27 | The Slytherin heir
.:. CHAPTER TWENTY-SEVEN .:.
(EL HEREDERO DE SLYTHERIN)
Se hallaban en el extremo de una sala muy grande, apenas iluminada. Altísimas columnas de piedra talladas con serpientes enlazadas se elevaban para sostener un techo que se perdía en la oscuridad, proyectando largas sombras negras sobre la extraña penumbra verdosa que reinaba en la estancia.
Harry y Emma sacaron sus varitas y avanzaron por entre las columnas decoradas con serpientes. Sus pasos resonaban en los muros sombríos.
Al llegar al último par de columnas, vieron una estatua, tan alta como las misma cámara, que surgía imponente, adosada al muro del fondo.
Emma tuvo que echar atrás la cabeza para poder ver el rostro gigantesco que la coronaba: era un rostro antiguo y simiesco, con una barba larga y fina que le llegaba casi hasta el final de la amplía túnica de mago, donde unos enormes pies de color gris se asentaban sobre el liso suelo. Y entre los pies, boca abajo, vieron una pequeña figura con túnica negra y el cabello de un rojo encendido.
—¡Ginny! —exclamó Emma en voz baja, acercándose a ella con rapidez, se inclinó a su lado, dejando su varita en el suelo.
Harry se acercó, también dejó la varita en el suelo, tomó a Ginny por los hombros y le dió la vuelta. Tenía la cara tan blanca y fría como el mármol, aunque los ojos estaban cerrados, así que no estaba petrificada. Pero entonces tenía que estar…
—Ginny —susurró Emma—, resiste, por favor, Ron esta preocupado por ti, al igual que tus otros hermanos. Tienes que volver con ellos…
—Ginny, por favor, despierta —susurró Harry sin esperanza, agitándola. La cabeza de Ginny se movió, inanimada, de un lado a otro.
—No despertará —dijo una voz suave.
Harry y Emma se enderezaron de un salto.
Un muchacho alto, de pelo negro, estaba apoyado en la columna más cercana, mirándolos.
—Tom… ¿Tom Ryddle? —preguntó Harry.
Ryddle asintió con la cabeza, dejando caer toda su atención en Harry.
—¿Qué quiere decir? —le preguntó Emma a Ryddle—. ¿Por qué no despertará? Es imposible que ella este…
—Todavía esta viva —contestó Ryddle—, pero por muy poco tiempo.
Emma no terminaba de comprender como era que Ryddle se veía tan joven si había estudiado en Hogwarts hace cincuenta años. ¿No debería ser mayor?
—¿Eres un fantasma? —preguntó Harry dubitativo.
—Soy un recuerdo —respondió Ryddle tranquilamente— guardado en un diario durante cincuenta años.
Ryddle señaló hacia los gigantescos dedos de los pies de la estatua. Allí se encontraba, abierto, el pequeño diario negro que habían encontrado en los baños de Myrtle.
—Tienes que ayudarnos, Tom —dijo Harry, mientras Emma levantaba la cabeza de Ginny—. Tenemos que sacarla de aquí. Hay un basilisco… no sé dónde está, pero podría llegar en cualquier momento. Por favor, ayúdanos.
Ryddle no se movió, Emma, con algo de ayuda de Harry, levantaron un poco a Ginny del suelo, y cuando la castaña se agachó a recoger sus varitas ya no estaban.
—¿Has visto…?
Emma levantó la mirada. Ryddle juguetaba con las varitas de Emma y Harry entre sus dedos.
—Me las podrías devolver, por favor —pidió la castaña extendiendo su brazo. Una sonrisa curvó las comisuras de la boca de Ryddle. No parecía dispuesto a devolverles sus varitas.
—Escucha —dijo Harry con impaciencia. Las rodillas se le doblaron bajo el peso muerto de Ginny—. ¡Tenemos que huir! Si aparece el basilisco…
—No vendrá si no es llamado —dijo Ryddle con tranquilidad.
