12. Am I losing my mind?

¿ ESTOY PERDIENDO LA CABEZA?

───⊱✿⊰───

Ron y Hermione no aparecieron hasta al cabo de una hora, después de que pasase el carrito de la comida. Harry, Ginny y Neville se habían terminado las empanadas de calabaza pero Emma no había probado bocado de nada, ya que alegó que no tenía hambre por el momento.

—Estoy muerto de hambre —dijo Ron; dejando a Pigwidgeon junto a Hedwig y Beauty, le quitó una rama de chocolate de las manos a Harry, así ganándose una regañada por parte de Emma, y se sentó a su lado. Abrió el envoltorio, mordió la cabeza de la rana y se recostó con los ojos cerrados, como si hubiera tenido una mañana agotadora.

—¿Cansado? —cuestionó Emma después de que Ron me ofreciera un trozo de su rana de chocolate.

—Escuchar a una persona hablar y hablar es agotador —sonrió Ron.

—Hay dos prefectos de quinto en cada casa —comentó Hermione, que parecía muy contrariada, y se sentó también—. Un chico y una chica.

—Y a ver si saben quiénes son los prefectos de Slytherin —preguntó Ron, que todavía no había abierto los ojos.

—Malfoy —contestó Harry de inmediato.

—Por supuesto —afirmó Ron con amargura—. Y no te gustaría saber quién es la prefecta, Emma.

—¿Parkinson?

—Ni más ni menos, esa pava —añadió Hermione con malicia—. No sé cómo la han nombrado prefecta, con todas las cosas que ha hecho.

—¿Y quiénes son los de Hufflepuff? —preguntó Emma.

—Ernie Macmillan y Hannah Abbott —contestó Ron.

—Y Anthony Goldstein y Padma Patil son los de Ravenclaw —añadió Hermione.

—Tú fuiste al baile de Navidad con Padma Patil —dijo una vocecilla.

Todos se volvieron para mirar a Luna Lovegood, que observaba sin pestañear a Ron por encima de El Quisquilloso.

—Sí, ya lo sé —afirmó Ron un tanto sorprendido.

—Ella no se la pasó muy bien —le informó Luna.

—No fue la única —musitó Emma en voz baja.

—Lamento lo que te sucedió —añadió Luna mirando a Emma—. No lo ví, pero me lo dijeron —explicó al ver la expresión de confusión en el rostro de la castaña.

Emma se quedó callada mirando su mano vendada, tratando de ignorar el hecho de que todo lo que había pasado esa noche era tan claro como si hubiera pasado la noche anterior.

Harry llamó la atención de su novia al besar su mano. Cuando Emma lo observó a los ojos, el azabache le dió una mirada tranquilizadora.

Harry había notado que Emma se tenso ante la mención del baile, y no tenía pensado permitir que su novia pasara un mal rato en el regreso al colegio.

—Tenemos que patrullar por los pasillos de vez en cuando —les comentó Ron, intentando cambiar el tema de conversación—, y podemos castigar a los alumnos si se portan mal. Estoy deseando pillar a Crabbe y Goyle haciendo algo…

—¡No debes aprovecharte de tu cargo, Ron! —lo regañó Hermione.

—¿Por qué siempre me regañan? —dramatizó Ron mirando a sus amigas—. Además, como si Malfoy no pensara sacarle provecho al suyo.

—No puedes rebajarte al nivel de Malfoy, Ronald —repuso Emma.

—No, no lo voy a hacer, sólo voy a asegurarme de pillar a sus amigos de que él pille a los míos.

—Ron, por favor…

—Obligaré a Goyle a copiar y copiar; eso le fastidiará mucho porque no soporta escribir —aseguró Ron muy contento. Luego bajó la voz imitando los gruñidos de Goyle y, poniendo una mueca de dolorosa concentración, hizo como si escribiera en el aire—: «No… debo… parecerme… al culo… de un… babuino.»

Todos rieron, pero nadie más fuerte que Luna Lovegood, quien soltó una sonora carcajada que hizo que Hedwig y Beauty despertaran y agitaran las alas con indignación, y que Crookshansk y Félix saltaran asustados bufando. Luna rió tan fuerte que la revista salió despedida de sus manos, resbaló por sus piernas y fue a parar al suelo.

