06 | In Flourish and Blotts
.:. CHAPTER SIX .:.
(EN FLOURISH Y BLOTTS)
Harry, Ron, Emma y Hermione pasearon por la tortuosa calle adoquinada mirando todas las tiendas y escaparates.
Las chicas estaban un poco más atrás que sus amigos puesto que Emma necesitaba hablar de manera urgente con Hermione. Y así, hasta Harry logró hablar con Ron sobre la extraña actitud de Emma.
—¿Me estás diciendo que te está evitando?
—¡No! No es eso… solo que… se comporta extraño.
—Dijiste que es distraída —le recordó Ron—. Aunque no considero que Emma sea distraída.
Harry guardó silencio por un segundo. Tal vez solo estaba exagerando creándose cuentos que no existían, pero él sentía que Emma actuaba raro con él cuando nunca había sido así.
—Tal vez sea su familia —comentó Ron, sacando a Harry de sus pensamientos—. Me dijo que últimamente actuaban extraño y la alejaban de sus reuniones.
—Claro… solo es eso —suspiró Harry.
( . . . )
Una hora después, se encaminaban a Flourish y Blotts. No eran, ni mucho menos, los únicos que iban a la librería. Al acercarse, vieron para su sorpresa a una multitud que se apretujaba en la puerta, tratando de entrar. El motivo de tal aglomeración lo proclamaba una gran pancarta colgada de las ventanas del primer piso:
GILDEROY LOCKHART
firmará hoy ejemplares de su autobiografía
EL ENCANTADOR
de 12:30 a 16:30 horas
—¡Podremos conocerle en persona! —chilló Hermione. Emma alzó una ceja—. Es el que ha escrito casi todos los libros de la lista —explicó.
La multitud estaba formada principalmente por brujas de la edad de la señora Weasley. En la puerta había un mago con aspecto abrumado, que decía:
—Por favor, señoras, tengan calma…, no empujen…, cuidado con los libros…
Harry, Ron, Emma y Hermione consiguieron al fin entrar. En el interior de la librería, una larga cola serpenteaba hasta el fondo, donde Gilderoy Lockhart estaba firmado libros.
Emma era empujada o arrastrada por la multitud cada cinco segundos, literalmente. Harry al verla, tomó dos ejemplares de Recreo con la «banshee», la tomó de la mano y ambos fueron hasta el grupo de los Weasley.
La castaña está vez no pudo replicar. Dejó que su amigo la guiará por el camino, aún si se sintiera más nerviosa con cada segundo que pasaba.
—¡Qué bien, ya están aquí! —dijo la señora Weasley. Parecía que le faltaba el aliento, y se retocaba el cabello con las manos—. Enseguida nos tocará.
A medida que la cola avanzaba, podían ver mejor a Gilderoy Lockhart. Estaba sentado en una mesa, rodeado de grandes fotografías con su rostro, fotografías en las que guiñaba un ojo y exhibía su deslumbrante dentadura. El Lockhart de carne y hueso vestía una túnica color añil, que combinaba perfectamente con sus ojos; llevaba su sombrero puntiagudo de mago desenfadadamente ladeado sobre el pelo ondulado.
Un hombre pequeño e irritable merodeaba por allí sacando fotos con una gran cámara negra que echaba humaredas de color púrpura a cada destello cegador del flash.
—Fuera de aquí —gruñó a Ron, retrocediendo para lograr una toma mejor—. Es para el diario El Profeta.
—¡Vaya cosa! —exclamó Ron, frotándose el pie en el sitio en que el fotógrafo lo había pisado.
Gilderoy Lockhart lo oyó y levantó la vista. Vió a Ron, a Emma y luego a Harry, y se fijó en él. Entonces se levantó de un salto y gritó con rotundidad:
—¿No será ése Harry Potter?
La multitud se hizo a un lado, cuchicheando emocionada. Lockhart se dirigió hacia Harry y tomándolo del brazo lo llevó hacia delante.
La castaña no se había percatado hasta entonces que nunca soltó la mano de Harry desde que la ayudó.
Emma agachó la mirada un segundo para mirar su mano, y entonces dijo—: No me da buena espina.
—¿Por qué te quitó a Harry o por qué es un vanidoso farsante? —preguntaron Fred y George al mismo tiempo. Emma no les respondió, y la señora Weasley les dio una mala mirada a los gemelos.
—Señoras y caballeros —dijo Lockhart en voz alta, pidiendo silencio con un gesto de la mano—. ¡Éste es un gran momento! ¡El momento ideal para que les anuncie algo que he mantenido hasta ahora en secreto! Cuando el joven Harry entró hoy en Flourish y Blotts, sólo pensaba comprar mi autobiografía, que estaré muy contento de regalarle. —La multitud aplaudió—. Él no sabía —continuó Lockhart, zarandeando a Harry— que en breve iba a recibir de mí mucho más que mi libro El encantador. Harry y sus compañeros de colegio contarán con mi presencia. ¡Sí, señoras y caballeros, tengo el placer y el orgullo de anunciarles que este mes de septiembre seré el profesor de Defensa Contra las Artes Oscuras en el Colegio Hogwarts de Magia!
—¿Es en serio? —murmuró la castaña.
La multitud aplaudió y vitoreó al mago, y Harry fue obsequiado con las obras completas de Gilderoy Lockhart. Tambaleándose un poco bajo el peso de los libros, logró abrirse camino desde la mesa de Gilderoy, en que se centraba la atención del público, hasta el fondo de la tienda, donde estaba su amiga castaña.
—Tomalos tú, Dai —le dijo Harry. Emma sonrió inconscientemente ante la mención del apodo.
