11 | Death birthday
.:.CHAPTER ELEVEN.:.
(CUMPLEAÑOS DE MUERTE)
Llegó Octubre y un frío húmedo se extendió por los campos y penetró el castillo. La señora Pomfrey, la enfermera, estaba atareadísima debido a una repentina epidemia de cataro entre profesores y alumnos. Su poción Pepperup tenía efectos instantáneos, aunque dejaba al que la tomaba echando humo por las orejas durante varias horas. Y como Emma había tenido un mal aspecto durante días, Hermione la obligó a ir a la enfermería. Así que Emma tuvo la mala suerte de parecer una vaporera durante horas.
Ron, Emma y Hermione se encontraban en la sala común, esperando a que Harry volviera de su entrenamiento de quidditch. Ron estaba de mal humor porque tenía que terminar una tarea de Pociones, Hermione estaba sentada en el suelo leyendo otro libro de Lockhart, y Emma estaba sentada en un sofá cerca de ellos, envuelta en una manta y leyendo un libro que había encontrado en la biblioteca. Por sus orejas todavía salía un poco de humo.
Harry entró a la sala común, estaba empapado y lleno de barro. Subió casi corriendo a su habitación, sin mirarlos, y luego bajó cambiado de ropa y los saludó.
—Que buenos modales —se burló Emma, apartando el libro de sus manos.
—La educación primero, señorita Williams —dijo Harry, sentándose a su lado—. ¿Cómo te sientes?
—Bien —respondió Emma en voz baja—. Comparado con ayer, estoy de maravilla.
Ron y Hermione los miraban de reojo. La actitud de ambos no era solo una amistad como aseguraban. Había algo más entre ellos.
—¿Tienes frío? —preguntó Emma mirando a Harry—. No sé por qué pregunto, ven aquí. —Abrió la manta y Harry se acurrucó junto a ella.
—Te ves graciosa —comentó Harry, mirando el humo que salía de las orejas de la castaña.
Emma rió de manera sarcástica antes de empujar a su amigo.
—¿Cómo te fue? —preguntó Hermione después de un largo silencio.
Harry les contó su encuentro con Nick Casi Decapitado y sobre el cumpleaños de muerte.
—¿Un cumpleaños de muerte? —dijo Hermione entusiasmada—. Estoy segura de que hay muy poca gente que pueda presumir de haber estado en una fiesta como ésta. ¡Será fascinante!
—¿Para qué quiere uno celebrar el día en que ha muerto? —preguntó Ron, que iba por la mitad de su tarea de Pociones—. Me suena a aburrimiento mortal.
—¿Tú que opinas, Dai? —preguntó Harry, volviéndose para mirar a la castaña.
—Me parece bien, además, Nick es buen fantasma.
( . . . )
HALLOWEEN LLEGÓ, Y HARRY YA SE ESTABA arrepintiendo de haberse comprometido con Nick Casi Decapitado. El resto del colegio estaba preparando la fiesta de Halloween; habían decorado el Gran Comedor con murciélagos vivos; las enormes calabazas de Hagrid habían sido convertidas en lámparas tan grandes que tres hombre habrían podido sentarse dentro, y corrían rumores de que Dumbledore había contratado una compañía de esqueletos bailarines para el espectáculo.
—Lo prometido es deuda —recordó Hermione a Harry en tono autoritario—. Y tú le prometiste ir a su fiesta de cumpleaños de muerte.
Así que a las siete en punto, Harry, Ron, Emma y Hermione atravesaron el Gran Comedor, que estaba lleno a rebosar y donde brillaban tentadoramente los platos dorados y las velas, y dirigieron sus pasos hacia las mazmorras.
También estaba iluminado con hileras de velas el pasadizo que conducía a la fiesta de Nick Casi Decapitado, aunque el efecto que producían no era alegre en absoluto, porque eran velas largas y delgadas, de color negro azabache, con una llama azul brillante que arrojaba una luz oscura y fantasmal incluso al iluminar las caras de los vivos. La temperatura descendía a cada paso que daban. Al tiempo que se ajustaban la túnica, Emma escuchó un ruido horrible.
—¿A esto le llaman música? —se quejó Ron. Al doblar una esquina del pasadizo, encontraron a Nick Casi Decapitado ante una puerta con colgaduras negras.
—Queridos amigos —dijo con profunda tristeza—, bienvenidos, bienvenidos... Les agradezco que hayan venido...
Hizo una floritura con su sombrero de plumas y una reverencia señalando hacia el interior.
