07 | Howler

.:. CHAPTER SEVEN .:.
(HOWLER)

El final del verano llegó más rápido de lo habitual. Emma estaba ansiosa de volver a Hogwarts, solo esperaba que fuera un año libre de problemas.

La última noche, la señora Weasley hizo aparecer, por medio de un conjuro, un gran festín, con un delicioso pastel de chocolate para gusto de la castaña.

A la mañana siguiente, les llevó mucho rato ponerse en marcha. Se levantaron con el canto del gallo, pero parecía que quedaban muchas cosas por preparar. La señora Weasley, de mal humor, iba de aquí para allá, buscando tan pronto unos calcetines como una pluma. Algunos chocaban en las escaleras, medio vestidos o sosteniendo en la mano una tostada.

Por otro lado, Emma había estado lista desde las seis de la mañana. Tenía todo listo y se divertía viendo a sus amigos medio vestidos bajar y subir a toda velocidad, buscando y dejando cosas por todos lados.

Cuando todos estuvieron listo, salieron al jardín para subir al auto. Pero Emma no comprendía como tanta gente entraría en el pequeño Ford Anglia. Claro, que no había contado en que el señor Weasley le colocaría un hechizo.

Cuando por fin estuvieron todos en el coche, la señora Weasley echó un vistazo al asiento trasero, en el que Harry, Ron, Emma, Fred, George y Percy estaban cómodamente sentados. Ella y Ginny estaban en los asientos delanteros.

Regresaron alrededor de tres veces, y era muy tarde. El señor Weasley miró primero su reloj y luego a su mujer.

—Molly, querida…

—No, Arthur.

—Nadie nos vería. Este botón de aquí es un accionador de invisibilidad que he instalado. Ascenderíamos en el aire, luego volaríamos por encima de las nubes y llegaríamos en diez minutos. Nadie se daría cuenta…

—He dicho que no, Arthur, no a plena luz del día.

Al llegar, bajaron apresuradamente y fueron corriendo a la estación, con cinco minutos antes de las 11.

—Percy primero —dijo la señora Weasley, mirando con inquietud el reloj que había en lo alto.

Percy avanzó deprisa y desapareció.

—Emma, querida. —Emma inspiró hondo y caminó a paso rápido hacía la barrera. Al pasar encontró el expreso de Hogwarts, y se apresuró a subir su equipaje.

La castaña asomó la cabeza por la ventanilla, logro ver a sus padres a lo lejos, les hizo una seña con la mano y ellos se acercaron rápidamente.

—Toma esto —le dijo su padre apresuradamente, entregándole una caja pequeña a su hija—, es de tu abuelo. Cuídate, princesa, por favor.

—Lo haré, lo prometo, y ahora va en serio —dijo Emma. El tren comenzó a andar—. ¡Los quiero!

—¡Te amamos! —gritaron sus padres, agitando sus manos en forma de despedida.

Emma tomó asiento en su compartimiento. Observó la caja en su mano y con la curiosidad invadiendo su interior la abrió: era un collar. Si debía de ser específica era la constelación de leo con pequeños diamantes en cada punta de ella. Y por supuesto, no podía faltar el toque Williams: en un costado del collar las siglas E. W & C. W resaltaban levemente.

—Abuelo… —murmuró Emma con felicidad, colocándose el collar en su cuello.









( . . . )










Pasaron segundos, minutos y horas, y ni Harry y Ron aparecían. Hermione y Emma habían comenzado una búsqueda en todo el tren, preguntado a cada pasajero si los habían visto por algún lugar.

Estaban llegando a Hogwarts y Emma seguía sin encontrarlos. Ésta se moría de angustia y desesperación. Al llegar, bajaron en la estación de Hogsmeade y entonces escuchó que gritaron su nombre detrás de ella. Era Hermione.

—¡Hermione! —exclamó Emma cuando Hermione se acercó.

—¿Dónde estabas? —preguntó Hermione, mientras caminaban hacia los carruajes sin caballo—. ¡Te perdí de vista! ¿Sabes algo de ello?

—Nada —respondió Emma—. Nadie los ha visto.

—Los mataré.

Ambas niñas subieron a los carruajes sin caballo, seguidas por Neville  y Parvati. Emma estaba sumamente preocupada por sus amigos, ¿dónde demonios se habían metido?

Entraron al castillo y se dirigieron al Gran Comedor. Dumbledore dió su discurso de bienvenida, y los chicos seguían sin aparecer. Comieron el banquete después de la selección y se encaminaron a la torre de Gryffindor. En el camino, Emma escuchaba los rumores más absurdos que había escuchado nunca; decían que Harry y Ron habían llegado en un coche volador. Aunque si eso llegaba a ser verdad, ella misma se encargaría de que no aparecieran.

Entraron a la torre de Gryffindor y cuando Emma estaba apunto de subir a su dormitorio, se armó un bullicio. Ella se volvió para mirar.