Harry volvió a posar a Ginny en el suelo, incapaz de sostenerla.
—¿A qué te refieres? —preguntó Emma.
—Mira —le dijo Harry a Ryddle—, danos nuestras varitas, podríamos necesitarlas.
La sonrisa de Ryddle se hizo más evidente.
—No las necesitarán —repuso.
Los dos niños lo miraron.
—¿Qué quieres decir, nosotros no…?
—He esperado este momento durante mucho tiempo, Harry Potter —dijo Ryddle—. Quería verte. Y hablarte. Aunque debería decir que tu amiga fue muy impertinente.
—Mira —dijo Harry, perdiendo la paciencia—, me parece que no lo has entendido: estamos en la Cámara de los Secretos. Ya tendremos tiempo de hablar luego.
—Vamos a hablar ahora —dijo Ryddle, sin dejar de sonreír, y se guardó en el bolsillo las varitas de Harry y Emma.
Emma lo miró. Allí sucedía algo raro.
—¿Como ha llegado Ginny a este estado? —preguntó Harry.
—Bueno, ésa es una cuestión interesante —dijo Ryddle, con agrado—. Es una larga historia. Supongo que el verdadero motivo por el que Ginny está así es que le abrió el corazón y le reveló todos sus secretos a un extraño invisible.
—¿De qué estas hablando? —preguntó Emma.
—Del diario —respondió Ryddle—. De mi diario. La pequeña Ginny ha estado escribiendo en él durante muchos meses, contándome todas sus penas y congojas: que sus hermanos se burlaban de ella, que tenía que venir al colegio con túnica y libros de segunda mano, que… —A Ryddle le brillaron los ojos—… pensaba que el famoso, el bueno, el gran mago Harry Potter nunca llegaría a quererla porque siempre estaba con Williams… que no quería a Emma Williams en su casa, que por eso escondió su collar… Que me tenía envidia por tener una vida tan perfecta y resuelta, sin problema alguno…
Mientras hablaba, Ryddle mantenía los ojos fijos en Harry. Había en ellos una mirada casi ávida.
—Es una lata tener que oír las tonterías de una niña de once años —siguió—. Pero me armé de paciencia. Le contesté por escrito. Fui comprensivo, fui bondadoso. Ginny, simplemente, me adoraba. Nadie me ha comprendido nunca como tú, Tom… Estoy tan contenta de poder confiar en este diario… Es como tener un amigo que se puede llevar en el bolsillo…
Ryddle se rió con una risa potente y fría que parecía ajena.
—Si es necesario que yo lo diga, la verdad es que siempre he fascinado a la gente que me ha convenido. Así que Ginny me abrió su alma, y era precisamente su alma lo que yo quería. Me hice cada vez más fuerte alimentándome de sus temores y de sus profundos secretos. Me hice más poderoso, mucho más que la pequeña señorita Weasley. Lo bastante poderoso para empezar a alimentar a la señorita Weasley con algunos de mis propios secretos, para empezar a darle un poco de mi alma…
—¿Qué quiere decir? —preguntó Harry, con la boca completamente seca.
Emma mientras tanto, comprendió porque la actitud de Ginny con ella. Y en serio que se sentía horrible por hacer sentir a Ginny de esa manera.
—¿Todavía no lo adivinas, Harry Potter? —dijo Ryddle sin inmutarse—. Ginny Weasley abrió la Cámara de los Secretos. Ella retorció el pescuezo a los gallos del colegio y pintarrajeó pavorosos mensajes en las paredes. Ella echó la serpiente de Slytherin contra los cuatro sangre sucia y el gato del squib.
—No —susurró Harry.
