22 | Petrified Hermione

.:. CHAPTER TWENTY-TWO .:.
(HERMIONE PETRIFICADA)

Harry, Ron, Emma y Hermione siempre habían sabido que Hagrid sentía una desgraciada afición por las criaturas grandes y monstruosas. Durante el curso anterior en Hogwarts había intentado criar un dragón en su pequeña cabaña de madera, y pasaría mucho tiempo antes de que pudieran olvidar al perro gigante de tres cabezas al que había puesto por nombre Fluffy.

Harry casi habría preferido no haber averiguado el funcionamiento del diario de Ryddle. Ron y Hermione le pedían constantemente que les contase una y otra vez todo lo que había visto, hasta que se cansaba de tanto hablar y de las largas conversaciones que seguían a su relato y que no conducían a ninguna parte.

—A lo mejor Ryddle se equivocó de culpable —decía Hermione—. A lo mejor el que atacaba a la gente era otro monstruo…

—¿Cuántos monstruos crees que puede albergar este castillo? —le preguntó Ron, aburrido.

—Ya sabíamos que a Hagrid lo habían expulsado —dijo Harry, apenado—. Y supongo que entonces los ataques cesaron. Si no hubiera sido así, a Ryddle no le habrían dado ningún premio.

Ron intentó verlo de otro modo.

—Ryddle me recuerda a Percy. Pero ¿por qué tuvo que delatar a Hagrid?

—El monstruo había matado a una persona, Ron —contestó Hermione.

—Y Ryddle habría tenido que volver al orfanato muggle si hubieran cerrado Hogwarts —dijo Harry—. No lo culpo por querer quedarse aquí.

Ron se mordió un labio y luego vaciló al decir:

—Ustedes se encontraron a Hagrid en el callejón Knockturn, ¿verdad?

—Dijo que había ido a comprar un repelente contra las babosas carnívoras —dijo Harry con presteza.

Se quedaron en silencio por un momento.

—No creo que haya sido Hagrid —habló Emma por primera vez desde que se juntaron. Ella no creía que hubiera sido Hagrid, él era una de las personas más amables que Emma había conocido, y no lo creía capaz de eso—. Él no sería capaz de eso.

—Pero, Emma, tu viste a Hagrid…

—Se lo que ví —cortó a Ron—. Yo le creo a Hagrid. Además, Ronald, yo soy de familia muggle, Hermione es de familia muggle, si el hubiera sido capaz de matar a alguien de familia muggle, ¿no crees que yo ya estaría muerta?









( . . . )










DURANTE LAS VACACIONES DE SEMANA SANTA, los de segundo tuvieron algo nuevo en que pensar. Había llegado el momento de elegir optativas para el curso siguiente, desición que al menos Emma y Hermione se tomaron muy en serio.

—Podría afectar a todo nuestro futuro —les dijo Hermione a Harry y Ron, mientras repasaban minuciosamente la lista de las nuevas materias, señalándolas.

—Lo único que quiero es no tener Pociones —dijo Harry.

—Imposible —dijo Ron con tristeza—. Seguiremos con todas las materias que tenemos ahora. Si no, yo me libraría de Defensa Contra las Artes Oscuras.

—¡Pero si ésa es muy importante! —dijo Hermione, sorprendida.

—No tal como la imparte Lockhart —repuso Ron—. Lo único que me ha enseñado es que no hay que dejar sueltos a los duendecillos.

Neville Longbotton había recibido carta de todos los magos y brujas de su familia, y cada uno le aconsejaba materias distintas. Confundido y preocupado, se sentó a leer la lista de las materias y les preguntaba a todos si pensaban que Aritmancia era más difícil que Adivinación Antigua. Dean Thomas, que, como Harry y Emma, se había criado con muggles, terminó cerrando los ojos y apuntando a la lista con la varita mágica, y escogió las materias que había tocado al azar.

Hermione no siguió el consejo de nadie y escogió todas y Harry eligió las mismas optativas que Ron. Pero Emma estaba pensando muy bien que era lo que elegiría.

