24 | Basilisk

.:. CHAPTER TWENTY-FOUR .:.
(BASILISCO)

Tres días antes del primer examen, durante el desayuno, la profesora McGonagall hizo otro anuncio a la clase.

—Tengo buenas noticias —dijo, y el Gran Comedor, en lugar de quedar en silencio, estalló en alborozo.

—¡Vuelve Dumbledore! —dijeron varios, entusiasmados.

—¡Han atrapado al heredero de Slytherin! —gritó una chica desde la mesa de Ravenclaw.

—¡Vuelven los partidos de quidditch! —rugió Wood emocionado.

Cuando se calmó el alboroto, dijo la profesora McGonagall:

—La profesora Sprout me ha informado de que las mandrágoras ya están listas para ser cortadas. Este noche podremos revivir a las personas petrificadas. Creo que no hace falta recordarles que alguno de ellos quizá pueda decirnos quién, o que, los atacó. Tengo la esperanza de que este horroroso curso acabe con la captura del culpable.

Hubo una explosión de alegría.

—¡Va a volver! —gritó Emma. Grito que fue opacado por aplausos y otros gritos—. ¡Hermione volverá!

Harry sonrió al verla tan alegre. No la había visto así en varios días.

—Siendo así, no tendremos que preguntarle a Myrtle! —dijo Ron—. ¡Hermione tendrá la respuesta cuando la despierten! Aunque se volverá loca cuando se entere de que sólo quedan tres días para el comienzo de los exámenes. No ha podido estudiar. Sería más amable por nuestra parte dejarla como está hasta que hubieran terminado.

En aquel mismo instante, Ginny Weasley se acercó y se sentó junto a Ron. Parecía tensa y nerviosa.

—¿Qué pasa? —le preguntó Ron, sirviéndose más gachas de avena.

Ginny no dijo nada, pero miró la mesa de Gryffindor de un lado a otro con una expresión asustada.

—Suéltalo ya —le dijo Ron, mirándola.

—Tengo algo que decirles —masculló Ginny, evitando mirar directamente a Harry.

—¿Qué es? —preguntó Harry.

Parecía como si Ginny no pudiera encontrar las palabras adecuadas.

—¿Qué? —apremió Ron.

Ginny abrió la boca, pero no salió de ella ningún sonido. Harry se inclinó hacia delante y habló en voz baja, para que sólo le pudieran oir Ron, Emma y Ginny.

—¿Tiene que ver con la Cámara de los Secretos? ¿Has visto algo o a alguien haciendo cosas sospechosas?

Ginny tomó aire, y en aquel preciso momento apareció Percy Weasley, pálido y fatigado.

—Si has acabado de comer, me sentaré en tu sitio, Ginny. Estoy muerto de hambre. Acabo de terminar la ronda.

Ginny saltó de la silla como si le hubiera dado la corriente, echó a Percy una mirada breve y aterrorizada, y salió corriendo. Percy se sentó y tomó una jarra del centro de la mesa.

—¡Percy! —dijo Ron enfadado—. ¡Estaba a punto de contarnos algo importante!

Percy se atragantó en medio de un sorbo de té.

—¿Qué era eso tan importante? —preguntó, tosiendo.

—Yo le acaba de preguntar si había visto algo raro, y ella se disponía a decir…

—¡Ah, eso! No tiene nada que ver con la Cámara de los Secretos —dijo Percy.

—¿Cómo lo sabes? —preguntó Ron, arqueando las cejas.

—Bueno, si es imprescindible que te lo diga… Ginny, esto…, me encontró el otro día cuando yo estaba… Bueno, no importa, el caso es que… ella me vió hacer algo y yo, hum, le pedí que no se lo dijera a nadie. Yo creía que mantendría su palabra. No es nada, de verdad, pero preferiría…

—¿Qué hacías, Percy? —preguntó Ron, sonriendo—. Vamos, dínoslo, no nos reiremos.

Percy no le devolvió la sonrisa.

—Pásame esos bollos, Harry me muero de hambre.











