10. What if I don't make it to the end?

¿Y SI NO LLEGO HASTA EL FINAL?

───⊱✿⊰───

A medida que se acercaba el final de las vacaciones, Emma estaba cada vez más nerviosa y angustiada: no se sentía en óptimas condiciones como mantener su mente concentrada únicamente en los estudios. Todavía tenía muchas cosas por hacer fuera de Hogwarts, pero sobre todo, quería pasar tiempo con la única familia que le quedaba.

El último día de las vacaciones, Emma estaba ayudando a Harry a «limpiar» los excrementos de Hedwig y Beauty. Al menos, esa había sido la idea principal en la mañana.

—¿Lista para regresar a Hogwarts? —preguntó Harry, abrazando la cintura de su novia, la cual se encontraba recostada sobre él.

—Algo así. La verdad me atemorizan algunas cosas —admitió la castaña.

—Estaré ahí para cuidarte. No permitiré que nada malo te pase, y, si es necesario, no dudaré en partirle la nariz si se te acerca alguien que te incomoda —prometió Harry, jugando con un mechón del cabello de Emma.

—No quiero que te metas en problemas este año —sonrió Emma—. Se cuidarme sola, James, pero te agradezco el gesto.

—¿Estás segura de eso?

—¿Qué insinuas, Potter?

—No, nada —sonrió el azabache, desviando la mirada a un lugar lejos de la vista de su novia.

—Harry —advirtió Emma, tomando una almohada de la cama—. ¿Piensas ignorarme?

Harry emitió un ligero sonidito de asentimiento con diversión.

—Bien, que así sea —dijo Emma, fingiendo estar muy ofendida, tomando la iniciativa de ponerse en pie.

Harry rio ante la acción de su novia, y antes de que pudiera siquiera ponerse en pie, la sujeto por la cintura y la recostó sobre el nuevamente.

—Jamás podría ignorarte, Emma —dijo, besando dulcemente a su novia. La castaña correspondió rápidamente al beso y se sujeto con fuerza del cuello de Harry para no caer a un lado.

Probablemente estuvieron en aquella cómoda posición unos cuantos segundos antes de que cierto pelirrojo los interrumpiera una vez más.

—Han llegado las listas de… libros —anunció Ron, fijándose apenas en lo que había interrumpido—. Lo siento, pero se suponía que estaban limpiando.

Harry y Emma se incorporaron rápidamente, un tanto avergonzados porque los hubieran visto. Ambos tomaron los sobres y lo abrieron. Emma se dió cuenta de que contenía dos trozos de pergamino: uno era la nota habitual que le recordaba que el curso empezaba el uno de septiembre, y en el otro estaban detallados los libros que necesitarían para el próximo curso.

—Sólo hay dos nuevos —comentó Harry leyendo la lista—. Libro reglamentario de hechizos, 5°. curso, de Miranda Goshawk, y Teoría de defensa mágica, de Wilbert Slinkhard.

¡CRAC!

Fred y George se habían aparecido a un lado de Emma y Harry. Emma, que seguia sin acostumbrarse a eso, le dió un buen golpe con la almohada a Fred, quien se encontraba a su lado.

—Lo sentimos —rio Fred, sobándose el brazo en el que había sido golpeado—. Como sea, nosotros queríamos saber quién ha elegido el libro de Slinkhard.

—Porque eso significa que Dumbledore ha encontrado un nuevo profesor de Defensa Contra las Artes Oscuras —añadió George.

—Y ya era hora, por cierto —dijo Fred.

—¿A qué se refieren? —le preguntó Emma.

—Verás hermanita, hace unas semanas captamos con las orejas extensibles una conversación de papá y mamá —le explicó Fred—, y por lo que decían, a Dumbledore le estaba costando mucho trabajo encontrar a alguien que estuviera dispuesto a dar esa asignatura este año.

—Lo cual no es de extrañar, teniendo en cuenta lo que les ha pasado a los cuatro anteriores —apuntó George.