—¿Cuáles tomarás, Emma? —le preguntó Hermione.

—No lo sé… —respondió Emma, pensativa—. Todas suenan interesante.

—¡Toma todas, como yo!

—Creo que no —dijo Emma—, perdón, Mione. Tomaré… Runas Antiguas, Cuidado de Criaturas Mágicas y… Adivinación.

—Estarás conmigo —dijo Harry muy contento, luego se sonrojo—. D-digo, con n-nosotros, ya sabes…

—Por supuesto, estaré contigo, James —le dijo Emma con una débil sonrisa.

Ron y Hermione los miraban desde sus lugares. Cada uno sabía de los verdaderos sentimientos de sus amigos, pero ellos no dirían nada si Harry y Emma no estaban dispuestos a aceptarlo uno al otro.










( . . . )











EMMA SE ENCONTRABA EN LA SALA COMÚN leyendo junto a Hermione mientras esperaban que Harry llegara de su entrenamiento de quidditch.

—¡Es Alex! —gritó Emma, haciendo sobresaltar a Ron y Hermione.

—¿Quién es Alex? —preguntó Ron con confusión.

—Se trata sobre lo que leemos, Ron —respondió Hermione con cierto entusiasmo, luego su mirada se volvió a Emma—. ¿Como no lo noté?

—Con el paso de la lectura, todo conecta —dijo Emma entusiasmada por haber encontrado al fin al culpable—. ¡Y yo confiaba en él! Traicionero.

—No entiendo —dijo Ron acercándose a las chicas—, pero me intrigaron. Cuéntenme.

—Había una vez cinco amigos —resumió Emma—, eran inseparables. Se conocieron desde pequeños y prácticamente crecieron juntos… Dos mujeres y tres hombres eran los integrantes de aquel grupo. Con el paso de los años cuatro integrantes se enamoraron y al terminar el colegio se casaron, por separado, claro —añadió al ver la cara de confusión de Ron—. Scarlet y Christian (que son los "principales") tuvieron una hija…

—No quiero oír cosas cursis —se quejó Ron.

—¡Chssst! —lo calló Hermione—. ¡Escucha!

-Mientras que Izobel y Jonathan tuvieron un hijo —continuó Emma—. Pero Alex, que quedó solo, y llenó de rencor e ira mando a matar a los demás. Los dos bebes vivieron, y se criaron con personas extrañas para ellos, que se hacían llamar sus "padres". Con el paso de los años la culpa no dejaba en paz a Alex y decidió acercarse a los hijos de los que alguna vez fueron sus mejores amigos.

El suspenso había dejado muy intrigado a Ron.

—¿Y qué más? —preguntó.

—Nada más —le respondió Hermione.

—¿Como así?

—Todavía no llegamos a eso, Ron —explicó Emma, riendo.

—Me avisan cuando vayan a leer, ahora yo quiero saber.

—¿En serio? —preguntó Hermione, atónita.

—En serio, Hermione.

—Te avisaremos, Ron —dijo Emma y en ese preciso momento Harry entró a la sala común.

—Y aquí es cuando yo me alejo y los dejó ser cursis… —mumuró Ron para sí mismo.

—¿Que leían? —preguntó Harry sentándose al lado de Emma.

—La vida de Alex —dijo Ron, así ganándose que Hermione le diera un golpe en el hombro.

—¿Alex?

—Que Ron te cuente o me quedaré sin voz —bromeó Emma.

Harry asintió algo confundido. Se sentía muy cansado por el duro entrenamiento de quidditch, y sin proponérselo, apoyo su cabeza en el hombro de Emma.

—¿Cansado? —preguntó la castaña.

Bastante.

Y de repente ambos sintieron un flash en sus ojos y buscaron de donde había provenído.

—¡Son hermosos! —chilló Hermione. Tenía la cámara de fotos de Emma en sus manos.

Emma estaba apunto de reprochar cuando Neville Longbotton llegó corriendo.

—Harry, no sé quién lo hizo. Yo me lo encontré…

Harry tomó a Emma de la mano y ambos siguieron a Neville a la habitación de los chicos.