( . . . )











A MEDIA MAÑANA, LOCKHART LOS CONDUCÍA AL aula de Historia de la Magia. No llevaba el pelo tan acicalado como de costumbre, y parecía como si hubiera estado levantado casi toda la noche, haciendo guardia en el cuarto piso.

—Recuerden mis palabras —dijo, doblando con ellos en una esquina—: lo primero que dirán las bocas de esos pobres petrificados será: «Fue Hagrid». Francamente, me asombra que la profesora McGonagall juzgue necesarias todas estas medidas de seguridad.

—Estoy de acuerdo, señor —dijo Harry, y a Ron se le cayeron los libros de la sorpresa.

—¡Auch! Ron, ¡mi pie! —mumuró Emma, agachándose para ayudar a Ron a recoger los libros.

—Gracias, Harry —dijo Lockhart cortésmente, mientras esperaban que acabara de pasar una larga hilera de alumnos de Hufflepuff—. Nosotros los profesores tenemos cosas mucho más importantes que hacer que acompañar a los alumnos por los pasillos y quedarnos de guardia toda la noche.

—Es verdad —dijo Ron, comprensivo—. ¿Por qué no nos deja aquí, señor? Sólo nos queda este pasillo.

—¿Sabes, Weasley? Creo que tienes razón —respondió Lockhart—. La verdad es que debería ir a preparar mi próxima clase.

Y salió apresuradamente.

—A preparar su próxima clase —dijo Ron con sorna—. A ondularse el cabello, más bien.

Dejaron que el resto de la clase pasara delante y luego enfilaron por un pasillo lateral y corrieron hacia los aseos de Myrtle la llorona. Pero cuando ya se felicitaban por su brillante idea…

—¡Potter! ¡Weasley! ¡Williams! ¿Qué están haciendo? —Era la profesora McGonagall, y tenía los labios más apretados que nunca.

—Estábamos… estábamos… —balbució Ron—. Íbamos a ver…

—A Hermione —dijo Emma. Tanto Ron como la profesora McGonagall la miraron.

—Hace mucho que no la vemos, profesora —continuó Harry, hablando deprisa y pisando a Ron en el pie—, y pretendíamos entrar en la enfermería, ya sabe, y decirle que las mandrágoras ya están casi listas y, bueno, que no se preocupara.

—La extraño mucho —comentó Emma, y era verdad.

—Naturalmente —dijo la profesora McGonagall, y Emma vió, sorprendida, que brillaba una lágrima en uno de sus ojos—. Naturalmente, comprendo que todo esto ha sido más duro para los amigos de los que están… Lo comprendo perfectamente. Si, Potter, claro que pueden ver a la señorita Granger. Informaré al profesor Binns de dónde han ido. Díganle a la señora Pomfrey que les he dado permiso.

Los tres se alejaron del pasillo.

—Ésa —dijo Ron emocionado— ha sido la mejor historia que han inventado nunca.

No tenían otra opción que ir a la enfermería y decir a la señora Pomfrey que la profesora McGonagall les había dado permiso para visitar a Hermione.

La señora Pomfrey los dejó entrar, pero a regañadientes.

—No sirve de nada hablar a alguien petrificado —les dijo, y ellos, al sentarse al lado de Hermione, tuvieron que admitir que tenía razón. Era evidente que Hermione no tenía la más remota idea de que tenía visitas, y que lo mismo le daría que lo de que no se preocuparan y se lo dijeran a la mesilla de noche.

Pero a Emma eso era algo que no le importaba mucho. Si, tal vez Hermione no podía responderle, ni escucharle, pero ella estaría allí para su amiga. Emma tomó un cepillo de cabello que había llevado y le comenzó a desenredárle el pelo a Hermione.

—¿Vería al atacante? —preguntó Ron, mirando con tristeza el rostro rígido de Hermione—. Porque si apareció sigilosamente, quizá no viera a nadie…

Pero Harry no miraba el rostro de Hermione, porque se había fijado en que su mano derecha, apretada encima de las mantas, aferraba en el puño un trozo de papel estrujado.

Asegurándose de que la señora Pomfrey no estaba cerca, se lo señaló a Ron y Emma.

