18. Pretend to be fine
FINGIR ESTAR BIEN
───⊱✿⊰───
Aquella noche, la cena en el Gran Comedor no fue una experiencia agradable para Harry, y un poco para Emma. La noticia de su enfrentamiento a gritos con la profesora Umbridge se había extendido a una velocidad increíble, incluso para lo que solía suceder en Hogwarts. Mientras comían, sentados entre Ron y Hermione, Harry oían cuchicheos a su alrededor. Lo más curioso era que a ninguno de los que susurraban parecía importarle que ellos se enteraran de lo que estaban diciendo.
Más bien al contrario: era como si estuvieran deseando que se enfadaran y se pusieran a gritar otra vez.
—Dice que vio cómo asesinaban a Cedric Diggory...
—Asegura que se batió en duelo con Quien-tú-sabes...
—Dicen que se ha quedado huérfana por Quien-tú-sabes…
—¡No hizo nada! Es de no creer…
—Anda ya...
—¿Nos toman por idiotas?
—Yo no me creo nada...
—No entiendo cómo siguen juntos…
Ante eso Emma apartó su plato, y con su copa de jugo golpeó la mesa, generando un fuerte golpe, que ocasionó que todos la observaran.
—Lo que no entiendo —comentó Harry con voz trémula, dejando el cuchillo y el
tenedor, pues le temblaban demasiado las manos para sujetarlos con firmeza— es qué todos creyeron la historia hace dos meses, cuando se la contó Dumbledore...
—Verás, Harry, no estoy tan segura de que la creyeran —replicó Hermione con
desánimo
—Todos son unos idiotas sin cerebro —espetó Emma, hablando en voz un poco alta a propósito. Ron la tomó por los hombros para que guardase silencio y no se metiera en más problemas.
—¡Vamos, larguémonos de aquí! —exclamó Hermione.
Ella dejó también sus cubiertos sobre la mesa; Ron, apenado, echó un último
vistazo a la tarta de manzana que no se había terminado y los siguió junto con Emma. Los demás alumnos no les quitaron el ojo de encima hasta que salieron del comedor.
—¿Qué quieres decir con eso de que no estás segura de que creyeran a Dumbledore? —le preguntó Harry a Hermione cuando llegaron al rellano del primer piso.
—Mira, tú no entiendes cómo se vivió eso aquí —intentó explicar Hermione—.
Apareciste en medio del jardín con el cadáver de Cedric en brazos... Ninguno de nosotros había visto lo que había ocurrido en el laberinto... No teníamos más pruebas que la palabra de Dumbledore de que Quien-tú-sabes había regresado, había matado a
Cedric y había peleado contigo.
—¡Es la verdad!
—Ya lo sé, Harry, así que, por favor, deja de echarme la bronca —dijo Hermione
cansinamente—. Lo que pasa es que la gente se marchó a casa de vacaciones antes de que pudiera asimilar la verdad, y ha estado dos meses leyendo que tú estás chiflado y que Dumbledore chochea.
La lluvia golpeaba los cristales de las ventanas mientras ellos avanzaban por los desiertos pasillos hacia la torre de Gryffindor.
Emma se sentía un tanto abrumada por ese cansino día, pero recordó que me quedaba tarea por hacer. Y sabía muy bien que si no la llegaba a terminar no podría dormir al menos un poco tranquila.
Cuando entraron en el pasillo de la Señora Gorda, miró por una de las
mojadas ventanas y contempló los oscuros jardines. Seguía sin haber luz en la cabaña de Hagrid.
—¡Mimbulus mimbletonia! —dijo Hermione antes de que la Señora Gorda
tuviera ocasión de pedirles la contraseña. El retrato se abrió, dejó ver la abertura que había detrás, y los tres se metieron por ella.
La sala común estaba casi vacía; la mayoría seguía abajo, cenando. Crookshanks, y Félix que descansaban enroscados en una butaca, se levantaron y fueron a recibirlos ronroneando, y
cuando Harry, Emma, Ron y Hermione se sentaron en sus cuatro butacas favoritas junto al fuego, saltaron con agilidad al regazo de sus dueñas y se acurrucaron allí como si fuera un peludo cojín de color rojo anaranjado. Harry, agotado, se quedó contemplando las llamas, tomando la mano de su novia por debajo de la pequeña mesa.
—¿Cómo es posible que Dumbledore haya permitido que pase esto? —gritó de
pronto Hermione, sobresaltando a sus amigos; Crookshanks pegó un brinco y bajó al suelo con aire ofendido. Félix, por su lado, ni se inmutó.
Hermione golpeó, furiosa, los reposabrazos de su butaca, y por los agujeros salieron trozos de relleno—. ¿Cómo puede permitir que esa mujer
infame nos dé clase? ;Y en el año de los TIMOS, por si fuera poco!
—Bueno, la verdad es que nunca hemos tenido muy buenos profesores de
Defensa Contra las Artes Oscuras, ¿no? —observó Harry—. Ya sabes lo que pasa,
nos lo contó Hagrid: nadie quiere ese empleo porque dicen que está gafado.
