13. They are already warned
YA ESTÁN PREVENIDOS
───⊱✿⊰───
En el viaje al castillo las preguntas sobre la ubicación de su amigo guardabosques aumentaron, pero por más que revisaron si en su cabaña había pizca de luz notaron que estaba completamente oscura.
A Emma la cabeza le daba vueltas y su estómago era todo un revoltijo, y no porque estuviste enferma. Le preocupaba Hagrid, Harry, lastimosamente Nott y la misma Emma. Había tantas cosas que podían salir mal ese año (una, por ejemplo, es que la castaña sabía muy bien que sus notas caerían sorprendentemente ese año) y su humor últimamente tampoco era del mejor en el mundo.
—¿Van a venir o se quedarán juntitos? —les preguntó Ron.
—Vamos ahora —respondió Emma rápidamente, aceptando la mano que Harry le ofrecía y así uniéndose a la muchedumbre que corría escalones arriba y entraba en el castillo.
El vestíbulo resplandecía con la luz de las antorchas, y en él resonaban los pasos de los alumnos que caminaban por el suelo de losas de piedra hacia las puertas que había a la derecha, las cuales conducían al Gran Comedor dónde iba a celebrarse el banquete de bienvenida.
Emma soltó un largo suspiro antes de dar el primer paso y entrar al castillo. Había muchas cosas diferentes, por no decir que todo estaba siendo un completo desastre en sus vida en ese momento, pero tenía que afrontar esos obstáculos.
—¿Te pasa algo? —quiso saber Harry, interrumpiendo sus pensamientos.
—Esta todo bien —lo tranquilo su novia, dándole un suave asentimiento de cabeza y una leve pero forzada sonrisa.
Luna se separó de ellos al llegar a la mesa de Ravenclaw. En cuanto los demás llegaron a la de Gryffindor; a Ginny la llamaron unos compañeros de cuarto y fue a sentarse con ellos; Harry, Ron, Emma, Hermione y Neville encontraron cinco asientos libres hacia la mitad de la mesa, entre Nick Casi Decapitado, Parvati Patil y Lavender Brown; éstas saludaron a Harry y particularmente a Emma con tanta despreocupación y efusividad que la chica no dudo en percatarse que habían estado hablando de ellos segundo atrás.
—¿Quién es ésa? —preguntó de pronto Hermione, señalando hacia la mitad de la mesa.
Emma miró hacia donde indicaba su amiga: era una mujer rechoncha y bajita, y tenía el cabello pardusco, corto y rizado. Se había puesto una desagradable diadema de color rosa que hacía juego con la esponjosa chaqueta de punto del mismo tono que llevaba sobre la túnica. Entonces la mujer giró un poco la cabeza para beber un sorbo de su copa, y la efusiva y repentina exclamación de Harry sobresalto a Emma.
—¡Es Umbridge!
—¿Quién?
—¡Estaba en la audiencia! ¡Trabaja para Fudge!
—Bonita chaqueta —comentó Ron con una sonrisa irónica.
—Mi difunto abuelo tenía mejor estilo que esa mujer —dijo Emma, dirigiendo una mirada examinadora a Umbridge.
—¡Trabaja para Fudge! —repitió Hermione frunciendo el entrecejo—. Entonces¿qué demonios hace aquí?
—No lo sé…
Hermione volvió a recorrer la mesa de los profesores con los ojos entonados, y cuando Emma comprendió, hizo lo mismo.
—Creo que… —murmuró—, espero que no…
La profesora Grubbly-Plank acababa de aparecer detrás de la mesa de los profesores en ese momento; fue hasta el extremo de la mesa y se sentó en el lugar que solía usar Hagrid. Eso significaba que los de primer año ya habían cruzado el lago y habían llegado al castillo; y en efecto, unos segundo más tarde se abrieron las puertas del Gran Comedor. Por ellas entró una larga fila de alumnos de primero, con pinta de asustados, guiados por la profesora McGonagall, que llevaba en las manos un taburete sobre el que reposaba un viejo sombrero de mago, muy remendado y zurcido, con una ancha rasgadura cerca del raído borde.
Los murmullos que llenaban el Gran Comedor fueron apagándose. Los de primer año se pusieron en fila delante de la mesa de los profesores, de cara al resto de los alumnos, y la profesora McGonagall dejó con cuidado el taburete delante de ellos y luego se apartó.
Los rostros de los de primero relucían débilmente a la luz de las velas. Había un muchacho hacia la mitad de la fila que temblaba. Durante un momento Emma se recordó a sí misma y los nervios que sentía cuando piso el castillo por primera vez, exceptuando, que en ese lejano recuerdo sus nervios eran de emoción y no de preocupación.
