24. Pig's Head Meeting
REUNIÓN EN CABEZA DE PUERCO
───⊱✿⊰───
La mañana de la excursión a Hogsmeade amaneció despejada pero ventosa. Después de desayunar formaron una fila delante de Filch, que comprobó que sus
nombres aparecían en la larga lista de estudiantes que tenían permiso de sus padres o tutores para visitar el pueblo.
Emma recibió una punzada en el corazón al recordar que el nombre «Thomas Williams» seguía en la lista de tutores.
—Bueno, ¿a dónde vamos? —preguntó Harry cuando llegaron a Hogsmeade—.¿A Las Tres Escobas?
—No, no —repuso Hermione saliendo de su ensimismamiento—, No, siempre
está abarrotado y hay mucho ruido. He quedado con los otros en Cabeza de Puerco, ese otro pub, ya lo conocen, el que no está en la calle principal. Me parece que no es... muy recomendable, pero los alumnos de Hogwarts no suelen ir allí, así que no creo que nos oiga nadie.
Bajaron por la calle principal y pasaron por delante de la tienda de artículos de
broma de Zonko, donde no les sorprendió nada ver a Fred, George y Lee Jordan; luego dejaron atrás la oficina de correos, de donde salían lechuzas a intervalos regulares, y torcieron por una calle lateral al final de la cual había una pequeña posada. Un estropeado letrero de madera colgaba de un oxidado soporte que había sobre la puerta, con un dibujo de una cabeza de jabalí cortada que goteaba sangre sobre la tela blanca en la que estaba colocada.
Cuando se acercaron a la puerta, el
letrero chirrió agitado por el viento y los cuatro vacilaron un instante.
—¡Vamos! —urgió Hermione, un tanto nerviosa. Emma entró luego de Harry.
Aquel pub no se parecía en nada a Las Tres Escobas, que era un local limpio y
acogedor. Cabeza de Puerco consistía en una sola habitación, pequeña, lúgubre y
sucísima, donde se notaba un fuerte olor a algo que podría tratarse de cabras. Las
Las ventanas tenían tanta mugre incrustada que entraba muy poca luz del exterior. Por eso el local estaba iluminado con cabos de cera colocados sobre las bastas mesas de madera. A primera vista, el suelo parecía de tierra apisonada, pero cuando Emma caminó por él, se dio cuenta de que había piedra debajo de una capa de roña acumulada durante siglos.
En la barra había un individuo que llevaba la cabeza envuelta con grises y sucias vendas, aunque aun así se las ingeniaba para tragar vaso tras vaso de una sustancia humeante y abrasadora por una rendija que tenía a la altura de la boca. También había dos personas encapuchadas sentadas a una mesa, junto a una de las ventanas. Y en un oscuro rincón, al lado de la chimenea, estaba sentada una bruja con un grueso velo negro que le llegaba hasta los pies. Lo único que se destacaba bajo el velo era la punta de la nariz, un poco prominente.
—Esto es aterrador —susurró Emma mientras avanzaban hacia la barra y miraba con desconfianza a la bruja tapada con el grueso velo.
Harry tomó la mano de su novia antes de que siguiera avanzando: no confiaba mucho en el aspecto de la gente en ese lugar.
—¿No se te ha ocurrido pensar que la profesora Umbridge podría estar debajo de eso?
Hermione echó una ojeada a la bruja, evaluándola.
—Umbridge es más baja que esa mujer —comentó Hermione en voz baja—. Además, aunque ella entrara aquí, no podría hacer nada para interferir en nuestro proyecto, Harry, porque he revisado minuciosamente las normas del colegio. No estamos fuera de los límites establecidos. Hasta le pregunté al profesor Flitwick si a los alumnos les está permitido entrar en Cabeza de Puerco, y me dijo que sí, aunque me aconsejó que lleváramos nuestros propios vasos. Y he comprobado todo que se me ha ocurrido sobre grupos de estudio y trabajo, y son legales. Lo único que no tenemos que hacer es pregonar lo que estamos haciendo.
—Ya —dijo Harry con aspereza—, sobre todo dado que lo que estamos
organizando no es precisamente un grupo de estudio, ¿verdad?
El camarero salió de la trastienda y se les acercó con sigilo. Era un anciano de
aspecto gruñón, con barba y una mata de largo cabello gris. Era alto y delgado, y a
Emma su cara le resultó vagamente familiar.
