21 | Revelations
.:. CHAPTER TWENTY ONE .:.
( REVELACIONES )
UNA REPENTINA CORRIENTE DE AIRE PROVOCÓ QUE EL PELO DE EMMA SE MOVIERA. Se había vuelto a abrir la puerta de Las Tres Escobas. Emma echó un vistazo por encima de la jarra y se atragantó.
—¡No te nos mueras ahora! —dijo Ron mientras le daba palmaditas en la espalda.
El profesor Flitwick y la profesora McGonagall acababan de entrar en el bar con una ráfaga de copos de nieve. Los seguía Hagrid de muy cerca, inmerso en una conversación con un hombre corpulento que llevaba un sombrero hongo de color verde lima y una capa de rayas finas: era Cornelius Fudge, el ministro de Magia. En menos de un segundo, Ron y Hermione obligaron a Harry y a Emma a agacharse y esconderse debajo de la mesa, empujándolos con las manos. Chorreando cerveza de mantequilla y en cunclillas, enpuñando con fuerza la jarra con algo de cerveza todavía, Emma observó los pies de los tres adultos, que se acercaban a la barra, se detenían, de daban la vuelta y avanzaban hacia donde ellos estaban.
Hermione susurró:
—¡Mobiliarbo!
El árbol de Navidad que había al lado de la mesa se elevó unos centímetros, se movió hacía un lado y, suavemente, se volvió a posar delante de ellos, ocultándolos. Mirando a través de las ramas más bajas y densas, Emma vió las patas de cuatro sillas que se separaban de la mesa de al lado, y oyó a los profesores y al ministro resoplar y suspirar mientras se sentaban.
Luego vió otro par de pies con zapatos de tacón alto y de color turquesa brillante, y escuchó una voz femenina:
—Una tacita de alhelí...
—Para mí —indicó la voz de la profesora McGonagall.
—Dos litros de hidromiel caliente con especias...
—Gracias, Rosmerta —dijo Hagrid.
—Un jarabe de cereza y gaseosa con hielo y sombrilla.
—¡Mmm! —dijo el profesor Flitwick, relamiéndose.
—El ron de grosella tiene que ser para usted, señor ministro.
—Gracias, Rosmerta, querida —dijo la voz de Fudge—. Estoy encantado de volver a verte. Tómate tú otro, ¿quieres? Ven y únete a nosotros...
—Muchas gracias, señor ministro.
Emma vió alejarse y regresar los llamativos tacones. Si era sincera tenía demasiado miedo de que los encontraran. ¿Cuánto tiempo se quedarían allí los profesores? Necesitaban tiempo para volver a entrar en Honeydukes a hurtadillas si querían volver al colegio aquella noche... A la pierna de Hermione le dio un tic.
—¿Qué le trae por estos pagos, señor ministro? —preguntó la voz de la señora Rosmerta.
Emma vió girarse la parte inferior del grueso cuerpo de Fudge, como si estuviera comprobando que no había nadie cerca. Luego dijo en voz baja:
—¿Qué va a ser; querida? Sirius Black. Me imagino que sabes lo que ocurrió en el colegio en Halloween.
—Sí, oí un rumor —admitió la señora Rosmerta.
—¿Se lo contaste a todo el bar, Hagrid? —dijo al profesora McGonagall enfadada.
—¿Cree que Black siga por la zona, señor ministro? —susurró la señora Rosmerta.
—Estoy seguro —dijo Fudge escuetamente.
—¿Sabe que los dementores han ingresado ya dos veces a este local? —dijo la señora Rosmerta—. Me espantaron a toda la clientela. Es fatal para el negocio, señor ministro.
—Rosmerta querida, a mí no me husta más que a ti —dijo Fudge con incomodidad—. Pero son precauciones necesarias... Son un mal necesario. Acabo de tropezarme con algunos: están furiosos con Dumbledore porque no los deja entrar en los terrenos del castillo.
—Menos mal —dijo la profesora McGonagall tajantemente.
—¿Cómo íbamos a dar clases con esos monstruos rondando por allí?
—Bien dicho, bien dicho —dijo el profesor Flitwick, cuyos pies colgaban a treinta centímetros del suelo.
—De todas formas —objetó Fudge—, están aquí para defendernos de algo mucho peor. Todos sabemos de lo que Black es capaz...
—¿Saben? Todavía me cuesta creerlo —dijo pensativa la señora Rosmerta—. De toda la gente que se pasó al lado Tenebroso, Sirius Black era el último del que hubiera pensado... Quiero decir, lo recuerdo cuando era un raño en Hogwarts. Si me hubieran dicho entonces en qué se iba a convertir; habría creído que habían tomado demasiado hidromiel.
—No sabes la mitad de la historia, Rosmerta —dijo Fudge con aspereza—. La gente desconoce lo peor.
