15 | Black in the castle

.:. CHAPTER FIFTEEN .:.
( BLACK EN EL CASTILLO )

Al entrar al Gran Comedor Emma quedó totalmente. Lo habían decorado con cientos de calabazas con velas dentro, una bandada de murciélagos vivos que rovoloteaban y muchas serpentinas de color naranja brillante caían del techo.

Era la primera vez que Emma y Hermione asistían al banquete de Halloween, ya que por desafortunadas circunstancias los anteriores años les fue imposible.

La comida fue deliciosa. Incluso Ron y Hermione, que estaban que reventaban de los dulces que habían comido en Honeydukes, repitieron.

El banquete terminó con una actuación de los fantasmas de Hogwarts. Saltaron de los muros y de las mesas para llevar al cabo un pequeño vuelo en formación. Nick Casi Decapitado, el fantasma de Gryffindor; cosechó un gran éxito con una representación de su propia desastrosa decapitación.

Harry, Ron, Emma y Hermione siguieron al resto de los de su casa por el camino de la torre de Gryffindor, pero cuando llegaron al corredor al final del cual estaba el retrato de la señora gorda, lo encontraron atestado de alumnos.

—¿Por qué no entran? —preguntó Ron intrigado.

Harry cargó a Emma muy inesperadamente, haciéndola sobresaltar, pero de aquella forma la castaña logró ver que el retrato estaba cerrado.

—Déjenme pasar; por favor —dijo la voz de Percy. Se esforzaba por abrirse paso a través de la multitud, dándose importancia. Harry bajó con cuidado a Emma—. ¿Qué es lo que ocurre? No es posible que nadie se acuerde la contraseña. Déjenme pasar, soy el Premio Anual.

La multitud guardó silencio entonces, empezando por los de delante. Fue como si un aire frío se extendiera por el corredor. Oyeron que Percy decía con una voz repentinamente aguda:

—Que alguien vaya a buscar al profesor Dumbledore, rápido.

Las cabezas se volvieron. Los de atrás se ponían de puntillas.

—¿Qué sucede? —preguntó Ginny, que acababa de llegar. Al cabo de un instante hizo su aparición el profesor Dumbledore, dirigiéndose velozmente hacia el retrato. Los alumnos de Gryffindor se apretujaban para dejarle paso, y Harry; Ron, Emma y Hermione se acercaron un poco para ver qué sucedía.

—¡Anda, mi madr...! —exclamó Hermione, tomando a Ron del brazo.

La señora gorda había desaparecido del retrato, que había sido rajado tan ferozmente que algunas tiras del lienzo habían caído al suelo. Faltaban varios trozos grandes.

Dumbledore dirigió una rápida mirada al retrato estropeado y se volvió. Con ojos entristecidos vió a los profesores McGonagall, Lupin y Snape, que se acercaban a toda prisa.

—Hay que encontrarla —dijo Dumbledore—. Por favor; profesora McGonagall, dígale enseguida al señor Filch que busque a la señora gorda por todos los cuadros del castillo.

—¡Apañados vais! —dijo una voz socarrona.

Era Peeves, que revoloteaba por encima de la multitud y estaba encantado, como cada vez que veía a los demás preocupes por algún problema.

—¿Qué quieres decir, Peeves? —le preguntó Dumbledore tranquilamente. La sonrisa de Peeves desapareció. No se atrevía a burlarse de Dumbledore. Adoptó una voz empalagosa que no era mejor que su risa.

—Le da vergüenza, señor director. No quiere que la vean. Es un desastre de mujer. La vi correr por el paisaje, hacia el cuarto piso, señor, esquivando los árboles y gritando algo terrible —dijo con alegría—. Pobrecita —añadió sin convicción.

—¿Dijo quién lo ha hecho? —preguntó Dumbledore en voz baja.

