21 | Valentine's Day
.:. CHAPTER TWENTY ONE .:.
(DÍA DE SAN VALENTÍN)
El sol había vuelto brillar débilmente sobre Hogwarts. Dentro del castillo, la gente parecía más optimista. No había vuelto a haber ataques después del cometido contra Justin y Nick Casi Decapitado, y a la señora Pomfrey le encantó anunciar que las mandrágoras se estaban volviendo taciturnas y reservadas, lo que quería decir que rápidamente dejarían atrás la infancia.
La idea que tenía Lockhart de una inyección de moral se hizo patente durante el desayuno del 14 de febrero.
La castaña se despertó gracias a toda la luz que pegaba directo en su cara. Se sentó en su cama y pensó prácticamente en nada. Solo miraba el vacío, despertándose completamente. Emma se puso de pie, tomó su uniforme limpio y me metió a la ducha, pensando que la única manera en que ella veía San Valentín de una linda forma era por las amistades.
Ella nunca había sido de tener tantos amigos, de hecho, Harry, Ron y Hermione eran los primeros amigos que tenía, y por eso, Emma daría hasta su vida por ellos.
Cuando salió de la ducha completamente vestida decidió que de alguna forma debía estar "acordé" a la ocasión. Tomó algunos corazoncitos con brillo de su mesita de noche, y se los puso en el cabello, siguiendo un patrón. Como si fuera una diadema.
Luego de terminar con su cabello, tomó su mochila y bajo a la sala común, donde se encontró con Ron y Hermione.
—¿Eres tú, Emma? —le preguntó Ron, fingiendo no reconocerla.
—Ja, ja, ja —dijo Emma sarcásticamente—. Buenos días, Ronnie. Hola, Mione.
Ron y Hermione le devolvieron el saludo. Ron les contó que Harry seguía dormido debido al entrenamiento de quidditch del día anterior, así que los tres decidieron bajar a desayunar, y cuando llegaron, Emma creyó haberse equivocado de puerta.
Las paredes estaban cubiertas de flores grandes de un rosa chillón. Y, aún peor, del techo de color azul pálido caían confetis con forma de corazones. Ron miraba todo, asqueado, Hermione se reía tontamente, y Emma trataba de no prestarle atención y comer lo más rápido posible.
Al cabo de un rato Harry llegó al comedor, y se sentó junto a Emma.
—¿Qué ocurre? —preguntó Harry, mientras él se quitaba algunos confetis de encima.
Ron, que parecía estar demasiado enojado para hablar, señaló la mesa de los profesores. Lockhart, que llevaba una túnica de un vivo color rosa que combinaba con la decoración, reclamaba silencio con las manos. Los profesores que tenía a ambos lados lo miraban estupefactos. La profesora McGonagall tenía un tic en la mejilla.
—¡Feliz día de San Valentín! —gritó Lockhart—. ¡Y quiero también dar las gracias a las cuarenta y seis personas que me han enviado tarjetas! Sí, me he tomado la libertad de preparar esta pequeña sorpresa para ustedes… ¡y no acaba aquí la cosa!
Lockhart dió una palmada, y por la puerta del vestíbulo entraron una docena de enanos de aspecto hosco. Pero no enanos así, tal cual; Lockhart les había puesto alas doradas y además llevaban arpas.
—¡Mis amorosos cupidos portadores de tarjetas! —rió Lockhart—. ¡Durante todo el día de hoy recorrerán el colegio ofreciéndoles felicitaciones de San Valentín! ¡Y la diversión no acaba aquí! Estoy seguro de que mis colegas querrán compartir el espíritu de este día. ¿Por qué no le piden al profesor Snape que les enseñé a preparar un filtro amoroso? ¡Aunque el profesor Flitwick, el muy pícaro, sabe más sobre encantamientos de ese tipo que ningún otro mago que haya conocido!
El profesor Flitwick se tapó la cara con las manos. Snape parecía dispuesto a envenenar a la primera persona que se atreviera a pedirle un filtro amoroso.
—Por favor, Hermione, dime que no has sido una de las cuarenta y seis —le dijo Ron, cuando abandonaron el Gran Comedor para acudir a la primera clase. Pero a Hermione de repente le entró la urgencia de buscar el horario en la bolsa, y no respondió.
—¡Emma Williams! —gritó un enano que llegaba corriendo hacia ella—. ¡Esto es para ti! —Le entregó una tarjeta de color rosa, con un corazón rojo en el centro, y se fue.
Emma abrió extraña el sobre, y, mientras caminaban, leía:
Solo quería decirte que eres la niña más linda que he visto nunca en mi corta vida, y espero algún día tener el privilegio de que me consideres parte de tu vida.
Tal vez te parezca raro, pero la manera en la que cautivas con tu presencia es única e inexplicable.
Emma releyó la tarjeta una y otra vez ¿Quién se la había enviado? Dividida entre la confusión y el terror, por no saber si, por ejemplo, era solo era una broma de mal gusto, la arrugó entre sus dedos y la metió en su mochila.
—¿Qué decía? —preguntó Harry con curiosidad.
—Nada importante —respondió Emma, evitando su mirada, cuando entraron al salón.
