38 | Time travel

.:. CHAPTER THIRTY-EIGHT .:.
( VIAJE EN EL TIEMPO )

Ambos echaron a correr. Atravesaron los huertos hasta los invernaderos, se detuvieron un momento detrás de éstos y reanudaron al camino a toda velocidad, rodeando el sauce boxeador y yendo a ocultarse en el bosque…

—No sé como lo lograremos —dijo Emma jadeando—, pero ahora tenemos que ir a la cabaña de Hagrid sin que nos vean. Tenemos que tener mucho cuidado.

Anduvieron en silencio entre los árboles, por la orilla del bosque. Al vislumbrar la fachada de la cabaña de Hagrid, oyeron que alguien llamaba a la puerta. Se escondieron tras un grueso roble y miraron por ambos lados. Hagrid apareció en la puerta tembloroso y pálido, mirando a todas partes para ver quién había llamado. Y Emma escuchó la voz de Harry decir:

—Somos nosotros. Llevamos la capa invisible. Si nos dejas pasar; nos la quitaremos.

—No deberían haber venido —susurró Hagrid.

Se hizo a un lado y cerró la puerta rápidamente.

—Esto es lo más raro en que me he metido en mi vida —dijo Harry con entusiasmo.

—Ni me lo digas —susurró Emma—. Pero ahora lo principal es Buckbeak. ¡Vamos!

Avanzaron sigilosamente hasta que vieron al nervioso hipogrifo atado a la valla que circundaba la plantación de calabazas de Hagrid.

—¿Ahora? —susurró Harry.

—¡No te muevas porque te mato! —amenazó Emma—. Perdón, quiero decir, si nos lo llevamos ahora, los hombres de la comisión creerán que Hagrid lo ha liberado. Hay que esperar hasta que lo vean atado.

—Eso supone unos sesenta segundos —dijo Harry.

En ese momento oyeron romperse una pieza de porcelana.

—Ya se le cayó la jarra a Hagrid —dijo Emma—. En un momento Hermione encontrará a Scabbers.

Efectivamente, minutos después oyeron el chillido de Hermione.

Dai —la llamó Harry de repente—, ¿y si entráramos en la cabaña y nos apoderásemos de Pettigrew?

—No, lo siento, Harry —le respondió  Emma—. A mi también me gustaría, pero eso es imposible. Estaríamos rompiendo una de las leyes más importantes de la brujería. Nadie puede cambiar lo ocurrido. Si nos llegarán a ver…

—Sólo nos verían Hagrid y nosotros mismos.

—¿Qué harías si te vieras a ti mismo entrar en la cabaña de Hagrid y quitarle la rata a Ron?

—Creería… creería que me había vuelto loco —dijo Harry—. O que había magia oscura por medio.

—Eso es. Incluso llegarias a atacarte a ti mismo. Hermione me contó que incluso algunos llegaron a matarse a sí mismos.

—Bien —dijo Harry—, sólo era una idea. Yo pensaba nada más que…

Pero Emma le dió un codazo y señaló hacia el castillo. Dumbledore, Fudge, el anciano de la comisión y Macnair, el verdugo, bajaban los escalones.

—Saldremos de la cabaña en poco —dijo Emma en voz baja.

Efectivamente, un momento después se abrió la puerta trasera de la cabaña de Hagrid y Emma se vio a sí misma con Harry, Ron y Hermione saliendo ella con Hagrid. Definitivamente era la situación más extraña que había vivido.

—No temas, Buckbeak —dijo Hagrid—. No temas. —Se volvió hacia los tres amigos—. Venga, váyanse.

—Hagrid, no podemos… Les diremos lo que de verdad sucedió.

—No pueden matarlo…

—¡Váyanse! Ya es bastante horrible y sólo faltaría que además se metieran en un lío.

Emma vió a Hermione echando la capa invisible sobre los tres en el huerto de calabazas.

—Váyanse, rápido. No escuchen.

Llamaron a la puerta principal de la cabaña de Hagrid. El grupo de la ejecución había llegado. Hagrid dio media vuelta y se metió en la cabaña, dejando entreabierta la puerta de atrás. Emma vio que la hierba se aplastaba a trechos alrededor de la cabaña y oyó alejarse cuatro pares de pies. Ella, Harry, Ron y Hermione se habían marchado, pero la Emma y el Harry que se ocultaban entre los árboles podían ahora escuchar por la puerta trasera lo que sucedía dentro de la cabaña.