—Te los recibiría —dijo—, pero ya compre todos los libros, además —la pequeña Weasley me llegó a la cabeza—… ¿no crees que Ginny los necesita más?
Harry asintió de acuerdo. Su amiga tenía razón. Cuando llegaron hacia donde estaba Ginny, le entregaron los libros.
—¿A que te gusta, eh, Potter? –dijo una voz que Emma reconoció al instante. Se volvió y se encontró cara a cara con Draco Malfoy—. El famoso Harry Potter. Ni siquiera en una librería puedes dejar de ser el protagonista.
—¡Déjale en paz, él no lo ha buscado! —replicó Ginny. Era la primera vez que hablaba delante de Harry.
—¡Vaya, Potter, tienes novia! —dijo Malfoy arrastrando las palabras. Ginny se puso roja y Emma sintió una presión en el pecho—. ¡Tienes competencia, Williams!
—Sera mejor que te calles, Malfoy —espetó Emma, amanazándolo con un gran libro.
En ese momento Ron y Hermione se acercaban, con sendos montones de los libros de Lockhart.
—¡Ah, eres tú! —dijo Ron, mirando a Malfoy como se mira a un chicle que se le ha pegado a uno en la suela del zapato—. ¿A que te sorprende ver aquí a Harry, eh?
—No me sorprende tanto como verte a ti en una tienda, Weasley —replicó Malfoy—. Supongo que tus padres pasarán hambre durante un mes para pagarte esos libros.
Ron se puso tan rojo como Ginny. Dejó los libros en el caldero que Ginny llevaba y se fue hacia Malfoy, pero Harry y Hermione lo agarraron de la chaqueta.
—¡Ron! —dijo el señor Weasley, abriéndose camino a duras penas con Fred y George—. ¿Qué haces? Vamos afuera, que aquí no se puede estar.
—Vaya, vaya…, ¡si es el mismísimo Arthur Weasley!
Era el padre de Draco. El señor Malfoy había tomado a su hijo por el hombro y miraba con la misma expresión de desprecio que él.
—Lucius —dijo el señor Weasley, saludándolo fríamente.
—Mucho trabajo en el Ministerio, me han dicho —comentó el señor Malfoy—. Todas esas redadas… Supongo que al menos te pagarán las horas extras, ¿no? —Se acercó al caldero de Ginny y sacó de entre los libros nuevos de Lockhart un ejemplar muy viejo y estropeado de la Guía de transformación para principiantes.
Emma decidió alejarse del lugar para no escuchar la discusión del señor Weasley y el padre de Malfoy. Se sentía rara por la reacción que tuvo ante el comentario de Malfoy. Pero no pudo pensar mucho en eso pues Emma sintió el caldero de Ginny caer a su lado. Ésta se volvió para mirar lo que sucedía; el señor Weasley se había lanzado sobre el señor Malfoy, y éste fue a dar de espaldas contra un estante. Docenas de pesados libros de conjuros les cayeron sobre la cabeza. Fred y George gritaban: «¡Dale, papá!», y la señora Weasley exclamaba: «¡No, Arthur, no!». La multitud retrocedió en desbandada, derribando a su vez otros estantes.
—¡Caballeros, por favor, por favor! —gritó un empleado.
Y luego, más alto que las otras voces, se oyó:
—¡Basta ya, caballeros, basta ya!
Hagrid vadeaba el río de libros para acercarse a ellos. En un instante, separó a Weasley y a Malfoy. El primero tenía un labio partido, y al segundo, una Enciclopedia de setas no comestibles le había dado en un ojo. Malfoy sujetaba en la mano el libro viejo de transformación. Se lo entregó a Ginny, con la maldad brillándole en los ojos.
—Toma, niña, ten tu libro, que tu padre no tiene nada mejor que darte.
Librándose de Hagrid, que lo sostenía del brazo, hizo una seña a Draco y salieron de la librería.
Emma retrocedió un poco. Jamás había presenciado una pelea de esa magnitud pues en su casa todos tendían a guardar la cordura, al menos, cuando ella estaba cerca.
—No debería hacerle caso, Arthur —dijo Hagrid, ayudándolo a levantarse del suelo y a ponerse bien la túnica—. En esa familia están podridos hasta las entrañas, lo sabe todo el mundo. Son una mala raza. Vamos, salgamos de aquí.
Se apresuraron a salir a la calle. Los padres de Hermione todavía temblaban del susto, al igual que Emma, y la señora Weasley estaba furiosa.
—¡Qué buen ejemplo para tus hijos…, peleando en público! ¿Qué habrá pensado Gilderoy Lockhart?
—Estaba encantado —repuso Fred—. ¿No lo oyeron cuando salíamos de la librería? Le preguntaba al hombre ese de El Profeta si podría incluir la pelea en el reportaje. Decía que todo era publicidad.
Los ánimos ya se habían calmado cuando el grupo llegó a la chimenea del Caldero Chorreante, donde Emma, Harry, los Weasley y todo lo que habían comprado volvieron a La Madriguera utilizando los polvos flu. Antes se despidieron de los Granger, que abandonaron el bar por la otra puerta, hacia la calle muggle que había al otro lado. Y Emma sabía bien, si es que no se equivocaba, que les contarían a sus padres de su accidente.
Harry se quitó las gafas y se las guardó en el bolsillo antes de utilizar los polvos flu. Ambos niños regresarían juntos. Harry tomó la mano derecha de Emma, listos para regresar a La Madriguera con cierto nerviosismo. Definitivamente los polvos flu no eran el transporte preferido de Emma.
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