Los enanos se pasaron el día interrumpiendo las clases para repartir tarjetas, ante la irritación de los profesores. La tarde había llegado, y los Gryffindor se dirigían a clase de Encantamientos.
—Me gusta tu cabello —admitió Harry, admirando a su mejor amiga.
—¿Mi cabello o los corazones de mi cabello? —preguntó Emma riendo levemente.
—Ambas.
Emma sonrió mientras negaba con la cabeza. De pronto oyeron un gritito trás ellos.
—¡Eh, tú! ¡Harry Potter! —gritó un enano de aspecto particularmente malhumorado, abriéndose camino a codazos para llegar a donde estaba Harry.
—Vámonos, rápido —susurró Harry, tomando la mano de Emma e intentando escabullirse junto a ella.
Emma supuso que Harry no quería que le entregarán una felicitación de San Valentín delante de una fila de alumnos de primero, entre los cuales estaba Ginny Weasley. Y por alguna razón la castaña supuso que la propietaria de esa tarjeta había sido la menor de los Weasley.
El enano, sin embargo, se abrió camino a base de patadas en las espinillas y alcanzó a Harry antes de que diera dos pasos.
—Tengo un mensaje musical para entregar a Harry Potter en persona —dijo, rasgando el arpa de manera pavorosa.
—¡Aquí no! —gritó Harry enfadado, sin soltar la mano de su mejor amiga, mientras intentaba escapar del enano.
—¡Párate! —gruñó el enano, aferrando a Harry por la bolsa para detenerlo.
—¡Suéltame! —gritó Harry, tirado fuerte, con ayuda de Emma.
Tanto tiraron que la bolsa se partió en dos. Los libros, la varita mágica, el pergamino y la pluma se desparramaron por suelo, y la botellita de tinta se rompió encima de todas las demás cosas.
—Intentaría repararlo —dijo Emma, ayudando a Harry a recoger sus cosas.
—No es tu culpa —susurró Harry.
—¿Qué pasa ahí? —Era la voz fría de Draco Malfoy, que hablaba arrastrando las palabras. Emma le quitó a Harry las cosas que intentaba meter en la mochila rota, y puso todas en su mochila.
—¿Por qué toda esta conmoción? —dijo otra voz familiar, la de Percy Weasley, que se acercaba.
A la desesperada, Harry tomó nuevamente a Emma de la mano e intentó escapar corriendo, pero el enano se le echó a las rodillas y derribo a Harry, y por poco lo hace con Emma.
—Bien —dijo el enano, sentándose sobre los tobillos de Harry—, ésta es tu canción de San Valentín:
Tiene los ojos verdes como un sapo en escabeche
y el pelo negro como una pizarra cuando anoche.
Quisiera que fuera mío, porque es glorioso,
el héroe que venció al Señor Tenebroso.
Emma hizo una mueca, mientras Harry intentaba reírse con todos los demás, se levantó, con los pies entumecidos por el peso del enano, mientras Percy Weasley hacía lo que podía para dispersar al montón de chicos, algunos de los cuales estaban llorando de risa.
—¡Fuera de aquí, fuera! La campana ha sonado hace cinco minutos, a clase todos ahora mismo —decía, empujando a algunos de los más pequeños—. Tú también, Malfoy.
Emma vió como Malfoy se agachaba y recogía algo, y con una mirada burlona se lo enseñaba a Crabbe y Goyle. La castaña entendió que lo que Malfoy tenía era el diario de Ryddle.
—¡Devuélveme eso! —le dijo Harry en voz baja.
—¿Qué habrá escrito aquí Potter? —dijo Malfoy, que obviamente no había visto la fecha en la cubierta y pensaba que era el diario del propio Harry—. ¿Acaso escribió su amor secreto por Williams? —dijo Malfoy borlunamente. Los espectadores se quedaron en silencio. Ginny miraba alternativamente a Harry y al diario, aterrorizada. Pero también miraba a la castaña con obvia decepción cuando la había visto agarrada de la mano de Harry.
—Devuélvelo, Malfoy —dijo Percy con severidad.
—Cuando le haya echado un vistazo —dijo Malfoy, burlándose de Harry.
Percy dijo:
—Como prefecto del colegio…
Pero Harry estaba fuera de sus casillas. Sacó su varita mágica y gritó:
—¡Expelliarmus!
Y tal como Snape había desarmado a Lockhart, así Malfoy vió que el diario se le escapaba a Malfoy de las manos y salía volando. Emma lo atrapó.
—¡Harry! —dijo Percy en voz alta—. No se puede hacer magia en los pasillos. ¡Tendré que informar esto!
Malfoy estaba furioso, y cuando Ginny pasó por su lado para entrar al aula, le gritó despechado:
—¡Me parece que a Potter no le gustó mucho tu felicitación de San Valentín! ¡Me parece que hubiera preferido una felicitación de Williams!
Ginny se tapó la cara con las manos y entró en la clase corriendo. Dando un gruñido, Ron sacó también su varita mágica, pero Harry se la quitó. Ron no tenía necesidad de pasarse la clase de Encantamientos vomitando babosas. Emma no dijo nada. No valía la pena.
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