—¿Lo peor? —repitió la señora Rosmerta con la voz impregnada de curiosidad—. ¿Peor que matar a toda esa gente?
—Desde luego, eso quiero decir —dijo Fudge.
—No puedo creerlo. ¿Qué podría ser peor?
—Dices que te acuerdas de cuando estaba en Hogwarts, Rosmerta —susurró la profesora McGonagall—. ¿Sabés quién era su mejor amigo?
—Pues claro —dijo la señora Rosmerta riendo ligeramente—. Nunca se veía al uno sin el otro. ¡La de veces que estuvieron aquí! Siempre me hacían reír. ¡Un par de cómicos, Sirius Black y James Potter! Aunque debo admitir que Joseph Walk y Remus Lupin les seguían de cerca, aunque eran más tranquilos.
A Harry se le cayó la jarra de la mano, produciendo un fuerte ruido de metal. Ron le dio con el pie. Emma escuchaba muy atentamente.
—Exactamente —dijo la profesora McGonagall—. Black y Potter. Cabecillas de su pandilla. Los dos eran muy inteligentes. Excepcionalmente inteligentes. Creo que nunca hemos tenidos dos alborotadores como ellos.
—No sé —dijo Hagrid, riendo entre dientes—. Fred y George Weasley podrían dejarlos atrás.
—¡Cualquier habría dicho que Black y Potter eran hermanos! —terció el profesor Flitwick—. ¡Inseparables! ¡Al igual que Walk y Lupin!
—¡Por supuesto que lo eran! —dijo Fudge—. Luego iremos con Walk. El punto es que Potter confiaba en Black más que en ningún otro amigo. Nada cambió cuando dejaron el colegio. Black y Miller fueron los padrinos de boda cuando James se casó con Lily. Luego fueron los padrinos de Harry. Harry no sabe nada, claro. Ya te puedes imaginar cuánto se impresionaría si lo supiera.
—¿Por qué Black se alió con Quien Ustedes Saben? —susurró la señora Rosmerta.
—Aún peor, querida...—-Fudge bajó la voz y continúo en un susurro casi inaudible—. Los Potter no ignoraban que Quien Tú Sabes iba tras ellos. Dumbledore, que luchaba incansablemente contra Quien Tú Sabes, tenía cierto número de espías. Uno le dió el soplo y Dumbledore alertó inmediatamente a James y a Lily. Les aconsejó ocultarse. Bien, por supuesto que Quien Tú Sabes no era alguien de quien uno se pudiera ocultar fácilmente. Dumbledore les dijo que su mejor defensa era el encantamiento Fidelio.
—¿Cómo funciona eso? —preguntó la señora Rosmerta, muerta de curiosidad.
El profesor Flitwick carraspeó.
—Es un encantamiento tremendamente complicado —dijo con voz de pito— que supone el ocultamiento mágico de algo dentro de una sola mente. La información se oculta dentro de la persona elegida, que es el guardián secreto. Y en lo sucesivo es imposible encontrar lo que guarda, a menos que el guardián secreto opte por divulgarlo. Mientras el guardián secreto se negara a hablar, Quien Tú Sabes podía registrar el pueblo en que estaban James y Lily sin encontrarlos nunca, aunque tuviera la nariz pegada a la ventana de la salita de estar de la pareja.
—¿Así que Black era el guardián secreto de los Potter? —susurró la señora Rosmerta.
—Naturalmente —dijo al profesora McGonagall—. James Potter le dijo a Dumbledore que Black daría su vida antes de revelar dónde se ocultaban, y que Black estaba pensando en ocultarse él también... Y aún así, Dumbledore seguía preocupado. Él mismo se ofreció como guardián secreto de los Potter.
—¿Sospechaba de Black? —exclamó la señora Rosmerta.
—Dumbledore estaba convencido de que alguien cercano a los Potter había informado a Quien Tú Sabes de sus movimientos —dijo la profesora McGonagall con voz misteriosa—. De hecho, llevaba algún tiempo sospechando que en nuestro bando teníamos un traidor que pasaba información a Quien Tú Sabes.
—¿Y a pesar de todo James Potter insistió en que el guardián secreto fuera Black?
—Así es —confirmó Fudge—. Y apenas una semana después de que se hubiera llevado a cabo el encantamiento Fidelio...
—¿Black los traicionó? —musitò la señora Rosmerta.
—Desde luego. Black estaba cansado del papel de espía. Estaba dispuesto a declarar abiertamente su apoyo a Quien Tú Sabes. Y parece que tenía la intención de hacerlo en el momento en que murieran los Potter. Pero como sabemos todos, Quien Tú Sabes sucumbió ante el pequeño Harry Potter. Con sus poderes destruidos, completamente debilitado, huyó. Y esto dejó a Black en una situación incómoda. Su amo había caído en el mismo momento en que Black había descubierto su juego. No tenía otra elección que escapar... pero antes tenía algo más en mente. Fue la casa de los Walk, y su propósito era matar a los tres; a Joseph, a Alhena y a Emma.
