si se le inflaran, y miró a su amo con reproche.
—Profesor Binns —dijo Harry en voz alta, y todos giraron la cabeza hacia él—,
no me encuentro bien.
El profesor Binns levantó la vista de sus notas, sorprendido, como siempre, al ver
que estaba ante un aula llena de alumnos.
—¿No se encuentra bien? —preguntó vagamente.
—No, me encuentro muy mal —aseguró Harry con firmeza, y escondiendo a
Hedwig detrás de la espalda, se levantó—. Creo que necesito ir a la enfermería.
—Sí —repuso el profesor Binns, a quien Harry había pillado desprevenido—. Sí,
ya... A la enfermería... Bueno, pues vaya, Perkins...
( . . . )
«Hoy, misma hora, mismo sitio.»
—¿Cómo está Hedwig? —preguntó Emma, preocupada, tan pronto como Harry llegó junto a ellos.
—¿Adónde la has llevado? —preguntó Ron a su vez.
—Se la he llevado a la profesora Grubbly-Plank —respondió Harry—. Y he visto a McGonagall... Escuchen.
Y les contó lo que había dicho la profesora McGonagall. Para sorpresa de Harry, ninguno de sus dos amigos o su novia se mostró sorprendido. Más bien al contrario: intercambiaron miradas de complicidad.
—¿Qué pasa? —inquirió Harry observándolos con desconcierto.
—Bueno, precisamente estaba diciéndoles a Ron y Emma... ¿Y si alguien ha intentado interceptar a Hedwig? Es la primera vez que llega herida de un vuelo, ¿verdad?
—Bueno, ¿de quién es la carta? —preguntó Ron quitándole la nota a Harry de las manos.
—De Hocicos —contestó Harry en voz baja.
—¿«Misma hora, mismo sitio»? ¿Se refiere a la chimenea de la sala común?
—Evidentemente —confirmó Hermione, que también había leído la nota. Parecía
nerviosa—. Espero que nadie más haya visto esto..
—El rollo todavía estaba sellado —comentó Harry—. Y nadie entendería qué significa el mensaje si no sabe dónde
hemos hablado con él la vez anterior, ¿no?
—No lo sé —dijo Hermione, angustiada. En ese momento volvió a sonar la
campana y se colgó la mochila del hombro—. No sería muy difícil volver a sellar el rollo mediante magia... Y si hay alguien vigilando la Red Flu... Pero ¡no sé cómo vamos a decirle que no venga sin que nos intercepten a nosotros también!
A continuación bajaron cansinamente la escalera de piedra que conducía a las
mazmorras donde daban la clase de Pociones. Iban los cuatro absortos en sus
pensamientos, pero, cuando llegaron al final de la escalera, la voz de Draco Malfoy los sacó de su ensimismamiento.
Draco estaba de pie junto a la puerta del aula de Snape y exhibía una hoja de pergamino de aspecto oficial mientras hablaba en voz mucho más alta de lo necesario para que lo oyera todo el mundo.
—Si, la profesora Umbridge ha concedido permiso al equipo de quidditch de
Slytherin para seguir jugando. He ido a pedírselo esta mañana a primera hora. Bueno, ha sido prácticamente automático, porque la profesora Umbridge conoce muy bien a mi padre, ya que mi padre frecuenta el Ministerio... Será interesante saber si al equipo de Gryffindor también le dan permiso para seguir jugando, ¿verdad?
—Será mejor ignorarlo —les recomendó Emma a sus amigos con un susurro, que
miraban a Malfoy con los puños apretados y gesto amenazador—. No se metan en problemas innecesarios, es lo que menos queremos ahora.
—Lo digo —prosiguió Malfoy levantando un poco más la voz y mirando a Harry
y Ron con unos ojos que despedían malévolos destellos— porque si es cuestión de influencia en el Ministerio, no creo que tengan muchas posibilidades... Según dice mi padre, hace años que buscan un pretexto para despedir a Arthur Weasley... Y en
cuanto a Potter..., mi padre dice que cualquier día el Ministerio lo factura para el Hospital San Mungo... Por lo visto, tienen una planta reservada para gente a la que la magia ha trastornado.
Malfoy hizo una mueca grotesca, con la boca abierta y los ojos bizcos, Crabbe y
Goyle se rieron a carcajadas, como de costumbre, y Pansy Parkinson soltó una risita idiota.
—Callaté ahora, o yo me encargaré que esa planta sea todo tuya —le advirtió Blaise con aburrimiento.
—Haznos el favor —le dijo Adhara, apuntándole con la varita.
—¡No, nev! —le susurró Emma a su amigo, quién iba derechito hacia Malfoy.
Para su suerte, Harry saltó hacia delante y agarró a Neville por la túnica; éste forcejeó con ímpetu, agitando los puños, e intentó abalanzarse sobre Malfoy, que durante un momento se quedó completamente perplejo.
—¡Ayúdame! —gritó Harry.
Consiguió rodear el cuello de Neville con un brazo, tiró de él hacia atrás y lo alejó
de los de Slytherin. Crabbe y Goyle se colocaron delante de Malfoy y flexionaron los brazos, listos para pelear. Emma amagó al intentar sacar su varita, por lo cual ambos retrocedieron.
Ron agarró a Neville por los brazos, y Harry y él lograron volver a colocarlo en la fila de alumnos de Gryffindor. Neville estaba rojo como un tomate; la presión que Harry ejercía sobre su cuello hacía que apenas se le entendiera, pero seguía farfullando:
—No tiene... gracia... San Mungo..., ya verá...
