37 | Time turner

.:. CHAPTER THIRTY-SEVEN .:.
( GIRATIEMPO )

—Asombroso. Verdaderamente asombroso. Fue un milagro que quedarán todos con vida. No he oído nunca nada parecido. Menos mal que se encontraba usted allí, Snape…

—Gracias, señor ministro.

—Orden de Merlín, de segunda clase, diría yo. ¡Primera, si estuviese en mi mano!

—Muchísimas gracias, señor ministro.

—Tiene ahí una herida bastante fea. Supongo que fue Black.

—En realidad fueron Potter; Williams, Weasley y Granger, señor ministro.

—¡No!

—Black los había encantado. Me di cuenta enseguida. A juzgar por su comportamiento, debió de ser un hechizo para confundir. Me parece que creían que existía una posibilidad de que fuera inocente. No eran responsables de lo que hacían. Por otro lado, su intromisión pudo haber permitido que Black escapara… Obviamente, creyeron que podían atrapar a Black ellos solos. Han salido impunes en tantas ocasiones anteriores que me temo que se les ha subido a la cabeza… Y naturalmente, el director ha consentido siempre que Potter goce una libertad excesiva.

—Bien, Snape. ¿Sabe? Todos hacemos un poco la vista gorda en lo que se refiere a Potter. Y me temo que cuando podemos también lo hacemos con la señorita Walk… digo, Williams.

—Ya. Pero ¿es bueno para Potter que se le conceda un trato tan especial? Personalmente, intento tratarlo como a cualquier otro. Y cualquier otro sería expulsado, al menos temporalmente, por exponer a sus amigos a un peligro semejante. Fíjese, señor ministro: contra todas las normas del colegio… después de todas las precauciones que se han tomado para protegerlo a él y a Williams… Fuera de los límites permitidos, en plena noche, en compañía de un licántropo y un asesino… y tengo indicios de que también ha visitado Hogsmeade, pese a la prohibición.

—Bien, bien… ya veremos, Snape. El muchacho ha sido travieso, sin duda.

Emma escuchaba acostada, con los ojos cerrados. Estaba confundida. Las palabras sonaban lejanas, de forma que le costaba entender. Todo su cuerpo se sentía pesado, incluyendo sus párpados. Quería abrirlos pero no lo lograba.

—Lo que más me sorprende es el comportamiento de los dementores… ¿Realmente no sospechaba qué pudo ser lo que los hizo retroceder, Snape?

—No, señor ministro. Cuando llegué, volvían a sus posiciones, en las entradas.

—Extraordinario. Y sin embargo, Black, Harry, Emma y la chica…

—Todos estaban inconscientes cuando llegué allí. Até y amordacé a Black, hice aparecer por arte magia unas camillas y los traje a todos al castillo.

Hubo una pausa. Emma comenzaba a escuchar cada vez más claro.

Abrió los ojos.

Todo estaba borroso. De a poco su vista se fue aclarando. Se hallaba en la oscura enfermería. Al final de la sala se podía vislumbrar a la señora Pomfrey inclinada sobre una cama y dándole la espalda. Bajo el brazo de la señora Pomfrey logró identificar el pelo pelirrojo de Ron.

La señora Pomfrey llegó entonces caminado enérgicamente por la oscura sala hasta la cama de Emma y a la de Harry. La castaña se volvió para mirarla. Llevaba dos trozos de chocolate más grandes que había visto nunca.

—¡Ah, están despiertos! —dijo con voz animada. Dejó uno de los chocolates en la mesilla de Emma y el otro en la de Harry, para luego comenzar a trocearlos con un pequeño martillo.

—¿Cómo están Ron y Hermione? —preguntaron los dos al mismo tiempo.

—Sobrevivirán —dijo la señora Pomfrey con seriedad—. En cuanto a ustedes dos, permanecerán aquí hasta que yo esté bien segura de que están… ¿Qué haces, Potter?

Harry se había incorporado, se ponía las gafas y tomó su varita.

—Tengo que ver al director —explicó.

—Potter —dijo con dulzura la señora Pomfrey—, todo se ha solucionado. Han atrapado a Black. Lo han encerrado arriba. Los dementores le darán el beso en cualquier momento.

—¿QUÉ?

—¿CÓMO?

Emma y Harry saltaron de la cama. Probablemente su gritó había sido tan alto que hasta se había escuchado en el pasillo afuera, porque un momento después, entraron en la enfermería Cornelius Fudge y Snape.