La castaña se quedó congelada ante la mención de su nombre. Lo único que esperaba era que lo que pensaba solo fueran teorías estúpidas.
—Como todos sabemos aquí —continuó Fudge—, muchos testificaron en que vieron a Black entrar a la casa de los Walk. Logró matar a Joseph y a Alhena, pero no a la pequeña Emma. Muchos aseguran que en ese momento llegó Remus Lupin para visitar a la familia, y fue cuando logró detener a Black antes de que matará a su ahijada. Claro está que después de eso Lupin la llevó con los Williams, y es obvio que Emma no sabe la verdad. Al igual que a Harry, le afectaría demasiado.
Emma sintió como su vista se nublaba, como lágrimas caían por sus mejillas y como su respiración se aceleraba. ¿Sus padres en realidad nunca fueron quienes decían? Ella pensó por unos momentos que lo de la carta de su abuelo era una broma, pero ahora todo encajaba. El porque Myrtle la llamaba Miller, el porque de las iniciales en su collar, el porque en el mapa aparecía «Emma Walk». Se sentía dolida, lastimada... Amelia y Thomas le mintieron, toda su "familia" le mintió, el profesor Lupin le mintió...
—Sucio y asqueroso traidor —dijo Hagrid, tan alto que la mitad del bar se quedó en silencio.
—Chist —dijo la profesora McGonagall.
—¡Me lo encontré —bramó Hagrid—, seguramente fui yo el último que lo vió antes de que matara a todo aquella gente, a los Walk! ¡Fui yo quien rescató a Harry de la casa de Lily y James, después de su asesinato! Lo saqué de entre las ruinas, pobrecito. Tenía una herida grande en la frente y sus padres habían muerto... Y Sirius Black apareció en aquella moto voladora que solía llevar. No se me ocurrió preguntarme lo que había ido a hacer allí. No sabía que él había sido el guardián secreto de Lily y James. Que él había sido quien dejó a Emma sin padres. Pensé que se había enterado del ataque de Quien Ustedes Saben y había acudido para ver en qué podía ayudar. Estaba pálido y tembloroso. ¿Y saben lo que hice? ¡ME PUSE A CONSOLAR A AQUEL TRAIDOR ASESINO! —exclamó Hagrid.
—Hagrid, por favor —dijo la profesora McGonagall-, baja la voz.
—¿Cómo iba a saber yo que su turbación no se debía a lo que les había pasado a Lily y a James o a Alhena y Joseph? ¡Lo que le turbaba era la suerte de Quien Ustedes Saben! Y entonces me dijo: «Dame a Harry, Hagrid. Soy su padrino. Yo cuídare de él...» ¡Ja! ¡Pero yo tenía órdenes de Dumbledore y le dije a Black que no! Dumbledore me había dicho que Harry tenía que ir a la casa de sus tíos. Black discutió, me empezó a decir algo sobre Emma que yo no entendí, pero al final Black tuvo que ceder. Me dijo que me llevara la moto para llevar a Harry hasta la casa de los Dursley. «No la necesito ya», me dijo. Tendría que haberme dado cuenta de que había algo raro en todo aquello. Adoraba su moto. ¿Por qué me la daba? ¿Por qué decía que ya no la necesitaba? La verdad es que una moto deja demasiadas huellas, es muy fácil de seguir. Dumbledore sabía que él era el guardián de los Potter. Black tenía que huir aquella noche. Sabía que el Ministerio no tardaría en perseguido. Pero ¿y si le hubiera entregado a Harry, eh? Apuesto a que lo habría arrojado de la moto en alta mar. ¡Al hijo de su mejor amigo! Y es que cuando un mago se pasa al lado tenebroso, no hay nada ni nadie que le importe...
Tras la perorata de Hagrid hubo un largo silencio. Luego, la señora Rosmerta dijo con cierta satisfacción:
—Pero no consiguió huir; ¿verdad? El Ministerio de Magia lo atrapó al día siguiente.
—¡Ah, si lo hubiéramos encontrado nosotros...! —dijo Fudge con amargura—. No fuimos nosotros, fue el pequeño Peter Pettigrew: otro de los amigos de Potter y Walk. Enloquecido de dolor; sin duda, y sabiendo que Black era el guardián secreto de los Potter y mató a los Walk, él mismo lo persiguió.
—¿Pettigrew...? ¿Aquel gordito que los seguía a todas partes? —preguntó la señora Rosmerta.