—Uno despedido, uno muerto, uno sin memoria y uno encerrado nueve meses en un baúl —contó Harry ayudándose con los dedos—. Sí, ya te entiendo.

—¿Qué te pasa, Ron? —le preguntó Fred a su hermano.

Ron no contestó, y Emma fijo su mirada en él y vio que que su amigo estaba de pie, muy quieto, con la boca un poco abierta, contemplando la carta que había recibido de Hogwarts.

—¿Qué pasa? —insitió Fred, y se colocó detrás de Ron para ver el trozo de pergamino por encima de su hombro. Fred también abrió la boca—. ¿Prefecto? —dijo, mirando la nota con incredulidad—. ¿Tú, prefecto?

George se abalanzó sobre su hermano , le arrancó el sobre que tenía en la otra mano y lo puso boca abajo. Emma vio que una cosa de color escarlata y dorado caía en la palma de la mano de George.

—No puede ser —murmuró éste en voz baja.

—Tiene que haber un error —aseguró Fred arrancándole la carta de la mano a Ron y poniéndola a contraluz, como si buscara una filigrana—. Nadie en su sano juicio nombraría prefecto a Ron. —Los gemelos giraron la cabeza al unísono y se quedaron mirando a Harry—. ¡Estábamos seguros de que te nombrarían a ti! —exclamó Fred con un tono que sugería que Harry los había engañado.

—¡Creíamos que Dumbledore se vería obligado a nombrarte a ti! —dijo George con indignación.

—¡Después de ganar el Torneo de los tres magos! —añadió Fred.

Emma se puso en pie tan de repente que Ron se sobresalto cuando ésta lo abrazó—. Me siento tan orgullosa por ti. ¡Lo lograste después de todo, Ron! —dijo, poniéndole la insignia de prefecto en la mano a Ron, mirándolo con orgullo.

Ron, que todavía no había dicho nada, tomó la insignia y después de que Emma besara si mejilla, se quedó mirándola un momento y luego se la mostró a Harry. Harry la tomó.

En ese momento la puerta se abrió de par en par y Hermione irrumpió en la habitación con las mejillas coloradas y el pelo por los aires. Llevaba un sobre en la mano.

—¿Ustedes… también…? —Vio la insignia que Harry tenía en la mano y soltó un chillido—. ¡Lo sabía! —gritó emocionada blandiendo su carta—. ¡Yo también, Harry, yo también!

—No —se apresuró a decir Harry, y le puso la insignia en la mano a Ron—. No es mía, es de Ron.

—¿Cómo dices?

—El prefecto es Ron, Her, no Harry.

—¿Ron? —se extraño la chica, y se quedó con la boca abierta—. Pero… ¿estás segura? Quiero decir…

Se puso muy roja cuando Ron la miró con expresión desafiante.

—El sobre va dirigido a mi nombre —afirmó él.

—Yo… —balbuceó Hermione muy apabullada—. Yo… Bueno… ¡Vaya! ¡Felicidades, Ron! Es totalmente…

—Inesperado —acabó George haciendo un movimiento afirmativo con la cabeza—. No es por nada, pero creíamos que Aly y Harry serían prefectos.

—La verdad me alegro mucho por ambos —dijo Emma—. Y, realmente, no creo que hubiera sido capaz de ser prefecta en estos momentos.

Entonces la puerta se abrió un poco más y la señora Weasley entró en la habitación cargada de ropa recién planchada.

—Ginny me ha dicho que por fin han llegado las listas de los libros —comentó echando un vistazo a los sobres mientras iba hacia la cama y empezaba a ordenar la ropa en dos montones—. Si me los dan, iré al callejón Diagon está tarde y les compraré los libros mientras ustedes hacen el equipaje. Ron, tendré que comprarte más pijamas, éstos se te han quedado al menos quince centímetros cortos. No puedo creer que hayas crecido tanto… ¿De qué color los quieres?

