19. Don't let them get into your head

NO PERMITAS QUE SE METAN EN TU CABEZA

───⊱✿⊰───

A las cinco menos cinco, Harry y Emma se despidieron de sus amigos y fueron hacia el despacho de la profesora Umbridge, en el tercer piso.

Harry llamó a la puerta y ella contestó con un meloso «Pasen, pasen». La pareja entró con cautela, mirando a su alrededor.

Emma observó el lugar con horror: todas las superficies estaban cubiertas con fundas o tapetes de encaje. Había varios jarrones llenos de flores secas sobre su correspondiente tapete, y en una de las paredes colgaba una colección de platos decorativos, en cada uno de los cuales había un gatito de color muy chillón con un lazo diferente en el cuello. Eran tan feos que Emma se quedó mirándolos, petrificada, hasta que la profesora Umbridge volvió a hablar.

—Buenas tardes, señor Potter, señorita Walk.

Emma se sobresaltó y, luego de relajarse por un segundo, se volvió para mirar a su profesora. Umbridge llevaba una chillona túnica floreada cuyo estampado se parecía mucho al del mantel de la mesa que la profesora tenía detrás.

—Buenas tardes, profesora Umbridge —respondieron de manera cortante.

—Tomen asiento, por favor —dijo la profesora señalando una mesita cubierta con un mantel de encaje a la que había acercado dos sillas separadas. Sobre la mesa había dos trozos de pergamino en blanco que parecía esperar a Harry y Emma.

—Esto... —empezó a decir Harry sin moverse, mientras que Emma tomaba su lugar—, profesora Umbridge... Esto..., antes de empezar quería pedirle... un favor.

Los saltones ojos de la bruja se entrecerraron.

—¿Ah, sí?

—Sí, mire... Es que estoy en el equipo de quidditch de Gryffindor. Y el viernes a
las cinco en punto tenía que asistir a las pruebas de selección del nuevo guardián, y me gustaría saber si... si podría librarnos del castigo esa tarde y hacerlo... cualquier otra tarde...

Antes de que terminara la frase, Emma ya sabía que el intento de su novio no serviría de nada. Mucho más porque la implicó a ella cuando nada tenía que ver con el equipo de Gryffindor.

—¡Ah, no! —replicó la profesora Umbridge esbozando una sonrisa tan amplia que parecía que acabara de tragarse una mosca especialmente sabrosa—. No, no, no. Los he castigado por divulgar mentiras repugnantes y asquerosas con las que sólo pretende obtener notoriedad, señor Potter, y usted señorita Walk, por una evidente falta de respeto. Los castigos no pueden ajustarse a la comodidad del culpable. No, mañana vendrán aquí a las cinco en punto, y pasado mañana, y también el viernes, y cumplirán sus castigos como está planeado. De hecho, me alegro de que se pierda algo que desea mucho, señor Potter. Eso reforzará la lección que
intento enseñarle.

Al escuchar esas palabras Emma sintió como le hervíaa sangre por todo el cuerpo mientras se tensaba: estaría castigada toda la semana, ¿cómo se suponía que sobreviviría con sus tareas, clases y el castigo?

—Además, ¿por qué razón la señorita Walk sería absuelta de su castigo? Según sé, el quidditch es lo peor que se le da. —La profesora Umbridge los miraba con la cabeza un poco ladeada y seguía sonriendo abiertamente, como si supiera con exactitud lo que Harry y Emma estaban pensando y quisiera comprobar si se ponían a gritar otra vez.

Emma le hizo una seña a Harry con la cabeza para que éste tomase asiento y no hiciera algo de lo que se podía arrepentir. El azabache, claramente, obedeció de inmediato a la petición de su novia, y tomó su lugar en la silla vacía.

