23 | Aragog
.:. CHAPTER TWENTY-THREE .:.
(ARAGOG)
El verano estaba apunto de llegar a los campos que rodeaban el castillo. El cielo y el lago se volvieron del mismo azul claro y en los invernaderos brotaron flores como repollos. Y las cosas en el castillo iban de mal en peor.
Harry, Ron y Emma habían intentado visitar a Hermione, pero incluso las visitas a la enfermería estaban prohibidas.
—No podemos correr más riesgos —les dijo severamente la señora Pomfrey a través de la puerta entreabierta—. No, lo siento, hay demasiado peligro de que pueda volver el agresor para acabar con esta gente.
Ahora que Dumbledore no estaba, el miedo se había extendido más aún, y el sol que calentaba los muros del castillo parecía detenerse en las ventanas con parteluz. Apenas se veía en el colegio un rostro que no expresaba tensión y preocupación, y si sonaba alguna risa en los corredores, parecía estridente y antinatural, y enseguida era reprimida.
La indicación de Hagrid sobre las arañas era fácil de comprender, el problema era que en el castillo no había ni una sola. Harry y Emma las buscaban a dondequiera que iban, y Ron los ayudaba a regañadientes. Además se añadía la dificultad de que no les dejaban ir solos a ningún lado, sino que tenían que desplazarse siempre en un grupo con los alumnos de Gryffindor. La mayoría de los estudiantes parecían agradecer que los profesores los acompañaran siempre de clase en clase, pero a Emma, que aunque tuviera demasiado miedo, le estaba empezando a fastidiar.
Había una persona, sin embargo, que parecía disfrutar plenamente aquella atmósfera de terror y recelo. Draco Malfoy se pavoneaba por el colegio como si acabaran de darle el Premio Anual.
No comprendían por qué Malfoy se sentía tan a gusto hasta que, unos quince días después de que se hubieran ido Dumbledore y Hagrid, estando sentados detrás de él en clase de Pociones, lo oyeron regodearse de la situación ante Crabbe y Goyle.
—Siempre pensé que mi padre sería el que echara a Dumbledore —dijo, sin preocuparse de hablar en voz baja—. Ya les dije que él opina que Dumbledore ha sido el peor director que ha tenido nunca el colegio. Quizá ahora tengamos un director decente, alguien que no quiera que se cierre la Cámara de los Secretos. McGonagall no durará mucho, sólo está de forma provisional…
Snape pasó al lado de Emma sin hacer ningún comentario sobre el asiento y el caldero solitarios de Hermione.
—Señor —dijo Malfoy en voz alta—, señor, ¿por qué no solicita usted el puesto de director?
—Venga, venga, Malfoy —dijo Snape, aunque no pudo evitar sonreír con sus finos labios–. El profesor Dumbledore sólo ha sido suspendido de sus funciones por el consejo escolar. Me atrevería a decir que volverá a estar con nosotros muy pronto.
—Ya —dijo Malfoy, con una sonrisa de complicidad—. Espero que mi padre le vote a usted, señor, si solicita el puesto. Le diré que usted es el mejor profesor del colegio, señor.
Snape paseaba sonriente por la mazmorra, afortunadamente sin ver a Seamus Finnigan, que hacía como que vomitaba sobre su caldero.
—Me sorprende que los sangre sucia no hayan hecho ya todos el equipaje —prosiguió Malfoy—. Apuesto cinco galeones a que el próximo muere. Qué pena que no sea Granger… Pero todavía queda Williams.
La campana sonó en aquel momento, y fue una suerte, porque al oír las últimas palabras, Harry y Ron habían saltado del asiento para abalanzarse sobre Malfoy, aunque con el barbullo de recoger libros y mochilas, su intento pasó inadvertido.
—Déjenme —protestó Ron cuando lo sujetaron entre Seamus y Dean—. No me preocupa, no necesito mi varita mágica, lo voy a matar con las manos…
Mientras tanto Emma había tomado a Harry de la mano.
—No les tomes importancia a Malfoy —dijo—. Solo ignóralo como yo, ¿bien?