—Cómpraselos rojos y dorados para que hagan juego con su insignia —dijo George con una sonrisita de suficiencia.

—¿Para que hagan juego con qué? —preguntó la señora Weasley, distraída, mientras doblaba unos calcetines granates y los colocaba en el montón de ropa de Ron.

—Con su insignia —respondió Fred cómo quién quiere liquidar un asunto desagradable cuanto antes—. Su preciosa y reluciente nueva insignia de prefecto.

Las palabras de Fred tardaron un momento en llegar al cerebro de la señora Weasley, pero fulminaron su preocupación por las pijamas de su hijo.

—Su… Pero si… Ron, tú no… —Ron le enseño la insignia y la señora Weasley soltó un chillido—. ¡No puedo creerlo! ¡No puedo creerlo! ¡Oh, Ron, qué maravilla! ¡Prefecto! ¡Como todos en la familia!

—¿Y quiénes somos Fred y yo, los vecinos de enfrente? —preguntó George, indignado, cuando su madre lo apartó de un empujón y se lanzó a abrazar a su hijo menor.

—¡Ya verás cuando llegue tu padre! ¡Ron, estoy tan orgullosa de ti, qué noticia tan fabulosa, quizá acaben nombrándote delegado, como a Bill y a Percy, es el primer paso! ¡Oh, qué gran noticia en medio de todos estos problemas, estoy encantada, oh, Ronnie!

A espaldas de su madre, Fred y George se pusieron a fingir que vomitaban, pero la señora Weasley no se dio cuenta porque estaba abrazada a Ron, cubriéndole la cara de besos. Ron estaba más colorado que su insignia.

—Mamá…, no… Mamá, comtrólate —balbuceó intentando apartarla.

La señora Weasley lo soltó y, casi sin aliento, dijo:

—Bueno, ¿qué quieres que te regalemos? A Percy le regalamos a na lechuza, pero tú ya tienes una, claro.

Ron vaciló un poco antes de pedir una escoba nueva (no importaba el costo, él estaba bien solo con que fuera nueva). Fred y George, por su lado, no sé cansaron de molestarlo hasta que Hermione se enfado con ellos y terminaron por irse haciendo un nuevo «¡crac!».

Cuando la habitación quedó vacía nuevamente y tan solo Harry y Emma quedaron en el lugar, la castaña pudo notar cierta molestia en la mirada de su novio. Creía saber la razón de su enfado: tal vez le hubiera gustado ser elegido como prefecto.

—Eres un excelente estudiante, Harry —dijo Emma, sentándose a su lado y llamando su atención—, pero sabes también que Ron no la ha pedido.

—No lo entiendes —musitó Harry, tratando de contenerse y no explotar una vez con Emma.

—Tal vez no del todo, pero lo hago —aseguró la castaña—. Ron y Hermione no tienen la culpa. Harry, tal vez el profesor Dumbledore creyó que era mejor…

—Dumbledore no sabe que es lo mejor para mí, ¿bien? —contestó de mala manera. De pronto, miró fijamente los ojos de Emma—. Lo siento…

—Está bien —asintió Emma un tanto desanimada—. Solo intenta relajarte y alegrarte un poco por la victoria de tu amigo, ¿de acuerdo?

Sin decir más salió de la habitación, dejando a Harry solo y frustrado consigo mismo. Lo mejor sería escuchar a su novia y alegrarse por Ron, después de todo Emma había tenido razón; él no lo había pedido.

( . . . )

Les llevó casi toda la tarde recoger sus libros y sus objetos personales , que estaban desperdigados por todas partes, y meterlos en los bailes del colegio.

La señora Weasley, por su lado, había tomado la iniciativa de hacerles una pequeña fiesta de celebración a Ron y Hermione por su nuevo logro. De hecho, aunque Emma no fuera gran fanática de las fiestas en ese momento, le fue bastante agradable estar ahí. Había descubierto detalles interesantes sobre sus padres gracias a Lupin y Sirius en aquella cena.