—¿Crees que ellos terminen casados? —le preguntó Ron a Hermione cuando Harry y Emma se fueron.

—Sí, lo creo.

Neville abrió la puerta del dormitorio y entonces Emma entendió porque se veía tan alterado. El contenido del baúl de Harry estaba esparcido por todas partes. Su capa estaba en el suelo, rasgada. Le habían levantado las sábanas y las mantas de la cama, y habían sacado el cajón de la mesita y el contenido estaba desparramado sobre el colchón.

Emma recordó que la noche anterior había dejado el collar de su abuelo en la mesita de noche de Harry. Rezando para que siguiera ahí, se acercó a paso rápido para buscar entre todo ese revuelo.

Entró en desespero cuando después de buscar una y otra vez incluso con la ayuda de Harry y Neville, el collar no apareció por ninguna parte.

—¿Dónde está? —preguntó Emma en voz baja, ordenando a sus ojos que no permitiera salir las lágrimas que estaba reteniendo.

—Lo buscaré yo, mejor ayuda a Harry —le dijo Neville, abrazando a su amiga.

Emma sonrió, y en el momento en el que Emma y Harry hacían la cama, entraron Ron, Dean y Seamus. Dean gritó:

—¿Qué ha sucedido, Harry?

—No tengo ni idea —contestó. Ron examinaba la túnica de Harry. Habían dado la vuelta a todos los bolsillos.

—Alguien ha estado buscando algo —dijo Ron—. ¿Qué te falta?

—Un collar de Emma, y el diario de Ryddle —dijo Harry en voz baja.

—¿Qué?

—No puede ser…

Harry señaló con la cabeza hacia la puerta del dormitorio, y Ron y Emma los siguieron. Bajaron corriendo hasta la sala común de Gryffindor, que estaba medio vacia, y encontraron a Hermione leyendo un libro titulado La adivinación antigua al alcance de todos.

A Hermione la noticia la dejó aterrorizada.

—Pero… sólo puede haber sido alguien de Gryffindor. Nadie más conoce la contraseña.

—En efecto —confirmó Harry.






( . . . )






DESPERTARON AL DÍA SIGUIENTE CON UN SOL intenso y una brisa ligera y refrescante.

—¡Perfectas condiciones para jugar al quidditch! —dijo Wood emocionado a los de la mesa de Gryffindor, llevando los platos con los huevos revueltos—. ¡Harry, levanta el ánimo, necesitas un buen desayuno!

—Anda, come —le dijo Emma pasándole una tostada—. A menos de que quieras atragantárte de nuevo. La depresiva soy yo, ¿recuerdas?

Harry sonrió de lado y aceptó la comida que Emma le ofrecía

Cuando el desayuno terminó, Ron, Emma y Hermione acompañaron a Harry hasta los vestidores del equipo de Gryffindor.

De repente Harry dió un grito, y Ron, Emma y Hermione se separaron de él asustados.

—¡La voz! —dijo Harry, mirando a un lado—. Acabo de oírla de nuevo, ¿ustedes no?

Ron y Emma negaron con la cabeza. Hermione, sin embargo, se llevó una mano a la frente.

—¡Harry, creo que acabo de comprender algo! ¡Tengo que ir a la biblioteca!

—¿No quieres que te acompañe? —preguntó Emma.

—No, tú ve a mirar el partido y luego me cuentas. —Y se fue corriendo por las escaleras.

—¿Qué habrá comprendido? —preguntó Harry distraídamente, mirando alrededor.

—Muchas más cosas que yo —respondió Ron, negando con la cabeza.

—Pero ¿por qué habrá tenido que irse a la biblioteca?

—Porque eso es lo que Hermione hace siempre —contestó Ron, encogiéndose de hombros—. Cuando le entra alguna duda, ¡a la biblioteca!

Emma no tenía un buen presentimiento, pero decidió ignorarlo y no preocuparse demasiado.