Entonces se abrió la puerta de la mazmorra y Snape apareció en el umbral.
Recorrió con sus negros ojos a los alumnos de Gryffindor hasta llegar a donde estaban Harry y Ron intentando sujetar a Neville.
—¿Peleando, Potter, Weasley, Longbottom? —preguntó Snape con su fría y socarrona voz--. Diez puntos menos para Gryffindor. Suelta a Longbottom, Potter, o serás castigado. Todos adentro.
Harry soltó a Neville, que se quedó mirándolo y jadeando.
—He tenido que frenarte —se excusó Harry entrecortadamente mientras Emma recogía su mochila del suelo—. Crabbe y Goyle te habrían hecho pedazos.
Neville no dijo nada; se limitó a recoger su mochila y entró muy ofendido en la
mazmorra.
—Eres impresionante, Emma —sonrió Ron a su amiga—. ¡Lograste que retrocedieran solo con intentar sacar tu varita!
—Por ahora —dijo Emma con inquietud—. Vamos, entremos.
Los cuatro se sentaron como siempre al fondo de la clase y sacaron pergamino, plumas y sus ejemplares de Mil hierbas y hongos mágicos. Sus compañeros de clase cuchicheaban sobre lo que acababa de hacer Neville, pero cuando Snape cerró la puerta de la mazmorra con un sonoro golpetazo, todos guardaron silencio de inmediato.
—Como veran —dijo Snape con su queda y socarrona voz—, hoy tenemos una
invitada.
Señaló un oscuro rincón de la mazmorra y Emma vio a la profesora Umbridge
sentada allí, con las hojas de pergamino cogidas con el sujetapapeles sobre las
rodillas.
—Hoy vamos a continuar con la solución fortificante. Encontrarán sus mezclas como las dejaron en la última clase; si las prepararon correctamente deberían haber madurado durante el fin de semana. Las instrucciones —agitó su
varita— están en la pizarra. Ya pueden empezar.
La profesora Umbridge pasó la primera media hora de la clase tomando notas en
su rincón.
—James… —llamó Emma a su novio—, ten cuidado —le dijo, mostrando como había comenzado a derramar su poción.
—Sí… lo lamento.
La profesora Umbridge acababa de
levantarse y comenzó a caminar dando zancadas entre dos hileras de pupitres hacia Snape, que estaba inclinado sobre el caldero de Dean Thomas.
—Bueno, parece que los alumnos están bastante adelantados para el curso que
hacen —comentó la profesora Umbridge con brusquedad, dirigiéndose a Snape, que estaba de espaldas—. Aunque no estoy segura de que sea conveniente enseñarles a preparar una poción como la solución fortificante. Creo que el Ministerio preferiría que fuera eliminada del programa. —Snape se enderezó lentamente y se volvió para mirarla—. Dígame, ¿cuánto tiempo hace que enseña en Hogwarts? —le preguntó con la pluma apoyada en el pergamino.
—Catorce años —respondió Snape. La expresión de su rostro era insondable.
Mientras escuchaba, Emma se encargaba de que Harry no hiciera un verdadero desastre con su poción pues estaba más concentrado en la conversación de sus profesores.
—Tengo entendido que primero solicitó el puesto de Defensa Contra las Artes
Oscuras, ¿no es así? —inquirió la profesora Umbridge.
—Si —contestó Snape con serenidad.
—Pero ¿no lo consiguió?
Snape torció el gesto y respondió:
—Es obvio.
La profesora Umbridge anotó algo en sus pergaminos.
—Y desde que entró en el colegio ha solicitado con regularidad el puesto de
Defensa Contra las Artes Oscuras ¿verdad?
—Sí —contestó Snape, imperturbable, sin mover apenas los labios. Parecía muy
enfadado.
—¿Tiene usted idea de por qué Dumbledore ha rechazado por sistema su solicitud? —inquirió la profesora Umbridge.
—Eso debería preguntárselo a él —dijo Snape entrecortadamente.
—Oh, lo haré, lo haré —dijo la profesora Umbridge componiendo una dulce
sonrisa.
—Aunque no veo qué importancia puede tener eso —añadió Snape a la vez que
entrecerraba sus ojos negros.
—¡Oh, ya lo creo que la tiene! —replicó la profesora Umbridge—. Sí, el Ministerio quiere conocer a la perfección el... pasado de los profesores.
Y entonces se dio la vuelta, fue hacia Pansy Parkinson y empezó a interrogarla
sobre las clases.
—Señorita Walk, sabe que está prohibido ayudar a los demás —dijo Snape cuando se volvió para mirar a Harry—. Otro cero, Potter —dijo Snape con malicia, y vació el caldero de Harry con una
sacudida de la varita—. Quiero que me escribas una redacción sobre la correcta
composición de esta poción, indicando dónde y por qué te has equivocado, y que me la entregues en la próxima clase. Y sin la ayuda de Walk ¿Entendido?
—Sí —contestó Harry, furioso.
Emma cerró los ojos y echó la cabeza hacia atrás, creyendo que había sido su culpa por no ser cuidadosa.
—Perdón —se disculpó en voz baja.
—No es tu culpa, tranquila —dijo Harry, gruñendo en voz baja.
.・。.・゜✭・.・✫・゜・。.
¿Carl? Ya lo conocerán.
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