—¿Qué quieren? —gruñó.
—Cuatro cervezas de mantequilla —contestó la castaña.
El camarero metió una mano bajo la barra y sacó tres botellas sucias y cubiertas de polvo que colocó con brusquedad sobre la barra.
—Seis sickles —dijo.
—Ya pago yo —se apresuró a decir Harry, y le entregó las monedas de plata.
—Pero…
—No gastes dinero en vano —le susurró Harry a Emma.
El camarero recorrió a Harry y Emma de arriba abajo con la mirada. Luego se dio la vuelta y depositó las monedas de Harry en una vieja caja registradora de madera cuyo cajón se abrió automáticamente para recibirlas. Harry, Emma, Ron y Hermione fueron hacia la mesa más apartada de la barra y se sentaron observando a su alrededor. El individuo de los sucios y grises vendajes dio unos golpes en la barra con los nudillos, y el camarero le sirvió otro vaso lleno de aquella bebida humeante.
—¿Saben qué? —murmuró Ron mirando hacia la barra con entusiasmo—. Aquí
podríamos pedir lo que quisiéramos. Apuesto algo a que ese tipo nos serviría
cualquier cosa, seguro que le importa un rábano. Siempre he querido probar el
whisky de fuego...
—¡Ron! ¡Ahora eres prefecto! —lo regañó Hermione.
—¡Ah, sí! —exclamó Ron, y la sonrisa se le borró de los labios.
—Yo no soy prefecta así que…
—No, Emma —la detuvo Hermione—. Ninguno tomará algo que no debe.
La castaña tomó asiento una vez más, cruzándose de brazos.
—Bueno, ¿quién dijiste que iba a venir? —le preguntó Harry a su amiga, acariciando la mano de su novia por debajo de la mesa.
—Sólo un par de personas —repitió Hermione. Consultó su reloj y miró nerviosa hacia la puerta—. Ya deberían estar aquí, estoy segura de que saben el camino... ¡Oh, miren, deben de ser ellos!
La puerta del pub se había abierto. Un ancho haz de luz, en el que bailaban motas de polvo, dividió el local en dos durante un instante y luego desapareció, pues lo ocultaba la multitud que desfilaba por la puerta.
Primero entraron Neville, Dean y Lavender, seguidos de cerca por Parvati y Padma Patil con Cho y una de sus
risueñas amigas, Marietta Edgecombe. Luego entró Luna Lovegood, sola y con aire despistado, como si hubiera entrado allí por equivocación. A continuación, aparecieron Katie Bell, Alicia Spinnet y Angelina Johnson, Colin y Dennis Creevey, Ernie Macmillan, Justin Finch-Fletchley, Hannah Abbott y una chica de Hufflepuff con una larga trenza, cuyo nombre Emma no sabía; tres chicos de Ravenclaw que, si no se equivocaba, se llamaban Anthony Goldstein, Michael Corner y Terry Boot; Ginny, seguida por un chico alto y delgado, rubio y con la nariz respingona, miembro del equipo de quidditch de Hufflepuff, y, cerrando la marcha, Fred y George Weasley con su amigo Lee Jordan, los tres con enormes bolsas de papel llenas de artículos de Zonko.
—¿Un par de personas? —dijo Harry con voz quebrada—.¡Un par de personas!
—Bueno, verás, la idea tuvo mucho éxito… —comentó Hermione alegremente—. Ron, ¿quieres traer unas cuantas sillas más?
El camarero, que estaba secando un vaso con un trapo tan sucio que parecía que
no lo hubieran lavado nunca, se quedó paralizado. Seguramente, en la vida había visto su pub tan lleno.
—¡Hola! —saludó Fred. Fue el primero en llegar a la barra, y se puso a contar
con rapidez a sus acompañantes—. ¿Puede ponernos... veinticinco cervezas de mantequilla, por favor?
El camarero lo fulminó un instante con la mirada; luego, de mala gana, dejó el
trapo, como si lo hubieran interrumpido cuando hacía algo importantísimo, y empezó a sacar polvorientas botellas de cerveza de mantequilla de debajo de la barra.
—¡Salud! —exclamó Fred mientras las repartía—. Suelten la pasta, yo no tengo
suficiente oro para pagar todo esto... ¿Cómo estás, hermanita? —preguntó a Emma, cruzando su brazos por los hombros de la muchacha.
—Estoy bien —respondió la castaña, dándole un sorbo a su bebida.