—Intenta sacárselo —susurró Ron, corriendo su silla para ocultar a Harry de la vista de la señora Pomfrey.

No fue una tarea fácil. La mano de Hermione apretaba con tal fuerza el papel que creían que al tirar se rompería. Mientras Ron cubría a Harry, él tiraba y forcejeaba, y, al fin, después de varios minutos de tensión, el papel salió.

Era una página arrancada de un libro muy viejo. Harry la alisó con emoción y Ron y Emma se inclinaron para leerla también.

De las muchas bestias pavorosas y monstruos terribles que vagan por nuestra tierra, no hay ninguna más sorprendente ni más letal que el basilisco, conocido como el rey de las serpientes. Esta serpiente, que puede alcanzar un tamaño gigantesco y cuya vida dura varios siglos, nace de un huevo de gallina empollado por un sapo. Sus métodos de matar son de lo más extraordinarios, pues además de sus colmillos mortalmente venenosos, el basilisco mata con la mirada y todos cuantos fijaren su vista en el brillo de sus ojos han de sufrir instantánea muerte. Las arañas huyen del basilisco, pues es éste su mortal enemigo, y el basilisco huye sólo del canto del gallo, que para él es mortal.

Y debajo de esto, había una escrita una sola palabra, con una letra que Emma reconoció como la de Hermione: «Cañerías.»

—Chicos —musitó Harry—. ¡Esto es! Aquí esta la respuesta. El monstruo de la cámara es un basilisco, ¡una serpiente gigante! Por eso he oído a veces esa voz por todo el colegio, y nadie más lo ha oído: porque yo comprendo la lengua pársel…

Harry miró las camas que había alrededor.

—El basilisco mata a la gente con la mirada. Pero no ha muerto nadie. Porque ninguno de ellos lo miró directamente a los ojos. Colin lo vio a través de su cámara de fotos. Justin… ¡Justin debe de haber visto al basílico a través de Nick Casi Decapitado! Nick lo vería perfectamente, pero no podía morir otra vez… Y a Hermione y la prefecta de Ravenclaw las hallaron con aquel espejo al lado. Hermione acababa de enterarse de que el monstruo era un basilisco. ¡Me apostaría algo a que ella le advirtió a la primera persona a la que encontró que mirara por un espejo antes de doblar las esquinas! Y entonces sacó el espejo y…

Ron se había quedado con la boca abierta.

—¿Y la Señora Norris? —susurró con interés.

—El agua… —dijo Emma, haciendo memoria—, la inundación que venía de los aseos de Myrtle. Seguro que la Señora Norris sólo vio el reflejo…

¡El canto del gallo para él es mortal! leyó Harry en voz alta—. ¡Mató a los gallos de Hagrid! El heredero de Slytherin no quería que hubiera ninguno cuando se abriera la Cámara de los Secretos. ¡Las arañas huyen de él! ¡Todo encaja!

—Pero ¿cómo se mueve el basilisco por el castillo? —preguntó Ron—. Una serpiente asquerosa… alguien tendría que verla…

Emma le señaló la palabra que Hermione había garabateado al pie de la página.

—Cañerías —leyó la castaña—. Ha estado usando las cañerías, Ron. Y Harry ha estado oyendo esa voz…

De pronto, Ron tomó a Harry del brazo.

—¡La entrada de la Cámara de los Secretos! —dijo con la voz quebrada—. ¿Y si es uno de los baños? ¿Y si estuviera en…?

—… los baños de Myrtle —terminaron Harry y Emma a la par.

Durante un rato se quedaron inmóviles, embargados por la emoción, sin poder creérselo apenas.

—Esto quiere decir —añadió Harry— que no debo ser el único que habla pársel en el colegio. El heredero de Slytherin también lo hace. De esa forma domina al basilisco.

—¿Qué hacemos? ¿Vamos directamente a hablar con la profesora McGonagall? —preguntó Emma.

—Vamos a la sala de profesores —dijo Harry, levantándose de un salto—. Irá allí dentro de diez minutos, ya casi es el recreo.

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