—¿Dónde está la bestia? —preguntó la voz fría de Macnair.

—Fu… fuera —contestó Hagrid.

Harry y Emma escondieron la cabeza cuando Macnair apareció en la ventana de Hagrid para mirar a Buckbeak. Luego oyó a Fudge.

—Tenemos que leer la sentencia, Hagrid. Lo haré rápido. Y luego tú y Macnair tendrán que firmar. Macnair, tu también debes escuchar. Es el procedimiento.

El rostro de Macnair desapareció de la ventana. Emma estaba esperando el momento adecuado para…

—Espera aquí —susurró Harry a Emma—. Yo lo haré.

Mientras Fudge leía Harry intentaba que Buckbeak se moviera.

De pronto se oyeron pasos dentro de la cabaña.

—Muévete, Buckbeak —Emma escuchó susurrar a Harry.

Por fin Buckbeak echó a andar agitando un poco las alas con talante irritado. Aún se hallaban a tres metros del bosque y se les podía ver perfectamente desde la puerta trasera de la cabaña de Hagrid.

—Un momento, Macnair, por favor —dijo la voz de Dumbledore—. Usted también tiene que firmar. —Los pasos se detuvieron. Buckbeak dio un picotazo al aire y anduvo algo más aprisa.

—¡Vamos, Harry! —susurró Emma, asomando la cabeza por detrás del árbol.

Harry dió un tirón a la cuerda. Buckbeak se puso a trotar a regañadientes. Llegaron a los árboles…

—¡Vamos, Buckbeak, es por tu bien! —gritó Emma, saliendo rápidamente de detrás del árbol, asiendo también la cuerda y tirando junto a Harry para que Buckbeak avanzara más aprisa.

—¡Para! —le dijo Harry a su novia—. Podrían oirnos.

La puerta trasera de la cabaña de Hagrid se había abierto de golpe. Harry, Emma y Buckbeak se quedaron inmóviles. Incluso el hipogrifo parecía escuchar con atención.

Silencio. Luego…

—¿Dónde está? —dijo la voz atlipada del anciano de la comisión—. ¿Dónde está la bestia?

—¡Estaba atada aquí! —dijo con furia el verdugo—. Yo la vi. ¡Exactamente aquí!

—¡Qué extraordinario! —dijo Dumbledore. Había en su voz un dejo de desenfado.

—¡Buckbeak! —exclamó Hagrid con voz ronca.

Se oyó un sonido silbante y a continuación el golpe de un hacha. El verdugo, furioso, la había lanzado contra la valla. Luego se oyó un aullido y en esta ocasión pudieron oír también las palabras de Hagrid entre sollozos.

—¡Se ha ido!, ¡se ha ido! Alabado sea, ¡ha escapado! Debe de haberse soltado solo. Buckbeak, qué listo eres.

Buckbeak empezó a tirar de la cuerda, deseoso de volver con Hagrid. Harry y Emma lo sujetaron con más fuerza, hundiendo los talones en tierra.

—¡Lo han soltado! —gruñó el verdugo—. Deberíamos rastrear los terrenos y el bosque.

—Macnair, si alguien ha tomado realmente a Buckbeak, ¿crees que se lo habrá llevado a pie? —le preguntó Dumbledore, que seguía hablando con desenfado—. Rastrea el cielo, si quieres… Hagrid no me iría mal un té. O una buena copa de brandy.

—Por… por supuesto, profesor —dijo Hagrid, al que la alegría parecía haber dejado flojo—. Entre, entre…

Harry y Emma escuchaban con atención: oyeron pasos, la leve maldición del verdugo, el golpe de la puerta y de nuevo silencio.

—¿Y ahora qué? —susurró Harry, mirando a su alrededor.

—Tenemos que quedarnos aquí escondidos —dijo Emma con miedo—. Tenemos que esperar a que vuelvan al castillo. Y después de asegurarnos de que estamos a salvo nos acercamos a la ventana de Sirius en Buckbeak. El punto es… que él no estará ahí esta dentro de dos horas… por lo cual, se nos hará bastante difícil…

El sol se ponía en aquel momento.

—Habrá que moverse —dijo Harry, pensando—. Tenemos que ir donde podamos ver el sauce boxeador o no nos enteraremos de lo que ocurre.