—Sí… deberías comunicárselo a tu cara, ¿no, George?
—Te ves cansada —opinó Lee desde su lugar—. Incluso más que antes —le susurró a sus amigos.
—¡Hola, Harry, Emma! —dijo Neville sonriendo, y se sentó frente a el chico. Emma le sonrió forzadamente, y dirigió su mirada a la pareja de Ravenclaws: Cho se había limitado a sonreírles y se había sentado a la derecha de Ron. Su amiga, que tenía el cabello rizado y de un tono rubio rojizo, no sonrió, sino que lanzó a Harry una mirada bastante difícil de comprender.
Los recién llegados fueron sentándose en grupos de dos y de tres alrededor de
Harry, Emma, Ron y Hermione. Algunos parecían muy emocionados, otros, curiosos; Luna Lovegood miraba en torno con ojos soñadores. Cuando todos tuvieron su silla, fue cesando el parloteo. Todos miraban a Harry.
—Esto… —empezó Hermione hablando en voz más alta de lo habitual debido al
nerviosismo—. Esto..., bueno.., hola. —Los asistentes giraron la cabeza hacia ella, aunque de vez en cuando las miradas seguían desviándose hacia Harry—. Bueno... esto.., ya saben por qué hemos venido aquí. Verán, nuestro amigo Harry tuvo la idea.., es decir —Harry le había lanzado una mirada furibunda— yo tuve la idea de que sería conveniente que la gente que quisiera estudiar Defensa Contra las Artes Oscuras, o sea, estudiar de verdad, ya saben, y no esas chorradas que nos hace leer la profesora Umbridge —de repente la voz de Hermione se volvió mucho más potente y segura—, porque a eso no se le puede llamar Defensa Contra las Artes Oscuras
—«Eso, eso» —dijo Anthony Goldstein, y su comentario animó a Hermione.
—Bueno, creí que estaría bien que nosotros tomáramos cartas en el asunto. —Hizo una pausa, miró de reojo a Harry y prosiguió—: Y con eso quiero decir aprender a defendernos como es debido, no sólo en teoría, sino poniendo en práctica los hechizos...
—Pero supongo que también querrás aprobar el TIMO de Defensa Contra las
Artes Oscuras, ¿no? —la interrumpió Michael Corner.
—Por supuesto. Pero también quiero estar debidamente entrenada en defensa
porque... porque... —inspiró hondo y terminó la frase— porque lord Voldemort ha vuelto.
La reacción de su público fue inmediata y predecible. Marietta soltó un
grito y derramó un chorro de cerveza de mantequilla; Terry Boot dio una especie de respingo involuntario; Padma Patil se estremeció, Neville soltó un extraño chillido que consiguió transformar en una tos y Emma virtió un poco de su cerveza en la mesa por accidente al no lograr sostenerla. Todos, sin embargo, miraban fijamente, casi con avidez, a Harry.
—Bueno, pues ése es el plan —concluyó Hermione—. Si quieren unirse a
nosotros, tenemos que decidir dónde vamos a...
—¿Qué pruebas tienen de que Quien-ustedes-saben ha regresado? —preguntó el jugador rubio de Hufflepuff con tono bastante agresivo.
—Bueno, Dumbledore lo cree... —empezó a decir Hermione.
—Querrás decir que Dumbledore le cree a él —aclaró el muchacho rubio señalando a Harry con la cabeza.
—Disculpa —la suave voz de Emma llamó la atención de la mayoría—, ¿puedo saber cuál es tu nombre?
—Zacharias Smith —contestó él—, y creo que tenemos derecho a saber qué es
exactamente lo que les permite afirmar que Quien-tú-sabes ha regresado.
—Bien, Zacharias, si has venido únicamente a saber la historia sobre esa noche, no estarás muy conforme. Ese no es el tema de está reunión…
—Déjalo, amor —dijo Harry, que acababa de comprender por qué había acudido tanta gente a la convocatoria.
Pensó que las chicas deberían haberlo previsto. Algunos de sus compañeros, quizá incluso la mayoría, habían ido a Cabeza de Puerco con la esperanza de oír la historia de Harry contada por su protagonista.
—¿Quieres saber qué es exactamente lo que me permite afirmar que Quien-tú-
sabes ha regresado? —preguntó mirando a los ojos a Zacharias—. Yo lo vi. El año
pasado, Dumbledore le contó al colegio en pleno lo que había ocurrido, pero si tú no lo creíste, no me creerás a mí, y no pienso malgastar una tarde intentando convencer a nadie.