—¿Qué es esto, Harry, Emma? —preguntó Fudge, con aspecto agitado—. Tendrían que estar en la cama… ¿Han tomado chocolate? —le preguntó nervioso a la señora Pomfrey.

—Escuche, señor ministro —dijo Harry—. ¡Sirius Black es inocente! ¡Peter Pettigrew fingió su propia muerte! ¡Lo hemos visto esta noche! No puede permitir que los dementores le hagan eso a Sirius, es…

Pero Fudge movía la cabeza en sentido negativo, sonriendo ligeramente.

—Harry, Harry; estás confuso. Has vivido una terrible experiencia. Vuelve a acostarte. Está todo bajo control.

—¡ESO NO VERDAD! —gritó Emma—. ¡SIRIUS ES COMPLETAMENTE INOCENTE!

—¿Lo ve, señor ministro? —preguntó Snape—. Los dos tienen confundidas las ideas. Black ha hecho un buen trabajo con ellos…

—¡NO ESTAMOS CONFUNDIDOS! —gritó Harry.

—¡Señor ministro! ¡Profesor! —dijo enfadada la señora Pomfrey—. He de insistir en que se vayan. ¡Potter y Williams son pacientes y no hay que fatigarlos!

—¡No estamos fatigados! —dijo Emma.

—¡Estamos intentando explicarles lo ocurrido! —dijo Harry furioso—. Si nos escucharan…

Pero la señora Pomfrey le introdujo de repente un trozo grande de chocolate en la boca. Harry se atragantó y la mujer aprovechó la oportunidad para obligarle a volver a la cama.

—Ahora, por favor; señor ministro… Estos niños necesitan cuidados. Les ruego que salgan.

Volvió a abrirse la puerta. Era Dumbledore. Emma se atragantó con el trozo de chocolate que estaba comiendo.

—Profesor Dumbledore —dijo Harry—, Sirius Black…

—¡Por Dios santo! ¿Es esto una enfermería o qué? Señor director; he de insistir en que…

—Te pido mil perdones, Poppy, pero necesito cambiar unas palabras con el señor Potter y la señorita Williams. He estado hablando con Sirius Black.

—Supongo que le ha contado el mismo cuento de hadas que metió en la cabeza de Potter y Williams —espetó Snape—. ¿Algo sobre una rata y sobre que Pettigrew estaba vivo?

—Eso es efectivamente lo que dice Black —dijo Dumbledore, examinando detenidamente a Snape por sus gafas de media luna.

—¿Y acaso mi testimonio no cuenta para nada? —gruñó Snape—. Peter Pettigrew no estaba en la Casa de los Gritos ni vi señal de él por allí.

—¡Eso fue porque usted estaba inconsciente! —dijo Emma con severidad—. Usted no llegó a escuchar cuando…

—¡Señorita Williams! ¡CIERRE LA BOCA!

—Vamos, Snape —dijo Fudge—. Estan confundidos, hay que ser comprensivos.

—Me gustaría hablar con Harry y Emma a solas —dijo Dumbledore bruscamente—. Cornelius, Severus, Poppy. Se los ruego, déjennos.

—Señor director —farfulló la señora Pomfrey—. Necesitan tratamiento, necesitan descanso.

—Esto no puede esperar —dijo Dumbledore—. Insisto.

La señora Pomfrey frunció la boca, se fue con paso firme a su despacho, que estaba al final de la sala, y dio un portazo al cerrar. Fudge consultó la gran saboneta de oro que le colgaba del chaleco.

—Los dementores deberían haber llegado ya. Iré a recibirlos. Dumbledore, nos veremos arriba.

Fue hacia la puerta y la mantuvo abierta para que pasara Snape. Pero Snape no se movió.

—No creerá una palabra de lo que dice Black, ¿verdad? —susurró con los ojos fijos en Dumbledore.

—Quiero hablar a solas con Harry y Emma —repitió Dumbledore.

Snape avanzó un paso hacia Dumbledore.

—Sirius Black demostró ser capaz de matar cuando tenía dieciséis años —dijo Snape en voz baja—. No lo habrá olvidado. No habrá olvidado que intentó matarme.

—Mi memoria sigue siendo tan buena como siempre, Severus —respondió Dumbledore con tranquilidad.