Pero hubo un momento en que el olor a trago le comenzó a agobiar de tal manera en que su cabeza parecía no poder por mucho más.

—¿Estás bien, Alyssa? —le preguntó Tonks, notando su actitud.

—Sí, por supuesto yo solo… necesito ir a descansar, ¿les molesta si me retiro?

Todos negaron. Remus le dió las buenas noches a su ahijada, y luego de despedirse de todos, incluyendo a Harry, Ron y Hermione subió lentamente a su habitación. Pero en cuanto llegó al primer rellano oyó ruidos. Había alguien llorando en el salón, y sorprendeme no era ella.

Angustiada, cruzó el rellano y abrió la puerta del salón.

Dentro había alguien encogido del miedo contra la oscura pared, con la varita mágica en la mano, mientras los sollozos sacudían con violencia su cuerpo. Tirado sobre la polvorienta alfombra, en medio de un rato de luz de luna, y sin duda alguna muerto, estaba Ron.

Emma tuvo la sensación de que sus pulmones se quedaban sin aire; notó que sus ojos se cristalizaron y su cuerpo se había paralizado. Ron muerto, no, no podía ser… el estaba abajo, disfrutando de su fiesta…

¡Ri-ri-riddikulo! —sollozaba la señora Weasley, apuntando con su temblorosa varita al cuerpo de Ron.

¡Crac!

El cuerpo de Ron se transformó en el de Bill, que está a tumbado boca arriba con los brazos y las piernas extendidos y los ojos muy abiertos e inexpresivos. La señora Weasley sollozó aún más fuerte.

—¡Ri-riddikulo! —volvió a exclamar.

El cuerpo del señor Weasley sustituyó al de Bill; llevaba las gafas torcidas y un hilo de sangre resbalaba por su cara.

—¡No! —gimió la señora Weasley—. No… ¡Riddikulo! ¡Riddikulo! ¡RIDDIKULO!

¡Crac! Los gemelos muertos. ¡Crac! Percy muerto. ¡Crac! Emma muerta…

Para la castaña fue como si el tiempo se hubiera detenido mientras se detallaba cautelosamente; su castaño cabello está a alborotado, su piel ya perdía el color lentamente y su cara estaba cubierta mayormente de sangre. El boggart entonces soltó un suspiró, cómo si fuera el último que daba en su vida…

—¿Qué está pasando aquí?

Lupin había entrado corriendo en la habitación, seguido de Sirius y luego de Harry y Moody, que estaba furioso. Lupin miró a la señora Weasley, a Emma y después a su cadáver echado en el suelo, y aunque parecía también haberse sobresaltado, lo entendió todo en un instante. Sacó su varita mágica y dijo con voz firme y clara:

—¡Riddikulo!

El cadáver de Emma desapareció y una esfera plateada quedó suspendida en el aire sobre la alfombra. Lupin sacudió una vez más su varita y la esfera desapareció tras convertirse en una bocanada de humo.

Emma se echó hacia atrás, aturdida. Harry corrió rápidamente hasta ella y la atrajo en un fuerte abrazo: verla ahí, tirada, sin gota de vida le había aterrado tanto. La sola idea de perderla en cualquier segundo le asestaba en sobremanera.

Las temblorosas manos de Emma se aferraron a la espalda de Harry mientras su mirada su mantenía fija en la alfombra ahora vacía.

—Molly —dijo Lupin con tono sombrío acercándose a ella—. Molly, no… —La mujer se abrazó a Lupin a lloró a lágrima viva sobre su hombro—. Sólo era un boggart, Molly —susurró Lupin para tranquilizarla mientras le acariciaba la cabeza—. Sólo era un estúpido boggart…

—¡Los veo m-m-muertos continuamente! —gimió la señora Weasley sin separarse de Lupin—. ¡C-c-continuamente! S-s-sueño con ellos…

Sirius se acercó hasta la pareja de adolecentes y abrazó a Emma en cuanto Harry fue obligado a soltarla: le había recordado tanto a cuando vió a Alhena, su mejor amiga, tirada sin vida en el suelo de la que algún día fue su casa. Sirius también sentía muchas ganas de llorar en ese momento, pero se contuvo.