—Bien —dijo Emma, sujetándo aún mas fuerte la cuerda de Buckbeak—. Pero que nadie nos vea, recuérdalo.

Se movieron por el borde del bosque, mientras caía la noche, hasta ocultarse tras un grupo de árboles entre los cuales podían distinguir el sauce.

—¡Ahí está Ron! —dijo Harry de repente.

Una figura oscura corría por el césped y el aire silencioso de la noche les transmitió el eco de su grito.

—Aléjate de él…, aléjate… Scabbers, ven aquí…

Y entonces vieron otras tres figuras que salían de la nada. Emma se vio a sí misma, a Harry y a Hermione siguiendo a Ron. Luego vieron a Ron lanzándose en picado.

—¡Te he atrapado! Vete, gato asqueroso.

—¡Ahí está Sirius! —dijo Harry. El perrazo había surgido del sauce. Lo vieron derribar a Harry y a Emma y sujetar a Ron—. Desde aquí parece incluso más horrible, ¿verdad? —añadió mientras el perro arrastraba a Ron hasta meterlo entre las raíces—. ¡Eh, mira! El árbol acababa de golpearnos. ¿Estás segura de que estás bien? —añadió.

Emma asintió con la cabeza.

El sauce boxeador crujia y largaba puñetazos con sus ramas más bajas. Podían verse a sí mismos corriendo de un lado para otro en su intento de alcanzar el tronco. Y de repente el árbol se quedó quieto.

—Esos gatos son increíbles —comentó Emma.

—Allá vamos… —murmuró Harry—. Ya hemos entrado.

En cuanto desaparecieron, el árbol volvió a agitarse. Unos segundos después, oyeron pasos cercanos. Dumbledore, Macnair, Fudge y el anciano de la Comisión se dirigían al castillo.

Vieron a los cuatro hombres subir por la escalera de entrada del castillo y perderse de vista. Durante unos minutos el lugar quedó vacío. Luego…

—¡Aquí viene Lupin! —dijo Harry al ver a otra persona que bajaba la escalera y se dirigía corriendo hacia el sauce.

Vieron que Lupin tomaba del suelo una rama rota y apretaba con ella el nudo del tronco. El árbol dejó de dar golpes y también Lupin desapareció por el hueco que había entre las raíces.

—¡Ojalá hubiera tomado la capa! —dijo Harry—. Está ahí… —Se volvió a Emma—. Si saliera ahora corriendo y me la llevará, no la podría tomar Snape.

—¡No nos deben ver, Harry! ¡Por favor!

—¿Cómo puedes soportarlo? —le preguntó a Emma con irritación—. ¿Estar aquí y ver lo que sucede sin hacer nada? —Dudó—. ¡Voy a tomar la capa!

Emma lo tomó de la mano.

—Lo soporto porque no quiero arruinar la confianza que Dumbledore me dio —explicó la castaña—. La confianza que me dio Hermione al contarmelo. Debemos quedarnos aquí. Quietos, James…

En ese momento oyeron cantar a alguien. Era Hagrid, que se dirigía hacia el castillo, cantando a voz en grito y oscilando ligeramente al caminar. Llevaba una botella grande en la mano.

—¿Ves lo que hubiera sucedido? —susurró Emma—. Por favor, quédate aquí. Salvaremos a Sirius.

El hipogrifo hacia intentos desesperados por ir hacia Hagrid. Emma aferró más fuerte la cuerda. Observaron a Hagrid, que iba haciendo eses hacia el castillo. Desapareció. Buckbeak cesó en sus intentos de escapar. Abatió la cabeza con tristeza.

Apenas dos minutos después las puertas del castillo volvieron a abrirse y Snape apareció corriendo hacia el sauce, en pos de ellos.

Emma miró como Harry cerraba fuertemente los puños al ver que Snape se detenía cerca del árbol, mirando a su alrededor. Agarró la capa y la sostuvo en alto.

—Aparta de ella tus asquerosas manos —murmuró Harry entre dientes. Emma puso su mano derecha sobre la de él.

Snape tomó la rama que había usado Lupin para inmovilizar el árbol, apretó el nudo con ella y, cubriéndose con la capa, se perdió de vista.