—Bueno —continuó la profesora Umbridge con dulzura— veo que ya estamos aprendiendo a controlar nuestro genio, ¿verdad? Y ahora quiero que copien un poco, Potter y Walk. No, con su pluma no —añadió cuando Emma se agachó para abrir su mochila—.
Copiarán con una pluma especial que tengo yo. Tomen. —Les entregó una larga, delgada y negra pluma con la plumilla extraordinariamente afilada—. Quiero que usted, señor Potter, escriba «No debo decir mentiras», y usted, señorita Walk, escribirá «Debo ser cuidadosa»  —les indicó con voz melosa.

—¿Cuántas líneas? —preguntó Emma, aceptando que tendría que pasar el resto de su tarde metida en ese despacho.

—Ah, no sé, las veces que haga falta para que se le grabe el mensaje —contestó
la profesora Umbridge con ternura—. Ya pueden empezar.

—Puedo escribirlo solo una vez si es así, ¿no, profesora Umbridge?

—Señorita Walk, es mejor trabajar en silencio —advirtió Umbridge, tomando asiento en su mesa y fingió organizar algunas hojas vacías.

Harry le dirigió una corta a mirada a su novia antes de comenzar a escribir quién sabe cuántas líneas.

Emma, por su lado, se detuvo a observar la extraña pluma,¿acaso funcionaba sin tinta? Pronto Harry le ayudó a descifrar aquella pregunta.

—No nos ha dado tinta —observó el azabache.

—Ya, es que no la necesitan —contestó la profesora, y algo parecido a la risa se
insinuó en su voz.

Emma entrecerró los ojos con desconfianza, pero no quería seguir perdiendo tiempo, por lo que puso la plumilla en el pergamino, escribió: «Debo ser cuidadosa» y soltó un grito de dolor, alarmando a su novio.

Las palabras habían aparecido en el pergamino escritas con una reluciente tinta roja, y al mismo tiempo habían aparecido en el dorso de la mano derecha de Emma.

Quedaron grabadas en su piel como trazadas por un bisturí. La casta observa herida por un largo rato, aguantándose las ganas de llorar.  Decidió cubrir su mano con la manga de su capa y continuar con sus líneas.

Harry, sin embargo, se dio la vuelta, enfadado, y miró a la profesora Umbridge. Ella los observaba con la
boca de sapo estirada forzando una sonrisa.

—¿Sí?

—Nada —respondió él con un hilo de voz, cuando su novia, con la cabeza gacha, negó levemente con la cabeza.

Emma se centró únicamente en su pergamino y espero a que el dolor tenuamente fuese desapareciendo con el paso del tiempo. Pero eso parecía no funcionar pues con cada línea más, el dolor se intensificaba más y más.

La castaña trataba de guardar sus sollozos cuando el corte en su mano ya fue lo suficientemente profundo que ya no llegó a desaparecer por completo. Una lágrima silenciosa resbaló por su mejilla y cayó en el arrugado pergamino en el que su sangre la ayudaba a escribir.

Harry, al notar eso, y escuchar un leve sollozo proveniente de su novia, le arrebató la pluma de la mano y le impidió que continuara escribiendo.

No le importaba si él debía quedarse ahí toda la noche, cortándose la mano sin parar con aquella pluma.

—Venga aquí, señorita Walk —le ordenó la profesora Umbridge al percatarse lo que Harry había hecho.

La castaña se levantó, más no levantó la mirada. Le dolía la mano, y al ya tenerla lastimada desde antes, eso se sentía mucho más sensible que antes.

—La mano —pidió la profesora Umbridge. Emma se la tendió, levantando la mirada levemente para observar a su profesora. 

Harry contuvo sus ganas de levantarse y propinarle un golpe a Umbridge cuando notó como Emma se estremecía bajo el toque de la profesora en su herida.

—Parece que ha quedado bastante claro por hoy, ¿no es verdad. —comentó
sonriente—. De todas formas, ya veremos mañana. Ya puede marcharse.

Emma solo le dirigió una mirada a su novio antes de salir del despacho. Respiró hondo antes de limpiarse las pocas lágrimas que amenzaban por salir de sus ojos, y decidió caminar lentamente hasta su sala común.