Lo que vieron les pareció increíble. La mazmorra estaba llena de cientos de personas transparentes, de color blanco perla. La mayoría se movían sin ánimo por una sala de baile abarrotada, bailando el vals al horrible y trémulo son de las treinta sierras de una orquesta instalada sobre un escenario vestido de tela negra. Del techo colgaba una lámpara que daba una luz azul medianoche. Al respirar les salió humo de la boca, aquello era como estar en un frigorífico.
—Encantador... —dijo Emma tratando de ser positiva.
—¿Damos una vuelta? —prupuso Harry.
—¿Tú y Emma, o los cuatro? —preguntó Ron algo confundido.
—Los cuatro, obviamente —respondió Emma de manera rápida.
Pero no podían culpar a Ron. Harry se la pasaba casi todo el tiempo con Emma. Tenía derecho a equivocarse, ¿no?
—Cuidado no vayan a atravesar a nadie —advirtió Ron, algo nervioso, mientras empezaban a bordear la sala de baile. Pasaron por delante de un grupo de monjas fúnebres, de una figura harapienta que arrastraba cadenas y del Fraile Gordo, un alegre fantasma de Hufflepuff que hablaba con un caballero que tenía clavada una flecha en la frente.
—Oh, no —dijo Hermione, parándose de repente—. Volvamos, volvamos, no quiero hablar con Myrtle la llorona.
Emma hizo una leve mueca. Myrtle no era una mala... fantasma. Myrtle podía llegar a ser amigable, o al menos lo era con ella.
—¿Con quién? —le preguntó Harry, retrocediendo rápidamente.
—Ronda siempre los lavabos de chicas del segundo piso —explicó Emma.
—¿Los lavabos?
—Sí. No lo hemos podido utilizar en todo el curso porque siempre le dan tales llantinas que lo deja todo inundado —dijo Hermione—. Con la única que logra hablar sin llorar es con Emma.
—¡Miren, comida! —exclamó Ron repentinamente.
Al otro lado de la mazmorra había una larga mesa, cubierta también con terciopelo negro. Se acercaron con entusiasmo, pero ante la mesa se quedaron inmóviles, horrorizados. El olor era muy desagradable. En unas preciosas fuentes de plata había unos pescados grandes y podridos; los pasteles, completamente quemados, se amontonaban en las bandejas; había un pastel de vísceras con gusanos, un queso cubierto de un esponjoso moho verde y, como plato estrella de la fiesta, un gran pastel gris en forma de lápida funeraria, decorado con unas letras que parecían de alquitrán y que componían las palabras:
Sir Nicholas de Moms-Porpington
fallecido el 31 de octubre de 1492.
—Vámonos, me dan náuseas —dijo Ron.
Pero apenas se habían dado la vuelta cuando un hombrecito surgió de repente de debajo de la mesa y se detuvo frente a ellos, suspendido en el aire.
—Hola, Peeves —saludó Harry, con precaución.
A diferencia de los fantasmas que había alrededor, Peeves el poltergeist no era ni gris ni transparente. Llevaba sombrero de fiesta de color naranja brillante, pajarita giratoria y exhibía una gran sonrisa en su cara ancha y malvada.
—¿Gustan? —invitó amablemente, ofreciéndoles un cuenco de cacahuetes recubiertos de moho.
—No, gracias, Peeves — rechazó Emma, intentando no hacer cara de asco.
—Los he oído hablar de la pobre Myrtle —dijo Peeves, moviendo los ojos—. No han sido muy amables con la pobre Myrtle. —Tomó aliento y gritó—: ¡EH! ¡MYRTLE!
—No, Peeves, no le digas lo que hemos dicho, le afectará mucho —susurró Hermione, desesperada—. No quisimos decir eso, no me importa que ella...
—Hola, Myrtle —saludó Emma, haciendo que Hermione se callara.
—¿Qué? —preguntó Myrtle enfurruñada.
—¿Cómo estás, Myrtle? —preguntó Hermione, fingiendo un tono animado—. Me alegro de verte fuera de los lavabos.
Myrtle sollozó.
—Ahora mismo la señorita Granger estaba hablando de ti —le dijo Peeves al oído de Myrtle, maliciosamente.
—Sólo comentábamos..., comentábamos... lo guapa que estás esta noche —dijo Hermione, mirando a Peeves.
Myrtle dirigió a Hermione una mirada recelosa.
—Te estás burlando de mí —dijo, y unas lágrimas plateadas asomaron inmediatamente a sus ojos pequeños, detrás de sus gafas. Luego se volvió hacia Emma—. Pero estoy segura que tú no. Tú eres amable.
Luego de eso, Peeves había comenzado a molestar a Myrtle, y ésta salió llorando del lugar.
Rato después llegaron los fantasmas "populares" e hicieron un pequeño show, así robándose la atención de todos los demás fantasmas. A Emma le había molestado mucho la actitud de aquellos fantasmas.