El colegio entero permanecía expectante, corriendo la respiración. Entonces la rasgadura que el sombrero tenía cerca del borde se abrió, cómo si fuera una boca, y el Sombrero Seleccionador se puso a cantar.
Aquella vez su canción fue más larga de lo habitual y bastante peculiar. Parecía querer advertir a cada uno de los presentes en el castillo sobre lo que se avecinaba.
—Este año se ha ido un poco por las ramas, ¿no? —comentó Ron arqueando las cejas.
—Pero tiene mucha razón —repuso Harry.
—Ha decir verdad, fue inquietante —inquirió Emma—. «Cada año tengo que dividirnos, sigo pensando que así no lograremos…» «Hogwarts está amenazado por malignas fuerzas externas…» «Estáis prevenidos…» —recitó cada parte que recordaba.
—Me pregunto si habrá hecho advertencias como está alguna otra vez —dijo Hermione con ansiedad.
—Sí, ya lo creo —afirmó Nick Casi Decapitado, dándoselas de entendido e inclinándose hacia ella a través de Neville (quien hizo una mueca, pues era muy desagradable tener a un fantasma atravesado tu cuerpo)—. El sombrero se cree obligado a prevenir al colegio siempre que…
Pero la profesora McGonagall, que esperaba para empezar a leer la lista de alumnos de primer año, miraba a los ruidosos muchachos con aquellos ojos que abrasaban. Nick Casi Decapitado se llevó un transparente dedo a los labios y se sentó remilgadamente tieso, y los murmullos cesaron de inmediato. La profesora McGonagall, tras recorrer por última vez las cuatro mesas con el entrecejo fruncido, bajó la vista hacia el largo trozo de pergamino que tenía entre las manos y pronunció el primer nombre, así dando inicio a la ceremonia de selección.
—A los nuevos —dijo Dumbledore cuando la ceremonia dió fin— les digo: ¡bienvenidos! Y a los que no son les repito: ¡bienvenidos otra vez! En toda reunió hay un momento adecuado para los discursos, y como éste no lo es, ¡al ataque!
Las palabras de Dumbledore fueron recibidas con risas y aplausos, y el director se sentó con sumo cuidado y se echó la larga barba sobre un hombro para que no se le metiera en el plato, pues la comida había aparecido por arte de magia, y las cinco largas mesas estaban llenas a rebosar de trozos de carne asada, pasteles y bandejas de
verduras, pan, salsas y jarras de zumo de calabaza.
—Excelente —dijo Ron con un gemido de placer; luego agarró la bandeja de
chuletas que tenía más cerca y empezó a amontonarlas en su plato bajo la nostálgica mirada de Nick Casi Decapitado.
—¿Qué decía usted antes de que se iniciara la Ceremonia de Selección? —le
preguntó Hermione al fantasma—. Eso de que el sombrero podía lanzar advertencias.
—¡Ah, sí! —contestó Nick, contento de tener un motivo para apartar la mirada
del plato de Ron, quien estaba comiendo patatas asadas con un entusiasmo casi
indecente—. Sí, he oído al sombrero lanzar advertencias otras veces, siempre que ha detectado momentos de grave peligro para el colegio. Y, por supuesto, el consejo siempre ha sido el mismo: permaneced unidos, fortaleceos por dentro.
—¿Cóbo va a fabeb um fombebo fi el cobefio ftá em belifro? —preguntó Ron.
—Por Dios, Ronald —Emma le dió un leve golpe en su hombro y le dirigió una mirada de disculpa a Nick.
—¿Cómo dices? —preguntó con mucha educación Nick Casi Decapitado
mientras Hermione hacía una mueca de asco. Ron tragó como pudo y repitió:
—¿Cómo va a saber un sombrero si el colegio está en peligro?
—No tengo ni idea —respondió el fantasma—. Bueno, vive en el despacho de Dumbledore, así que supongo que allí se entera de cosas.
—Tal vez, es porque los fundadores del colegio le dieron esa capacidad —opinó Emma.
—¿Y pretende que todas las casas sean amigas? —inquirió Harry echando un
vistazo a la mesa de Slytherin, donde estaba Draco Malfoy rodeado de admiradores—. Pues lo tiene claro.
—Mirad, no deberíais adoptar esa actitud —les aconsejó Nick en tono
reprobatorio—. Cooperación pacífica, ésa es la clave. Nosotros, los fantasmas, pese a pertenecer a diferentes casas, mantenemos vínculos de amistad. Aunque haya competitividad entre Gryffindor y Slytherin, a mí ni se me ocurriría provocar una discusión con el Barón Sanguinario.
—Ya, pero eso es porque le tiene usted miedo —aseguró Ron.
—Lo lamento Nick, pero no sé puede ser amigo de todo Slytherin —repuso la castaña seriamente.