Harry asintió sin soltar la mano de su mejor amiga. Los últimos días la había visto tan triste, tan desanimada, y sabía que de entre los tres, la petrificación de Hermione le había afectado más a ella.
—Dense prisa, he de llevarlos a Herbología —les gritó Snape, y salieron en doble hilera, con Harry, Ron, Emma, Dean y Seamus en cola, el segundo intentando todavía librarse. Sólo lo soltaron cuando Snape que quedó en la puerta del castillo y ellos continuaron por la huerta hacia los invernaderos.
La clase de Herbología resultó triste, porque había dos alumnos menos: Justin y Hermione.
La profesora Sprout los puso a todos a podar las higueras de Abisinia, que daban higos secos. Ernie Macmillan y su amiga Hannah se pusieron a trabajar en la misma higuera que Harry, Ron y Emma.
—Ese tal Draco Malfoy —dijo Ernie, mientras cortaba las ramas secas— parece que se ha puesto muy contento con todo esto, ¿verdad? ¿Saben?, creo que él podría ser el heredero de Slytherin.
—Esto demuestra que eres inteligente, Ernie —dijo Ron, que no parecía haber perdonado a Ernie tan fácilmente como Harry.
Emma ni siquiera se limitó a responder. Ella no era alguien rencorosa, pero había dicho cosas horribles sobre Harry ¿y de la nada le hablaba amablemente de nuevo?
—¿Crees que es Malfoy, Harry? —preguntó Ernie.
—No —respondió Harry con tal firmeza que Ernie y Hannah se lo quedaron mirando.
Un instante después, Harry vió algo y lo señaló dándole a Ron en la mano, y por accidente también a Emma, con sus tijeras de podar.
—¡Ah! ¿Qué estás…?
—¡Auch! ¿Harry, por…?
Harry señaló al suelo, a un metro de distancia. Varias arañas grandes correteaban por la tierra.
—¡Anda! —dijo Ron, intentando, sin éxito, hacer como que se alegraba—. Pero no podemos seguirlas ahora…
Ernie y Hannah escuchaban llenos de curiosidad.
—Parece que van al bosque prohibido… —susurró Emma.
Y a Ron aquello aún le hizo menos gracia.
Al acabar la clase, el profesor Snape acompañó a los alumnos al aula de Defensa Contra las Artes Oscuras. Harry, Ron y Emma se rezagaron un poco para hablar sin que los oyeran.
—Tenemos que recurrir otra vez a la capa para hacernos invisibles —dijo Harry a Ron y a Emma—. Podemos llevar con nosotros a Fang. Hagrid lo lleva con él al bosque, así que podría sernos de ayuda.
—De acuerdo —aceptó Ron, que movía su varita mágica nerviosamente entre los dedos—. Pero… ¿no hay…, no hay hombres lobo en el bosque? —añadió, mientras ocupaban sus puestos habituales al final del aula de Lockhart.
Prefiriendo no alarmar más a Ron, Emma le dijo:
—Tal vez, Ron, pero en el bosque también hay criaturas bellísimas. Además, los centauros son buenos.
Ron no había estado nunca en el bosque prohibido. Emma, que había entrado en él una sola vez, deseaba no hacerlo nunca más.
Lockhart entró en el aula dando un salto, y la clase se lo quedó mirando. Todos los demás profesores parecían más serios de lo habitual, pero Lockhart estaba tan alegre como siempre.
—¡Venga ya! —exclamó, sonriéndoles a todos—, ¿por qué ponen esas caras tan largas?
Los alumnos intercambiaron miradas de exasperación, pero no contestó nadie.
—¿Es que no comprenden —les decía Lockhart, hablándoles muy despacio, como si fueran tontos— que el peligro ya ha pasado? Se han llevado al culpable.
—¿A quién dice? —preguntó Dean Thomas en voz alta.
—Mi querido muchacho, el ministro de Magia no se habría llevado a Hagrid si no hubiera estado completamente seguro de que era el culpable —dijo Lockhart, en el tono que emplearía cualquiera para explicar que uno y uno son dos.
—Ya lo creo que se lo llevaría —dijo Ron, alzando la voz más que Dean.
