13 | Crying myrtle

.:. CHAPTER THIRTEEN .:.
(MYRTLE LA LLORONA)

Durante unos días, en la escuela no se habló de otra cosa que de lo que le habían hecho a la Señora Norris. Filch mantenía vivo el recuerdo en la memoria de todos haciendo guardia en el punto en que la habían encontrado, como si pensara que el culpable volvería al escenario del crimen. Cuando Filch no vigilaba el escenario del crimen, merodeaba por los corredores con los ojos enrojecidos, ensañándose con estudiantes que no tenían ninguna culpa e intentando castigarlos por faltas imaginarias como «respirar demasiado fuerte» o «estar contento».

Ginny Weasley parecía muy afectada por el destino de la Señora Norris. Según Ron, era una gran amante de los gatos.

—Pero si no conocías a la Señora Norris —le dijo Ron para animarla—. La verdad es que estamos mejor sin ella. —A Ginny le tembló el labio y Emma lo miró con los ojos entrecerrados—. Cosas como éstas no suelen suceder en Hogwarts. Atraparán al que haya sido y lo echarán de aquí inmediatamente. Sólo espero que le de tiempo a petrificar a Filch antes de que lo expulsen. Esto es broma… —añadió apresuradamente, al ver que Ginny se ponía blanca.

Aquel acto vandálico también había afectado a Hermione. Ya era habitual en ella pasar mucho tiempo leyendo, pero ahora prácticamente no hacía otra cosa. Cuando le preguntaban que buscaba, no obtenían respuesta.








(  . . . )








Emma se encontraba caminando por los pasillos del colegio con destino a la torre de Gryffindor.

Había recibido una carta de sus padres hace unos segundos le pedían muy amablemente que la abriera cuando estuviera sola ya que era algo importante. Así que la castaña abandonó a sus amigos con la excusa de que había olvidado la tinta y su pluma en la habitación.

—¿Por qué quieren qué la abra a solas? —murmuró Emma para sí misma sentándose en el pie de su cama.

Rasgó el sobre y comenzó a leer.

Querida Emma:

Te pedimos que abrieras esto a solas porque pensamos que era algo personal.

Todos en casa te extrañamos enormemente, y a qué no sabes Leila a pronunciado su primera palabra y no fue nada más que tu nombre.

Emma sonrió ante eso.

Por favor, te pedimos que tomes esto de la mejor manera y no te alarmes, todo está yendo bien.

El abuelo Chris pasa por una difícil situación: le han diagnosticado cáncer hace un par de meses. No te lo había querido decir pero piensa que ya es momento de que lo sepas. Junto a tus tíos y la abuela estamos a su lado y apoyándolo en todo momento.

Él está bien cariño.

Saldrá de esto, lo conoces y sabes que es la persona más valiente y fuerte en este mundo.

Con cariño,
Mamá y Papá.

Emma sintió sus ojos cristalizarse. Así que era eso lo que le venían ocultando desde hace meses. La enfermedad de su abuelo era la razón. No creía que él estuviera bien, conocía a los Williams, y si habían decido por decírselo algo malo estaba pasando.

No salió de su habitación lo que restó de la tarde. No apareció en la biblioteca, y poco o mucho le importó dejar su tarea de lado. Solo quería llorar en su cama y pedir salud para su abuelo. Todavía lo necesitaba con ella, era muy pronto para dejarlo ir.









( . . . )











—Ya sabía que Salazar Slytherin era un viejo chiflado y retorcido —dijo Ron a Harry, Emma y Hermione, mientras se abrían camino por los abarrotados corredores al término de las clases, para dejar las mochilas en la habitación antes de ir a cenar—. Pero lo que no sabía es que hubiera sido él quien empezó todo este asunto de la limpieza de sangre. No me quedaría en su casa aunque me pagaran. Sinceramente, si el Sombrero Seleccionador hubiera querido mandarme a Slytherin, yo me hubiera vuelto derecho a casa en el tren

Hermione asintió entusiasmada con la cabeza, pero Emma solo caminaba con la vista fija en la gente que los empujaban.

En clase de historia de la magia Hermione había pedido que les contarán sobre la leyenda de la Cámara de los Secretos, pero Emma estaba demasiado preocupada por su abuelo como para prestar atención en eso.

Varios días habían pasado desde la carta de sus padres. Emma había enviado una carta pero seguía sin recibir respuesta de ellos y eso la estaba haciendo creer lo peor.

—¿Estás bien, Dai? —preguntó Harry mirando con preocupación a su mejor amiga.

—¿Qué? —dijo Emma un poco ida—. Oh, sí, bueno… eso creo.