—¡El culo… de un… babuino! —exclamó ella con la voz entrecortada sin soltarse las costillas.

Emma, que se había fijado en la revista que estaba tirada, la levantó del suelo y pidió permiso para poder revisar su contenidos unos segundos junto a Harry.

—¿Hay algo que valga la pena? —preguntó Ron cuando Emma cerró la revista.

—Pues claro que no —se adelantó Hermione en tono mordaz—. El Quisquilloso es pura basura, lo sabe todo el mundo.

—Perdona —dijo Luna, cuya voz, de pronto, había perdido aquel tono soñador—. Mi padre es el director.

—¡Oh…, yo…! —balbuceó Hermione, abochornada—. Bueno…, tienes cosas interesantes… Es muy…

—Dámela, por favor. Gracias —respondió Luna con frialdad, y luego se inclinó hacia delante y se la quitó a Emma de las manos.

Pasó con rapidez las páginas hasta el número cincuenta y siete, volvió a ponerla del revés con decisión y desapareció de nuevo tras ella justo cuando la puerta del compartimiento de abría por tercera vez.

Emma se volvió; la verdad es que no estaba esperando esa visita, o tal vez no había pensado en la posibilidad de verla una vez más, pero ahí estaba: Draco Malfoy, sonriendo con suficiencia, flanqueado como siempre por sus dos guardias Crabbe y Goyle.

—¿Por qué tu obsesión? —preguntó Emma en tono cansino antes de que Malfoy pudiera abrir la boca—. ¿Te gusta alguno de nosotros acaso?

—Antes muerto que eso, y, no me hables Walk, o tendré que castigarte —dijo Malfoy con asco—. Mira, Potter, a mi me han nombrado prefecto y a ti no, lo cuál significa que yo tengo el derecho de imponer castigos y tú no.

—Ya —replicó Harry—, pero tú eres un imbécil y yo no, así que lárgate de aquí y déjanos en paz.

Ron, Hermione, Ginny y Neville se pusieron a reír mientras que Emma solo sonrió con orgullo, y entonces Malfoy torció el gesto.

—Dime, Potter, ¿qué se siente siendo el mejor después de Weasley? —preguntó—. No, algo mejor, ¿qué se siente que Granger te haya ganada, Walk?

—Mejor mantén tu boca cerrada, ¿de acuerdo? —dijo Emma con dureza.

—Veo que he puesto el dedo en la llaga —sentenció Malfoy sin dejar de sonreír—. Bueno, vayan con mucho cuidado, Potter y Walk, porque voy a estar vigilando cada uno de sus movimientos.

—¡Largo! —le ordenó Hermione poniéndose en pie.

Malfoy soltó una risita, dirigió una última mirada maliciosa a Harry y añadió—. Por cierto Walk, Nott me estará ayudando, así que acostumbrate a verlo a menudo —y salió del compartimiento seguido de Crabbe y Goyle. Hermione cerro de golpe la puerta y se volvió para mirar a Harry y Emma, en especial a su amiga.

—¿Qué me acostumbre? —repitió Emma con desagrado—. Se arrepentirá si lo veo cerca una vez más.

—Eso es —asintió Ginny con una gran sonrisa—. Estaré ahí si lo llegas a necesitar.




( . . . )






Cuando el tren se detuvo y salieron del compartimiento, notaron por primera vez el frío de la noche en la cara al reunirse con el resto de los alumnos en el pasillo. Lentamente fueron avanzando hacia las puertas. Emma al andén cuidadosamente y miró a su alrededor, apenas procesando en dónde estaba. Volver a Hogwarts en sus condiciones le parecía una tontería, pero no quería dejar solo a Harry, mucho menos cuando todo El Profeta había dado por ponerse en su contra.

—¿Dónde está Hagrid? —preguntó Harry en voz alta, tomando la mano de su novia y llevándola con él.

—No tengo idea —contestó Emma buscándolo con la mirada—. James, será mejor avanzar, estamos en medio del camino.

—¡Ah, sí!

Harry no permitió que Emma se separase de él cuando entraron en la estación. Ambos eran empujados por el gentío, pero Harry tomó a Emma por la cintura y la guío hasta la salida mientras que al mismo tiempo buscaba a Hagrid.