—N-n-no se lo cuentes a Arthur —gimoteaba la señora Weasley, restregándose desesperadamente los ojos con los puños de la túnica—. N-n-no quiero que sepa… lo t-t-tonta que soy… —Lupin le dió un pañuelo y la señora Weasley se sonó—. Lo siento mucho, Emma. ¿Qué vas a pensar de mí? —dijo con voz temblorosa—. Ni siquiera soy capaz de librarme de un boggart…

—No hay problema —contestó la castaña un poco ida.

—Es que estoy t-t-tan preocupada… —añadió ella, y las lágrimas volvieron a brotar de sus ojos—. La mitad de la f-f-familia está en la Orden: si salimos todos con vida de ésta, será un m-m-milagro… Y P-P-Percy no nos dirige la palabra… ¿Y si le p-p-pasa algo espantoso antes de que hayamos hecho las p-p-paces con él? ¿Y qué s-sucederá si morimos Arthur y yo, quién c-c-cuidará de Ron y Ginny? ¿Y q-q-qué me dicen de Emma? ¿Qué s-s-será de ella?

—¡Basta, Molly! —exclamó Lupin con firmeza—. Esto no es como la última vez. La Orden está más preparada, ahora le llevamos ventaja y sabemos qué pretende Voldemort… —La señora Weasley soltó un grito ahogado al oír ese nombre—. Vamos, Molly, ya va siendo hora de que te acostumbres a oír su nombre. Mira, no puedo prometer que nadie vaya a resultar herido, eso no puede prometerlo nadie, pero estamos mucho más preparados que la última vez. Entonces tú no pertenecías a la Orden y por eso no lo entiendes. En el último enfrentamiento, los mortifagos eran veinte veces más numerosos que nosotros y nos perseguían uno por uno.

A Emma le hubiera gustado pensar en sus padres, pero su mente estaba bloqueada en ese momento. Pensar en lo que fuese, le era prácticamente imposible.

—Y no te preocupes por Percy —dijo de pronto Sirius—. Ya rectificará. Sólo es cuestión de tiempo que Voldemort dé la cara; en cuanto lo haga, el Ministerio en masa nos suplicará que lo perdonemos. Aunque yo no estoy seguro de que vaya a aceptar sus disculpas —añadió con amargura, permitiendo que Harry abrazara nuevamente a Emma.

—Y respecto a eso de quién cuidaría de Ron y Ginny si faltaran Arthur y tú —terció Lupin, esbozando una sonrisa—, ¿qué crees que haríamos, dejarlos morir de hambre? Y Emma es mi ahijada, no la dejaría sola por nada del mundo, y recuerda que sus tíos todavía están con nosotros.

La señora Weasley también sonrió tímidamente.

—Qué tonta soy —volvió a murmurar secándose las lágrimas.

Sin embargo, unos diez minutos más tarde, cuando entró en su dormitorio y cerró la puerta, Emma seguía creyendo que la señora Weasley no era nada tonta. Pero ese era un pensamiento menor pues cada segundo la viva imagen de ella misma muerta y tirada sobre el suelo regresaba a su cabeza.

¿Qué si ella moría? ¿En verdad sobreviría al final de todo el peligro? ¿Era en realidad tan mala la idea de morir? Un millón de preguntas rondaban por su cabeza, y cada una la aturdían más y más.

—¿Voy a morir…? —musitó por primera vez en voz alta.

Después de todo, la idea no era tan absurda, aunque no le gustara imaginarlo. Emma no era tan fuerte al fin y al cabo, ¿y si hacía un mal movimiento y la llevaban a eso, a su muerte?

La castaña trató de alejar esos pensamientos para poder tratara de dormir en paz al menos por una noche. Solo quería eso: estar tranquila al menos un segundo.

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