—Sí —dijo Ryddle con calma—. Por supuesto, al principio ella no sabía lo que hacía. Fue muy divertido. Me gustaría que hubieras podido ver las anotaciones que escribía en el diario… Se volvieron mucho más interesantes… Querido Tom —recitó Ryddle—, creo que estoy perdiendo la memoria. He encontrado plumas de gallo en mi túnica y no sé por qué están ahí. Querido Tom, no recuerdo lo que hice la noche de Halloween, pero han atacado a un gato y yo tengo manchas de pintura en la túnica. Querido Tom, Percy me sigue diciendo que estoy pálida y que no parezco yo. Creo que sospecha de mí… Hoy ha habido otro ataque y no sé dónde me encontraba en aquel momento. ¿Qué voy a hacer, Tom? Creo que me estoy volviendo loca. ¡Me parece que soy yo la que ataca a todo el mundo, Tom!
Emma estaba pensando, intentando entender lo que sucedía. Intentando comprender.
—Le llevó mucho tiempo a esa tonta de Ginny dejar de confiar en su diario —explicó Ryddle—. Pero al final sospechó e intentó deshacerse de él. Y entonces apareciste tú, Harry. Tú lo encontraste, y nada podría haberme hecho tan feliz. De todos los que podían haberlo encontrado, fuiste tú, la persona a la que yo tenía más ganas de conocer…
—¿Y por qué querías conocerme? —preguntó Harry.
—Bueno, verás, Ginny me lo contó todo sobre ti, Harry —dijo Ryddle—. Toda tu fascinante historia. —Sus ojos vagaron por la cicatriz en forma de rayo que Harry tenía en la frente, y su expresión se volvió más ávida—. Quería averiguar más sobre ti, hablar contigo, conocerte si era posible, así que decidí mostrarte mi famosa captura de ese zopenco, Hagrid, para ganarme tu confianza.
—Hagrid es mi amigo —dijo Harry, con voz temblorosa—. Y tú lo acusaste, ¿no? Creí que habías cometido un error, pero…
Ryddle volvió a reírse con su risa sonora.
—Era mi palabra contra la de Hagrid. Bueno, ya te puedes imaginar lo que pensaría el viejo Armando Dippet. Por una lado, Tom Ryddle, pobre pero muy inteligente, sin padres pero muy valeroso, prefecto del colegio, estudiante modelo; por el otro lado, el grandón e idiota de Hagrid, que tenía problemas cada dos por tres, que intentaba criar cachorros de hombre lobo debajo de la cama, que se escapaba al bosque prohibido para luchar contra los trols. Pero admito que incluso yo me sorprendí de lo bien que funcionó mi plan. Creía que alguien al fin comprendería que Hagrid no podía ser el heredero de Slytherin. Me había llevado cinco años averiguarlo todo sobre la Cámara de los Secretos y descubrir la entrada oculta… ¡como si Hagrid tuviera la inteligencia o el poder necesarios!
»Sólo el profesor de Transformaciones, Dumbledore, creía en la inocencia de Hagrid. Convenció a Dippet para que retuviera a Hagrid y le enseñara el oficio de guarda. Sí, creo que Dumbledore podría haberlo adivinado. A Dumbledore nunca le gusté tanto como a los otros profesores…
—Me imagino que Dumbledore descubrió tus intenciones —dijo Emma levantando la mirada del suelo.
—Bueno, es verdad que él me vigiló mucho más después de la expulsión de Hagrid, me fastidio bastante —dijo Ryddle sin darle importancia—. Me di cuenta de que no sería prudente volver a abrir la cámara mientras siguiera estudiando en el colegio. Pero no iba a desperdiciar todos los años que había pasado buscándola. Decidí dejar un diario, conservándome en sus páginas con mis dieciséis años de entonces, para que algún día, con un poco de suerte, sirviese de guía para que otro siguiera mis pasos y completara la noble tarea de Salazar Slytherin.
—Bueno, pues no la has completado —dijo Harry en tono triunfante—. Nadie ha muerto esta vez, ni siquiera el gato. Dentro de unas pocas horas la pócima de mandrágora estará lista y todos los petrificados volverán a la normalidad.