Unos minutos después ya estaban en los vestidores, y Ron, después de desearle buena suerte a Harry, fue a las gradas para guardarle lugar a Emma y Hermione.

—Buena suerte, Harry —le dijo Emma después de darle un beso en la mejilla y abrazarlo—. Procura no romperte el brazo esta vez.

—Eso habría que decírselo a Dobby —bromeó Harry—. Gracias, Dai.

Emma le dió un rápido abrazo y subió a las gradas donde se encontró con Ron, pero Hermione seguía sin llegar.

Los equipos saltaron al campo de juego en medio del clamor del público. Los Hufflepuff, que jugaban de color amarillo canario, se habían reunido para repasar la táctica en el último momento.

Harry acababa de montarse en la escoba cuando la profesora McGonagall llegó corriendo al campo, llevando consigo un megáfono de color púrpura.

—El partido acaba de ser suspendido —gritó por el megáfono la profesora, dirigiéndose al estadio abarrotado. Hubo gritos y silbidos. Oliver Wood, con aspecto desolado, aterrizó y fue corriendo a donde estaba la profesora McGonagall sin desmontar la escoba.

—Creo que deberíamos bajar —le dijo Emma a Ron. Ron asintió y ambos bajaron hasta el campo.

—Todos los estudiantes tienen que volver a sus respectivas salas comunes, donde les informarán los jefes de sus casas —dijo la profesora McGonagall por el megáfono—. ¡Vayan lo más deprisa que puedan, por favor!

Ron y Emma llegaron a la profesora McGonagall, que estaba hablando con Harry.

—Sí, quizá sea mejor que también vengan, Williams, Weasley. —Algunos de los estudiantes que había a su alrededor rezongaban por la suspensión del partido y otros parecían preocupados. Harry, Ron y Emma siguieron a la profesora McGonagall y, al llegar al castillo, subieron con ella la escalera de mármol. Pero esta vez no se dirigían a ningún despacho. Emma rezaba para que no fuera lo que creía.

—Esto les resultará un poco sorprendente —dijo la profesora McGonagall con voz amable cuando se acercaban a la enfermería. Emma no quería dar ni un paso más, aterrorizada por lo que les querían mostrar—. Ha habido otro ataque… Un ataque doble.

A Emma se le cristalizaron los ojos. La profesora McGonagall abrió la puerta y entraron a la enfermería.

La señora Pomfrey atendía a una muchacha de quinto curso con el pelo largo y rizado. Era la chica de Ravenclaw con la que se encontraron aquella vez. Y en la cama de alado estaba…

—¡Hermione! —gritó Ron.

Emma, sin pronunciar palabra, se acercó a donde estaba su amiga. Hermione yacía completamente inmóvil, con los ojos abiertos y vidriosos.

—Mione… —susurró Emma, sintiendo lágrimas caer por sus mejillas—. No, no…

—Las encontraron junto a la biblioteca —dijo la profesora McGonagall—. Supongo que no pueden explicarlo. Esto estaba en el suelo, junto a ellas…

Harry y Ron negaron con la cabeza, mirando a sus amigas.

—Los acompañaré a la sala común de Gryffindor —dijo con severidad la profesora McGonagall—. De cualquier manera, tengo que hablar con los estudiantes.

—Vámonos Dai… —le susurró Harry, tomándola de la mano y obligándola a salir de la enfermería.








( . . . )










TODOS LOS ALUMNOS ESTARÁN DE VUELTA EN sus respectivas salas comunes a las seis en punto de la tarde. Ningún alumno podrá dejar los dormitorios después de esa hora. Un profesor los acompañará siempre a las aulas. Ningún alumno podrá entrar en los servicios sin ser acompañado por un profesor. Se posponen todos los partidos y entrenamientos de quidditch. No habrá mas actividades extraescolares.

Los alumnos de Gryffindor, que abarrotaban la sala común, escuchaban en silencio a la profesora McGonagall, quien al final enrolló el pergamino que había estado leyendo y dijo con la voz entrecortada por la impresión:

—No necesito añadir que rara vez me he sentido consternada. Es probable que se cierre el colegio si no se captura al agresor. Si alguno de ustedes sabe de alguien que pueda tener una pista, le ruego que lo diga.