Cuando la pareja llegó a la oscura y mojada calle de la estación de Hogsmeade, Emma se percató de que los antes carruajes sin caballo ahora habían cambiado: entre las varas de los coches había unas criaturas de pie. Si hubiera debido llamarlas de alguna forma, suponía que las habría llamado caballos, aunque tenían cierto aire de reptil. No tenían ni pizca de carne, y el negro pelaje se pegaba al esqueleto, del que se distinguía con claridad cada uno de los huesos. La cabeza parecía de dragón y tenían los ojos sin pupila, blancos y fijos. De la cruz, la parte más alta del lomo de aquella especie de animales, les salían alas, unas alas inmensas, negras y curtidas, que parecían de gigantescos murciélagos. Allí plantadas, quietas y silenciosas en la oscuridad, las criaturas tenían un aire fantasmal y siniestro.

Emma trató de avanzar, pero fue entonces cuando Ron llegó y la tomó por los hombros.

—¿Dónde está Pig? —preguntó—. ¿Y a dónde vas?

—Lo tenía Luna —respondió la castaña con rapidez sin quitar la vista de los misterios animales—, y a ningún lado, sólo quería ver…

—Lo siento, amor, pero Ron, ¿dónde crees que…? —la interrumpió Harry.

—¿… está Hagrid? No lo sé —contestó su amigo, que se mostraba preocupado—. Espero que esté bien…

—De seguro lo está —intervino Emma.

—¿Dónde está Crookshansk? —preguntó Hermione cuando llegó junto a Ron, Harry y Emma.

—Lo tiene Ginny —respondió Harry—. Mira, allí está…

Ginny acababa de salir de la muchedumbre con el gato en los brazos.

—Gracias —dijo Hermione tomando a su mascota—. Vamos a ver si encontramos un coche antes de que se llenen todos y podamos ir juntos… por cierto, Emma, ¿dónde están Beauty y Félix?

—Fred y George los tienen —contestó Emma con tranquilidad.

—¡Yo todavía no tengo a Pig! —exclamó entonces Ron, pero Hermione ya iba hacia el primer carruaje libre que había visto. Emma se adelantó con Hermione, dejando atrás a Harry y Ron.

—Her… her… —la llamó cuando llegó a su lado—. ¿Que son esas criaturas?

—¿Qué criaturas? —se extrañó Hermione.

—Los caballos que están llevando los carruajes…

—Emma, no hay ningún caballo.

—¿Qué dices? Pero están justo aquí —Emma tomó a Hermione del brazo y la arrastró hasta frente de un caballo, dónde estaban Harry y Ron.

—¿Debo de ver… algo? —preguntó Hermione.

—Her, ¡justo aquí!

—¿También los ves? —preguntó Harry, impresionado, a su novia.

—¿Los caballos? —cuestionó. Harry asintió—. Por supuesto, pero…

—Chicos, han perdido la cabeza —dijo Ron muy alarmado—. El amor los volvió locos. ¡Aquí no hay nada! ¿Se encuentran bien?

—Claro que sí…

Emma estaba absolutamente perpleja. No creía estar loca, no todavía; el caballo estaba ahí mismo, frente a ella, sólido y reluciente bajo la débil luz que salía de las ventanas de la estación que tenían detrás, y le salía vaho por los orificios de la nariz.

—Vamos a subir, ¿de acuerdo? —propuso Ron, perplejo, mirando a sus amigos como si estuviera preocupado por ellos.

—No pasa nada —dijo entonces una voz soñadora detrás de Harry y Emma en cuanto Ron se perdió en el oscuro interior del carruaje—. No están locos ni han perdido la cabeza. Yo también los veo.

—¿Pero por qué ellos no los ven? —replicó Emma, volviéndose hacia Luna.

Luna se alzó de hombros—. Yo ya los ví el primer día que vine aquí —explicó la chica—. Siempre han tirado de los carruajes. No sé preocupen, están tan cuerdos como yo.

Luna esbozó una sonrisa y subió al mohoso carruaje detrás de Ron, y Harry y Emma la siguieron sin estar muy convencidos.

La castaña se preguntaba sin en verdad estaba perdiendo ya la cabeza, pues, después de todo, no sería tan imposible: vió morir a sus padres hace poco, y la falta de comida en sus sistema la podría estar afectando un poco.

—Amor, vamos —la ánimo Harry, tomándola de la mano y ayudándola a subir.

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Mini maratón

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