09 | Gilderoy Lockhart

.:. CHAPTER NINE .:.
(GILDEROY LOCKHART)

Bajaron a comer, pero el humor de Ron no mejoró cuando Hermione les enseñó el puñado de botones que había conseguido en la clase de Transformaciones.

—¿Qué hay esta tarde? —preguntó Harry, cambiando de tema rápidamente.

—Defensa Contra las Artes Oscuras —respondió Emma.

—¿Por qué —preguntó Ron quitándole su horario a Hermione— has rodeado todas las clases de Lockhart con corazoncitos?

Hermione le quitó el horario. Se había puesto roja.

Terminaron de comer y salieron al patio. Estaba nublado. Hermione se sentó en un peldaño de piedra y volvió a hundir las narices en Viajes con los vampiros. Harry y Ron se pusieron a hablar de quidditch, y Emma jugaba con el césped y su varita, dibujando variadas figuras.

Emma, la paso de unos minutos, se había sentado al lado de Hermione y se apoyó en sus manos, fijando de manera bastante inconsciente su mirada en Harry, quién conversaba animadamente con Ron.

—Ey —la llamó Hermione, sacándola de su burbuja, haciéndola reaccionar—, ¿quién es él?

Emma desvió su mirada y se fijó en como alguien los vigilaba. Era un niño que había estado en la selección. Era pequeño y de pelo castaño.

—¿Me dejas, Harry? Soy... soy Colin Creevey —dijo entrecortadamente, dando un indeciso paso hacia delante—. Estoy en Gryffindor también. ¿Podría..., me dejas... que te haga una foto? —preguntó, levantando la cámara esperanzado.

—¿Una foto? —repitió Harry sin comprender.

—Ya sabes, de esas que tomas con una cámara, y las pones en portaretratos, o estan en los libros... ¿Se te olvidó? —le recordó Emma de forma divertida.

Colin rió por lo bajo y Harry la miró con diversión al mismo tiempo de que trataba verse ofendido.

—Y ahora que lo recuerdo —murmuró Emma, pero los demás la escucharon— necesito revelar algunas fotos...

—¿También t-tomas fotos? —preguntó Colin con timidez.

—Claro —respondió Emma con una sonrisa. Colin era un niño tierno—. Las que necesito revelar son de mi cumpleaños... Oye, Colin, ¿nos podrías tomar una foto a los cuatro? —preguntó la castaña—. Si quieres luego te la pago.

—N-no hace falta...

A regañadientes, Hermione dejó de lado su lectura y se acercó para la foto. Colin la tomó y sonrió.

—¿Me la podrías firmar, Harry? —preguntó Colin.

—¿Firmar fotos? ¿Te dedicas a firmar fotos, Potter?

En todo el patio resonó la voz potente y cáustica de Draco Malfoy. Se había puesto detrás de Colin, flanqueado, como siempre en Hogwarts, por Crabbe y Goyle, sus amigotes.

—¡Todo el mundo a la cola! —gritó Malfoy a la multitud—. ¡Harry Potter firma fotos!

—¿Eres el primero en la fila, Malfoy? —preguntó Emma arqueando una ceja y cruzándose de brazos—. ¿Tan desesperado estás por un autógrafo de Harry?

Malfoy la miró con asco, y estuvo a punto de decir algo, cuando Colin dijo:

—Lo que pasa es que le tienes envidia.

—¿Envidia? —repitió Malfoy, que ya no necesitaba seguir gritando, porque la mitad del patio lo escuchaba—. ¿De qué? ¿De tener una asquerosa cicatriz en la frente? No, gracias. ¿Desde cuándo unos es más importante por tener la cabeza rajada por una cicatriz?

—Tomando en cuenta que siempre tratas de humillarlo —comenzó a decir Emma— yo diría que le tienes bastante envidia. ¿Por qué otra razón, Draco Malfoy, no dejaría en paz a Harry Potter? ¿O es qué siempre necesitas este tipo de atención?

Crabbe y Goyle se habían comenzado a acercar con paso decido a Emma, frotándose los nudillos. Ron y Harry también se acercaron a ella, listos para defenderla, pero Hermione susurró:

—¡Cuidado!

—¿Qué pasa aquí? ¿Qué es lo que pasa aquí? —Gilderoy Lockhart caminaba hacia ellos a grandes zancadas, y la túnica turquesa se le arremolinaba por detrás—. ¿Quién firma fotos?

Harry pareció querer decir algo, pero Lockhart lo interrumpió pasándole un brazo por los hombros y diciéndole en voz alta y tono jovial:

—¡No sé por qué lo he preguntado! ¡Volvemos a las andadas, Harry!

Emma definitivamente detestaba a ese profesor.

—Vamos, señor Creveey —dijo Lockhart, sonriendo a Colin—. Una foto de los dos será mucho mejor. Y te la firmaremos los dos.

