31 | Buckbeak's Execution
.:. CHAPTER THIRTY ONE .:.
( LA EJECUCIÓN DE BUCKBEAK )
Bajaron a cenar con los demás, pero no regresaron luego a la torre de Gryffindor. Harry llevaba escondida la capa en la parte delantera de la túnica. Tenía que llevar los brazos cruzados para que no se viera el bulto. Esperaron en una habitación contigua al vestíbulo hasta asegurase de que esté estuviese completamente vacío. Oyeron a los dos últimos que pasaban aprisa y cerraban dando un portazo. Emma y Hermione asomaron la cabeza por la puerta.
—Bien —susurró Hermione—. No hay nadie. Podemos taparnos con la capa.
Caminando muy juntos, de puntillas y bajo la capa, para que nadie los viera, bajaron la escalera y salieron. El sol se hundía ya en el bosque prohibido, dorando las ramas más altas de los árboles.
Llegaron a la cabaña y llamaron a la puerta. Hagrid tardó en contestar, cuando por fin lo hizo, miró a su alrededor, pálido y tembloroso, en busca de la persona que había llamado.
—Somos nosotros —susurró Harry—. Llevamos la capa invisible. Si nos dejas pasar; nos la quitaremos.
—No deberían haber venido —dijo Hagrid, también susurrando.
Pero se hizo a un lado, y ellos entraron. Hagrid cerró la puerta rápidamente y Harry se desprendió de la capa. Hagrid no lloró ni se alejó al cuello de sus amigos. No parecía saber dónde se encontraba ni qué hacer. Resultaba más trágico verlo así que llorando.
—¿Quieren un té? —invitó.
Sus enormes manos temblaban al tomar la tetera.
—¿Dónde está Buckbeak, Hagrid? —preguntó Ron, vacilante.
—Lo… lo tengo en el exterior —dijo Hagrid, derramando la leche por la mesa al llenar la jarra—. Está atado en el huerto, junto a las calabazas. Pensé que debía ver los árboles y oler el aire fresco antes de…
A Hagrid le temblaba tanto la mano que la jarra se le cayó y se hizo añicos.
—Te ayudamos, Hagrid —dijeron Emma y Hermione.
Hermione se acercó a limpiar el suelo mientras que Emma buscaba otra tetera.
—¿No hay nada que hacer, Hagrid? —preguntó Harry sentándose a su lado—. Dumbledore…
—Lo ha intentado —respondió Hagrid—. No puede hacer nada contra una sentencia de la Comisión. Les ha dicho que Buckbeak es inofensivo, pero tienen miedo. Ya saben como es Lucius Malfoy… Me imagino que los ha amenazado… Y el verdugo, Macnair, es un viejo amigo suyo. Pero será rápido y limpio, y yo estaré a su lado.
Hagrid tragó saliva. Sus ojos recorrían la cabaña buscando algún retazo de esperanza.
—Dumbledore estará presente. Me ha escrito esta mañana. Dice que quiere estar conmigo. Un gran hombre, Dumbledore…
Las chicas, que habían estado buscando en el aparador de Hagrid, dejaron escapar un leve sollozo, que reprimieron rápidamente. Emma se incorporó con la jarra en las manos y esforzándose por contener las lágrimas.
—Nosotros también te acompañaremos, Hagrid —comenzó, pero Hagrid negó con la despeinada cabeza.
—Tienen que volver al castillo. Les he dicho que no quería que lo vieran. Y tampoco deberían estar aquí. Si Fudge y Dumbledore los pillan fuera sin permiso, Harry, Emma, se verán en un aprieto.
Por el rostro de Emma corrían lágrimas silenciosas, pero disimuló ante Hagrid preparando el té. A Harry le hubiera gustado consolarla en ese momento.
Hermione se acercó a tomar la leche para verter parte de ella en la jarra, pero al acercarse dio un grito.
—¡Ron! No… no puedo creerlo. ¡Es Scabbers!
Ron la miró boquiabierto.
—¿Qué dices?
Hermione acercó la jarra a la mesa y la volcó. Con un gritito asustado y desesperado por volver a meterse en el recipiente, Scabbers apareció correteando por la mesa.
—¡Scabbers! —exclamó Ron desconcertado—. Scabbers, ¿qué haces aquí?
Tomó a la rata, que forcejeaba por escapar; y la levantó para verla a la luz. Tenía un aspecto horrible. Estaba más delgada que nunca. Se le había caído mucho pelo, dejándole amplías lagunas, y se retorcía en las manos de Ron, desesperada por escapar.
—No te preocupes, Scbbers —dijo Ron—. No hay gatos. No hay nada que temer.
De pronto, Hagrid se puso en pie, mirando la ventana fijamente. Su cara, habitualmente rubicunda, ae había puesto del color del pergamino.
—Ya vienen…
Harry, Ron, Emma y Hermione se dieron rápidamente la vuelta. Un grupo de hombres bajaba por los lejanos escalones de la puerta principal del castillo. Delante iba Albus Dumbledore. Su barba plateada brillaba al sol ocaso. A su lado iba Cornelius Fudge. Tras ellos marchaba el viejo y débil miembro de la Comisión y el verdugo Macnair.