Nick Casi Decapitado se ofendió mucho.
—¡No voy a eso! Solo traten de mantenerse al margen —dijo—. Además, ¿yo? ¿miedo? ¡Creo poder afirmar que yo, sir Nicholas de Mimsy-Porpington,
nunca jamás he pecado de cobarde! La noble sangre que corre por mis venas...
—¿Qué sangre? —lo interrumpió Ron—. Pero si usted ya no tiene..
—¡Es una forma de hablar! —exclamó Nick Casi Decapitado, tan enojado que
empezó a temblarle aparatosamente la cabeza sobre el cuello medio rebanado—. ¡Espero tener todavía libertad para utilizar las palabras que se me antojen, dado que los placeres de la comida y de la bebida me han sido negados! Pero ¡ya estoy acostumbrado a que los alumnos se rían de mi muerte, os lo aseguro!
—¡Ron no se estaba riendo de usted, Nick! —terció Hermione fulminando a su
amigo con la mirada.
—A veces mi queridísimo amigo Weasley no piensa con la cabeza —añadió Emma.
Por desgracia, éste volvía a tener la boca a punto de explotar, y lo único que
consiguió decir fue: «Nunfa me gío fon ga boga gena», algo que Nick no consideró
una disculpa adecuada. Se elevó, se colocó bien el sombrero con plumas y se fue hacia el otro extremo de la mesa, donde se sentó entre los hermanos Creevey, Colin y Dennis.
—Felicidades, Ron —le soltó Hermione.
—¿Qué pasa? —protestó él, indignado; al fin había conseguido tragar la comida
que tenía en la boca—. ¿No puedo hacer una sencilla pregunta?
—Si lo hicieras de manera correcta no habría problema.
—Mejor olvídalo —dijo Hermione con fastidio, y ambos estuvieron el resto de la cena callados y enfurruñados.
Cuando todos los alumnos terminaron de comer y el nivel de ruido del Gran
Comedor empezó a subir de nuevo, Dumbledore se puso una vez más en pie. Las conversaciones se interrumpieron al instante y todos giraron la cabeza para mirar al director. Para ese momento Emma estaba tan somnolienta (y por primera vez no fue por la comida) que esperaba con ganas el momento de subir a los dormitorios.
—Bueno, ahora que estamos digiriendo otro magnífico banquete, les pido un
instante de atención para los habituales avisos de principio de curso —anunció
Dumbledore—. Los de primer año deben saber que los alumnos tienen prohibido
entrar en los bosques de los terrenos del castillo, y algunos de nuestros antiguos
alumnos también deberían recordarlo. —Harry, Ron, Emma Hermione se miraron y rieron por lo bajo—. El señor Filch, el conserje, me ha pedido, y según dice ya van cuatrocientas sesenta y dos veces, que les recuerde a todos que no está permitido hacer magia en los pasillos entre clase y clase, así como unas cuantas cosas más que pueden revisar en la larga lista que hay colgada en la puerta de su despacho.
»Este año hay dos cambios en el profesorado. Estamos muy contentos de dar la bienvenida a la profesora Grubbly-Plank, que se encargará de las clases de Cuidado de Criaturas Mágicas; también nos complace enormemente presentaros a la profesora Umbridge, la nueva responsable de Defensa Contra las Artes Oscuras.
Hubo un educado pero no muy entusiasta aplauso, durante el cual Harry, Ron, Emma y Hermione se miraron un tanto angustiados; Dumbledore no había especificado
durante cuánto tiempo iba a dar clase la profesora Grubbly-Plank.
Después el director siguió diciendo:
—Las pruebas para los equipos de quidditch de cada casa tendrán lugar en...
Se interrumpió e interrogó con la mirada a la profesora Umbridge. Como no era
mucho más alta de pie que sentada, se produjo un momento de confusión ya que nadie entendía por qué Dumbledore había dejado de hablar; pero entonces la
profesora Umbridge se aclaró la garganta, «Ejem, ejem», y los alumnos se dieron cuenta de que se había levantado y de que pretendía pronunciar un discurso.
Dumbledore sólo vaciló unos segundos; luego se sentó con elegancia y miró con
interés a la profesora Umbridge, como si lo que más deseara fuera oírla hablar. Otros miembros del profesorado no fueron tan hábiles disimulando su sorpresa. Las cejas de la profesora Sprout habían subido hasta la raíz de su airosa melena,y la profesora McGonagall tenía la boca más delgada que nunca. Era la primera vez que un profesor nuevo interrumpía a Dumbledore. Muchos alumnos sonrieron; era evidente que
aquella mujer no tenía ni idea de cómo funcionaban las cosas en Hogwarts.
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