—Listo —dijo Emma, sin quitar su mano de la de Harry—. Todos estamos dentro ahora. Ahora sólo debemos esperar a que volvamos a salir…

Después de un rato la castaña se puso de pie, amarró a Buckbeak a un árbol cercano y se sentó en el suelo, rodeándose las rodillas con los brazos.

Harry se sentó a su lado.

—Harry, ¿sabes por qué los dementores no se llevaron a Sirius? —preguntó la castaña tímidamente—. Quiero decir… estaban muy cerca cuando me desmayé…

Harry le explicó todo. Cómo, en el momento en que el dementor más cercano acercaba la boca a Sirius, dos cosas grandes y plateadas llegaron galopando por el lago y ahuyentando a los dementores.

Cuando Harry terminó de explicarlo, Emma se encontraba muy sorprendida.

—¿Crees en la posibilidad de que fueran patronus? Me refiero a que solo un verdadero patronus puede hacer retroceder a los dementores.

—Probablemente.

—Pero ¿quién los pudo hacer aparecer?

Harry no dijo nada.

—¿Qué te sucede? ¿Viste algo raro?

—No.

—Oye, que cortante —dijo Emma con diversión. Al ver que Harry no decía nada volvió a ponerse seria—. ¿Qué te pareció que era, James?

—Me pareció —Harry tragó saliva—, me pareció a mi padre y a una mujer…

Emma pensó muy a fondo lo que acaba de escuchar. ¿El padre de Harry? Eso era imposible…

—Harry, tu padre…

—Lo sé —dijo Harry rápidamente.

—¿Crees que fuera su fantasma?

—No lo sé. No… Parecía sólido. Los dos parecían personas de verdad.

—Tal vez…

—Quizá tuviera alucinaciones —dijo Harry—. Pero a juzgar por lo que vi, se parecía a él. Tengo fotos de él… —Emma lo miraba fijamente, no sabía que decir—. Sé que parece una locura —añadió Harry con determinación.

—No estás loco —dijo Emma tomando la mano de Harry—, y aunque lo que acabas de decir contradiga esto… tú estás cuerdo como todos.

—Gracias por estar cuando te necesito… —murmuró Harry.

Siempre estaré contigo, recuérdalo, siempre.

La castaña le dió un beso en la mejilla, como cuando eran unos niños pequeños. Unos niños que no tenían claro lo que sentían. Claro, todavía estaban en etapa de crecimiento, pero ambos sabían perfectamente lo que sentían por el otro.

Las hojas de los árboles susurraban movidas por la brisa. La luna aparecía y desaparecía tras las nubes.

Y entonces, después de una hora…

—¡Estan saliendo! —exclamó Emma. Se pusieron en pie. Buckbeak levantó la cabeza. Vieron a Lupin, Ron y Pettigrew saliendo con dificultad del agujero de las raíces. Luego salió Hermione seguida por Emma. Luego Snape, inconsciente, flotando. A continuación iban Harry y Black. Todos echaron a andar hacia el castillo.

La luna salía de detrás de la nube. Vieron las pequeñas siluetas detenerse en medio del césped. Luego las vieron moverse.

—¡Pobre Lupin! —susurró Emma—. Las transformaciones deben ser dolorosas.

—¡Emma! —dijo Harry de repente, tomándola de la mano—. ¡Tenemos que hacer algo!

—Harry, no podemos…

—¡No hablo de intervenir! ¡Es que Lupin se va a adentrar en el bosque y vendrá hacia aquí!

Emma ahogó un grito.

—¿Qué se supone que haremos? —dijo—. ¿Adonde vamos? ¿Y si…? ¡Harry, los dementores llegarán de un momento a otro!

—¡Volvamos a la cabaña de Hagrid! —dijo Harry—. Ahora está vacía. ¡Vamos!

Corrieron todo lo aprisa que pudieron. Buckbeak iba detrás de ellos a medio galope. Oyeron aullar al hombre lobo a sus espaldas.

Vieron la cabaña. Harry derrapó al llegar a la puerta, para que Emma no se golpeará. La abrió de un tirón y dejó pasar a Emma y a Buckbeak, que entraron como un rayo. Harry entró detrás de ellos y echó el cerrojo. Fang, el perro jabalinero, ladró muy fuerte.

—¡Fang, somos nosotros! —dijo Emma, avanzando rápidamente hacia él y acariciándole las orejas para que hiciera silencio.

