10 | Mudbloods
.:. CHAPTER TEN .:.
(SANGRE SUCIAS)
Sábado en la mañana Emma dormía plácidamente en su cama, como cualquier persona en un sábado. Bueno, cualquier persona menos Hermione Granger.
—¡EMMA DAILA WILLIAMS! ¡DESPIERTA DE UNA VEZ!
Emma, con mucha pesadez, abrió de a poco los ojos. ¿Por qué Hermione gritaba?
—¿Por qué el grito? —preguntó quitándose algunos pelos de la cara—. ¿Estoy estudiando para ser policía, militar o qué? Además, es sábado… ¿qué es tan importante para interrumpir mi descanso?
—No despertabas —explicó Hermione—. Te intenté despertar de buena forma.
—¿Qué sucede?
—Harry tiene entrenamiento de quidditch —dijo Hermione—, y quería que estuvieramos ahí. Bueno… en realidad, te quería ver a ti. —añadió Hermione con una sonrisita.
Emma le lanzó una almohada a Hermione mientras que con sus manos se cubría la cara. Sentía que le hervía el rostro.
—Vamos, apúrate —la apremió Hermione con una sonrisita.
La castaña se acercó a su baúl y buscó lo que se pondría ese día. Sacó ropa cómoda para pasar el día y se metió al baño arrastrando los pies.
Mientras dejaba que el agua cayera por todo su cuerpo no pudo evitar pensar en su reacción ante la mención de Harry y lo que, según Hermione, había dicho. No le gustaba la manera en la que se estaba sintiendo cuando lo tenía muy cerca. ¿Por qué pasaba todo eso?
Emma se pasó las manos por la cara y suspiró con frustración.
( . . . )
Cuando la castaña terminó de ducharse y arreglarse un poco, ambas niñas bajaron a la sala común donde se encontraron a Ron.
—Buenos días, Ronnie —saludó Emma cuando llegaron hacia él.
A Ron no le gustaba para nada que sus hermanos, o cualquier persona lo llamará así, pero con Emma hacía la excepción.
—Buenos días, chicas. ¿Vamos al comedor? Muero de hambre —respondió Ron cuando los tres salieron por el agujero del retrato.
Después de un buen desayuno, en el que los tres conversaron animadamente sobre variados temas, se dirigieron al campo de quidditch. Emma supuso que Harry no había desayunado, así que le llevo un poco de comida.
Se sentaron en las gradas esperando al equipo de Gryffindor. Minutos después ellos salieron.
—¿Aún no han terminado? —preguntó Ron, perplejo.
—Aún no hemos empezado —respondió Harry, mirando a Emma y las tostadas con mermelada que había llevado.
—Hola, James —lo saludó Emma, tendiéndole una de las tostadas.
Harry ladeó la cabeza con una sonrisa apenas visible—. Hola, Dai —dijo—. ¿Sabes? Mejor guárdala, te la recibiré luego del entrenamiento.
Emma se encogió de hombros—. Como prefieras.
Harry les sonrió una última vez a sus amigos antes de montar en su escoba y emprender vuelo.
—Emma —la llamó Ron— ¿por qué tantas sonrisas?
—Porque es mi amigo, al igual que tú.
—Ya, como digas —rió el pelirrojo junto a Hermione.
Y de repente los tres sintieron un flash y grititos provenientes de otro lado de las gradas. Era Colin Creevey. Con un poco de recelo, el niño se acercó a Ron, Emma y Hermione.
—H-hola, Emma —saludó con timidez.
—Hola, Colin —Emma devolvió el saludo—. ¿Cómo has estado?
—B-bien, gracias —respondió—. Solo quería decirte que ya revele la foto de ustedes cuatro —dijo Colin, extendiéndole a la castaña un sobre, para después salir corriendo hacia su anterior lugar.
—Gracias… —dijo Emma algo confundida.
—Es raro —opinó Ron, mirando el sobre en las manos de Emma.
—¡Miren! —susurró Hermione señalando el campo.
—Flint —se escuchó el grito de Oliver Wood. Justo lo que necesitaban. El equipo de Slytherin estaba allí.
—Esto no terminará bien —murmuró Emma cuando los tres bajaban rápidamente hacia el campo.
—Qué ha ocurrido? —preguntó Ron a Harry—. ¿Por qué no juegan? ¿Y qué está haciendo ése aquí?
Miraba a Malfoy, vestido con su túnica del equipo de quidditch de Slytherin.
—Soy el nuevo buscador de Slytherin, Weasley —dijo Malfoy, con petulancia—. Estamos admirando las escobas que mi padre a comprado para todo el equipo.
Emma miraba con impresión las siete escobas frente a ella. Debía admitir que los Malfoy eran buenos comprando a la gente.
—Son buenas, ¿eh? —dijo Malfoy con sonra—. Pero quizás el equipo de Gryffindor pueda conseguir oro y comprar también escobas nuevas. Podrían subastar las Barredora 5. Cualquier museo moriría por ellas.
El equipo de Slytherin estalló de risa.
—Al menos en el equipo de Gryffindor nadie compra su puesto por el dinero de papi —dijo Emma mirando directamente a Malfoy.