El grupo en su totalidad había contenido la respiración mientras Harry hablaba.
A continuación Zacharias dijo desdeñosamente:
—Lo único que nos contó Dumbledore el año pasado fue que Quien-tú-sabes
había matado a Cedric Diggory y que tú habías llevado el cadáver a Hogwarts. No
nos contó los detalles ni nos dijo cómo habían matado a Diggory, y creo que a todos nos gustaría saber...
—Si has venido a oír un relato detallado de cómo mata Voldemort, creo que mi novia ha sido lo suficientemente clara: no puedo ayudarte —lo interrumpió Harry. Su genio, que últimamente estaba siempre muy a flor de piel, volvía a descontrolarse. No apartó los ojos del agresivo rostro de Zacharias Smith—. No voy a hablar de Cedric Diggory, ¿de acuerdo? De modo que si es a eso a lo que has venido aquí, ya puedes marcharte.
Pero ninguno de sus compañeros se levantó de la silla, ni siquiera Zacharias Smith, aunque siguió contemplando a Harry.
—Bueno —saltó Hermione con voz chillona—. Bueno..., como iba diciendo...,
si quieren aprender defensa, tenemos que decidir cómo vamos a hacerlo, con qué frecuencia vamos a reunirnos y dónde vamos a...
—¿Es verdad —la interrumpió la chica de la larga trenza, mirando a Harry— que puedes hacer aparecer un patronus, al igual que tu novia?
Un murmullo de interés recorrió el grupo.
—Sí —contestó Harry poniéndose a la defensiva.
—¿Un patronus corpóreo?
—Oye, ¿tú conoces a la señora Bones? —le preguntó Harry.
—Es mi tía —dijo la chica sonriendo—. Me llamo Susan Bones. Me contó lo de
la vista. Bueno, ¿es verdad o no? ¿Saben hacer aparecer un patronus con forma de ciervo y cierva?
La castaña asintió—. Sí.
—¡Caramba, chicos! —exclamó Lee, que parecía muy impresionado-. ¡No lo
sabía!
—¿Y mataste un basilisco con esa espada que hay en el despacho de Dumbledore, Harry? —inquirió Terry Boot—. Eso fue lo que me dijo uno de los retratos de la pared cuando estuve allí el año pasado...
—Pues sí, es verdad... —admitió Harry.
Justin Finch-Fletchley soltó un silbido; los hermanos Creevey se miraron atemorizados y Lavender Brown exclamó «¡Ahí va!» en voz baja.
—Y en primero —dijo Neville dirigiéndose al grupo— salvó la Piedra
Filológica...
—Filosofal —lo corrigió Hermione.
—Eso, sí..., de Quien-ustedes-saben —concluyó Neville.
Hannah Abbott tenía los ojos redondos como galeones.
—Por no mencionar —intervino Cho, y a Harry se le desviaron los ojos hacia
ella, que lo miraba sonriente— las pruebas que tuvo que superar en el Torneo de los tres magos el año pasado: se enfrentó a dragones, a la gente del agua, a las acromántulas y a todo tipo de cosas...
Los impresionados asistentes emitieron un murmullo de aprobación que recorrió
la mesa. Harry se moría de vergüenza e intentaba controlar la expresión de su rostro para que no pareciera que estaba demasiado satisfecho de sí mismo.
Emma esbozó una ligera sonrisa en ese momento. Al parecer habían logrado que Harry dejara su enojo en segundo plano, y eso le alegraba.
—Miren —dijo Harry, sobre poniéndose, y todos callaron al instante—, no.. no quisiera pecar de falsa modestia ni nada parecido, pero... en todas esas ocasiones conté con ayuda... Con la de Emma en mayor parte…
—Con el dragón no —saltó Michael Corner—. Aquello fue un vuelo excepcional...
—Sí, bueno... —cedió Harry.
—Y tampoco te ayudó nadie a librarte de los dementores este verano —aportó
Susan Bones.
—No —reconoció Harry—. De acuerdo, ya sé que algunas cosas las conseguí sin
ayuda, pero lo que intento hacerles entender es...
—¿Intentas escabullirte y no enseñarnos a hacer nada de eso? —sugirió Zacharias
Smith.