—Tienen que irse —dijo Hagrid. Le temblaba todo el cuerpo—. No deben verlos aquí… Váyanse ya.
Ron se metió a Scabbers en el bolsillo y Hermione cogió la capa.
—Salgan por detrás.
Lo siguieron hacia la puerta trasera que daba al huerto. Por las mejillas de Emma seguían resbalando lágrimas, y más de ellas cayeron cuando vió a Buckbeak atado a un árbol, detrás de las calabazas. Harry la tomó de la mano, mientras Buckbeak daba un golpe con la zarpa.
—No temas, Buckbeak —dijo Hagrid con voz suave—. No temas. —Se volvió hacia los cuatro amigos—. Venga, váyanse.
Pero no se movieron.
—Hagrid, no podemos… Les diremos lo que de verdad sucedió.
—No pueden matarlo…
—¡Váyanse! —ordenó Hagrid con firmeza—. Ya es bastante horrible y sólo faltaría que además se metieran en problemas.
No tenían opción. Mientras Hermione echaba la capa sobre los otros tres, oyeron hablar al otro lado de la cabaña. Hagrid miró hacia el punto por el que acababan de desaparecer.
—Váyanse, rápido —dijo con acritud—. No escuchen.
Y volvió a entrar en la cabaña al mismo tiempo que alguien llamaba a la puerta de delante.
Lentamente, como en trance, Harry, Ron, Emma y Hermione rodearon silenciosamente la casa. Al llegar al otro lado, la puerta se cerró con un golpe seco.
—Vámonos aprisa, por favor —susurró Hermione—. No puedo seguir aquí, no lo puedo soportar…
—Hermione tiene razón —susurró Emma—. Vámonos, por favor…
Empezaron a subir hacia el castillo. El sol se apresuraba a ocultarse; el cielo se había vuelto de un gris claro teñido de púrpura, pero en el oeste había destellos de rojo rubí.
Ron se detuvo en seco.
—Por favor, Ron —comenzó Hermione.
—Se trata de Scabbers… quiere salir.
Ron se inclinaba intentando impedir que Scabbers se escapara, pero la rata estaba fuera de sí; chillando como loca, se debatía y trataba de morder a Ron en la mano.
—Scabbers, tonta, soy yo —susurró Ron.
Oyeron abriste una puerta detrás de ellos y luego voces masculinas.
—¡Ron, por favor! —insistió Emma.
—Bien, ¡quédate quieta, Scabbers!
Siguieron caminando; al igual que Hermione y Harry, Emma procuraba no oír el sordo rumor de las voces que sonaban detrás de ellos. Ron volvió a detenerse.
—No la puedo sujetar… Calla, Scabbers, o nos oirá todo el mundo.
La rata chillaba como loca, pero no lo bastante fuerte para eclipsar los sonidos que llegaban del jardín de Hagrid. Las voces de hombre se mezclaban y se confundían. Hubo un silencio y luego, sin previo aviso, el inconfundible silbido de hacha rasgando el aire. Hermione se tambaleó y Emma se aferró a Harry.
—Tranquila —dijo Harry, acariciando la mano de su novia—. Lo siento tanto…
Los cuatro se habían quedado paralizados bajo la capa invisible. Los últimos rayos del sol arrojaron una luz sanguinolenta sobre los terrenos, en los que las sombras se dibujaban muy alargadas. Detrás de ellos oyeron un aullido salvaje.
—¡Hagrid! —susurró Harry. Sin pensar en lo que hacía, fue a darse ma vuelta, pero Ron y Emma lo tomaron por los brazos.
—No podemos —dijo Ron, blanco como una pared—. Piensa en Emma. Tu novia. Si los ven se meterán en un problema.
Hermione respiraba floja e irregularmente.
—¿Cómo… han podido…? —preguntó jadeando, como si se ahogase—. ¿Cómo han podido?
Emma no decía nada. Pero su respiración era irregular mientras sollozaba silenciosamente.
—Vamos —dijo Ron, tiritando.
Reemprendieron el camino hacia el castillo, andando muy despacio para no descubrirse. La luz se apagaba. Cuando llegaron a campo abierto, la oscuridad se cernía sobre ellos como un embrujo.
—Scabbers, estate quieta —susurró Ron, llevándose la mano al pecho. La rata se retorcía como loca. Ron se detuvo, obligando a Scabbers a que se metiera del todo en el bolsillo—. ¿Qué te ocurre, tonta? Quédate quieta… ¡AY! ¡Me ha mordido!
—¡Ron, cállate! —susurró Hermione—. Fudge se presentará aquí dentro de un minuto…
—No hay manera.
Scabbers estaba aterrorizada. Se retorcía con todas sus fuerzas, intentado soltarse de Ron.
—¿Qué le ocurre?
Emma acababa de ver a Crookshank y a Félix acercándose a ellos sigilosamente, arrastrándose y con los grandes ojos destellando pavorosamente en la oscuridad.