La profesora salió por el agujero del retrato con cierta torpeza, e inmediatamente los alumnos de Gryffindor rompieron el silencio.

—Han caído dos de Gryffindor, sin contar al fantasma, que también es de Gryffindor, uno de Ravenclaw y otro de Hufflepuff —dijo Lee Jordan, el amigo de los gemelos Weasley, contando con los dedos—. ¿No se ha dado cuenta ningún profesor de que los de Slytherin parecen estar a salvo? ¿No es evidente que todo esto proviene de Slytherin? El heredero de Slytherin, el monstruo de Slytherin… ¿Por qué no expulsan a todos los de Slytherin? —preguntó con fiereza. Hubo alumnos que asintieron y se oyeron algunos aplausos aislados.

Pero Emma sólo escuchaba a medias. No podía borrar de su mente la imágen de Hermione completamente inmóvil sobre una cama de la enfermería. No sabía que haría sin su mejor amiga. Quién la aconsejaba, la despertaba a gritos, la que leía con ella, la que le decía que debía ser sincera sobre sus sentimientos.

Harry se sintió horrible al ver a su mejor amiga así, con la mirada perdida, tan callada y tan triste.

—¿Qué vamos a hacer? —preguntó Ron en un bajo susurró—. ¿Creen que sospechen de Hagrid?

—Tenemos que ir a hablar con él —dijo Harry, quitando la mirada de su amiga—. No creo que esta vez sea él, pero si fue el que lo liberó la última vez, también sabrá llegar hasta la Cámara de los Secretos, y algo es algo.

—Pero McGonagall nos ha dicho que tenemos que permanecer en nuestras torres cuando no estemos en clase…

—Creo —dijo Harry, tomando la mano derecha de su amiga, y bajando la voz— que ha llegado ya el momento de volver a sacar la vieja capa de mi padre.

—¿Vas a venir, Emma? —le preguntó Ron, jugando con su cabello.

—Claro.












( . . . )



















EMMA FUE A DORMIR A LA HABITUAL, SE PUSO su pijama y se sentó en el marco de la ventana, con la mirada completamente perdida. La castaña espero a que Lavender y Parvati se durmieran, se colocó uno de sus suéters, unos shorts, sus zapatos y bajó a la sala común para encontrarse con Harry y Ron.

Ninguno le preguntó nada, pero sabían a la perfección que ella no estaba bien. Harry los cubrió con la capa y salieron de la sala común.

El recorrido por los corredores oscuros del castillo no fue en absoluto agradable. Todo estaba lleno de gente: profesores, prefectos y fantasmas circulaban por los corredores en parejas, buscando cualquier detalle sospechoso. Cuando finalmente alcanzaron la puerta principal de roble y la abrieron con cuidado, suspiraron aliviados.

Era una noche clara y estrellada. Avanzaron con rapidez guiándose por la luz de las ventanas de la cabaña de Hagrid, y no se desprendieron de la capa hasta que hubieron llegado ante la puerta.

Unos segundos después de llamar, Hagrid les abrió. Les apuntaba con una ballesta, y Fang, el perro jabalinero, ladraba furiosamente detrás de él.

—¡Ah! —dijo, bajando el arma y mirándolos—. ¿Qué hacen aquí los tres?

—¿Para qué es eso? —preguntó Harry, señalando la ballesta al entrar.

—Nada, nada… —susurró Hagrid—. Estaba esperando… No importa… Siéntense, prepararé té.

Parecía que apenas sabía lo que hacía. Casi apagó el fuego al derramar agua de la tetera metálica, y luego rompió la cerámica de puros nervios al golpearla con la mano.

—¿Estás bien, Hagrid? —le preguntó Emma—. Yo te puedo ayudar.

—N-no, Emma, esta todo bien… —respodió Hagrid.

—¿Has oído lo de Hermione? —le preguntó Harry.