—Adoraba a Black a Potter y a Walk. Eran sus héroes —dijo la profesora McGonagall—. No era tan inteligente como ellos y a menudo yo era brusca con él ya que Alhena lo solía ayudar. Pueden imaginárse como me pesa ahora... —Su voz sonaba como si tuviera un resfriado repentino.
—Venga, venga, Minerva —le dijo Fudge amablemente—. Pettigrew murió como un héroe. Los testigos oculares (muggles, por supuesto, tuvimos que borrarles la memoria...) nos contaron que Pettigrew había arrinconado a Black. Dicen que sollozaba: «¡A Lily y a James, Sirius! ¡A Lena y a Joseph! ¿Cómo pudiste...?» Y entonces sacó la varita. Aunque, claro, Black fue más rápido. Hizo polvo a Pettigrew.
La profesora McGonagall se sonó la nariz y dijo con voz llorosa:
—¡Que chico más alocado, que bobo! Siempre fue muy malo en los duelos. Alhena siempre estaba ahí para él... Debió dejárselo al Ministerio.
—Les digo que si yo hubiera encontrado a Black antes que Pettigrew, no habría perdido el tiempo con varitas... Lo habría descuartizado, miembro por miembro —gruñó Hagrid.
—No sabes lo que dices, Hagrid —dijo Fudge con brusquedad—. Nadie salvo los muy preparados Magos de Choque del Grupo de Operaciones Mágicas Especiales habría tenido una oportunidad contra Black, después de haberlo acorralado. En aquel entonces yo era el subsecretario del Departamento de Catástrofes en el Mundo de la Magia, y fui uno de los primeros en personarse en el lugar de los hecho cuando Black mató a toda aquella gente. Nunca, nunca lo olvidaré. Todavía aveces sueño con ello. Un cráter en el centro de la calle, tan profundo que había reventado las alcantarillas. Había cadáveres por todas partes. Muggles gritando. Y Black allí, riéndose, con los restos de Pettigrew delante... Una túnica manchada de sangre y unos... unos trozos de su cuerpo.
La voz de Fudge se detuvo de repente. Cinco narices se sonaron.
—Bueno, ahí lo tienes, Rosmerta —dijo Fudge con la voz tomada—. A Black se no llevaron veinte miembros del Grupo de Operaciones Mágicas Especiales, y Pettigrew fue investido Caballero de primera clase de la Orden de Merlín, que creo que fue de algún consuelo para su pobre madre. Black ha estado desde entonces en Azkaban.
La señora Rosmerta dio un largo suspiro.
—¿Es cierto que está loco, señor ministro?
—Me gustaría poder asegurar que lo estaba —dijo Fudge—. Ciertamente creo que la derrota de Pettigrew y de todos aquellos muggles fue la acción de un hombre acorralado y desesperado: cruel, inútil, sin sentido. Sin embargo, en mi última inspección de Azkaban pude ver a Black. La mayoría de los presos que hay allí hablan en la oscuridad consigo mismo. Han perdido el juicio... Pero me quedé sorprendido de lo normal que parecía Black. Estuvo hablando conmigo con total sensatez. Fue desconcertante. Me dió la impresión de que se aburría. Me preguntó si había acabado de leer el periódico. Tan sereno como se puedan imaginar; me dijo que echaba de menos los crucigramas. Sí, me quedé estupefacto al comprobar el escaso efecto que los dementores parecían tener sobre él. Y él era uno de los que estaban más vigilados en Azkaban, ¿saben? Tenía dementores ante la puerta día y noche.
—Pero ¿qué pretende al fugarse? —preguntò la señora Rosmerta—. ¡Dios mío, señor ministro! No intentará reunirse con Quien Ustedes Sabe, ¿verdad?
—Me atrevería a afirmar que es su... su... objetivo final —respondió Fudge evasivamente—. Pero esperamos atraparlo antes. Tengo que decir que Quien Tú Sabes, solo y sin amigos, es una cosa... pero con su más devoto seguidor, me estremezco al pensar lo poco que tardará en volver a alzarse...
Hubo un sonido hueco, como cuando el vidrio golpea la madera. Alguien había dejado su vaso.
—Si tiene que cenar con el director, Cornelius, lo mejor será que nos vayamos acercando al castillo.
Todos los pies que había ante Emma volvieron a soportar el cuerpo de sus propietarios. La parte inferior de las capas de balanceó y los llamativos tacones de la señora Rosmerta desaparecieron tras el mostrador. Volvió a abrirse la puerta de Las Tres Escobas, entró otra ráfaga de nieve y los profesores desaparecieron.
—¿Harry? ¿Emma?
Las caras de Ron y Hermione se asomaron bajo la mesa. Los dos los miraron fijamente, sin saber que decir.
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