—Todos entran por su talento —añadió Hermione con valentía.
—Y si lo quisiera, Malfoy, podría comprar cinco escobas de las mejores para cada uno —comentó Emma, acercándose peligrosamente hasta el rubio y mirándolo fijamente.
Del rostro de Malfoy se borró su mirada petulante.
—Nadie ha pedido su opinión, asquerosas sangre sucias —espetó él.
Emma no lo tomó como algo ofensivo, o que le importará, pero por la reacción que tuvieron los demás se imaginó que lo que dijo Malfoy fue algo muy malo. Flint tuvo que ponerse rápidamente delante de Malfoy para evitar que Fred y George saltaran sobre él. Alicia gritó «¡Cómo te atreves!», y Ron se metió la mano en la túnica y, sacando su varita mágica, amenazó «¡Pagarás por esto, Malfoy!», y sacando la varita por debajo del brazo de Flint, la dirigió al rostro de Malfoy.
Un estruendo resonó en todo el estadio, y del extremo roto de la varita de Ron surgió un rayo de luz verde que, dándole en el estómago, lo derribó sobre el césped.
—¡Ron! —chillaron Emma y Hermione.
Ron abrió la boca para decir algo, pero no salió ninguna palabra. Por el contrario, emitió un tremendo eructo y le salieron de la boca varias babosas que le cayeron en el regazo.
Emma se arrodilló a un lado de Ron, mientras los de Slytherin se partían de risa, y Colin no paraba de sacar fotos.
—¡Fuera de aquí, Colin! —dijo Harry enfadado. Emma lo miró con el ceño algo fruncido. Colin no tenía la culpa.
—Perdónalo, Colin —dijo Emma dándole una sonrisa en manera de disculpa. Luego volvió su vista hacia sus amigos, que ya se alejában del campo—. Voy a ir con ellos. Adiós.
Los alcanzó y, luego de esconderse de Lockhart por unos minutos, salieron de el arbusto y Emma tocó la puerta de la cabaña de Hagrid.
Hagrid apareció inmediatamente, con aspecto de estar de mal humor, pero se le iluminó la cara cuando vio de quién se trataba.
—Me estaba preguntando cuándo vendrían a verme… Entren, entren. Creía que sería el profesor Lockhart que volvía.
Harry y Hermione entraron con Ron a la cabaña, seguidos por Emma. Hagrid no pareció preocuparse mucho por el problema de las babosas de Ron, cuyos detalles explicó Harry apresuradamente mientras lo sentaban en una silla.
—Es preferible que salgan a que entren —dijo ufano, poniéndole delante una palangana grande de cobre—. Vomítalas todas, Ron.
—No creo que se pueda hacer nada salvo esperar a que la cosa acabe —dijo Hermione apurada, contemplando a Ron inclinado sobre la palangana—. Es un hechizo difícil de realizar aun en condiciones óptimas, pero con la varita rota…
Emma se alejó un poco de Ron, cuando éste le aseguro que estaría bien, y fue a sentarse al lado de Harry.
—La verdad no creo que quieras desayunar en este… —la castaña volvió la vista a Ron—… este momento.
—Gracias, Dai —agradeció Harry, tomando las servilletas con comida que Emma le ofreció, y luego miró el sobre que llevaba en el bolsillo de la túnica, pero prefirió no preguntar.
Ambos habían estado ignorando completamente la conversación a su alrededor, pero en un momento ellos volvieron casi toda su atención a Hagrid.
—¿A quién intentaba hechizar? –preguntó Hagrid, mirando a Ron.
—Malfoy les llamó algo a Emma y Hermione —respondió Harry—. Tiene que haber sido algo muy fuerte, porque todos se pusieron furiosos.
—Fue muy fuerte —dijo Ron en voz ronca, incorporándose sobre la mesa, con el rostro pálido y sudoroso—. Malfoy las llamó «sangre sucias». De hecho, ya le había dicho así a Emma el año anterior, pero en ese momento llegó el profesor Flitwick y no pude hacer nada.
Ron se apartó cuando volvió a salirle una nueva tanda de babosas. Hagrid parecía indignado.
—¡No! —bramó volviéndose hacia las chicas.
—Sí —dijo Emma—. Pero no sé qué significa…
—Claro que podría decir que fue muy grosero… —dijo Hermione.
—Es lo más insultante que se le podría ocurrir —explicó Ron, volviendo a incorporarse—. Sangre sucia es un nombre realmente repugnante con el que llaman a los hijos de muggles, ya saben, de padres que no son magos. Hay algunos magos, como la familia de Malfoy, que creen que son mejores que nadie porque tienen lo que ellos llaman sangre limpia. —Soltó un leve eructo, y una babosa solitaria le cayó en la palma de la mano. La arrojó a la palangana y prosiguió—. Desde luego, el resto de nosotros sabe que eso no tiene ninguna importancia. Miren a Neville Longbotton… es de sangre limpia y apenas es capaz de sujetar el caldero correctamente.