—¡Ah, sí, claro que lo he oído! —dijo Hagrid con la voz entrecortada.

Miró por la ventana, nervioso. Les sirvió sendas jarritas llenas sólo de agua hirviendo (se le había olvidado poner las bolsitas de té). Cuando les estaba poniendo en un plato un trozo de pastel de frutas, aporrearon la puerta.

Se le cayó pastel. Emma se sobresaltó y Harry y Ron intercambiaron miradas de pánico, los tres se echaron la capa para hacerse invisibles y se retiraron a un rincón oculto. Tras asegurarse de que no se les veía, Hagrid tomó la ballesta y fue otra vez a abrir la puerta.

—Buenas noches, Hagrid

Era Dumbledore. Entró, muy serio, seguido por otro individuo de aspecto muy raro.

El desconocido era un hombre bajo y corpulento, con el pelo gris alborotado y expresión nerviosa. Llevaba una extraña combinación de ropas: traje de raya diplomática, corbata roja, capa negra larga y botas púrpura acabadas en punta. Sujetaba bajo el brazo un sombrero hongo verde lima.

—¡Es el jefe de mi padre! —musitó Ron—. ¡Cornelius Fudge, el ministro de Magia!

Harry le dió un codazo a Ron para que se callara.

Hagrid estaba pálido y sudoroso. Se dejó caer abatido en una de las sillas y miró a Dumbledore y luego a Cornelius Fudge.

—¡Feo asunto, Hagrid! —dijo Fudge, telegráficamente—. Muy feo. He tenido que venir. Cuatro ataques contra hijos de muggles. El Ministerio tiene que intervenir.

—Yo nunca… —dijo Hagrid, mirando implorante a Dumbledore—. Usted sabe que yo nunca, profesor Dumbledore, señor…

—Quiero que quede claro, Cornelius, que Hagrid cuenta con mi plena confianza —dijo Dumbledore, mirando a Fudge con el entrecejo fruncido.

—Mira, Albus —dijo Fudge, incómodo—. Hagrid tiene antecedentes. El Ministerio tiene que hacer algo… El consejo escolar se ha puesto en contacto…

—Aun así, Cornelius, insisto en que echar a Hagrid no va a solucionar nada —dijo Dumbledore.

—Míralo desde mi punto de vista —dijo Fudge, tomando el sombrero y haciéndolo girar entre las manos—. Me están presionando. Tengo que acreditar que hacemos algo. Si se demuestra que no fue Hagrid, regresará y no habrá más que decir. Pero tengo que llevármelo. Tengo que hacerlo. Si no, no estaría cumpliendo mi deber…

—¿Llevarme? —preguntó Hagrid, temblando—. ¿Llevarme adónde?

—Sólo por poco tiempo —dijo Fudge, evitando los ojos de Hagrid—. No se trata de un castigo, Hagrid, sino más bien de una precaución. Si atrapamos al culpable, a usted se le dejará salir con una disculpa en toda regla.

—¿No será a Azkaban? —preguntó Hagrid con voz ronca.

Antes de que Fudge pudiera responder, llamaron con fuerza a la puerta.

Abrió Dumbledore. Ahora fue Harry quien recibió un codazo en las costillas, porque había dejado escapar un grito ahogado bien audible.

El señor Lucius Malfoy entró en la cabaña de Hagrid con paso decidido, envuelto en una capa de viaje negra y con una gélida sonrisa de satisfacción. Fang se puso a aullar.

—¡Ah, ya está aquí, Fudge! —dijo complacido al entrar—. Bien, bien…

—¿Qué hace usted aquí? —le dijo Hagrid furioso—. ¡Salga de mi casa!

—Créame, buen hombre, que no me produce ningún placer entrar en esta… ¿la ha llamado casa? —repuso Lucius Malfoy contemplando la cabaña con desprecio—. Simplemente, he ido al colegio y me han dicho que el director estaba aquí.

—¿Y qué es lo que quiere de mí, exactamente, Lucius? —dijo Dumbledore. Hablaba cortésmente, pero aún tenía los ojos azules llenos de furia.