—Sí, señor director —dijo Peeves, con pinta de estar meciendo una bomba en su brazos—. Se enfadó con ella porque no le permitió entrar, ¿sabe? —Peeves dió una vuelta de campana y dirigió a Dumbledore una sonrisa por entre sus propias piernas—. Ese Sirius Black tiene un genio insoportable.

El profesor Dumbledore mandó que los estudiantes de Gryffindor volvieran al Gran Comedor; donde se les unieron diez minutos después, los de Ravenclaw, Hufflepuff y Slytherin. Todos parecían confusos.

—Los demás profesores y yo tenemos que llevar a cabo un rastreo por todo el castillo —explicó el profesor Dumbledore, mientras McGonagall y Flitwick cerraban todas las puertas del Gran Comedor—. Me temo que, por su propio seguridad, tendrán que pasar aquí la noche. Quiero que los prefectos monten guardia en las puertas del Gran Comedor y dejo de encargados a los dos Premios Anuales. Comuníquenme cualquier novedad —añadió, dirigiéndose a Percy, que se sentía inmensamente orgulloso—. Avisenme por medio de algún fantasma. —El profesor Dumbledore se detuvo antes de salir del Gran Comedor y añadió—: Bueno, necesitaran...

Con un movimiento de la varita, envío volando las largas mesas hacia las paredes del Gran Comedor. Con otro movimiento, el suelo quedó cubierto con cientos de mullidos sacos de dormir rojos.

—Felices sueños —dijo el profesor Dumbledore, cerrando la puerta.

El Gran Comedor empezó a bullir de excitación. Los de Gryffindor contaban al resto del colegio lo que acababa de suceder.

—¡Todos a los sacos! —gritó Percy—. ¡Ahora mismo, se acabó la charla! ¡Apagaré las luces dentro de diez minutos!

—Vamos —dijo Ron a sus amigos. Tomaron cuatro sacos de dormir y se los llevaron a un rincón.

—¿Creen que Black sigue en el castillo? —susurró Hermione con precaución.

—Evidentemente, Dumbledore piensa que es posible —dijo Ron.

—Es una suerte que haya elegido esta noche, ¿se dan cuenta? —dijo Hermione, mientras se metían vestidos en los sacos de dormir y se apoyaban en el codo para hablar—. La única noche que no estábamos en la torre...

—Supongo que con la huida no sabrá en qué día vive —dijo Ron.

—Al pasar mucho tiempo en un lugar así, claramente perderás la noción del tiempo —opinó Emma—. Creo que por primera vez la suerte nos acompaña.

A su alrededor todos se hacían la misma pregunta:

—¿Cómo ha podido entrar?

—A lo mejor sabe cómo aparecerse —dijo un alumno de Ravenclaw que estaba cerca ellos—. Como salir de la nada.

—A lo mejor se ha disfrazado —dijo uno de Hufflepuff, de quinto curso.

—Podría haber entrado volando —sugirió Dean Thomas.

—Hay que ver; ¿es qué soy la única persona que ha leído Historia de Hogwarts? —preguntó Hermione perdiendo la paciencia.

—Casi seguro, además de Emma —dijo Ron—. ¿Por qué lo dices?

—Porque el castillo no está protegido sólo por muros —indicó Hermione—, sino también por todo tipo de encantamientos para evitar que nadie entre furtivamente. No es tan fácil aparecerse aquí. Y quisiera ver el disfraz capaz de engañar a los dementores. Vigilan cada una de las entradas del colegio. Si hubiera entrado volando, también lo habrían visto. Filch conoce todos los pasadizos secretos y estarán vigilados.

—¡Voy a apagar las luces ya! —gritó Percy—. Quiero que todo el mundo esté metido en el saco y callado.

Todas la velas se apagaron a la vez. La única luz venía de los fantasmas de color de plata, que se movían por todas partes, hablando con gravedad con los prefectos, y del techo encantado, tan cuajado de estrellas como el mismo cielo exterior.