El colegio estaba casi desierto; debía de ser más de medianoche, por lo que no fue difícil poder desahogarse. hasta Fue lentamente por el pasillo, jugando con el collar que colgaba en su cuello, balanceándolo de un lado a otro.

—Oh, Emma…

La castaña alzó la mirada ante la mención de su nombre—. ¿Myrtle?

—¿Qué haces fuera? —preguntó con su voz chillona, intentando susurrar—. ¿Ha pasado algo malo?

Emma negó con la cabeza—. Nada. Todo está bien.

—Creo saber cuando alguien miente —sonrió la fantasma—. He estado escuchando cosas, ¿sabes? Muchas muchachas hablan y hablan sin parar…

—¿Quienes?

Myrtle se encogió de hombros—. Dicen que Harry es mala influencia. Que tal vez… —se quedó callada de repente.

—¿Tal vez qué? —repitió Emma.

—Te vas a enfadar.

—No lo haré, Myrtle. No hay razones para enfadarme en estos momentos.

—Bien —Myrtle se aseguró que no había nadie cerca, y se acercó lentamente hacia Emma, hasta quedar a la altura de su oido—. Tal vez deberías terminar con él. Lo repiten todo el tiempo —añadió con tono enfadado—. Nunca guardan silencio.

La castaña abrió los ojos como platos ante las palabras de la fantasma—. Deberían dejar de hablar de lo que nos les importa…

—No te preocupes —rio Myrtle, tocándose un grano de la frente—, me he encargado de meterles un buen susto.

Emma asintió levemente con la cabeza, manteniendo su mirada en el suelo, pensando un poco. No era la primera vez que escuchaba la mención sobre terminar su relación con Harry.

De hecho, se había vuelto muy común escuchar en los pasillos mientras pasaba consejos como: «Yo buscaría algo mejor», «Merece mucho más que eso» o simplemente «Tenía a Nott a sus pies, e incluso muchos más, debería abrir los ojos». Pero Emma luchaba día tras día con esos comentarios, impidiendo que se le metieran a la cabeza y la obligaran a hacer de lo que se arrepentiría.












( . . . )












El jueves, Emma se sintió cansada todo el día, incluso más de lo normal en esos días. El tercer castigo de ella y Harry fue igual que los dos anteriores, sólo que, tras dos horas copiando, las palabras «Debo ser cuidadosa», dejaron de desaparecer del dorso de su mano y permanecieron grabadas allí, rezumando gotitas de sangre.

Mientras volvían caminando hacia la
torre de Gryffindor, Emma metió su mano dentro del bolsillo de la túnica debido a que el viento chocando contra ella la ponía incluso más sensible que antes.

—Esto es una mierda… —masculló Emma.

—Amor —la llamó Harry—, deberías dejar de ir. Estoy seguro que McGonagall podría hablar con Umbridge.

Emma negó con la cabeza, soltando un prolongado suspiro—. Está bien, solo queda mañana.

—Para entonces no podrás mover la mano —repuso Harry.

—Lograré solucionarlo, Harry —le aseguró Emma—. En cuanto descubra como curarla, iré contigo, también necesitas ayuda.

—No me importa la herida de mi mano —replicó el azabache—. Me importas tú y nada más.

Emma sonrió levemente—. No puedes despreocúpate por como te encuentras. Estaré bien. Lo mejor será llegar y… ¿Ron?

Harry y Emma habían llegado al final de la escalera, habían girado a la derecha y Harry casi había tropezado con su amigo, que estaba escondido detrás de una estatua de Lachlan el Desgarbado, aferrado a su escoba. Al ver a sus amigos, Ron se sobresaltó e intentó esconder su nueva Barredora 11 detrás de la espalda.

—¿Qué haces aquí, Ronald?

—Pues... nada. ¿Y ustedes?

Emma frunció el entrecejo—. ¿Ocultas algo?