Colin comenzó a buscar su cámara a tientas. Entonces fue cuando a Emma se le ocurrió algo.

—Colin, lo acabo de recordar —dijo, con un falso tono de alarma—. La profesora McGonagall te buscaba y me dijo que era urgente.

Colin la miró entre la confusión y la preocupación, pero cuando Emma le guiño un ojo, éste comprendió y se fue directo al castillo.

Un minuto después de que Colin se fuera, la campana sonó, señalando el inicio de las clases de la tarde.

—¡Adentro todos, venga por ahí! —gritó Lockhart a los alumnos, se veía disgustado por no poder firmar esa foto, pero en cuanto vió a Harry sonrió en grande.

Emma se adelantó con Hermione y Ron, mientras Lockhart retenía a Harry. La castaña también lo hubiera querido salvar, pero no se le ocurría nada.

Habían alcanzado el aula de Lockhart y éste dejó libre por fin a Harry. Los cuatro se sentaron en cuatro asientos al final del aula.

—Se podría freir un huevo en tu cara —dijo Ron—. Más te vale que Creevey y Ginny no se conozcan, porque fundarían el club de fans de Harry Potter.

—Cállate —le interrumpió Harry.

—¿Por qué la agresividad, Potter? —preguntó Emma desde su asiento.

—No me llames así, pareciera que estás enojada.

Emma sonrió ante la cara de Harry.

—Por cierto, Emma —interrumpió Ron—. ¿Lo que le dijiste a Colin fue verdad?

—¿Lo de la profesora McGonagall? —preguntó la castaña. Ron asintió—. No, pero quería salvarlo de Lockhart.

Hermione los miró mal.

—Perdón que te lo diga, Mione —susurró Emma cuando Lockhart había puesto su atención en Harry—, pero ese Gilderoy Lockhart no me convence.

Cuando todos estuvieron sentados, Lockhart se aclaró sonoramente la garganta y se hizo el silencio. Se acercó a Neville, tomó el ejemplar de Recorridos con los trols y lo levantó para enseñar la portada, con su propia fotografía que guiñaba un ojo.

—Yo —dijo, señalando la foto y guiñando el ojo él también— soy Gilderoy Lockhart, Caballero de la Orden de Merlín, de tercera clase, Miembro Honorario de la Liga para la Defensa Contra las Fuerzas Oscuras, y ganador en cinco ocaciones del Premio a la Sonrisa más Encantadora, otorgado por la revista Corazón de Bruja, pero no quiero hablar de eso. ¡No fue con mi sonrisa con lo que me libré de la banshee que presagiaba la muerte!

Esperó que se rieran todos, pero sólo hubo alguna sonrisa.

—Veo que todos han comprado mis obras completas; bien hecho. He pensado que podíamos comenzar hoy con un pequeño cuestionario. No se preocupen, sólo para comprobar si los han leído bien, cuánto han asimilado...

Cuando terminó de repartir los folios con el cuestionario, volvió a la cabezera de la clase y dijo:

—Disponen de treinta minutos. Pueden comenzar... ¡ya!

Emma miró el papel y lo leyó:

1. ¿Cuál es el color favorito de Gilderoy Lockhart?

2. ¿Cuál es la ambición secreta de Gilderoy Lockhart?

3. ¿Cuál es, en tu opinión, el mayor logro hasta la fecha de Gilderoy Lockhart?

Así seguía y seguía, a lo largo de tres paginas, hasta:

54. ¿Qué día es el cumpleaños de Gilderoy Lockhart, y cuál sería su regalo ideal?

A Emma le pareció realmente absurdo, y por más que respetara a todos los profesores, no pensaba responder ni una de esas preguntas. Lo que hizo fue escribir en el espacio en blanco al inicio de la hoja:

Profesor, con el mayor respeto que se merece, nosotros no vinimos a aprender sobre su importantísima vida, nosotros vinimos a aprender Defensa Contra las Artes Oscuras.

Media hora después, Lockhart recogió los folios y los hojeo delante de la clase.

—Vaya, vaya. Muy poco recuerdan que mi color favorito es el lila. Lo digo en Un año con el Yeti. Y algunos tienen que volver a leer con mayor detenimiento Paseos con los hombres lobo. En el capítulo doce afirmo con claridad que mi regalo de cumpleaños ideal sería la armonía entre las comunidades mágica y no mágica. ¡Aunque tampoco le haría ascos a una botella mágnum de whisky envejecido de Ogden!

Volvió a guiñarles un ojo pícaramente. Ron miraba a Lockhart con expresión de incredulidad en el rostro, Seamus y Dean, que se sentaban delante, se convulsionaban en una risa silenciosa. Emma había apoyado su cabeza en la pila de sus libros, y aunque miraba a la clase, debía admitir que estaba aburrida de escuchar a Lockhart hablar de sí mismo. Hermione, por el contrario, escuchaba a Lockhart con embelesada atención y dió un respingo cuando éste mencionó su nombre.