—¿No te he dicho todavía —dijo Ryddle con suavidad— que ya no me preocupa matar a los sangre sucia? Desde hace meses mi nuevo objetivo has sido… tú. —Harry y Emma lo miraron—. Imagina mi disgusto cuando alguien volvió a abrir mi diario, y ya no eras tú quien me escribía, sino Ginny. Ella te vio con el diario y se puso muy nerviosa. ¿Y si averiguabas cómo funcionaba, y el diario te contaba sus secretos? ¿Y si, lo que aún era peor, te decía quién había retorcido el pescuezo a los pollos? Así que esa mocosa esperó a que tu dormitorio quedará vacía y te lo robó. Pero yo ya sabía lo que tenía que hacer. Era evidente que tú ibas detrás del heredero de Slytherin. Por todo lo que Ginny me había dicho sobre ti, yo sabía que irías al fin del mundo para resolver el misterio… y más si atacaba a uno de tus mejores amigos… una lástima que no pude atacar a la señorita Williams. Y Ginny me había dicho que todo el colegio era un hervidero de rumores porque te habían oído hablar pársel…
»Así que hice que Ginny escribiera en la pared su propia despedida y bajara a esperarte. Luchó y gritó y se puso muy pesada. Pero ya casi no le quedaba vida: había puesto demasiado en el diario, en mí. Lo suficiente para que yo pudiera salir al fin de las páginas. He estado esperándote desde que llegamos. Sabía que vendrías. Tengo muchas preguntas que hacerte, Harry Potter.
—¿Como cuál? —soltó Harry.
—Bueno —dijo Ryddle, sonriendo—, ¿cómo es que un bebé sin un talento mágico extraordinario derrota al mago más grande de todos los tiempos? ¿Cómo escapaste sin más daño que una cicatriz, mientras que Lord Voldemort perdió sus poderes?
En aquel momento apareció un extraño brillo rojo en su mirada.
—¿Por qué te preocupa cómo me libre? —preguntó Harry despacio—. Voldemort fue posterior a ti.
—Voldemort —dijo Ryddle impertunable— es mi pasado, mi presente y mi futuro, Harry Potter…
Claro.
Ahora Emma comprendía todo perfectamente. Todo encajaba.
Ryddle sacó de su bolsillo la varita de Emma y escribió en el aire con ella tres resplandecientes palabras:
TOM MARVOLO RYDDLE
Luego volvió a agitar la varita, y las letras cambiaron de lugar:
I AM LORD VOLDEMORT
—¿Ven? —susurró Ryddle—. Es un nombre que yo ya usaba en Hogwarts, aunque sólo entre mis amigos más íntimos, claro. ¿Creen que iba a usar siempre mi sucio nombre muggle? ¿Yo, que soy descendiente del mismísimo Salazar Slytherin, por parte de madre? ¿Conservar yo el nombre de un vulgar muggle que me abandonó antes de que yo naciera, sólo porque se enteró de que su mujer era bruja? No, Harry. Me di un nuevo nombre, un nombre que sabía que un día temerían pronunciar todos los magos, ¡cuando yo llegara a ser el hechicero más grande de el mundo!
—No lo eres —dijeron Harry y Emma a la vez.
—¿No soy qué? —preguntó Ryddle bruscamente.
—No eres el hechicero más grande del mundo —dijeron ambos niños a la par.
—Lamento decepcionarte pero el mejor mago del mundo es Albus Dumbledore. Todos lo dicen —dijo Harry.
—Ni siquiera cuando tuviste el "poder" te atreviste a apoderarte de Hogwarts —continuó Emma—. Dumbledore te descubrió cuando eras un estudiante, y todavía le tienes miedo, te escondas donde te escondas.
De la cara de Ryddle había desaparecido la sonrisa, y había ocupado su lugar una mirada de desprecio absoluto.
—¡A Dumbledore lo han echado del castillo gracias a mi simple recuerdo! —dijo Ryddle, irritado.
—No está tan lejos como crees –/—replicó Harry. Emma lo miró con confusión, sin entender nada.
Ryddle abrió la boca, pero no dijo nada.
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