Snape giró sobre sus talones y salió con paso militar por la puerta que Fudge mantenía abierta. La puerta se cerró tras ellos y Dumbledore se volvió hacia Harry y Emma. Los dos empezaron a hablar al mismo tiempo.

—Señor… Sirius… Black dice la verdad. Fue la rata. Vimos a Pettigrew.

—Escapó cuando el profesor Lupin se convirtió en hombre lobo.

—Es un rata. Un animago.

—La pata delantera de Pettigrew… quiero decir; el dedo: él mismo se lo cortó.

—Pettigrew atacó a Ron. No Sirius.

Pero Dumbledore levantó una mano para detener la avalancha de explicaciones.

—Ahora tienen que escuchar ustedes y les ruego que no me interrumpan, porque tenemos muy poco tiempo —dijo con tranquilidad—. Black no tiene ninguna prueba de lo que dice, salvo su palabra. Y la palabra de dos brujos de trece años no convencerá a nadie. Una calle llena de testigos juró haber visto a Sirius matando a Pettigrew. Yo mismo di testimonio al Ministerio de que Sirius era el guardián secreto de los Potter.

—El profesor Lupin también puede testificarlo —dijo Harry.

—El profesor Lupin se encuentra en estos momentos en la espesura del bosque, incapaz de contarle nada a nadie. Cuando vuelva a ser humano, ya será demasiado tarde. Sirius estará más que muerto. Y además, la gente confía tan poco en los licántropos que su declaración tendrá muy poco peso. Y el hecho de que él y Sirius sean viejos amigos…

—Pero…

—Escúchame, Harry. Es demasiado tarde, ¿lo entiendes? Tienes que comprender que la versión del profesor Snape es mucho más convincente que la suya.

—Claro, él odia a Sirius —dijo Emma desesperadamente—. Todo por una tonta broma en el colegio.

—Sirius no ha obrado como inocente. La agresión contra la señora gorda…, entrar con un cuchillo en la torre de Gryffindor… Si no encontramos a Pettigrew, vivo o muerto, no tendremos ninguna posibilidad de cambiar la sentencia.

—Pero usted nos cree.

—Sí, yo si —respondió en voz baja—. Pero no puedo convencer a los demás ni desautorizar al ministro de Magia.

Emma miró fijamente al director. No entendía lo que quería.

—Lo que necesitamos es ganar tiempo —dijo Dumbledore despacio. Sus ojos azul claro pasaban de Harry a Emma.

—¿A qué se refiere profesor? —preguntó la castaña—. ¡Ah! Pero yo nunca…

—Se que podrá —dijo Dumbledore—. Ahora préstenme atención. Sirius está encerrado en el despacho del profesor Flitwick, en el séptimo piso. Torre oeste, ventana número trece por la derecha. Si todo va bien, esta noche podrán salvar más de una vida inocente. Pero recuérdenlo los dos: no los pueden ver. Señorita Williams, usted sabe las normas, estoy seguro. Sabe lo que está en juego. No deben verlos.

Emma no sabía muy bien si le iba a ir bien. Tenía miedo de arruinarlo. Dumbledore se alejó y al llegar a la puerta se volvió.

—Los voy a cerrar con llave. Son —consultó su reloj— las doce menos cinco. Señorita Williams; tres vueltas deberían bastar. Buena suerte.

—¿Buena suerte? —repitió Harry, cuando la puerta se hubo cerrado tras Dumbledore—. ¿Tres vueltas? ¿Qué quiere decir? ¿Qué es lo que tenemos que hacer? ¿Qué haces?

Emma se acercó a la cama donde Hermione seguía inconsciente, buscó delicadamente lo que necesitaba, y cuando lo encontró se lo quitó muy despacio.

—Lo cuídare, te lo prometo —le susurró, mientras se lo ponía en el cuello.

Emma llevaba en el cuello una cadena de oro muy larga y fina.

—Ven, Harry —dijo—. ¡Vamos!

Harry, perplejo se acercó a ella. Emma estiró la cadena por fuera de la túnica y Harry pudo ver el pequeño reloj de arena que pendía de ella. Emma suspiró—. Espero que esto salga bien. —Puso la cadena también alrededor del cuello de Harry—. ¿Listo?

—¿Qué vamos a hacer? —preguntó Harry sin comprender.

—Besarnos —respondió Emma sarcásticamente—. Vamos…

Emma dió tres vueltas al reloj de arena.