—¡Vamos, Ron, puedes contarnos! ¿De qué te escondes?

—Ya que insisten... Me escondo de Fred y George. Acabo de verlos pasar con un
grupo de alumnos de primero; creo que están utilizándolos otra vez como conejillos de Indias. Como ahora ya no pueden hacerlo en la sala común, porque allí está Hermione...

Hablaba muy deprisa, atolondradamente.

—Pero ¿qué haces con la escoba? No habrás estado volando, ¿verdad?

—No., bueno., esto... ¡Está bien, se los contaré! Pero no se rían, ¿vale? —dijo,
poniéndose a la defensiva; cada vez estaba más colorado—. Es que... quiero
presentarme a las pruebas de guardián de Gryffindor ahora que tengo una escoba decente. Ya está. ¡Anda, ríanse!

—¿Por qué lo haríamos? —se extraño Emma—. Es más, me alegra que tomaras la decisión de probarte para el equipo de quidditch, eres un increíble jugador.

Harry asintió, de acuerdo—. ¡Me parece una idea excelente; sería genial que entraras en el equipo! Nunca te he visto
jugar de guardián. ¿Lo haces bien?

—Digamos que no lo hago del todo mal —contestó Ron, que parecía inmensanmente aliviado por la reacción de Harry y Emma—. Charlie, Fred y George siempre me colocaban de guardián cuando se entrenaban durante las vacaciones.

—¿Y has estado practicando esta noche?

—Todas las noches desde el martes... Pero yo solo. He intentado encantar unas
quaffles para que volaran hacia mí, pero no ha resultado fácil, y no sé si servirá de
algo. —Ron parecía nervioso y angustiado—. Fred y George van a morirse de risa cuando vean que me presento a las pruebas. No han parado de tomarme el pelo desde que me nombraron prefecto.

—Me gustaría ir para animarte —comentó Emma con tristeza, mientras
reanudaban juntos el camino hacia la sala común.

—Sí, yo también... ¡Harry! ¿Qué es eso que tiene en la mano?

Emma maldijo en su interior y sentía muchas ganas de propinarle a su novio un golpe en la cabeza.

—Sólo es un corte... No es nada..., es...

Pero Ron había agarrado a su amigo por el antebrazo y se había acercado el dorso
de su mano a los ojos. Hubo una pausa durante la cual Ron miró fijamente las
palabras grabadas en la piel; luego, muerto de rabia, soltó a Harry:

—¿No decías que sólo te había mandado copiar?

Harry vaciló.

—Emma, dame tu mano —pidió Ron, hecho una furia.

La castaña negó unas cuantas veces.

Y en cuanto Harry vió como Ron estaba dispuesto a tomarla por el brazo con fuerza, cómo lo había hecho con él, lo detuvo.

—La lastimaras —dijo el azabache.

Ron inhaló y, con cuidado, tomó la mano de su mejor amiga—. ¡Vieja arpía! —exclamó con repugnancia cuando se detuvieron frente al retrato de la Señora Gorda, que dormía apaciblemente con la cabeza apoyada en el marco—. ¡Está enferma! Díselo a McGonagall, Emma, haz algo!

—No —repuso Emma, cortante—. Solo me causaría más problemas.

—¿Más problemas? —repitió Ron, atónito—. ¡Te ayudará con los problemas!

—Ya lo creo —comentó sarcásticamente—. Ron, está bien así.

—No lo está —repuso Ron—. Deben hablar con McGonagall, ¡o Dumbledore!

—No —dijo Harry por toda respuesta.

—¿Por qué no?

—Él ya tiene bastantes preocupaciones —contestó.

—Miren, yo creo que deberían... —empezó Ron, pero entonces lo interrumpió la Señora Gorda, que había estado observándolos, adormilada, y en ese momento les espetó:

—¿Van a decirme la contraseña o tendré que pasarme toda la noche despierta
esperando a que terminen su conversación?

.・。.・゜✭・.・✫・゜・。.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top