—... pero la señorita Hermione Granger si conoce mi ambición secreta, que es librar al mundo del mal y comercializar mi propia gama de productos para el cuidado del cabello. De hecho —dió la vuelta al papel—, ¡está perfecto! ¿Dónde está la señorita Hermione Granger?

Hermione alzó una mano temblorosa.

—¡Excelente! —dijo Lockhart con una sonrisa—, ¡excelente! ¡Diez puntos para Gryffindor! Y en cuanto a...

De debajo de la mesa sacó una jaula grande, cubierta por una funda, y la puso encima de la mesa, para que todos la vieran.

—Ahora, ¡cuidado! Es mi misión dotarlos de defensas contra las más horrendas criaturas del mundo mágico. Puede que en esta misma aula se tengan que encarar a las cosas que más temen. Pero sepan que no les ocurrirá nada malo mientras yo esté aquí. Todo lo que les pido es que conserven la calma.

Lockhart puso una mano sobre la funda.

—Tengo que pedirles que no griten —dijo Lockhart en voz baja—. Podrían enfurecerse.

Cuando toda la clase estaba con el corazón en un puño, Lockhart levantó la funda.

—Sí —dijo con entonación teatral—, duendecillos de Cornualles recién tomados.

Seamus Finnigan no pudo controlarse y soltó una carcajada que ni siquiera Lockhart pudo interpretar como un grito de terror.

—¿Sí? —Lockhart sonrió a Seamus.

—Bueno, es que no son... muy peligroso, ¿verdad? —se explicó Seamus con dificultad.

—¡No estés tan seguro! —exclamó Lockhart, apuntando a Seamus con un dedo acusado—. ¡Pueden ser unos seres endemoniadamente engañosos!

Los duendecillos eran de color azul eléctrico y medían unos veinte centímetros de altura, con rostros afilados y voces tan agudas y estridentes que era como oír a un montón de periquitos discutiendo. En el instante en que había levantado la funda, se habían puesto a parlotear y a moverse como locos, golpeando los barrotes para hacer ruido y haciendo muecas a los que tenían más cerca.

—Está bien —dijo Lockhart en voz alta—. ¡Veamos qué hacen con ellos! —Y abrió la jaula.

Se armó un pandemónium. Los duendecillos salieron disparados como cohetes en todas direcciones. Dos tomaron a Neville por las orejas y lo alzaron en el aire. Algunos salieron volando y atravesaron las ventanas, llenando de cristales rotos a los de la fila de atrás. Y el resto de duendecillos se dedicó a destruir la clase muy rápido. Tomaban los tinteros y rociaban de tinta la clase, hacían trizas los libros y los folios, rasgaban los carteles de las paredes, le daban vuelta a la papelera y tomaban bolsas y libros y los arrojaban por las ventanas rotas. Al cabo de unos minutos, la mitad de la clase se había refugiado debajo de los pupitres y Neville se balanceaba colgando de la lámpara del techo.

—Vamos ya, rodéenlos, sólo son duendecillos... —gritaba Lockhart.

Se remangó, blandió su varita mágica y gritó:

¡Peskipiski Pestenomi!

No sirvió absolutamente de nada; uno de los duendecillos le arrebató la varita y la tiró por la ventana. Lockhart tragó saliva y se escondió debajo de su mesa, a tiempo de evitar ser aplastado por Neville, que cayó al suelo un segundo más tarde, a ceder la lámpara.

Sonó la alarma y todos corrieron hacia la salida. En la calma relativa que siguió, Lockhart se urgió, vió a Harry, Ron, Emma y Hermione y les dijo:

—Bueno, ustedes cuatro pondrán en la jaula los que quedan. —Salió y cerró la puerta.

—¿Han visto? —bramó Ron, cuando uno de los duendecillos que quedaban le mordió en la oreja haciéndole daño.

Dos de los duendecillos se acercaron a Emma y la tomaron de el cabello. Harry se acercó con un libro, y con cuidado de no lastimar a su amiga, golpeó a los duendecillos.

—Gracias —murmuró la castaña, regalándole a Harry una débil sonrisa.

—Sólo quiere que adquirimos experiencia práctica —dijo Hermione, inmovilizando a dos duendecillos a la vez con un útil hechizo congelador y colocándolos en la jaula.

—¿Experiencia práctica? —repitió Harry, intentando atrapar a uno que bailaba fuera de su alcance sacando la lengua—. Hermione, él no tenía ni idea de lo que hacía.

—Mentira —dijo Hermione, mientras Emma se acercaba a ayudar a Harry—. Ya has leído sus libros, fíjate en todas las cosas asombrosas que ha hecho...

—Que él dice que ha hecho —añadió Ron.

—No sé, Mione —dijo Emma, por fin atrapando al duendecillo junto a Harry—, algo me dice que Lockhart es una farsa.

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