La sala oscura desapareció. Emma tuvo la sensación de que volaba muy rápidamente hacia atrás. A su alrededor veía pasar manchas de formas y colores borrosos. Notaba palpitaciones en los oídos.

Sintió el suelo firme bajo sus pues y todo volvió a aclararse. Se hallaba de pie, al lado de Harry, en el vacío vestíbulo, y un chorro de luz dorada bañaba el suelo pavimentado por las puertas principales, que estaban abiertas.

Harry giró la cabeza para mirar a Emma, que estaba guardando el collar bajó su túnica. Éste se acercó a ella rápidamente y le dio un corto beso en los labios.

—¡Oye!

—Tú lo dijiste —dijo Harry de forma divertida—. Por cierto, ¿qué…?

Emma se quedó escuchando. Oyó pasos.

—¡Al armario! Luego te explico. —Emma tomó a Harry de la mano y lo arrastró por el vestíbulo hasta la puerta del armario de limpieza. Lo abrió, empujó a Harry entre los cubos y las fregonas, ella entró tras él y cerró la puerta.

—¿Emma…, qué…? ¿Qué está pasando?

—Retrocedimos en el tiempo, Harry —susurró Emma—. Para ser exactos, tres horas.

Emma logró ver como Harry se pellizcaba la pierna.

—¿Qué haces?

—Comprobando que esto no fuera un sueño. Pero…

—¡Chist! ¡Espera! ¡Creo que alguien viene! De seguro somos nosotros… —Emma había acercado la oreja a la puerta—. ¡Hermione es la experta en esto, yo no!

—Espera —dijo Harry—. ¿Quieres decir que estamos aquí en este armario y que también estamos ahí afuera?

—Sí, sí, eso creo —respondió Emma—. Estoy casi segura de que somos nosotros. No parecen más de cuatro personas. Escucho pasos lentos… nosotros íbamos despacio porque íbamos bajo la capa invisible —Dejó de hablar; pero siguió escuchando—. Acabamos de bajar la escalera…

Emma se sentó en un cubo puesto boca abajo. Estaba nerviosa. No quería arruinar la confianza que le había dado Dumbledore a ella.

—¿De dónde sacó Hermione ese reloj de arena? —preguntó Harry.

—Esto se llama giratiempo —explicó Emma—. Supongo que Hermione no se enfadara si yo te… bueno. La profesora McGonagall se lo dio el día en que volvimos de vacaciones. Lo ha utilizado durante todo el curso. No se muy bien como lo consiguió… pero el punto es que nadie lo puede saber. Ahora, no entiendo que es lo que Dumbledore quiere que hagamos. No sé porque nos pidió que retrocedieramos tres horas. ¿En qué nos podría ayudar eso con Sirius?

—Quizá ocurriera algo que podemos cambiar —dijo pensativamente Harry—. ¿Qué puede ser? Hace tres horas nos dirigíamos a la cabaña de Hagrid…

—Nos estamos dirigiendo allí en este momento —dijo Emma—. Acabamos de pasar.

—Dumbledore dijo simplemente… —dijo Harry— dijo simplemente que podíamos salvar más de una vida inocente… —Y entonces se le ocurrió—: ¡Emma, vamos a salvar a Buckbeak!

—Claro… pero, ¿de qué forma ayudará eso a Sirius?

—Dumbledore nos dijo dónde está la ventana del despacho de Flitwick, donde tienen encerrado a Sirius con llave. Tenemos que volar con Buckbeak hasta la ventana y rescatar a Sirius. Sirius puede escapar montado en Buckbeak. ¡Pueden escapar juntos!

Emma se encontraba aterrorizada.

—Sera muy difícil conseguirlo sin que no nos noten, Harry.

—Bueno, tenemos que intentarlo, ¿verdad? —dijo Harry. Se levantó y tomó la mano de Emma para ponerla de pie. El azabache pego el oído a la puerta—. No parece que haya nadie. Vamos…

Harry empujó y abrió la puerta del armario. El vestíbulo estaba desierto. Tan en silencio y tan rápido como pudieron, salieron del armario y bajaron corriendo los escalones. Las sombras se alargaban. Las copas de los árboles del bosque prohibido volvían a brillar con un fulgor dorado.

—Creo que lo mejor es ir detrás de los invernaderos, Harry —dijo Emma—. Tenemos que alejarnos de la puerta principal de la cabaña de Hagrid o de lo contrario nos veremos a nosotros mismos.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top