—¿No puedes callarte? —saltó Emma, perdiendo la paciencia con aquel muchacho.
El chico se ruborizó y se defendió diciendo:
—Últimamente actúas muy repulsivamente, ¿no? —dijo—. Bueno, hemos venido aquí a aprender de él y ahora resulta que en realidad no puede
hacer nada...
—Harry no ha dicho eso —gruñó Fred.
—¿Quieres que te limpiemos las orejas? —le preguntó George sacando un largo
instrumento metálico de aspecto mortífero de la bolsa de Zonko.
—O cualquier otra parte del cuerpo. De verdad, no tenemos manías —añadió
Fred—. Sin embargo, si te vuelves a meter con ella… lamentaras hacerlo.
—Sí, bueno... —los interrumpió Hermione—. Siguiendo con lo que decíamos... Lo que importa es: ¿estamos de acuerdo en que queremos que Harry nos dé clases?
Hubo un murmullo general de aprobación. Zacharias se cruzó de brazos y no dijo nada, aunque quizá fuera porque estaba demasiado ocupado vigilando el instrumento que Fred tenía en la mano.
—Muy bien —dijo Hermione, que pareció aliviada al comprobar que al menos se habían puesto de acuerdo en algo—. Entonces, la siguiente pregunta es con qué frecuencia queremos reunirnos. Creo que, como mínimo, deberíamos reunirnos una vez por semana...
—Un momento —terció Angelina—, tenemos que asegurarnos de que esto no
interferirá con nuestros entrenamientos de quidditch.
—Eso —coincidió Cho—. Ni con los nuestros.
—Ni con los nuestros —añadió Zacharias Smith.
—Estoy segura de que podremos encontrar una noche que le vaya bien a todo el mundo —afirmó Hermione impacientándose un poco— pero piensen que esto es muy importante, estamos hablando de aprender solos a defendernos de Vo-Voldemort y de
los mortífagos...
Emma le dirigió una corta y fugaz mirada a su mejor amiga, antes de tomar un sorbo más de su cerveza de mantequilla.
—¡Así se habla! —bramó Ernie Macmillan—. Personalmente creo que lo que intentamos es muy importante, con seguridad lo más importante que haremos este curso, más incluso que
los TIMOS. —Miró a su alrededor con gesto imponente, como si esperara que los demás gritaran «¡ No exageres!». Pero como nadie dijo nada, prosiguió—:
Personalmente no me explico cómo el Ministerio nos ha endilgado una profesora tan inepta en este periodo tan crítico. Es evidente que no quieren aceptar que Quien-ustedes-saben ha regresado, pero ponernos una profesora que intenta deliberadamente impedir que utilicemos hechizos defensivos...
—Creemos que la razón por la que Umbridge no quiere entrenarnos en Defensa Contra las Artes Oscuras —explicó Hermione— es que se le ha metido en la cabeza la idea de que Dumbledore podría utilizar a los estudiantes del colegio como una
especie de ejército privado. Cree que podría movilizarlos para enfrentarse al
Ministerio.
Aquella noticia sorprendió a casi todos; a casi todos excepto a Luna Lovegood,
que soltó:
—Bueno, es lógico. Al fin y al cabo, Cornelius Fudge tiene su propio ejército
privado.
—¿Qué? —saltó Harry, absolutamente desconcertado por aquella inesperada
información.
—¿A qué te refieres? —le preguntó Emma, frunciendo el ceño.
—Sí, tiene un ejército de heliópatas —afirmó Luna con solemnidad.
—Eso no es cierto —le espetó Hermione.
—Claro que sí —la contradijo Luna.
—¿Qué son heliópatas? —preguntó Neville, perplejo.
—Son espíritus de fuego —contestó Luna, y sus saltones ojos se abrieron aún
más, haciéndola parecer más chiflada que nunca— unas enormes criaturas
llameantes que galopan por la tierra quemando cuanto encuentran a su paso...
—No existen, Neville —aseguró Hermione de manera cortante.
—¡Claro que existen! —insistió Luna, furiosa.
—Lo siento, pero ¿qué pruebas hay de que existan? —le preguntó Hermione.
—Hay muchísimos testimonios oculares. Que tú tengas una mentalidad tan
cerrada que necesites que te lo pongan todo delante de las narices para que...
—Ejem, ejem —carraspeó Ginny imitando a la perfección a la profesora
Umbridge; varios estudiantes giraron la cabeza, asustados, y luego rieron—. ¿No
estábamos intentando decidir cuántas veces nos íbamos a reunir para dar clase de defensa?