Cada hora aparecía por el salón un profesor para comprobar que todo se hallaba en orden. Hacia las tres de la mañana, cuando por fin se habían quedado dormidos muchos alumnos, entró el profesor Dumbledore. El director iba buscando a Percy, que rondaba por entre los sacos de dormir amonestando a los que hablaban. Percy estaba a corta distancia de Harry, Ron, Emma y Hermione, que fingieron estar dormidos cuando se acercaron los pasos de Dumbledore.

—¿Han encontrado algún rastro de él, profesor? —le preguntó Percy en un susurro.

—No. ¿Por aquí todo bien?

—Todo bajo control, señor.

—Bien. No vale la pena moverlos a todos ahora. He encontrado a un guarda provisional para el agujero del retrato de Gryffindor. Mañana podrás llevarlos a todos.

—¿Y la señora gorda, señor?

—Se había escondido en un mapa de Argyllshire del segundo piso. Parece que se negó a dejar entrar a Black sin la contraseña, y por eso la atacó. Sigue muy consternada, pero en cuanto se tranquilice le diré al señor Filch que restaure el lienzo.

Emma oyó crujir la puerta del salón cuando volvió a abrirse, y más pasos.

—¿Señor director? —Era Snape—. Hemos registrado todo el primer piso. No estaba allí. Y Filch a examinado las mazmorras. Tampoco ha encontrado rastro de él.

—¿Y la torre de Astronomía? ¿Y el aula de la profesora Trelawney? ¿Y la pajarera de las lechuzas?

—Lo hemos registrado todo...

—Muy bien, Severus. La verdad es que no creía que Black prolongara su estancia aquí.

—¿Tiene alguna idea de cómo pudo entrar; profesor? —preguntó Snape.

—Muchas, Severus, pero todas igual de improbables.

—¿Se acuerda, señor director; de la conversación que tuvimos poco antes de... comenzar el curso? —preguntó Snape, abriendo apenas los labios, como para que Percy no se enterara.

—Me acuerdo, Severus —dijo Dumbledore. En su voz había como un dejo de reconvención.

—Parece... casi imposible... que Black haya podido entrar en el colegio sin ayuda del interior. Expresé mi preocupación cuando usted señaló...

—No creo que nadie de este castillo ayudara a Black a entrar —dijo Dumbledore en un tono que dejaba bien claro que daba el asunto por zanjado. Snape no contestó—. Tengo que bajar a ver a los dementores. Les dije que les informaría cuando hubiéramos terminado el registro.

—¿No quisieron ayudarnos, señor? —preguntó Percy.

—Sí, desde luego —respondió Dumbledore fríamente—. Pero me temo que mientras yo sea el director; ningún dementor cruzará el umbral de este castillo.

Percy se quedó un poco avergonzado. Dumbledore salió del salón con rapidez y silenciosamente. Snape aguardó allí un momento, mirando al director con una expresión de profundo resentimiento. Luego también él se marchó.

Emma miró a su lado, donde se encontró con la mirada de Harry en ella.

—¿No puedes dormir? —le preguntó en un susurro.

—Es imposible, si soy sincero.

—Entonces te contaré un cuento. —Harry tuvo que reprimir una risa—. ¡No te rías! Caerás dormido al instante, es bastante aburrido…

—Te escucharé cada segundo, Emma —respondió Harry, entrelazando su mano con la de su novia.

-No creo que sea lo mejor en este momento... -susurró.

Emma le sonrió agradecida, aunque estaba segura de que en algún momento, o ella caería dormida o Harry lo haría.

La castaña, asegurándose de que nadie a parte de Harry la escuchará, comenzó a relatar una historia que le habían contado sus abuelos cuando era niña. Harry la escuchaba atentamente, mientras que Emma bostezaba de vez en cuando.

Al paso de minutos, o tal vez horas, los dos cayeron profundamente dormidos, aún tomados de la mano.

Un hilo rojo invisible conecta a aquellos que están destinados a encontrarse, sin importar tiempo, lugar o circunstancias. El hilo rojo se puede estirar, contraer o enredar, pero nunca romper

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