Buckbeak parecía muy contento de volver a casa de Hagrid. Se echó delante del fuego, plegó las alas con satisfacción y se dispuso a echar un buen sueñecito.

—Será mejor que salga —dijo Harry pensativo—. Desde aquí no veo lo que ocurre. No sabremos cuándo llega el momento. —Emma levantó la mirada—. No voy a intervenir —añadió Harry de inmediato—. Pero si no vemos lo que ocurre, ¿cómo sabremos cuál es el momento de rescatar a Sirius?

—Bien, de acuerdo —dijo Emma—. Te acompañaré. Y no me hagas esa cara. Iré de todas formas.

Salieron y bordearon la cabaña. Oyeron gritos distantes. Aquello quería decir que los dementores se acercaban a Sirius… El otro Harry, la otra Emma y la otra Hermione irían hacia ellos en cualquier momento…

Miraron hacia el lago, con el corazón redoblando como un tambor.

Durante una fracción de segundo se quedaron ante la puerta de la cabaña de Hagrid sin saber que hacer.

Emma sin entender muy bien, sintió a Harry tomarla de la mano y salir corriendo hacia el lago.

—¿Qué haces? —susurró Emma.

—Necesito saber.

Cada vez estaban más cerca del lago, pero no se veía a nadie. En la orilla opuesta veían leves destellos de plata: eran sus propios intentos de conseguir un patronus.

Había un arbusto en la misma orilla del agua. Harry y Emma se agacharon detrás de él y miraron por entre las hojas. En la otra orilla los destellos de plata se extinguieron de repente.

—¡Vamos! —murmuró Harry, mirando a su alrededor—. ¿Dónde estás? Vamos, papá.

—Harry…

Nadie acudió cuando se suponía que debía llegar. Harry y Emma levantaron la cabeza para mirar el círculo de los dementores del otro lado del lago. Uno de ellos se bajaba la capucha. Era el momento para que apareciera el "padre de Harry". Pero nadie llegaba.

Y entonces lo entendieron. Harry no había visto a su padre y a una mujer desconocida, Harry había visto a ellos mismos.

Harry y Emma salieron de detrás del arbusto y sacaron la varita.

—¡EXPECTO PATRONUM! —exclamaron ambos a la vez.

Y de la punta de las varitas surgió, no una nube informe, sino dos animales plateados, deslumbrantes y cegadores. Fruncieron el entrecejo tratando de distinguir lo que era. Parecían caballos. Galopaban en silencio, alejándose de ellos por la superficie negra del lago. Los vieron bajar la cabeza y cargar contra los dementores… En ese momento galopaban en torno a las formas negras que estaban tendidas en el suelo, y los dementores retrocedían, se dispersaban y huían en la oscuridad. Y se fueron.

Los patronus dieron media vuelta. Volvían hacia Harry y Emma a medio galope, cruzando la calma superficie del agua. No era un caballo. Tampoco un unicornio. Eran un ciervo y una cierva. Brillaban tanto como la luna… Regresaban hacia ellos.

Se detuvieron en la orilla. Sus pezuñas no dejaban huellas en la orilla. Miraban a Harry y a Emma con sus ojos grandes y plateados. Lentamente el patronus de Harry reclinó la cornamenta.

—Cornamenta —susurró Harry.

Y entonces los patronus se desvanecieron cuando Harry alargó hacia su patronus las temblorosas yemas se sus dedos.

Harry se quedó así, con la mano extendida.

—¡Lo hiciste, Harry! ¡Fuiste tú! ¡Tú lo hiciste! —gritó Emma por lo bajo.

—No fui solo yo —murmuró Harry—. Tú también lo hiciste. Tú también lo lograste.

Harry la abrazó. Se quedaron así por un momento, y luego, sobre el hombro de Harry, Emma logró vislumbrar a Snape.

—James, mira, Snape acaba de llegar.

Observaron la otra orilla desde ambos lados del arbusto. Snape había recuperado el conocimiento. Estaba haciendo aparecer por arte de magia unas camillas y subía a ellas los cuerpos inconscientes de Harry, Emma, Hermione y Black. Una quinta camilla, que sin duda llevaba a Ron, flotaba ya a su lado. Luego, apuntándolos con la varita, los llevó hacia el castillo.