Harry y Ron entraban por el retrato, junto a Hermione, que no tenía buena cara. Y se veían tan relajados. Después de un largo rato en que los de Gryffindor les decían cumplidos a Harry y a Ron, todos se fueron a la cama. Todos menos cuatro personas.

Emma estaba sentada sola en un sofá, con los brazos cruzados y mirando al fuego. Los chicos se acercaron con cierto nerviosismo a ella. Jamás la habían visto así.

—Dai… —dijo Harry cuando se acercaron a ella. No quería que se enfadara con él.

—¿Lo que dicen es verdad? —preguntó Emma, alzando la mirada—. ¿Llegaron en el auto de los Weasley? —Los chicos asintieron.

—Deberían dejar de poner sus vidas en riesgo cada vez que respiran —Emma se puso en pie bruscamente—. Los buscamos por todas partes y luego aparecen como si nada hubiera pasado.

—No fue nuestra culpa.

—Son unos tontos —murmuró Emma antes de darse la vuelta y dirigirse directamente a la habitación de las chicas.











( . . . )







EMMA Y HERMIONE BAJARON AL GRAN COMEDOR sin esperar a los chicos. Cuando llegaron, Harry y Ron se sentaron a ambos lados de Emma.

En ese momento, llegó Errol, que se desplomó sobre la taza de Hermione.

—¡Errol! —dijo Ron, sacando por las patas a la empapada lechuza. Errol se desplomó, sin sentido, sobre la mesa, con las patas hacia arriba y un sobre rojo y mojado en el pico.

»¡No…! —exclamó Ron.

—Todavía esta vivo —dijo Emma, tocando a Errol con la punta del dedo.

—No es por eso… sino por esto.

Ron señalaba el sobre rojo. A Emma le extrañaba  las caras de Ron y Neville.

—¿Qué pasa? —preguntó Harry.

—Me han enviado un howler —respondió Ron con un hilo de voz.

—Será mejor que los abras, Ron —dijo Neville, en un tímido susurró—. Si no lo hicieras, sería peor. Mi abuela una vez me envió uno, pero no lo abrí y… –—tragó saliva— fue horrible.

Emma miró el sobre rojo y luego las rostros aterrorizados de Ron y Neville.

—¿Qué es un howler? —preguntaron al mismo tiempo Harry y Emma.

Pero Ron fijaba toda su atención en la carta, que había empezado a humear por las esquinas.

—Ábrela —urgió Neville—. Será cuestión de unos minutos.

Ron alargó una mano temblorosa, le quitó a Errol el sobre del pico con mucho cuidado y lo abrió. Neville se tapó los oídos con los dedos. En el salón se oyó un bramido tan potente que desprendió polvo del techo.

—… ROBAR EL COCHE, NO ME HABRÍA EXTRAÑADO QUE TE EXPULSARAN, SUPONGO QUE NO TE HAS PARADO A PENSAR LO QUE SUFRIMOS TU PADRE Y YO CUANDO VIMOS QUE EL COCHE NO ESTABA…

Los gritos de la señora Weasley, cien veces más fuerte de lo normal, hacían tintinear los platos y las cucharas en la mesa y reverberaban en los muros de piedra de manera ensordecedora. En el salón, la gente se volvía hacia todos los lados para ver quién era el que había recibido el howler, y Ron se encogió tanto en el asiento que sólo se le podía ver la frente colorada.

—… ESTA NOCHE LA CARTA DE DUMBLEDORE, CREÍ QUE TU PADRE SE MORÍA DE LA VERGÜENZA, NO TE HEMOS CRIADO PARA QUE TE COMPORTES ASÍ, HARRY Y TÚ PODRÍAN HABERSE MATADO…

Emma hizo una mueca y miró a Ron con preocupación.

—… COMPLETAMENTE DISGUSTADO, EN EL TRABAJO DE TU PADRE ESTÁN HACIENDO INDAGACIONES, TODO POR CULPA TUYA, Y SI VUELVES A HACER OTRA, POR PEQUEÑA QUE SEA, TE SACAREMOS DEL COLEGIO.

Se hizo el silencio.

Hermione cerró el libro Viajes con los vampiros y miró a Ron, que seguía encogido.

—Bueno, no sé lo que esperabas, Ron, pero tú…

—No me digas que me lo merezco —atajó Ron.

Emma observó como Harry apartaba su plato de gachas y agachaba la cabeza.

—¿No piensas comer? —preguntó Emma volviéndose para mirarlo.

—¿No estabas enojada?

—Lo estaba –—espondió la castaña tomando una cuchara de gachas—, pero ya tuvieron bastante. Ahora come, James —dijo mientras le pasaba la cuchara.

Harry alzó la cabeza y sonrió un poco.

La profesora McGonagall les entregó sus nuevos horarios, y después del desayuno, Harry, Ron, Emma y Hermione abandonaron juntos el castillo, cruzaron la huerta por el camino y se dirigieron a los invernaderos donde crecían las plantas mágicas.

El howler había tenido al menos un efecto positivo: parecía que las chicas consideraban que ellos ya habían tenido suficiente castigo y volvían a mostrarse amables.

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