—Te comportas raro —dijo Ron mientras eran empujados por la multitud—. No apareciste en la biblioteca la otra vez y ahora apenas nos hablas. ¿Segura que era tú? ¿No nos cambiaron de persona?

—Soy la mismísima Emma Williams —dijo la castaña tratando de sonreír y no preocuparlos—. Sólo… pensaba en que extraño a mis padres —mintió.

—No te preocupes —trató de animarla Hermione—, en Navidad los podrás ver.

Emma le sonrió agradecida, pero obviamente por dentro seguía sintiéndose fatal.

Y mientras seguían siendo empujados por la gran multitud, paso Colin Creevey.

—¡Eh, Harry!

-—¡Hola, Colin! —dijo Harry sin darse cuenta.

—Harry, Harry…, en mi clase un chico ha estado diciendo que tú eres…

Pero Colin era demasiado pequeño para luchar contra la marea de gente que lo llevaba hacia el Gran Comedor. Lo oyeron chillar:

—¡Hasta luego, Harry! —Y desapareció.

—¿Qué es lo que dice sobre ti un chico de su clase? —preguntó Hermione.

—Que soy el heredero de Slytherin, supongo —respondió Harry, tomando la mano de Emma para que la gente no la arrastrará.

—¿Creen que realmente hay una Cámara de los Secretos? —preguntó Ron a las chicas, cuando al fin consiguieron subir al rellano.

—No lo sé —respondió Hermione, frunciendo el entrecejo—. Dumbledore no fue capaz de curar a la Señora Norris, y eso me hace sospechar que quienquiera que la atacase no debía de ser…, bueno…, humano.

—¿Una criatura, talvez? —sugirió Emma—. Creo que una vez leí algo sobre una criatura que petrificaba, o mataba… pero no recuerdo dónde…

Al doblar la esquina se encontraron en un extremo del mismo corredor en que había tenido lugar la agresión. Se detuvieron y miraron. El lugar estaba tal como lo habían encontrado aquella noche.

—Aquí es donde Filch ha estado haciendo guardia —dijo Ron.

El corredor se encontraba desierto en ese momento.

—No hay nada malo en echar un vistazo —dijo Harry, dejando la mochila en el suelo y poniéndose a gatear en busca de alguna pista.

—Harry… —murmuró Emma recogiendo la mochila del suelo.

—¡Esto está chamuscado! —exclamó Harry—. ¡Aquí… y aquí!

—¡Vengan y miren esto! —dijo Hermione—. Es extraño.

Emma dejó de mirar el suelo y se acercó a la ventana más próxima a la inscripción de la pared.

Hermione señalaba el cristal superior, por donde una veintena de arañas estaban escabulléndose.

—¿Habían visto alguna vez que las arañas se comportarán así? —preguntó Hermione, perpleja.

—Yo no —respondió Harry—. ¿Tú, Dai?

—Jamás —contestó Emma alejándose un poco de las arañas.

—¿Pasa algo? —preguntó Harry.

—Simplemente no me gustan las arañas —respondió Emma.

—A mí tampoco —comentó Ron desde un poco más lejos.

—No lo sabía —dijo Hermione sorprendida—. Pero tú, Ron, has usado arañas muchas veces en la clase de Pociones. De Emma no puedo decir lo mismo porque de igual forma se aleja.

Harry apartó un poco a Emma mientras Ron le contaba a Hermione sobre su miedo por las arañas.

Y pensando en cambiar de tema, Harry dijo:

—¿Recuerdan toda aquella agua en el suelo? ¿De dónde vendría? Alguien ha pasado la fregona.

—Estaba por aquí —dijo Ron, recobrándose y caminando unos pasos más allá de la silla de Filch para indicárselo—, a la altura de esta puerta.

Asió el pomo metálico del picaporte, pero retiró la mano inmediatamente, como si se hubiera quemado.

—¿Qué pasa? —preguntó Harry.

—No puedo entrar ahí —respondió Ron bruscamente—, es un baño de chicas.

—Pero Ron, dentro no hay nadie —dijo Emma, acercando su mano al pomo—: aquí solo está Myrtle.

—Venga, echemos un vistazo —alentó Hermione.

Y sin hacer caso del letrero de «No funciona», Emma abrió la puerta.

Era un cuarto de baño triste y deprimente. Debajo de un espejo grande, quebrado y manchado, había una fila de lavabos de piedra en muy mal estado. El suelo estaba mojado y reflejaba la luz que daban las llamas de unas pocas velas que se consumían en sus palmatorias. Las puertas de los retretes estaban rayadas y rotas, y una colgaba fuera de los goznes.