—Y en verdad parece estarlo —opinó Emma.
—¡Ya, pero contratar a alguien que se niega explícitamente a dejarnos hacer
magia!... ¿A qué juega Dumbledore?
—Y pretende que hagamos de espías para ella —terció Ron, deprimido—. ¿Se acuerdan de que ha dicho que fuéramos a verla si oíamos a alguien decir que Quien-ustedes-saben ha regresado?
—Pues claro que está aquí para espiarnos, eso es obvio. ¿Con qué otro motivo la habría enviado Fudge a Hogwarts? —saltó Hermione.
—No empiecen a discutir otra vez —intervinieron Harry y Emma, cansados, al ver que Ron abría la boca para responder a Hermione.
—¿Por qué no podemos...?
—Hagamos los deberes, a ver si nos los quitamos de encima..
—Debo intentar no morir en el intento —masculló Emma para sí misma, recogiendo su mochila.
( . . . )
El día siguiente amaneció tan plomizo y lluvioso como el anterior. Hagrid tampoco estaba sentado a la mesa de los profesores a la hora del desayuno.
—La única ventaja es que hoy no tenemos a Snape —comentó Ron con optimismo.
Hermione dio un gran bostezo y se sirvió una taza de café. Parecía contenta, y
cuando Ron le preguntó de qué se alegraba tanto, ella se limitó a decir:
—Los gorros ya no están. A lo mejor resulta que los elfos domésticos quieren ser libres.
Emma no estaba muy segura de eso. Realmente ella creía que alguien se estaba aprovechando de la oportunidad porque, bien sabía, que a los elfos les molestaba mucho que les mencionaran la libertad.
—Yo no estaría tan seguro —replicó Ron, cortante—. Quizá no podamos considerarlos prendas de vestir. Yo jamás habría dicho que eran gorros, más bien parecían vejigas lanudas.
Hermione no le dirigió la palabra en toda la mañana.
Después de una clase doble de Encantamientos tuvieron también dos horas de Transformaciones. El profesor Flitwick y la profesora McGonagall dedicaron el primer cuarto de hora de sus clases a sermonear a los alumnos sobre la importancia de los TIMOS, lo cual ponía a Emma cada vez más nerviosa.
—Lo que deben recordar —dijo el profesor Flitwick, un mago bajito con voz de pito, encaramado, como siempre, en un montón de libros para poder ver a sus
alumnos por encima de la superficie de su mesa— es que estos exámenes pueden
influir en sus vidas en los años venideros. Si todavía no se han planteado seriamente qué carrera quieren hacer, éste es el momento. Mientras tanto, ¡me temo que tendremos que trabajar más que nunca para asegurarnos de que todos ustedes rindan a la altura de su capacidad en el examen!
Luego estuvieron más de una hora repasando encantamientos convocadores que, según el profesor Flitwick, era probable que aparecieran en el TIM0; remató la clase poniéndoles como deberes un montón de encantamientos.
Lo mismo ocurrió, o peor, en la clase de Transformaciones.
—Piensen que no aprobaran los TIMOS —les advirtió la profesora McGonagall
con gravedad— sin unas buenas dosis de aplicación, práctica y estudio. No veo
ningún motivo por el que algún alumno de esta clase no apruebe el TIMO de
Transformaciones, siempre que se apliquen en sus estudios. —Neville hizo un ruidito de incredulidad—. Sí, tú también, Longbottom —agregó la profesora—. No tengo queja de tu trabajo; lo único que tienes que corregir es esa falta de confianza en ti mismo. Por lo tanto.. hoy vamos a empezar con los hechizos desvanecedores. Aunque son más fáciles que los hechizos comparecedores, que no suelen abordarse hasta el año de los ÉXTASIS, se consideran uno de los aspectos más difíciles de la magia, cuyo dominio tendran que demostrar en sus TIMOS.
La profesora McGonagall tenía razón, pues Emma encontró más que difíciles los hechizos desvanecedores. Tras una clase de dos horas, ni ella, ni Harry o Ron habían conseguido hacer desaparecer los caracoles con los que estaban practicando, aunque Ron, optimista, comentó que el suyo parecía haber palidecido un poco.
Hermione, por su parte, consiguió hacer desaparecer su caracol al tercer intento, y la profesora McGonagall le dio diez puntos extra a Gryffindor. Fue la única a la que la profesora McGonagall no puso deberes; a los demás les ordenó que practicaran el hechizo para el día siguiente, ya que por la tarde tendrían que volver a probarlo con sus caracoles.
Al escuchar aquella noticia, Emma se pasó una mano por su cabello, albototándolo un poco, frustrada y decepcionada de ella misma.
En la tarde, por supuesto, la vale de Cuidado de Criaturas Mágicas tampoco había resultado la gran cosa. Sin Hagrid y con la cabeza de Emma dándole Miles de vueltas, resultó bastante agobiante. Y Malfoy tampoco ayudaba con sus inservibles comentarios sobre Hagrid.