—Es lamentable, Dumbledore —dijo perezosamente el señor Malfoy, sacando un rollo de pergamino—, pero el consejo escolar ha pensado que es hora de que usted abandone. Aquí traigo una orden de cese, y aquí están las doce firmas. Me temo que este asunto se le ha escapado de las manos. ¿Cuántos ataques ha habido ya? Otros dos esta tarde, ¿no es cierto? A este ritmo, no quedarán en Hogwarts alumnos de familia muggle, y todos sabemos el gran prejuicio que ello supondría para el colegio.

—¿Qué? ¡Vaya, Lucius! —dijo Fudge, alarmado—. Dumbledore cesado… No, no…, lo último que querría, precisamente ahora…

—El nombramiento y el cese del director son competencia del consejo escolar, Fudge —dijo con suavidad el señor Malfoy—. Y como Dumbledore no ha logrado detener las agresiones…

—Pero, Lucius, si Dumbledore no ha logrado detenerlas —dijo Fudge, que tenía el labio superior empapado en sudor—, ¿quién va a poder?

—Ya se verá —respondió el señor Malfoy con una desagradable sonrisa—. Pero como los doce hemos votado…

Hagrid se levantó de un salto, y su enredada cabellera negra rozó el techo.

—¿Y a cuántos ha tenido que amenazar y chantajear para que accedieran, eh, Malfoy? —preguntó.

—Muchacho, muchacho, por Dios, este temperamento suyo le dará un disgusto un día de éstos —dijo Malfoy—. Me permito aconsejarle que no grite de esta manera a los carceleros de Azkaban. No creo que se lo tomen bien.

—¡Puede quitar a Dumbledore! —chilló Hagrid, y Fang, el perro jabalinero, se encogió y gimoteó en su cesta—. ¡Lléveselo, y los alumnos de familia muggle no tendrán ni oportunidad! ¡Y habrá más asesinatos!

—Cálmate, Hagrid —le dijo bruscamente Dumbledore. Luego se dirigió a Lucius Malfoy—. Si el consejo escolar quiere mi renuncia, Lucius, me iré.

—Pero… —tartamudeó Fudge.

—¡No! —gimió Hagrid.

Dumbledore no había apartado sus vivos ojos azules de los ojos fríos y grises de Malfoy.

—Sin embargo —dijo Dumbledore, hablando muy claro y despacio, para que todos entendieran cada una de sus palabras—, sólo abandonaré de verdad el colegio cuando no me quede nadie fiel. Y Hogwarts siempre ayudará al que lo pida.

Durante un instante, Emma estuvo convencida de que Dumbledore les había guiñado un ojo, mirando hacia el rincón donde Harry, Ron y ella estaban ocultos.

—Admirables sentimientos —dijo Malfoy, haciendo una inclinación—. Todos echaremos de menos su personalísima forma de dirigir el centro, Albus, y sólo espero que su sucesor consiga evitar los… asesinatos.

Se dirigió con paso decidido a la puerta de la cabaña, la abrió, saludó a Dumbledore con una inclinación y le indicó que saliera. Fudge esperaba, sin dejar de manosear su sombrero, a que Hagrid pasara delante, pero Hagrid no se movió, sino que respiró hondo y dijo pausadamente:

—Si alguien quisiera desentrañar este embrollo, lo único que tendría que hacer es seguir a las arañas. Ellas los conducirán. Eso es todo lo que tengo que decir. —Fudge lo miró extrañado—. De acuerdo, ya voy —añadió, poniéndose el abrigo de piel de topo. Cuando estaba a punto de seguir a Fudge por la puerta, se detuvo y dijo en voz alta—: Y alguien tendrá que darle de comer a Fang mientras estoy fuera.

La puerta se cerró de un golpe y Ron se quitó la capa invisible.

—En menudo embrollo estamos metidos —dijo con voz ronca—. Sin Dumbledore. Podrían cerrar el colegio esta misma noche. Sin él, habrá un ataque cada día.

Fang se puso a aullar, arañando la puerta.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top