—Me atrevería a suponer que sé más sobre el arresto de Hagrid que usted, señor Weasley —dijo Lockhart, empleando un tono de satisfacción.
Ron comenzó a decir que él no era de la misma opinión, pero se detuvo en mitad de la frase cuando Harry le dió una patada por debajo del pupitre.
—Nosotros no estábamos allí, ¿recuerdas? —le susurró Harry.
Harry les pasó una nota a Ron y Emma que decía: «Lo haremos esta noche».
Emma asintió de acuerdo.
( . . . )
AQUELLOS DÍAS, LA SALA COMÚN DE GRYFFINDOR estaba siempre abarrotada, porque a partir de la seis, los de Gryffindor no tenían otro lugar a donde ir. También tenían mucho de que hablar, así que la sala no se vaciaba hasta pasada la medianoche.
Emma estaba leyendo un libro, aunque ni siquiera pensaba muy bien lo que leía, la petrificación de Hermione le había afectado demasiado. Le hacía muchísima falta.
La ausencia de Hermione era muy notoria para ella, le hacía falta alguien que la despertará a gritos como hacía ella, le hacía falta su compañera de lectura, le hacía falta quien la ayudará con sus problemas. Le hacía falta su mejor amiga.
( . . . )
EMMA SE DESPERTÓ AL DÍA SIGUIENTE, CLARAMENTE se había quedado dormida en la sala común, y si debía ser sincera, por primera vez en varios días había descansado verdaderamente. Se removió un poco en su lugar y sintió a alguien a su lado. Era Harry.
—Buenos días —saludó Harry.
—Buenos días, James.
—¡Emma! —gritó Ron cuando salió del baño ya vestido, haciéndola sobresaltar.
—¿Qué?
—¡Arañas! ¡Arañas gigantes! ¡Si tan solo hubieras venido con nosotros…!
—¡Lo olvidé! —dijo Emma, golpeándose la frente con la palma de la mano—. ¿Qué sucedió?
Harry y Ron le contaron su aterradora aventura con las arañas. Le dijeron que Hagrid no abrió nunca la Cámara de los Secretos y era inocente, que habría criado a Aragog en un armario. Que las arañas no quisieron decirles sobre la criatura que merodeaba porque no querían mencionar su nombre. Y por último, que sospechaban que la chica que había muerto hace cincuenta años y había sido hallada en los baños era Myrtle.
La aventura de seguir a las arañas había sido muy dura. Pero ahora, burlar a los profesores para poder meterse en los baños de las chicas, pero no una cualquier, sino el que estaba junto al lugar en que había ocurrido el primer ataque, les parecía prácticamente imposible.
En la primera clase que tuvieron, Transformaciones, sin embargo, sucedió algo que por primera vez en varias semanas les hizo olvidar la Cámara de los secretos. A los diez minutos de empezada la clase, la profesora McGonagall les dijo que los exámenes comenzarían el 1 de junio, y sólo faltaba una semana.
—¿Exámenes? —aulló Seamus Finnigan—. ¿Vamos a tener exámenes a pesar de todo?
Sonó un fuerte golpe detrás de Emma. A Neville Longbotton se le había caído la varita mágica, haciendo desaparecer una de las patas del pupitre. La profesora McGonagall volvió a hacerla aparecer con un movimiento de su varita y se volvió hacia Seamus con el entrecejo fruncido.
—El único propósito de mantener el colegio en funcionamiento en estas circunstancias es el de darles una educación —dijo con severidad—. Los exámenes, por lo tanto, tendrán lugar como de costumbre, y confío en que están todos estudiando duró.
Se oyeron murmullos de disconformidad en toda el aula, lo que provocó que la profesora McGonagall frunciera el entrecejo aún más.
—Las instrucciones del profesor Dumbledore fueron que el colegio prosiguiera su marcha con toda normalidad posible —dijo ella—. Y eso, no necesito explicarlo, incluye comprobar cuánto han aprendido este curso.
Emma había estado estudiando lo mejor que podía, pero en aquellas condiciones, no se le hacía nada fácil. Sin Hermione no era lo mismo.
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