—Es exactamente lo que hacíamos —afirmó Emma—. Gracias, Ginny.
—Bueno, a mí una vez por semana no me parece mal —opinó Lee Jordan.
—Siempre que... —empezó a decir Angelina.
—Sí, sí, ya sabemos lo del quidditch —concedió Hermione con voz tensa—.
Bueno, la otra cosa que queda por decidir es dónde vamos a reunirnos...
Aquello era mucho más difícil, y el grupo se quedó callado.
—¿En la biblioteca? —propuso Katie Bell tras un largo silencio.
—Tal vez la señora Pince no se alegrará de vernos realizar hechizos en la biblioteca —comentó Emma.
—¿Y en algún aula que no se utilice? —sugirió Dean.
—Sí —afirmó Ron—. Quizá la profesora McGonagall nos deje la suya. Nos la
prestó cuando Harry tenía que practicar para el Torneo de los tres magos.
Pero Emma no estaba muy convencida de que la profesora McGonagall sería tan complaciente esa vez. Sin embargo, decidió guardarse su opinión.
—Bueno, ya buscaremos un sitio —dijo Hermione—. Cuando tengamos el sitio y
la hora de la primera reunión les enviaremos un mensaje a todos. —Rebuscó en su mochila, sacó un rollo de pergamino y una pluma y vaciló un momento, como si estuviera armándose de valor para decir algo—. Creo que ahora cada uno debería escribir su nombre, para que sepamos que ha estado aquí. Pero también creo —añadió
inspirando hondo— que todos deberíamos comprometernos a no ir por ahí contando lo que estamos haciendo. De modo que si firman, se comprometen a no hablar de esto ni con la profesora Umbridge ni con nadie.
Fred cogió el pergamino y, decidido, firmó en él, pero Emma se fijó enseguida en que varias personas no parecían muy dispuestas a poner su nombre en la lista.
—Esto... —empezó Zacharias con lentitud, y no cogió el pergamino que George intentaba pasarle—. Bueno..., estoy seguro de que Ernie me dirá cuándo es la reunión.
Pero Ernie tampoco parecía muy decidido a firmar. Emma los observó con los ojos entrecerrados.
—Es que... ¡somos prefectos! —dijo Ernie—. Y si alguien encontrara esta lista...
Bueno, quiero decir que... ya lo has dicho tú misma, si se entera la profesora
Umbridge...
—Acabas de decir que haber formado este grupo es cosa más importante de
este curso —le recordó Harry.
—Sí, ya... —repuso Ernie—. Sí, y lo creo, pero...
—¿Crees que dejaremos está lista tirada a vista de todos? —le preguntó Emma con impaciencia.
—No. No, claro que no —contestó Ernie un poco aliviado—. Yo..., sí, claro que
firmo.
Después de Ernie nadie puso reparos, aunque la castaña vio que la amiga de Cho la miraba con reproche antes de escribir su nombre. Cuando hubo firmado el último, Zacharias, Hermione cogió el pergamino y lo guardó con cuidado en su mochila. En ese momento, el grupo experimentaba una sensación extraña. Era como si acabaran de firmar una especie de contrato.
—Bueno, el tiempo pasa —dijo Fred con decisión, y se puso en pie—. George,
Lee y yo tenemos que comprar unos artículos delicados. Ya nos veremos más tarde. Oye, Harry.
El nombrado se acercó hasta uno de los gemelos.
—Cuídala —le pidió, colocando su mano sobre la del azabache—. Emma está peor que la última vez. Me gustaría poder acercarme, pero últimamente la noto muy distante con todos.
—Eso haré —le aseguró Harry.
Los demás estudiantes se marcharon detrás de los gemelos, en grupos de dos y de tres. Emma notó, también, que la amiga de Cho no le quitaba los ojos de encima y la miraba con una expresión neutra, cruzada de brazos mientras esperaba a Cho.
—Deja de ser tan obvia —masculló Cho entre dientes a su amiga—. Vamos, Marietta.
La muchacha rodó los ojos—. Bien.
Y salieron. A Emma no le causo buena espina todo ello, pero lo dejo pasar por alto, sin saber, que el verdadero infierno en su vida estaba a la vuelta de la esquina.
.・。.・゜✭・.・✫・゜・。.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top