—Y no han inventado un conjuro que nuestras chicas no sean capaces de realizar —dijo Hagrid con orgullo, haciendo que Hermione se pusiera colorada, y Emma escondiera su cara entre sus brazos.
Harry la miró con ternura. Y era más que obvio que Hagrid había visto la forma en que Harry la miraba.
Por un momento a Hagrid le recordó lo tiempos en que los padres de Emma estudiaban, aunque claro que el caso de ellos fue completamente diferente a lo que tenían Harry y Emma.
—Es un insulto muy desagradable de oír —dijo Ron, secándose el sudor de la frente con la mano—. Es como decir «sangre podrida» o «sangre vulgar». Son idiotas. Además, la mayor parte de los magos de hoy día tienen sangre mezclada. Si no nos hubiéramos casado con los muggles, nos habríamos extinguido.
A Ron le dieron arcadas y volvió a inclinarse sobre la palangana.
—Bueno, no te culpo por intentar hacerle un hechizo, Ron —dijo Hagrid con una voz fuerte que ahogaba los golpes de las babosas al caer en la palangana—. Pero quizás haya sido una suerte que tu varita mágica fallara. Si hubieras conseguido hechizarle, Lucius Malfoy se habría presentado en la escuela. Así no tendrás problemas.
A Harry se le pegaron los dientes con el caramelo de café con leche, así ocasionando la risa de Emma.
—Harry —dijo Hagrid de repente, como acometido por un pensamiento repentino—, tengo que ajustar cuentas contigo. Me han dicho que has estado repartiendo fotos firmadas. ¿Por qué no me has dado una?
—Yo tengo mi foto aquí, Harry —dijo Emma agitando el sobre que le había entregado Colin y sonriendo inocentemente.
Harry sintió tanta rabia que al final logró separar los dientes, y le tiró a una una mirada no muy bonita a su mejor amiga.
—No he estado repartiendo fotos _dijo enfadado—. Si Lockhart aún va diciendo eso por ahí…
Pero entonces Hagrid se echó a reír.
—Sólo bromeaba —explicó, dándole a Harry unas palmadas amistosas en la espalda, que lo arrojaron contra la mesa—. Sé que no es verdad. Le dije a Lockhart que no te hacía falta, que sin proponértelo eras más famoso que él.
—Apuesto a que no le agrado nadita —dijo Emma recibiendo un caramelo que Hagrid le ofrecía.
—Vengan a ver lo que he estado cultivando —dijo Hagrid. Los tres se pusieron de pie y siguieron a Hagrid hasta la pequeña huerta que tenía detrás de la cabaña. En ésta había una docena de las calabazas más grandes que Emma había visto nunca.
—Van bien, ¿verdad? —dijo Hagrid, contento—. Son para la fiesta de Halloween. Deberán haber crecido lo bastante para ese día.
—¡Son enormes, Hagrid! —exclamó Emma.
—¿Que les has echado? —preguntó Harry.
—Bueno, les he echado… ya sabes… un poco de ayuda —dijo Hagrid mirando de reojo al paraguas rosa que estaba arrimado en la pared.
Emma tenía la impresión de que no era solo un simple paraguas lo que Hagrid tenía. Pero no podía estar segura hasta preguntarle a Hagrid.
—¿Un hechizo fertilizante, tal vez? —preguntó Hermione, entre la desaprobación y el regocijo—. Bueno, has hecho un buen trabajo.
—Eso es lo que dijo tu hermana pequeña —observó Hagrid, dirigiéndose a Ron—. Ayer la encontré. —Hagrid miró a Harry de soslayo—. Dijo que estaba contemplado el campo, pero me da la impresión de que esperaba encontrarse a alguien más en mi casa. —Guiñó un ojo a Harry—. Si quieres mi opinión, creo que ella no rechazaría una foto fir…
—¡Cállate! —dijo Harry. Emma, por su lado, solo desvió la mirada de su amigo gigante.
—Pero creo que esa persona busca a alguien más —comentó Hagrid vagamente, sonriendo de lado.
A Ron le dió una risa y llenó la tierra de babosas. Hagrid parecía darse cuenta que se había equivocado y entonces dijo:
Los cuatro volvieron al castillo, pero en cuanto entraron en el vestíbulo la profesora McGonagall los llamó.
—Con que están aquí, Potter y Weasley. —La profesora McGonagall caminaba hacia ellos con gesto severo—. Cumplirán sus castigos esta noche.
—¿Qué vamos a hacer, profesora? —preguntó Ron, asustado, reprimiendo un eructo.
—Tú limpiarás la plata de la sala de trofeos con el señor Filch —dijo la profesora McGonagall—. Y nada de magia, Weasley… ¡frotando!
Ron tragó saliva.
—Y tú, Potter, ayudarás al profesor Lockhart a responder las cartas de sus admiradoras —dijo la profesora McGonagall.
—Oh, no… ¿no puedo ayudar con la plata? —preguntó Harry desesperado. Emma no sabía a cual de sus amigos le había tocado el peor castigo.
—Desde luego que no —dijo la profesora McGonagall, arqueando las cejas—. El profesor Lockhart ha solicitado que seas precisamente tú. A las ocho en punto, tanto uno como otro.
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