—Harry —dijo Emma de repente—, tenemos 45 minutos antes de que Dumbledore cierre con llave la puerta de la enfermería. Tenemos que ir a salvar a Sirius y volver a la enfermería antes de que alguien note que no estamos.

Aguardaron. Veían reflejarse en el lago el movimiento de las nubes. La brisa susurraba entre las hojas del arbusto que tenían al lado.

—¿Crees que ya estará allí arriba? —preguntó Harry, consultando la hora. Levantó la mirada hacia el castillo y empezó a contar las ventanas de la derecha de la torre oeste.

—¡Harry, mira! —susurró Emma—. ¡Alguien vuelve a salir del castillo!

El hombre se apresuraba por los terrenos del colegio hacia una de las entradas. Algo brillaba en su cinturón.

—¡Macnair! —dijo Harry—. ¡El verdugo! ¡Va a buscar a los dementores!

Ambos corrieron hasta la cabaña de Hagrid en busca de Buckbeak, fue algo complicado pero lograron que saliera y montaron su lomo.

Emma abrazó a Harry por detrás y se sujetó con fuerza.

Harry espoleó a Buckbeak con los talones.

Buckbeak emprendió el vuelo hacia el oscuro cielo. Emma se sujetó con aún más fuerza que antes, y notó como Buckbeak levantaba las alas.

Planeaba silenciosamente hacia los pisos más altos del castillo. Harry tiró de la rienda izquierda y Buckbeak viró. Emma trataba de ubicar la ventana.

—¡Sooo! —dijo Harry, tirando de las riendas todo lo que pudo.

Buckbeak redujo la velocidad y se detuvieron. Pasando por alto el hecho de que subían y bajaban casi un metro cada vez que Buckbeak batía las alas, podía decirse que estaban inmóviles.

—¡Ahí está! —dijo Harry, localizando a Sirius mientras ascendían junto a la ventana. Sacó la mano y en el momento en que Buckbeak bajaba las alas, golpeó en el cristal.

Black levantó la mirada. Emma vió que se quedaba boquiabierto. Saltó de la silla, fue aprisa hacia la ventana y trató de abrirla, pero estaba cerrada con llave.

—¡Haste para atrás! —le gritó Emma, y sacó su varita, sin dejar de sujetarse con la mano izquierda de Harry—. ¡Alohomora!

La ventana se abrió de golpe.

—¿Cómo… cómo… ? —preguntó Black casi sin voz, mirando al hipogrifo.

—Sube, no hay mucho tiempo —dijo Harry, abrazándose al cuello liso y brillante de Buckbeak para evitar que se moviera—. Tienes que huir, los dementores están a punto de llegar. Macnair ha ido a buscarlos.

Black se sujetó al marco de la ventana y asomó la cabeza y los hombros. Fue una suerte que estuviera tan delgada. En unos segundos pasó una pierna por el lomo de Buckbeak y montó detrás de Emma.

—¡Arriba, Buckbeak! —dijo Harry, sacudiendo las riendas—. Arriba, a la torre. ¡Vamos!

El hipogrifo batió las alas y volvió a emprender el vuelo. Navegaron a la altura del techo de la torre oeste. Buckbeak aterrizó tras las almenas con mucho alboroto, y Harry y Emma se bajaron inmediatamente.

—Será mejor que escapes rápido, Sirius —dijo Harry jadeando—. No tardarán en llegar al despacho de Flitwick. Descubrirán tu huida.

Buckbeak dió una coz en el suelo, sacudiendo la afilada cabeza.

—¿Qué les ocurrió a los otros chicos? A Ron y a Hermione —preguntó Sirius.

—Ellos estarán bien. La señora Pomfrey dice que se curarán —explicó Emma—. ¡Rápido, Sirius, vete!

Pero Black los seguía mirando.

—¿Cómo se los puedo agradecer?

—¡VETE! —gritaron a un tiempo Harry y Emma.

Black le dió la vuelta a Buckbeak, orientándolo hacia el cielo abierto.

—¡Nos volveremos a ver! —dijo—. ¡Verdaderamente, Harry, Emma, se parecen a sus padres!

Presionó los flancos de Buckbeak con los talones. Harry y Emma se echaron atrás cuando las enormes alas volvieron a batir. El hipogrifo emprendió el vuelo… Animal y jinete empequeñecieron conforme Emma los miraba… Luego, una nube pasó ante la luna… y se perdieron de vista.

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