—No aguanto más —dijo Ron, con los dientes castañeteando, cuando la orquesta volvió a tocar y los fantasmas volvieron al baile.
—Vámonos —dijo Harry mirando de reojo a su mejor amiga. Emma tenía demasiado frío, y no se diga hambre.
Fueron hacia la puerta, sonriendo e inclinando la cabeza a todo el que los miraba, y un minuto más tarde subían a toda prisa por el pasadizo lleno de velas negras.
—Quizás aún quede pudín —dijo Ron con esperanza, abriendo el camino hacia la escalera del vestíbulo.
—Tan sólo espero que quede pastel de chocolate —dijo Emma.
—¿Amas ese pastel? —preguntó Hermione con curiosidad.
-Absolutamente, es mi... —la castaña se calló de repente cuando notaron que Harry se había quedado quieto. Emma se asustó—. Harry, ¿qué...?
—Es de nuevo esa voz...
Emma compartió una mirada de confusión con Ron y Hermione. ¿Una voz? ¿Qué voz? Ellos no habían escuchado nada.
—¡Escuchen! —dijo Harry, y Ron, Emma y Hermione se quedaron inmóviles, mirándole—. ¡Por aquí! —gritó, y se puso a correr escaleras arriba. Confundidos, Ron, Emma y Hermione lo siguieron.
Del Gran Comedor salía demasiado ruido debido a la fiesta de Halloween que se llevaba a cabo en ese momento.
A Emma de repente se le había quitado el hambre. Algo le decía que algo estaba mal. El comportamiento de Harry no era el usual.
—Harry, ¿qué estamos...?
—¡Chssst!
Sus amigos miraban a Harry con inmensa confusión, y se sobresaltaron cuando éste gritó:
—¡Va a matar a alguien! —Y sin hacer caso a las caras desconcertadas de Ron, Emma y Hermione, subió corriendo por las escaleras.
Harry los estaba llevando al segundo piso. Los tres seguían a Harry jadeando, ¿de repente éste se había convertido en velocista o qué? No pararon hasta que doblaron la esquina del último corredor, que estaba desierto.
—Harry, ¿qué pasaba? —le preguntó Ron, secándose el sudor de la cara—. Yo no oí nada...
Pero Hermione dió de repente un grito ahogado, y señaló al corredor.
—¡Miren!
Delante de ellos, algo brillaba en el muro. Se aproximaron, despacio, intentando ver en la oscuridad con los ojos entornados. En el espacio entre dos ventanas, brillando a la luz que arrojaban las antorchas, había en el muro unas palabras pintadas de más de un palmo de altura.
LA CÁMARA DE LOS SECRETOS HA SIDO ABIERTA.
TEMAN, ENEMIGOS DEL HEREDERO.
—¿Qué es lo que cuelga de ahí abajo? —preguntó Ron, con un leve temblor en la voz.
Al acercarse más, Harry casi resbala por un gran charco de agua que había en el suelo. Emma lo sustuvo, y junto a Ron y Hermione, se acercaron despacio a la inscripción, con los ojos fijos en la sombra negra que se veía debajo. Los cuatro comprendieron a la vez lo que era, y dieron un brinco hacia atrás.
La señora Norris, la gata del conserje, estaba colgada por la cola en una argolla de las que usaban para sujetar antorchas. Estaba rígida como una tabla, con los ojos abiertos y fijos.
Durante unos segundos, no se movieron. Luego dijo Ron:
—Vámonos de aquí.
—No deberías intentar... —comenzó a decir Harry, sin encontrar las palabras.
—Harry, por favor —suplicó Emma. Había empezado a temblar, aunque no estaba segura si era por el miedo o por el frío.
Y cuando estaban dispuestos a irse, ya era demasiado tarde. Un ruido, como un trueno distante, indicó que la fiesta acababa de terminar. De cada extremo del corredor en que se encontraban, llegaba el sonido de cientos de pies que subían las escaleras y la charla sonora y alegre de gente que había comido bien. Un momento después, los estudiantes irrumpían en el corredor por ambos lados.
La charla, el bullicio y el ruido se apagaron de repente cuando vieron la gata colgada. Harry, Ron, Emma y Hermione estaban solos, en medio del corredor, cuando se hizo el silencio entre la masa de estudiantes, que presionaban hacia delante para ver el truculento espectáculo.
Luego, alguien gritó en medio del silencio:
—¡Teman, enemigos del heredero! ¡Los primeros serán los sangre sucia!
Era Draco Malfoy, que había avanzado hasta la primera fila. Tenía una expresión alegre en los ojos, y la cara, habitualmente pálida, se le enrojeció al sonreír ante el espectáculo de la gata que colgaba inmóvil.
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