—¡Crookshank! —exclamó Hermione—. ¡No, vete, Crookshank! ¡Váyanse!
Pero los gatos se acercaban más…
—Scabbers… ¡NO!
Demasiado tarde… La rata escapó por entre los dedos de Ron, se echó al suelo y huyó a toda prisa. De un salto, Crookshank se lanzó tras el roedor, mientras que Félix los seguía; y antes de que Harry, Emma y Hermione pudieran detenerlo, Ron se salió de la capa y se internó en la oscuridad.
—¡Ron! —dijo Hermione.
Ella, Harry y Emma se miraron y lo siguieron a la carrera. Era imposible correr a toda velocidad debajo de la capa, así que se la quitaron y la llevaron al vuelo, ondeando como un estandarte mientras seguían a Ron. Oían delante de ellos el ruido de sus pasos y los gritos que dirigía a los gatos.
—Aléjense de él… aléjense… Scabbers, ven aquí…
Oyeron un golpe seco.
—¡Te he atrapado! Váyanse.
Harry, Emma y Hermione casi chocaron contra Ron. Estaba tendido en el suelo. Scabbers había vuelto a su bolsillo y Ron sujetaba con amabas manos al tembloroso bulto.
—Vamos, Ron, volvamos a cubrirnos —dijo Hermione jadeando—. Dumbledore y el ministro saldrán dentro de un minuto.
Pero antes de que pudieran volver a taparse, antes incluso de que pudieran recuperar el aliento, oyeron los pasos de unas patas gigantes. Algo se acercaba a ellos en la oscuridad: un enorme perro negro de ojos claros.
Harry, por instinto, puso a Emma detrás de él. La castaña intento buscar su varita mágica, pero era ya demasiado tarde. El perro había dado un gran salto y sus patas delanteras le golpearon el pecho de Harry. Sintió el cálido aliento del fardo, sus dientes a centímetros de ella…
Pero el empujón los había llevado demasiado lejos. Lo primero que hizo Harry fue buscar a Emma y verificar que se encontraba bien. Había sido un golpe fuerte.
Ron se levantó. Cuando el perro volvió a saltar contra ellos, Ron empujó a Emma hacia un lado y el perro mordió el brazo estirado de Ron. Emma quiso avanzar, pero Harry la detuvo con el brazo. El azabache embistió y agarró al animal por el pelo, pero éste arrastraba a Ron con tanta fácil como si fuera un muñeco de trapo.
Entonces, algo surgido de no se sabía dónde golpeó a Emma de lleno en el estómago con tanta fuerza que la dejo sin aire y la derribó. La castaña oyó a Hermione chillar del dolor y caer también.
—¡Emma! —gritó Harry.
—¡Estoy bien! ¿Mione?
—¡Todo bien!
Emma buscó su varita, tomándose el estómago con una mano.
—¡Lumos! —susurró.
La luz de la varita iluminó un grueso árbol. Habían perseguido a Scabbers hasta el sauce boxeador, y sus ramas crujían como azotadas por un fortísimo viento y oscilaban de atrás para impedir que se aproximaran.
Al pie del árbol estaba el perro, arrastrando a Ron y metiéndolo por un hueco que había en las raíces. Ron luchaba denodadamente, pero su cabeza y su torso se estaban perdiendo de vista.
—¡Ron! —gritó Emma, intentado avanzar, pero un nuevo golpe del árbol se lo impidió.
Lo único que podían ver ya de Ron era la pierna con la que el muchacho se había engachado en una rama para impedir que el perro lo arrastrase. Un horrible crujido cortó el aire como un pistoletazo. La pierna de Ron se había roto y el pie desapareció en aquel momento.
—Harry, Emma, tenemos que pedir ayuda —gritó Hermione. Ella también sangraba. El sauce boxeador le había hecho un corte en el hombro.
—¡Hermione, no tenemos tiempo! —dijo Emma, quien también sangraba por un corte que tenía en la mejilla.
—¡No! —contribuyó Harry—. ¡Ese ser es lo bastante grande para comérselo!
—Pero… chicos, no conseguiremos pasar sin ayuda.
Otra rama les lanzó un latigazo, con las ramitas enroscadas como puños.
—Si ese perro a podido entrar, nosotros también —jadeó Harry, corriendo y zigzagueando junto a su novia y a su amiga, tratando de encontrar un camino a través de las ramas que daban trallazos al aire, pero era imposible acercarse un centímetro más sin ser golpeados por el árbol.
—¡Socorro, socorro! —gritó Hermione, como una histérica, dando brincos sin moverse del sitio–. ¡Por favor…!
—Hermione, te entiendo, pero…
Crookshank y Felix dieron un salto al frente. Se deslizaron como una serpiente por entre las ramas que azotaban el aire y se agarraron a las zarpas a un nudo del tronco.
De repente, como si el árbol se hubiera vuelto de piedra, dejó de moverse.
—¡Crookshank!
—¡Félix!
—¿Cómo sabían…? —preguntó Hermione.
—Son amigos del perro —dijo Harry con tristeza—. Los he visto juntos… Vamos. Tengan la varita a punto.
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