Cuando todos estaban subiendo a los invernaderos para su clase de Herbologia, la profesora McGonagall detuvo a Emma a mitad del camino. Sus amigos y novio la dejaron a solas con la mujer y se adelantaron a la clase, por petición de la castaña.
—Buenas tardes, profesora —saludó Emma, confundida—, ¿puedo ayudarla en algo?
—No, señorita, está bien —respondió McGonagall. En su semblante se detonaba la preocupación mientras escaneaba a su alumna de arriba a abajo—. Dígame, señorita Williams, ¿por qué Umbridge le ha levantado un castigo justo hoy?
—¿Qué?
—Umbridge ha venido hasta mi despacho para informarme —explicó la profesora—. ¿Qué ha pasado?
Emma cerró los ojos, maldiciendo internamente—. Me fui en medio de su clase.
McGonagall dejó salir un suspiro, y colocó una de sus manos en el hombro de su alumna—. Procuré no meterse en más problemas, señorita Williams, me parece que está teniendo suficiente con aguantar las clases —Emma asintió levemente—. Su castigo será a las cinco en punto. Harry estará con usted, sabrá decirle dónde queda la oficina de Umbridge.
( . . . )
—¿Pasa algo malo?
—No… no lo creo —susurró Emma, con la cabeza gacha—. Simplemente que Umbridge ha decidido alzarme un castigo también.
—¿Por qué?
Emma se encogió de hombros—. Iré a la torre de Gryffindor, te esperaré ahí, James.
—Tienes que comer, amor —le recordó Harry—. Antes tu me ayudabas a comer, y ahora lo haré yo, ¿bien?
Emma asintió con desánimo, y justo cuando estaban por entrar al Gran Comedor, alguien gritó, con voz potente y enfadada:
—¡Eh, Potter!
—¿Qué pasa ahora? —murmuró él con tono cansino. Emma se volvió para ver de quién se trataba, y se encontró con Angelina Johnson, que parecía de un humor de perros.
—¿Cómo que qué pasa? —replicó ella dirigiéndose hacia él y clavándole el dedo índice en el pecho—. ¿Cómo has permitido que te castiguen el viernes a las cinco?
Emma jaló a Harry por la mano un poco, separándolo del amenazante dedo de Angelina, que parecía querer matarlo.
—¿Qué? ¿Qué...? ¡Ah, sí, las pruebas para elegir al nuevo guardián!
—¡Ahora se acuerda! —rugió Angelina—. ¿Acaso no te dije que quería hacer una
prueba con todo el equipo y buscar a alguien que encajara con el resto de los
jugadores? ¿No te dije que había reservado el campo de quidditch con ese propósito? ¡Y ahora resulta que tú has decidido no ir!
—¡Yo no he decidido nada! —protestó Harry, dolido por la injusticia de aquellas
palabras—. La profesora Umbridge me ha castigado por decir la verdad sobre Quien-tú-sabes.
—Pues ya puedes ir a verla y pedirle que te levante el castigo del viernes —dijo
Angelina con fiereza—. Y no me importa cómo lo hagas. Si quieres dile que Quien-
tú-sabes es producto de tu imaginación, pero ¡quiero verte el viernes en el campo!
Dicho eso, se alejó a grandes zancadas.
—Como es tan fácil convencer a nuestra amada profesora —masculló Emma entre dientes.
Harry soltó una ligera risa—. No te preocupes por eso. Ahora vamos a comer, ¿bien?
Ambos penetraron el comedor rápidamente y tomaron asiento junto a sus dos amigos Ron y Hermione.
—¿Saben qué? —les dijo Harry a Ron y a Hermione—. Tendríamos que preguntar al Puddlemere United si Oliver Wood se ha matado en una sesión de entrenamiento, porque tengo la impresión de que su espíritu se ha apoderado del cuerpo de Angelina.
—¿Crees que hay alguna posibilidad de que la profesora Umbridge te levante el
castigo del viernes? —preguntó Ron con escepticismo.
—Ninguna —contestó Harry, tomando una fresa cubierta en chocolate y entregándosela a su novia, quien la rechazó al instante—. Amor… —pidió, pero Emma no hizo ningún movimiento—, ma vie, necesitas comer algo.
—Increíble cómo cambian los papeles, ¿no? —intentó distraerlo Emma, pero obviamente no funcionó.
—No tanto —susurró Harry, colocando un suave beso en la mejilla de su novia—. Come esto, por favor.
A regañadientes, Emma aceptó la fresa y masticó con mucha lentitud, intentando perder tiempo.
—Emma… —susurró Ron desde su lugar con preocupación.
Hermione exhaló—. Le ha sentado fatal todo. La comprendo, tal vez debió quedarse en casa con Sirius o su familia este año… hubiera sido lo mejor.
—Ya, ¿lo crees?
—Preferiría que cure en casa a verla de esta manera —explicó Hermione con una mueca de tristeza—. Al menos tiene a Harry.
Ron y Hermione dirigieron su mirada a la pareja frente a ellos, que para entonces, ya se encontraban prácticamente jugando con el chocolate que Emma se negaba a probar nuevamente.
—Solo finge estar bien… —murmuró Hermione para sí misma.
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