Hermione les pidió silencio con un dedo en los labios a los chicos, luego le hizo una especie de seña a Emma y ésta se acercó al último retrete. Cuando llegó dijo:

—Hola Myrtle, soy Emma, ¿cómo estás?

Harry, Ron y Hermione se acercaron a ver. Myrtle la llorona estaba sobre las cisterna del retrete.

Hermione sabía muy bien que a Myrtle Emma le caía muy bien, y que cuando hablaba con ella no se ponía a llorar cada cinco segundos, cosa que le aliviaba bastante. Aunque de cierta forma a Hermione le extrañaba el gran cariño que le tenía Myrtle a Emma.

—Esto es un baño de chicas —dijo Myrtle, mirando con recelo a Harry y Ron—. Y ellos no son chicas.

—Ciertamente no lo son —dijo Emma riendo un poco—. Son amigos, queríamos saludarte.

—Pregúntale si vió algo —le dijo Harry a Emma, sin pronunciar palabra, solo moviendo los labios.

—¿Qué murmuras? —le preguntó Myrtle, mirándole.

—Nada —se apresuró a decir Harry—. Queríamos preguntar…

—¡Me gustaría que la gente dejara de hablar a mis espaldas! —gritó Myrtle, con la voz ahogado por las lágrimas—. Tengo sentimientos, ¿saben?, aunque esté muerta.

—Lo sabemos, Myrtle —dijo Emma, con voz amable, pero antes de que terminara lo que quería decir Hermione intervino.

—Myrtle, nadie quiere molestarte —dijo—. Harry sólo…

—¡Nadie quiere molestarme! ¡Ésta si que es buena! —gimió Myrtle—. ¡Mi vida en este lugar no fue más que miseria, y ahora la gente viene aquí a amargarme la muerte! Menos las Miller…

Todos la miraron confundidos.

—Queríamos preguntarte si habías visto últimamente algo raro —dijo Hermione dándose prisa—. Porque la noche de Halloween agredieron a un gato justo al otro lado de la puerta.

—¿Viste a alguien por aquí aquella noche? —le preguntó Harry.

—No me fije —dijo Myrtle con afectación—. Me dolió tanto lo que dijo Peeves, que vine aquí e intenté suicidarme. Luego, claro, recordé que estoy…, que estoy…

—Muerta ya —dijo Ron, con la intención de ayudar, y no era por ofender a sus amigos, pero ellos definitivamente no tenían tacto para hablar con Myrtle. Ésta sollozo trágicamente, se elevó en el aire, se volvió y se sumergió de cabeza en la taza del retrete, salpicándoles, y desapareció de la vista.

Harry y Ron se quedaron con la boca abierta, pero Emma y Hermione ya estaban bastante acostumbradas a eso.

—Es un poco sensible —dijo Emma mientras los cuatro caminaban a la salida del baño.

Harry acababa de cerrar la puerta a los sollozos gorjeantes de Myrtle, cuando una potente voz les hizo dar un respingo a los cuatro.

—¡RON!

Percy Weasley, con su resplandeciente insignia de prefecto, se había detenido al final de la escalera, con una expresión de susto en la cara.

—¡Esos son los baños de chicas! —gritó—. ¿Qué estás haciendo?

—Sólo echaba un vistazo —dijo Ron, encogiéndose de hombros—. Buscando pistas, ya sabes…

Percy parecía apunto de estallar.

—Márchense… fuera… de aquí… —dijo, caminando hacia ellos con paso firme y agitando los brazos para echarlos—. ¿No se dan cuenta de lo que podría parecer, volver a este lugar mientras todos están cenando?

—¿Por qué no podemos estar aquí? —repuso Ron acaloradamente, parándose de pronto y enfrentándose a Percy—. ¡Escucha, nosotros no le hemos tocado un pelo a ese gato!

—Eso es lo que le dije a Ginny —dijo Percy con contundencia—, pero ella todavía cree que te van a expulsar. No la he visto nunca tan afectada, llorando amargamente. Podrías pensar un poco en ella, y además, todos los de primero están asustados.

—A ti no te preocupa Ginny —replicó Ron, enrojeciendo hasta las orejas—, a ti sólo te preocupa que yo eche a perder tus posibilidades de ser Representante del Colegio.

—¡Cinco puntos menos para Gryffindor! —dijo Percy secamente, llevándose una mano a su insignia de prefecto—. ¡Y espero que esto te enseñe la lección! ¡Se acabó el hacer de detective, o de lo contrario escribiré a mamá!

Y se marchó con el paso firme y la nuca tan colorada como las orejas de Ron.

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